Bajo las sábanas - Brenda Jackson - E-Book

Bajo las sábanas E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Tenía dos opciones: confiarle todos sus secretos o arriesgarse a perderla para siempre... Cuando la periodista Jasmine Carmody empezó a investigar a aquella respetable familia en busca de una historia, Wesley Brooks se apresuró a advertirle que no debía hacerlo. Jasmine podía sentirlo día y noche vigilando sus movimientos y despertando en ella un deseo insospechado... Wesley sería capaz de cualquier cosa con tal de evitar que Jasmine sacara a la luz los secretos de su familia adoptiva... incluso de seducirla. Pero no sospechaba que fuera virgen, ni que despertara tanta pasión en él...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Harlequin Books S.A.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Bajo las sábanas, n.º 5481 - enero 2017

Título original: Scandal Between the Sheets

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9346-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Decidiendo ir a investigar el ruido que lo había despertado, Wesley Brooks se levantó de la cama, dando un enorme bostezo mientras se ponía los pantalones vaqueros. Echó un vistazo al reloj despertador que tenía sobre la mesilla de noche y vio que era más de la una de la madrugada.

Su vuelo de Dallas a Savannah se había retrasado debido a la tormenta, y cuando finalmente había llegado a casa se había dado una ducha rápida, y había caído rendido en la cama.

Al despertarlo aquel ruido le había llevado un buen rato recordar dónde estaba. Se había mudado a aquella casa sólo una semana antes de salir de la ciudad por un viaje de negocios de dos días, y después de haber compartido casa durante los últimos años con su mejor amigo, Jacob Danforth, todavía no se había hecho a ello.

Jake, que siempre había sido un juerguista, tenía ahora una esposa y un hijo, un chiquillo adorable llamado Peter. Queriendo dar a los recién casados un poco de intimidad, se había mudado a una casa propia en una pequeña pero elegante urbanización de las afueras de la ciudad.

De pronto se escuchó otro ruido. Sin molestarse en calzarse, Wesley bajó sigilosamente las escaleras, seguro ya de que no era su imaginación. Cuando llegó al rellano inferior de la escalera, volvió a oírlo otra vez, y le pareció que provenía del exterior, de la parte delantera de la casa.

Empujó lentamente la puerta corredera del jardín trasero y salió. Era abril y no hacía demasiado frío. La luna llena brillaba en el cielo, iluminando la noche con su tenue luz.

Wesley recordó que se había olvidado de cerrar la verja, y se dijo que probablemente se tratara de un perro o un gato callejero que se había colado por ella, pero aun así lo mejor sería asegurarse.

Rodeó la casa, y recorrió, pegado a la pared, el pasillo de césped que conectaba la parte trasera con la delantera. Cuando llegó a la esquina asomó la cabeza con precaución y escudriñó el jardín, para encontrarse con que había una figura inclinada revolviendo en sus cubos de basura.

Sintió una punzada de compasión como le ocurría siempre que veía a alguien necesitado. El éxito que había cosechado con su compañía de Internet lo había hecho millonario, pero siempre había mantenido los pies en la tierra y jamás olvidaría sus orígenes humildes.

Siendo un bebé de tres meses lo habían dejado en un capazo a la puerta de un orfanato, y durante su infancia había ido pasando de un hogar de acogida a otro. A los catorce años se había escapado y había estado viviendo en la calle durante tres días hasta que la policía había dado con él.

Durante esos tres días un vagabundo llamado Al Lombard lo había acogido bajo su ala a modo de protegido. Al no había sido siempre un vagabundo. Tiempo atrás había sido profesor en un instituto, pero había perdido a su esposa en un trágico incendio del bloque de pisos donde vivían, y sumido en el dolor, sin familia, sin amigos, y sin un seguro, había acabado recorriendo las calles.

Aquel hombre había compartido con él su comida, había compartido con él sus mantas por la noche para que no pasara frío. No había olvidado su generosidad, y en cuanto hubo empezado a ganar dinero contrató los servicios de un investigador privado para que lo encontrara, pero por desgracia ya era demasiado tarde, porque había muerto de neumonía un año antes.

Volviendo al presente Wesley decidió en ese mismo momento que no podía dejar que aquella persona que había hurgando en sus cubos de basura se fuera sin darle algo de dinero para tomar una cena decente y pasar la noche bajo techo.

Silenciosamente volvió a rodear la casa, corrió al piso de arriba y sacó unos cuantos billetes de su cartera, esperando que el vagabundo siguiera allí cuando bajase.

 

 

«Dios, soy patética», se reprendió Jasmine Carmody mientras rebuscaba en los cubos de basura del millonario Wesley Brooks, «me he convertido en uno de esos periodistas que harían lo que fueran con tal de conseguir una noticia».

Decían que se podían averiguar muchas cosas por lo que se encontraba en la basura de una persona, pero por el momento lo único que había averiguado sobre Wesley Brooks era que le encantaban los espaguetis de microondas. No sabía cómo la gente podía comer esas porquerías industriales. ¿No le habría descubierto alguno de sus ligues que no costaba tanto hervir una cazuela de agua con sal y hacer un poco de salsa de tomate? Al fin y al cabo su tía Rena siempre le había dicho que a los hombres se les conquistaba por el estómago.

Claro que, si los rumores eran ciertos, Wesley Brooks no era como la mayoría de los hombres… y desde luego no como la mayoría de los millonarios. Larissa había leído en una revista de economía en la que lo habían entrevistado que era huérfano, y que había pasado de un hogar de acogida a otro hasta que cumplió los dieciséis años. Fue entonces cuando empezó a estudiar en el instituto, donde conoció a Jacob Danforth, del importante clan de los Danforth de Savannah.

Se hicieron muy amigos, y cuando iban a mandar a Wesley a otro hogar de acogida, los padres de Jacob, Harold y Miranda Danforth le ofrecieron ir a vivir con ellos, convirtiéndose así en una verdadera familia para él.

Además, gracias a su habilidad para los deportes y a su talento para las matemáticas consiguió una beca para ir a la Universidad Politécnica de Georgia. Jacob Danforth se matriculó allí también, y fueron compañeros de habitación durante los cuatro años que estudiaron allí.

Jasmine suspiró mientras continuaba revolviendo en el cubo de basura. No parecía que hubiese mucho más que averiguar acerca de Wesley Brooks que no supiera ya, incluido el hecho de que hacía unos años había creado un negocio de abastecimiento a restaurantes a través de Internet, y que le había dado millones de dólares. No en vano a la edad de treinta años era considerado uno de los hombres más ricos de Savannah… además de uno de los solteros más cotizados.

Lo que a ella le interesaba era su estrecha relación con la familia Danforth, y ésa era la razón de que estuviera revolviendo en su basura a aquella hora intempestiva.

De pronto Jasmine se quedó muy quieta. Por un instante le había parecido oír algo, pero pasaron los segundos y no volvió a escuchar nada, así que continuó con lo que estaba haciendo.

Según Verónica Strongman, o Ronnie, como todos la llamaban, una compañera del periódico en el que trabajaba además de una de sus mejores amigas, quedarse en casa un sábado por la noche sería algo impensable en un hombre como Wesley Brooks. Estaría con alguna mujer despampanante en un restaurante de lujo o en alguna fiesta de alto copete, le había dicho, haciendo honor a su fama de millonario playboy.

Sin embargo, en ese momento se oyó otro ruido y Jasmine se volvió, y el corazón le dio un vuelco cuando se encontró cara a cara con el millonario playboy en persona. Al verlo salir de las sombras descalzo y vestido sólo con unos vaqueros, se quedó sin aliento y tardó un rato en lograr despegar la mirada de su ancho tórax desnudo para alzarla a sus increíbles ojos de color avellana. Era más alto de lo que lo había imaginado, todo músculo, y su piel era de ese tono castaño que ella siempre había encontrado tan atractivo.

La había pillado con las manos en la masa, y el primer pensamiento que se le pasó por la mente fue el de poner pies en polvorosa, pero, por alguna razón, no podía moverse; era como si se hubiese quedado pegada al suelo.

Wesley, por su parte, se había quedado completamente aturdido. Lo que en un principio había pensado que era un «él» había resultado ser una «ella». Advirtió el pánico en los ojos de la mujer, y le dio la impresión de que iba a salir corriendo, pero no podía dejar que se marchara sin haberle ofrecido antes algo de dinero.

–¡Espera, por favor!, no te vayas… Quiero ayudarte.

Los ojos de la mujer lo miraron muy abiertos, y Wesley se dijo que nunca había visto unos ojos tan hermosos. Tenía una bufanda enrollada y anudada en torno a la cabeza, y por la abertura que formaba en la parte posterior sobresalía una masa de cabello rizado. A la luz de la luna Wesley escrutó su rostro, y observó que sus facciones eran tan asombrosas como sus ojos. El color de su piel era de un tono oscuro como el chocolate, y no aparentaba tener más de veinticinco años, la misma edad que él había tenido cuando empezó a hacerse rico.

Iba vestida con un chándal bastante gastado, aunque, sorprendentemente, olía muy bien. Wesley, cuyo olfato estaba bien entrenado en lo que a perfumes femeninos se refería, reconoció la fragancia, que no era precisamente barata. Probablemente se habría encontrado un frasco medio vacío en la basura de alguna casa del vecindario, se dijo.

–¿Cuántos años tienes? –inquirió suavemente.

No quería que se sintiese amenazada, que pensase que iba a hacerle daño alguno por haber invadido su propiedad.

–Veintiséis –contestó ella vacilante–. ¿Por qué?

–Sólo tenía curiosidad –respondió Wesley–. Ten, aquí tienes algo de dinero –le dijo, tendiéndole los billetes que había sacado de su cartera–. Hay unos quinientos dólares. Con eso podrás apañarte unos días –añadió. Aunque parecía que no se las apañaba mal, pensó. Tenía mejor aspecto que la mayoría de los sin techo que había visto en su vida–. Y como a estas horas seguramente no encontrarás muchos locales de comida rápida abiertos, si quieres puedes pasar dentro y te prepararé algo yo mismo.

Vio que los labios de la mujer se arqueaban ligeramente hacia arriba en una sonrisa divertida.

–¿Como unos espaguetis de microondas?

Wesley parpadeó confundido, pero rápidamente comprendió a qué se refería. Seguramente habría encontrado varios envases vacíos en el cubo de la basura. Ser el dueño de una compañía no le dejaba mucho tiempo para cocinar, y su nevera estaba llena de alimentos precocinados. Echó la cabeza hacia atrás, riéndose de buena gana… para descubrir cuando volvió a mirar al frente que la mujer había echado a correr. De hecho, lo único que pudo ver fue un destello de su chándal mientras se alejaba calle abajo.

–¡Eh, para! ¡Espera! ¡Te vas sin el dinero! –la llamó.

Sin preocuparse por estar descalzo, bajó hasta la acera para ver qué dirección había tomado, pero era como si se la hubiera tragado la tierra.

Iba a volver a entrar en la casa cuando vio algo relumbrar en el césped junto a la acera. Se agachó, lo recogió del suelo, y lo sostuvo en su palma, observándolo a la luz de la luna. Era un medallón, y sin duda debía habérsele caído a aquella mujer. Cerrando la mano, se puso de pie y se quedó un instante con la vista fija en el final de la calle antes de volver a subir la pequeña cuesta hacia su vivienda.

 

 

En cuanto Jasmine entró en su apartamento se apoyó contra la puerta, tratando de recobrar el aliento mientras el corazón le golpeaba las costillas, y dejó escapar un profundo suspiro de alivio. Había faltado poco, muy poco para que se metiera en un buen lío.

¿No se suponía que los millonarios no estaban en casa el sábado por la noche?, se dijo irritada mientras se desanudaba y desenrollaba la bufanda de la cabeza, dejando libre su abundante melena rizada. A Ronnie le habían dado un soplo según el cual Wesley Brooks, como entendido que era en la informática y amigo de la familia, había estado reparando recientemente el ordenador de Abraham Danforth, el patriarca del clan Danforth, y a ella se le había ocurrido que tal vez hallase en su basura algo de ese ordenador que hubiese desechado y pudiese serle de interés.

Abraham Danforth había anunciado su candidatura al senado por el estado de Georgia hacía unos pocos meses, y desde entonces ella había estado intentando encontrar algo que pudiera salpicarlo, algo que sirviera para una portada.

Nadie podía estar tan limpio como Abraham Danforth quería hacer creer a todo el mundo que estaba. Tenía que haber algún asunto turbio en su entorno, y estaba resuelta a encontrarlo. Necesitaba desesperadamente conseguir una buena historia si quería avanzar en su carrera de periodista.

Su único consuelo era que Wesley Brooks la había tomado por una vagabunda y que, por poco halagador que fuese, significaba que no sospechaba qué había estado haciendo allí en realidad. Si descubriera que era una reportera, podría demandarla a ella y al periódico entre otras cosas por invasión de la propiedad ajena, sobre todo cuando tenía un cartel que decía claramente: prohibido el paso. Suerte que había dejado aparcado su vehículo a la vuelta de la esquina, al final de la calle.

¡Y pensar que le había ofrecido quinientos dólares! Sacudió la cabeza anonadada. Después de todo el millonario playboy tenía su corazoncito, pensó. O más bien un corazón de oro, se corrigió. Había llegado incluso a ofrecerle compartir su comida con ella… aunque fueran espaguetis de microondas, añadió para sus adentros con una sonrisa.

Dejó escapar otro suspiro mientras se apartaba de la puerta y soltaba las llaves en una bandeja del vestíbulo. Al no haber conseguido hallar nada que manchara directamente la reputación de Abraham Danforth, había decidido intentarlo con la segunda generación del clan.

Así, el mes anterior había creído que había conseguido la historia que necesitaba con el sobrino mayor del candidato a senador: Jacob Danforth. Había descubierto que había dejado embarazada tres años atrás a una antigua compañera de universidad, Larissa Nielsen, y había querido amenazar a la familia con destapar el escándalo de que tenía un hijo no reconocido. Sin embargo, la mujer, que en un principio había optado por ocultarle a Jacob Danforth la existencia de su hijo y criarlo sola, decidió contárselo antes de que ella pudiera escribir sobre ello. Jacob Danforth, por su parte, había hecho lo honorable, casándose con ella y reconociendo a su hijo… y destruyendo así la gran oportunidad de Jasmine.

Entró en el salón de su apartamento y se detuvo junto a la mesita del teléfono, tentada de llamar a Ronnie para decirle un par de cosas por haberla mandado a la boca del lobo, ya que era obvio que el señor Brooks no respondía exactamente a la etiqueta de playboy si se quedaba en casa un sábado por la noche.

Bueno, tampoco tenía por qué ser así necesariamente, claro. Quizá hubiese regresado horas antes con una «amiguita» y estuviese con ella en su dormitorio cuando la había oído hurgando en los cubos de basura. No, no le extrañaría nada. Después de todo era un hombre muy atractivo.

Había visto fotos suyas en los periódicos, pero no era comparable a verlo en carne y hueso. Era endiabladamente sexy, tenía una constitución musculosa pero no fornida, y su tórax era una masa bien definida alfombrada por una ligera mata de vello negro que se perdía bajo la cinturilla de los pantalones.

No era difícil comprender por qué se había quedado paralizada en vez de haber echado a correr nada más haberlo visto. Todavía sentía un intenso calor por todo el cuerpo al pensar en él.

Nunca le había ocurrido nada parecido. El haberse pasado los últimos años detrás de una noticia, intentando hacerse un nombre en el mundo del periodismo, la había hecho olvidar su condición de mujer y lo que era sentirse atraída por un hombre guapo.

Lástima que el hombre que la hubiese hecho recordarlo hubiese tenido que ser Wesley Brooks. Se preguntó qué pasaría si volviera a encontrarse con él y se la presentaran como Jasmine Carmody, reportera del Savannah Morning News. ¿La reconocería? Si así fuera, probablemente se enfadaría muchísimo cuando empezase a atar cabos, pero no quería pensar en eso en aquel momento. Lo que necesitaba era una buena ducha e irse a la cama.

 

 

Cuando salió de la ducha, Jasmine se lió en una gran toalla y empezó a secarse, agradeciendo que el día siguiente fuera domingo y no lunes. Iría a la iglesia y luego, aunque no le apetecía lo más mínimo, iría como cada domingo a almorzar a casa de su padre, y haría lo posible por no permitir que su desagradable madrastra, Evelyn, y sus no menos antipáticas hermanastras, Alyssa y Mallory, la hirieran.

Se preguntó qué aspecto de su persona criticarían en esa ocasión. ¿Volverían a picarla diciéndole que estaba demasiado delgada y que sus formas no eran nada femeninas?, ¿o se burlarían de su incapacidad para encontrar un hombre sólo porque nunca llevaba a ninguno a almorzar?

El que ni Alyssa ni Mallory llevaran nunca tampoco a ninguno no importaba. Era su vida la que era analizada con microscopio y criticada. Sus dos hermanastras eran unas engreídas y unas malcriadas, pero para su madrastra eran las más inteligentes, las más guapas, y las más encantadoras.

A sus veinticuatro años Alyssa todavía no se había independizado, y Mallory, de veintidós se había mudado hacía poco a un apartamento que Jasmine estaba segura que su padre le pagaba, porque no tenía empleo para poder costeárselo. Ella era la única que se ganaba la vida por sí misma, pero a pesar de ello a su madrastra nunca le parecía que hiciera nada bien.

Su madre había muerto cuando ella tenía nueve años, y durante cinco años habían estado solos su padre y ella, pero de pronto, un día, su padre, el doctor James Carmody, le anunció que iba a volver a casarse, y que su nueva esposa tenía dos hijas más o menos de su misma edad. Le había dicho muy ilusionado que iban a ser una familia muy feliz, como la de la serie La tribu de los Brady… pero se había equivocado de parte a parte.

En cuanto Evelyn, Alyssa y Mallory se fueron a vivir con ellos las cosas empezaron a cambiar. Su madrastra se encargó de dejarle muy claro desde el primer momento que sus hijas tenían preferencia sobre ella en todo, excepto en lo que se refería a las tareas de la casa. Ellas habían sido las mimadas, mientras que Jasmine era la que tenía que hacerlo todo, y nunca le había servido de nada quejarse. De hecho, lo único que conseguía quejándose era empeorar las cosas.

Además, por desgracia para ella, al ser médico su padre pasaba mucho tiempo en el hospital, y tardó mucho en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo en su hogar. Sin embargo, quería a Jasmine, y para poner fin a los abusos de poder de su madrastra y sus hermanastras, llegó incluso a amenazar a Evelyn con el divorcio si volvía a enterarse de que trataban injustamente a su hija.

Jasmine sabía que una palabra suya bastaría para que no tuviera que volver a verlas, pero, aunque no les tenía precisamente aprecio, tampoco quería que por su causa acabasen en la calle. Porque, si algo sabía, era que sin el apellido Carmody y sin el dinero de su padre así terminarían a los pocos días. Por eso, aunque siguieron metiéndose con ella y tratándola injustamente, no le dijo jamás nada a su padre.

Al menos no todo eran malos recuerdos en su infancia. Recordaba con mucho cariño a su madre, que había sido una mujer afectuosa y bondadosa, y a su tía Rena, hermana de su madre, que siempre había estado allí para ella hasta que falleciera el verano en que Jasmine cumplió los veintiún años. Ese mismo verano, en su lecho de muerte, su tía le entregó un pequeño cofre con las pertenencias más preciadas de su madre. Eran objetos que su padre le había dado para que los guardara hasta que ella fuera mayor de edad. El doctor Carmody sabía que eran cosas que su primera esposa hubiera querido que Jasmine tuviera, y había temido que si su nueva esposa ponía sus manos sobre ellas se las daría a sus hijas, por lo que se las había confiado a Rena.

Algunas de esas cosas eran piezas de joyería raras y caras que habían ido pasando de una mujer a otra de la familia a lo largo de cuatro generaciones, y la preferida de Jasmine era un precioso medallón-relicario de oro ovalado que su madre había llevado siempre al cuello con una fotografía de ella en su interior. Cuando su tía se lo dio, Jasmine quitó su fotografía, poniendo en su lugar una de su madre, y desde ese día no se lo quitaba para nada.

Instintivamente se llevó una mano al hueco entre sus senos, donde solía descansar, y sus dedos se quedaron muy quietos cuando no lo encontraron allí. Frenética, salió del baño y corrió al cesto de la ropa para buscarlo entre la ropa que se había quitado. Lo había llevado a reparar el año anterior porque se había roto el cierre, y tal vez se hubiese aflojado y se le hubiese quedado enganchado dentro de la sudadera del chándal. Pero no estaba allí.

Buscó por toda la casa, y al no lograr encontrarlo se puso una bata y salió fuera para mirar en el coche. Tampoco estaba allí.

El otro único lugar donde podía estar era en la propiedad de Wesley Brooks. Se puso lívida de sólo pensar que pudiera habérsele caído en el cubo de la basura.

Volviendo a entrar en la casa, Jasmine se apoyó en la puerta con los ojos llenos de lágrimas. Aquel medallón lo era todo para ella, y lo había perdido. Tal vez no se le hubiese caído a la basura, tal vez se le hubiera caído en el jardín, pero aquello no suponía una perspectiva mucho mejor. Después de haberla encontrado en su propiedad esa noche quizá reforzase las medidas de seguridad, y entonces, ¿cómo podría recuperar su medallón?

¿Y si él lo encontraba? Probablemente al ver que se trataba de un objeto de valor pensaría que era de una de sus amiguitas, no de una mujer a la que había tomado por una mendiga.