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Bernardino Cano Radil

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Este libro sobre Bernardino Caballero presenta un análisis de su vida a partir de sus hechos guerreros, los cuales le ayudaron a lograr un prestigio personal y militar, y, a su vez, fueron la base de su liderazgo político en la posguerra, tanto antes, durante y después de ejercer la primera magistratura de la República. El autor contextualiza el inicio del conflicto y, luego, va desmenuzando los principales hechos en los cuales actuó Bernardino Caballero, en la medida en la que fue incrementando en cada combate y batalla su prestigio y coraje hasta lograr el generalato, ascendiendo en el escalafón militar desde el rango de soldado. Esta biografía constituye un aporte del doctor Bernardino Cano Radil, politólogo e intelectual, quien actualmente se desempeña como diplomático. En la obra despliega su capacidad de análisis para presentar a Caballero como una figura política en su contexto y como resultado de una circunstancia tan particular como fue la Guerra Guasu. Este libro, junto con las demás biografías de la presente colección, pretende que el lector comprenda el alcance de un conflicto, el impacto de tan duras experiencias vitales que determinaron el devenir de una nación y toda una región.

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Bernardino Cano Radilbernardino caballeroCoraje y templanza al servicio de la nacióncolecciónprotagonistas de la guerra guasu grupo editorial atlas

Prólogo

Este libro sobre Bernardino Caballero presenta un análisis de su vida a partir de sus hechos guerreros, los cuales le ayudaron a lograr un prestigio personal y militar, y, a su vez, fueron la base de su liderazgo político en la posguerra, tanto antes, durante y después de ejercer la primera magistratura de la República.

El autor contextualiza el inicio del conflicto y, luego, va desmenuzando los principales hechos en los cuales actuó Bernardino Caballero, en la medida en la que fue incrementando en cada combate y batalla su prestigio y coraje hasta lograr el generalato, ascendiendo en el escalafón militar desde el rango de soldado.

Esta biografía constituye un aporte del doctor Bernardino Cano Radil, politólogo e intelectual, quien actualmente se desempeña como diplomático. En la obra despliega su capacidad de análisis para presentar a Caballero como una figura política en su contexto y como resultado de una circunstancia tan particular como fue la Guerra Guasu.

Este libro, junto con las demás biografías de la presente colección, pretende que el lector comprenda el alcance de un conflicto, el impacto de tan duras experiencias vitales que determinaron el devenir de una nación y toda una región.

Herib Caballero Campos Marzo de 2020

capítulo i

Prolegómenos al mayor conflicto bélico en nuestra historia

Antecedentes históricos

La Guerra del Paraguay, Guerra Guasu o de la Triple Alianza hay que ubicarla en el contexto del siglo xix, una época de construcción a sangre y fuego del Estado nación en el mundo. El globo terráqueo se estaba dividiendo con fronteras naturales, étnicas, religiosas o políticas hasta un complejo collage multicolor. La diferencia fue que aquí, en nuestro país, por ciego rencor, ignorancia o vocación imperial de Pedro II, se nos arrastró a un injustificado genocidio.

Se acusa al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia del aislamiento paraguayo, pero no fue tan así. La verdad es que cuando el Camino Real a la Provincia Gigante de las Indias dejó de pasar por Asunción, y lo reemplazaron Córdoba, Tucumán y Potosí hasta Lima, sufrimos un cruel aislamiento. Cuando él murió, y el presidente Carlos Antonio López intentó relacionarse con los otros Estados, Buenos Aires se opuso, condenándonos a proseguir aislados y castigados con fuertes y arbitrarios impuestos. En 1865 todavía no era distinto, seguíamos bloqueados por los intereses monopolistas del Plata y la selva sin rutas del Brasil y Bolivia incluso, hasta ahora. Una ubicación geopolítica que por centenares de años nos afectó. Posiblemente, la globalización produzca un cambio revolucionario que, si somos inteligentes, nos beneficie.

Planes del Brasil. Territorio histórico del Paraguay

Portugal amputó siempre la conquista española. Menor en Europa, equilibraba con sus colonias. El día que los portugueses tomaron posesión de esta parte del Nuevo Mundo, acordado por el Tratado de Tordesillas, condenaron al aislamiento a las regiones interiores de Sudamérica, por sus selvas y la falta de vías de comunicación. La consigna era salir al Pacífico; de no ser posible, posesionarse de los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay.

Un destino que le tuvo en guerra con los territorios españoles desde el descubrimiento. Las guerras guaraníticas y los bandeirantes fueron los conflictos territoriales típicos con todas sus excolonias limítrofes. El antagonismo con los López era la prolongación de un pleito de siglos por los territorios templados que anhelaba, sus grandes ríos interiores y el acceso al Pacífico. Una gran disidencia planteada desde Alejo García, los mapas de Américo Vespucio y el Tratado de Tordesillas; decisión del papa Alejandro VI, un pontífice aragonés. Con estos antecedentes, para el Paraguay, era fundamental y fundacional de su independencia la libertad de navegación de los ríos al interior de América; un riesgo para Buenos Aires y Brasil. Un ejemplo: el primer tratado firmado para la libre navegación de los afluentes del Plata por banderas de Europa lo hizo el Paraguay en marzo de 1853 y fue protestado por los poderes que nos bloqueaban. Ya Bartolomé Mitre dijo que esos tratados despedazados y sus fragmentos arrojados al viento.

El Paraguay era su obstáculo político y natural, y tenía las llaves de sus inmensos territorios despoblados en el centro de América del Sur. Partidos políticos, ideologías e intereses económicos financieros fueron siempre la superestructura discursiva para justificar su designio territorial. Otro ejemplo: las leyes, decretos y ordenanzas del emperador en Río de Janeiro tenían que pasar por el corazón del Paraguay para imponerse en Mato Grosso y Paraná, sin olvidar su breve guerra civil contra la ex-República de Río Grande del Sur. Entonces, un Paraguay, en un futuro no muy lejano, poderoso repercutiría negativamente sobre los estados brasileros limítrofes hasta llegar a desintegrar al Imperio. Es una ley de gravedad que siempre atrae el subdesarrollo hacia el desarrollo, como la luz a las luciérnagas, aunque terminen incineradas.

Propósitos de Buenos Aires, que no es igual que decir la Argentina

Desde 1810, Buenos Aires se sintió con el “legítimo” derecho de heredar de Madrid y al Borbón el Virreinato del Río de la Plata; primero, por las buenas y, después, por las malas. En enero de 1811 fracasó Belgrano en Paraguarí y Tacuary. Acontecido el 14 y 15 de mayo, los paraguayos nos sentimos lo suficientemente fuertes para declararnos independientes. El 24 de julio del mismo año, bajo la inspiración de Francia, Fernando de la Mora y Molas, le enviamos a Buenos Aires una nota de clara raigambre roussoniana con sus conceptos de “voluntad general”, “libertad de los antiguos” y no reconocer a la “hermana mayor”, Buenos Aires. Nos inspira Estados Unidos, con su confederación en igualdad de derechos y obligaciones. Al mismo tiempo, el viejo fantasma del Virreinato era aún una pesadilla para el Imperio del Brasil.

Fue una insolencia temeraria. Si no fuimos invadidos en aquel entonces, era porque la “hermana mayor” tenía el problema de someter a muchas “hermanas menores” que también pretendían la independencia. Una balcanización que afectó a las colonias españolas, a diferencia de las inglesas y portuguesas, que mantuvieron su unidad. Uruguay, con Artigas, buscaba su propio destino. Bolivia, al igual que Chile, parecía más cercana al Perú. Empeoró la situación la pública simpatía del litoral argentino Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, sentimentalmente más cercanas a las reivindicaciones de Asunción al sentir el mismo sometimiento del puerto de Buenos Aires.

Un Paraguay independiente y desarrollado, por la misma fuerza de gravedad mencionada, amenazaba tanto a Buenos Aires como a Río de Janeiro. Buenos Aires vio en Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos unas provincias rebeldes y, si no doblegaba al Paraguay, podían intentar seguir su camino hacia una emancipación total. Nuestra propia independencia fue cuestionada por peligro de contagio a otras provincias disidentes de Buenos Aires. Un ejemplo es la negativa del dictador nacionalista Juan Manuel de Rosas a aceptarla. En 1842, con años de vida independiente, nos calificó como provincia argentina y protestó contra nuestra autodeterminación, recién reconocida en 1852.

Un peligro inminente era el Paraguay, porque, aunque todavía no accedimos a un desarrollo superior a los vecinos, ibamos claramente en ese camino. Las sabias disposiciones políticas, educativas y culturales de don Carlos Antonio López, nuestro mayor estadista, pusieron en proceso nuestras propias líneas de navegación a vapor, energía y telégrafos eléctricos, fundiciones de hierro, astilleros, arsenales, un ferrocarril. Todo sin deuda externa..

La impopularidad de esta guerra en la Argentina fue enorme y la reprobaron caudillos locales en Mendoza, San Juan, La Rioja, Córdoba y San Luis. También, se opuso el pueblo de Corrientes y Entre Ríos, abandonados por su caudillo Justo José de Urquiza por dinero y, posiblemente, el acabar con la anarquía argentina al someterse a Buenos Aires y lograr la unidad del Estado argentino. Mientras, varias “milicias populares” provinciales se rebelaban y periódicos como El Eco de Entre Ríos eran pro-Paraguay y felicitaban, por ejemplo, a Telmo López, un santafesino que ascendió a comandante del Ejército paraguayo.

También, intelectuales como Juan Bautista Alberdi; José Hernández, autor de Martín Fierro; Guido Spano, Navarro Viola, etc., denunciaron esta guerra. Pero Mitre, con estado de sitio y una leva masiva, logró que soldados de distintas provincias nos atacasen, en “defensa” de Buenos Aires como “patria agredida”. Un Mitre que en una nota de Caxías lo acusó de pionero en la guerra bacteriológica contra su propio pueblo, al tirar cadáveres con cólera a las aguas del Paraná para contagiar a las poblaciones ribereñas de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe.

Uruguay, aliado natural del Paraguay

La República Oriental del Uruguay también era parte del Virreinato del Río de la Plata y se independizó de Buenos Aires con un caudillo relevante: José Gervasio Artigas. Montevideo era al Paraguay, por su posición geográfica, la llave de su comunicación con el mundo exterior.

Tan sujetos estaban ambos destinos que, si Brasil lo ocupase, casi, casi seríamos una colonia brasilera. Nuestra independencia estaba subordinada a su propia independencia, por eso firmamos pactos de defensa común de seguridad y soberanía. Un editorial del periódico satírico paraguayo durante la guerra, Cabichuí, del 23 de noviembre de 1867, en forma brillante, explicó en detalle por qué el ataque brasilero a Uruguay amenazaba la independencia e integridad del Paraguay.

Brasil, con complicidad de Buenos Aires, invade Uruguay e inicia la guerra

El 19 de abril de 1863 hay una nueva revolución en Uruguay contra el presidente Bernardo P. Berro, encabezada por el general Venancio Flores, un oportunista caudillo, jefe del Partido Colorado cisplatense, y aliado del Brasil y Buenos Aires. Esta revolución contó con el apoyo armado del Brasil, que invade Uruguay el 12 de octubre de 1864 pese a un ultimátum paraguayo. Una invasión que era casus belli, por quebrar el equilibrio del Plata, y con la complacencia descarada de Bartolomé Mitre, quien proveyó armas y dinero. Una real amenaza al Paraguay y su soberanía.

Ante la agresión, Francisco Solano López hace causa común por la independencia oriental, eleva una firme protesta al Brasil y denuncia la indudable complicidad de Buenos Aires. Evidente intromisión del Brasil en los conflictos internos del Plata y con Argentina dominando ambas márgenes del Plata, bloquea de facto la libre navegación de los ríos al interior del continente.

Uruguay, con su anarquía crónica, era una presa fácil, quedando con una independencia de fachada y un presidente títere del Imperio. El Paraguay era un hueso más duro de roer. Desde Francia y los López demostramos que no nos rendíamos ante amenazas, ni ante edulcoradas e interesadas representaciones ni ante el tentador metal del dinero. Además, contaba con diplomáticos como José Berges, quien le sostuvo de igual a igual la polémica y la negociación al más descollante ministro brasilero: José María da Silva Paranhos.

Brasil, con Paranhos, defendió la frontera Paraná, Ygatimí, Mbaracayú y Apa. El Paraguay, la misma de 1855, con los Saltos del Guairá fuera de discusión, alegando los derechos de descubrimiento, conquista y colonización. Brasil adujo el Tratado de 1777, en el que no había ocupación. Nuestros ofrecimientos fueron rechazados y José Berges declaró “que el Paraguay queda desobligado”. Finalmente, por el protocolo del 6 de abril de 1856, ambos postergaron por seis años el ajuste definitivo de límites. Brasil, con amenazas, quería liberar los ríos de la cuenca del Plata, mientras la negaba en el río Amazonas; cuando anunció la guerra al Paraguay, Paranhos reconoció que la cuestión de límites fue su principal causa. Un territorio de 30 leguas españolas de norte a sur y 50 de este a oeste está en disputa.

López declara la guerra a Argentina. Ocultamiento por Mitre. Corrientes

Desoídas las protestas del presidente López, el 11 de noviembre de 1864 inicia acciones contra el Brasil y detiene un navío del imperio: El Marqués de Olinda, con el gobernador de Mato Grosso, los fondos de su Gobierno y un cargamento de armas. Una represalia por la acción de Pedro II contra el Uruguay. Fue el 12 de noviembre de 1864.

Dos días después, el Paraguay, en consulta con una Asamblea de Notables, rompe relaciones con el Brasil y despacha una expedición a Mato Grosso, fulminante y exitosa, desde una perspectiva acotada y breve. Allí ya participó el Gral. Caballero con grado de cabo y trato de oficial por sus condiciones personales. El 27 de diciembre se ataca el fuerte de Coimbra y es rechazado. Al día siguiente vuelve a embestir y lo encuentra vacío, al ser abandonado durante la noche. Mato Grosso se explica por nuestros conflictos de límites con el Brasil, pero no desde el punto de vista militar, ante el imposible resultado estratégico visible.

El 5 de febrero de 1865, López pide autorización para cruzar por Misiones, ante la invasión del Uruguay e ir rumbo a Montevideo por territorio brasilero. El presidente argentino, Mitre, se lo negó y le pidió explicaciones sobre las fuerzas paraguayas en la frontera común. En cambio, Brasil solicita permiso para el paso naval por Corrientes y Argentina accede. Ante estos hechos, el 18 de marzo, nuestro Congreso aprobó el informe de López y lo autorizó por ley a declarar la guerra “al actual Gobierno de la República Argentina”. Se promulgó la declaración y fue publicada en El Semanario, el 23 de marzo.

Se redactan y documentan los motivos: la negativa de Buenos Aires a conceder el tránsito por su territorio de tropas paraguayas rumbo a Montevideo, la protección de Buenos Aires a la revolución del Gral. Venancio Flores y su connivencia con el Imperio del Brasil, la tolerancia de Mitre para una Legión Paraguaya destinada a unirse al Ejército brasilero y la permanente campaña de calumnias e insultos al Paraguay y su Gobierno en la prensa. Una peligrosa mezcla de conceptos.

La declaración de guerra a la República Argentina llegó a Buenos Aires recién el 3 de mayo, mientras que el 13 de abril, tras la negativa de Mitre, se apresan dos pequeños vapores de guerra argentinos: el 25 de Mayo y el Gualeguay, sitos en Corrientes, y el 14 de abril se la ocupa, por el Gral. Wenceslao Robles, con tranquilidad. Su pueblo no consideraba a los paraguayos invasores. Incluso, algunos correntinos colaboraron y se formó un triunvirato con Sinforoso Cáceres, Víctor Silvero —amigo personal de López— y Teodoro Gauna, tres oficiales de la milicia correntina, fusilados por traidores por Mitre.

Ante la emergencia, Urquiza, compadre de López, con quien esperaba una alianza, a contrapelo de sus jefes militares y caudillos, se ofreció a Mitre: “Ha llegado el momento en que las palabras deben hacer lugar a los hechos. Nos toca combatir de nuevo bajo la bandera (la brasilera, acota el historiador argentino José María Rosa) que reunió en Caseros a todos los argentinos”.

Esta declaración de guerra, según el relato de José María Rosa, consciente del sentimiento proparaguayo, Mitre la ocultó, para presentar a la Argentina como un país agredido por una tiranía y crear una opinión pública favorable al Gobierno. Sería un ataque artero fuera de las reglas del derecho internacional. Semejante a la declaración de guerra de Japón y Pearl Harbor. No obstante, y a pesar de sus esfuerzos, fue rápidamente conocida por su amplia difusión en nuestro país y en la prensa argentina.

Mitre, ante una multitud, promete: “[…] En veinticuatro horas al cuartel, en quince días a Corrientes, en tres meses a la Asunción […]”. El 17 de abril de 1865 declara el estado de sitio en todo el territorio nacional, por temor a levantamientos populares a favor del Paraguay y en contra de Buenos Aires. El 1 de mayo de 1865 se formaliza secretamente la “Triple Alianza” en Buenos Aires por los respectivos plenipotenciarios, acordada años atrás; se filtró desde el servicio diplomático inglés.

La declaración de guerra es motivo de polémica. Fue transmitida por el canciller paraguayo José Berges a su colega argentino Rufino Elizalde, el 29 de marzo. Otras versiones aseguran que, el 3 de abril de 1865, el general Wenceslao Robles la llevó a Humaitá para que el teniente Cipriano Ayala la trasladara a Buenos Aires. Arribó el 8 de abril e inmediatamente la entregó a Félix Egusquiza, agente paraguayo ante el Gobierno de Mitre que debía entregarla a las autoridades argentinas.

Según Efraím Cardozo, el teniente Ayala conocía la declaración, pero solo llevó instrucciones para Egusquiza y para el cónsul en Paraná, José Rufo Caminos, pero ninguna declaración al Gobierno argentino. El documento no habría sido enviado; una costumbre de la época, como atestigua Emérico de Vattel, francés, “autoridad máxima en derecho internacional”: “[…] Antes, las potencias de Europa enviaban heraldos o embajadores para declarar la guerra; hoy se contentan con hacerla pública en la capital, en las principales ciudades o sobre la frontera”. Es lo que hizo el Gobierno paraguayo.

Estos detalles demuestran, más allá de una duda razonable, que estaba en juego la conformación de los estados nacionales de Sudamérica, con el ejercicio monopólico del sistema jurídico, un control territorial definido y la coerción. Temas pendientes desde España y Portugal, y el proceso independentista no lo supo resolver con la sabiduría e inteligencia de las élites inglesas y portuguesas en sus respectivos territorios coloniales.

Las guerras son funcionales para alimentar la cohesión nacional y acallar las críticas internas. Un problema endémico que aquejaba a los tres países de la Triple Alianza, pero no a nuestra nación. Esta guerra resolvió, en gran medida, los problemas de unidad nacional de Argentina, Brasil y Uruguay. Para nuestro país, fue una “guerra total” de exterminio, que modeló nuestra memoria colectiva y nos hizo sentir el imperialismo aquí, al lado nuestro, durmiendo con nosotros.

Nuestro gran estadista, don Carlos, el 10 de setiembre de 1862, nos dejó con un país floreciente, un Ejército sólido, pero con graves problemas internacionales. Y lo más delicado: legó el poder a un presidente muy joven y, posiblemente, ávido de glorias y prestigios. Efraím Cardozo comenta sobre don Carlos que, en su lecho de muerte, dio a su hijo Francisco Solano, designado vicepresidente, el consejo: “Hay muchas cuestiones pendientes a ventilarse, pero no trate de resolverlas con la espada, sino con la pluma, principalmente con el Brasil”.

También, el propio Mariscal López, en 1866, le dijo a William Stewart, jefe del cuerpo de sanidad del Ejército: “Esta guerra no la vamos a ganar”. El Paraguay de Francisco Solano López se sentía igual a sus dos vecinos, pero no lo trataban como un igual y es posible que no supiera administrar su frustración. Quizá tuvo errores estratégicos y al medir la correlación de fuerzas, pero cuando en mayo de 1865 se firmó el Tratado de la Triple Alianza, la suerte del Paraguay independiente de Francia y los López quedó sellada, recordando el antecedente del Protocolo Secreto de diciembre de 1857 entre el Brasil y la Confederación Argentina, en el que, en caso de guerra de Brasil contra el Paraguay, le garantizaba tránsito por Corrientes. Además, como recuerda George Thompson: “Los paraguayos no se quejaban nunca de una injusticia y se hallaban enteramente satisfechos con todo lo que determinaba su superior”. Tanto en el terreno militar como político nacional e internacional.

También recordar el Pacto de Puntas del Rosario, del 18 de junio de 1864, en el que bajo falsos pretextos y un cobarde encubrimiento acordaban las bases del nefasto Tratado Secreto de la Triple Alianza entre Rufino Elizalde, Argentina; Antonio Saraiva, Brasil, y Venancio Flores, Uruguay. Acordando la invasión del Uruguay, deponer a B. Berro con apoyo del Brasil y la complicidad argentina. En 1894, Saraiva dirá en una carta a Nabuco: “La Triple Alianza no surgió después de la ‘agresión’ paraguaya a la Argentina en abril del 65, sino en las Puntas del Rosario en junio del 64”.

Hasta hoy se discute si el mariscal López fue víctima de un destino siniestro con cartas marcadas o jugó mal su partida. Si la guerra era inevitable o evitable hasta un momento mejor. Harris Gaylord Warren, al culminar su magnífico estudio sobre el Paraguay de posguerra, expresa: “La guerra fue —en un sentido no figurado— un sangriento monumento a la ignorancia y el malentendido”.