Arte de amar - Ovidio - E-Book

Arte de amar E-Book

Ovidio

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Beschreibung

Poeta fundamental de la literatura latina, Publio Ovidio Nasón (43 a. C. – 17 d. C.) demostró siempre una enorme facilidad para versificar y una capacidad para combinar los géneros poéticos. Su constante afán de experimentación y su genio creador escapan a cualquier intento de clasificación, pero en sus obras siempre hay una constante: el amor.Una de sus cimas creativas, el irreverente y provocativo Arte de amar, es un sofisticado poema sobre el amor y la seducción, que combina los principios de la elegía amatoria con el género didáctico. En él, el poeta se viste de maestro del amor para dar consejos a los lectores sobre cómo conquistar a la persona amada y mantenerla a su lado, todo ello acompañado de muchos otros elementos heterogéneos, como la vida cotidiana en Roma o los relatos mitológicos. El resultado es un texto lúdico, festivo y casi subversivo que hoy puede disfrutarse casi con la misma intensidad con la que se deleitaron sus contemporáneos.

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Seitenzahl: 233

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Arte de amar

OVIDIO

Arte de amar

prólogo de

rosario moreno soldevila

traducción de

vicente cristóbal

Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 120.

Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

Diseño de la cubierta: Luz de la Mora.

Imagen de la cubierta: Hoika Mikhail/Shutterstock.

© del prólogo: Rosario Moreno Soldevila, 2023.

© de la traducción y las notas: Vicente Cristóbal López.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2024.

Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona

www.rbalibros.com

Primera edición en esta colección: enero de 2024.

rba · gredos

ref.: gebo666

isbn: 978-84-2499-848-6

aura digit·composición digital

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan reproducir algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 0447).

Todos los derechos reservados.

7

CONTENIDO

prólogo

por rosario moreno soldevila, 9

ARTE DE AMAR, 37

9

prólogo

por

rosario moreno soldevila

¿Por qué habríamos de leer el Arte de amarde Ovidio en los tiempos del #MeToo, de la deconstrucción del amor romántico, del desenmascaramiento y la denuncia del he-teropatriarcado? ¿Qué sentido tiene un manual de seduc-ción romano en los tiempos de las aplicaciones informá-ticas para conseguir pareja? ¿Podemos, como lectoras y lectores occidentales del siglo xxi, encontrar algún ali-ciente en un texto escrito en los albores de nuestra era y basado en unos presupuestos socioculturales tan ajenos a los nuestros?

Si tienes este libro entre las manos, es de suponer que las preguntas anteriores no han impedido que sientas cu-riosidad por lo que un poeta latino de época del empera-dor Augusto escribió para un público romano de su tiem-po sobre la seducción y el amor; en definitiva, sobre las relaciones de género. Has hecho bien, porque tu curiosi-dad te va a reportar una lectura amena y divertida, así como un mayor conocimiento de la vida en Roma; sin duda, levantarás una ceja de desaprobación en algunos pasajes, pero también sonreirás cómplice al ver tu reflejo en un poema tan antiguo.

Publio Ovidio Nasón vivió entre el 43 a. C. y el 17 d. C.

10 Rosario Moreno Soldevila

Conocemos muchos datos de su vida porque él mismo escribió un poema autobiográfico (TristesIV 10) y por-que otros autores de la Antigüedad nos hablan de él. Nació en Sulmona un 20 de marzo, en el seno de una familia de rango ecuestre, y se educó en Roma con los maestros de retórica Arelio Fusco y Porcio Latrón. Tam-bién completó su educación con un viaje formativo a Grecia (lo que hoy llamaríamos una «estancia internacio-nal»). A pesar de su formación para ejercer la vida públi-ca, pronto descubrió que lo suyo era la poesía. Formó parte del círculo literario de Mesala, junto con otros poe-tas como Tibulo. Se casó tres veces. Pasó los últimos años de su vida a orillas del mar Negro, pues fue desterrado en el año 8 d. C. por el emperador Augusto. A pesar de sus muchas súplicas, ni Augusto ni su sucesor, Tiberio, levan-taron el castigo.

Ovidio es un poeta que merece la pena leer. En Roma la poesía no era un entretenimiento privado. Más bien ocupaba un papel central en la vida pública y política. De hecho, Ovidio acabó sus días desterrado en Tomis (ac-tual Constanza, en Rumanía), apartado de su familia y sus amigos, de sus lectores y lectoras. No se saben a cien-cia cierta las razones por las que Augusto lo relegó a aquel lugar en los confines del Imperio romano. Carmen et error, «un poema y una falta», aduce el poeta; ese he-cho que le valió el destierro solo podemos intuirlo (tal vez algo relacionado con Julia –la hija del emperador–, que no comulgaba con las restricciones morales impues-tas por la norma social y por su padre); pero sobre el problemático carmenno suele haber dudas: un poema tan irreverente y provocativo como el Arte de amarno debió de gustar en absoluto a un líder como Augusto, como veremos. Sin embargo, no debemos ver a Ovidio

Prólogo11

como un artista opositor a un régimen. Nada más lejos de la realidad. Más bien, como un creador libre, un expe-rimentador, un poeta por encima de todas las cosas.

Cualquiera de sus obras conservadas corrobora estas afirmaciones. Es un poeta inclasificable que juega con los límites, que experimenta, que conmueve al público y que deja huella. Ya desde sus primeras obras, los Amoresy las Heroidas, el amor es omnipresente. En los Amores, Ovidio ofrece su propia versión de la elegía amatoria, un género que se había puesto de moda, llevado a su cénit por los poetas (contemporáneos) Tibulo y Propercio; pero nuestro poeta le da una vuelta de tuerca, estira has-ta el límite el chicle de los presupuestos amorosos, de los personajes y las situaciones que encontramos en esta for-ma de poesía genuinamente romana. En las Heroidasco-bran voz a través de él las heroínas de los mitos y leyen-das, siempre relegadas a los márgenes, siempre definidas como «amantes de», «esposas de». Aquí recuperan el protagonismo y la centralidad en la relación amorosa y son ellas (aunque también hay cartas de respuesta de al-gunos héroes) las que escriben a sus maridos y amantes: el mito se cuenta a través de su mirada. Ovidio inaugura con las Heroidasuna tradición que está muy de actuali-dad: las reescrituras del mito desde la perspectiva de sus protagonistas femeninas (con autoras como Margaret Atwood, Ursula K. Le Guin, Pat Barker, Natalie Haynes, Madeline Miller y muchísimas otras).

ElArte de amar(Ars Amatoriaen latín), por su parte, conserva el amor como tema central, pero adquiere una textura diferente al adoptar las formas de la poesía di-dáctica. Es lo que llamamos erotodidaxis, poesía didácti-ca sobre el amor. Los tres libros de esta obra forman un ciclo con otras dos que también te encandilarán: los Re-

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medios contra el amory los Cosméticos para el rostro femenino, este último conservado fragmentariamente. Tras ellos, encontramos las dos grandes obras de Ovidio, la monumental Metamorfosisy los inacabados Fastos. El mito y la leyenda, presentes ya en la obra didáctica y en las Heroidas, son la materia de estos poemas. Los quince libros de las Metamorfosisse componen de un sinfín de historias míticas y legendarias cuyo hilo conductor son las transformaciones, el cambio. Se trata de un libro for-midable, de una exquisita complejidad disfrazada de sen-cillez, cuyo impacto en la literatura y el arte occidental no tiene parangón: el arte europeo no se entiende sin las Metamorfosisde Ovidio. Es un libro bello, pero que en-cierra una gran violencia, sobre todo contra las mujeres: la historia de la humanidad desde sus albores es un con-tinuo de brutalidad y abuso, de silenciamiento de las oprimidas. En la transformación de Dafne en laurel, en la mutilación de Filomela y en tantos otros relatos vemos ese doble proceso de violencia y silenciamiento que ha sido el leitmotivde tantas vidas de mujeres a lo largo del tiempo. Los Fastosquedaron a la mitad, sin terminar. Es posible que el destierro pusiera fin a este proyecto monu-mental basado en el calendario romano, sus fiestas y ritos.

El destierro, en cambio, propició las dos últimas obras de nuestro poeta: las Tristesy las Pónticas, misivas poé-ticas enviadas desde la periferia al centro, desde la orilla del mar Negro (conocido en la Antigüedad como Ponto Euxino) a Roma. En ellas, el elemento autobiográfico está más presente que en ninguna otra obra ovidiana. Si tuviera que quedarme con un poema de todos los que componen estas colecciones (y son muchos, todos memo-rables), me quedaría con la elegía III 7 de las Tristes, una carta dirigida a una muchacha, Perila, probablemente el

Prólogo13

pseudónimo de la hija de su esposa. Perila posee el mis-mo don que su padrastro, el de la composición poética, que él ha fomentado ejerciendo de maestro. Ovidio elo-gia su arte, la anima a seguir escribiendo y a publicar su obra: la literatura es lo único que nos hace inmortales, le dice a la joven.

Como ves, aunque hace poco más de un lustro que celebramos el bimilenario de su muerte, en Ovidio pode-mos encontrar muchas afinidades, muchas inquietudes que apelan a nuestro tiempo. Cada época ha encontrado un motivo para leerlo y la nuestra no iba a ser menos. La prueba es esta edición que tienes entre tus manos. Tenía razón Ovidio en su carta a Perila, tenía razón en la última palabra de las Metamorfosis: Vivam(«¡viviré!»). De he-cho, el Arte de amarnunca ha dejado de leerse, de inspi-rar: el poeta hispano Marcial fue un gran admirador y seguidor, y su contemporáneo el retórico Quintiliano también encuentra algo de valor en su obra a pesar de que considera al autor «demasiado pagado de su inge-nio» (Institución OratoriaX 88). En la Edad Media, el poema deja su huella en obras como Pamphiluso el Ro-man de la Rose, por citar solo algunos ejemplos palma-rios, y grandes obras de nuestra literatura, como El libro de buen amoro La Celestina, son claras herederas de la erotodidaxis ovidiana.

El Arte de amares un poema erotodidáctico compuesto por tres libros. La misma definición del poema ya nos ha-bla de mezcla: es un poema didáctico sobre el amor. Los principios sobre los que se sustenta son los de la elegía amatoria, género cultivado por Tibulo, Propercio y el mismo Ovidio en sus Amores. Por eso, el metro utilizado

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es el propio de ese tipo de poesía (el dístico elegíaco): de ahí que la musa Talía (I 263) viaje «montada en un carro de ruedas desiguales» (el dístico está formado por un ver-so más largo y otro más corto: el hexámetro y el pentá-metro). Se separa así Ovidio de la tradición latina de la poesía didáctica, escrita en el metro de la épica, el hexá-metro dactílico. Sin embargo, aunque la apariencia ex-terna sea diferente, Ovidio admira y responde a los dos grandes poetas romanos que le precedieron en el género didáctico: Lucrecio, autor de un poema físico-filosófico sobre la naturaleza, y Virgilio, que en sus cuatro Geórgi-casdesgranó los trabajos del campo, la agricultura, la ganadería y la apicultura. No se debe olvidar que el ma-gisterio amatorio ya estaba presente en la elegía: hay poe-mas exclusivamente dedicados a la enseñanza en lides de amor y seducción entre los poemas elegíacos de Tibulo, Propercio y del propio Ovidio.

Así, nuestro poema es híbrido, un cruce entre elegía amatoria y obra didáctica; pero también combina mu-chos otros elementos heterogéneos, como la vida cotidia-na en Roma y los relatos mitológicos, la vida urbanita y los ecos del mundo rural y natural, por poner solo algu-nos ejemplos. La obra tiene una estructura tripartita: los dos primeros libros están dedicados a los hombres y tie-nen como finalidad enseñarles a seducir y conservar a la amada; el tercer libro está destinado a las mujeres y les otorga así también a ellas un rol activo en el cortejo y la seducción (aunque ya veremos que, en el fondo, supedi-tado al hombre). Ovidio presenta el tercer libro como una secuela, pero parte de la crítica piensa que desde el principio el poeta había diseñado la obra en tres libros. Los dos primeros debieron de publicarse entre el año 2 a. C. y el 2 d. C. Si el tercero se publicó de manera indepen-

Prólogo15

diente, lo más seguro es que fuera poco después, aunque esta cuestión es también controvertida: es posible también que Ovidio concibiera el conjunto de su obra erotodidác-tica (los tres libros del Arsy el libro de Remedia amoris) como un todo en cuatro libros, como las Geórgicasde Vir-gilio. Quedémonos con el dato de que fueron poemas com-puestos y publicados justo en el cambio de era.

Ovidio parte del principio de que todo se puede apren-der: quien tiene un objetivo puede conseguirlo si sabe cómo hacerlo y si persevera. El amor no es sino un juego que tiene unos jugadores, unas reglas y un tablero. Como se ha dicho, en los dos primeros libros, el poeta –o su alter ego, el maestro de amor– ofrece las instrucciones del juego a unos jugadores (los hombres), mientras que el tercero explica las reglas al resto de contrincantes (las mujeres). El tablero será Roma entera, el gran escenario del flirteo y la seducción. Ovidio no usa la metáfora del juego de azar, sino la de otra actividad en la que intervie-ne el esfuerzo y la suerte: la caza. Roma es un gran coto de caza, rebosante de lugares donde avistar y abatir una presa. La pesca también se menciona. Pero, aunque caza y pesca fueran tareas en principio masculinas, las metáfo-ras venatoria y piscatoria funcionan en los dos sentidos, tanto para los hombres como para las mujeres:

Bien sabe el cazador dónde debe extender las redes a los ciervos, bien sabe en qué valle tiene su morada el rabioso jabalí. A los pajareros les son familiares las enramadas; el que sujeta el anzuelo conoce en qué aguas nadan los peces en abundancia. También tú, que buscas materia para un amor duradero, entérate antes en qué lugar menudean las jóvenes (I 45-50).

El azar prevalece en todo momento: ten siempre echa-do el anzuelo; en el remolino donde menos te lo piensas,

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habrá un pez. A veces los perros vagan inútilmente por los montes boscosos y a la red llega un ciervo sin que nadie lo acose (III 425-428).

Roma ofrece un gran coto de caza, un enorme lago, un catálogo inagotable de piezas para elegir. En los primeros versos, el poeta introduce el espacio, el escenario, la pro-pia urbe: metrópoli multicultural y abigarrada con una paleta para todos los gustos. Los espacios públicos, que en otras obras literarias nos recuerdan la grandeza de Roma junto con el poder de la élite y la familia imperial, aquí no son sino decorados para la seducción, para el gran teatro del flirteo: pórticos, foros, teatros, el circo. Con una técnica magistral, el autor nos va llevando por distintos lugares de Roma en un gran plano secuencia, pero también a vista de dron, como cuando se describe a las mujeres que asisten al teatro como hileras de hormi-gas o abejas que acuden al panal. Cualquier lugar de en-cuentro social puede resultar propicio para enamorar: ocasiones festivas como los banquetes, los desfiles triun-fales, las carreras de caballos; pero el amor puede surgir hasta en un funeral. Los lugares de veraneo tampoco pueden faltar: Bayas –la Marbella de los romanos–, lu-gar paradisíaco de lujo y excesos, también resulta un es-cenario ideal para estas lides.

Pero el galán no solo debe tener en cuenta las coorde-nadas espaciales: el tiempo es también un factor crucial en el juego de la seducción. La receta del éxito es la com-binación de ocasión y paciencia. Como en otras activida-des humanas (por ejemplo, la agricultura o la navega-ción), también para la conquista amorosa hay momentos más propicios que hay que aprovechar. En cualquier caso, las tácticas de seducción no tienen un efecto inme-

Prólogo17

diato. Hay que aprender a perseverar, porque el tiempo puede ser un buen aliado para el seductor.

El proceso de la seducción está imbuido de lenguaje bélico. Solo en el párrafo anterior leemos las palabras «tácticas», «aliado» y, sobre todo, «conquista». Ya en la Antigüedad encontramos la equiparación del enamorado con el soldado y del amor con la guerra. Es el archicono-cido motivo literario de la militia amoris. El desarrollo más famoso de esta imagen lo encontramos en uno de los Amoresde Ovidio (I 9), que comienza: Militat omnis amans(«Todo enamorado es un soldado»), pero tam-bién aflora una y otra vez en el Arte de amar: «Tú que por primera vez vienes como soldado a revestirte con ar-mas nuevas...» (I 36). El galán es un soldado (miles), las mujeres de Roma, un batallón (66 agmen); las técnicas de seducción son armas (36 arma). Con todo, no solo el va-rón debe ser un aguerrido soldado y cazador; ellas, tam-bién. Al principio del libro tercero, dedicado a las muje-res, Ovidio retoma la imagen bélica y compara a sus discípulas –las lectoras de ese libro– con las legendarias amazonas: hombres y mujeres deben ir al combate en igual-dad de condiciones, de ahí que el poeta se vea obligado a dar «armas» (es decir, instrucción en materia amatoria) también a ellas.

Aunque hablemos de imágenes, metáforas, motivos y tópicos, no podemos olvidar que estos no son inocentes ni están desligados de la realidad de la que surgen. La comparación entre amor y guerra no es baladí, no es un simple juego de poetas, sino que está íntimamente ligada a un elemento subyacente en las relaciones amorosas de la Antigüedad y en general de casi todas las épocas: la violencia. Las Metamorfosisde Ovidio, ya lo hemos dicho, constituyen un brutal catálogo de violaciones sin

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cuento en las que hay un vencedor y una vencida. Por otro lado, bajo el gobierno de Augusto Roma se está re-cuperando de una larga época de guerras civiles, sin olvi-dar que es un Estado en permanente guerra exterior, como recuerda el excurso sobre la campaña en Oriente de Gayo César y el imaginado desfile triunfal que vendrá después (I 177-228); el propio desfile militar se convierte en una ocasión propicia para la seducción.

Sea como fuere, encontraremos en el Arte de amarecos de este lenguaje bélico aplicado al amor, pero también vio-lencia real contra las mujeres en contexto amatorio. Así, cuando Ovidio recomienda los «concurridos espectácu-los» como lugar de conquista, inmediatamente recuer-da, en un extenso excurso legendario, un acto de violencia masiva contra las mujeres, el famoso «rapto de las sabi-nas». En algunos pasajes, llega a recomendar incluso el uso de la violencia, que exhibe los rasgos manifiestos de la cultura de la violación que tanto trabajo nos está cos-tando erradicar aún en el siglo xxi. En cambio, en otras partes de la obra, Ovidio aboga por la amabilidad con la amada y rechaza la violencia contra ella: «los combates sean contra los partos, pero con tu elegante amiga haya paz, alegría y todo lo que es capaz de provocar el amor» (II 175-176). También a las mujeres aconseja ser amables usando de nuevo un término que para Augusto tenía una gran resonancia política, la paz (pax). Todavía se conser-va en Roma el monumento que se levantó para conme-morar, tras las campañas victoriosas de Augusto, la ins-tauración de la paz: el Ara Pacis. Como vemos, Ovidio pone en solfa, soterradamente, todas las proclamas e hi-tos simbólicos de la propaganda augústea.

Con todo, las imágenes de violencia no solo proceden del mundo cinegético y bélico, es decir, del ámbito huma-

Prólogo19

no, sino que por doquier –como es habitual en la poesía amatoria de la Antigüedad– el mundo animal ofrece in-numerables términos de comparación para los intentos de agresión sexual: si las muchachas romanas que acu-den al teatro son comparadas con hileras de hormigas y enjambres de abejas (I 93-97), a las sabinas raptadas en época de Rómulo durante un espectáculo se las equipara a palomas que huyen de las águilas y a la cordera teme-rosa del lobo (I 117-118); el troyano Paris es comparado con el gavilán y el lobo, Helena de Esparta con palomas y ovejas (II 363-364); pero también la imagen de la loba y el águila se aplica a las mujeres en el libro III (III 419-420), y el amante es comparado con la liebre (III 662). El fenómeno natural de la depredación no es el único eco del mundo animal que sirve para ilustrar las relaciones de género: Ovidio recurre a las hembras en celo (vacas y yeguas) para ejemplificar que el deseo sexual de las muje-res es más fuerte que el de los hombres (I 279-280); el proceso de la seducción se compara con el de la domesti-cación de novillos y caballos (I 471-472), incluso de ti-gres y leones (II 183-184); el galán arisco y pendenciero es comparado con el gavilán y los lobos (II 147-148); la muchacha que se deja camelar por los requiebros se equi-para al pavo real y a los caballos de carreras (I 627-630); la mujer airada por una infidelidad del amante sería como el jabalí, la leona y la víbora (II 363-377); las amo-rosas palomas sirven de ejemplo para la reconciliación (II 465-466); y un sinfín de especies copulando ilustra la importancia de las relaciones sexuales también para las pa-rejas humanas (II 481-488).

Pero antes de llegar al encuentro sexual, tema con el que culminan los libros II y III, detengámonos en otros aspectos de interés. ¿Qué es más importante para la em-

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presa del amor: la apariencia o la elocuencia? ¿La belleza o la palabra? En los tres libros, Ovidio dedica extensos pasajes a la belleza y al arreglo. La belleza natural no lo es todo y, además, tiene el problema de que no dura para siempre. Hay que mantener un difícil equilibrio entre lo natural y lo artificial. Por otro lado, no es de extrañar que en un poema sobre la seducción se enfatice la impor-tancia del lenguaje en todo el proceso. El lenguaje tam-bién es una mezcla de lo natural y lo artificial, sobre todo cuando está sometido a las reglas de la retórica y la ora-toria. El lenguaje no solo sirve para comunicar, sino tam-bién para crear la realidad, para modificarla y adulterar-la. En tiempos de posverdad, fake newsy otras nociones afines, debemos saber que ya los clásicos eran conscien-tes del poder absoluto del lenguaje para crear realidades.

En su juventud, Ovidio estudió oratoria, como todo niño bien romano, pero pronto decidió que lo suyo no era el derecho, sino la poesía. En el Arte de amar, en cam-bio, recomienda a los jóvenes que aprendan este arte, la oratoria, pero no solo con las miras puestas en un futuro profesional o la carrera política, sino también sabiendo que un «pico de oro» tiene las de ganar en el foro de la seducción:

Aprende, juventud de Roma, las buenas artes –yo te lo aconsejo–, y no solo con vistas a la defensa de los reos que tiemblan de miedo: del mismo modo que el pueblo y el se-vero juez y el distinguido senado, así la joven se someterá a ti, prendida de tu oratoria (I 459-462).

El foro y el teatro tienen mucho en común. El orador es en parte un actor; ficción y realidad se confunden por-que las palabras crean una nueva realidad. Así, el fingi-

Prólogo21

miento y la mentira se entrelazan con la verdad, pero siempre de manera sutil para que no sea evidente. En no pocas ocasiones, el praeceptor amoris–el maestro de amor– aconseja echar mano de la imaginación y el enga-ño: por ejemplo, durante el desfile triunfal, el galán pue-de inventarse nombres de pueblos enemigos y su geo-grafía (I 227-228). El seductor debe fingir sin que se note: simular amor o solo amistad, aparentar ebriedad, hasta las lágrimas pueden brotar a voluntad. Las pro-mesas, los requiebros, forman parte de esa realidad creada por las palabras para conseguir un objetivo preciso: con-quistar a la amada. Y ahí vale todo: «Únicamente pro-cura al decir estas cosas que no se note que estás disimu-lando y no arruines tus palabras con la expresión de tu rostro» (II 311-312).

Junto con la palabra hablada, la escrita también es crucial en el cortejo amoroso. La carta ha sido el medio de comunicación privado por antonomasia hasta épocas muy recientes. También en la Antigüedad. No faltan con-sejos en el Arte de amarsobre la etiqueta de la correspon-dencia amorosa y las estrategias para una comunicación exitosa. También en la comunicación escrita el maestro de amor aconseja una cierta dosis de impostura. En el li-bro III dedica mucha atención a las cartas de amor. A su alumnado femenino aconseja que examine bien las misi-vas que reciba para poder determinar si su supuesto ena-morado muestra verdadero interés: cuando esté segura puede responder, pero no inmediatamente. Hacer espe-rar a la contraparte es una estrategia infalible para incre-mentar su interés. Todo en su justa medida. El maestro de amor tiene consejos de todo tipo: tanto sobre aspec-tos de estilo (recomienda corrección y sencillez) como sobre cuestiones de procedimiento.

22 Rosario Moreno Soldevila

La comunicación, pues, resulta un aspecto fundamen-tal en el juego del amor, pero ¿dónde queda entonces la belleza? En elArte de amarse dedica mucho espacio a la hermosura natural y a cómo enaltecerla con moderación. Los hombres no deben pasarse con el arreglo: nada de rizarse el pelo ni de depilarse, solo mucha higiene, pulcri-tud en el vestido y calzado, un buen corte de pelo y afei-tado. Además, a los hombres se les dice que la belleza es perecedera y que no pueden confiar en sus cualidades fí-sicas para siempre: hay que completarlas con cualidades morales e intelectuales. Para contrarrestar los efectos ne-gativos del paso del tiempo sobre el físico, hay que culti-var el espíritu, aprender las artes liberales y dominar el griego y el latín: humanidades e idiomas como herra-mientas de seducción.

En cambio, el apartado dedicado a los estragos de la edad en la belleza femenina tiene un enfoque totalmente distinto: ahí encontramos el reverso tenebroso (o lado oscuro) del carpe diem. A la mujer se le dice que, como la belleza es perecedera y pronto viene la implacable vejez, debe entregarse al hombre que la pretende antes de que sea demasiado tarde (III 59-88). No obstante, el maestro de amor añade numerosos consejos para enaltecer la be-lleza femenina, siempre en función de las cualidades físi-cas de cada una: distintos peinados según la forma de la cara (III 135-158), uso de tintes y pelucas (159-168), dis-tintos tonos en el vestido según el color de la piel (169-192), consejos de aseo y maquillaje (193-204), etc. El propio poeta introduce una cuña publicitaria y recuerda al público lector su tratado sobre cosmética:

Tengo escrito un tratado en el que doy detalle sobre los cosméticos para vuestro embellecimiento, libro breve, pero

Prólogo23

obra de gran valía, por el esmero con que la hice. En él tam-bién podréis encontrar remedio para los desperfectos de la belleza (III 205-207).

Es difícil tener un cuerpo perfecto. En el libro anterior, el maestro de amor había aconsejado a los galanes acos-tumbrarse a los pequeños defectos físicos de sus amadas e incluso dejar de verlos como tales, encontrando un ad-jetivo favorable para cada posible imperfección (II 657-662). En el libro III, en cambio, el experto en cosmética despliega todos sus conocimientos, no sin un cierto tono humorístico o satírico. Lo primero y principal es que el amante no vea a su amada cuando se está maquillando