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Bodas de sangre es una tragedia en verso y en prosa del escritor español Federico García Lorca escrita en el año 1931. Es un relato sobre amor, rivalidades familiares y sobre un destino fatal que cobra implacablemente sus designios.
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Seitenzahl: 60
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Datos editoriales
Personajes
Acto I
Acto II
Acto III
Federico García Lorca
García Lorca, Federico
Bodas de sangre
ISBN: 978-956-9822-04-9
Diagramación: Libros Móviles
www.librosmoviles.com
Todos los derechos reservados para esta edición electrónica
©Libros Móviles 2020
Personajes
Madre
Criada
Leonardo
Mozos
Novia
Vecina
Novio
Leñadores;
Suegra
Muchachas
Padre de la novia
Mozos
Mujer de Leonardo
Luna
Muerte
Acto primero
CUADRO PRIMERO
Habitación pintada de amarillo.
NOVIO: (Entrando) Madre.
MADRE: ¿Qué?
NOVIO: Me voy.
MADRE: ¿Adónde?
NOVIO: A la viña.(Va a salir)
MADRE: Espera.
NOVIO: ¿Quieres algo?
MADRE: Hijo, el almuerzo.
NOVIO: Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja.
MADRE: ¿Para qué?
NOVIO: (Riendo) Para cortarlas.
MADRE: (Entre dientes y buscándola) La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el bribón que las inventó.
NOVIO: Vamos a otro asunto.
MADRE: Y las escopetas, y las pistolas, y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos de la era.
NOVIO: Bueno.
MADRE: Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor en la boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios, porque son de él, heredados...
NOVIO: (Bajando la cabeza) Calle usted.
MADRE: ... y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o un plato de sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón.
NOVIO: ¿Está bueno ya?
MADRE: Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.
NOVIO: (Fuerte) ¿Vamos a acabar?
MADRE: No. No vamos a acabar. ¿Me puede alguien traer a tu padre y a tu hermano? Y luego, el presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan los instrumentos! Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios... Los matadores, en presidio, frescos, viendo los montes...
NOVIO: ¿Es que quiere usted que los mate?
MADRE: No... Si hablo, es porque... ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa puerta? Es que no me gusta que lleves navaja. Es que.... que no quisiera que salieras al campo.
NOVIO: (Riendo) ¡Vamos!
MADRE: Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos cenefas y perritos de lana.
NOVIO: (Coge de un brazo a la madre y ríe) Madre, ¿y si yo la llevara conmigo a las viñas?
MADRE: ¿Qué hace en las viñas una vieja? ¿Me ibas a meter debajo de los pámpanos?
NOVIO: (Levantándola en sus brazos) Vieja, revieja, requetevieja.
MADRE: Tu padre sí que me llevaba. Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó a un hijo en cada esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres, el trigo, trigo.
NOVIO: ¿Y yo, madre?
MADRE: ¿Tú, qué?
NOVIO: ¿Necesito decírselo otra vez?
MADRE: (Seria) ¡Ah!
NOVIO: ¿Es que le parece mal?
MADRE: No
NOVIO: ¿Entonces...?
MADRE: No lo sé yo misma. Así, de pronto, siempre me sorprende. Yo sé que la muchacha es buena. ¿Verdad que sí? Modosa. Trabajadora. Amasa su pan y cose sus faldas, y siento, sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una pedrada en la frente.
NOVIO: Tonterías.
MADRE: Más que tonterías. Es que me quedo sola. Ya no me queda más que tú, y siento que te vayas.
NOVIO: Pero usted vendrá con nosotros.
MADRE: No. Yo no puedo dejar aquí solos a tu padre y a tu hermano. Tengo que ir todas las mañanas, y si me voy es fácil que muera uno de los Felix, uno de la familia de los matadores, y lo entierren al lado. ¡Y eso sí que no! ¡Ca! ¡Eso sí que no! Porque con las uñas los desentierro y yo sola los machaco contra la tapia.
NOVIO: (Fuerte) Vuelta otra vez.
MADRE: Perdóname.(Pausa) ¿Cuánto tiempo llevas en relaciones?
NOVIO: Tres años. Ya pude comprar la viña.
MADRE: Tres años. Ella tuvo un novio, ¿no?
NOVIO: No sé. Creo que no. Las muchachas tienen que mirar con quien se casan.
MADRE: Sí. Yo no miré a nadie. Miré a tu padre, y cuando lo mataron miré a la pared de enfrente. Una mujer con un hombre, y ya está.
NOVIO: Usted sabe que mi novia es buena.
MADRE: No lo dudo. De todos modos, siento no saber cómo fue su madre.
NOVIO: ¿Qué más da?
MADRE: (Mirándole) Hijo.
NOVIO: ¿Qué quiere usted?
MADRE: ¡Que es verdad! ¡Que tienes razón! ¿Cuándo quieres que la pida?
NOVIO: (Alegre) ¿Le parece bien el domingo?
MADRE: (Seria) Le llevaré los pendientes de azófar, que son antiguos, y tú le compras...
NOVIO: Usted entiende más...
MADRE: Le compras unas medias caladas, y para ti dos trajes... ¡Tres! ¡No te tengo más que a ti!
NOVIO: Me voy. Mañana iré a verla.
MADRE: Sí, sí; y a ver si me alegras con seis nietos, o lo que te dé la gana, ya que tu padre no tuvo lugar de hacérmelos a mí.
NOVIO: El primero para usted.
MADRE: Sí, pero que haya niñas. Que yo quiero bordar y hacer encaje y estar tranquila.
NOVIO: Estoy seguro que usted querrá a mi novia.
MADRE: La querré.(Se dirige a besarlo y reacciona) Anda, ya estás muy grande para besos. Se los das a tu mujer.(Pausa. Aparte) Cuando lo sea.
NOVIO: Me voy.
MADRE: Que caves bien la parte del molinillo, que la tienes descuidada.
NOVIO: ¡Lo dicho!
MADRE: Anda con Dios.
(Vase el novio. La madre queda sentada de espaldas a la puerta. Aparece en la puerta una vecina vestida de color oscuro, con pañuelo a la cabeza.)
MADRE: Pasa.
VECINA: ¿Cómo estás?
MADRE: Ya ves.
VECINA: Yo bajé a la tienda y vine a verte. ¡Vivimos tan lejos...!
MADRE: Hace veinte años que no he subido a lo alto de la calle.
VECINA: Tú estás bien.
MADRE: ¿Lo crees?
VECINA: Las cosas pasan. Hace dos días trajeron al hijo de mi vecina con los dos brazos cortados por la máquina.(Se sienta.)
MADRE: ¿A Rafael?
VECINA: Sí. Y allí lo tienes. Muchas veces pienso que tu hijo y el mío están mejor donde están, dormidos, descansando, que no expuestos a quedarse inútiles.
MADRE: Calla. Todo eso son invenciones, pero no consuelos.
VECINA: ¡Ay!
MADRE: ¡Ay!(Pausa)
VECINA: (Triste) ¿Y tu hijo?
MADRE: Salió.
VECINA: ¡Al fin compró la viña!
MADRE: Tuvo suerte.
VECINA: Ahora se casará.
MADRE: (Como despertando y acercando su silla a la silla de la vecina.) Oye.
VECINA: (En plan confidencial) Dime.
MADRE: ¿Tú conoces a la novia de mi hijo?
VECINA: ¡Buena muchacha!
MADRE: Sí, pero...
VECINA: Pero quien la conozca a fondo no hay nadie. Vive sola con su padre allí, tan lejos, a diez leguas de la casa más cerca. Pero es buena. Acostumbrada a la soledad.
MADRE: ¿Y su madre?
VECINA: A su madre la conocí. Hermosa. Le relucía la cara como un santo; pero a mí no me gustó nunca. No quería a su marido.
MADRE: (Fuerte) Pero ¡cuántas cosas sabéis las gentes!
VECINA: Perdona. No quisiera ofender; pero es verdad. Ahora, si fue decente o no, nadie lo dijo. De esto no se ha hablado. Ella era orgullosa.
MADRE: ¡Siempre igual!
VECINA: Tú me preguntaste.