Atracción mortal - Heather Graham - E-Book
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Atracción mortal E-Book

Heather Graham

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Beschreibung

Cuando fue hallado el cadáver de una mujer en mitad de un maizal, los residentes de la ciudad de Salem, Massachussets, comenzaron a temer que el siniestro Hombre de la Cosecha hubiera vuelto. Pero Jeremy Flynn, un detective privado de fuera de la ciudad, no tenía tiempo para historias de fantasmas. Se había desplazado a Salem para llevar a cabo una investigación: la de la misteriosa desaparición en un cementerio de la mujer de un amigo. No obstante, Rowenna Cavanaugh, experta en ocultismo, estaba allí para complicarle la vida, convencida como estaba de que un horror del pasado se había colado en el presente y estaba seduciendo a mujeres y conduciéndolas a la muerte. Jeremy utilizaba la lógica y el sólido procedimiento policial, mientras que Rowenna se fiaba de su intuición. Eso sí, ambos tenían el mismo objetivo: detener los secuestros y encontrar a la mujer desaparecida antes de que la propia Rowenna cayera presa de la oscura seducción del Hombre de la Cosecha.

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Seitenzahl: 449

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2008 Heather Graham Pozzessere. Todos los derechos reservados. ATRACCIÓN MORTAL, Nº 268 - febrero 2011 Título original: Deadly Harvest Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Mira son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9783-9 Editor responsable: Luis Pugni

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Nota previa

Es un enorme placer para nosotros recomendar la trilogía de los hermanos Flynn, un emocionante thriller paranormal que la crítica y el público norteamericano han considerado una de las mejores series de nuestra autora bestseller.

Noche mortal, Atracción mortal y Regalo mortal cuentan la historia de tres hermanos que trabajan al servicio de la ley, y que por motivos personales o profesionales deciden dejar su trabajo y abrir una agencia de detectives privados. Estos hombres lógicos, que emplean métodos científicos en sus investigaciones, tendrán que abrir su mente a lo oculto al enamorarse de unas bellas mujeres vinculadas al mundo espiritual.

Heather Ghaham ha situado las historias en Halloween, Acción de Gracias y Navidad, y en las ciudades de Nueva Orleans, Salem y Newport respectivamente. Los acontecimientos especiales de estas fechas y la descripción de estas ciudades cargadas de tragedia y esplendor, se une a la emoción propia que suscita la historia romántica, que se desarrolla intrínsecamente ligada a los peligros a los que se enfrentan nuestros protagonistas.

Si ya habéis leído alguna de sus novelas, sabéis que Heather Ghaham mantiene el suspense hasta la última página de sus libros, si no conocéis a esta autora, pronto descubriréis a una de las mejores escritoras del género.

Los editores

Prólogo

Todo empezó cuando Mary y Brad Johnstone decidieron visitar la feria y acabaron entrando en uno de los quioscos en los que se ofrecían videncias. Ninguno de ellos creía en esas cosas, pero aun así, como decía Brad con una sonrisa:

—Donde fueres haz lo que vieres, y este quiosco se parece a ése del que nos hablaba el hombre del museo.

Sin duda en Salem, Massachussets, podían leerle a uno la buenaventura, particularmente en Halloween. Ya habían visitado varias casas embrujadas, un par de tiendas de disfraces y habían conocido a varias personas de la ciudad, desde los practicantes de una religión neopagana llamados wiccanos hasta historiadores. En el museo dedicado a la historia local habían charlado un rato con un tipo que les había aconsejado que les hicieran varias lecturas porque todas serían diferentes, y les dio una lista de sus sitios favoritos.

Poco después, Mary supo por primera vez cuál iba a ser su futuro en una tienda llamada Magic Mercantile regentada por una pareja de wiccanos de verdad, Adam y Eve Llewellyn. Ella tenía aspecto de hippie y él iba todo vestido de negro. Menos mal que mascaba chicle continuamente y eso le hacía parecer algo más normal. Seguramente Adam y Eve no serían sus verdaderos nombres, ya que todo el mundo por allí parecía tener tendencia a la teatralidad, pero habían sido muy agradables. Eve había examinado cuidadosamente la palma de su mano y le había asegurado que su arte como bailarina la llevaría muy lejos. Un rato después, cuando hablaban de ello, no recordaban haberle mencionado cuál era su profesión.

—A lo mejor te vieron en la función del otro día —sugirió Brad. En cualquier caso, había resultado una visión agradable del futuro.

Sin embargo, el tipo que tenían delante en aquel momento… era uno de esos locos de Halloween. Llevaba incluso capa y turbante. Alto, moreno y delgado, tenía unos penetrantes ojos oscuros que se había pintado con lápiz negro.

Dentro de su tienda tenía una pequeña mesa cubierta con una tela oscura con dibujos de lunas y estrellas sobre la que había una bola de cristal en un pequeño pedestal. Todo estaba tan cuidadosamente dispuesto que la caseta parecía casi un comercio permanente. Había esculturas por todas partes: dioses y diosas egipcios, dragones, demonios y más.

—¿Es usted wiccano? —le preguntó Mary—. ¿Brujo o hechicero?

El hombre apenas sonrió.

—No hay brujos en la religión wiccana. Los wiccanos son sólo eso: wiccanos. Y no, yo no creo en esa religión. Sólo me dedico a leer los signos, la luna y las estrellas, y todo lo que ha habido antes.

—Me llamo Mary Johnstone, y él es mi marido, Brad.

La palabra marido casi se le atragantó. Hacía bien poco que habían estado a punto de divorciarse.

—Yo soy Damien —contestó el vidente.

—¿Podemos quedarnos los dos? Una lectura doble, digamos.

Se sentía un poco incómoda. «Qué tontería», se dijo. Estaban en Halloween, y todo debía dar miedo como en una película. ¿Y qué era una película de miedo si sus espectadores no daban algún respingo?

Aun sabiéndolo no pudo evitar sentirse rara. Por eso prefería que Brad se quedara con ella.

—Claro —contestó Damien—. Lo que vea será… lo que vea. Siéntense. Hay dos sillas.

Se acomodaron en torno a la mesa. Brad apretó la mano de Mary y ella se recordó que estaban de vacaciones, lejos de las playas de Florida y de su hogar, y que estaban haciendo algo completamente distinto. Intentaban sanar viejas heridas y volver a empezar. Iban a divertirse.

—Ahora mire a la bola —les dijo Damien con una floritura.

Mary obedeció. Desde luego aquel hombre era un maestro de los efectos especiales porque la bola comenzó a llenarse de niebla. Seguía mirándola y de pronto le pareció ver fuego. Un fuego cuyas llamas crecían hacia un cielo inexistente. El fuego se apagó y se encontró contemplando una colina desolada. Había algunos árboles retorcidos de escasas ramas, y había también algunas personas. No podía oír bien lo que decían, pero parecían cantar. De pronto un grito interrumpió los cánticos y a ella le hizo dar un respingo. Pero Brad estaba a su lado, sonriendo, pasándolo bien, y él siempre le decía que tenía demasiada imaginación. Y que era demasiado tímida.

Se recordó que estaban reparando su relación y que ambos tenían que trabajar para conseguirlo, aunque era de él la responsabilidad de sus problemas. Le había jurado que nunca había tenido intención de que lo suyo con Brenda fuese duradero. Sólo le había atraído porque era descarada, arriesgada y… un poco zorra. Sí, no pudo evitar sentir un momento de rencor.

Sabía que su marido la quería, pero lo suyo con Brenda le había hecho daño. Aun así, no quería echar a perder su futuro juntos dándole vueltas al pasado, y estaba decidida a intentar algunos cambios, entre ellos el de ser un poco más aventurera.

Brad seguía apretándole la mano y ella estaba convencida de que la quería y que conseguirían superar aquella crisis.

—En la oscuridad y en la niebla reside el peligro. Que la mano que te sostiene no flaquee porque cuando el viento sople doblando los árboles encontrarás la muerte —declamó Damien—. Mira la bola. No apartes la mirada de ella.

Pero sintió una irrefrenable necesidad de mirar hacia atrás. Oyó de nuevo un grito, seguido de un gemido de pura agonía. Las ramas de los árboles eran como las manos de un esqueleto. Empezó a nevar, y entonces…

Se encontró mirando el cadáver de una mujer atado a una soga que colgaba de una de aquellas ramas huesudas. Un grito se formó en su propia garganta cuando vio que el cuerpo se pudría ante sus ojos.

—Indios —dijo Brad. Parecía casi hechizado—. Perdón. Nativos americanos.

Consiguió apartar los ojos de aquella horrenda escena para mirar a Brad. Sonreía. La escena que él estaba viendo tenía que ser completamente distinta.

—La primera cena de Acción de Gracias —dijo maravillado.

Tenía que salir de allí.

—Eres muy bueno en esto —le dijo Brad a su anfitrión.

Damien le sonrió y luego se volvió a Mary. Había algo desagradable en su mirada, algo licencioso e incluso… malvado.

—Toquen el cristal —les ordenó Damien.

No. No iba a tocarlo. Pero se sintió obligada. Tenía que ser algún tipo de proyector. Un holograma. Tenía que serlo. Fuera lo que fuese se sintió obligada a obedecer, igual que Brad. Con las manos aún unidas, tocaron el cristal.

Entonces lo que vio en su interior cambió. Era maíz. Filas y filas de maíz.

Campos de maíz vigilados por cientos de espantapájaros rezumando maldad.

¿Estaría viendo lo mismo Brad? No podría decirlo, pero parecía hipnotizado.

—Están en peligro —le dijo Damien a Brad—. Amó pero traicionó, y ahora es débil. Y por su debilidad… —se volvió a Mary—, usted es presa fácil —hablaba como si aquellas palabras le produjeran placer—. Carece de la fe en sí mismo necesaria para luchar por usted, de modo que quedará perdida en la niebla del mal.

Brad se levantó como si le hubieran azotado y miró furioso a Damien.

—¿Pero qué demonios es esto? ¡Deberían detenerle! No hemos venido aquí para que nos diga esa clase de cosas.

Damien también se levantó.

—Siento que no le haya gustado mi lectura, pero el cristal dice sólo la verdad. Es la bola la que habla, no yo.

Brad tiró un billete de veinte dólares a la mesa, y con la mano de Mary firme en la suya, la sacó del quiosco.

Volvían a estar en la zona reservada para peatones, rodeados de gente riendo, divirtiéndose. Un grupo de críos salió de una de las casas encantadas, muertos de risa. Un hombre mayor que intentaba evitar aquel tumulto, se metió en una cafetería. Una mujer pasó junto a ellos llevando de la mano a dos niñas pequeñas disfrazadas de hadas. Hasta los perros que pasaban iban disfrazados.

—He tenido que ir a escoger a ese imbécil —dijo Brad a modo de disculpa.

—No te preocupes. Eso es lo que venden.

Intentó no darle importancia al asunto porque lo veía enfadado de verdad, puede que incluso afectado por lo que acababan de presenciar. Era curioso cómo Damien había sabido leer a la perfección la tensión que emanaba de ellos.

Pero fuera de la caseta, rodeados por gritos de alegría, conversaciones tranquilas, tonterías, juegos y risas, las visiones de la bola de cristal iban difuminándose.

—Lo del pavo sí que me apetece. Estoy muerto de hambre. ¿No te parece que huele a carne asada? Ahora que lo pienso no estoy seguro de que esos in… nativos americanos estuvieran sentados dispuestos a cenar. Llevaban hachas y parecían enfadados.

Mary sonrió. Soplaba una brisa suave, fresca y limpia, y ya sentía ganas de reír, a pesar de que le inquietaba no haber visto ella ninguna cena con pavo. Un holograma debería ser un holograma, ¿no? O a lo mejor había distintos proyectores. El tío era todo un idiota, pero había que reconocer que tenía su mérito.

Y desde luego no iba a permitir que lo ocurrido echase a perder el día.

Comieron ya un poco tarde.

—Brad, ¿cómo era la cena esa con pavo que viste? —no pudo evitar preguntarle.

—Bueno…

No parecía apetecerle hablar de ello, y se preguntó por qué.

—Al final… sé que te va a parecer una locura, pero había un campo de maíz y un cuerpo que… olvídalo —cortó—. No ha sido más que una estúpida ilusión.

—¿Por qué te has enfadado tanto?

—Pues porque me ha tomado por idiota —protestó—. Si Jeremy hubiera estado allí, habría descubierto al instante el engaño. De hecho… —se rió—. Me imagino a Jeremy contemplando esa estúpida bola de cristal e imaginándose al instante cómo ese Damien, o como quiera que se llame, tiene montados los efectos especiales.

Mary sonrió.

—Ahora pasa casi todo el tiempo en Nueva Orleans, ¿no?

Jeremy Flynn había sido compañero de Brad cuando ambos trabajaban como buzos forenses para la policía. Había sido su padrino en la boda y durante lo ocurrido nunca la había mentido, manteniéndose tanto como amigo de Brad como de ella. Y su marido tenía razón: Jeremy habría cazado a Damien a la primera.

Después de comer, Mary le dijo que le apetecía un poco de historia real, así que pusieron rumbo a uno de los más famosos cementerios de la ciudad. Le pareció un lugar muy intenso, y no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas.

—¿Qué te pasa? —preguntó Brad.

—Nada. Pensamientos.

—Vámonos de aquí. Te estás poniendo triste.

«No. No es por el cementerio. Es por ese hombre, y las cosas que nos ha dicho».

—Te quiero. Lo sabes, ¿no?

Ella lo miró a los ojos.

—Lo sé. Yo también te quiero.

Temblaba un poco. Se asustaba con facilidad.

—Quiero ver algunas lápidas más y leer sus inscripciones —le dijo. Respiró hondo y se alejó con paso decidido al tiempo que sacaba una pequeña guía del bolso—. He leído sobre este cementerio. La guirnalda simboliza la victoria sobre la muerte, y el reloj de arena alado es una metáfora de la rapidez con la que pasa el tiempo. Los esqueletos y las calaveras son representación de la ángeles son del cielo y éstos están aquí por los niños pequeños.

Brad parecía estarse sumergiendo en el tema. Se había detenido ante una piedra que quedaba a unos pasos de ella.

—Aquí hay una serpiente dentro de un aro. ¿Qué significa?

—La eternidad.

Avanzó un poco en dirección contraria a la que ella llevaba y se sentó en el borde de una de las tumbas.

—Me empiezan a doler los pies. ¿Y si vamos a tomar algo?

—No creo que debas sentarte en la tumba de una persona —le advirtió.

Una lápida rota llamó su atención. Se veía desde donde ella estaba, al pie de uno de los enormes árboles que salpicaban el cementerio y cuyas raíces habían roto varias de las lápidas más próximas.

—No te vayas muy lejos —le dijo Brad, tumbándose boca arriba sobre la tumba para contemplar el cielo—. La gente se va ya, y no querrás que acabemos encerrados aquí.

—No pasa nada.

La brisa estaba cobrando intensidad y la noche se acercaba rápida. Y con ella, aunque no había sentido ni visto rastro alguno de niebla hasta aquel momento, una bruma plateada que comenzaba a enturbiar el aire.

Apretó el paso para acercarse más a la lápida que había llamado su atención, pero se paró en seco.

Alguien había limpiado y canteado la piedra, que databa de finales del mil seiscientos. Su aspecto era igual que el de montones de lápidas. La cabeza de la muerte estaba labrada en la parte superior, y en los bordes guadañas y relojes de arena.

Entonces vio el nombre.

Mary Clare Johnstone.

¡Era su nombre!

Sintió que algo le bloqueaba la garganta y una especie de debilidad de apoderó de ella. Cayó de rodillas y apoyó una mano en la lápida. Temió perder el sentido.

De algún lugar le llegó el sonido de una risa. Eran niños que se divertían, madres que los llamaban. Maridos que hablaban con sus mujeres.

Cerró los ojos y vio la colina y el árbol con las ramas descarnadas del que colgaba la soga.

Y la mujer atada al final.

La niebla se arremolinó en torno a ella con furia, y volvió a oír aquella risa.

La risa de Damien…

Su rostro se materializó ante ella.

Estaba allí. Tenía su mano y ambos se hallaban en una colina barrida por el viento.

Su risa era… maligna.

No podía ser real. Ni él, ni la colina. Pero estaba sintiendo el viento en las piernas, la tierra bajo los pies y el frío de la noche que se acercaba.

—Y ahora eres mía. Es la hora del recreo, amor mío —dijo Damien.

Y su risa volvió a sonar confundiéndose con el viento.

Capítulo 1

Rowenna veía espantapájaros.

Abarrotaban el campo de maíz sobre las cruces de madera, y desde la distancia que anulaba sus caras resultaban aterradores.

Los tallos del maíz habían crecido mucho y sus filas marchaban hacia el horizonte como si no tuvieran fin.

Y allí, como centinelas, sujetos a sus perchas de madera, entre la luz que iluminaba las plantas que se mecían y temblaban con la brisa, estaban los espantapájaros.

Tenía la sensación de estar avanzando entre el maíz transportada por la brisa al tiempo que la niebla se aposentaba sobre el campo como una manta oscura que se opusiera a la explosión de belleza y luz. Estaba viéndolo todo desde arriba, casi como si fuera una cámara grabando el espectáculo.

Era un sueño molesto del que intentaba despertar, una pesadilla que parecía susurrarle algo amenazador.

Luz… necesitaba luz. Necesitaba poder contemplar la belleza espectacular de los colores del otoño para poder espantar la amenazadora oscuridad.

Iba a casa, de modo que a lo mejor era natural que soñara con el lugar en el que había crecido, donde los colores del otoño eran tan hermosos que no pertenecían al mundo real, sino al dominio de los sueños.

Dorados, naranjas, púrpuras, rojos oscuros, amarillos pálidos, todos mezclados en los árboles que cubrían desde los altos de granito hasta los mares de aguas onduladas y los puertos tranquilos, donde las olas de crestas blancas advertían de la llegada del invierno.

Pero antes de que el frío y el hielo de Nueva Inglaterra llegasen, quedaba el otoño. El glorioso otoño con su magnífica paleta de colores. La brisa suave llegaría antes en forma de caricia dulce en las mejillas. Y antes de que se transformara en contacto gélido disfrutarían de la cosecha, las hogueras, los frutos guardados en casa.

Siempre le habían gustado los campos de maíz. De pequeña le encantaba correr entre sus bancales perseguida por el abuelo, la risa flotando en el aire limpio.

Los cuervos estaban siempre presentes, y sus alas negras brillaban al sol, pero los granjeros con la sabiduría heredada de generación en generación sabían cómo mantener a raya sus voraces estómagos: para eso creaban los espantapájaros y los colocaban en los campos, cada uno de ellos con su propia personalidad. El de la señora Abel llevaba un sombrero de jardín lleno de alfileres que pincharían al cuervo que osara posarse en él. El de Ethan Morrison lucía una voluminosa capa y una descarada sonrisa llena de dientes. El de su padre iba vestido con un mono de lona y una camisa de cuadros, llevaba un arma, sombrero de paja y una pelambrera blanca.

La creación de Eric Rolfe era la más impresionante, y la más notable. Se diría que podría cobrar vida en cualquier momento porque su rostro lo confeccionaba con una calavera de plástico y maquillaje de Halloween. Unos enormes ojos te miraban desde aquel rostro huesudo, ya que se movían a pilas, y llevaba un chaqué negro, los brazos extendidos y una corona de alambre de espino.

A algunos de los residentes de más tiempo en el pueblo no les gustaba la creación de Eric. Aunque el puritanismo ya había desaparecido prácticamente de la zona, su influencia continuaba presente. Pero a Eric le encantaba y a los niños también.

Pero a veces, cuando corría por entre las filas de maíz con su abuelo pisándole los talones, se le apagaba la risa al llegar delante de aquel espantapájaros en particular. Sus ojos la miraban desde las cuencas vacías y el viento parecía cobrar intensidad. Ella se detenía y se lo quedaba mirando mientras las mazorcas crepitaban en torno a ella y una especie de incomodidad se apoderaba de su corazón, un temor a abrir su mente por miedo a descubrir algo antiguo y terrible que había ocurrido allí, algo que compartiría el impulso maligno de su creador y el horror de aquellos a los que había alcanzado.

Había crecido entre las historias que contaban los del pueblo sobre la época en que los hombres, creyendo servir a Dios, torturaban y condenaban a sus iguales, cuando los niños lloraban y acusaban, y se hacía el mal en el nombre del bien.

En una tierra tan ahogada en sangre ¿cómo no iba a sentir un niño la angustia de aquellos tiempos?

A pesar de todo aquello, los campos de maíz siempre habían tenido un atractivo especial para ella junto con la espectacular paleta de colores del otoño.

Y ahora que iba a volver a su casa era natural que en el extraño trance entre el sueño y la vigilia soñara con correr entre el maíz como cuando era niña. Oyó su propia risa infantil y supo que pronto llegaría ante el monstruo gótico de Eric, pero no dudó porque en su sueño ya no era una niña sino una mujer adulta, y los miedos del pasado ya no la alcanzaban.

Pero se equivocaba porque el miedo estaba presente. Lo veía de lejos y no quería acercarse.

Aun así, tenía que hacerlo.

Entonces el espantapájaros alzó la cabeza y un grito se le heló en la garganta. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, la calavera aparecía cubierta de carne a medio pudrir y de algún modo supo que el monstruo podría verla a pesar de no quedar nada en el lugar en que una vez tuvo los ojos.

Lo que restaba de la boca estaba abierto como exhalando un último grito. Un abrigo raído le cubría el cuerpo y a través de algunos puntos se le veían los huesos y la sangre seca. Y mientras permanecía allí de pie, con el grito aún sin salir de la garganta, la calavera se volvió hacia ella como si aquella consciencia maligna siguiera viviendo en su interior.

Un cuervo fue a posarse en el hombro de aquella grotesca figura y picoteó la carne putrefacta que colgaba de un pómulo.

La calavera comenzó a reír, el viento cobró fuerza y la escena se llenó de hojas del otoño. Y mientras la miraba, unas lágrimas rojas brotaron de las cuencas y cayeron por las mejillas como si el cuerpo putrefacto llevase amarrado a la tierra toda la eternidad, llorando sangre.

Una mano de huesos y jirones de carne comenzó a moverse hacia ella, al tiempo que un canto de su infancia surgía del aire mismo, un canto de cosecha, de la Parca que robaba almas para enviarlas al infierno.

Rowenna Cavanaugh se incorporó de golpe en la cama, tomando aire a bocanadas, sobresaltada y asustada.

Qué pesadilla. Se había dejado impresionar demasiado y no podía permitírselo. Seguramente se había quedado dormida pensando en su hogar, aunque faltaban varios días para que emprendiera el viaje hacia allí y Halloween llegaría estando aún en Nueva Orleans.

Echaba de menos su casa. Massachussets estaba siempre precioso en aquella época del año. Y Salem… Salem seguía siendo una ciudad pequeña en más de un sentido. Había sido elegida reina de la cosecha aun estando ausente y eso al menos sería un aliciente en el que pensar tras el debate que debía mantener con Jeremy Flynn, organizado para recaudar fondos para la Casa de los Niños, la organización benéfica que patrocinaba él. Además, su participación en el debate la ayudaría a vender libros. Desde que murió Jonathan, el hombre con el que iba a casarse hacía ya… ¿tres años?.. se sentía a la deriva. No es que necesitase una excusa para ir a Nueva Orleans porque le encantaba aquella ciudad, pero estaba deseosa de volver a su ciudad natal, con pesadilla o sin ella.

Tenía que levantarse, no fuera a ser que volviera a quedarse dormida y cayera de nuevo en brazos de aquel mal sueño o de otro peor todavía.

Tenía que vivir en el mundo real, en el mundo presente, de modo que lo mejor que podía hacer era enfrentarse a otro día en compañía del señor Jeremy Flynn.

Jeremy Flynn… ex buzo de la policía, ahora socio en una firma de detectives privados que había fundado junto a sus dos hermanos; un hombre inteligente, elocuente, encantador, atractivo…y que de ningún modo se sentía atraído por ella. De hecho incluso se diría que no le caía bien. O quizás fueran sólo sus opiniones lo que no le gustaba. La verdad es que nunca se había mostrado grosero con ella, ni abiertamente hostil. Claro que tampoco se hubiera atrevido a hacer tal cosa porque su cuñada, Kendall Flynn, era una de sus mejores amigas de toda la vida. Aquella misma noche iba a celebrarse una fiesta de Halloween en la mansión Flynn que Kendall y su marido llevaban habitando algo más de un año y en la que habían organizado un grupo de teatro y varios eventos para recaudar fondos destinados a asociaciones benéficas. Iba a ser una estupenda fiesta a la que ella estaba invitada y donde Jeremy la saludaría educadamente mientras se inventaba cualquier excusa para permanecer toda la noche en el punto más lejano a ella.

Curiosamente con Aidan, marido de Kendall, y con su hermano menor Zach, se llevaba estupendamente.

El problema era que para su desgracia se sentía atraída por Jeremy, y se había sentido así desde que se vieron por primera vez, lo cual resultaba curioso, ya que no había salido con nadie desde la muerte de Jonathan. Pero incomprensiblemente se daba cuenta de que se quedaba mirando los labios de Jeremy cada vez que le oía hablar, o sus fuertes manos de dedos largos y yemas encallecidas de tocar la guitarra.

Pero él le había dejado bien claro que no estaba interesado, de modo que ponía gran cuidado de mantener en secreto sus ensoñaciones de sexo salvaje y oscuro con él, tan intensas que a veces le hacían preguntarse si estaría siendo desleal a la memoria de Jonathan.

¿Cómo podría no percibir el calor y la electricidad que saturaba el aire cada vez que se encontraban? Era como si bastara con tocar el aire que los separaba para que todo estallara en un hermoso chisporroteo de deseo compartido.

¿O es que ese sentimiento existía sólo en su pensamiento?

Tenía que levantarse y darse una ducha, pero no podía dejar de pensar en él.

«Te admiro. Me encanta oír el sonido de tu voz, ver la pasión que te ilumina la mirada cuando hablas de una causa. Me gustaría poder conversar de verdad contigo sin estar en un programa, cuando puedas dedicarme toda tu atención para que así yo pueda saber lo que de verdad piensas, lo que te importa…»

Pero no iba a ser. No dejaba de tener su ironía el hecho de que por fin encontraba a alguien que verdaderamente le interesaba y ese alguien no estaba interesado en ella. Pero en fin… lo que tenía muy claro era que no iba a hacer el ridículo lanzándose en su persecución. Seguiría mostrándose educada con él sin renunciar a su amistad con Kendall y con sus hermanos.

Se estiró, suspiró e iba a apartar la sábanas cuando notó algo extraño dentro de la cama. Imposible.

Una mazorca de maíz.

Capítulo 2

—¿Jeremy?

Levantó la mirada. Qué fastidio. Rowenna Cavanaugh, autora, oradora e historiadora… además de abogada del poder de la mente. Sus libros eran muy populares, sí. Escribía sobre lugares en los que habían ocurrido acontecimientos extraños y que se podían visitar, tales como prisiones abandonadas, manicomios, campos de batalla y cosas por el estilo. No es que se atreviera a decir a las claras que los fantasmas y los entes de otros mundos existían; sólo que nadie había podido demostrar que no. Había acudido a la ciudad a debatir con él sobre cuestiones paranormales como modo para dar publicidad a la velada de Halloween que habían celebrado la noche anterior en beneficio de la Casa de los Niños. Sus asiduos debates en la radio gozaban de bastante popularidad, y tanto las entradas como las donaciones habían crecido como la espuma.

Sin embargo, aquel iba a ser su última aparición en las ondas de la radio.

Se sentía orgulloso de todo lo que había conseguido hacer para establecer la Casa de los Niños en la localidad, una casa de acogida especial para niños desplazados, un proyecto al que se había entregado en cuerpo y alma tras su salida de la policía de Jacksonville y su puesto como buzo forense para trabajar como investigador privado en una sociedad fundada con sus dos hermanos. Los tres habían heredado la plantación Flynn, y eso junto con su organización benéfica era lo que le había retenido allí, pero ya habían conseguido reunir una sustancial cantidad de dinero para la fundación, y su dirección se hallaba ya en manos de gente de la localidad. Por otro lado, la plantación iba viento en popa en manos de su hermano mayor Aidan y su cuñada Kendall, que eran quienes vivían en ella. Zach, el menor de los tres, ya se había vuelto a Florida a ocuparse de la explotación de la sucursal que tenían allí, y él… él andaba ya necesitado de tomarse un descanso. En las islas, por ejemplo, para bucear por puro placer, y no por necesidades del trabajo o de la muerte, y para disfrutar de esos cócteles llenos de fruta tirado en una playa.

Pero aquella mujer… ojalá pudiera mandarla a paseo.

Rowenna era una mujer sorprendente. Tenía el pelo muy negro y los ojos de un increíble color ámbar. Ni negros, ni marrones, sino ámbar como el oro, y sombreados por unas pestañas que de tan espesas como eran parecían postizas. Era alta y delgada, pero con las curvas que una mujer debía tener. Su voz era profunda y rezumaba sensualidad, perfecta para hablar en público.

Qué pena que no salieran en televisión. Bueno, no: gracias a Dios que no salían por televisión, porque nadie repararía en él, ni les importaría lo más mínimo de lo que ella tuviera que decir. Se tragarían cualquier cosa mientras llenaban el suelo de babas.

«Bueno, ¿y a ti qué?», se burló.

Sus debates habían sido financiados por varias empresas, un dinero que iba directo a su organización benéfica. Llevaban dos semanas en el aire, y gracias a ello tenía la impresión de conocerla bien desde la distancia, si es que eso era posible. La distancia, por cierto, era algo que él había impuesto y que quizás estuviera relacionado con lo que había pasado en la plantación un año atrás.

Las lenguas decían que la plantación estaba embrujada, lo cual había formado parte de su encanto en un principio, pero a aquellas alturas estaba ya hasta el gorro del asunto. Adoraba a su cuñada y de ningún modo iba a discutir con ella porque fuese una firme defensora de los entes paranormales o por lo que había tenido que pasar en el cementerio familiar, pero en su opinión, las cosas malas del mundo no salían a la luz mediante vudú, misticismos, percepciones extrasensoriales o cualquier otro truco del mismo estilo.

Él sólo creía en el trabajo serio, en la ciencia, la lógica y las técnicas de investigación. El trabajo de la medicina forense junto con el de los detectives que trabajaban al pie del cañón horas y horas y cuyo intelecto estaba preparado para penetrar en la psique de los demás. Ésas eran las cualidades que resolvían los asesinatos. El escenario de un crimen era algo simple: el asesino siempre se llevaba algo consigo y siempre dejaba algo atrás. No todos los casos se solucionaban, pero los que sí se aclaraban eran gracias a esas técnicas.

Cualquier médium necesitaba un golpe de suerte, además de la inteligencia necesaria para detectar y seguir las pistas, para resolver un asesinato o para seguirle el rastro a un secuestrador.

Si precisamente un argumento lógico pudiera conseguir que se olvidase de los sueños que no le habían dejado descansar aquella noche… ni aquella ni muchas otras noches en la que las imágenes de los cuerpos de los niños que había encontrado flotando…

Había sido buzo de la policía, y en esa profesión se encontraban cosas malas en el agua. Y desde luego, había encontrado bastantes, pero nada comparado con aquellos niños. Testigos presenciales habían visto caer al agua la furgoneta, y el equipo de buzos se había congregado rápidamente. Pero el río de St. Mary bajaba enlodado y era bastante profundo, y la furgoneta había caído en la parte más honda. Él había sido el primero en alcanzarla y en abrir el portón de carga. Una carga que resultó ser de niños: niños en acogida a cargo de una pareja cuyo único interés era el dinero que recibían cada mes. Los niños iban atados a los asientos, pero no con el cinturón, sino con cuerdas. Eran seis, de entre dos y diez años. Cinco los había encontrado con la mirada perdida en el vacío que les había arrebatado la vida. Y el sexto era Billy.

Billy estaba vivo. Había usado el cuchillo para cortar la cuerda que le sujetaba al asiento y al verlo el niño había intentado sonreír. Lo sacó de la furgoneta y lo llevó a tierra firme, donde realizó maniobras de reanimación hasta que llegaron los servicios de emergencia. Acompañó al niño al hospital y una vez allí, a pesar de los desesperados esfuerzos del personal médico, Billy acabó falleciendo.

Jeremy aún podía ver sus ojos. Dormido aún sentía la mano del niño agarrándose a la suya.

Ésa era la peor pesadilla de cuantas le acechaban. Había sido el sueño que le había empujado a dejar la policía y a unirse a sus hermanos para fundar la agencia de detectives. Sabía que las pesadillas eran pesadillas, repeticiones de lo que durante el día no había podido soportar, de lo que la mente no podía soportar, y no la visita de espíritus desasosegados. Había aprendido a vivir con ellas sin necesidad de ponerlas en perspectiva cósmica.

Soñaba con Billy vivo, mirándole con sus ojazos castaños, y a veces lo veía a él y a sí mismo de pie en lo alto de la colina, de la mano. Quizás Billy representara al niño que no había tenido y que quizás nunca tendría. Quizás representara lo que más odiaba en el fallido sistema de protección social. No lo sabía y no le preocupaba su sentido; sólo se preocupaba por mejorar las cosas para los niños que quedaban vivos.

Incluso el psiquiatra decía que estaba haciendo lo correcto al emplear su tiempo en crear organizaciones que ayudaran a niños necesitados. Parecía estar funcionando. Y quizás, algún día, las pesadillas cesaran.

Aun así, era un futuro incierto que no andaba buscando en las hojas del té ni en las líneas de su mano.

Tuvo que recordarse que Rowenna nunca había dicho claramente que hubiera fantasmas en el mundo, y aún menos que fuera capaz de sentarse a charlar con ellos. Simplemente puntualizaba que existían fenómenos extraños para los que no había una explicación clara.

Rowenna y él eran combatientes profesionales, nada más. Podían haber sido amigos si él hubiera estado dispuesto, porque no le cabía duda alguna de que ella estaba abierta a la idea. Habían sido invitados de honor a varios ágapes para recaudar fondos, e incluso sus nombres habían aparecido en los titulares de algunas fiestas, en las que ella había sido la gran atracción. Compartían la indignación por las injusticias y una pasión por defender los derechos de los otros. Pero algo en su interior no le permitía acercarse.

—¿Jeremy? —repitió ella frunciendo el ceño—. Perdón. ¿Estamos en el aire?

Asintió al ver que el productor les hablaba desde el otro cubículo y empezaba la cuenta atrás.

Se presentaron ellos mismos y enseguida iniciaron el intercambio que con tanta fluidez les salía dada la cantidad de programas que ya habían hecho juntos. Tenía un modo relajado de enfrentarse a sus intercambios, exponiendo sus puntos de vista pero sin volverse agresiva ni cáustica nunca. Tenía la impresión de que era precisamente esa serenidad lo que la hacía tan creíble. No tenía por qué mostrarse fanática. Hablaba como escribía: reseñando eventos inexplicables para los que era el oyente quien debía encontrar la explicación. Además presentaba bien las cosas, hasta tal punto que hasta él se quedaba hipnotizado escuchándola, incluso la creía a veces.

Él ofrecía el contrapunto con lo real, lo definible, lo palpable, las cosas que podían ser vistas.

—Explícame cómo funciona un mando a distancia.

—Como en la radio. Son frecuencias.

—Una frecuencia no se puede ver y sin embargo creemos en su existencia —respondió Rowenna.

—¿Me estás diciendo que los fantasmas existen, a pesar de que no podemos verlos?

—No te estoy diciendo una verdad absoluta, pero tomemos el caso de los gemelos MacDonald…

Describió el caso de un hermano herido en Oriente Medio, que de algún modo no sólo le dijo a su gemelo idéntico que había resultado herido, sino que éste desarrolló un verdugón en el estómago exactamente en el mismo punto en que su hermano fue alcanzado por la metralla.

—Está documentado —añadió, mirándolo.

Jeremy decidió no responder de un modo directo.

—Lo que a mí me resulta impresionante es que la gente crea en la magia y en los hechizos. Aun cuando parece que algo parecido a los milagros existe, por ejemplo cuando alguien se recupera inesperadamente de una enfermedad, hay principios insoslayables en las cosas, aun cuando sean como la frecuencia, que no podemos verlos.

—Un momento. Incluso los médicos reconocen que una actitud positiva puede contribuir a la recuperación de una persona. El deseo de vivir puede ser muy fuerte.

Continuaron en esa línea hasta que llegó el momento de los anuncios, y cuando volvieron a salir al aire, los teléfonos comenzaron a sonar.

La mayoría de quienes llamaban preguntaban por Rowenna.

Muchos de ellos admitían haber visto su foto en Internet, y también la mayoría se sentía inclinado a creer en lo sobrenatural.

Eso estaba bien. También llegaban llamadas para él en las que algunas personas alababan su trabajo en la policía, y lo que le resultaba frustrante a Jeremy era que ella estuviera de acuerdo e incluso aplaudiera la opinión de quienes llamaban.

¿Qué problema tenía aquella mujer?

¿Miedo?

¿Miedo de qué?

Él era un hombre soltero, que se mantenía a sí mismo y por encima de los veintiún años. Le gustaban las mujeres, a las que nunca había considerado como un objeto de usar y tirar, pero al mismo tiempo tampoco había encontrado a nadie con quien quisiera compartir su vida, con quien compartir de verdad alma y pensamiento. Gran parte de lo que había visto antes como policía y ahora como detective era horrible. ¿Cómo compartir todo eso con otra persona?

Estuvo a punto de echarse a reír por lo que andaba pensando. Rowenna y él no habían estado ni siquiera cerca de irse a cenar juntos. Tampoco había sido grosero con ella, por supuesto, pero desde luego se había mostrado frío y distante siempre que le había sido posible porque había algo en ella que le atraía demasiado. Era casi como si hubiera algo… mágico en su persona. Como si ella fuera ya dueña de su alma, por absurdo que pareciera.

Nunca había intentado seducirle. Sólo se había mostrado agradable con él, pero nada más, y no parecía sentir los fogonazos que él experimentaba cuando la miraba.

Ya habían terminado, al fin, y los dos se rieron de sus desavenencias. Jeremy incluso citó a Voltarie y dijo: «Puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo».

El productor les hizo un gesto y las noticias salieron al aire. Juntos salieron del estudio e iban a continuar andando, pero Jeremy se quedó clavado en el sitio por algo que había visto en el periódico:

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Nada —mintió—. Una noticia que me ha llamado la atención, nada más.

—Ah, vale —no parecía habérselo creído, pero tampoco iba a insistir—. Bueno, con éste ya hemos terminado. ¿Me dejas que te invite a tomar algo? —sonrió—. Ya no tendrás que volver a verme a partir de hoy.

Jeremy nunca se sonrojaba, pero en aquel momento sintió que le ardían las mejillas. Él querría algo más que tomarse una copa. Bueno, mucho más, para ser exactos. Era su último día y sería de mala educación negarse.

El único problema era que en aquella ocasión tenía otros asuntos que atender mucho más urgentes.

—Me encantaría aceptar tu invitación, pero el problema es que… un amigo mío ha desaparecido. Estoy muy preocupado y quiero saber qué pasa —confesó, señalando el periódico.

—Tengo un portátil en el coche, y seguro que habrá alguna conexión inalámbrica a Internet que podamos usar.

Jeremy dudó. Tenía la impresión de estar indeciso en un cruce, y de que si aceptaba su ofrecimiento estaría tomando una decisión que cambiaría toda su vida.

Mierda…

Para demostrarse a sí mismo lo ridícula que era aquella idea decidió aceptar la invitación.

—De acuerdo. Gracias.

Se despidieron de la gente de la radio y salieron al coche.

Se conectó a Internet y enseguida encontró lo que andaba buscando. Su antiguo compañero, Brad Johnstone, y su esposa Mary habían ido de vacaciones a Salem, Massachussets, y fue allí donde Mary desapareció al anochecer en el cementerio histórico de la localidad. La policía había encontrado a Brad solo tras las rejas cerradas llamando a voces a su mujer. La búsqueda se había organizado rápidamente, pero sin resultados por el momento; lo único que se había hallado era su móvil y el bolso, que se encontraron sobre la lápida de una vieja tumba. En el artículo se mencionaba que la pareja estaba atravesando una crisis en su relación y que intentaban reparar su matrimonio. También se mencionaba que el responsable era Brad, que había tenido una aventura extramatrimonial.

Lo peor de todo era que los padres de Mary estaban convencidos de que era Brad el responsable de la desaparición de su mujer, y alguien había sugerido que el pasado de Brad como buzo en la policía le había dado la formación suficiente para disponer de un modo seguro del cadáver de su esposa antes de interpretar el papel de marido desesperado.

Rowenna estaba leyendo por encima de su hombro y dijo:

—Lo siento. Es algo espantoso.

—He trabajado con él durante años, y también conozco bastante a su mujer. Incluso estuve en su boda. Fuimos compañeros varios años. Habían pasado unos momentos difíciles porque ella es bailarina profesional de bailes de salón y viaja mucho para competir. Su compañero de baile es homosexual, y no hay un alma que pueda decir que se dedique a algo más que a bailar cuando se marcha… yo creo que Brad se siente un poco solo. En fin, que lo superaron y siguieron juntos —hizo una pausa—. Conozco a Brad y no me puedo creer que la haya hecho daño, pero cuando sucede algo así rara vez termina bien. Me pone enfermo decirlo, pero lo más probable es que ella esté muerta y que los policías están perdiendo el tiempo centrándose en Brad en lugar de perseguir al verdadero asesino.

Ella movió despacio la cabeza.

—Es muy raro —dijo con tristeza—. Lo que quiero decir es que es raro que una persona desaparezca así, como desvaneciéndose en el aire y sin que nadie vea nada. Salem en Halloween se vuelve medio loca. Hay gente por todas partes, así que es difícil de creer que nadie haya visto nada.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué sabes tú tanto del tema?

Ella sonrió con un poco de aspereza.

—Porque yo nací allí. No en la ciudad exactamente, pero crecí entre historias de brujas. Habría sido un simple pueblo de pescadores como tantos otros de no ser por eso.

—Sabía que no eras de Nueva Inglaterra. Me imaginaba que serías de Boston o algo así, por la información que me enviaron los de relaciones públicas antes de conocernos.

—Fui a la universidad en Boston. Bueno, lo cierto es que he ido a unas cuantas universidades de otras tantas ciudades —aclaró con una sonrisa—. ¿Qué te voy a decir? Me gusta la universidad. Y un interés me condujo al siguiente. Jeremy se pasó las manos por el pelo distraídamente.

—¿Cuántos títulos tienes?

—Dos. Filosofía y Comunicaciones. Me gustan las optativas. De esas he estudiado un montón: leyendas de la Grecia antigua, creencias y supersticiones en Roma, y un montón de historia —apartó un instante la mirada y continuó—. Por supuesto también me interesa la historia de mi zona. En la época en que se sometía a juicio a las brujas, la gente estaba convencida de que Satán andaba suelto por la tierra. Miles fueron ejecutadas en Europa. A pesar de que la locura se extendió por todas partes, aquí nunca llegó a ser tan desaforada. Mi familia ya estaba en la zona cuando ocurrió todo eso. Mi tatara tatara… bueno, un antepasado mío fue detenido, pero su familia disponía del dinero necesario para sacarlo de la cárcel y sobrevivió. Menos mal que lo que pasa hoy en día en Salem no tiene nada que ver con aquello. Las brujas de hoy son completamente distintas.

—¿Las brujas de hoy? —repitió con escepticismo—. Genial. Mary ha desaparecido en una ciudad en la que todo el mundo cree que aún existen las brujas.

Ella tardó en responder.

—No lo entiendes. El equivalente actual a las llamadas brujas son los wiccanos. La wicca es una religión pagana basada en la naturaleza, y no hay relación entre lo que sus seguidores hacen hoy y lo que las brujas se supone que hacían en el pasado.

—¡Vamos, Rowenna! No irás a decirme que crees en todas esas cosas, ¿verdad?

—Yo no soy wiccana, si es eso lo que quieres saber, pero tengo amigos que lo son —respondió, intentando no parecer indignada—. Es una religión reconocida. Si por ejemplo un soldado fallece y es creyente, puede ser enterrado con el símbolo del pentáculo, lo mismo que podría llevar la estrella de David o la cruz.

—Perdona —se disculpó—. Es que… bueno, las supersticiones siempre lo complican todo.

—Pues no debería ser así. Los wiccanos no creen en hacer el mal porque el que hagan lo recibirán multiplicado por tres.

—Ya. Y si eres cristiano y matas a alguien vas al infierno, y no por eso muchos cristianos llegan a ser asesinos a sangre fría.

—En eso estoy de acuerdo.

—Mira, no vamos a solucionar nada aquí, así que ¿por qué no nos vamos al barrio?

—¿Aceptas la invitación?

Pues sí. No podría decir por qué, pero aceptaba. Porque le gustaba el sonido de su voz. Porque le interesaba conocer sus opiniones. Porque se sentía atraído por ella… bueno, claro: cualquier hombre heterosexual se sentiría atraído por ella, aunque aún seguía teniendo la sensación de que había algún tipo de barrera entre ellos.

En realidad ya no importaba porque ella se marchaba después de la fiesta de aquella noche. No habría más debates. Sus caminos no volverían a cruzarse.

—Vale —contestó él—. ¿Qué te parece si comemos algo?

Decidieron ir a Royal Street, a un tranquilo restaurante. Rowenna pidió té y cangrejos de río y él se decidió por una jambalaya.

—Continúa —le dijo él cuando les sirvieron la comida—. Quiero saber más sobre cómo son las brujas actuales.

—¿En serio?

—Sí, en serio.

Lo miró enarcando las cejas pero aun así se lanzó a la explicación.

—La comunidad de brujas de Salem se fundó a principios de los años setenta, cuando una mujer llamada Laurie Cabot, a quien ahora se considera la bruja oficial de Salem, se trasladó a la ciudad. Ahora hay en ella varios miles de Wiccanos practicantes en la zona que lo habrían pasado bastante mal en la época de los puritanos. Es irónico que en sus orígenes abandonaran Inglaterra buscando la libertad religiosa y que después ellos mismos persiguieran a cualquier que no comulgara con sus preceptos. Pero los wiccanos, si es que los había entonces, nunca practicaron el satanismo del modo en que se suponía que lo practicaban las brujas. El demonio es un concepto cristiano, un ángel caído, de modo que los wiccanos no pueden adorar al diablo, ni firmar un pacto con Satán porque en su religión ese concepto no existe. Esto no quiere decir que no haya satánicos porque sí que los hay, pero se trata de una filosofía completamente distinta.

Él asintió con gravedad. ¿De verdad necesitaba una lección sobre las ironías del hombre? Quizás sí.

Brad y Mary habían estado en Salem. Mary había desaparecido y él necesitaba saber cuanto le fuera posible sobre aquel lugar. Rowenna parecía la persona indicada. Además era una mujer preciosa, encantadora, y el olor de su perfume era sugerente. Hipnótico, casi. El pulso se le aceleró.

Ella nunca había dicho que fuese capaz de leerle a nadie la mente, pero ésa era la impresión que tenía: Rowenna parecía haber adivinado que ni las brujas, ni los satánicos reales o imaginados, pasados o presentes, tenían nada que ver con la desaparición de Mary y la probabilidad de que algo terrible le hubiese ocurrido.

A menos que alguien estuviera convencido de que seguía los dictados de Satán.

—Piensas que quien decida practicar una religión ya muerta es un idiota —adivinó ella con una sonrisa.

—A mí no me importa que te parezca oportuno adorar a una palmera, siempre y cuando no utilices tus creencias como excusa para matar a alguien.

Rowenna se echó a reír. Cuando lo hacía sus ojos parecían de oro líquido.

—En ese caso, los wiccanos te gustarían, te lo garantizo. Como te he dicho antes no hacen mal a nadie, porque si lo hicieran les volvería multiplicado por tres. No creo que haya alguien que haya encontrado la respuesta a las preguntas que abarrotan el universo. Todos queremos pensar que quienes hagan daño a los demás vas a ser castigados, en este mundo o en el siguiente. O mejor aún: ahora y en la vida posterior, si es que crees que hay vida después de la muerte.

—¿Tú no lo crees así?

—Yo sí.

—Pero estás pensando en otra cosa, ¿a que sí?

Ella lo miró sorprendida.

—En donde yo crecí tenemos una leyenda acerca de una especie de hombre del saco. Lo llamamos el Hombre de la Cosecha. Es una criatura malvada que proviene de viejas prácticas paganas, de creencias de los nativos americanos y del concepto de Satán. Cuando alguien desaparece, cuando ocurre una desgracia que no se puede explicar, se le atribuye al Hombre de la Cosecha. No tiene cuernos ni cola, y su aspecto no infunde temor. Lleva una corona de hojas de otoño y una capa del color de la tierra. Pero es más alto que la mayoría de hombres. Es enorme.

—¿Y persigue a las mujeres jóvenes?

—No sé cómo se generó la leyenda, pero la historia más antigua que conozco es de hace unos cientos de años, poco después de los juicios de las brujas, cuando una serie de mujeres jóvenes y hermosas desaparecieron. No se atrapó al asesino, de modo que los colonos, probablemente influidos por las tribus locales, dijeron que el Hombre de la Cosecha rondaba por allí robando almas.

—No pretenderás decirme que a Mary se la ha llevado el Hombre de la Cosecha.

—Claro que no. Sólo estoy diciendo que en Nueva Inglaterra hay una historia para cada cosa que ocurre. Pero si lo que te estás preguntando es si yo creo que hay un asesino de carne y hueso por ahí, tan perverso como el Hombre de la Cosecha, entonces me temo que la posibilidad es real.

Justo entonces sonó su teléfono. Tuvo la intuición de que iba a ser Brad. Y lo era.

Se disculpó con Rowenna y salió para hablar.

Rowenna jugaba distraídamente con la pajita de su vaso de té. Ojalá hubiera aprovechado la interrupción del timbre del teléfono para despedirse.

Quizás fuera porque estaba teniendo mucho tiempo para darle vueltas a la conversación mientras seguía teniéndola fresca en la mente, pero tenía la horrible impresión de saber lo que iba a pasar. Brad iba a llamar a Jeremy para pedirle ayuda. De hecho le parecía que era él quien había llamado. Y Jeremy acudiría a Salem.

Sintió que el corazón se le aceleraba un poco e intentó calmarse. No iba a verle, y dado que no le gustaba, era poco probable que acudiera a ella para pedir ayuda.

Pero acabarían por encontrarse; eso, seguro.

El inspector Brentwood la llamaría para que colaborase en el caso y él se quedaría patidifuso al verla aparecer.

—Mi amigo tiene problemas de verdad, ¿y a ti se te ocurre consultarle a una médium?

—¿Desea algo más?

La camarera la sorprendió.

—No, gracias. ¿Podría traerme la cuenta, por favor?

En cuanto pagó la cuenta, salió del restaurante y se apresuró a llegar al coche. A él no iba a partírsele el corazón cuando descubriera que se había marchado, y sabía que aunque era propietario de un tercio de la plantación Flynn, no vivía allí, sino en un pequeño hotel justo al otro lado de Jackson Street.

El hotel donde residía ella estaba en la calle principal y mientras dejaba atrás esas pocas manzanas se preguntó si seguiría soñando con él cuando ya no se vieran.

Estaba en su habitación, pero tenía poco que hacer. Había organizado casi todo en los últimos días con el fin de tenerlo todo preparado para su marcha.

No podía evitar, por absurdo que fuera, sentirse algo desconsolada, y el timbre del teléfono le hizo dar un respingo que casi toca el techo. Esperaba que fuese Jeremy, y se preguntó por qué aquella mañana se habría separado de él casi sin despedirse.

Menuda intuición la suya… resultó ser Kendall.

—Hola.

—Hola, Kendall.

—Te marchas mañana. ¿Es que no habías pensado llamar siquiera?

Sus palabras le hicieron sentirse culpable. Hacía años que se conocían. La primera vez que se vieron fue en Tea and Tarot, la tienda que Kendall regentaba hasta hacía bien poco y que había acabado vendiendo a un empleado para poder dedicarse por completo a su matrimonio y a la compañía de teatro que llevaba soñando con fundar desde la universidad.

—Claro que no —contestó Rowenna. Y no era mentira, porque se habría acordado de llamar… ¿no?

—¿Por qué no te vienes a cenar? No te obligaremos a acostarte tarde.

Rowenna miró a su alrededor. Pensó en mentir, en decirle que lo tenía todo patas arriba y que le quedaban un montón de cosas por hacer después de haber vivido dos semanas en la habitación de un hotel.

Pero decidió no hacerlo. Llevaban toda la vida siendo amigas y sí, estaba casada con el hermano de Jeremy, pero no por eso iba a echar a perder una amistad.

—Es que he comido bastante tarde.

—No tienes por qué cebarte.

Rowenna se echó a reír.

—Vale, de acuerdo. Me apetece deciros adiós por última vez.

—Oye, no digas eso.

—Ha sonado raro, pero ésa no era mi intención. Me refiero a despedirme antes de volver a casa.

—Estupendo.

—Por cierto, que ya podríais venir vosotros a mi casa para la fiesta de Acción de Gracias.

—Es que ahora nos es difícil salir de aquí. Tengo un grupo de niños que van a dar una representación justo el miércoles anterior al día de Acción de Gracias. Pero no te preocupes, que no tardaremos en ir. Venga, vente, ya ¿no? Si ya has hecho el equipaje, quiero decir. ¿Sale temprano tu avión?

—No. A las doce.