Azúcar negra - Carmen Boullosa - E-Book

Azúcar negra E-Book

Carmen Boullosa

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Beschreibung

Azúcar negra expone en través de cuatro estampas el tema de la cultura negra y su participación en la historia de México; en todas es patente, además, el olvido y la clandestinidad que la falta de reconocimiento ha hecho pesar sobre dicha cultura. Carmen Boullosa resalta así los vicios de un país que se niega a admitir la tercera raíz que le ha dado origen, marcados por un persistente racismo.

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CARMEN BOULLOSA

AZÚCAR NEGRA

El negro mexicano blanqueado o borrado

CENTZONTLE FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2013 Primera edición electrónica, 2013

D. R. © 2013, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios y sugerencias:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1637-1

Hecho en México - Made in Mexico

Nota de la autora

Todo empezó leyendo a Juana de Asbaje, sor Juana Inés de la Cruz. En el principio de este libro estuvo ella. Imaginé el patio de juegos de su infancia (con los hijos de quienes trabajaban en la hacienda y en la domesticidad de los Ramírez, indios, negros, mestizos, mulatos), intenté visualizar la Ciudad de México como ella la vio por primera vez, una niña posiblemente ya acompañada de su esclava mulata Juana —también niña—, las calles que debieron parecerle populosas en las que los afromexicanos eran la mayoría, los más empleados domésticos, o artesanos. Es probable que le hubieran provocado asombro las ropas de los negros o mulatos que a su vez vestían los palacios —la vida en la hacienda no era propicia a los lujos de la rica ciudad colonial—.

Me picó la curiosidad. Me intrigaron los dos escenarios, el patio de juegos y la ciudad que vio la niña llamada Juana. El apetito de exploración, búsqueda, cacería, pesca, empezó. Comencé a buscar ahí. Tiré el anzuelo,algo a ciegas, sin conocer las aguas, con el deseo de entender. Comencé el ejercicio literario que me ha llevado a escribir novelas de piratas en el Caribe del siglo XVII, de la batalla de Lepanto, de una pintora de la corte de Felipe II, y otras. Buscaba, quería entender cómo había sido ese México, rastrear su significado y valor social entonces y su huella en el presente. Tuve el deseo de escribir una novela con una protagonista recién llegada del Congo, o hija de un cafre o una guineana, que ella (o él) recordara el viaje trasatlántico, que se instalara en la Ciudad de México. Terminé escribiendo el pasaje de una novela contenida adentro de otra (El complot de los románticos, la publiqué en 2009, en Siruela). Ella, mi personaje, una africana formidable, es una fatimita que se entrevista con Juana de Asbaje, a la que llevé —en la ficción, donde todo puede cumplirse— a conocer el mar.

Mientras sostenía el anzuelo mencionado, escribí estas páginas, con intervalos, en un periodo de ocho años. El pretexto específico fueron cuatro invitaciones de diferente naturaleza (de Marisa Belausteguigoitia al PUEG de la UNAM, de Verónica Salles-Reese a dictar una conferencia en el III Simposio Internacional Interdisciplinario de Estudios Coloniales de las Américas en Quito [CASO], de la Casa de América en Madrid, la cuarta del periódico El Universal a colaborar en sus páginas culturales). No respeto el orden cronológico en que fueron escritos.

Dejé de lado lo que damos por sabido —que el peso de las raíces indias no permite más memorias, que la fuerte relación con el mundo ibérico arrincona al África blanca y negra, que el orgullo del mestizaje no acepta parcelaciones— para ensayar ciertas preguntas relacionadas con aquella visión del patio de infancia de Juana y de la ciudad que vio desde el carro que la trajo de Nepantla: ¿por qué hemos prácticamente borrado de nuestra memoria nacional la existencia de la herencia afromexicana, su paso por el pasado, su huella en el presente?

Los textos son de tono distinto y abordan temas y épocas diferentes. En «El negrito blanqueado» tomo a un personaje supuestamente colonial, habitante de almanaques (o calendarios) del siglo XIX, intentando comprender el deseo de resucitarlo y eliminarlo. En «La goma de borrar» de Bernal Díaz del Castillo, cuestiono la ausencia del cronista con la perspectiva africana de la conquista, y el pentimento. En «Raza blanquita» cuento un mal trago de mi temprana juventud, e intento explicar una violencia soterrada, misógina y racista, que tiene los cables cruzados y cuyo cortocircuito parecía inminente.

La reivindicación del componente negro en otras latitudes fue clave en las luchas por los derechos ciudadanos y el enriquecimiento (si no la revolución) de las artes. No es sobrevalorar el impulso que el mundo afroamericano entregó al mundo. Nosotros nos quedamos al margen, importándolo sin hacerlo también resonar como también nuestro. ¿Que son parte de un pasado muy remoto? Para quitarle peso a esta pregunta, añadí una pieza corta, tomada de mis colaboraciones en el periódico, más recientes que los tres ensayos presentados. Hablo ahí de cuando este país acunó para los afroamericanos el sueño del continente, el «Sueño mexicano».

Índice

El negrito blanqueado

La goma de borrar de Bernal Díaz del Castillo

Raza blanquita

El sueño mexicano

El negrito blanqueado

EN 1982, EDUARDO MATOS MOCTEZUMA, arqueólogo responsable del Proyecto del Templo Mayor, publicó El Negrito Poeta mexicano y el dominicano, estudio en el que rastrea vida y obra de dos poetas populares afrolatinos, y recopilación de las improvisaciones poéticas que la memoria colectiva les atribuyó.

Matos Moctezuma ordena cronológicamente las apariciones de los dos Negritos Poetas. Empieza por el mexicano.

Glosa las diferentes versiones que dan las fuentes: que si el Negrito Poeta vivió en el siglo XVII, que si en el XVIII, que si entre los dos siglos (o durante los dos siglos), que si con tales o cuales virreyes. No se detiene en enumerarlas: también señala imprecisiones, sinsentidos o contradicciones, y acota cuándo el Negrito fue considerado pura invención, cuándo pasó por ser cierto, y cuándo regresó a ser pamplina. Apariciones es la palabra que le va: como a un ser de otra naturaleza, se cree o no en su existencia, se alega cronología precisa, se le atribuyen actos.

Para el «otro» poeta improvisador, el dominicano Meso Mónica, Matos Moctezuma se apega a una sola fuente, Poesía popular dominicana, de Emilio Rodríguez Demorizi.

Rodríguez Demorizi reporta que algunos creen que los dos Negritos Poetas —el dominicano y el mexicano— son un solo ser («la fantasía los convierta en un solo personaje»), y revela que algunos de los poemas atribuidos a ambos son de otros autores: seis tomados más o menos libremente de Quevedo, tres de poetas chilenos. Sólo encontré uno idéntico a un Quevedo, los demás son variaciones más o menos tímidas, transformados ya en poemas populares, en la memoria de todos —la memoria colectiva los mexicafricanizó, una conquista al reverso, una apropiación—.

Concluye Matos Moctezuma:

[…] necesitamos aclarar, desde el punto de vista de la investigación antropológico-folklórica, qué validez tiene la tradición en un contexto determinado. Conforme a esto, tenemos que la mayoría de los investigadores que tratan con tradiciones les asignan un determinado grado de validez, pero en general la aceptación total sólo se logra cuando existen datos paralelos que vienen a darle autenticidad a la tradición. Así se desprende de estudiosos como Wilhelm Schmidt, quien nos dice: «Las tradiciones […] sólo tienen valor histórico si su veracidad ha sido demostrada por otros medios» […] no hay datos que vengan a reforzar la presencia del Negrito Poeta mexicano, sino que, por el contrario, los que hay nos hacen dudar severamente de su existencia. Por otra parte, es significativa la existencia de Meso Mónica en Santo Domingo.

Subrayo dos palabras elegidas por Matos: presencia y existencia, y de la cita de Schmidt una: veracidad. El Negrito Poeta mexicano es, concluye Matos, una falsedad.

Termina su estudio —que prologa la reedición de las agudezas del poeta negro mexicano— con unas cuartetas «de las que no hay duda de que yo sea su autor»:

Después de ver tanto dato

de dudosa filiación,

no cabe duda que al negro

le dieron reputación.

Sin embargo, se asegura

con bastante información:

no tiene la culpa el… negro,

sino el que lo hace… cabrón.

Es precisamente esto que Matos Moctezuma llama «tener la culpa» —es decir la responsabilidad— lo que me atrae de esta historia, leyenda, mito, creación colectiva o invención de editores de almanaques. El Negrito Poeta es un personaje nuestro, inventado o real. Mi propósito aquí es leer la existencia (así sea imaginaria) de este poeta popular colonial mexicano.

Las fechas precisas de su vida varían con las versiones, pero se sujetan siempre al marco temporal en que la población de origen africano en México representó un porcentaje significante. En el siglo XVII —años del primer nacimiento del Negrito Poeta— la Ciudad de México tenía una población afromexicana numerosa, en el centro varias veces mayor que la india (De la Maza: «más importante que los indios y los mestizos fueron los negros en la ciudad de México del XVII»); en el XVIII seguía siendo un porcentaje notable.

Mi intención es también tantear la naturaleza poética del Negrito Poeta, siguiendo exclusivamente el rastro dejado por Matos Moctezuma, y señalar la necesidad que algunos han sentido de fijarlo o de borrarlo por escrito, de presentarlo al público y de borrarlo.

Matos Moctezuma quiso «echar por tierra esa tradición». Yo quiero, por lo contrario, leer en el estudio de Matos al personaje, recuperar la existencia (la validez) del personaje popular mexicano, usando los datos fuertes proporcionados por Matos Moctezuma.

No es menos importante que un hecho histórico, la creación imaginaria colectiva —la leyenda, el mito— es la huella más honda, más presente, de algo real. Es el caso del Negrito Poeta.

La mayoría de las fuentes sostiene que el Negrito Poeta vive entre 1626 y 1786, durante el reinado de cinco virreyes. Es más longevo si atendemos la versión de Lizardi: en el Periquillo lo convierte en contemporáneo de sor Juana; piden al Negrito Poeta haga una rima con «pende», de inmediato tiene su cuarteta de octosílabos.

Se le dio el mismo pie para que lo trovara a la madre Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa jerónima, célebre ingenio y famosa poetisa de su tiempo, que mereció el epíteto de la décima musa de Apolo, pero la dicha religiosa no pudo trovarlo y se disculpó muy bien en unas redondillas, y elogió la facilidad de nuestro poeta.

En total lo tenemos haciendo versos de 1690 a 1786. Ejerció su arte un poco menos de cien años.

Su memoria es más longeva. En 1867 la Ciudad de México todavía lo recuerda, como atestigua un recopilador de su obra:

El citado señor Corona me refiere que por el año de 1867 había una pulquería en la Ciudad de México, en la esquina de las calles de San Miguel y Necatitlán, llamada La Calavera. En la pared de la calle se veía pintado al Negrito Poeta con una calavera en su mano y naciendo de ella una planta con flor; en uno de sus lados tenía el verso:

¡Bella flor! ¡Dónde naciste!

¡Qué contraria fue tu suerte!

Que al primer paso que diste

te encontraste con la muerte.

¿Versos del Negrito Poeta? Comparémoslos con unos de Quevedo:

¡Pobre flor! ¡Qué mal naciste!