Basa - Miren Amuriza - E-Book

Basa E-Book

Miren Amuriza

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Beschreibung

Altzerreka es un viejo caserío situado en un rincón lóbrego junto a un puente. Y vieja es también Sabina Gojenola, una viuda que gobierna obstinadamente la casa y a su otro habitante, Henry, su cuñado inválido desde que le fue amputada una pierna. A pesar de que sus hijos se empeñan en facilitarle el día a día, Sabina rechaza toda comodidad por no entrar en veredas marcadas por otros... Estima la compañía de las ovejas, de su perro, de la gata, únicos destinatarios de sus muestras de afecto. Todo es recelo y tensión con su familia; con la vecindad, disputas y envidias. Con una prosa certera y un estilo vivaz, Miren Amuriza nos ofrece en esta novela el retrato, tan crudo como veraz, de una mujer rural que se rebela contra el final de su modo de vida. De ahí su sobrenombre, Basa, una palabra que no alcanza a describir su carácter independiente y su rechazo a las convenciones. Pero Basa es también todo lo demás: la manipulación, la comunicación insuficiente, los comportamientos enquistados y la atmósfera asfixiante que la rodean a ella y a cuantos viven en su entorno. Gracias a esta novela, tan salvaje como su protagonista, la bertsolari y escritora Miren Amuriza obtuvo el prestigioso premio XX Igartza Saria para jóvenes que escriben y publican en euskera, cosechando excelentes críticas y siendo muy bien recibida por el público. Con una traducción magnífica por parte de la también escritora Miren Agur Meabe, este libro nos llega con una pulsión bestial, propia. Basa: adj. y s. 1. adj. salvaje, silvestre, bravío; indómito-a, brutal, no civilizado-a. 2. s. barro, lodo, cieno y similares.

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«Entre las acepciones de “basa” está la de silvestre, salvaje, indómita, bravía… y así crece como las zarzas la escritura de Miren Amuriza, indomable y trepadora por las manos de quien la lee. Un libro maravilloso, certero. Basa cuenta, a través de Sabina, las historias y violencias de tantas mujeres de nuestros pueblos y aldeas sin romanticismos. Rompe con la idea del matriarcado y con el relato único sobre la mujer rural». —María Sánchez

«Miren Amuriza escribe desde dentro del idioma, con oído milenario y nervio envidiable. Su prosa respira como un animal acorralado». —Uxue Alberdi

«Basa combina realismo y tensión y ofrece una lectura que no nos deja indiferentes. Sobresaliente debut de Miren Amuriza». —Txani Rodríguez, Pompas de papel, Radio Euskadi

«“Basa” significa salvaje, silvestre, bravía, indómita, brutal y no civilizada. Ningún adjetivo podría definir mejor la forma de ser de Sabina, un personaje sólido e intenso que llena cada espacio de la novela y que está hasta cuando no está». —Lara Vesga, Letras en vena

«Sabina como un enjambre de avispas. Sabina que se puso a segar a la vista de todo el mundo cuando las camisas de su difunto marido aún se secaban en el tendal del prado. Sabina que con 15 años tenía que hacer de burro para la hija de su patrona, a cuatro patas en el suelo con las riendas en la boca. […] Igual hay cosas por las que merece la pena estar enfadada toda la vida. Que se civilicen ellos, que se internen ellos». —Eva Cruz, La Hora Extra, Cadena SER

«Sus páginas nos acercan a la realidad que viven las mujeres en los caseríos vascos. Nos hablan de cuidados, de vejez, del deseo de mantener la autonomía y la dignidad». —Esther Ferrero, Efecto Doppler, Radio 3

«Sabina, la protagonista de la primera novela de Miren Amuriza, es una mujer mayor que vive en un caserío en Bizkaia. Es temperamental, arrogante, “basa”, que en euskera significa salvaje, silvestre, indómito, bravío. Sabina, el caserío, la tierra y sus animales son uno, pero en esta novela, escrita originalmente en euskera, traducida ahora por Miren Agur Meabe […], se huye precisamente de esa esencialización tan peligrosa». —Alaia Rotaeche, La línea de fuego

«¿Cómo asumir que, de un día para otro, dejas de cuidar para ser cuidada? La escritora Miren Amuriza aborda el tema de los cuidados a la vez que nos describe el mundo rural vasco a través de la mirada de una mujer que conoció desde muy pronto el trabajo duro y, a la vez, bello del campo, que supo imponerse a las adversidades, pero también fue víctima del machismo de una sociedad que la relegó a un segundo plano». —Anna Maria Iglesia, Llanuras

«Lo que no se dice pesa tanto como lo que se dice y lo que se da a entender añade una capa más a la atmósfera inquietante. Asimismo, la escritura rica y el estilo preciso ofrecen una salida perfecta a esta dureza guiando apenas, aunque lo suficiente, al lector por la atmósfera de la novela, de la misma manera que se muestra un paisaje al indicar con la mano el camino: se deja al lector la tarea de interpretar». —Peru Iparragirre, Berria

«En un sentido amplio, el personaje de Sabina está compuesto por muchas mujeres y todas quieren escapar de las características que se les atribuyen. Lejos del esencialismo, la novela refleja el a menudo idealizado ambiente campesino, además de las funciones y tareas adjudicadas a las mujeres. Rompe así con la idealización del matriarcado vasco y desconstruye el imaginario creado en torno a la mujer del caserío vasco». —Iratxe Esparza, Gara

«Aborda de frente el tema de la vejez y de los cuidados, y se interroga sobre hasta qué punto podemos decidir cómo ha de ser la vida que lleven nuestros mayores». —Txani Rodríguez, Pompas de papel, Radio Euskadi

Miren Amuriza Plaza (Berriz, 1990) estudió Filología Vasca y posteriormente se especializó en Literatura Infantil y Juvenil. Ha colaborado en diversos medios de la prensa escrita y ha publicado varios libros infantiles. Basa es su primera novela (premio XX Igartza Saria 2017, Premio Siete Calles 2019). Compagina la escritura con el bertsolarismo.

Fotografía: Federico Paladino

Basa

Miren Amuriza

Traducción de Miren Agur Meabe

Autoría Miren Amuriza

Traducción Miren Agur Meabe

Corrección Beatriz Morales Bastos

Diseño de colección Rosa Llop

Imagen de cubierta Trine Søndergaard

Maquetación de cubierta Cristina Irisarri

Producción ePub Bookwire

Edición consonni

C/ Conde Mirasol 13-LJ1D

48003 Bilbao

www.consonni.org

Primera edición en español:

septiembre de 2021, Bilbao

eISBN: 978-84-16205-97-4

Esta obra está sujeta a la licencia Creative Commons CC Reconocimiento-NoComercial-SinObra-Derivada 4.0 Internacional CC BY-NC-ND 4.0. Los textos, edición, traducciones e imágenes pertenecen a sus autoras/es.

Edición original en euskera: Basa de Miren Amuriza, Elkar Argitaletxea, 2019

Imagen de cubierta:

© by Trine Søndergaard. Detalle adaptado de Untitled #2 (photogravure), 2021, cortesía de la artista y de Martin Asbæk Gallery.

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición y una ayuda a la traducción del Ministerio de Cultura y Deporte; así como una ayuda a la producción editorial literaria del Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno Vasco.

Este ebook es un proyecto financiado por Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, Ministerio de Cultura y Deporte.

consonni es una editorial con un espacio cultural independiente en el barrio bilbaíno de San Francisco. Desde 1996 producimos cultura crítica y en la actualidad apostamos por la palabra escrita y también susurrada, oída, silenciada, declamada; la palabra hecha acción, hecha cuerpo. Desde el campo expandido del arte, la literatura, la radio y la educación, ambicionamos afectar el mundo que habitamos y afectarnos por él.

BASA: adj. y s.

1. adj. salvaje, silvestre, bravío-a; indómito-a, brutal, no civilizado-a.

2. s. barro, lodo, cieno y similares.

Glosario

Agur: expresión de saludo o despedida.

Aita: padre.

Altzerreka: río de la aliseda. La ubicación da lugar al nombre del baserri o caserío.

Ama: madre.

Amama: abuela.

Bidegorri: camino reservado para paseo peatonal o ciclista. Literalmente, vía roja.

Errotabarri: molino nuevo. Se trata de una denominación usual para molinos históricos de Bizkaia.

Goiketxe: dentro de un barrio rural, la casa situada en la zona más elevada.

Ikaran: valle de las higueras. Es también un apellido.

Ikurrina: bandera vasca.

Izeko: tía.

Osaba: tío.

Patxo: forma infantil onomatopéyica para decir beso.

Txapela: boina. Suele usarse como trofeo o galardón en diversos campeonatos.

Txoko: sociedad gastronómica, lugar privado de reunión.

Zestalari: jugador de cesta punta.

Tengo una corazonada. ¿Me oyes, Mario? ¡Que tengo una corazonada desde que vi a Sabina empujando a la yegua! Me llega el olor de las hojas de eucalipto… Y veo cómo se resquebraja lentamente el suelo de la cocina de Altzerreka: entre las baldosas de color vino y los rombos blancos brotan musgo, tierra y gravilla… Siento el aroma de las hojas de eucalipto y oigo el zumbido del fluorescente. ¡Como si estuviera allí mismo! El calendario en la pared con la imagen de la Virgen vuelta de espaldas… ¡La Virgen de espaldas, Mario! Y la tele encendida… Veo la puerta, la puerta descascarillada de la cocina, entornada… Se abre… Se está abriendo. Y una oveja asoma la cabeza…

I

Karmele observa el panel auxiliar tras acomodarse un cojín en las cervicales y subirse la manta: tomar aire, contener, soltar; tomar aire, contener, soltar… Poco a poco, párpados y hombros bajan la guardia.

—¡Agua!

Al oír esa palabra, se yergue en la butaca como si hubiera atropellado a una alimaña al alba y temiese que se abalanzara contra ella. Enciende la luz del cabecero y ve el cuerpo de su madre postrado boca arriba, jadeante, la mirada torva, los labios lívidos.

—Que me des agua.

—Ahora, ama, ahora mismo…

Pulsa el timbre de asistencia, entra en el baño precipitadamente y llena el vaso de plástico.

—Aquí tienes.

La ayuda a alzar la cabeza mientras le acerca el vaso a la boca, pero el agua resbala por los labios, la barbilla y el pecho de Sabina: no lleva puesta la prótesis dental y los músculos de la cara están fláccidos.

—¡Mira que eres torpe…!

El mismo reproche que le hizo cuando le confesó que estaba embarazada.

Había conocido a Txabi en una de las marchas a Herrera de la Mancha y se mudó a su destartalada buhardilla de Lekeitio antes del cuarto mes. Al cabo de un año se encontraba armando una cuna de madera, sujetándose el vientre con una mano y el maletín de herramientas con la otra. Abandonó los estudios contra la voluntad de Sabina y se puso a trabajar en un restaurante. Libe todavía iba en mantillas.

—Perdona, ama…

La seca con una gasa y sale al pasillo con la esperanza de que alguien la asista, la zapatilla interpuesta entre la base y el marco de la puerta hasta que su madre la requiere dos, tres, cuatro veces.

—Qué.

—¿Has hablado con Lurdes?

—Sí, ayer por la noche.

—¿Y?

—Todo en orden. Osaba cenó bien y estaba tranquilo.

—¿Le advertiste de que las pastillas de la mañana las tiene que tomar en ayunas?

—Sí… —Karmele se apoya en la barra que hay a los pies de la cama—. Se lo dejé anotado.

Y en ese momento cae en la cuenta de que olvidó darle la nota a la vecina.

—¿Seguro?

—Seguro —esquiva la mirada de su madre—. No te preocupes.

Sabe que el instinto de Sabina es el más agudo, el más feroz, el más primitivo. La última Nochevieja desapareció de la mesa sin previo aviso y volvió al cabo de un rato con el delantal ensangrentado. Se enjuagó las manos, se sentó de nuevo a la cabecera y se quitó los restos rojizos de los dedos con una de las servilletas bordadas que su nuera había llevado expresamente para la cena.

—Se me acaba de morir una oveja. De parto.

Y siguió sorbiendo la sopa de pescado.

—Llámala de todas formas —se empeña—. Y recuérdale lo del ayuno.

—No son ni las ocho, ama… Quédate tranquila, ya la llamo más tarde.

No obstante, en cuanto su hija se vuelve para levantar la persiana a media altura, Sabina retira la colcha y se incorpora intentando sentarse.

—¡Pero a dónde vas! —Karmele la agarra como agarraría una taza a punto de caerse al suelo.

—Al baño.

—Tienes el pañal puesto.

—El pañal… El pañal… —Sabina se recuesta para disimular que se encuentra débil—. ¿Es que soy una cría de teta?

—Espera un poco, que enseguida viene la enfermera y te cambia.

—¿Cambiarme a mí? —cierra los ojos.

Karmele, encogida en la butaca, se abanica sin quitar ojo a las manos agrietadas de su madre, a sus dedos retorcidos, a sus toscas uñas que no dejan de arañar la sábana.

—¡Trae esas manos aquí! —le ordenó cuando tenía unos ocho o nueve años.

Le cortó las uñas con las tijeras de acero de la cocina llevándose también alguna yema.

—Buenos días —saluda una enfermera desde la puerta—. ¿Han llamado?

—¡No! —responde Sabina entornando la cabeza.

—¡Déjame el iPhone, aita! Déjamelo… —la carita redonda de Martzel, con sus gafas cuadradas, irrumpe en la habitación. Entra tirando a Joseba de la americana.

—¡Que me arrugas la chaqueta!

—Shhh… —Karmele se pone de pie—. Está echando la siesta.

También viene Naia, a disgusto, con su melena y su gorra de lana. Y dos pasos más atrás Maite, que trae un bolsón de plástico y un ramo de caléndulas.

—No era necesario, mujer.

Pero Maite hace como que no oye a su cuñada. Saca de la bolsa un delgado jarrón de cristal, lo llena de agua y coloca el ramo sobre el par de ¡Hola! que Karmele había comprado para Sabina.

—Tu madre y tus hermanas se hablan a gritos… —le dijo escandalizada a su novio aquella primera vez que comió en Altzerreka.

Maite era de Gernika, hija de una familia de buenas maneras, de esas que hasta en casa comen los langostinos con cuchillo y tenedor. Joseba la conoció cuando empezó a trabajar en la imprenta de su padre y llevan el negocio entre los dos desde que este murió. En el despacho, Joseba tiene una foto en la que aparecen su suegro, José Ángel Iribar y él mismo luciendo sendas bufandas rojiblancas.

—Ama… ¿estás dormida?

Afirma la mano en la pared, se inclina con cuidado y le da un beso en la frente. ¡Reconocería a la legua esta colonia empalagosa! Sabina aprieta los párpados. O sea que me da un beso en la frente, como a los santos. Porque no tengo ganas de hablar, que, si no, me iba a oír es… Joseba se aparta al notar la tensión en las mandíbulas de su madre.

—El iPhone, aita… —Martzel vuelve a estirarle de la americana—. Porfi…

—¡Pero qué pelma eres, chaval! —saca el dispositivo del bolsillo—. ¡Toma! Diez minutos, ¿vale?

Deja a sus hijos abstraídos con los aparatos e indica con un gesto a su mujer y a su hermana que salgan de la habitación. Mira a todos lados murmurando como un soplón que fuese a desvelar un secreto de sumario.

—Esta mañana me ha llamado Ramón Azpitarte.

—¿Quién? —pregunta Karmele frunciendo el ceño.

—El gerente de la residencia Ikaran, el hermano del cuñado de Maite.

—…

—Dice que les ha quedado una vacante y que podemos llevar a osaba Henry cuando queramos.

—¡Martzel! —le interrumpe su mujer.

El niño ha trepado a la cama para hacerse un selfi con su abuela convaleciente.

—¡Bicho de crío!

Envía a Maite a buscarlo, que acaba marchándose con sus dos hijos a la cafetería esgrimiendo la excusa de dejar a los hermanos arreglar sus asuntos con más intimidad.

—Tu madre no me puede ni ver —acostumbra a quejarse a Joseba los domingos por la tarde.

—¡Cómo se te ocurre! Es mujer de pocas palabras, cierto, pero te tiene mucho cariño.

—Sí, muchísimo. No soporta que tú siguieras con la imprenta en vez de quedarte en el caserío…

—No seas paranoica.

Se enzarzan en una discusión infructuosa hasta que uno de los dos cede y deja de hablar al otro.

En cuanto ve a su mujer desaparecer en el ascensor, Joseba cierra la puerta de la habitación y hace otra seña a su hermana para alejarse un poco más en el pasillo.

El tío Henry regresó de Idaho cuando Sabina y Joseba vivían solos en el caserón. Aunque no colaboraba económicamente con Sabina, a su sobrino adolescente le prometió que le compraría un coche cuando se sacase el carnet. Así, aquel Peugeot rojo que hacía de taxi para el tío, terminaba aparcado muchas veces en el frontón de Eibar y otras muchas en el aparcamiento del club Las Sirenas.

—Como te comentaba… —afloja el paso—, tienen una plaza. Parece ser que ha habido algún contratiempo debido a las huelgas de la plantilla, pero podemos llevar a osaba cuando queramos.

—¿Cómo que cuando queramos? ¿Sin lista de espera ni nada?

—Eso déjalo de mi cuenta. Azpitarte me ha pedido prestado el apartamento de Jaca para el puente de diciembre…

—No sé, Joseba, no lo sé… —Karmele se amasa la frente con los dedos—. Ama no va a estar de acuerdo.

Y se figura una cabeza de jabalí, la sangre manando del hocico.

—¿Tú crees que estamos en situación de acatar sus deseos? ¿En serio?

—…

—Si fuera por ella, seguiría trabajando como una burra hasta besar el suelo. Y para colmo, la gente se piensa que nos desentendemos de los dos, de ella y de osaba.