Asuntos de negocios - Shirley Rogers - E-Book
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Asuntos de negocios E-Book

Shirley Rogers

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Beschreibung

¿Olvidaría su miedo al compromiso cuando se enterara de su pequeño secreto? Un acto impulsivo en una subasta de solteros le había proporcionado a Jennifer Cardon un romántico viaje con su atractivo jefe, Alex Dunnigan. Jennifer siempre se había sentido atraída por él, pero una cosa eran las fantasías y otra muy diferente encontrarse con que sus sueños se habían hecho realidad de repente. Sobre todo cuando descubrió que se había quedado embarazada... Alex no sospechaba que tras el recatado aspecto de su ayudante se escondía una sirena capaz de volverlo loco. Después de aquel fin de semana, se suponía que debían olvidar su romance, aunque ninguno de los dos fuera capaz de olvidarlo.

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Seitenzahl: 143

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Shirley Rogerson, INC. Todos los derechos reservados.

ASUNTOS DE NEGOCIOS, Nº 1374 - agosto 2012

Título original: Business Affairs

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0784-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

«Y la ganadora del soltero número diez es... ¡Jennifer Cardon!».

Jennifer se quedó escuchando con la boca abierta a la presentadora de la gala benéfica a la que había acudido con su mejor amiga, Casey McDaniel.

Gritos y aplausos estallaron a su alrededor en el salón de baile del hotel junto al río Elizabeth en el que se encontraban, en el centro de Norfolk.

¿Había ganado?

Con la respiración entrecortada, comenzó a pensar en las consecuencias de haber pujado en la subasta de un hombre.

Desde el mismo momento en el que había accedido a ir a aquel evento donde se iba subastar a solteros conocidos, se había preguntado si habría perdido la cabeza.

El hecho de que hubiera ganado le daba la respuesta.

¡Había pagado para salir con un hombre!

¡Un desconocido!

Mientras el caos amainaba, apretó los dientes y miró a su amiga.

–Casey, te voy a matar –le dijo arrepintiéndose de haberse tomado las tres copas de champán que le habían servido.

Ella no solía beber normalmente y el alcohol mezclado con la insistencia de Casey la había llevado a aquel ridículo momento.

–¿Estás de broma? Esto es lo mejor que te podía suceder –contestó su amiga sonriendo radiante–. ¡Enhorabuena! ¡Esto es fantástico!

–No me puedo creer que me hayas convencido para pujar –le dijo Jennifer forzando una sonrisa.

–Te recuerdo que querías tener un hijo –contestó su amiga.

–¡Pero no con un desconocido!

Era cierto que, a punto de cumplir los treinta, Jennifer sentía la necesidad biológica de ser madre, pero, al no tener novio con el que compartir la vida, sus posibilidades de tener hijos eran nulas.

Desesperada, había comenzado a informarse sobre la inseminación artificial y, cuando se lo había contado a Casey, su amiga le había sugerido que tuviera una aventura con un desconocido y que tuviera al niño sin decírselo.

Era una idea extraña, pero la había hecho pensar.

A diferencia de Casey, que cometía todo tipo de locuras, Jennifer se sentía incapaz de hacer algo así, pero se encontró fantaseando sobre la subasta de solteros, la oportunidad perfecta para conocer a alguien especial, un hombre del que podía terminar enamorándose, un hombre que pudiera ser el padre de su hijo.

–Es mejor acostarse con un desconocido que ir a una clínica de inseminación artificial –bromeó su amiga.

–Esto no tiene ninguna gracia. ¿Qué pasaría si se enteraran en el trabajo?

Jennifer era vicepresidenta de una próspera empresa de software informático y, si se enteraban de que había pagado más de mil dólares por salir con un hombre, su imagen no saldría muy bien parada.

Les iba a dar igual que el dinero recaudado fuera con fines benéficos. Pudiendo hablar mal de alguien, ¿qué importaba la beneficencia?

–Disfrútalo, Jennifer. Relájate. A lo mejor, resulta que este hombre es el hombre de tus sueños.

–Ya –contestó Jennifer.

Sabía que eso era imposible pues Alex Dunnigan, su jefe y director ejecutivo de Com-Tec, sólo estaba interesado en sus dotes empresariales.

En los cinco años que llevaba trabajando para él, jamás la había mirado como a una mujer deseable.

–Jennifer, por favor, venga a reunirse con las demás afortunadas en el escenario –dijo la presentadora.

Jennifer se tapó la cara con las manos.

–¡Esto no puede estar sucediendo!

Casey se rió.

–¡Jennifer! Te están llamando. Tienes que ir.

–No puedo –contestó Jennifer–. Ve tú, por favor –le rogó tomándola de las manos.

–¡Jennifer! –insistió su amiga –. ¡Te están esperando!

En cuanto Jennifer se puso en pie, el público allí reunido comenzó a aplaudir entusiasmado. Jennifer miró a su alrededor sonrojada de pies a cabeza.

La euforia era increíble. Había mujeres gritando y aplaudiendo por todas partes. Jennifer sentía que le fallaban las piernas.

–Venga –le dijo Casey dándole un empujón.

–¡Ya voy! –contestó Jennifer.

De repente, salió de la nada un foco que la acompañó durante el trayecto hasta el escenario.

Jennifer sentía que la cara le ardía y rezó para que la tierra se abriera y se la tragara. ¡Ojalá pudiera dar marcha atrás en el tiempo!

La presentadora, una guapa mujer de cuarenta años, le sonrió mientras Jennifer se pasaba las palmas de las manos por el traje dorado que había elegido para la ocasión.

Eso le pasaba por hacer favores. Miró a su alrededor en busca de Mary Davis, la tía de su jefe, la anciana que la había convencido para que acudiera a aquel evento.

Jennifer había sido incapaz de decirle que no cuando la mujer le había pedido personalmente que acudiera porque era para recaudar dinero con fines benéficos.

Debía hablar con ella cuanto antes para explicarle que todo aquello se les había ido de las manos.

No quería ni imaginarse lo que iba a pensar Alex cuando se enterara de todo aquello. Seguro que su tía se lo contaba.

Bastante tenía ya con que le gustara y él no le hiciera ni caso como para ahora, encima, tener que soportar sus bromas.

Lo cierto era que la relación platónica que había entre ellos era lo mejor que podía haber porque, si algún día surgiera otro tipo de relación, con los antecedentes que tenía Alex, seguramente Jennifer saldría mal parada.

Alex Dunnigan no creía en relaciones largas y ella no podría soportar ser una más de sus constantes conquistas.

Jennifer se acercó a los escalones con piernas temblorosas. Se habría caído si no hubiera sido porque un chico de unos veintiocho años, como su hermano pequeño, salió a recogerla con una gran sonrisa.

Aceptando su brazo, Jennifer sonrió y ocupó su lugar en el escenario junto con las otras nueve mujeres.

Estupendo, no veía a Mary Davis por ninguna parte, así que iba a tener que aguantar toda aquella odisea ridícula ella sola.

Con el corazón acelerado, sonrió y fingió que se lo estaba pasando en grande, diciéndose que tenía que aguantar y que, tarde o temprano, podría hablar con Mary Davis y decirle que se iba.

Por supuesto, pagaría el dinero que había pujado, pero no quería ni oír hablar de la cita con el soltero en cuestión.

–¡Muy bien, señoritas, ha llegado el momento de que conozcan a su soltero de oro! –anunció la presentadora–. No se den la vuelta todavía porque tenemos que colocar a cada hombre justo detrás de cada una de ustedes. Les vamos a tapar los ojos, así que cuando demos la señal, ustedes se dan la vuelta y le quitan el pañuelo de los ojos.

Jennifer oyó pisadas en el escenario y sintió la presencia de alguien detrás de ella.

Todo aquello era ridículo.

¿Qué tipo de hombre se dejaría subastar?

Jennifer se sonrojó de pies a cabeza porque el hombre que tuviera detrás debía de estar pensando lo peor de ella; al fin y al cabo, había pagado para pasar una noche en su compañía.

Resignada a que estaba atrapada durante un rato, tomó aire varias veces y percibió un olor que le gustó y que le resultaba familiar.

Era imposible, pero hubiera jurado que aquella colonia era la misma que la de...

No oyó la orden para que se girara, pero vio que las otras mujeres lo hacían y las imitó. La sangre se le había agolpado en las sienes y el martilleo hacía que no oyera los gritos y los aplausos del público.

Las otras mujeres ya estaban quitándole el pañuelo a sus citas, así que Jennifer se armó de valor para hacer lo propio.

Al instante, el corazón se le paró.

¡Alex!

No se lo podía creer.

Ante sí, tenía a su jefe ataviado con un esmoquin que le sentaba tan bien que parecía hecho a medida.

Probablemente, lo fuera.

Jennifer se quedó mirando a su jefe, que aparentemente sonreía encantado. Sin embargo, ella lo conocía bien y sabía que no le hacía ninguna gracia encontrarse en aquella situación porque le latía la vena de la sien derecha.

¿Cómo se sentiría cuando la viera ante sí?

Iban a estar los dos muy incómodos.

Jennifer se tranquilizó un poco al comprender que, si él tampoco estaba a gusto allí, estaría deseando acabar con todo aquello cuanto antes.

Al ser pareja, podrían ponerse de acuerdo para, disimuladamente, salir de aquel lío.

Jennifer no pudo evitar mirarlo de arriba abajo. Aquel hombre exudaba erotismo por los cuatro costados.

Desde luego, iba a tener que darle las gracias a Mary por haberle dado la oportunidad de observar a su jefe de cerca sin que lo supiera.

–Parece que nuestra última ganadora es un poco tímida –le dijo la presentadora al público haciéndolo reír–. Estamos esperando, bonita.

Jennifer se dio cuenta de que era la única que no le había quitado el pañuelo a su cita y, comprendiendo que no le quedaba otro remedio, alargó las manos para hacerlo. En ese momento, Alex se las tomó entre las suyas y juntos quitaron el pañuelo.

Al verse frente a frente, se quedaron mirando a los ojos.

–¿Jennifer?

Alex había reconocido el penetrante aroma en cuanto lo pusieron detrás de ella, pero se había dicho que debía de ser otra mujer con el mismo perfume.

Ni en sueños habría pensado que era ella.

Claro que no se quejaba porque la segunda de a bordo de su compañía era una mujer increíblemente guapa que estaba preciosa con un vestido dorado que realzaba su silueta y que tenía un escote maravilloso.

Alex sintió que el estómago se le encogía y que una espiral de deseo recorría su cuerpo.

–Hola –lo saludó Jennifer mirándose en sus sensuales ojos azules–. ¡No me puedo creer que seas el hombre por el que he pagado!

Alex sonrió sin soltarle las manos, aliviado de que fuera ella, pero sin poder llegar a creérselo.

¡Era Jennifer!

¡Su Jennifer!

Alex miró a su alrededor y comprendió que era cierto, que Jennifer lo había ganado. Volvió a mirarla y vio que estaba hablando.

–¿Cómo? –le dijo, porque no la oía con tantos aplausos y gritos.

Jennifer se acercó para repetirle la pregunta y, al hacerlo, aspiró su olor y sintió que la cabeza le daba vueltas.

–¿Qué haces aquí?

–Mi tía me convenció para que viniera –contestó Alex.

Llevaba más de una hora en una habitación con los demás solteros, preguntándose cómo demonios se había dejado convencer para participar en aquella locura.

Lo cierto era que, aunque en su vida diaria era un poderoso hombre de negocios, cuando su tía preferida le pedía algo no podía decirle que no.

Pero la velada no podía haber salido mejor porque, siendo Jennifer su pareja, seguro que no habría ningún problema en mantener aquello en secreto.

Nadie se enteraría en el trabajo y no tendría que soportar las bromas de los empleados.

–Ah –dijo Jennifer comprendiendo.

Así que Alex tampoco quería estar allí. Muy bien porque, aunque le gustaba, no podía aprovecharse de él.

¿O sí?

–No sabía que ibas a venir –dijo Alex alzando la voz.

Jennifer intentó apartar las manos, pero él no se lo permitió.

–Yo también he venido para hacerle un favor a tu tía.

–Entiendo –contestó Alex sin entender nada.

De todas las mujeres que conocía, hubiera dicho que Jennifer sería la última en pagar para salir con un hombre.

Era casi tan alta como él y, aunque Alex solía salir con mujeres voluptuosas, su figura delgada y fibrosa le había interesado desde el momento en el que la había contratado.

La generosa cantidad de piel que dejaba al descubierto el vestido que había elegido para la ocasión no lo estaba ayudando en absoluto. Además, llevaba el pelo recogido, dejando a la vista las curvas de su cuello.

Alex sintió que el calor se apoderaba de su cuerpo.

–No es lo que parece –se apresuró a explicarle Jennifer para que no tuviera la impresión de que tenía que pagar para que los hombres salieran con ella.

–¿Ah, no? –sonrió Alex.

–Yo no quería pujar por ninguno de los solteros –le explicó Jennifer.

Claro que pasar una noche con él constituía toda una tentación, una tentación demasiado potente.

Sin embargo, sabía que era un hombre que huía del compromiso y, de hecho, la rapidez con la que las mujeres entraban y salían de su vida demostraba que era un playboy.

Estaría loca si perdiera el tiempo rezando para que de su atracción por él naciera algo serio.

Lo más inteligente por su parte sería poner fin a aquello cuanto antes.

–¿Ah, no?

–No –dijo Jennifer dándose cuenta de que Alex no la creía del todo–. Mira, allí está Casey –añadió sonriéndole a su amiga–. ¿Te acuerdas de ella?

Casey y Alex habían coincidido en varias ocasiones y su amiga sabía que le gustaba su jefe, así que Jennifer no quería ni imaginarse lo que estaría pasando por su mente calenturienta al verlos juntos en el escenario.

–Ella ha sido la instigadora de todo esto –le explicó–. Porque...

Jennifer se interrumpió y se preguntó cómo podía explicarle a un hombre por qué había pujado para salir con él.

Jamás le admitiría a un hombre que había sido porque ansiaba desesperadamente ser madre y, menos, a Alex.

–A Casey le pareció una idea divertida y nos hemos dejado llevar –le explicó–. Ella también ha pujado, pero otra mujer ha pujado más –añadió contándole la verdad a medias.

Alex frunció el ceño.

–Ah.

¿Y eso que quería decir? ¿Acaso estaba decepcionada porque le hubiera tocado él?

–Mira, creo que lo mejor sería que acabaremos con esto cuanto antes –le dijo Jennifer antes de que las cosas se les fueran de las manos.

–¿Por qué? –contestó Alex molesto al ver que tenía tanta prisa por deshacerse de él–. Si que hubiera tocado cualquier otro hombre, saldrías con él esta noche, ¿verdad?

–Puede ser, pero...

–Entonces, ¿qué hay de malo en que nos lo pasemos bien un rato?

–Trabajamos juntos, Alex.

«Eso es cierto», pensó Alex.

Su relación profesional era más importante. La había contratado porque había trabajado para algunas de las mejores empresas de software del país y en la entrevista había admirado de ella su integridad y su ambición.

Jamás se había arrepentido de contratarla porque aquella mujer se entregaba por completo al trabajo, tal y como había demostrado cuando Alex le había asignado algunos de sus clientes más difíciles y a todos los había atendido con educación, paciencia y eficacia.

–Sólo es una cita, Jennifer.

Antes de que le diera tiempo de contestar, un grito ensordecedor se alzó desde las mesas.

–¡Qué se besen! ¡Qué se besen! ¡Qué se besen!

¿Por qué estaba todo el mundo pendiente de ellos? Alex miró a su alrededor y se dio cuenta de por qué. Eran la única pareja que no se estaba besando.

Entonces, tomó a Jennifer entre sus brazos, le pasó una mano por la cintura y le agarró el mentón con la otra.

Ella se quedó mirándolo a los ojos.

Alex se había imaginado muchas veces besándola, pero ninguna de sus fantasías se podía comparar con aquel exquisito momento.

–Alex...

–Shh –murmuró él inclinándose sobre ella y besándola.

Cuando sus labios se encontraron, Alex sintió una explosión en lo más hondo de su cuerpo, reflejada por los gritos y los aplausos ensordecedores de las mujeres allí reunidas, pero él no podía pensar en nada, sólo en la suavidad de terciopelo de los labios de Jennifer.

Jamás habría imaginado que besarla fuera tan perfecto. Jennifer se agarró a sus antebrazos ligeramente y abrió la boca.

Alex sintió su gemido de placer y el deseo se apoderó de él con fuerza cuando sus lenguas se encontraron.

Aquella mujer era dulce y tentadora.

Alex se acercó más y, cuando sus cuerpos entraron en contacto, se dio cuenta de que estaba excitado.

Sorprendido ante la respuesta de su cuerpo, dejó de besarla.

Se miraron a los ojos y Alex tomó aire.

¿Qué había ocurrido?

Jennifer lo miraba fijamente con los ojos muy abiertos y los labios húmedos.

La había besado.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no repetirlo. La atracción que sentía por ella se había multiplicado por mil y no estaba muy seguro de cómo debía actuar.

Maldición.

Por primera vez en su vida, sintió la tentación de mandarlo todo al garete y de ir a por ella como haría si fuera cualquier otra mujer.

«No, sólo le harías daño».

Aunque la deseaba con todo su cuerpo, no podía olvidar que no era hombre de ataduras pues había aprendido por las malas que el matrimonio y el compromiso no eran más que palabras vacías entre dos personas que sólo sentían lujuria la una por la otra.

Sus padres eran la prueba fehaciente de ello. Tras doce años casados, su relación había terminado con un desagradable divorcio.

Jacqueline Dunnigan había pedido casi todo lo que su padre había ganado después de toda la vida trabajando, incluido la casa familiar, el Mercedes y su participación en la empresa.

Lo único que no había querido había sido su hijo.

A Alex le había acostado años sobreponerse al dolor de aquel abandono y se había prometido a sí mismo que jamás permitiría que una mujer volviera a tener ese poder sobre él.