Atracción inesperada - Michelle Douglas - E-Book
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Atracción inesperada E-Book

MICHELLE DOUGLAS

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Beschreibung

Cautivado por la hija del jefe Dominic Wright, un hombre de origen humilde, estaba muy orgulloso de su carrera profesional y suponía que su último proyecto sería el que lo llevaría al éxito. ¿Los contras? Iba a tener que cuidar a la hija mimada del jefe. Bella Maldini conocía la reputación de Dominic y, en lo que se refería a las mujeres, ¡era bastante mala! Sin embargo, si quería que su proyecto saliera bien, debía trabajar con él. ¡Si al menos Dominic no fuera un hombre cínico, complicado y, lo peor de todo, el más sexy que ella había conocido nunca…!

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Michelle Douglas. Todos los derechos reservados.

ATRACCIÓN INESPERADA, N.º 2514 - junio 2013

Título original: Bella’s Impossible Boss

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3115-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

IBA a llegar tarde.

«Tarde. Tarde. Tarde».

Bella apresuró el paso y miró el reloj. Debía dejar de pensar que no daría la talla. Llegaría a tiempo a la reunión. Solo estaba siendo paranoica.

Sin embargo, no debería haberse parado para hablar con Charlie. Ni con Emma. Sophie y Connor. Aceleró el paso.

«Un gran fallo. Soy estúpida».

Cerró el puño con fuerza. Teniendo en cuenta lo que había oído la semana pasada, debería haber tenido más cuidado. Debía haber estado más pendiente de la hora. Quería que su padre cambiara su opinión acerca de ella, y no reforzársela.

«¡Mimada, terca, y con cerebro de mosquito! Bella no conoce el significado de las palabras dedicación y trabajo duro». Eso era lo que su padre le había dicho por teléfono a la tía de Bella que vivía en Italia, el miércoles anterior. Bella había descolgado el teléfono de la cocina para hacer una llamada y, sin querer, lo había escuchado todo.

«Y es culpa mía», recordó que eso era lo que había dicho su padre antes de que ella colgara.

Se detuvo en seco. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta al recordar el dolor que había percibido en la voz de su padre. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. «Oh, papá. Lo siento».

Por haberlo decepcionado. Otra vez. Y porque se sintiera culpable por ello.

Se retiró de la pared y enderezó la espalda. Había cambiado durante los dieciocho meses que había pasado en Italia. Se lo demostraría. Haría que se sintiera orgulloso de ella.

Como para convencerse a sí misma, echó un vistazo a las carpetas de colores que llevaba en la mano y se dio cuenta de que se había dejado los menús en la cocina de la cafetería de Charlie.

Miró el reloj otra vez. Podría continuar hasta la oficina de su padre y llegar a tiempo. O podía regresar a la cafetería, recoger los menús y llegar un poquito tarde pero demostrarles a su padre y a Dominic Wright, su mano derecha, lo organizada y creativa que era.

¿Organización, creatividad y dedicación frente a puntualidad? Sin pensárselo, dio media vuelta y empezó a correr. Al doblar la esquina, oyó el timbre de ascensor y exclamó:

–¡Espéreme!

Pero las puertas se cerraron antes de que ella llegara. Apretó el botón de la pared varias veces, pero no consiguió que se abriera. La luz indicaba que el ascensor había empezado a bajar.

–Maldita sea –golpeó la mano contra la pared.

No le quedaba más remedio que olvidarse de ir a recoger los menús pero, con suerte, las carpetas de colores darían la impresión de organización y creatividad.

Tragó saliva. Siempre y cuando nadie le hiciera demasiadas preguntas acerca del contenido de las carpetas. Katie, la secretaria de su padre, le había enviado el archivo principal la noche anterior, suplicándole en un mensaje: Por favor, ¡no le digas a tu padre lo tarde que te lo he entregado! Bella solo había tenido tiempo de imprimirlo y se había reservado esa tarde para revisar su contenido.

Miró el reloj. Si se daba prisa llegaría a tiempo a la reunión.

«Has de parecer una profesional», pensó mientras avanzaba por el pasillo.

Alzó la barbilla y enderezó los hombros. Tenía que aparentar confianza y seguridad en sí misma. Y sobre todo, capacidad. Tenía que demostrarle a su padre que no se equivocaba al confiar en ella.

Respiró hondo y entró en el despacho. Lo miró y tuvo que contenerse para no besarlo y darle un abrazo. Así no se ganaría su respeto. Sobre todo porque no estaba solo.

–¡Llegas tarde! –le dijo Marcello Luciano Maldini.

Ella miró el reloj y arqueó una ceja.

Él miró el reloj y frunció el ceño.

Bella deseaba que sonriera.

Pero él no lo hizo. Ella sí. Se alegraba de verlo. De estar allí. Le estaba muy agradecida por haberle ofrecido esa oportunidad. Hizo un esfuerzo y puso una sonrisa educada y profesional.

–Buenos días, papá. Si llego tarde, te pido mis más sinceras disculpas.

Él pestañeó y, durante un instante, ella pensó que quizá se disculpara por su brusquedad y reconociera que no había llegado tarde. Pero no lo hizo. Se cruzó de brazos y la miró.

–Mi secretaria te ha llamado al móvil y te ha dejado un mensaje diciéndote que la reunión se adelantaba quince minutos.

¡Había llegado tarde! Y todo porque había apagado el teléfono para que no la interrumpieran durante los preparativos de la reunión más importante de su vida.

–Lo siento. Apagué el teléfono para que no me interrumpieran mientras preparaba la reunión.

Su padre resopló y dijo:

–Dominic, me gustaría presentarte a mi hija, Bella Maldini. Bella, este es Dominic Wright.

El hombre se volvió hacia ella y, al ver sus ojos azules, Bella se quedó sin habla.

«Madre mía. Unos ojos azules no deberían dejar sin palabras a una mujer».

«Ni tampoco el cabello pelirrojo».

«Pero la combinación...».

No había creído a Catriona ni a Cecily cuando le dijeron que él era muy atractivo y que tenía el cabello de color rojizo dorado, como la melena de un león.

Se aclaró la garganta.

–Yo... Encantada de conocerlo, señor Wright.

–Dominic –la corrigió él.

¿Ese era el hombre del que dependía su futuro?

Según sus primas, Dominic era el hombre más peligroso de Sídney, gracias a su atractivo y encanto y sería capaz de comerse a una mujer virgen como ella para desayunar.

Sin embargo, por cómo la miraba de arriba abajo, se parecía más a un jefe intimidante que al playboy que Cat y Cecily habían descrito.

No le dijo que estaba encantado de conocerla. Ni tampoco sonrió.

Haciendo un gran esfuerzo, ella continuó sonriendo.

–Aunque sea por guardar las formas, se supone que has de decir que estás encantado de conocerme, Dominic.

Él sonrió y el azul de su mirada se intensificó.

–Encantado de conocerte, Bella.

Cuando Dominic le tendió la mano, ella se la estrechó inmediatamente. No era capaz de pronunciar palabra y tenía el pulso acelerado.

–Encantadísimo –murmuró él.

Bella recuperó la voz.

–Yo también.

Retiró la mano y agarró las carpetas otra vez, tratando de ignorar el cosquilleo que le había provocado el roce de su piel. «A pesar del color de su cabello y de su cálida sonrisa, lo llaman el Hombre de Hielo. No lo olvides», pensó ella.

Eso no cambiaba el hecho de que él era la persona que podía hacer que el padre de Bella cambiara de opinión. Ella tendría que tener cuidado.

–Si habéis terminado de evaluaros –dijo el padre con brusquedad–, ¿podemos sentarnos y comenzar la reunión?

Bella se sentó al lado de Dominic y percibió el calor que desprendía su cuerpo. «Mantén una actitud profesional», pensó, sin dejar de mirar a su padre.

–Dominic, quiero que Bella y tú trabajéis en el proyecto de Newcastle Maldini. Quiero que lo tengáis preparado para la gran inauguración que se celebrará dentro de ocho semanas.

Una sensación de triunfo se apoderó de Dominic. Encargarse del hotel más emblemático de Marco era el primer paso para hacerse con el mando absoluto del incipiente negocio de Maldini Corporation en el sector turístico. Si el Newcastle Maldini triunfaba, se desarrollaría un plan de expansión que incluiría la creación de una cadena de hoteles de cinco estrellas en todas las ciudades principales de Australia. Después, entrarían en el mercado internacional... Nueva York, Londres y Roma. Las posibilidades eran fascinantes.

Él necesitaba un cambio. Dos meses y medio antes, le había dejado clara su postura a Marco. O le daba un nuevo cargo en Maldini Corporation o buscaría trabajo en otro sitio. Dirigir los proyectos turísticos de la empresa encajaba perfectamente con sus deseos. Marco había cumplido su promesa y Dominic tenía intención de asegurarse de que el Newcastle Maldini cumpliera todas sus expectativas.

Pero no había contado con que lo pusieran a trabajar con la hija del jefe.

La miró y sintió un nudo en el estómago. No se parecía en nada a la niña regordeta y de cabello oscuro que aparecía en la fotografía que Marco tenía en su escritorio. Tampoco a la mujer que él había imaginado montones de veces durante los seis últimos años, mientras se sentaba frente a Marco y escuchaba cómo hablaba de ella con desesperación.

–¿Quieres que Bella trabaje en el hotel? –preguntó sin tratar de ocultar su escepticismo.

Bella se puso tensa. Después se dirigió a su padre.

–¿No le habías contado a Dominic tus planes para que trabajemos juntos? –tragó saliva–. Si tomaste la decisión la semana pasada...

Marco dio una palmada sobre el escritorio.

–Hago las cosas a mi manera, jovencita. Este es mi despacho, y en él mi palabra es la ley –la señaló con el dedo–. ¡Dirijo mi empresa como quiero!

–No se lo dijiste porque pensabas que se negaría a trabajar conmigo.

Marco no dijo nada. Dominic sabía que lo que había dicho Bella era cierto. Si él lo hubiera sabido antes, habría buscado cualquier excusa para no aceptar el puesto. Y Marco habría cedido. Marco no quería perderlo.

Se aclaró la garganta y preguntó:

–Marco, ¿cuál es el papel que crees que Bella puede desempeñar en el hotel?

–Bella dice que puede crear el restaurante de mis sueños. Centrará su experiencia en las cocinas y los comedores. Tú, por supuesto, estarás a cargo de las operaciones.

Dominic asintió.

–Y tú, hija mía, le consultarás a Dominic todo lo necesario.

–Por supuesto.

Dominic no se dejó engañar. A pesar de su boca sensual y sus cautivadores ojos color caramelo, Bella era una mujer caprichosa en la que no se podía confiar. Marco le había dado múltiples oportunidades para que se estableciera en su carrera profesional, pero ella las había desaprovechado todas. Su aparente docilidad no era más que una fachada para agradar a su padre. Quizá fuera capaz de engañar a Marco, pero Dominic no tenía intención de dejarse hechizar por su falsa sonrisa. No era como su padre.

–No sabe nada acerca de sistemas ni de gerencia –le advirtió Marco–. Solo tiene conocimientos de cocina, así que tendrás que enseñarle muchas cosas.

Marco debía estar bromeando. Bella no permanecería en ese trabajo más de lo que había permanecido en cualquier otro. Dominic no estaba dispuesto perder el tiempo en transmitir sus conocimientos a alguien que no los apreciaría.

Miró a Bella y después a Marco. Se fijó en que él miraba a su hija con amor y algo se removió en su interior. Marco era una de las pocas personas a las que Dominic quería. Apretó los dientes. En consideración hacia Marco, debía darle a Bella el beneficio de la duda, al menos durante el tiempo que durara aquella reunión.

–De acuerdo –asintió–. ¿Crees que Bella tiene algo que aportar?

Marco enderezó la espalda.

–Bella, enséñanos los menús que has preparado con tanto esmero. Dijiste que hoy tendrías las muestras preparadas.

–Me temo que ha habido un pequeño problema –cruzó las piernas y se alisó la falda–. Me he dejado los menús en la cocina de la cafetería. He estado revisándolos con Charlie.

Se hizo un silencio extraño. Dominic dudaba de la existencia de los menús y, a juzgar por cómo Marco evitaba mirarlo a los ojos, sabía que él también pensaba que eran producto de la imaginación de Bella.

–Si queréis puedo ir a la cafetería ahora mismo para recogerlos. O describíroslos verbalmente.

Dominic se aclaró la garganta. Bella y Marco se volvieron para mirarlo.

–¿Por qué no dejamos los menús para otro día? Hay tiempo de sobra –señaló las carpetas que Bella tenía en el regazo–. ¿Por qué no nos cuentas lo que has traído?

Bella se humedeció los labios y agarró las carpetas con fuerza. La princesita no tenía tanto aplomo como él pensaba. Estaba nerviosa. Quizá había sido injusto con Bella. Quizá aquello fuera importante para ella.

–Las carpetas, Bella –dijo él.

–No hay nada especial en ellas –se encogió de hombros–. Solo llevo la documentación que mi padre me envió sobre el hotel y la información que he empezado a recopilar sobre Newcastle.

–Imagino que habrás leído la información que tu padre te envió.

–Por supuesto –dijo sin mirarlo a los ojos.

Dominic trató de disimular la furia que lo invadía por dentro.

–¿Serías capaz de decirme el número de empleados que estarán a tu cargo en el restaurante?

–Me temo que no puedo recordarlo. Apenas he tenido oportunidad de echarle un vistazo a los documentos.

–Ya. Entonces, ¿podrías contarnos qué información relevante has recopilado sobre Newcastle?

–Yo, um... Es la segunda ciudad más grande de New South Wales, y se hizo próspera gracias a la industria siderúrgica. Y, um... También es conocida por la belleza de sus playas.

–¿Así que no tienes nada más que un conocimiento general del lugar?

–Estoy en ello.

–¿Puedo ver las carpetas?

–¿Por qué?

–Permíteme.

Bella miró a Marco confiando en que interviniera, pero él permaneció en silencio. Finalmente se las entregó a regañadientes.

Dominic hojeó el contenido de la primera carpeta. Tal y como había dicho ella contenía información sobre el hotel. Sin embargo, era evidente que las hojas no habían sido manipuladas por nadie. No era de extrañar que no pudiera recordar las cifras del personal que tendría a su cargo. Ni siquiera las había leído.

La segunda carpeta tenía folletos y recortes de revistas sobre Newcastle. Al menos, en eso no había mentido.

Cuando se disponía a abrir la tercera carpeta, ella dijo:

–Esa es personal. Yo...

Él sacó un catálogo de lencería.

Bella se apresuró para arrancárselo de las manos.

–Una amiga tiene una empresa. Me pidió que le echara un vistazo. No tenía dónde guardarlo.

Dominic tenía claro cuál era el material de lectura que ella prefería. Le devolvió las carpetas.

De pronto, experimentó un sentimiento de fatiga, vacío y apatía. Intentó ignorarlo.

–¿Qué titulación tienes, Bella?

Ella lo fulminó con la mirada.

–Si mi padre no pone pegas con ese tema, no sé por qué ha de ser asunto tuyo.

–Es asunto mío porque yo seré el máximo responsable del hotel. ¿Marco?

–Mi hija ha estado trabajando durante los últimos dieciocho meses en el restaurante de su tío.

–¿Eras la responsable del funcionamiento diario?

–A veces.

Dominic negó con la cabeza y se volvió hacia Marco.

–Esto no va a funcionar. Bella no tiene la experiencia necesaria para un puesto de tanta responsabilidad.

–Será capaz de hacerlo con tu ayuda.

Dominic deseaba volverse para no ver cómo Marco le suplicaba con la mirada. Estaba en deuda con él, pero ¿ser cómplice del último capricho de Bella? Un capricho que provocaría la decepción y el arrepentimiento de Marco. Se apretó el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar.

–Quizá tengas razón –dijo Marco, dando un suspiro–. Quizá esto no sea más que el sueño de un hombre mayor.

Dominic levantó la vista. Ante sus ojos, Marco parecía envejecer.

–¡No!

Bella se puso en pie. Dominic no podía hacerle eso. ¡No podía! Miró a su padre y, al ver la expresión de su rostro, se acordó del día en que él vio sus notas del instituto.

–Ningún Maldini ha suspendido jamás en el instituto –le había dicho él. Después se había dado la vuelta sin decir nada más. Había cancelado la cena con la que se suponía iban a celebrar su graduación y se había marchado.

Bella no podía permitir que se marchara de nuevo.

–No le hagas caso a Dominic –dejó las carpetas sobre la mesa–. Puede que no tenga experiencia demostrable, pero tengo talento y predisposición para ello –miró a Dominic–. ¿Cuánto valoras la determinación y el talento, Dominic?

Él la miró, provocando que se le acelerara el corazón.

–Mucho

–Yo tengo ambas cosas. Y en unas cantidades que hasta tú te sorprenderías.

Él no contestó. Ella miró a su padre y sintió un nudo en el estómago al recordar cómo había reaccionado cuando ella le dijo que había dejado la carrera universitaria. Él apenas había sido capaz de mirarla. Y ella había sentido que algo moría en su interior.

Eso no podía suceder otra vez. No lo permitiría.

Bella se volvió hacia Dominic.

–El mayor deseo de mi madre era que mi padre llegara a construir el hotel de sus sueños algún día. Era un sueño que ambos compartían. Y algo que yo también deseo. Papá, sabes que es cierto.

Ese era el motivo que ella había repetido para conseguir que él le diera la oportunidad de trabajar en el Newcastle Maldini. Se lo había suplicado una y otra vez hasta que él había aceptado. Y Dominic no iba a impedirlo.

Respiró hondo. Antes de su estancia en Italia habría aceptado que Dominic la evaluara. Y no se habría atrevido a correr un riesgo así. Pero Italia la había cambiado. Allí había encontrado su pasión. Y algo que se le daba bien. Había descubierto lo que quería hacer con el resto de su vida. Y que tenía algo que ofrecer. Algo bueno y verdadero.

–Papá, a mamá le hubiera gustado que me dieras esta oportunidad.

Tal y como esperaba, su padre se conmovió al oír que mencionaba a su madre.

Marco suspiró y miró a Dominic.

–Era lo que más deseaba Francine...

Bella necesitó todo su valor para mirar a Dominic. ¿Transigiría y le daría una oportunidad? La expresión de su rostro era ilegible.

–¿Crees que puedes hacerlo? –preguntó él por fin.

–Sí –contestó ella con firmeza.

Dominic miró al padre de Bella durante un instante y, después, otra vez a ella:

–¿Trabajarás duro?

–Sí –repuso ella.

Bella no podía dejar de mirarlo a los ojos, aunque no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Pero la mirada de sus ojos azules le recordaba los cálidos días del Mediterráneo... Y sus cálidas noches. Una ola de calor invadió sus mejillas, su cuello, sus pechos...

Despacio, Dominic sonrió. Ella tampoco sabía qué significaba. Era el tipo de sonrisa que nadie le había dedicado antes. Sin dejar de mirarla, se dirigió a su padre:

–Marco, quizá Bella merezca que confíes en ella. La decisión final has de tomarla tú.

–¿Estás dispuesto a trabajar con Bella?

–Trabajaré con ella si eso es realmente lo que quieres.

Marco le dedicó una amplia sonrisa a Dominic y Bella sintió que se le encogía el corazón.

–Y siempre y cuando sea eso lo que ella quiera también.

Ella alzó la barbilla y contestó:

–Por supuesto que quiero.

–Entonces, está todo arreglado.

Ella tragó saliva. Pronto merecería que le dedicaran esa clase de sonrisas. Su padre estaría orgulloso de ella. A no ser que lo estropeara todo.

«Por favor, no permitas que lo estropee todo», suplicó en silencio.

Capítulo 2

DOMINIC permaneció sentado mientras Bella explicaba los planes que tenía para el restaurante y el tipo de comida que quería servir. Había algo en aquella mujer que lo irritaba. Ni siquiera sentir rabia, indignación o desprecio le servía de alivio.

No significaba que aprobara su estrategia. La odiaba. Le había hecho chantaje emocional a Marco para que le diera el trabajo y sin embargo...

El fuego que había incendiado la mirada de Bella y la manera en que su cuerpo se había llenado de vida al ponerse en pie, lo habían descolocado.

Él había pedido un traslado dentro de Maldini Corporation confiando en que el nuevo reto lo ayudaría a aliviar el vacío y el aburrimiento que se habían apoderado de él durante los últimos meses.

Miró a Bella otra vez. Aunque Bella intentara disimular con su actitud profesional él podía percibir el fuego que ardía en su interior e intuía que en ella podría encontrar la respuesta a la sensación de vacío que lo inundaba cuando menos lo esperaba. Ese vacío al que le costaba enfrentarse cuando lo invadía. Un vacío que no tenía motivo de ser.

Se fijó en sus labios carnosos y en su cabello largo y oscuro mientras ella escuchaba lo que su padre le decía y sintió que la piel se le ponía tirante. Cuando Bella cruzó las piernas y se le subió la falda, no pudo evitar posar la mirada sobre su muslo bronceado. Un fuerte calor invadió su entrepierna y todo su cuerpo reaccionó.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no blasfemar. Hacía mucho tiempo que una mujer no le provocaba una reacción así. ¿Y por qué Bella? ¿Y en ese momento? No le faltaba la compañía de bellas mujeres y no era un secreto que le gustaba la variedad. Si Bella hubiese sido otra persona...

Si hubiese sido otra mujer habría intentado acostarse con ella antes de finalizar la semana.

Pero no podía hacerlo. Era la hija de Marco. Y durante los dos meses siguientes tendría que encontrar la manera de trabajar con ella.

Miró las carpetas de Bella que estaban sobre el escritorio de Marco y frunció los labios. ¡Contenían un catálogo de lencería! Pensó en como Bella había engañado a su padre de esa manera tan descarada y, al recordar a todas las mujeres que se habían aprovechado del suyo, sintió que se le helaba la sangre. Bella no conseguiría manipularlo tan fácilmente.

Eso no significaba que no pudiera jugar al mismo juego que ella. Bella no decepcionaría a Marco en esa ocasión. Dominic no lo permitiría. También estaba en juego su reputación.

Bella se volvió hacia él.

–¿Qué opinas Dominic?

Él no había seguido la conversación, pero se encogió de hombros y dijo:

–Opino que va a ser toda una experiencia trabajar contigo, Bella –posó la mirada sobre sus labios–. Respeto tu entusiasmo.