Atajo a tu mejor versión - Eloísa Rodríguez Campos - E-Book

Atajo a tu mejor versión E-Book

Eloísa Rodríguez Campos

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Beschreibung

Una mujer atraviesa una enfermedad y sale transformada. Por eso piensa este libro como una valija de herramientas que quiere compartir con otros, en especial con quienes lograron hacer muchas cosas en su vida, pero aún así sienten un vacío o se encuentran perdidos.   Este libro sostiene la importancia de disminuir la mente en exceso para reconectarnos con nuestro Ser. Explica en forma concreta, y desde la experiencia, los caminos —y los atajos— para lograrlo. Y ofrece ideas para pensar y trabajar. Así, estas páginas están cargadas de posibilidades. Para mejorar. Para hallarte. Para descubrirte.

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Rodríguez Campos, Eloísa

Atajo a tu mejor versión / Eloísa Rodríguez Campos. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6505-13-2

1. Autoayuda. I. Título.

CDD 158.1

© 2023, Eloísa Rodríguez Campos

Primera edición, junio 2023

Coordinación editorial Martín Vittón

Corrección Karina Garofalo y Malvina Chacón

Diseño y diagramaciónLara Melamet

Ilustraciones Carla Coll

Conversión a formato digital Estudio eBook

Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.pampublicaciones.com.ar

Dedicado a mis hijos, Pía y Nicanor, y a mis ahijados, Justino, Ana Candela, Manuel, Lourdes y Amanda, con la intención de ser un aporte para que crean lo que quieran crear.

Índice

CubiertaPortadaCréditosDedicatoriaPalabras preliminaresIntroducciónParte I. Conocer el SerCrisis de los cuarentaSiempre cuestionarCrisis profundaRespirar hondoEn búsqueda del SerTablero del juego de la vidaAlejados de la pazMejor versión y peor versiónEl silencioEl presenteParte II. Conocer la menteObservar la parte grisProgramaciónReprogramaciónReseteoVivir en automáticoLa noche oscura del almaNecesidad de aprobaciónAmor propioVíctimas o protagonistasAceptaciónAgradecimientoAmabilidadFrecuenciasPersonas sin evoluciónReacciónEl escudo del ego como espejoResponsabilidadAyuda al otroSentimientosCuerpoPresencia/dispersiónPropósitoParte III. El eneagrama como herramienta para observar la menteAquí y ahoraEneagramaEneatipo 1: el organizadorEneatipo 3: el realizadorEneatipo 8: el luchadorEneatipo 2: el servidorEneatipo 6: el colaboradorEneatipo 7: el entusiastaEneatipo 4: el creadorEneatipo 5: el investigadorEneatipo 9: el pacificadorParte IV. Atajos al almaObjetivo: recordarteEstrategias de mi juegoQEPVInvertir en alfa, energía femeninaVolver siempre a la FuenteParte V.Test (una excusa para observarte)TestEneatipo 1Eneatipo 2Eneatipo 3Eneatipo 4Eneatipo 5Eneatipo 6Eneatipo 7Eneatipo 8Eneatipo 9Palabras finales y recomendacionesDe quienes aprendíLibros que me sirvieron muchoAgradecimientosSobre este libroSobre la autoraTienda PAM

Palabras preliminares

Creo que si todos eligiéramos cada día evolucionar hacia nuestra mejor versión el mundo sería más armónico.

No soy un ejemplo, al contrario, cometí tantos errores y me desvié tantas veces del camino hacia mí misma que ojalá que mis errores sirvan de espejo para que te encuentres o para que no te desvíes. Y si te desviaste, que sirva para encontrar un atajo de vuelta a la Fuente.

El fin no es convencerte de nada. Convencer me suena a vencer, a vencer-con argumentos. Lejos de buscar una lucha, la idea es compartir lo que nos da paz. Si estás en paz, aumentá o mantené la dosis de lo que estés haciendo; y si no estás en paz, ojalá este escrito te sume algo. El principal objetivo de escribir es para mí el de recordarme cómo puedo volver a la luz (a mi mejor versión) cada vez que estoy en mi lado oscuro (mi peor versión).

Diariamente tengo momentos de luz y de sombras. Y hay días más grises que otros, pero con los atajos a mi mejor versión, los días grises son escasos, prevalece la luz y me siento muy bien.

Me sirve recordar que, aunque es difícil ver la luz cuando se siente todo negro, ella está muy cerca y puedo volver a la paz. Para quedarme en la oscuridad sólo lo justo y necesario y pasar por ahí sin desviarme del objetivo: recordar quién soy y volver a la Fuente. Evolucionar.

A través de este libro compartiremos ideas sobre qué considero que es la Fuente, cómo llegar a ella, y hablaremos de meditación y eneagrama como mis buenos atajos.

Quizás al leerlo sientas que hay muchos temas. Escribo sobre ansiedad, mi proceso de cáncer, situaciones familiares y cotidianas, vínculos con padres y pares, sentimientos, silencio, energía femenina.

Te propongo que leas este libro como si fuera el tablero de un juego de mesa. A medida que avances, vamos a ir uniendo las partes como si fueran casilleros que a veces pueden parecer desconectados. Como cuando jugamos y nos damos cuenta de que pasar de un punto a otro es más viable de lo que parece, y eso puede generar mucha diferencia en nuestra propia evolución. Un juego en el que cada uno encuentra su propia estrategia.

En la primera parte quiero transmitirte los beneficios de estar en presencia de forma práctica. Vamos a analizar un poco cómo funciona el cerebro y cuán simple puede ser modificar nuestras ondas cerebrales para estar más en alfa, en calma y conectados con la vida. Básicamente, veremos que se trata de dedicar tiempo a observar, sentir, crear.

Si bien es simple, la conexión con el presente no me resultó fácil, por eso en la segunda parte te contaré mi experiencia con la observación de mi mente, de encontrarme con mis sombras, cuestionar mis pensamientos recurrentes, sanar vínculos y la importancia de la aceptación y el agradecimiento.

Por último, veremos un poco de eneagrama, una herramienta de autoconocimiento que me resultó muy útil como espejo para reconocer las programaciones de mi mente y la forma de poder dejar de prestarles atención a mis conversaciones internas y equilibrarme.

Finalizamos concluyendo que al recordar quiénes somos, dejamos de buscar, y empezamos a explorar, disfrutar y nutrirnos por la vida, y que cualquiera sea la decisión a la que nos enfrentemos, siempre será mejor tomarla desde nuestro Ser (mejor versión) y no desde nuestra mente.

Es mi intención que algo de lo que leas aquí te sirva en tu camino, en recordar tu mejor versión (que es única).

Introducción

Creo que las cosas son más simples de lo que pensamos, pero lamentablemente la mayoría de nosotros no somos simples (o nos complicamos pensando).

Porque en realidad se trata más de sentir que de pensar, pero no sabemos cómo hacerlo.

En dos años atravesé: crisis de los cuarenta, cuarentena, covid y cáncer (sí, todas las “c” juntas). Y eso generó en mí muchos cuestionamientos y nuevas creencias (seguimos con las “c”).

Lo único que sé es que empecé la cuarentena con mucha angustia, por si me agarraba covid, y después terminé abriendo el resultado positivo de covid, muy tranquila, en medio del tratamiento de rayos.

Mi ansiedad y mis miedos habían disminuido muchísimo.

¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo podía encontrar tranquilidad?

Creo que simplemente volví a mí.

En la típica frase: “La felicidad está dentro de vos”, siento que…

… descubrí un mundo conociéndome a mí.

Así que, si sentís ansiedad, tristeza o enojo prolongado, creo que el mejor atajo es volver a tu Ser.

¿Cómo? Ya lo analizaremos, pero es muy simple: sentí, observá, creá, intuí. Invertí en ondas alfa. Las ondas alfa son uno de los cuatro tipos de ondas que produce nuestro cerebro y que funcionan como impulsos eléctricos que conectan las neuronas. Son responsables de la liberación de endorfinas benéficas, que mejoran la calidad en nuestros procesos mentales. Cuando generamos ondas alfa, nos relajamos y equilibramos la cantidad de información o pensamiento lógico que a veces sentimos que no podemos frenar.

Para lograrlo, el mejor aliado es el silencio, la meditación.

Y si sentís que tu mente no te deja hacerlo, es bueno conocer tu mente, cuestionarte. Para eso, en lo personal, me sirvió muchísimo el eneagrama como herramienta.

Todos conocemos la frase atribuida a Sócrates: “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses”.

Siento que viví esa frase.

Me conocí, y eso me ayudó a volver a la Fuente, y desde allí pude sentir una paz que no dependía de nada externo.

Ahora el desafío es recordar volver a la Fuente cada día.

¿Qué es volver a la Fuente? ¿Cómo se hace?

Ya lo veremos en las próximas páginas.

Yo siempre fui la “reina de los desvíos”, así que no soy un parámetro en el camino. Tampoco vivo en la paz constante ni soy ejemplo de nada, pero siento que hice un primer escalón importante en mi vida y quiero compartirlo, como otras personas compartieron conmigo su experiencia.

Creo que si pude hacerlo en un momento turbulento, puedo incentivar a que otros lo hagan (y que lo logren sin necesidad de una crisis).

La invitación no es a que me creas. La invitación es a que te cuestiones y veas tu propio camino. Y experimentes.

Yo necesité mapa, un tablero de juego, señales de humo, atajos, ¡todo!

Por suerte tuve muchas ayudas y guías.

En resumen, durante el camino, mis dos grandes atajos fueron: la meditación (o silencio interior) y el eneagrama, así que haré una especial referencia a ambos.

Parte IConocer elSer

 

 

Crisis de los cuarenta

Hasta el comienzo de la pandemia podría decirse que estaba en un momento estándar, cercano a los cuarenta. Había hecho lo típico: estudiar, viajar, casarme, tener hijos, trabajar…

También había empezado con la crisis de los cuarenta unos años antes. Recuerdo haber hablado con amigos sobre existencialismo. Sentía un vacío y ansiedad.

En una de esas charlas, un amigo me recomendó que viera unos videos en los que, básicamente, se remarcaba la importancia de poder contestar a:

¿Quién soy?

¿Para qué estoy?

¿Adónde voy?

Creo que la típica crisis de los cuarenta se basa en que llegamos a esa edad sin saber cómo contestar a esas preguntas.

Estaba en el trabajo y me cuestionaba diariamente.

Desde los 23 años tuve gente a cargo y vivencié los roles de empleada, jefa, compañera. Con el tiempo, empecé a coordinar personas que a la vez tenían sus equipos para liderar.

Me daba cuenta de que más allá de los problemas funcionales concretos, los mayores obstáculos tenían que ver con la parte humana. Había oficinas a las que podía delegarles muchas tareas porque el encargado era “buena onda” y había otros jefes con los que no podía hacer eso, y con sólo saber que tenía que hablar con ellos mi energía disminuía.

Nadie es perfecto, todos tenemos nuestros días grises, pero en ese momento empecé a dividir entre aquellos que se habían acomodado en su peor versión y exigían sin aportar al resto, y los que evolucionaban para estar equilibrados, conocían su peor versión pero buscaban mejorar su energía para poder sentirse mejor y a la vez generar un aporte.

¿Por qué una persona elegiría trabajar en evolucionar si puede quedarse cómoda estancada y nutriéndose de energía ajena? Quizás sea una elección de cómo queremos vivir esta vida.

Notaba que las personas que buscaban evolucionar recibían momentos de felicidad al liderar a otros, que al conocer sus talentos y debilidades podían generar comunicaciones asertivas,y que no buscaban aprobación porque ya sabían quiénes eran y para qué estaban, no les afectaba tanto lo que hacían los otros y trabajar con un sentido les generaba paz.

Si dando se recibe, ¿qué quiero recibir y, por lo tanto, qué es lo que elijo dar?

Era una elección, pero…

¿Cómo hacer que las personas estancadas en su peor versión no afectaran mi energía? ¿Cómo hacer para ayudar a los que querían evolucionar?

Empecé a cuestionarme mi propósito y me enganché en buscar el propósito institucional. Lo hablaba con mi jefe, con compañeros.

El encontrar para qué estábamos haciendo lo que hacíamos generaba una energía diferente. Sin dudas era bueno para todo el equipo.

También empecé a aplicar el eneagrama (que analizaremos en la parte III) para armar grupos y equilibrar proyectos. Y funcionó muy bien.

Pero faltaba algo previo y fundamental… Faltaba responderme quién soy.

Creo que la vida me dijo: “Estás buscando resolver cosas de afuera, pero tenés que empezar por manejar tu interior”.

Tenía que liderarme a mí antes de liderar a otros. ¿Y qué era liderarme? Quizás era salir de mi mente, que me llevaba constantemente al pasado y al futuro, y poder disfrutar el presente. Porque había momentos en que tenía todo lo exterior en orden, y aun así no me sentía en paz.

Mi mente me convencía de que iba a estar tranquila después… ¿cuándo? ¿Cuando cambie algo en mi trabajo, mi jefe, mi pareja, mis viajes, mis relaciones familiares, mi aspecto físico, cuando termine tal proyecto?

Entonces, ¿a dónde me dirigía?

Con el tiempo descubrí que mi mayor “Matrix” no era nada exterior. Mi mayor “Matrix” era mi mente.

Escuché esta frase en una película: un pez le pregunta a un pez más viejo dónde puede encontrar el océano. El pez viejo le contesta: “¿El océano? Estás en él ahora mismo”, y el pez joven replica: “¿Esto? Esto es agua, lo que yo quiero es el océano”.

Liderarme empezaba a resonarme como conectarme con la vida, con el momento presente. Y para eso debía callar un poco mi mente y conectarme con mi ser (porque a la mente siempre le falta algo para poder disfrutar).

Pero mi mente estaba en su mayor actividad.

Apenas empezaron las noticias de la pandemia, tuve un ataque de ansiedad. La angustia me invadió. Mi cabeza no paraba. Sin dudas estaba siendo llevada por el pánico. No se notaba tanto hacia afuera como yo lo sentía por dentro.

Había estado yendo a terapia, pero esta vez necesitaba algo distinto. Sentía que mi cabeza no iba a parar con cualquier cosa.

“Mi cabeza es distinta”, pensaba, “la mía no frena con lo convencional”.

Había escuchado muchas veces que somos cuerpo, mente y espíritu, y algo intuía, ya que de mente, análisis y lecturas había tenido bastante. Me propuse balancear con cuerpo y espíritu.

Durante mi vida había incursionado en distintas herramientas alternativas y en meditación, pero siempre superficialmente.

Percibía en ese momento que lo único que quería era sentirme tranquila, pero a la vez tenía como una invasión de publicidades espirituales y no sabía por dónde empezar.

Siempre cuestionar

En los momentos críticos de mi vida, me hubiese encantado tener la tranquilidad de que me dijeran, por ejemplo: “Hacé tal cosa todos los días y te vas a sentir bien”; y hacerlo y listo. O que me dieran un amuleto, una piedra o una imagen y confiar, pero tenía algo propio de mi personalidad… cuestionar las cosas hasta que “me cerraran”.

En la facultad me pasaba que, si bien la materia estaba dividida por temas, yo necesitaba unir todo antes de estudiarlo. Leía hasta el final haciendo un esquema en donde pudiera ubicar cada consigna, y recién entonces empezaba a estudiar.

Había compañeros que estudiaban por temas y otros podían ir a rendir sin estudiar. Yo no podía, necesitaba entender a qué se refería cada cosa antes de seguir.

Y lo mismo me pasó con la vida. Necesitaba que me cerraran varios conceptos antes de entregarme a ellos.

No digo que eso estuviera bien, simplemente así me salía.

Empecé a cuestionarme qué eran para mí la felicidad, el éxito, la muerte, Dios, el amor propio, la aceptación, el presente.

Empecé a pensar en que si somos cuerpo, mente y espíritu, en la balanza de mi vida había mucho de mente, algo de cuerpo y poco de espíritu.

Pero… ¿qué era el espíritu?

Busqué sincerarme… Está bueno preguntarnos:

¿Creo que hay algo superior a mí o que nos nuclea a todos?

¿Creo en la energía, en la divinidad, en algo eterno, en la vida, en el universo?

En ese momento contesté que sí, pero sin saber bien por qué, y a la vez en mí se mezclaban conceptos y significados sobre lo que pensaba que era.

Quizás porque relacionaba a Dios con ir a misa o decía: “Sí, creo, pero no voy a misa”; o pensaba que quienes no estaban de acuerdo con la Iglesia eran ateos; o creía en las energías, como buenas o malas vibraciones/ondas, pero no entendía bien qué significaban.

Recuerdo haber visto un video del papa Francisco en el que invitaba a todas las religiones a dialogar y colaborar entre quienes pensaban distinto.

Dice Francisco en el video:

“Muchos piensan distinto y hay un abanico de religiones, pero la única certeza es que todos somos hijos de Dios”.

Al final, termina diciendo junto con referentes de distintas religiones:

“Creo en el Amor”.

Entonces me pregunté: si Dios es amor, al que se puede llegar por diversos caminos religiosos: ¿puedo llegar a Dios incluso sin una religión?

Me di cuenta de que había más de 4.000 religiones en el mundo, y culturas, grupos e individuos con espiritualidad laica, sin contar la cantidad que existieron en civilizaciones pasadas.

Así comencé a separar en mi cabeza la espiritualidad de la religión.

Entendí la espiritualidad como la creencia de que hay algo superior a mí misma, y de que para llegar a esa Fuente existen múltiples caminos; entre ellos, las religiones.

¿Será que todos los caminos conducen a RomA=AmoR=Dios?

No tenía certezas de nada, pero todos los caminos que iba conociendo (religiosos o no) tenían un factor en común: la búsqueda del silencio. Y decidí empezar por ahí.

No estaba equivocada. Con el tiempo, el silencio fue el que me guio.

Crisis profunda

En medio de mi búsqueda espiritual me diagnosticaron cáncer de mama. Horrible palabra, horrible momento.

El mundo se me vino abajo. Rogué vivir un tiempito más. Entré como en un estado de shock.

La semana posterior a la operación tuve que esperar para saber si tenía metástasis.

Todas las frases que siempre me habían resonado, como: aceptar, vivir el hoy, aquí y ahora, fluir, fe, eran palabras que, si bien eran hermosas y podía tenerlas hasta tatuadas, ahora tenía que ponerlas en práctica de forma inmediata.

¿Cómo hacer? ¿Cómo empezar?

Yo, la superansiosa, acelerada, desordenada, acostumbrada a hacer mil cosas, a tapar el dolor y seguir como fuera, rápidamente tenía que (o quería) estar tranquila y enfrentar el dolor.

Quimioterapia, rayos, viajes, médicos, debilidad… en medio de una pandemia por covid.

¿Cómo estar tranquila y vivir el día a día? ¿Cómo no llenarme de miedos? ¿Cómo hago para estar bien para que ni yo ni mi entorno sufran?

Sabía que me iba a doler física y emocionalmente, pero no quería sufrir. ¿Se puede elegir no sufrir? ¿Puede algo ponerme triste pero no sufrir por eso? ¿Se puede estar en paz a pesar de situaciones externas “malas”? Con el tiempo experimenté que sí. Que podía elegir sufrir esta situación o tomarla como un aprendizaje. Preguntarme el “para qué” en vez del “por qué”.

Sabía que me iba a doler, que iba a estar triste, pero no quería estancarme en el dolor.

Y esa era mi elección. Buda decía: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

Con el tiempo supe que la palabra “crisis” puede ser atribuida a “crisálida”, el capullo que recubre a la oruga antes de hacerse mariposa. De manera que esa crisis era una oportunidad para un “después” distinto. Y así fue.

En ese momento, el silencio que buscaba me vino como una necesidad. Dejé el celular a un lado y archivé los grupos.

Es impresionante cómo se siente el cariño en el silencio. Había privado a mucha gente que me quería de preguntarme cómo estaba, de charlar… Y sentía el cariño igual.

La energía del amor llega sin palabras. Es increíble, pero ahora lo creo. Lo creo, lo sentí.

¿Y si esa energía de amor nos nuclea a todos? ¿Y si yo me conecto con ella? ¿Y si el silencio mental es la forma de conexión?

Iba a probar.

Iba al silencio.

Respirar hondo

En cada pinchazo, por cada estudio que me hacían, me decían: “Respirá hondo”.

¿Para qué era eso? Para que estuviera más tranquila.

Y si respiraba hondo varias veces al día, ¿significaba que iba a estar más tranquila varias veces al día? ¿Y si respiraba hondo por un rato largo?

Unos días antes de la primera quimioterapia hice un ejercicio muy profundo de respiración guiada. Estaba en casa, sola, y puse un audio de meditación. Me dejé llevar por las palabras y me involucré en la historia. No sé si pasó una hora o más, pero fue como si el tiempo transcurriera distinto. Era la primera vez que me entregaba así a seguir mi respiración.

Al terminar, viví una experiencia nueva. Me levanté y estaba muy tranquila, como en otra sintonía, como “en alfa”. Recuerdo que me hice un té y me senté en el living. Con unos lápices y una hoja empecé a escribir una especie de dibujo con colores y frases.

No era “yo” la que escribía, eran palabras que ni siquiera usaba. ¿Será eso a lo que llaman inspiración?

Me imaginaba, por ejemplo, a los músicos o artistas a quienes de repente les “salía”, les “venía” algo.

Eso que “venía”… ¿de dónde venía?

Respirar… inspirar…

Respiración… inspiración…

Empezaban a conectarse.

¿Será que si respiro hondo varias veces me tranquilizo y eso hace que tenga momentos de inspiración?

¿De dónde venía ese “hacer” que no era pensado?

Estaba tan acostumbrada a pensar y pensar y programar que de repente me sorprendió. ¿Cómo es esto que sale de mí sin que lo piense?

Aprendí entonces que hay un hacer que no proviene de la mente, que proviene del Ser.

Me había sorprendido eso, y a la vez lo hablaba con personas a las que les resultaba obvio que…

… lo importante no era tanto pensar las cosas, sino procurar conectarse con el Ser para, desde ahí, ser canal de vida.

¡Guau! Para mí todo era nuevo.

Había salido de mí un dibujo sin haberlo pensado (un dibujo que te presentaré en el próximo punto y que analizaremos como si fuera un tablero de juego). Al leer lo que había escrito, no lo entendía, o lo entendía teóricamente, pero no sabía cómo llevarlo a la práctica. Había escrito palabras como “reacción”, “responsabilidad”, “asertividad”, “reprogramación”, “no conciencia”; tenía una espiral en el medio y estaba dividida en colores amarillo y gris.

Lo dejé durante meses guardado. Lo miraba de vez en cuando, y en paralelo iba escribiendo las cosas que me pasaban y que aprendía. Cuadernos y cuadernos, dibujos, libros, rituales, videos, meditaciones, charlas, sesiones, prácticas se sucedieron durante los meses de tratamiento.

Leía libro tras libro de evolución espiritual y sentía que todos, de diferentes maneras, apuntaban a lo que estaba empezando a vivir.

Si la palabra “espíritu” proviene del latín spiritus, que significa “soplo, respiro”, el respirar hondo empezaba a convertirse en un camino interesante para explorar. Era impresionante cuando volvía a ver las palabras que había escrito, era como si empezaran a tener sentido desde todo aquello que me había sucedido. Parecía que era un juego que tenía que jugar, atravesar, para entenderlo en la práctica.

Al ordenar un poco mis ideas, dibujé una parte de ese esquema como un tablero de juego de mesa, así que desde ahora lo voy a llamar así (o simplemente “tablero”).

A veces me levanto y chequeo en qué lugar del tablero me encuentro para buscar la mejor estrategia de ir al objetivo: a la Fuente.