Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Batallas del libre pensamiento es una recopilación de artículos periodísticos de Fernando Lozano Montes, aparecidos en el periódico Las dominicales del libre pensamiento, semanario del que fue co-fundador. Los artículos abarcan diversos temas, desde política a sociedad de su época.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 220
Veröffentlichungsjahr: 2020
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Fernando Lozano Montes
Saga
Batallas del libre pensamientoOriginal titleBatallas del libre pensamientoCover image: Shutterstock Copyright © 1885, 2020 Fernando Lozano Montes Demófilo and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726703184
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
QUERIDO RAMON:
Levantadas las manos al cielo, nos hemos jurado vencer ó morir en estas Batallas, y lo cumpliremos.
Júntense aquí nuestros nombres, como están juntos nuestros corazones.
DEMÓFILO.
Han sido estos dos años un batallar sin tregua.
Batalla con la Iglesia; batalla con el Estado; batalla con el fanatismo; batalla con la hipocresía; batalla con el excepticismo; batalla con los intereses ruines; batalla, en suma, contra este inmenso valladar que la Historia ha opuesto al paso de nuestro pueblo para impedirle avanzar por el camino del progreso.
Bendito Dios, que nos has conservado en ese tiempo la dulce salud.
Bendita tú, ¡oh divina Verdad! bendita mi! veces, mi diosa adorada, que no te has apartado de mí un instante, deleitando mi oido con la armonía de tu voz y alegrando mis ojos con la luz que irradia tu esencia.
No hay nada comparable á ti, potente Verdad; tú en nombre de Dios, interponiéndonos al paso de los que van como el ganado al abrevadero, donde los lleva la costumbre; vednos aclamados, objeto de ardorosas manifestaciones, arrastrar en nuestro carro, sencillo y sin afeites, la opinion, señora y soberana al cabo de los pueblos.
¿A quién sino á tí, impalpable Verdad, lo debemos?
Sí; tú eres el poder supremo del Universo mundo; tú eres el granito sobre que todo está sustentado. Aquel «sea la luz y la luz fué hecha» es una imágen que debe referirse á tu fuerza. Tu palabra ha bastado para que los espacios surjan, se forme la sustancia de las nebulosas, y la armonía de las esferas triunfe del caos primitivo.
En el principio de las sociedades humanas, todo era guerra y barbarie. El hombre no se diferenciaba del bruto. Tú, hablando al oido de aquel, le has infundido el amor á la civilizacion y al órden: bajo tu amparo han ido erigiéndose hermosas ciudades, cultivándose los campos, abriéndose rápidas vias de comunicacion en el suelo. Cuando el mundo político estaba asolado por la tiranía, tú aconsejaste primero al filósofo, luego al legislador, cómo debian establecerse la paz y la justicia.
Si eres la autora de la paz y la armonía de que vamos estando cada vez más en posesion aquí en la tierra, ¿no es razon inducir que tú eres tambien la que has desenmarañado el caos del Universo y establecido su pasmoso concierto? En tí, en tí, divina esencia, está toda virtud, todo poder, toda santidad. Si hay gobiernos contrarios á tí, que caigan; si hay templos contrarios á tí, que caigan; si hay riquezas contrarias á tí, que caigan; no importa que todo caiga si tú quedas en pié. Bastas y sobras para llenar el mundo de luz y alegría.
De mi parte á tí sola seguiré: tú eres mi maestro, mi luz, mi guía. Estando contigo no importa que este frágil barro de mi carne se desmorone, y los astros chocando unos con otros se hagan polvo. Tú harás luego de tu eterna esencia nuevos mundos y nuevos séres más hermosos. Yo los veré porque no habré podido perecer siendo en tí.
¿Qué valen vuestras excomuniones, arzobispos y obispos, si Ella me ampara y me protege? ¿Qué vale el lápiz rojo del Fiscal de imprenta servidor de los poderosos? Como los conquistadores del corrompido imperio romano que arruinaron el paganismo, decian que una fuerza interna superior á su voluntad les impulsaba, así siento yo en mi oido una voz que me grita: «Marcha, no te detengas.» Esa voz la conozco bien, no tengo dudas, es la tuya, ¡oh Verdad celeste!
¿Qué podrán atemorizarme las excomuniones obispales?
Soy fuerte contra vosotros porque le soy fiel incesantemente. Tambien tengo mis pruebas en este batallar. A veces la agresion injusta remueve este fango que todos llevamos dentro: y la ira, el ódio y todas esas negras pasiones que hacen á las manos buscar el puñal homicida, se retuercen furiosas azuzando mi voluntad á la estéril venganza; pero Ella llega, me dirige sus sonrientes miradas y las pasiones huyen vergonzosas como las nubes perseguidas por los rayos de oro de un sol primaveral.
«¿Te odian? me dice, ámalos; ¿te maldicen?, bendícelos; ¿te ultrajan?, alábalos; ¿te detestan?, quiérelos; ¿te amenazan con el infierno?, ofrécelos tú la gloria; ¿se enfurecen contra tí?, envíales en pago plácidas sonrisas. Observa los 100.000 rostros que animan la calle de Alcalá en dia de fiesta á la hora de volver dél paseo. ¿Cuántos de ellos encuentras descompuestos por la ira? ¿Media docena? Quizá pongo muchos: El resto lleva sus líneas en direccion normal ó abiertas por la dulce alegría. ¿No te prueba esto que el furor es excepcional y pasajero en la naturaleza humana? Sé pues apacible y sencillo y estaré contigo. En cambio ellos que se me sublevan quedarán hechos polvo en la lucha, como que combaten con lo que forma lo más íntimo de su propia sustancia. No eches pues más leña al fuego; compadécelos.»
A este tenor son todos sus consejos.
Y me ha ido con ellos muy bien, como puedes comprobar, lector, por los artículos insertos á continuacion. Varios de ellos han sido denunciados y absueltos sin siquiera defensa. Mi consejera me habia dicho: no quites de encima de tu mesa la ley de imprenta: ella te aconsejará por un lado y yo por otro. Y así lo he hecho.
¿Podré escribir, le pregunto un dia, en que vi al pueblo español indignado contra la tiranía, y acusados innoblemente de ladrones algunos de los que visten el uniforme de nuestro valiente ejército, podré escribir un artículo que diga «Más vale ser sublevados, que no tiranos?» Claro que sí, me contestó ella, dictándome los nombres de sublevados gloriosos, como Prim, Riego, Torrijos y otros cien, que están escritos con letras de oro en el templo de las leyes. El servidor del gobierno, ciego, envia el artículo al juez diciendo: «Esto es penable.» Y el juez contesta: «pues hay que llevar á presidio á la Historia,» y se inhibe del asunto.
Otro dia le digo: «¿Hay peligro en hacer una oda en prosa, ensalzando esta revolucion grandiosa que se está operando desde el fin del pasado siglo?» «¿Cómo ha de haberlo, me contesta, cuando esa revolucion es la más pacífica de cuantas se han dado en la historia, como que yo misma la inspiro, y no la ambicion ó el fanatismo?» Y guiada por su mano mi pluma, escribe un artículo titulado «Nuestra Revolucion.» ¿Revolucion dijiste?, pues es penable, concluyó el fiscal, sin atender á más. Y el juez contesta analizándolo: «Pues vayamos todos á la cárcel, porque todos somos hijos de la revolucion á que se alude aquí.» Y sin otro defensor, da auto de sobreseimiento.
Las batallas con el Estado no debian serlo. En realidad nuestro Estado constitucional no tiene fin superior que prestar garantías á la libre exposicion de las ideas. Solo autoridades políticas cegadas por interés bastardo pueden desconocer esto. Los jueces, más empapados en lo que forma la sustancia del derecho moderno por haberlo estudiado en las Universidades, ven como nosotros cuál es el verdadero fin de los Estados constitucionales. Por eso nos han absuelto. Lo más difícil no era, pues, batallar con el Estado, el enemigo más formidable es la Iglesia en que vienen á reunirse pasiones, intereses y preocupaciones acumulados durante siglos.
Lo confieso: me ha sorprendido el mutismo de la Iglesia. Esperaba siquiera el intento de acudir al terreno de la discusion razonada á que la excitábamos. ¿No habia entre todas las altas dignidades de la Iglesia, quien saliese á la defensa de la fé? ¿No habia quien pretendiese siquiera contestarnos en el terreno de los principios? ¡Cuánta decadencia!
«Si la montaña no viene á tí ve á la montaña,» me dijo la Verdad, dictándome: ya el sueño del Juicio de Dios con motivo de la excomunion del arzobispo de Toledo, ya el artículo La Masonería y el Papa, ya la Espantosa vision.
Con los citados artículos hallará el lector en esta coleccion varios otros motivados en hechos, afirmaciones ó consultas que han ido sucesivamente presentándose. La afirmacion de que es compatible la monarquía con el libre-pensamiento, el de República y Libre-pensamiento son gemelos; la prueba de que el deal que representamos no es una novedad en nuestro pueblo, sino que tiene profundas raíces en nuestra historia nacional, la ofrecen Cides y Reyes y el Cid excomulgado. Y los artículos Al árbol de Guernica, A un vasco carlista cualquiera y ¡Bárbaros, bárbaros, bárbaros! y algunos otros más de la coleccion, tienen por fin hacer algo para arrancar la venda que llevan en los ojos multitud de desgraciados, dispuestos á cada instante á pasar de la servidumbre clerical en que gimen, al sacrificio ó al crimen, sin provecho, sin gloria y sin honra. Cierra la coleccion el artículo titulado Ante la Estátua del Libre-pensamiento, hecho con ocasion de los últimos sucesos de la Universidad Central y consagrado á cantar el triunfo del libre-pensamiento en España.
***
Aquí tienes en compendio, lector, lo que trata este libro de batallas.
Dirás que el nombre te parece impropio, porque no ves heridos ni muertos en el campo. ¿Qué sabes tú si los hay? No en todos los heridos y muertos se ve sangre.
Por lo mismo que tanto puede la Verdad, tiene que consumir y gastar.
¿Pero qué general se preocupará de contar las bajas cuando camina á la victoria?
«Nécio, no te pregunto eso, sino si hemos ganado la batalla,» dijo en estas ó parecidas palabras aquella célebre espartana, al soldado que le daba cuenta de haber muerto sus hijos en el campo.
Por lo que á mí toca, no me falte un poco de sol, un pedazo de pan y una sonrisa de cariño y quede á Dios el resto.
______________
No puedes imaginarte, lector, qué excitacion de espíritu me produjo leer en mis colegas que el arzobispo de Toledo, cardenal primado de España, habia hecho objeto de sus censuras al periódico donde vierto mi alma y mi sér, en el que tengo mis sentidos puestos.
Removíme en el lecho toda aquella santa noche, imaginando lo que iba á contestar á aquellas censuras, y todo se me volvian dificultades tras dificultades para salir de tanto y tan grave aprieto.
Quedéme en estas imaginaciones dormido; soñé, y creo del caso, como mejor partido, relatarle mi sueño.
Apelaba yo en sueños de la sentencia del poderoso cardenal al juicio de Dios, y forjóme allá en el mundo de mi fantasía inmenso circo en el cual tenia lugar la vista del proceso. En las inacabables graderías de aquel circo hallábase sentado majestuosamente el pueblo español, del que me enorgullezco en ser hijo, y cuya estimacion tengo en tanto.
Allá en el estrado, sobre inmenso trono, estaba colocado el Ser de que fluye toda vida. Este Ser no tiene forma finita, porque dejaria de abarcar toda forma; no tiene esencia finita, porque dejaria de abrazar toda esencia; no tiene personalidad finita, porque dejaria de estar, gravitar, obrar, como Ley, en el seno de toda personalidad. Mi Dios no tiene forma, esencia, personalidad determinadas: es infinito, inmenso, lo llena todo. Pero ¿cómo habia yo de imaginarlo en un ensueño sin darle alguna forma?
Mi imaginacion me lo representó con la nuestra propia, humana, con rasgos de perfeccion é inmovilidad absolutos. Un nimbo compuesto de luceros brillantes rodeaba su cabeza. Cuantas bellezas ostenta la naturaleza y ha creado el arte, las ponia yo á sus piés para hermosearlo. La atmósfera en que respiraba estaba formada por el aliento perfumado de esas vírgenes que oran desde há siglos en los templos y exhalan sus oraciones á través de las techumbres góticas, al decir de los poetas. A respetuosa distancia hallábanse detrás el trueno, el rayo, el mar embravecido, la tormenta, el fuego, el viento furioso, esperando sus órdenes para desencadenarse. Del lado opuesto, en un campo que adornaban millones de primaveras, serpeaban rios y arroyuelos cristalinos entre umbrosos árboles de donde colgaban sus nidos muchedumbre de pájaros vistosos, cuyos gorgeos deleitaban los oidos; y por entre la verde enramada zagales y mozas, en inocentes juegos, imitaban el amor de las tórtolas arrulladoras que revoloteaban entre las copas de los árboles.
Esto lo veia yo allá muy léjos, fuera ya del circo.
A mi derecha se alzaba el sitial en que estaba sentado mi eminente acusador. Ese sitial era de oro, adornado de pedrería. Bello, magnífico es el que tiene reservado en el coro de la catedral de Toledo, como debido al génio de Berruguete; pero el que mi libre fantasía se forjaba era más hermoso aún. Las estátuas que le decoraban reunian, á la armonía sublime de lineas de las obras de Fídias, lo gigantesco de las formas de Miguel Angel, la dulzura divina de la inspiracion de Rafael, y el misterio y vaguedad ideal que caracteriza el cincel de nuestro Berruguete.
La púrpura de Tiro, cuyo rojo pondera tanto Fenelon, era pálida al lado de la que lucia el cardenal arzobispo. Estaba con sus encajes, sus anillos y sus paramentos, deslumbrante en verdad; hubiera gozado en contemplarse á sí mismo si fuera hombre mundanal.
A derecha é izquierda tenia sus familiares ostentando sobre sus negras vestiduras las cruces, cuajadas de piedras preciosas, con que habian premiado sus servicios los Césares de la tierra.
Detrás, á respetuosa distancia, hallábase, entre palafreneros, régia carretela tirada por dos soberbios caballos que robaron su negro á la noche.
Estaba yo en mi puesto, arrodillado sobre la árida arena, símbolo de mi desolacion y mi futura suerte.
A una mirada de súplica de mis ojos, que el Eterno comprendió, vi llegar á mi lado á una dulce criatura, seguida de varios pequefruelos. Quedó ella á la derecha, despues de secar con su pañuelo el sudor que goteaba de mi abrasada frente, ellos se colocaron á la izquierda, luego de besar mis manos, mirándome con ojos desmesuradamente abiertos, induciendo, sin duda, mi calidad de reo por mi actitud.
Mi arenal convirtióse con esto en pequeño oásis.
Yo buscaba, empero, con mis ojos, cierto piadoso defensor. El Eterno debió comprender tambien la significacion de mis miradas, porque al punto ví avanzar con el desnudo pié sobre la arena, trayendo por todo vestido tosca túnica que ceñia al cuerpo con soga de esparto, al que la Humanidad ha prestado durante siglos, con alma rendida, todas las, perfecciones que en su cerebro concibiera y en su corazon amara.
¡Qué bella es la sencillez! Aquellos tonos ideales que Rafael y el Correggio imprimieran en las mejillas y la frente de mi defensor daban á su semblante un brillo indecible; no eran, no, destellos de la luz material, sino emanaciones de amor y piedad espirituales. Concibo que los palacios de los Césares se hayan arruinado con estrépito al paso de esa divina aparicion. El trueno, el rayo, la guerra tienen poder una hora sobre la superficie de la tierra; la dulzura impone su imperio el resto, porque prende en lo más hondo, prende en los corazones do irradia la vida.
Trémulo el mio á su presencia, busqué con los ojos sitial que ocupara digno de él. Entendióme, sin duda, porque haciendo girar los suyos en torno, y no hallando en el desolado arenal sino una piedra cercana á los piés del sillon en que se sentaba su arzobispo, dirigióse, sin dudar, hácia aquel lugar, y recostando su divino cuerpo sobre la arena, y reclinando la cabeza sobre la mano, que apoyó en la piedra, dispúsose á asistir, de aquella sosegada forma, á la vista del proceso.
Pero al punto de colocarse así, tornó la cabeza hácia su arzobispo, pascó sus miradas sobre el sitial, la púrpura, el anillo, los familiares, y aún las prolongó hasta alcanzar á ver el soberbio tronco de los caballos de la noche que esperaba la salida del cardenal, de la vista del proceso, como le espera á la puerta del templo cristiano para conducirlo á su palacio.
Despues de este mudo exámen, volvió á tornar lentamente hácia mí su rostro, en el que se dibujaba muda sonrisa de inocente ironía; hízome imperceptible signo de inteligencia, y dando de nuevo á su semblante su expresion habitual de serena dulzura, quedó como recogido y abismado en el misterioso fondo de su sér.
Yo, que habia hasta entonces contenido mi aliento para no perder un detalle solo de los que rodearon la aparicion celeste, respiré, ensanchándoseme el alma.
—Vengo á tí—dije dirigiéndome al Eterno, despues de un momento de recogimiento interior para poner en concierto mis ideas, bajando los ojos al suelo, porque no podia resistir el brillo que de Él irradiaba;—vengo á tí, Señor, en demanda de justicia. He sido tildado de escandaloso ante ese grave pueblo que ocupa las graderías del circo, por el sacerdote que tengo á mi diestra. No hay fuerza brutal de las que gobiernan en la tierra que pueda ventilar estos asuntos de conciencia: tú solo, Señor, que ves en los más recónditos secretos, puedes ser juez en esta causa.
Mi acusador es poderoso, lo reconozco. En millares de iglesias se ha oido pronunciar, en son de escándalo, el nombre del periódico en que escribo. En España entera ha resonado su voz, y aunque no ha dicho el por qué de su anatema, basta el respeto histórico que inspiran su personalidad y su palabra, para que ciertas almas cándidas me miren de aquí en adelante con horror.
¿No ha comenzado por abusar de su poder, condenando sin alegar razonamientos? ¿No es por ventura la razon el don más precioso que hemos recibido de tus manos, mi Dios, y no estamos obligados todos á apoyarnos en ella como sustentáculo de nuestros pensamientos y nuestras palabras, sobre todo en materias graves, como las que miran al crédito y estimacion de los hombres en el mundo?
¿Por qué serán escandalosas nuestras doctrinas?
¿Es porque decimos al hombre:
«No mates, no hurtes, no mientas, no prevariques, honra á tus padres; en suma, cumple la ley de Dios amándole y sirviéndole?»
¿Es porque le aconsejamos que siga tu ley?
¿Será porque le decimos:
«Trabaja para extirpar el mal. Embellece la tierra cubriéndola de vegetales y animales útiles?»
¿Será porque defendemos tu mandato, impreso con sello indeleble de un modo igual sobre nuestra naturaleza, al escribir:
«Todos los hombres son iguales; no hay otra diferencia entre ellos que las virtudes que poseen?»
¿Será porque, en suma y para no cansar, hacemos nuestros los otros lemas que, con los enunciados, aparecen desde su creacion á la cabeza de nuestro periódico, lemas inspirados, á no dudar, por tu poderosa razon á los génios de todas las razas y tiempos?
¿Es escandalosa la doctrina contenida en esos lemas? ¡Noble pueblo que ocupas esas graderías: sé imparcial, y para serlo pon en ejercicio tu razon! Tienes el deber, despues de la acusacion de tu arzobispo, de enterarte de si es ó no justa, para condenarnos en el primer caso, y absolvernos en el segundo!
Ahora bien: si esas doctrinas que figuran como lema en nuestro periódico son religiosas, son puras, son santas, son divinas, lo que en el cuerpo del periódico venimos escribiendo debe estar tocado de iguales cualidades, porque antes de grabarlas en caractéres impresos, las llevábamos grabadas aquí, en el fondo del corazon, y ellas nos inspiran, nos animan y nos confortan.
El escándalo fuera que, escribiendo aquellos lemas en la cabeza del periódico, los negáramos en el cuerpo.
¿No es verdad que eso sí fuera supremamente escandaloso?—dije con viveza de expresion dirigiéndome maquinalmente hácia donde estaba reclinado el de las vestiduras humildes á los piés del de las soberbias. — Proclamar que se profesa una doctrina, llamarla divina y obrar de un modo totalmente contrario, esto es el límite de los escándalos, ante ojos dados á percibir lo puro y lo verdadero.
¿No es verdad, piadoso defensor, que si fueras capaz de arder en ira, como fe ha pintado el atlético Miguel Angel, en su Juicio final, prestando á tu naturaleza todo el furor de tus gigantescas pasiones, á costa de desnaturalizar tu condicion sencilla, no es verdad que lo que te hiciera arder en santa ira, si en tí cupiera esa negra pasion, es que, vistiendo tú, tosco sayal en señal de desprecio de los bienes mundanales, hubiera quien á tú nombre y en tu representacion se ostentara en público arrastrado por soberbias carrozas, y viviera privadamente en un suntuoso palacio?
¿Qué se dijera del general que, aconsejando sobriedad á sus soldados, diera todos los dias banquetes en su tienda, saturada de perfumes y brillante de lujo?
Es hermoso, es divino, pensar que tú, el que me estás escuchando en silencio, predicases la humildad y vivieras entre los humildes, predicases el olvido de las riquezas y vivieras sin tener lecho en que dormir, predicases que era meritorio afrontar las iras de los poderosos por defender la justicia, y te expusieras resignadamente á sufrir esas iras, predicases que eran bienaventurados los que lloran y vivieses entre ellos para secar con tu mano sus lágrimas.
Pero decir desde un palacio donde hay lacayos, pinches, cocineros, alfombras, tapices, profusion de joyas, disfrutando de una renta de quince ó veinte mil duros; decir desde este lugar al pobre hijo del pueblo, descalzo y hambriento, que busca consuelo en la religion: «desprecia las riquezas,» «no te hagas tesoros en el suelo,» esto no es ya escándalo, es...
No pude continuar. El trueno, el relámpago, la borrasca, el mar proceloso que estaban á la izquierda del Eterno se desencadenaron súbitamente, en direccion de mi derecha, como si obedecieran á un fruncimiento de sus divinas cejas.
Sin saber de qué suerte, yo me hallé con los mios trasportado al jardin, y allí, junto al remanso de un arroyo, ví á poco al de la túnica explicando parábolas á mis niños.
En aquel punto acabó mi sueño.
El año ha comenzado tributándose honores por toda España al ilustre expatriado D. Manuel Ruiz Zorrilla. Así paga el pueblo á sus fieles defensores.
Los que dudaban, que lo crean viéndolo: la fe republicana vive con igual fuerza que antes en los corazones españoles. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Se aman las ideas, como se ama á la mujer que elegimos por compañera: porque sí. ¡Ciegos los que creíais que por poner mordazas en nuestros lábios habríais de extinguir la noble pasion ideal que sentíamos en nuestros corazones! Toda vuestra obra ha venido á tierra en pocos instantes. Al comenzar el año 1883 la monarquía se creia inexpugnable, y al terminar se encuentra revuelta en caos y confusion.
¿Tenemos nosotros la culpa? ¿Podemos remediar que la fe monárquica huya de los corazones?
Los que conoceis donde arrancan las raices de la vida que se hace en las calles y plazas; los que sabeis que solo se vive fuern lo que antes se vive en la conciencia, y seais republicanos: tened fe.
Figuraos que á cualquiera de nosotros, los educados en la culta Europa, se nos lleva á un país salvaje y allí se nos quiere hacer doblar la rodilla ante un ídolo de barro: el temor, el instinto de conservacion, el brazo de hierro del esbirro que nos sujeta, nos harán, quizá, doblegarnos; pero si el cuerpo se inclina, el alma quedará por dentro recta, protestando. Y si en vez de uno fuéramos ciento, mil, y nos creyéramos fuertes para lavar la humillacion, bastaria hacernos un signo de inteligencia para levantarnos á la vez y arrojar el ídolo al suelo, y volverlo al polvo de que saliera.
Eso ha pasado con la monarquía en Europa. Eso pasó en Francia, eso en España el año de 1868.
El antiguo régimen se funda en que hay un individuo, una familia, compuestos de moléculas de naturaleza superior á la del resto de los hombres. Sobre ello, que el sacerdote, al ungirlos, les trasmite el espíritu divino, que flota sobre el óleo santo.
Esta fué la monarquía brahamánica, concebida miles de años antes de la Era Cristiana. Esta la que copió la Edad Media. De modo que la monarquía nació en el caos de un panteismo fantasmagórico, y renació entre la barbarie feudal: ¡bella progenie!
¿Cómo podria semejante concepcion resistir el análisis crítico de nuestro tiempo? Puesta en medio del océano de luz que irradia del espíritu moderno, se ha visto clara y patentemente que el monarca es un individuo como los demás, de idéntica esencia y naturaleza; y que no hay tal espíritu divino sobreflotando en el aceite por virtud de la evocacion sacramental de un sacerdote.
La ciencia política moderna dice de un modo irrebatible: todos somos soberanos; el que ejerce la soberanía la ejerce solo por delegacion y en representacion. La naturaleza, Dios, no ha escrito en la frente de uno: «Tú serás soberano,» y en la de otro: «Tú serás súbdito.»
Tampoco ha dicho: «Tú eres digno de comunicarte conmigo, y esotro indigno.» Es locura querernos ya hacer creer que el vestirse de negro y no casarse, confiere santidad bastante para hacer bajar un Dios á las manos, con solo clavar en el cielo los ojos. ¿Sabéis cuál es el hombre santo en nuestro tiempo? El que vive la verdad. Ese ingeniero que te presenta un trozo de galena diciendo: «No tiene más que plomo y azufre: examínalo, y si hallas otra cosa y lo demuestras, confesaré ingénuamente que me he engañado.» Esta buena fe, esta ingenuidad, esta lealtad, son santas.