Azul - Rubén Darío - E-Book

Azul E-Book

Darío Rubén

0,0

Beschreibung

Azul es una colección de poemas del autor nicaragüense Rubén Darío. En ellos se tocan temas como la búsqueda de la belleza, el cromatismo, el mundo interior, la unidad, la mitología, el erotismo o el exotismo, temas estrellas del poeta. -

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 145

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Rubén Darío

Azul

 

Saga

AzulCover image: Shutterstock Copyright © 1889, 2020 Rubén Darío and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726551297

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

AL SR. D. FEDERICO VARELA

Gerón rey de Siracusa, inmortalizado en sonoros versos griegos, tenia un huerto privilejiado por favor de los dioses, huerto de tierra ubérrima que fecundaba el gran sol. En él permitía a muchos cultivadores que llegasen a sembrar sus granos y sus plantas.

Habia laureles verdes y gloriosos, cedros fragantes, rosas encendidas, trigo de oro, sin faltar yerbas pobres que arrostraban la paciencia de Gerón.

No sé que sembraría Teócrito, pero creo que fué un citiso y un rosal.

Señor, permitid que junto a una de las encinas de vuestro huerto, extienda mi enredadera de campánulas.

 

R. D.

PRÓLOGO.

L’art c’est l’azur.

Victor Hugo,

I

Qué cofre tan artístico! Qué libro tan hermoso!

Quién me lo trajo?

Ah! la Musa jóven de alas sonantes y corazón de fuego, la Musa de Nicaragua, la de las selvas seculares que besa el sol de los trópicos y arrullan dos océanos.

Qué hermosas pájinas de deliciosa lectura, con prosa como versos, con versos como música! Qué libro! todo luz, todo perfume, todo juventud y amor.

Es un regalo de hadas: es la obra de un poeta.

Pero, de un poeta verdadero, siempre inspirado, siempre artista, sea que suelte al aire las alas azules de sus rimas, sea que talle en rubíes y diamantes las facetas de su prosa.

Rubén Darío es, en efecto, un poeta de esquisito temperamento artístico que aduna el vigor a la gracia; de gusto fino y delicado, casi diria aristocrático; neurótico y por lo mismo original; lleno de fosforescencias súbitas, de novedades y sorpresas; con la cabeza poblada de aladas fantasías, quimeras y ensueños, y el corazón ávido de amor, siempre abierto a la esperanza.

Si el ala negra de la muerte ántes no lo toca, si las fogosidades del númen no lo consumen o despeñan, Rubén Darío llegará á ser una gloria Americana, qué tal es la fuerza y ley de su estro juvenil!

En la portada de su libro, sobre la tapa de su cofre cincelado brilla la palabra AZUL. . . misteriosa como es el océano, profunda como el cielo azul, soñadora como los ojos azul-cielo.

L’art c’est l’azur! dijo el gran poeta.

Sí; pero aquel azul de las alturas que desprende un rayo de sol para dorar las espigas y las naranjas, que redondea y sazona las pomas, que madura los racimos y colora las mejillas satinadas de la niñez.

Sí, el arte es el azul, pero aquel azul de arriba que desprende un rayo de amor para encender los corazones y ennoblecer el pensamiento y engendrar las acciones grandes y generosas.

Eso es el ideal, eso el Azul con irradiaciones inmortales, eso lo que cońtiene el cofre artístico del poeta.

Y aquellas alas de mariposa azul de qué nos sirven? preguntarán los que nacieron sin alas. De qué nos sirve eso que flota en el vago azul de los sueños?

Contesta el Poeta:

—Pour des certains ȇtres sublimes, planer c’est servir.

II

Abramos el cofre Azul de Rubén para examinar sus joyas, no con la balanza y las gafas del judío, no con las minúcias analíticas del gramático, sino para contemplarlas a la ámplia luz de la síntesis artística capaz de abarcar en una mirada el conjunto de la obra, y de comprender la idea y el sentimiento que inspiraron al autor.

El poeta mas original y filosófico de España,— Campoamor,—dice: que, la obra poética se ha de juzgar por la novedad del asunto, la regularidad del plan, el método con que se le desarrolla y su finalidad trascendente. Y agrega: «a un artista no se le puede pedir mas que su idea y su estilo, y, jeneralmente, para ser grande le basta solo su estilo.»

No pensaron así los griegos. Para ellos el mérito de la obra estriba en el asunto, átes que en el estilo; en la idea poética, no en su ropaje. La clámide no hace al hombre.

Eran adoradores de la bella forma; pero mas de las justas proporciones, es decir, del plan y su desarrollo.

El asunto,—que comprende el argumento y la acción,—es sin duda, lo primero. Dada la idea, la poesía la reviste de un cuerpo, la humaniza, la hace interesante para todos los hombres, o, como dice el padre de las Doloras:—la idea se convierte en imágen, hay en seguida que darle carácter humano, y despues, universalizarla, si es posible.

Creemos además, que la poesía debe cultivarse como medio de mejorar, deleitando el espíritu y elevándolo, y entónces, las brillantes fruslerías de los versos, las alas azules de mariposa, se convertirán en estrella que guia, en alas de águila que levantan.

La regla seria:—la ficcion para hacer resaltar la verdad; el esplendor de la imaginación propia alumbrando la razón ajena y avivando la conciencia, la imágen para esculpir el pensamiento que inclina a la virtud y eleva la inteligencia.

Hé aquí en pocas palabras las miras de nuestra poética, y a ellas ajustamos nuestro criterio, Quien quiera aceptarlas, aplíquelas, si le agrada, al libro que le presentamos. El libro saldrá airoso de la prueba.

Apuntamos estas bases de criterio para los jóvenes estudiosos que quieran comprender este libro en su valor artistico: no las aplicamos, porque no es nuestro objeto, ni el lugar de hacerlo.

III

Pero, estas reglas no son por cierto, para los lindos ojos de las curiosas, astros errantes que recorrerán gozosos las poéticas pájinas del Azul. . .

Yo les enseñaré á juzgar de las obras de arte con el corazón como á ellas les gusta y acomoda. ¿Quereis saber cómo, lindas curiosas?—Oid.

Si la lectura del libro,—ó la contemplacion del lienzo y del mármol,—os produce una sensacion de agrado, ó de alegría; si involuntariamente exclamais, qué lindo! tened por seguro que la obra es bella y, por tanto, poética. Si no podeis abandonar el drama ó la novela, y vuestros dedos de marfil y rosa vuelven y vuelven una pájina tras otras para que las devoren los ojos hechizados, ah! entónces, el autor acertó á ser interesante, lo que es un gran mérito y un triunfo. Si el corazón os late mas de prisa, si un suspiro se os escapa, si una lágrima rueda sobre el libro, si lo cerrais y os quedais pensativa, ah! entónces, bella lectora, no os quepa duda, por allí ha pasado un alma poética derramando el nardo penetrante de su sentimiento.

La obra que, deleitando, consiga dar luz a la mente y palpitaciones al corazón helado, si aviva la conciencia, si mueve á las acciones nobles y generosas, si enciende el entusiasmo por lo bueno, lo bello y lo verdadero, si se indigna contra las deformidades del vicio y las injusticias sociales y hace que nos interesemos por todos los que sufren, decid que es obra elocuente y eminentemente poética.

Bajo las apariencias graciosas de la ficción suele ocultarse la fuerza de estas grandes enseñanzas, y entónces la obra llega á las altas cumbres del arte.

Aplicad, lindas lectoras, aplicad estas reglas del sentimiento a las armoniosas Azules de Rubén Dario, y vuestro juicio será certero. Vuestros ojos,!o sé, derramarán mas de una lágrima, vuestros lábios gozosos dirán qué lindo! qué lindo!. . . y luego os quedareis pensativas, como traspuestas, como flotando en el país encantado de los sueños azules.

IV

Dejadme hacer un poco como vosotras. Pues que se trata de un poeta y no de un filósofo, queden á un lado la escuadra y el compás del retórico. Quiero estimar por su aroma á la flor, al astro por su luz, al ave por su canto.

Venid conmigo, palomas blancas y garzas morenas; para vosotras hablo ahora.

Nada de filosofías, nada de finalidades trascendentes, ni de abstracciones sensibilizadas, humanizadas y universalizadas. Eso, estoy seguro, hiere vuestros tímpanos delicados hechos para la música y el amor.

Conversemos del poeta; pero, sin murmurar, si es posible. Escuchadme.

Rubén Darío es de la escuela de Víctor Hugo; mas, tiene á veces el aticismo y la riqueza ornamental de Paul de St. Víctor, y la atrayente ingenuidad del italiano d’Amicis, tan llena de aire y de sol. Describe los bohemios del talento como lo haria Alphonse Daudet, y pinta la naturaleza con la unción, el colorido y frescura de los cantores de Pablo y Virginia y de la criolla María.

Os sonreís pensando, qué tienen de comun Víctor Hugo, el relámpago y el trueno, con los idilios americanos de St. Pierre y de Isaacs, y con las escenas parisienses del autor de Sapho?

Son en verdad, estilos y temperamentos mui diversos, mas nuestro autor de todos ellos tiene rasgos, y no es ninguno de ellos. Ahí precisamente está su originalidad. Aquellos ingenios diversos, aquellos estilos, todos aquellos colores y armonías, se aunan y funden en la paleta del escritor centro-americano, y producen una nota nueva, una tinta suya, un rayo genial y distintivo que es el sello del poeta. De aquellos diferentes metales que hierven juntos en la hornalla de su cerebro, y en que él ha arrojado su propio corazón, al fin se ha formado el bronce de sus Azules.

Su originalidad incontestable está en que todo lo amalgama, lo funde y lo armoniza en un estilo suyo, nervioso, delicado, pintoresco, lleno de resplandores súbitos y de graciosas sorpresas, de giros inesperados, de imágenes seductoras, de metáforas atrevidas, de epítetos relevantes y oportunísimos y de palabras bizarras, exóticas aún, mas siempre bien sonantes.

V

Acaso se apega demasiado á la forma; pero, esa es su manera: y, luego, que él no descuida el fondo. Acaso. . .

Chit!. . . Acercaos mas, lindas muchachas, estrechad vuestra rueda como las ninfas campestres en torno del viejo Anacreonte, y escuchadme.

Sabeis? Su hermosa Musa tiene un defecto!

—Cuál? Cuál?

—El de ser demasiado hermosa!

—Ah!. . . Oh!. . . Bah! Bah!. . .

—Dejadme concluir: y presumida!. . . Qué diríais de la muchacha que untara de bermellón sus mejillas frescas y rozagantes? Qué, de la niña que vistiera perpétuamente de baile por parecer mejor?

—Y eso, a qué viene?

—Vais a ver. El poeta tiene su flaco: esmalta y enflora demasiado sus bellísimos conceptos, abusa del colorote, del polvo de oro, de las perlas irisadas, de los abejéos azules. . . y sin necesidad; miéntras mas sóbrio de luces y colores, mas natural es y mas encantador. Siempre el estilo ático fué mas estimado que el estilo ródio por los hombres de buen gusto. La elegancia no consiste en el exceso de adornos, ni en la profusion de alhajas.

Pero, eso es nada! El sabe hacer elegante su riqueza y aceptable su colorete: el peligro es para sus imitadores, que creen tener sus vuelos, porque salpican sus salzas literarias con el áureo polvo, y su estro, porque se recargan de falsa pedrería como serafines de aldea.

Sigamos murmurando, como los críticos. . . Sabeis?. . .

—Qué más maestro?

—El poeta tiene otro flaco. . . Os reis!. . . Eh! callaré. . .

—No! no! Hablad, por favor!. . .

Darío adora a Víctor Hugo y tambien a Cátulo Méndes. Junto al gran anciano, leader un dia de los románticos, coloca en su afecto a la secta moderna de los simbolistas y decadentes, esos idólatras del espejeo en la frase, de la palabra relumbrosa y de las aliteraciones bizantinas.

Víctor Hugo tenia el soplo gigantesco de Homero y de Isaías. El torbellino de su inspiración producía su pensamiento exhuberante, que no podia vaciarse en los moldes estrechos de la Academia, y él, entonces, impelido por necesidad imperiosa, se creaba su propia lengua, con la audacia del génio. Para derramar su pensamiento fulgurante tomaba cuanto hallaba a mano: sonido, color, letra, palabra, suspiro, desgarramiento, no importa qué; cuantos acentos e inflecciones toman la voz humana y la magna voz de la naturaleza entera, bosque, nube, océano; cuantas maneras de espresar puedan imaginarse; cuantas combinaciones alcancen a idearse, todo era bueno para él, todo era suyo, todo elemento de su lengua, y todo se plegaba dócilmente a su pensamiento y obedecia a su voluntad soberana.

Eso pudo Víctor Hugo, por que suyo era el verbo creador, por que él era el génio. El verbo puede crearse su propia carne, como el caracol su concha; pero la carne sola jamas creará al verbo, y como la estátua existirá sin alma.

La luz produce los colores: los colores no encienden la luz.

Los poetas neuróticos de Paris que se llaman los decadentes, quieren hacer como Víctor Hugo, y torturan la lengua, la sacan de quicio, la retuercen y la dan extrañas formas y giros; pero, poco se curan del pensamiento. No bajará para ellos el Espíritu en forma de lenguas de fuego!

Darío tiene bastante talento para escapar a la Sirena de la moda que lo atrae al escollo .. Pero, cuidado! Góngora tambien tenia talento. . .

En sus poéticas pájinas, en prosa y en verso, el pensamiento relampaguea a cada paso; pues équiere más, y las palabras desplegadas en guerril lla, avanzan a fogonazos.

No se abandona a su talento, busca el efecto, busca el éxito en la novedad, y el relámpago se asocia al polvorazo, lo grande natural a lo pequeño artificial, Víctor Hugo a Verlain, la Leyenda de los Siglos a los Poemas Saturninos.

Hé ahí el bermellón; como si el colorete en algo favoreciera las rosas de la juventud.

Fuera el oropel! fuera lo artificial, oh, jóvenes, y soplará un aire sano sobre las letras como sobre las flores del campo!

VI

—Cierto!. . . Mas, quienes son esos decadentes de que hablais? Cómo es que nuestro poeta sacrifica en sus altares?

—Os lo diré. Las letras, como las flores, como las frutas, como los pueblos, suelen sufrir epidemias que las devastan y desfiguran.

Comprendo bien que el pensamiento debe ajustarse a su forma y armonizar con ella. Alma bella en cuerpo bello, es el ideal.

Pues bien, hai ocasiones en que el exajerado amor a la forma ha perjudicado al pensamiento, y producido esas deformidades epidémicas en la literatura, que suelen encontrar fervorosos partidarios y hasta imponerse a un pueblo y a una época entera. Pasada la moda se la encuentra ridicula, y nadie comprende como vino ni qué ceguera la hizo aceptable.

Y sino, ahí están para probarlo aquellas fiebres que han invadido las literaturas europeas, comenzando por el euphuismo, introducido por John Lilly en la corte de Isabel de Inglaterra; el marinismo que invade la Italia con sus concetti, al propio tiempo que el gongorismo hace estragos en las letras castellanas, y la lengua preciosa en las francesas. Ni la sesuda Alemania escapó a aquellas plagas, pues el poeta Lohenstein les llevó el contajio poco despues. El Hotel Rambouillet, centro culto y perfumado, creó el «estilo galante» que dejeneró en el preciosismo, y de su Salón azul, donde por primera vez se unian la aristocracia de cuna y la del talento, salió tambien el Adonis de Marini, aquel terrible decadente llamado a Francia por Maria de Médicis.

Nacen estas plagas del prurito de crear nuevos dialectos poéticos, que no corresponden a nuevas ideas ni a nuevos sentimientos; nacen de sobreponer por moda, lo ficticio a lo natural, lo convencional a lo verdadero, la factura del mosaico paciente a los esplendores del génio.

En Francia, tras de los románticos,—emancipadores exajerados de lo convencional clásico, que reinaba desde los dias de Ronsard y su pléyade,—brotaron los parnasianos, simbolistas y decadentes. Los románticos tienen razón de ser: representan la revolución en las letras. Con el chaleco colorado en reemplazo del gorro frigio, marcharon contra la tirania de Boileau y de La Harpe, y dieron a las letras un rumbo más humano y mas propio de nuestro tiempo y nuestra civilización. Pero, qué buscan los decadentes? qué nos traen de nuevo? Cuál es su razón de ser?

Quereis conocerlos? Os los voi a presentar.

No se sabe a punto fijo de dónde vienen, ni creo que ellos sepan mejor a dónde van; y en esto se parecen un poco a los gitanos.

Vienen de los hermanos Goncourt? Nacieron de las Flores del Mal de Beandelaire? O acaso son imitadores bastardos de Víctor Hugo, que a falta de génio quieren parecérsele por las rarezas del lenguaje? Descenderían, por ventura, estos zíngaros, de Rámses el Grande? Todo puede ser!

Sea como fuere, ello es que la escuela modernísima de los decadentes busca con demasiado empeño el valor musical de las palabras y descuida su valor ideológico. Sacrifica las ideas a los sonidos y se consagra, como dicen sus adeptos, a la instrumentación poética.

Los decadentes no solo olvidan el significado recto de los vocablos, sino que los enlazan sin sometimiento a ninguna lei sintáxica, con tal que de ello resulte alguna belleza a su manera, la cual bien puede ser una algarabia para los no iniciados en sus gustos.

A los que así proceden los llamó decadentes el buen sentido público, y ellos, como pasa tantas veces del apodo hicieron una divisa.

Los poetas neuróticos de esta secta hacen vida de noctámbulos y ocurren a los excitantes y narcóticos para enloquecer sus nervios y asi procurarse visiones y armonías y ensueños poéticos. Acuden a la ginebra y el ajenjo, al ópio y a la morfina, como Poe y Musset, como los turcos y los chinos. El deseo de singularizarse es su motor, la neurósis su medio.

Tales son los decadentes, los de la instrumentacion poética! Divina locura! Caso curioso de la patolojia literaria!. . .

En estos neuróticos debe operarse cierta inversión de los sentidos, pues que en su vocabulario especial confunden los sonidos con los colores y los sabores, como pasa bajo el imperio de la sugestión hipnótica.