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Ovidio

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Beschreibung

La obra maestra de Ovidio: Las Metamorfosis, es un poema que retrata la transformación de las personas en animales, ríos y piedras. La narración se centra en el momento de las metamorfosis, no tanto en la vida de las metamorfosis. Escrito en latín y traducido por Bocage, es un poema continuo con transiciones abruptas en los quince libros "Metamorfosis" es una obra literaria fascinante y de gran importancia histórica y cultural. A través de la obra de Ovidio, podemos aprender mucho sobre la mitología greco-romana y sobre la naturaleza humana en general. Es una obra que sigue cautivando a los lectores de todas las edades y que ha dejado un legado duradero en la literatura mundial.

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Ovidio

METAMORFOSIS

Primera edición

Titulo original:

“Methamorphoseon”

Prefacio

Amigo lector,

Reconocido como el último de los grandes poetas de la época de Augusto, Ovidio superó a todos sus predecesores en inteligencia y elegancia. Cambiando una exitosa carrera política por una vida de poesía, Ovidio encontró el éxito inmediato con sus primeras incursiones en las elegías de amor.

La obra maestra de Ovidio: Las Metamorfosis, es un poema que retrata la transformación de las personas en animales, ríos y piedras. La narración se centra en el momento de las metamorfosis, no tanto en la vida de las metamorfosis. Escrito en latín y traducido por Bocage, es un poema continuo con transiciones abruptas en los quince libros a través de la apoteosis de Julio César y la edad de Augusto.

La obra presenta más de doscientos mitos griegos y romanos, entre ellos: Perseo y Andrómeda, Dédalo e Ícaro, Pitágoras Cadmo y Armonía, Júpiter y Europa y Hércules. La obra Las metamorfosis es considerada una de las más importantes de la cultura occidental y la calidad y precisión de Ovidio encantó a grandes autores como Shakespeare y Montaigne y encanta a los lectores hasta el día de hoy.

Excelente y enriquecedora lectura.

LeBooks Editora

Sumario

PRESENTACIÓN

LIBRO I

LIBRO II

LIBRO III

LIBRO IV

LIBRO V

LIBRO VI

LIBRO VII

LIBRO VIII

LIBRO IX

LIBRO X

LIBRO XI

LIBRO XII

LIBRO XIII

LIBRO XIV

LIVRO XV

PRESENTACIÓN

OVÍDIO (Públio Ovídio Nasão)

(42 a.C. - 18 d.C)

Reconocido como el último de los grandes poetas de la época de Augusto, Ovidio superó a todos sus predecesores en inteligencia y elegancia.

Después de abandonar una carrera política en favor de una vida de poesía dentro de los círculos de moda y los bastiones literarios de Roma, Ovidio encontró un éxito inmediato con sus primeras incursiones en las elegías amorosas. Aunque dedicó la mayor parte de su carrera al género elegíaco, quizás sea más conocido por el gran poema mitológico Metamorfosis, su única obra en la tradición épica. Teniendo como motivo unificador el cambio de cuerpos, el tema central del amor y las narrativas relacionadas que se reproducen continuamente, Metamorfosis constituye el vértice de todo el virtuosismo de Ovidio. El poema es a la vez un catálogo de mitología y un examen académico de la convención y herencia literaria.

En el apogeo de su éxito, en el año 8 d.C., Ovidio fue exiliado a Tomis, uno de los confines más remotos del imperio, por motivos que aún siguen siendo un misterio. La sospecha es que, detrás de la acusación formal de inmoralidad de su poesía, fue castigado por un escándalo de adulterio que involucró a la nieta del emperador. Fuera del centro de atención, Ovidio volvió a sus raíces elegíacas, lamentando su separación de la sociedad para la que había escrito su poesía y que había aplaudido tan ardientemente su excelencia poética. El exilio marcó un cambio abrupto en el tono y estilo de sus escritos, que pasaron a ser melancólicos e introspectivos. La producción del exilio, sin embargo, delata la misma pasión por su propia fama y por la permanencia de su poesía que ya caracterizó sus obras en Roma. De hecho, fue apropiado que Ovidio haya seguido siendo una presencia influyente en el canon occidental.

Ovidio fue uno de los poetas más populares de la antigua Roma y tuvo un gran impacto en la literatura europea posterior. Es conocido por sus historias cautivadoras y su habilidad para retratar la naturaleza humana. Sus obras fueron ampliamente leídas e influenciaron a muchos escritores a lo largo de los siglos.

Sobre la Obra: Las Metamorfosis

Metamorfosis" es un poema épico escrito por Ovidio. El libro consta de 15 libros, que contienen más de 250 mitos e historias de la mitología griega y romana, presentadas en orden cronológico, desde la creación del mundo hasta la transformación de Julio César en una estrella después de su muerte. El libro es considerado una de las obras más importantes de la literatura latina.

"Metamorfosis" es una de las obras más famosas de Ovidio y es considerada una de las obras más importantes de la literatura latina. El libro presenta historias de dioses, héroes y mortales que sufren transformaciones en animales, plantas y objetos inanimados. Estas transformaciones son a menudo el resultado de amor, venganza o castigo divino.

"Metamorfosis" es una obra literaria fascinante y de gran importancia histórica y cultural. A través de la obra de Ovidio, podemos aprender mucho sobre la mitología greco-romana y sobre la naturaleza humana en general. Es una obra que sigue cautivando a los lectores de todas las edades y que ha dejado un legado duradero en la literatura mundial.

LIBRO I

Invocación

Me lleva lleva el ánimo a decir las mutadas formas

a nuevos cuerpos: dioses, estas empresas mías

– pues vosotros los mutasteis – aspirad,

y, desde el primer origen del cosmos

hasta mis tiempos, perpetuo desarrollad mi poema.

El origen del mundo

5Antes del mar y de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo, uno solo era de la naturaleza el rostro en todo el orbe, al que dijeron Caos, ruda y desordenada mole

y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él, unas discordes simientes de cosas no bien unidas.

10Ningún Titán todavía al mundo ofrecía luces,

ni nuevos, en creciendo, reiteraba sus cuernos Febe,

ni en su circunfuso aire estaba suspendida la tierra, por los pesos equilibrada suyos, ni sus brazos por el largo margen de las tierras había extendido Anfitrite,

15y por donde había tierra, allí también ponto y aire: así, era inestable la tierra, innadable la onda, de luz carente el aire: ninguno su forma mantenía,

y estorbaba a los otros cada uno, porque en un cuerpo solo lo frío pugnaba con lo caliente, lo humedecido con lo seco, 20lo mullido con lo duro, lo sin peso con lo que tenía peso.

Tal lid un dios y una mejor naturaleza dirimió,

pues del cielo las tierras, y de las tierras escindió las ondas, y el fluente cielo segregó del aire espeso.

Estas cosas, después de que las separó y eximió de su ciega acumulación, 25disociadas por lugares, con una concorde paz las ligó.

La fuerza ígnea y sin peso del convexo cielo rieló y un lugar se hizo en el supremo recinto.

Próximo está el aire a ella en levedad y en lugar.

Más densa que ellos, la tierra, los elementos grandes arrastró 30y presa fue de la gravedad suya; el circunfluente humor lo último poseyó y contuvo al sólido orbe.

Así cuando dispuesta estuvo, quien quiera que fuera aquel, de los dioses,

esta acumulación sajó, y sajada en miembros la rehízo.

En el principio a la tierra, para que no desigual por ninguna 35parte fuera, en forma la aglomeró de gran orbe;

entonces a los estrechos difundirse, y que por arrebatadores vientos se entumecieran ordenó y que de la rodeada tierra circundaran los litorales.

Añadió también fontanas y pantanos inmensos y lagos,

y las corrientes declinantes ciñó de oblicuas riberas, 40las cuales, diversas por sus lugares, en parte son sorbidas por ella, al mar arriban en parte, y en tal llano recibidas

de más libre agua, en vez de riberas, sus litorales baten.

Ordenó también que se extendieran los llanos, que se sumieran los valles, que de fronda se cubrieran las espesuras, lapídeos que se elevaran los montes.

45Y, como dos por la derecha y otras tantas por su siniestra parte, el cielo cortan unas fajas – la quinta es más ardiente que aquéllas – igualmente la carga en él incluida la distinguió con el número mismo el cuidado del dios, y otras tantas llagas en la tierra se marcan.

De las cuales la que en medio está no es habitable por el calor.

50Nieve cubre, alta, a dos; otras tantas entre ambas colocó y templanza les dio, mezclada con el frío la llama.

Domina sobre ellas el aire, el cual, en cuanto es, que el peso de la tierra, su

peso, que el del agua, más ligero, en tanto es más pesado que el fuego.

Allí también las nieblas, allí aposentarse las nubes

55ordenó, y los que habrían de conmover, los truenos, las humanas mentes, y con los rayos, hacedores de relámpagos, los vientos.

A ellos también no por todas partes el artífice del mundo que tuvieran el aire les permitió. Apenas ahora se les puede impedir a ellos, cuando cada uno gobierna sus soplos por diverso trecho, 60que destrocen el cosmos: tan grande es la discordia de los hermanos.

El Euro a la Aurora y a los nabateos reinos se retiró, y a Persia, y a las cimas sometidas a los rayos matutinos.

El Anochecer y los litorales que con el caduco sol se templan, próximos están al Céfiro; Escitia y los Siete Triones 65horrendo los invadió el Bóreas. La contraria tierra con nubes asiduas y lluvia la humedece el Austro.

De ello encima impuso, fluido y de gravedad carente,

el éter, y que nada de la terrena hez tiene.

Apenas así con lindes había cercado todo ciertas,

70cuando, las que presa mucho tiempo habían sido de una calina ciega, las estrellas empezaron a hervir por todo el cielo,

y para que región no hubiera ninguna de sus vivientes huérfanos,

los astros poseen el celeste suelo, y con ellos las formas de los dioses; cedieron para ser habitadas a los nítidos peces las ondas, 75la tierra a las fieras acogió, a los voladores el agitable aire.

Más santo que ellos un viviente, y de una mente alta más capaz, faltaba todavía, y que dominar en los demás pudiera:

nacido el hombre fue, sea que a él con divina simiente lo hizo aquel artesano

de las cosas, de un mundo mejor el origen, 80sea que reciente la tierra, y apartada poco antes del alto éter, retenía simientes de su pariente el cielo;

a ella, el linaje de Jápeto, mezclada con pluviales ondas, la modeló en la efigie de los que gobiernan todo, los dioses, y aunque inclinados contemplen los demás vivientes la tierra, 85una boca sublime al hombre dio y el cielo ver

le ordenó y a las estrellas levantar erguido su semblante.

Así, la que poco antes había sido ruda y sin imagen, la tierra se vistió de las desconocidas figuras, transformada, de los hombres.

Las edades del hombre

Áurea la primera edad engendrada fue, que, sin defensor ninguno, 90por sí misma, sin ley, la confianza y lo recto honraba.

Castigo y miedo no habían, ni palabras amenazantes en el fijado bronce se leían, ni la suplicante multitud temía

la boca del juez suyo, sino que estaban sin defensor seguros.

Todavía, cortado de sus montes para visitar el extranjero 95orbe, a las fluentes ondas el pino no había descendido, y ningunos los mortales, excepto sus litorales, conocían.

Todavía vertiginosas no ceñían a las fortalezas sus fosas.

No la tuba de derecho bronce, no de bronce curvado los cuernos, no las gáleas, no la espada existía. Sin uso de soldado 100sus blandos ocios seguras pasaban las gentes.

Ella misma también, inmune, y de rastrillo intacta, y de ningunas rejas herida, por sí lo daba todo la tierra,

y, contentándose con unos alimentos sin que nadie los obligara creados, las crías del madroño y las montañas fresas recogían, 105y cornejos, y en los duros zarzales prendidas las moras y, las que se habían desprendido del anchuroso árbol de Júpiter, bellotas.

Una primavera era eterna, y plácidos con sus cálidas brisas acariciaban los céfiros, nacidas sin semilla, a las flores.

Pronto, incluso, frutos la tierra no arada llevaba,

110y no renovado el campo canecía de grávidas aristas.

Corrientes ya de leche, ya corrientes de néctar pasaban, y flavas desde la verde encina goteaban las mieles.

Después de que, Saturno a los tenebrosos Tártaros enviado, bajo Júpiter el cosmos estaba, apareció la plateada prole, 115que el oro inferior, más preciosa que el bermejo bronce.

Júpiter contrajo los tiempos de la antigua primavera

y a través de inviernos y veranos y desiguales otoños y una breve primavera, por cuatro espacios condujo el año.

Entonces por primera vez con secos hervores el aire quemado 120se encandeció, y por los vientos el hielo rígido quedó suspendido.

Entonces por primera vez entraron en casas, casas las cavernas fueron, y los densos arbustos, y atadas con corteza varas.

Simientes entonces por primera vez, de Ceres, en largos surcos sepultadas fueron, y hundidos por el yugo gimieron los novillos.

125Tercera tras aquella sucedió la broncínea prole,

más salvaje de ingenios y a las hórridas armas más pronta, no criminal, aun así; es la última de duro hierro.

En seguida irrumpió a ese tiempo, de vena peor,

toda impiedad: huyeron el pudor y la verdad y la confianza, 130en cuyo lugar aparecieron los fraudes y los engaños y las insidias y la fuerza y el amor criminal de poseer.

Velas daba a los vientos, y todavía bien no los conocía el marinero, y las que largo tiempo se habían alzado en los montes altos en oleajes desconocidos cabriolaron, las quillas,

135y común antes, cual las luces del sol y las auras, el suelo, cauto lo señaló con larga linde el medidor.

Y no sólo sembrados y sus alimentos debidos se demandaba al rico suelo, sino que se entró hasta las entrañas de la tierra, y las que ella había reservado y apartado junto a las estigias sombras, 140se excavan esas riquezas, aguijadas de desgracias.

Y ya el dañino hierro, y que el hierro más dañino el oro había brotado: brota la guerra que lucha por ambos,

y con su sanguínea mano golpea crepitantes armas.

Se vive al asalto: no el huésped de su huésped está a salvo, 145no el suegro de su yerno, de los hermanos también la gracia rara es.

Acecha para la perdición el hombre de su esposa, ella del marido, cetrinos acónitos mezclan terribles madrastras,

el hijo antes de su día inquiere en los años del padre.

Vencida yace la piedad, y la Virgen, de matanza mojadas, 150la última de los celestes, la Astrea, las tierras abandona.

La Gigantomaquia

Y para que no estuviera que las tierras más seguro el arduo éter, que aspiraron dicen al reino celeste los Gigantes,

y que acumulados levantaron hacia las altas estrellas sus montes.

Entonces el padre omnipotente enviándoles un rayo resquebrajó 155el Olimpo y sacudió el Pelión del Osa, a él sometido; sepultados por la mole suya, al quedar sus cuerpos siniestros yacentes, regada de la mucha sangre de sus hijos dicen

que la Tierra se impregnó, y que ese caliente crúor alentó, y para que de su estirpe todo recuerdo no desapareciera, 160que a una faz los tornó de hombres. Pero también aquel ramo despreciador de los altísimos y salvaje y avidísimo de matanza y violento fue: bien sabrías que de sangre habían nacido.

El concilio de los dioses (I)

Lo cual el padre cuando vio, el Saturnio, en su supremo recinto, gime hondo, y, todavía no divulgados por recién cometidos, 165los impuros banquetes recordando de la mesa de Licaón, ingentes en su ánimo y dignas de Júpiter concibió unas iras, y el consejo convoca; no retuvo demora ninguna a los convocados.

Hay una vía sublime, manifiesta en el cielo sereno:

Láctea de nombre tiene, por su candor mismo notable.

170Por ella el camino es de los altísimos hacia los techos del gran Tonante y su real casa: a derecha e izquierda los atrios

de los dioses nobles van concurriéndose por sus compuertas abiertas, la plebe habita otros, por sus lugares opuestos: en esta parte los poderosos celestiales y preclaros pusieron sus penates.

175Éste lugar es, al que, si a las palabras la audacia se diera, yo no temería haber llamado los Palacios del gran cielo.

Así pues, cuando los altísimos se sentaron en su marmóreo receso, más excelso él por su lugar, y apoyado en su cetro marfileño, terrorífica, de su cabeza sacudió tres y cuatro veces 180la cabellera, con la que la tierra, el mar, las estrellas mueve; de tales modos después su boca indignada libera:

“No yo por el gobierno del cosmos más ansioso en aquella ocasión estuve, en la que cada uno se disponía a lanzar, de los angüípedes, sus cien brazos contra el cautivo cielo, 185pues aunque fiero el enemigo era, aun así, aquélla de un solo cuerpo y de un solo origen pendía, aquella guerra;

ahora yo, por doquiera Nereo rodeándolo hace resonar todo el orbe, al género mortal de perder he: por las corrientes juro infernales, que bajo las tierras se deslizan a la estigia floresta, 190que todo antes se ha intentado, pero un incurable cuerpo a espada se ha de sajar, por que la parte limpia no arrastre.

Tengo semidioses, tengo, rústicos númenes, Ninfas

y Faunos y Sátiros y montañeses Silvanos,

a los cuales, puesto que del cielo todavía no dignamos con el honor, 195las que les dimos ciertamente, las tierras, habitar permitamos.

¿O acaso, oh altísimos, que bastante seguros estarán ellos creéis, cuando contra mí, que el rayo, que a vosotros os tengo y gobierno, ha levantado sus insidias, conocido por su fiereza, Licaón?”

Murmuraron todos, y con afán ardido al que osó

200tal reclaman: así, cuando una mano impía se ensañó con la sangre de César para extinguir de Roma el nombre, atónito por el gran terror de esta súbita ruina

el humano género queda y todo se horrorizó el orbe,

y no para ti menos grata la piedad, Augusto, de los tuyos es 205que fue aquélla para Júpiter. El cual, después de que con la voz y la mano los murmullos reprimió, guardaron silencios todos.

Cuando se detuvo el clamor, hundido del peso del soberano, Júpiter de nuevo con este discurso los silencios rompió: Licaón

“Él, ciertamente, sus castigos – el cuidado ese perded – ha cumplido.

210Mas qué lo cometido, cuál sea su satisfacción, os haré saber.

Había alcanzado la infamia de ese tiempo nuestros oídos; deseándola falsa desciendo del supremo Olimpo

y, dios bajo humana imagen, lustro las tierras.

Larga demora es de cuánto mal se hallaba por todos lados 215enumerar: menor fue la propia infamia que la verdad.

El Ménalo había atravesado, por sus guaridas horrendo de fieras, y con Cilene los pinares del helado Liceo:

del Árcade a partir de ahí en las sedes, y en los inhóspitos techos del tirano penetro, cuando traían los tardíos crepúsculos la noche.

220Señales di de que había llegado un dios y el pueblo a suplicar había empezado: se burla primero de esos piadosos votos Licaón, luego dice: “Comprobaré si dios éste o si sea mortal

con una distinción abierta, y no será dudable la verdad.”

De noche, pesado por el sueño, con una inopinada muerte a perderme

225se dispone: tal comprobación a él le place de la verdad.

Y no se contenta con ello: de un enviado de la nación molosa, de un rehén, su

garganta a punta tajó

y, así, semimuertos, parte en hirvientes aguas

su miembro ablanda, parte los tuesta, sometiéndolos a fuego.

230Lo cual una vez impuso a las mesas, yo con mi justiciera llama sobre unos penates dignos de su dueño torné sus techos.

Aterrado él huye y alcanzando los silencios del campo aúlla y en vano hablar intenta; de sí mismo

recaba su boca la rabia, y el deseo de su acostumbrada matanza 235usa contra los ganados, y ahora también en la sangre se goza.

En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos:

se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma.

La canicie la misma es, la misma la violencia de su rostro, los mismos ojos lucen, la misma de la fiereza la imagen es.

240Cayó una sola casa, pero no una casa sola de perecer digna fue. Por doquiera la tierra se expande, fiera reina la Erinis.

Para el delito que se han conjurado creerías; cumplan rápido todos, los que merecieron padecer, así consta mi sentencia, sus castigos.”

El concilio de los dioses (II)

Las palabras de Júpiter parte con su voz, murmurando, aprueban e incitamentos 245añaden. Otros sus partes con asentimientos cumplen.

Es, aun así, la perdición del humano género causa de dolor para todos, y cuál habrá de ser de la tierra la forma, de los mortales huérfana, preguntan, quién habrá de llevar a sus aras inciensos, y si a las fieras, para que las pillen, se dispone a entregar las tierras.

250A los que tal preguntaban – puesto que él se preocuparía de lo demás – el rey de los altísimos turbarse prohíbe, y un brote al anterior pueblo desemejante promete, de origen maravilloso.

El diluvio

Y ya iba sobre todas las tierras a esparcir sus rayos; pero temió que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos 255no concibiera llamas, y que el lejano eje ardiera.

Que está también en los hados, recuerda, que llegará un tiempo en el que el mar, en el que la tierra y arrebatados los palacios del cielo ardan y del mundo la mole, afanosa, sufra.

Esas armas vuelven a su sitio, por manos fabricadas de los Cíclopes: 260un castigo place inverso, al género mortal bajo las ondas

perder, y borrascas lanzar desde todo el cielo.

En seguida al Aquilón encierra en las eolias cavernas, y a cuantos soplos ahuyentan congregadas a las nubes, y suelta al Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela, 265su terrible rostro cubierto de una bruma como el pez: la barba pesada de borrascas, fluye agua de sus canos cabellos, en su frente se asientan nieblas, roran sus alas y senos.

Y cuando con su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretó, se hace un fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas.

270La mensajera de Juno, de variados colores vestida, concibe, Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega: póstranse los sembrados, y llorados por los colonos

sus votos yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año.

Y no al cielo suyo se limitó de Júpiter la ira, sino que a él 275su azul hermano le ayuda con auxiliares ondas.

Convoca éste a los caudales. Los cuales, después de que en los techos de su tirano entraron: “Una arenga larga ahora de usar”, dice, “no he: las fuerzas derramad vuestras.

Así menester es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada, 280a las corrientes vuestras todas soltad las riendas.”

Había ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan, y en desenfrenada carrera ruedan a las superficies.

Él mismo con el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella tembló y con su movimiento vías franqueó de aguas.

285Desorbitadas se lanzan por los abiertos campos las corrientes y, con los sembrados, arbustos al propio tiempo y rebaños y hombres y techos, y con sus penetrales arrebatan sus sacramentos.

Si alguna casa quedó y pudo resistir a tan gran

mal no desplomada, la cúpula, aun así, más alta de ella, 290la onda la cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres.

Y ya el mar y la tierra ninguna distinción tenían:

todas las cosas ponto eran, faltaban incluso litorales al ponto.

Ocupa éste un collado, en una barca se sienta otro combada y lleva los remos allí donde hace poco arara.

295Aquél sobre los sembrados o las cúpulas de una sumergida villa navega, éste un pez sorprende en lo alto de un olmo;

se clava en un verde prado, si la suerte lo deja, el ancla, o, a ellas sometidos, curvas quillas trillan viñedos, y por donde hace poco, gráciles, grama arrancaban las cabritas, 300ahora allí deformes ponen sus cuerpos las focas.

Admiran bajo el agua florestas y ciudades y casas las Nereides, y las espesuras las poseen los delfines y entre sus altas ramas corren y zarandeando sus troncos las baten.

Nada el lobo entre las ovejas, bermejos leones llevan la onda, 305la onda lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí, ni sus patas veloces, arrebatado, sirven al ciervo,

y buscadas largo tiempo tierras donde posarse pudiera, al mar, fatigadas sus alas, el pájaro errante ha caído.

Había sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto, 310y batían las montañas cumbres unos nuevos oleajes.

La mayor parte por la onda fue arrebatada: a los que la onda perdonó, largos ayunos los doman, por causa del indigente sustento.

Deucalión y Pirra

Separa la Fócide los aonios de los eteos campos,

tierra feraz mientras tierra fue, pero en el tiempo aquel 315parte del mar y ancha llanura de súbitas aguas.

Un monte allí busca arduo los astros con sus dos vértices, por nombre el Parnaso, y superan sus cumbres las nubes.

Aquí cuando Deucalión – pues lo demás lo había cubierto la superficie –

con la consorte de su lecho, en una pequeña balsa llevado, se aferró, 320a las corícidas ninfas y a los númenes del monte oran y a la fatídica Temis, que entonces esos oráculos tenía: no que él mejor ninguno, ni más amante de lo justo,

hombre hubo, o que ella más temerosa ninguna de los dioses.

Júpiter, cuando de fluentes lagos que estaba empantanado el orbe, 325y que quedaba un hombre de tantos miles hacía poco, uno, y que quedaba, ve, de tantos miles hacía poco, una,

inocuos ambos, cultivadores de la divinidad ambos,

las nubes desgarraron y, habiéndose las borrascas con el aquilón alejado, al cielo las tierras mostraron, y el éter a las tierras.

330Tampoco del mar la ira permanece y, dejada su tricúspide arma, calma las aguas el regidor del piélago, y al que sobre el profundo emerge y sus hombros con su innato múrice cubre,

al azul Tritón llama, y en su concha sonante

soplar le ordena, y los oleajes y las corrientes ya

335revocar, su señal dando: su hueca bocina toma él,

tórcil, que en ancho crece desde su remolino inferior, bocina, la cual, en medio del ponto cuando concibió aire, los litorales con su voz llena, que bajo uno y otro Febo yacen.

Entonces también, cuando ella la boca del dios, por su húmeda barba rorante, 340tocó, y cantó henchida las ordenadas retretas,

por todas las ondas oída fue de la tierra y de la superficie, y por las que olas fue oída, contuvo a todas.

Ya el mar litoral tiene, plenos acoge el álveo a sus caudales, las corrientes se asientan y los collados salir parecen.

345Surge la tierra, crecen los lugares al decrecer las ondas, y, después de día largo, sus desnudadas copas las espesuras muestran y limo retienen que en su fronda ha quedado.

Había retornado el orbe; el cual, después de que lo vio vacío, y que desoladas las tierras hacían hondos silencios,

350Deucalión con lágrimas brotadas así a Pirra se dirige:

“Oh hermana, oh esposa, oh hembra sola sobreviviente, a la que a mí una

común estirpe y un origen de primos, después un lecho unió, ahora nuestros propios peligros unen, de las tierras cuantas ven el ocaso y el orto

355nosotros dos la multitud somos: posee lo demás el ponto.

Esta tampoco todavía de la vida nuestra es garantía

cierta bastante; aterran todavía ahora nublados nuestra mente.

¿Cuál si sin mí de los hados arrebatada hubieras sido ahora tu ánimo, triste de ti, sería? ¿De qué modo sola 360el temor soportar podrías? ¿Con consuelo de quién te dolerías?

Porque yo, créeme, si a ti también el ponto te tuviera, te seguiría, esposa, y a mí también el ponto me tendría.

Oh, ojalá pudiera yo los pueblos restituir con las paternas artes, y alientos infundir a la conformada tierra.

365Ahora el género mortal resta en nosotros dos

– así pareció a los altísimos – y de los hombres como ejemplos quedamos.”

Había dicho, y lloraban; decidieron al celeste numen

suplicar y auxilio por medio buscar de las sagradas venturas.

Ninguna demora hay: acuden a la par a las cefísidas ondas, 370como todavía no líquidas, así ya sus vados conocidos cortando.

De allí, cuando licores de él tomados rociaron

sobre sus ropas y cabeza, doblan sus pasos hacia el santuario de la sagrada diosa, cuyas cúspides de indecente

musgo palidecían, y se alzaban sin fuegos sus aras.

375Cuando del templo tocaron los peldaños se postró cada uno inclinado al

suelo, y atemorizado besó la helada roca, y así: “Si con sus plegarias justas”, dijeron, “los númenes vencidos se enternecen, si se doblega la ira de los dioses,

di, Temis, por qué arte la merma del género nuestro 380reparable es, y presta ayuda, clementísima, a estos sumergidos estados.”

Conmovida la diosa fue y su ventura dio: “Retiraos del templo y velaos la cabeza, y soltaos vuestros ceñidos vestidos, y los huesos tras vuestra espalda arrojad de vuestra gran madre.”

Quedaron suspendidos largo tiempo, y rompió los silencios con su voz 385Pirra primera, y los mandatos de la diosa obedecer rehúsa, y tanto que la perdone con aterrada boca ruega, como se aterra de herir, arrojando sus huesos, las maternas sombras.

Entre tanto repasan, por sus ciegas latencias oscuras, las palabras de la dada ventura, y para entre sí les dan vueltas.

390Tras ello el Prometida a la Epimetida con plácidas palabras calma, y: “O falaz”, dice, “es mi astucia para nosotros, o – píos son y a ninguna abominación los oráculos persuaden –

esa gran madre la tierra es: piedras en el cuerpo de la tierra a los huesos calculo que se llama; arrojarlas tras nuestra espalda se nos ordena.”

395De su esposo por el augurio, aunque la Titania se conmovió, su esperanza, aun así, en duda está: hasta tal punto ambos desconfían de las celestes admoniciones. Pero, ¿qué intentarlo dañará?

Se retiran y velan su cabeza y las túnicas se desciñen, y las ordenadas piedras tras sus plantas envían.

400Las rocas – ¿quién lo creería, si no estuviera por testigo la antigüedad? –

a dejar su dureza comenzaron, y su rigor

a mullir, y con el tiempo, mullidas, a tomar forma.

Luego, cuando crecieron y una naturaleza más tierna

les alcanzó, como sí semejante, del mismo modo manifiesta parecer no puede 405la forma de un humano, sino, como de mármol comenzada, no terminada lo bastante, a las rudas estatuas muy semejante era.

La parte aun así de ellas que húmeda de algún jugo

y terrosa era, vuelta fue en uso de cuerpo.

Lo que sólido es y doblarse no puede, se muta en huesos, 410la que ahora poco vena fue, bajo el mismo nombre quedó; y en breve espacio, por el numen de los altísimos, las rocas enviadas por las manos del hombre la faz tomaron de hombres, y del femenino lanzamiento restituida fue la mujer.

De ahí que un género duro somos y avezado en sufrimientos 415y pruebas damos del origen de que hemos nacido.

A los demás seres la tierra con diversas formas

por sí misma los parió después de que el viejo humor por el fuego se caldeó del sol, y el cieno y los húmedos charcos

se entumecieron por su hervor, y las fecundas simientes de las cosas, 420por el vivaz suelo nutridas, como de una madre en la matriz crecieron y faz alguna cobraron con el pasar del tiempo.

Así, cuando abandonó mojados los campos el séptuple fluir del Nilo, y a su antiguo seno hizo volver sus corrientes, y merced a la etérea estrella, reciente, ardió hasta secarse el limo, 425muchos seres sus cultivadores al volver los terrones encuentran y entre ellos a algunos apenas comenzados, en el propio espacio de su nacimiento, algunos inacabados y truncos los ven de sus

proporciones, y en el mismo cuerpo a menudo una parte vive, es la parte otra ruda tierra.

430Porque es que cuando una templanza ha tomado el humor y el calor, conciben, y de ellos dos se originan todas las cosas

y, aunque sea el fuego para el agua pugnaz, el vapor húmedo todas las cosas crea, y la discorde concordia para las crías apta es.

Así pues, cuando del diluvio reciente la tierra enlodada 435con los soles etéreos se encandeció y con su alto hervor, dio a luz innumerables especies y en parte sus figuras les devolvió antiguas, en parte nuevos prodigios creó.

La sierpe Pitón

Ella ciertamente no lo querría, pero a ti también, máximo Pitón, entonces te engendró, y de los pueblos nuevos, desconocida sierpe, 440el terror eras: tan grande espacio de un monte ocupabas.

A él el dios señor del arco, y que nunca tales armas

antes sino en los gamos y corzas fugaces había usado, hundido por mil disparos, exhausta casi su aljaba,

lo perdió, derramándose por sus heridas negras su veneno.

445Y para que de esa obra la fama no pudiera destruir la antigüedad, instituyó, sagrados, de reiterado certamen, unos juegos, Pitios con el nombre de la domada serpiente llamados.

Ése de los jóvenes quien, con su mano, sus pies o a rueda venciera, de fronda de encina cobraba un galardón.

450Todavía laurel no había y, hermosas con su largo pelo, sus sienes ceñían de cualquier árbol Febo.

Apolo y Dafne

El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, el cual no

el azar ignorante se lo dio, sino la salvaje ira de Cupido.

El Delio a él hacía poco, por su vencida sierpe soberbio,

455le había visto doblando los cuernos al tensarle el nervio, y: “¿Qué tienes tú que ver, travieso niño, con las fuertes armas?”, había dicho; “ellas son cargamentos decorosos para los hombros nuestros, que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo, que, al que ahora poco con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía, 460hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón.

Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate

con irritar, y las alabanzas no reclames nuestras.”

El hijo a él de Venus: “Atraviese el tuyo todo, Febo, a ti mi arco”, dice, “y en cuanto los seres ceden

465todos al dios, en tanto menor es tu gloria a la nuestra.”

Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas,

diligente, en el sombreado recinto del Parnaso se posó, y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos

de opuestas obras: ahuyenta éste, causa aquél el amor.

470El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda.

El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.

Éste el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquél hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las médulas.

En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante, 475de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas fieras gozando, y émula de la innupta Febe.

Con una cinta sujetaba, sueltos sin ley, sus cabellos.

Muchos la pretendieron; ella, evitando a los pretendientes, sin soportar ni conocer varón, bosques inaccesibles lustra 480y de qué sea el Himeneo, qué el amor, qué el matrimonio, no cura.

A menudo su padre le dijo: “Un yerno, hija, me debes.”

A menudo su padre le dijo: “Me debes, niña, unos nietos.”

Ella, que como un crimen odiaba las antorchas conyugales, su bello rostro teñía de un verecundo rubor

485y de su padre en el cuello prendiéndose con tiernos brazos:

“Concédeme, genitor queridísimo” le dijo, “de una perpetua virginidad disfrutar: lo concedió su padre antes a Diana.”

Él, ciertamente, obedece; pero a ti el decor este, lo que deseas que sea, prohíbe, y con tu voto tu hermosura pugna.

490Febo ama, y al verla desea las nupcias de Dafne,

y lo que desea espera, y sus propios oráculos a él le engañan; y como las leves pajas sahúman, despojadas de sus aristas, como con las antorchas los cercados arden, las que acaso un caminante o demasiado les acercó o ya a la luz abandonó,

495así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo él se abrasa y estéril, en esperando, nutre un amor.

Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos y “¿Qué si se los

arreglara?”, dice. Ve de fuego rielantes, a estrellas parecidos sus ojos, ve sus labios, que no 500es con haber visto bastante. Alaba sus dedos y manos y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros: lo que oculto está, mejor lo supone. Huye más veloz que el aura ella, leve, y no a estas palabras del que la revoca se detiene:

“¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo; 505¡ninfa, espera! Así la cordera del lobo, así la cierva del león, así del águila con ala temblorosa huyen las palomas,

de los enemigos cada uno suyos; el amor es para mí la causa de seguirte.

Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de ser heridas tus piernas señalen las zarzas, y sea yo para ti causa de dolor.

510Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego corre y tu fuga modera, que más despacio te persiga yo.

A quién complaces pregunta, aun así; no un paisano del monte, no yo soy un pastor, no aquí ganados y rebaños,

hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes

515de quién huyes y por eso huyes. A mí la délfica tierra, y Claros, y Ténedos, y los palacios de Pátara me sirven; Júpiter es mi padre. Por mí lo que será, y ha sido,

y es se manifiesta; por mí concuerdan las canciones con los nervios.

Certera, realmente, la nuestra es; que la nuestra, con todo, una saeta 520más certera hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo.

Hallazgo la medicina mío es, y auxiliador por el orbe se me llama, y el poder de las hierbas sometido está a nos: ay de mí, que por ningunas hierbas el amor es sanable, y no sirven a su dueño las artes que sirven a todos.”

525Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia huye, y con él

mismo sus palabras inconclusas deja atrás, entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos, y las brisas a su encuentro hacían vibrar sus ropas, contrarias a ellas, y leve el aura atrás daba, empujándolos, sus cabellos, 530y acrecióse su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba

el propio amor, a tendido paso sigue sus plantas.

Como el perro en un vacío campo cuando una liebre, el galgo, ve, y éste su presa con los pies busca, aquélla su salvación:

535el uno, como que está al cogerla, ya, ya tenerla espera, y con su extendido morro roza sus plantas;

la otra en la ignorancia está de si ha sido apresada, y de los propios mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja: así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.

540Aun así el que persigue, por las alas ayudado del amor, más veloz es, y el descanso niega, y la espalda de la fugitiva acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.

Sus fuerzas ya consumidas palidecieron ella y, vencida

por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas: 545“Préstame, padre”, dice, “ayuda; si las corrientes numen tenéis, por la que demasiado he complacido, mutándola pierde mi figura.”

Apenas la plegaria acabó un entumecimiento pesado ocupa su organismo, se ciñe de una tenue corteza su blando tórax,

550en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen,

el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende, su cara copa posee: permanece su nitor solo en ella.

A ésta también Febo la ama, y puesta en su madero su diestra siente todavía

trepidar bajo la nueva corteza su pecho, 555y estrechando con sus brazos esas ramas, como a miembros, besos da al leño; rehúye, aun así, sus besos el leño.

Al cual el dios: “Mas puesto que esposa mía no puedes ser, el árbol serás, ciertamente”, dijo, “mío. Siempre te tendrán a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas.

560Tú a los generales lacios asistirás cuando su alegre voz el triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas.

En las jambas augustas tú misma, fidelísima guardiana, ante sus puertas te apostarás, y la encina central guardarás, y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos, 565tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores.”

Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.

Júpiter e Ío (I)

Hay un bosque en la Hemonia al que por todos lados cierra, acantilada, una espesura: le llaman Tempe. Por ellos el Peneo, desde el profundo 570Pindo derramándose, merced a sus espumosas ondas, rueda, y en su caer pesado nubes que agitan tenues

humos congrega, y sobre sus supremas espesuras con su aspersión llueve, y con su sonar más que a la vecindad fatiga.

Ésta la casa, ésta la sede, éstos son los penetrales del gran 575caudal; en ellos aposentado, en su caverna hecha de escollos, a sus ondas leyes daba, y a las ninfas que honran sus ondas.

Se reúnen allá las paisanas corrientes primero, ignorando si deben felicitar o consolar al padre:

rico en álamos el Esperquío y el irrequieto Enipeo

580y el Apídano viejo y el lene Anfriso y el Eante,

y pronto los caudales otros que, por donde los llevara su ímpetu a ellos, hacia el mar abajan, cansadas de su errar, sus ondas.

El Ínaco solo falta y, en su profunda caverna recóndito, con sus llantos aumenta sus aguas y a su hija, tristísimo, a Ío, 585plañe como perdida; no sabe si de vida goza

o si está entre los manes, pero a la que no encuentra en ningún sitio estar cree en ningún sitio y en su ánimo lo peor teme.

La había visto, de la paterna corriente regresando, Júpiter a ella y: “Oh virgen de Júpiter digna y que feliz con tu 590lecho ignoro a quién has de hacer, busca”, le había dicho, “las sombras de esos altos bosques”, y de los bosques le había mostrado las sombras,

“mientras hace calor y en medio el sol está, altísimo, de su orbe, que si sola temes en las guaridas entrar de las fieras, segura con la protección de un dios, de los bosques el secreto alcanzarás, 595y no de la plebe un dios, sino el que los celestes cetros en mi magna mano sostengo, pero el que los errantes rayos lanzo: no me huye”, pues huía. Ya los pastos de Lerna,

y, sembrados de árboles, de Lirceo había dejado atrás los campos, cuando el dios, produciendo una calina, las anchas tierras 600ocultó, y detuvo su fuga, y le arrebató su pudor.

Entre tanto Juno abajo miró en medio de los campos

y de que la faz de la noche hubieran causado unas nieblas voladoras en el esplendor del día admirada, no que de una corriente ellas fueran, ni sintió que de la humedecida tierra fueran despedidas, 605y su esposo dónde esté busca en derredor, como la que ya conociera, sorprendido tantas veces, los hurtos de su marido.

Al cual, después de que en el cielo no halló: “O yo me engaño o se me ofende”, dice, y deslizándose del éter supremo se posó en las tierras y a las nieblas retirarse ordenó.

610De su esposa la llegada había presentido, y en una lustrosa novilla la apariencia de la Ináquida había mutado él

 – de res también hermosa es – la belleza la Saturnia de la vaca, aunque contrariada aprueba, y de quién, y de dónde, o de qué manada

era, de la verdad como desconocedora, no deja de preguntar.

615Júpiter de la tierra engendrada la miente, para que su autor deje de averiguar: la pide a ella la Saturnia de regalo.

¿Qué iba a hacer? Cruel cosa adjudicarle sus amores,

no dárselos sospechoso es: el pudor es quien persuade de aquello, de esto disuade el amor. Vencido el pudor habría sido por el amor, 620pero si el leve regalo, a su compañera de linaje y de lecho, de una vaca le negara, pudiera no una vaca parecer.

Su rival ya regalada no en seguida se despojó la divina de todo miedo, y temió de Júpiter, y estuvo ansiosa de su hurto hasta que al Arestórida para ser custodiada la entregó, a Argos.

Argos

625De cien luces ceñidas su cabeza Argos tenía,

de donde por sus turnos tomaban, de dos en dos, descanso, los demás vigilaban y en posta se mantenían.

Como quiera que se apostara miraba hacia Ío:

ante sus ojos a Ío, aun vuelto de espaldas, tenía.

630A la luz la deja pacer; cuando el sol bajo la tierra alta está, la encierra, y circunda de cadenas, indigno, su cuello.

De frondas de árbol y de amarga hierba se apacienta,

y, en vez de en un lecho, en una tierra que no siempre grama tiene se recuesta la infeliz y limosas corrientes bebe.

635Ella, incluso, suplicante a Argos cuando sus brazos quisiera tender, no tuvo qué brazos tendiera a Argos,

e intentando quejarse, mugidos salían de su boca,

y se llenó de temor de esos sonidos y de su propia voz aterróse.

Llegó también a las riberas donde jugar a menudo solía, 640del Ínaco a las riberas, y cuando contempló en su onda sus nuevos cuernos, se llenó de temor y de sí misma enloquecida huyó.

Las náyades ignoran, ignora también Ínaco mismo

quién es; mas ella a su padre sigue y sigue a sus hermanas y se deja tocar y a sus admiraciones se ofrece.

645Por él arrancadas el más anciano le había acercado, Ínaco, hierbas: ella sus manos lame y da besos de su padre a las palmas y no retiene las lágrimas

y, si sólo las palabras le obedecieran, le rogara auxilio y el nombre suyo y sus casos le dijera.

Su letra, en vez de palabras, que su pie en el polvo trazó, 650de indicio amargo de su cuerpo mutado actuó.

“Triste de mí”, exclama el padre Ínaco, y en los cuernos

de la que gemía, y colgándose en la cerviz de la nívea novilla:

“Triste de mí”, reitera; “¿Tú eres, buscada por todas las tierras, mi hija? Tú no encontrada que hallada

655un luto eras más leve. Callas y mutuas a las nuestras palabras no respondes, sólo suspiros sacas de tu alto pecho y, lo que solo puedes, a mis palabras remuges.

Mas a ti yo, sin saber, tálamos y teas te preparaba

y esperanza tuve de un yerno la primera, la segunda de nietos.

660De la grey ahora tú un marido, y de la grey hijo has de tener.

Y concluir no puedo yo con mi muerte tan grandes dolores, sino que mal me hace ser dios, y cerrada la puerta de la muerte nuestros lutos extiende a una eterna edad.”

Mientras de tal se afligía, lo aparta el constelado Argos 665y, arrancada a su padre, a lejanos pastos a su hija arrastra; él mismo, lejos, de un monte la sublime cima ocupa, desde donde sentado otea hacia todas partes.

Tampoco de los altísimos el regidor los males tan grandes de la Forónide más tiempo soportar puede y a su hijo llama, al que la lúcida Pléyade 670de su vientre había parido, y que a la muerte dé, le impera, a Argos.

Pequeña la demora es la de las alas para sus pies, y la vara somnífera para su potente mano tomar, y el cobertor para sus cabellos.

Ello cuando dispuso, de Júpiter el nacido desde el paterno recinto salta a las tierras. Allí, tanto su cobertor se quitó 675como depuso sus alas, de modo que sólo la vara retuvo: con ella lleva, como un pastor, por desviados campos unas cabritas que mientras venía había reunido, y con unas ensambladas avenas canta.

Por esa voz nueva, y cautivado el guardián de Juno por su arte:

“Mas tú, quien quiera que eres, podrías conmigo sentarte en esta roca”, 680Argos dice, “pues tampoco para el rebaño más fecunda en ningún lugar hierba hay, y apta ves para los pastores esta sombra.”

Se sienta el Atlántida, y al que se marchaba, de muchas cosas hablando detuvo con su discurso, al día, y cantando con sus unidas cañas vencer sus vigilantes luces intenta.

685Él, aun así, pugna por vencer sobre los blandos sueños y aunque el sopor en parte de sus ojos se ha alojado, en parte, aun así, vigila; pregunta también, pues descubierta la flauta hacía poco había sido, en razón de qué fue descubierta.

Pan y Siringe

Entonces el dios: “De la Arcadia en los helados montes”, dice,

690“entre las hamadríadas muy célebre, las Nonacrinas, náyade una hubo; las ninfas Siringe la llamaban.

No una vez, no ya a los sátiros había burlado ella, que la seguían, sino a cuantos dioses la sombreada espesura y el feraz campo hospeda; a la Ortigia en sus aficiones y con su propia virginidad 695honraba, a la diosa; según el rito también ceñida de Diana, engañaría y podría creérsela la Latonia, si no

de cuerno el arco de ésta, si no fuera áureo el de aquélla; así también engañaba. Volviendo ella del collado Liceo, Pan la ve, y de pino agudo ceñido en su cabeza

700tales palabras refiere…” Restaba sus palabras referir, y que despreciadas sus súplicas había huido por lo intransitable la ninfa, hasta que del arenoso Ladón al plácido caudal

llegó: que aquí ella, su carrera al impedirle sus ondas, que la mutaran a sus líquidas hermanas les había rogado, 705y que Pan, cuando presa de él ya a Siringa creía,

en vez del cuerpo de la ninfa, cálamos sostenía lacustres, y, mientras allí suspira, que movidos dentro de la caña los vientos efectuaron un sonido tenue y semejante al de quien se lamenta; que por esa nueva arte y de su voz por la dulzura el dios cautivado: 710“Este coloquio a mí contigo”, había dicho, “me quedará”, y que así, los desparejos cálamos con la trabazón de la cera entre sí unidos, el nombre retuvo de la muchacha.

Júpiter e Ío (II)

Tales cosas cuando iba a decir ve el Cilenio que todos los ojos se habían postrado, y cubiertas sus luces por el sueño.

715Apaga al instante su voz y afirma su sopor,

sus lánguidas luces acariciando con la ungüentada vara.

Y, sin demora, con su falcada espada mientras cabeceaba le hiere por donde al cuello es confín la cabeza, y de su roca, cruento, abajo lo lanza, y mancha con su sangre la acantilada peña.

720Argos, yaces, y la que para tantas luces luz tenías extinguido se ha, y cien ojos una noche ocupa sola.

Los recoge, y del ave suya la Saturnia en sus plumas

los coloca, y de gemas consteladas su cola llena.

En seguida se inflamó y los tiempos de su ira no difirió 725y, horrenda, ante los ojos y el ánimo de su rival argólica le echó a la Erinis, y aguijadas en su pecho ciegas

escondió, y prófuga por todo el orbe la aterró.

Último restabas, Nilo, a su inmensa labor; a él, en cuanto lo alcanzó y, puestas en el margen de su ribera 730sus rodillas, se postró, y alzada ella de levantar el cuello, elevando a las estrellas los semblantes que sólo pudo, con su gemido, y lágrimas, y luctuoso mugido

con Júpiter pareció quejarse, y el final rogar de sus males.

De su esposa él estrechando el cuello con sus brazos, 735que concluya sus castigos de una vez le ruega y: “Para el futuro deja tus miedos”, dice; “nunca para ti causa de dolor ella será”, y a las estigias lagunas ordena que esto oigan.

Cuando aplacado la diosa se hubo, sus rasgos cobra ella anteriores y se hace lo que antes fue: huyen del cuerpo las cerdas, 740los cuernos decrecen, se hace de su luz más estrecho el orbe, se contrae su comisura, vuelven sus

hombros y manos,

y su pezuña, disipada, se subsume en cinco uñas:

de la res nada queda a su figura, salvo el blancor en ella, y al servicio de sus dos pies la ninfa limitándose

745se yergue, y teme hablar, no a la manera de la novilla muja, y tímidamente las palabras interrumpidas reintenta.

Ahora como diosa la honra, celebradísima, la multitud vestida de lino.

Ahora que Épafo generado fue de la simiente del gran Júpiter por fin se cree, y por las ciudades, juntos a los de su madre, 750templos posee.

Faetón (I)

Tuvo éste en ánimos un igual, y en años,

del Sol engendrado, Faetón; al cual, un día, que grandes cosas decía y que ante él no cedía, de que fuera Febo su padre soberbio, no lo soportó el Ináquida y “A tu madre”, dice, “todo como demente crees y estás henchido de la imagen de un genitor falso.”

755Enrojeció Faetón y su ira por el pudor reprimió,

y llevó a su madre Clímene los insultos de Épafo,

y “Para que más te duelas, mi genetriz”, dice, “yo, ese libre, ese fiero me callé. Me avergüenza que estos oprobios a nos sí decirse han podido, y no se han podido desmentir.

760Mas tú, si es que he sido de celeste estirpe creado, dame una señal de tan gran linaje y reclámame al cielo.”

Dijo y enredó sus brazos en el materno cuello,

y por la suya y la cabeza de Mérope y las teas de sus hermanas, que le

trasmitiera a él, le rogó, signos de su verdadero padre.

765Ambiguo si Clímene por las súplicas de Faetón o por la ira movida más del crimen dicho contra ella, ambos brazos al cielo extendió y mirando hacia las luces del Sol:

“Por el resplandor este”, dice, “de sus rayos coruscos insigne, hijo, a ti te juro, que nos oye y que nos ve,

770que de éste tú, al que tú miras, de éste tú, que templa el orbe, del Sol, has sido engendrado. Si mentiras digo, niéguese él a ser visto de mí y sea para los ojos nuestros la luz esta la postrera.

Y no larga labor es para ti conocer los patrios penates.

De donde él se levanta la casa es confín a la tierra nuestra: 775si es que te lleva tu ánimo, camina y averígualo de él mismo.”

Brinca al instante, contento después de tales

palabras de la madre suya, Faetón, y concibe éter en su mente, y por los etíopes suyos y, puestos bajo los fuegos estelares, por los indos atraviesa, y de su padre acude diligente a los otros.

LIBRO II

Faetón (II)

El real del Sol era, por sus sublimes columnas, alto, claro por su rielante oro y, que a las llamas imita, por su piropo, cuyo marfil nítido las cúspides supremas cubría;

de plata sus bivalvas puertas radiaban de su luz.

5A la materia superaba su obra; pues Múlciber allí

las superficies había cincelado, que ciñen sus intermedias tierras, y de esas tierras el orbe, y el cielo, que domina el orbe.

Azules tiene la onda sus dioses: a Tritón el canoro,

a Proteo el ambiguo, y de las ballenas apretando,

10a Egeón, las inabarcables espaldas con sus brazos,

a Doris y a sus nacidas, de las cuales, parte nadar parece, parte, en una mole sentada, sus verdes cabellos secar; de un pez remolcarse algunas; su faz no es de todas una misma, no distante, aun así, cual decoroso es entre hermanas.

15La tierra hombres y ciudades lleva, y espesuras y fieras y corrientes y ninfas y los restantes númenes del campo.

De ello encima, impuesta fue del fulgente cielo la imagen, y signos seis en las puertas diestras y otros tantos en las siniestras.

Adonde, en cuanto por su ascendente senda de Clímene la prole 20llegó y entró de su dudado padre en los techos,

en seguida hacia los patrios rostros lleva sus plantas, y se apostó lejos, pues no más cercanas soportaba

sus luces: de una purpúrea vestidura velado, sentábase en el solio Febo, luciente de sus claras esmeraldas.

25A diestra e izquierda el Día y el Mes y el Año,

y los Siglos, y puestas en espacios iguales las Horas, y la Primavera nueva estaba, ceñida de floreciente corona, estaba desnudo el Verano y coronas de espigas llevaba; estaba también el Otoño, de las pisadas uvas sucio,

30y glacial el Invierno, arrecidos sus canos cabellos.

Desde ahí, central según su lugar, por la novedad de las cosas atemorizado al joven el Sol con sus ojos, con los que divisa todo, ve, y “¿Cuál de tu ruta es la causa? ¿A qué en este recinto”, dice, “acudías, progenie, Faetón, que tu padre no ha de negar?”

35Él responde: “Oh luz pública del inmenso mundo,

Febo padre, si me das el uso del nombre este

y Clímene una culpa bajo esa falsa imagen no esconde: prendas dame, genitor, por las que verdadera rama tuya se me crea y el error arranca del corazón nuestro.”

40Había dicho, mas su genitor, alrededor de su cabeza toda rielantes se quitó los rayos, y más cerca avanzar le ordenó

y un abrazo dándole: “Tú de que se niegue que eres mío digno no eres, y Clímene tus verdaderos” dice “orígenes te ha revelado, y para que menos lo dudes, cualquier regalo pide, que, 45pues te lo otorgaré, lo tendrás. De mis promesas testigo sea, por la que los dioses han de jurar, la laguna desconocida para los ojos nuestros.”

No bien había cesado, los carros le ruega él paternos, y, para un día, el mando y gobierno de los alípedes caballos.

Le pesó el haberlo jurado al padre, el cual, tres y cuatro veces 50sacudiendo su ilustre cabeza: “Temeraria”, dijo,

“la voz mía por la tuya se ha hecho. Ojalá mis promesas pudieran no conceder. Confieso que sólo esto a ti, mi nacido, te negaría; pero disuadirte me es dado: no es tu voluntad segura.

Grandes pides, Faetón, regalos, y que ni a las fuerzas 55esas convienen ni a tan pueriles años.

La suerte tuya mortal: no es mortal lo que deseas.

A más incluso de lo que los altísimos alcanzar pueden, ignorante, aspiras; aunque pueda a sí mismo cada uno complacerse, ninguno, aun así, es capaz de asentarse en el eje

60portador del fuego, yo exceptuado. También el regidor del vasto Olimpo, que fieros rayos lanza con su terrible diestra,

no llevará estos carros, y qué que Júpiter mayor tenemos.

Ardua la primera vía es y con la que apenas de mañana, frescos, pugnan los caballos; en medio está la más alta del cielo, 65desde donde el mar y las tierras a mí mismo muchas veces ver me dé temor, y de pávido espanto tiemble mi pecho;

la última, inclinada vía es, y precisa de manejo cierto: entonces, incluso la que me recibe en sus sometidas olas, que yo no caiga de cabeza, Tetis misma, suele temer.

70Añade que de una continua rotación se arrebata el cielo y sus estrellas altas arrastra y en una rápida órbita las vira.

Pugno yo en contra, y no el ímpetu que a lo demás a mí me vence, y contrario circulo a ese rápido orbe.

Figúrate que se te han dado los carros. ¿Qué harás? ¿Podrías 75en contra ir de

los rotantes polos para que no te arrebate el veloz eje?

Acaso, también, las florestas allí y las ciudades de los dioses

concibas en tu ánimo que están, y sus santuarios ricos en dones. A través de insidias el camino es, y de formas de fieras, y aunque tu ruta mantengas y ningún error te arrastre, 80a través, aun así, de los cuernos pasarás del adverso Toro, y de los hemonios arcos, y la boca del violento León, y del que sus salvajes brazos curva en un circuito largo, el Escorpión, y del que de otro modo curva sus brazos, el Cangrejo.

Tampoco mis cuadrúpedes, ardidos por los fuegos esos

85que en su pecho tienen, que por su boca y narinas exhalan, a tu alcance gobernar está: apenas a mí me sufren cuando sus agrios ánimos se enardecen, y su cerviz rechaza las riendas.

Mas tú, de que no sea yo para ti el autor de este funesto regalo, mi nacido, cuida y, mientras la cosa lo permite, tus votos corrige.

90Claro es que para que de nuestra sangre tú engendrado te creas unas prendas ciertas pides: te doy unas prendas ciertas temiendo, y con el paterno miedo que tu padre soy pruebo. Mira los rostros aquí míos, y ojalá tus ojos en mi pecho pudieras

inserir y dentro desprender los paternos cuidados.