Pónticas - Ovidio - E-Book

Pónticas E-Book

Ovidio

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Beschreibung

Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-17 d. C.) es uno de los poetas capitales de la literatura latina. Nacido en Sulmona, demostró desde siempre una extraordinaria facilidad para versificar, lo cual le llevó a ser muy prolífico y cultivar con éxito diversos géneros. Fue poeta de moda entre sus contemporáneos, hasta que una repentina decisión del emperador Augusto lo condenó a vivir desterrado en Tomos, una ciudad en los confines del imperio, a orillas de Ponto Euxino (el actual mar Negro). La traumática experiencia del exilio pasó a ser el tema central de su poesía. Pónticas representa una de las obras cumbre de la literatura universal sobre el destierro. En estos poemas epistolares preñados de melancolía, dolor y desaparición, Ovidio se dirige a sus seres queridos y a un poder inclemente que le condena lejos de Roma para clamar contra desgraciado destino.

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Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 165.

Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

© del prólogo: M.ª Dolores Castro Jiménez, 2022.

© de la traducción: José González Vázquez.

Esta traducción ha sido revisada para la presente edición.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en esta colección: septiembre de 2022.

RBA · GREDOS

REF.: GEBO616

ISBN: 978-84-249-4099-7

EL TALLER DEL LLIBRE · REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

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Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO por M.ADOLORESCASTROJIMÉNEZ (UCM) [1]

1.«MIPATRIAESSULMONA» (TRIST. IV 10, 3)

Dos ciudades, separadas por unos 2.300 kilómetros, están hermanadas por la figura del poeta latino Publio Ovidio Nasón con sendas estatuas que conmemoran este vínculo. En 1887 se erigió en Constanza (Rumanía) una escultura de un Ovidio reflexivo —con un gesto curiosamente coincidente con el casi contemporáneo Pensador de Rodin— cuyo autor es el escultor italiano Ettore Ferrari. La estatua está situada ante el Museo de la Historia, en la plaza que lleva el nombre del poeta en esa ciudad rumana que es la antigua Tomos,[2] donde murió desterrado. En la base figura el epitafio en latín (traducido al rumano) que el propio poeta incluyó en una de sus elegías del destierro:

HIC·EGO·QVI·IACEO·TENERORVM·LVSOR·AMORVM

INGENIO·PERII·NASO·POETA·MEO

AT·TIBI·QVI·TRANSIS·NE·SIT·GRAVE·QVISQVIS·AMASTI

DICERE·NASONIS·MOLLITER·OSSA·CVBENT 

Aquí yazgo yo, el poeta Nasón, cantor de tiernos amores, que sucumbí a causa de mi propio talento poético. Por tu parte, a ti, caminante, quienquiera que seas, si estuviste enamorado, que no te resulte molesto decir: «¡que los huesos de Nasón reposen apaciblemente!».

(Trist. III 3, 73-76)

Previamente, en este mismo poema, una especie de testamento dirigido a su tercera mujer, Fabia, Ovidio manifestaba su voluntad de no seguir siendo un relegado una vez muerto, y que sus huesos fueran enterrados a las puertas de Roma con ese epitafio grabado en grandes caracteres para que pudiera leerlo cualquier caminante (Trist. III 3, 65-72). Se lo encomienda a Fabia, añadiendo que no necesita que en el epitafio figure nada más, «pues mis libritos son mi mayor y más duradero monumento, y yo confío en que ellos, a pesar de que le han perjudicado, proporcionarán a su autor renombre e inmortalidad» (Trist. III 3, 77-80). Su convicción de que perviviría con una fama universal sí que se cumplió, pero no nos consta si sus restos regresaron a Roma; un misterio que aparece tratado, con la libertad propia de la ficción, en dos novelas contemporáneas: Ovid de D. Wishart (1995) y Le ceneri di Ovidio de D. Sacchettoni (2013).

La otra ciudad es Sulmona, su lugar de nacimiento. Allí, en 1925, se colocó una réplica de la estatua de Ferrari en la Piazza XX Settembre. En su base se grabó la primera parte de un verso, también de Tristes (IV 10, 3), en el que el poeta recordaba cuál era su lugar de nacimiento: «Mi patria es Sulmona».

La biografía de Ovidio se reconstruye a partir de su producción literaria y son fundamentales las obras escritas en su destierro: Tristes, Pónticas e Ibis. En casi todos los poemas de estas obras aparece información autobiográfica, pero son especialmente interesantes la larga elegía de Tristes que constituye el libro II, dedicada a la defensa de su obra, y la última del libro IV (10), donde Ovidio repasa su vida. Por ella sabemos que nació en Sulmona, concretamente el 20 de marzo del 43 a. C. (Trist. IV 10, 5-6). Recuerda su traslado a Roma para estudiar retórica y oratoria, y la muerte, muy joven, de su hermano Lucio. Otro momento importante en su vida será aquel en el que decidió abandonar esos estudios, en contra de la voluntad de su padre, para dedicarse a la poesía, para la que demostraba una tremenda facilidad («Espontáneamente, el poema tomaba su ritmo apropiado y todo aquello que intentaba escribir era verso», Trist. IV 10, 25-26). Ovidio menciona a varios autores del llamado siglo de Augusto: Horacio, Virgilio, Cornelio Galo, Tibulo y Propercio, entre los más famosos (Trist. IV 10, 40-54). Formó parte del círculo literario de Valerio Mesala Corvino, contemporáneo del de Mecenas al que pertenecieron la mayor parte de los poetas antes mencionados (Pónt. I 7, 27-30 y II 3, 75-78).

Su labor poética coincide con la última etapa de gobierno de Augusto,[3] convirtiéndose pronto en el poeta de moda de la generación que no había conocido las guerras civiles y había crecido con la llamada Paz Augústea. Ovidio ofreció a la sociedad romana de la época una producción literaria que reflejaba la frivolidad, el lujo y la relajación, lo que lo enfrentó con las leyes de austeridad moral del Príncipe. En el siguiente texto de la novela de David Malouf Una vida imaginaria (1988, trad. 2000), leemos la carta que un ficticio Ovidio dirige a la posteridad («lanzo esta carta a los siglos») manifestando lo apartado que estaba de la ideología de lo que se ha denominado siglo de Augusto, una carta que quizá no esté lejos de reflejar los que fueron los verdaderos pensamientos del poeta:

Me sumí sin reservas en aquella época de confusión, indulgente y egoísta, de refinado descaro, cuando todo parecía haberse desatado por fin para acceder a una ilustración tan grande que ya no había necesidad de creer en nada. (...)

Estaba descubriendo un nuevo estilo nacional para mi generación. Basta de virtudes cívicas, puesto que todos sabemos adónde conducen. Basta de patriotismo. Basta de glorificar a los hombres de armas. Basta de guías en verso para la cría de abejas, bañar a las ovejas y los amores de jóvenes pastores con gusto por el griego. Mi mundo era estrictamente personal, una guía, hablando claro, de cuestiones del país tales como las que pueden explorarse en el pequeño cuadrado de una cama.

El emperador ha creado su era. Se llama Augusta, como nuestros historiadores, cuya mirada se fija con firmeza en el presente, ya han anunciado. Es solemne, ordenada, monumental, monótona. Existe en los panegíricos que se le hacen (a los que me niego a contribuir) y en el mármol que durará eternamente.

Yo también he creado una era. Linda con la suya y existe en las vidas y amores de sus súbditos. Es alegre, anárquica, efímera y divertida. Él me odia por ello.

(pp. 23-24)

Mientras estaba en Elba con su amigo Cota Máximo, en el año 8 o 9 d. C., recibió una repentina orden de Augusto que lo enviaba desterrado a Tomos (Pónt. II 3, 83-90). Pese a los ruegos y súplicas del poeta al Príncipe, a Tiberio y a Germánico,[4] la intercesión de su tercera mujer y de los amigos que habían quedado en Roma, permaneció allí hasta su muerte, ocurrida el año 17 o 18 d. C.

2.LAPRODUCCIÓNLITERARIADEOVIDIO

«Y todo aquello que intentaba escribir era verso».

Trist. IV 10, 26

Por esa facilidad para componer versos, que el propio Ovidio reconoce, fue un poeta prolífico en cuyas obras predominan como argumento la mitología y el amor, tratado en diferentes géneros.

Un primer grupo de obras son las que podríamos denominar amatorias, compuestas entre el 25 a. C. y el 2 d. C., y que hay que enmarcar dentro de la elegía romana. Utiliza en ellas el metro propio de este género, el dístico elegíaco. A los dieciocho años escribió los Amores, tres libros (aunque habían sido cinco en una primera edición) de 49 elegías dedicadas a una tal Corina, de discutida identidad. Siguen las primeras quince cartas de amor de Heroides (Heroidas), escritas por personajes femeninos de la mitología (Penélope, Briseida, Medea, Fedra, Dido, entre otras) a sus amados. Elegíacas también, dentro de lo que hay que entender como didáctica amorosa, son: Ars amatoria (Arte de amar), con sus tres libros en los que se enseña a hombres y mujeres la técnica para conquistar y conservar el amor; De medicamine faciei feminae (Sobre la cosmética del rostro femenino), obra para el cuidado del rostro; y Remedia amoris (Remedios de amor) poema en el que expone la forma de librarse del amor.

Otra parte de su producción está compuesta por obras que podríamos definir como mitológico-etiológicas y que fueron compuestas entre el 1 y el 8 d. C. Metamorphoseon libri (Metamorfosis), en hexámetros, son un poema épico en quince libros que expone cerca de 250 mitos cuyos temas centrales son la metamorfosis y también el amor. Fasti (Fastos), seis libros de elegías narrativas en los que se describen, en dísticos elegíacos, las fiestas y ritos de cada mes del año (de enero a junio). La primera obra quedó sin la revisión final y la segunda, cuyo proyecto serían doce libros, quedó incompleta porque lo sorprendió el edicto de Augusto. Esta última la revisó y publicó en el destierro después del 14 d. C. y se la dedicó a Germánico.

Un último grupo de obras elegíacas lo forman las que compuso en el destierro entre el 8 y el 17 d. C., Tristia (Tristes o Tristezas), cinco libros de elegías, escritas entre el 8 y el 12 d. C., y Epistulae ex Ponto (Pónticas o Cartas desde el Ponto), cuatro libros de cartas en verso, escritas desde el 12 al 16 o 17 d. C. En ambas obras, compuestas en dísticos elegíacos, los temas son el lamento, la nostalgia y la súplica del perdón. Hay que añadir Ibis o In Ibin (Contra Ibis), una invectiva dirigida contra un enemigo, presumiblemente culpable de su destierro. Posiblemente completara en esta época las Heroidas (16-21) con las últimas cartas dobles (Paris-Helena; Leandro-Hero; Aconcio-Cidipe). Por último, conservamos un largo fragmento de un poema didáctico sobre la pesca, titulado Halieutica, perteneciente también a esta última etapa.

Algunas obras escritas en la primera época se perdieron: un poema épico, la Gigantomaquia, y una tragedia, Medea. En diferentes cartas de Pónticas menciona Ovidio distintas composiciones que tampoco nos han llegado: un epitalamio con motivo de la boda de su amigo Paulo Fabio Máximo (Pónt. I 2, 131-132); un poema fúnebre a M. Valerio Mesala Corvino (Pónt. I 7, 29-30) y otro sobre la muerte de Augusto (Pónt. IV 6, 16-17; 8, 63-64 y 9, 131-132); también tenemos noticias en Pónt. III 4 (1-6) de un poema sobre el triunfo de Tiberio en Dalmacia y Panonia el 12 d. C., cuyo desarrollo habría imaginado, ya que no pudo estar presente. Incluso llegó a escribir, según nos dice, un elogio de la familia imperial en la lengua de los getas (Pónt. IV 13, 17-22), quizá el mismo elogio de Augusto que envió a Roma en latín; por último, queda una obra de atribución dudosa, Nux («El nogal»), poema en el que el árbol se lamenta de las injurias que recibe de los humanos.

3.LASCAUSASDELEXILIO

«un poema y un error».

Trist. II 208

Tanto Tristes como Pónticas tienen como tema central el exilio y en ellas Ovidio insiste continuamente, como un ritornelo, en la defensa de su obra, en su inocencia y en una culpa involuntaria. La condena la dicta personalmente Augusto, sin reunir al Senado o a un jurado especial, lo que hace pensar que las ofensas debían de estar muy vinculadas al Príncipe y a su familia y que constituirían seguramente un delito de «lesa majestad». El poeta no será un exiliado (exul) en el exilio (exilium), sino que su situación será formalmente la de un relegado (relegatus), condenado a un confinamiento (relegatio) —libre, pero obligado a permanecer en un territorio diferente al suyo—, tal y como menciona en Trist. V 11, 15-22. Ovidio reconoce que el edicto ha sido riguroso pero suave. Aunque emplee los dos términos, exiliado y relegado, indistintamente (Pónt. I 1, 22 y 61; III 4, 91; IV 4, 50), el autor explica claramente su condición y afirma que gracias a la clemencia de Augusto no ha perdido ni la vida, ni sus bienes ni sus derechos civiles (Trist. II 125-139). Pese a esto, lo más duro para él será el lugar en el que deberá cumplir su confinamiento.

Sabemos que una de las causas de ese castigo es un poema (carmen) que el propio Ovidio identifica con el Arte de amar. Es un hecho que no oculta y que menciona con frecuencia, a lo largo de Tristes y Pónticas, como una de las causas del edicto que lo llevó al confinamiento y prohibió su poema, retirándolo de las bibliotecas (Trist. II 7-8; III 1, 73-74; y Pónt. I 1, 11-14). El poeta se defiende en muchas ocasiones y se sorprende por su castigo con el argumento de que no ha asesinado, ni envenenado ni falsificado documentos; solo ha hecho un mal uso de su ingenio: «Reconozco que soy culpable a causa de mis versos; este es el precio recibido por mi afición y laboriosas vigilias; el castigo ha sido fruto de mi inspiración poética» (Trist. II 7-13). Considera que ha sido poco prudente y su obra, poco afortunada (Pónt. II 9, 67-76 y 11, 2), por eso insiste en su inocencia, sorprendiéndose de ser el único escritor al que ha llevado a la ruina su musa (Trist. II 495-496). Sin embargo, otras veces, arrepintiéndose, califica esta obra de «poema insensato» que lamenta no haber quemado en su momento (Pónt. III 3, 37). En realidad, Ovidio mantiene con el Arte de amar y con el conjunto de su poesía amatoria una relación ambigua que oscila entre el rechazo y el orgullo, entre el odio y el amor. Reconoce que su obra le ha perjudicado, pero también es consciente de que, gracias a lo que ha publicado, se ha convertido en famoso y será inmortal.

Por la distancia que media entre la publicación del Arte de amar y el edicto («Tarde ha recaído el castigo sobre mi viejo librito y la pena está lejos del tiempo del delito que la mereció», Trist.II 545-546), se piensa que elpoema quizá fuera solo un pretexto y lo fundamental estaría en ese error que Ovidio prefiere que permanezca oculto (Trist. III 6, 31-32). Se trata de un asunto en el que no quiere ahondar recurriendo a múltiples excusas, aduciendo que es un «motivo bastante conocido por todos» y que no necesita recordarlo (Trist. IV 10, 99-100). Otra razón importante para silenciarlo es el hecho de que no quiere reabrir heridas, ni suyas ni de Augusto: «No es breve ni seguro exponer cuál es el origen de mi falta: mis heridas temen ser tocadas. Deja de preguntar de qué modo me han sido producidas; no las toques, si es que quieres que cicatricen» (Pónt. I 6, 21-24). Lo máximo que nos permite saber es que no lo considera un delito (scelus o facinus), sino una falta, una necedad (stultitia), un desliz (error) o una equivocación (Pónt. I 6, 20-25; I 7, 39-44). Se califica a sí mismo de necio e insensato e insinúa, recurriendo al mito de Acteón, que su error tiene relación con algo que involuntariamente ha visto (Trist. II 103-110). Se trataría, pues, según el poeta, de una equivocación cometida sin intención —como le ocurrió al personaje mitológico— que ha merecido un castigo con el que una divinidad ha aplacado su ira: en el mito, la de Diana sobre Acteón; en la realidad, la de Augusto sobre Ovidio.

Las explicaciones han sido muchas y existe una amplísima bibliografía que trata de identificar esa «equivocación» que el poeta considera muy conocida y prefiere no remover. Esas misteriosas causas del destierro han inspirado dos novelas contemporáneas: The Love-Artist (2001), de J. Alison, y Betray The Night. A Novel About Ovid (2009), de B. Kane Jaro.

Ovidio nunca consiguió el perdón de Augusto y murió en Tomos, aunque, en una carta dirigida a Bruto tras conocer la noticia de la muerte del Príncipe, menciona, quizá con cierto sarcasmo, que este estaba a punto de perdonarlo (Pónt. IV 6, 15-16).

En relación con el confinamiento de Ovidio, existe una teoría según la cual no habría sido un hecho real, sino que sería producto de una ficción elaborada por el propio poeta. No me detendré por el momento en esta propuesta, sobre la que volveré al final de este prólogo.

4.ELLUGARDELCONFINAMIENTO

«A mí me tiene el extremo de la tierra, el fin del mundo».

Pónt. II, 7, 66

Ovidio describe con detalle en varios poemas la zona donde pasó sus últimos años y las difíciles condiciones de vida en aquellos lugares tan alejados de Roma. Lo hace recurriendo siempre a exageraciones: es un lugar inhóspito, hace tanto frío que incluso el vino se hiela, el paisaje es desolador y la violencia es continua porque está más allá del ámbito afectado por la Paz Augústea(Pónt. I 2, 13-26 y III 1, 7-30 y ya antes en Trist. III 10). Recurrirá al ejemplo del mito de una Edad de Oro invertida: las condiciones climatológicas son insoportables, no hay sol, la tierra no produce frutos, no hay paz, el mar está agitado (Pónt. I 3, 49-60). Para conseguir que sus palabras tengan crédito, insistir en su veracidad y demostrar que no se queja sin fundamento, recurre al testimonio del centurión Vestal, destinatario de una de sus cartas, que conocía la región por haber estado destinado allí: «Tú mismo ves seguramente que el Ponto se congela por el frío, tú mismo ves el vino solidificado por el duro hielo; tú mismo ves cómo el feroz boyero jázige conduce pesadas carretas a través de las aguas del Histro. Tú ves también que lanzan veneno en las curvas flechas y que los dardos producen muerte por doble motivo» (Pónt. IV 7, 7-12). En la carta a Grecino le pide que contraste su información con la que le puede proporcionar su hermano, el cónsul Lucio Pomponio Flaco, que había ostentado el cargo de legado en la región de Mesia (zona de las actuales Bulgaria y Serbia): «Pregúntale el aspecto de este lugar y los inconvenientes del clima escita y cuánto me aterra el vecino enemigo; (...) si miento o si el Ponto se congela endurecido por el frío y el hielo ocupa muchas yugadas de mar» (Pónt. IV 9, 81-82 y 85-86). Todas estas exageraciones han servido de apoyo a aquellos que consideran que el destierro es ficticio, pero también podrían ser un modo de conseguir la benevolencia y tener como finalidad provocar la compasión del Príncipe, conseguir su perdón y la vuelta a Roma o, al menos, el traslado a un lugar más cercano y agradable.

Si avanzamos unos siglos, hasta el XIX, podemos tener una impresión de esos mismos paisajes en boca del poeta ruso Alexander Pushkin, que sufrió un destierro por causas semejantes a las del romano a raíz de su obra «Oda a la libertad», que molestó al zar Alejandro II. Pushkin acabó en 1825 en Chisináu (en la actual República de Moldavia), al norte de Constanza. Allí escribió su poema «A Ovidio», donde afirma haber visitado los paisajes descritos por el poeta romano porque sus circunstancias vitales eran las mismas («sintiendo como mías tus tristes realidades»). Pushkin descubre que, leyendo los textos de Ovidio, se había hecho una idea de Tomos más cercana a su Rusia natal y, sin embargo, el paisaje que contempla desdice aquellas afirmaciones:

[...]

tu cántico inspirado, Ovidio, repetí

sintiendo como mías tus tristes realidades;

mas la mirada traiciona al sueño con verdades,

mis ojos quedaron por tu dolor cautivos

hechos a las nevadas de mis campos nativos.

Aquí alumbra siempre un sol celestial,

aquí es breve la cruel tempestad invernal,

aquí por las orillas escitas, cual hija emigrante

del sur, crece la uva en su púrpura deslumbrante.

Ya a las praderas rusas el diciembre sombrío

cubre con blancos mantos de un insondable frío;

allá es invierno, mas huele a primavera

aquí donde el sol entibia la pradera;

los campos marchitos anuncian un verdor,

en ellos ya trabaja temprano el labrador;

sopla como una brisa la tarde refrescando;

sobre el lago los hielos se van transparentando

cual pálido cristal del agua en su fluir. (trad. E. Alonso Luengo)

Los referentes de uno y otro operan sobre el paisaje que contemplan: Ovidio, más allá de su anhelo de perdón y de regreso, que le llevan a exagerar, evocaba Roma. Pushkin, por su parte, teniendo presente la climatología de su patria, se encuentra con que las condiciones son más favorables de lo que había imaginado.

También Garcilaso sufrió la experiencia del exilio en 1532, por orden de Carlos V, en una isla en el Danubio, como recuerda en su Canción III, en la que, a diferencia de Ovidio, a la belleza del paisaje que lo rodea (vv. 1-13) contrapone la triste situación del desterrado («preso y forzado y solo en tierra ajena»), afirmando que su espíritu se mantiene libre y firme ante la adversidad.

Los destierros de Ovidio y Garcilaso en la zona del Danubio llevaron a Pablo Neruda a recordarlos en su poema «Los dioses del río» (Canto general, 1955), un canto optimista sobre la Rumanía de mediados del siglo XX.

Otra contrariedad para el Ovidio relegado, que podría parecer igualmente una exageración, es el aislamiento en el que afirma que vive ante la imposibilidad de hacerse entender por los habitantes del lugar. Es difícil creer que no pudiera entenderse en griego o en latín en su confinamiento, porque Tomos había sido una colonia griega y en ese momento había en ella representantes y destacamentos romanos. En una elegía dirigida al bibliotecario Higino (Trist. III 14) se lamenta de que no sabe el idioma y le faltan palabras, de que solo se habla en tracio y en escita, y él empieza a temer que se le olvide el latín. El poeta relegado se siente diferente y observado como un bárbaro entre los habitantes del lugar («Aquí el bárbaro soy yo, puesto que nadie me entiende y los estúpidos getas se ríen de las palabras latinas», Trist. V 10, 37-38) y al mismo tiempo él experimenta la misma sensación hacia ellos. La lengua provoca una falta de comunicación y supone una preocupación y un obstáculo que poco a poco irá desapareciendo. Dalila D’Alfonso ha estudiado ese doble punto de vista, el del que llega y el del que acoge, esa mirada desconfiada y hostil por ambas partes que Ovidio expresa en sus textos.

Sobre la inadaptación de Ovidio en su relegación, las causas de la misma y el recuerdo que ha dejado en la posteridad, tenemos el poema de Jesús Munárriz «A Ovidio, junto al Mar Negro» (2017):

Rodeado de bárbaros en Tomis,

en los confines del imperio,

bárbaro soy aquí yo, que nadie me entiende,

escribías; no puede

haber suerte más triste que la mía,

te desesperabas.

Nunca sabremos cuáles de tus versos

molestaron a Augusto, solo sabemos que lo hicieron,

y aunque no eras rebelde ni traidor

sino un équite digno y rico, un caballero

togado, y un notable poeta,

dictó orden de destierro.

¿Qué hiciste, noble Publio? ¿Qué escribiste

que tanto te costó?

Te mató tu talento, aseguraste.

Y tu mala cabeza de poeta, supongo,

poco fiable siempre

para los poderosos.

Mucho habías escrito del amor

cuando fuiste feliz;

el designio del césar te llevó

a hacerlo del dolor, de la tristeza,

de la debilidad, del desamparo.

Te forzó el infortunio

a completar tu ciclo.

De las palabras latinas se ríen los getas, imbéciles,

te lamentabas.

Dos milenios después, sus descendientes

aún chamullan latín a su manera,

la plaza principal de la ciudad

reproduce tu nombre

y te recuerda en bronce un bello monumento.

Bien está.

Bien está que con bronce te recuerden,

pero más duraderos, nos dijiste,

que el bronce son los versos. Y es cierto, te seguimos

recuperando en tus hexámetros

en que sigues hablándonos con medias palabras.

que continúan vivas.

5.ELTONOYELGÉNEROLITERARIODELASOBRASDELDESTIERRO. LASPARTICULARIDADESDELASCARTASDESDEELPONTO

«Cuando estaba alegre, canté de ordinario mis alegrías; ahora que estoy triste, canto mi tristeza: una y otra situación está de acuerdo con su obra».

Pónt. III 9, 35-36

Una visión de conjunto de la producción literaria de Ovidio nos permite distinguir tres momentos muy marcados. En todos ellos hay obras de forma y contenido elegíaco. A una primera etapa de juventud pertenecerán una serie de obras elegíacas subjetivas deudoras de una musa alegre (iocosa), escritas en primera persona, como protagonista de la vivencia amorosa o como maestro del amor (Amores, Arte de amar, Remedios contra el amor y Sobre la cosmética del rostro femenino). También contemporáneas son las cartas de las heroínas (Heroidas), en las que utiliza el punto de vista homodiegético, dándole la palabra a las remitentes. En su madurez evoluciona hacia un discurso épico-narrativo y objetivo con sus Metamorfosis en hexámetros, pero recurrirá de nuevo al dístico elegíaco para su obra sobre el calendario romano, los Fastos, que será elegía, pero con una acusada voluntad narrativa. El exilio marcará un antes y un después; el Ovidio relegado vuelve a la elegía, ahora con una musa triste (flebilis), y de nuevo al protagonismo, ahora más autobiográfico. Las circunstancias lo obligan y utiliza el tono de lamento que la elegía había tenido en sus orígenes. No abandonará el mito totalmente en sus poemas, pero reduce su presencia, y el amor se centrará en su ciudad, Roma, en la familia y en los amigos.

Así describirá Manuel Reina al final de su poema «Ovidio» (1968) ese desgarro de la poesía de la última etapa:

En el destierro, bajo el lloro ardiente,

toma su inspiración sublime giro,

cual abre, bajo el agua transparente,

la flor del loto su urna de zafiro.

En el destierro brotan, encendidas

en la llama voraz de un noble anhelo,

sus Epístolas, águilas heridas

que hacia Roma imperial tienden el vuelo.

En el destierro, en fin, son arrancadas

a su amoroso corazón doliente

las Tristes, ¡que fulguran como espadas

rojas hasta la cruz de sangre hirviente!

(vv. 37-38)

Tanto en Tristes como en las Cartas desde el Ponto, el poeta mantiene una relación ambigua de odio y amor con su producción anterior. La defiende a través del recurso al diálogo con sus obras, retomando temas y motivos pasados (metáforas, imágenes, episodios mitológicos) y adaptándolos a la nueva situación para conseguir que sus libros no se olviden. Encontramos en estas obras una relación paternal por parte del autor. Sus libros son sus hijos y por eso los defiende, pero son, además, el único modo de tener una presencia en Roma (Pónt. I 1, 21-22; III 9, 9-10). Él no puede volver, pero sus escritos, sí; gracias a ellos puede estar presente en la vida literaria de la Urbe y conseguir así que su nombre no se olvide (Pónt. I 5, 71-79). Conversa con ellos y les da instrucciones para llegar hasta su destino, Roma, y ocupar el lugar del Ars en las bibliotecas (Pónt. I 1, 5-8; IV 5). Tristes y Pónticas tienen, en ese sentido, una función utilitaria.

Ese tópico de las recomendaciones a la obra para que llegue donde su autor no puede llegar porque se encuentra desterrado, y al lector para que sea benevolente con sus escritos, reaparece siglos después en varios poetas exiliados. Así, por ejemplo, el filólogo y poeta Carles Riba, que estuvo desterrado en Francia, escribió en la localidad de Bierville unas elegías del destierro (Elegies de Bierville, 1943) en dísticos elegíacos sobre el modelo de Ovidio. En el prólogo a la segunda edición, Riba explica el origen de sus poemas de exilio con sentimientos muy próximos a los del poeta romano: «Fue la paradójica soledad, con todos los significativos objetos que en su interior vivían, la que me sumergió de lleno en el sentimiento del exilio. Entré en él como en la muerte; como en la muerte tal como por la figura del exilio justamente yo aprendía a conocerla» (p. 18). El último poema, «Endreça» (XII. «Dedicatoria»), contiene las instrucciones para que desde Francia sus versos alcancen la patria que el poeta no puede contemplar.

Bajo la noble expandida ternura de los árboles de Francia,

pensativo a la vera del curso justo y fiel de sus ríos,

he querido dar a la abundancia del corazón una antigua

regla que lo acordase con el pudor de la voz.

Llegaréis sin mí a la patria expectante, elegías:

de dolor a dolor la impaciencia os empuja.

Erato, tú la más contenida, perdona al extraño, si la ola

algunas veces ha saltado sobre tus números severos.[5]

Por otro lado, Ovidio es consciente, y así lo manifiesta —como ya hemos visto—, de que su condena tiene origen, en parte, en su propio ingenio de poeta. Y, sin embargo, aunque su musa lo haya perdido, confiesa que no sabe hacer otra cosa; su oficio es ser poeta y no podría entretener el tiempo de otra manera. Tiene además confianza en que quizá su nueva obra ablande al Príncipe y se decida a perdonarlo o a trasladar su confinamiento. Con sus últimos textos el poeta estaría intentando remediar su situación con lo único que sabe hace: escribir poesía. Según la propuesta de Mario Labate, habría buscado hacerse perdonar o redimirse componiendo en el mismo género que lo había llevado al confinamiento, la elegía, aunque con un contenido distinto, pasando del tono alegre al triste, más acorde con sus circunstancias actuales. Con estas nuevas composiciones elegíacas trataría de llenar el hueco dejado en las bibliotecas por el Arte de amar. «Aquel lugar en el que estaba mi Arte lo tienes libre» (Pónt. I 1, 12), le indica a Bruto, el destinatario de sus tres primeros libros de Pónticas, con la esperanza de que los publique, igual que había hecho con las Metamorfosis.

Con los cinco libros de Tristes, la elegía recupera el contenido inicial del género, y en ellos predomina el lamento y el recuerdo. Entre estas elegías tristes algunas están concebidas como cartas. Incluso se sabe o se puede adivinar el destinatario, como es el caso de las cinco cartas dirigidas a su mujer, Fabia, o la dirigida a su hijastra Perila.

En los cuatro libros de Pónticas, el género es claramente epistolar, dentro del molde del dístico elegíacoy con destinatarios expresos. Muchos de los temas que aparecen en Tristes se vuelven recurrentes y se desarrollan en estas cartas. El motivo principal sigue siendo el lamento, pero, a diferencia de Tristes, donde se describen los primeros momentos del destierro, la despedida, el viaje, las dificultades que tiene para hacerse entender y escribir, ahora, aunque sigue esperando un cambio de lugar, algo se ha transformado en él: ha empezado a adaptarse, habla y compone con musa extranjera. Las dos obras formarán un conjunto con el Contra Ibis.

En cuanto a la estructura de la colección de cartas, sabemos por el propio Ovidio que existía una correspondencia privada en prosa paralela a la escrita en verso que será pública. Como le escribe a Severo: «[...] mis cartas huérfanas de ritmo nunca dejaron de realizar complacientemente su recorrido alterno. Lo único que no te envié fueron poemas que testimoniaran mi solícito recuerdo» (Pónt. IV 2, 5-8). Insiste en la última carta del libro III a Bruto: «Mi propósito y mi preocupación no fue hacer un libro, sino el enviar a cada uno su carta. Después, recogidas de cualquier modo, las uní sin un orden determinado: no vayas a pensar que esta obra fue el resultado de una elección por mi parte» (9, 51-53). Ana Pérez Vega entiende que posiblemente las epístolas en verso fueran enviadas a Roma a medida que eran escritas, pensando en su edición en un determinado momento. Lo demuestran las dirigidas a Bruto (I 1 y IV 9), que son la dedicatoria y el epílogo de los tres primeros libros, que formarían una evidente unidad. El cuarto libro, excesivamente largo para que sea solo uno, puede que quedara sin la forma definitiva; quizá pensaba dividirlo en dos para hacer una obra equiparable a Tristes.

Me centraré a continuación en el formato de la carta en verso en el que se enmarcan las Pónticas. Se ve en ellas una estrecha vinculación con un género del que Ovidio, consciente de lo novedoso de su obra, se reivindicaba como inventor en el Arte de amar (III 345-346). Se trata de las Heroidas, cartas de amor en verso de contenido mitológico. Es la obra más cercana y el modelo de las Pónticas. Las cartas del desterrado comparten muchas características con las de las heroínas; la principal, que tienen un evidente formato epistolar: saludo, remitente (Nasón o el poeta Nasón) y destinatario. También está presente en ambas obras el lamento por una pérdida, acompañado de lágrimas («Mis lágrimas no tienen final, si no es cuando las detiene el estupor y un pasmo semejante a la muerte se apodera de mi corazón», Pónt. I 2, 27-28). Las mujeres mitológicas de las Heroidas intentaban recuperar o retener mediante la carta a los destinatarios de la misma. Desaparecen en Pónticas el mito, como tema central, y el contenido amoroso, y será ahora el poeta, separado de su patria, el que busque que los destinatarios de sus cartas consigan su vuelta y el reencuentro con los lugares conocidos, con la familia y los amigos. Habrá, por tanto, un carácter suasorio en ambos casos. El tópico del autorretrato que la remitente hace en sus circunstancias actuales, ese «si pudieras verme ahora» que podemos encontrar en algunas heroínas como Penélope, Dido o Ariadna, que describen la situación penosa en la que se encuentran (Her. I, IV y X), aparece también en algunas cartas de Ovidio, donde confiesa estar muy desmejorado por el paso del tiempo y la angustia en la que vive (Pónt. I 4, 1-6 y 10, 7-28). El mar, elemento separador de las protagonistas de las Heroidas, tendrá aquí también esa misma función entre Ovidio y Roma y su familia. Además, en las cartas de las dos obras alternan, con profunda nostalgia, presente, pasado y futuro a través de relatos retrospectivos y prospectivos. Incluso está presente aquel tópico repetido en el texto de las distintas heroínas del «¡Ojalá no (te hubiera conocido o te hubiera ayudado o me hubiera enamorado)!», que en las cartas del desterrado se convertirá en «¡Ojalá hubiera quemado mi Ars amatoria, no me vería ahora en estas circunstancias!». También, como en el caso de las Heroidas, se ha criticado la monotonía de las cartas, señalando que parecen la misma carta dirigida a distintos destinatarios. Ya el propio Ovidio era consciente de estas críticas y en la última carta del libro III, dirigida a Bruto, se justifica: «Me dices, Bruto, que no sé quién critica mis poemas, porque hay en estos librillos siempre el mismo pensamiento, que no pido otra cosa, sino poder disfrutar de una tierra más cercana, y que no hablo sino de que estoy rodeado de numerosos enemigos. (...) Yo mismo veo los defectos de mis libros, aunque cada uno estima sus poemas más de lo justo. (...) Sin embargo, nada es más excusable de mis escritos que el hecho de que en casi todos haya un solo sentimiento» (Pónt. III 9, 1-5, 7-8 y 33-34).

Estas críticas no son del todo ciertas, no todo será lamento por su situación en Tomos. En algunas cartas, y especialmente en los últimos libros de Pónticas, aparecerán otros temas: asuntos oficiales, poemas celebrativos y de ocasión, condolencias por las muertes de las que tiene noticias tardías al estar ausente, gustos literarios compartidos con los que están lejos. Es una demostración, por parte de Ovidio, de que está pendiente y al tanto de las noticias de Roma —aunque evidentemente con cierto retraso— y de que intenta participar en la vida pública de la Urbe a través de sus cartas, recurriendo a «la visión mental»: «usaré (...) la mente, que es la única que no está desterrada de ese lugar» (Pónt. IV 9, 41). Una serie de textos forman un ciclo relacionado con el triunfo de Tiberio en Panonia y Dalmacia: la carta dirigida a Germánico, que compartiría ese triunfo (Pónt. II 1), y las que envía a Salano y a Rufino, en las que menciona la composición de un poema triunfal con ocasión de esas celebraciones (Pónt. II 5 y III 4). Gracias a estas cartas conocemos que sus tentativas de perdón o de traslado que lo habían llevado a intentar congraciarse con Augusto pasarán luego a dirigirse hacia Tiberio y, sobre todo, a Germánico. Insistirá en los elogios a este último especialmente en la carta dirigida a Suilio Rufo, marido de su hijastra Perila, al que pide que interceda por él para estar más cerca de Germánico y poder relatar sus hazañas sin tardanza, recordándole el poder de la poesía para inmortalizar a los hombres (Pónt. IV 8, 47-51). Otros elogios son al rey Cotis (Pónt. II 9) y al centurión Vestal (Pónt. IV 7), cuyas gestas militares celebra, con la esperanza de que ambos lo ayuden y protejan en su lugar de confinamiento.

A través del «ojo de la mente» asiste a las tomas de posesión como cónsules de algunos amigos, para los que escribe cartas que pretenden ser una alabanza al cónsul y describen la ceremonia, sin haber estado presente. Escribe las Pónticas IV 4 y 5 con motivo del nombramiento como cónsul de Sexto Pompeyo, figura relevante del libro IV (Pónt. IV 1 y 15), de quien Ovidio había recibido ayuda en una parte del trayecto hacia el destierro y apoyo económico (Pónt. IV 1, 23-24). Desde la distancia imaginará también la toma de posesión, como cónsules, de Grecino y de su hermano Pomponio Flaco (Pónt. IV 9).

Desde Roma le van llegando algunas noticias luctuosas y Ovidio las refleja en sus cartas en forma de alabanzas fúnebres. En una de las dirigidas a Cota Máximo (Pónt. I 9) introduce un recuerdo a Celso, un amigo común, con motivo de su muerte. A Bruto le escribe a propósito de las muertes de Fabio Máximo y Augusto, mencionando el envío de un breve elogio fúnebre del Príncipe (Pónt. IV 6, 15). A Junio Galión le envía sus condolencias por la muerte de su esposa, que ha conocido con mucho retraso (Pónt. IV 11).

Otro tema presente en Pónticas es la literatura, especialmente las aficiones literarias compartidas con los amigos. Entre los asuntos que angustian al relegado están las dificultades para participar en la vida cultural de Roma y disfrutar de las novedades literarias, ya que le llegan con mucho retraso y de manera reducida. Añora las tertulias con los amigos y la lectura mutua de los textos recién compuestos, como le escribe a Cota Máximo (Pónt. III 5), al que le pide que le envíe con frecuencia copias de sus obras, confesándole que, en ocasiones, «gracias a que está permitido a la mente ir adondequiera» (v. 46), regresa a Roma y evoca las conversaciones que mantenían a menudo. También recuerda las tertulias literarias con Ático, compartiendo elogios o críticas a sus respectivas composiciones. La última epístola del libro IV (16) tiene un destinatario desconocido y es un largo catálogo de poetas contemporáneos, un procedimiento ya utilizado en el libro II de Tristes, que demuestra la voluntad de Ovidio de seguir vinculado a la literatura.

6.ELEXILIOCOMOTEMALITERARIO: LASCARTASDESDEELPONTO

«Esta es la voz de un desterrado: la carta me suministra la lengua y, si no se me permitiera escribir, permanecería mudo».

Pónt. II 6, 3-4

Me centraré ahora en los recursos literarios que Ovidio utiliza para describir su confinamiento, sea este real o no, es decir, me voy a ocupar del exilio como tema literario y de la universalidad y actualidad de los temas utilizados para describir esa situación vital en las Cartas desde el Ponto.

En su monografía El sol de los desterrados, Claudio Guillén se interesa por la respuesta literaria a la experiencia del exilio presente en la obra de varios autores desde la Antigüedad hasta el siglo XX, distinguiendo dos tipos de desterrados:

Los ciudadanos del mundo que se adaptan sin problema al nuevo entorno y entienden que los ilumina el mismo sol y los mismos astros. Es decir, aquellos que son centrífugos.Los que con el destierro pierden una parte de sí mismos y a los que el desarraigo provoca una terrible conmoción de la que difícilmente se recuperan y que les influye física y psíquicamente. Son los nostálgicos y centrípetos.

En este segundo grupo está Ovidio, que inaugura la «literatura de exilio» con la que el poeta da voz a su experiencia con la poetización o literaturización de su vivencia. El propio poeta reconoce que él y su situación son el tema de sus últimas obras: «Desde mi caída, no hago otra cosa que proclamar mi repentina desgracia, y yo mismo soy autor de mi propio argumento» (Trist. V 1, 9-10). Como ya hemos visto, las Pónticas estarán destinadas a su publicación y tienen una finalidad utilitaria. Con ellas el relegado busca hacer oír su voz para mantener vivo su nombre en Roma, conseguir el perdón de Augusto, dar fama a los destinatarios de sus epístolas y entretener el tiempo porque no sabe dedicarse a otra cosa que a los versos. Refugiarse en la literatura es lo que le permite, mientras escribe, evadirse de sus preocupaciones y de un entorno que nos describe hostil (Pónt. IV 10, 65-70).

Ovidio se convertirá en modelo, en prototipo de desterrado, y Tomos y el Ponto Euxino quedan indisolublemente ligados a la figura del poeta, hasta tal punto que M.ª Teresa León, al pasar junto a Rafael Alberti por esa zona, recuerda en su autobiografía Memoria de la melancolía: «Seguimos el viaje, Ponto Euxino, Mar Negro, tan azul. Primer puerto, el de Constanza, presidido siempre por Ovidio el desterrado» (p. 212).

En realidad, no estamos ante el primer escritor romano que deja constancia de su experiencia de exilio. En la correspondencia con sus familiares y allegados encontramos los sentimientos que Cicerón experimenta durante su destierro en el año 58 a. C. Aunque se trata de cartas en prosa, son el precedente más cercano de Ovidio, con muchas emociones compartidas e incluso semejanza en las exageraciones. Esteban Bérchez ha catalogado las coincidencias entre ambos autores, que en las cartas del poeta tienen ya un uso intencionado y tópico. Entre ellas podemos señalar: las dificultades para escribir en tales circunstancias, el recuerdo del pasado y la nostalgia de la patria, la esperanza de regreso o de que la condena sea leve, la fidelidad y el abandono de los amigos, los sentimientos de culpabilidad, el deterioro de la salud y la sensación de ser un muerto en vida.

6.1.Un primer asunto sobre el que Ovidio reflexiona a menudo a lo largo de sus obras del destierro son las dificultades que encuentra para escribir en su confinamiento:

La poesía nace hilvanada de un alma serena: en cambio, mi existencia se ha visto nublada por súbitos males. La poesía requiere el retiro tranquilo del poeta: a mí, sin embargo, me abaten el mar, los vientos y el duro invierno. A la poesía le perjudica cualquier tipo de temor: yo, desesperado, creo que de un momento a otro se va a hundir la espada en mi garganta.

(Trist. I 1, 39-44)

Su oficio de poeta es difícil porque se encuentra sometido a continuos sobresaltos, porque no hay tranquilidad en esas zonas lejos de la paz de Augusto, y porque se ve aquejado de un insomnio que hace mella en él, mermando sus fuerzas con un cansancio físico y psíquico. Se queja además de falta de inspiración, ya que la «Musa, a pesar de ser invocada, no viene hasta los bárbaros getas» (Pónt. I 5, 12). Confiesa que le cuesta escribir textos con valor literario y se excusa por la calidad de los poemas que ha compuesto desde que salió de Roma, porque «las desgracias han sofocado mi ingenio» (Trist. III 14, 33). Para darse ánimos en estas circunstancias, piensa que incluso grandes poetas como Homero serían incapaces de escribir textos de valor, perdiendo su inspiración, rodeados de tantas desventuras (Trist. I 1, 45-48). Todas estas dificultades que describe pueden ser ciertas en parte, pero también son, por qué no, un modo de atraer las simpatías y, quizá, de nuevo, una exageración.

Los testimonios por los que conocemos estas condiciones desfavorables para la labor intelectual y los altibajos que experimenta Ovidio a la hora de escribir y desarrollar con calma su oficio los encontramos fundamentalmente en tres poemas: la elegía dirigida al bibliotecario Higino (Trist. III 14) y las cartas a Cota Máximo (Pónt. I 5) y a Cornelio Severo (Pónt. IV 2). A Higino le explica su precaria situación, sin libros, sin público, en un lugar donde lo único que resuena son arcos y armas. No encuentra un espacio tranquilo donde retirarse ni tampoco alicientes, porque no tiene un público que aprecie sus textos y conozca el significado de sus palabras («Nadie hay en estas tierras, si yo recito mis poemas, cuyos oídos puedan comprenderme» Trist. III 14, 39). Empieza a experimentar una progresiva pérdida de identidad que hace que le cueste expresarse y mezcle el latín con las lenguas autóctonas («temo que mezcladas con las latinas puedas leer palabras pónticas en mis escritos» Trist. III 14, 54).

En la carta dirigida a Cota Máximo reconoce que no hay talento poético en sus poemas del exilio: que ha perdido la práctica de componer versos y no puede estar satisfecho de lo que escribe. Se avergüenza de los resultados, pero no tiene ánimo ni fuerzas para corregirlos; en parte porque carece de motivación alguna, ya que nadie los va a apreciar en aquellos lugares y, además, resulta innecesario esforzarse por ser el mejor: «¿Acaso temeré que no los aprueben los getas?» (Pónt. I 5, 62).