Bodas de sangre - Federico García Lorca - E-Book

Bodas de sangre E-Book

Federico García Lorca

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Beschreibung

"Bodas de sangre", te sumerge en un apasionante drama de amor, honor y tragedia. Ambientada en la Andalucía profunda, esta pieza despliega el conflicto entre el deseo humano y las rígidas normas sociales a través de la historia de dos familias marcadas por antiguos rencores. La boda que debía unirlos se convierte en el escenario de un desenlace fatal, donde el amor prohibido desafía las convenciones y desata una cadena de eventos que culminan en un trágico destino.

Lorca, con su incomparable habilidad para entrelazar lo poético y lo dramático, crea una atmósfera cargada de intensidad emocional y belleza lírica. "Bodas de sangre" no es solo una crítica a la sociedad de su tiempo, sino un canto eterno a la fuerza del amor y la inevitabilidad del destino. Esta obra es un testimonio de la pasión que desborda, de la libertad que lucha por expresarse y del dolor profundo que surge de las convenciones sociales asfixiantes.

A través de personajes memorables y una trama que se desarrolla con la precisión de un reloj, Lorca nos ofrece un espectáculo teatral donde la vida y la muerte, el amor y la venganza, se entrecruzan en un baile eterno. "Bodas de sangre" es una experiencia teatral inolvidable, un viaje a lo más profundo del alma humana, donde cada emoción se siente con una intensidad abrumadora.

Esta obra, que ha sido representada y celebrada en escenarios de todo el mundo, sigue siendo una pieza fundamental del teatro español y un referente universal sobre el poder del amor y la fatalidad del destino. Invitamos a los lectores y espectadores a dejarse seducir por la magia de Lorca, a sumergirse en el torbellino de emociones que es "Bodas de sangre" y a explorar las profundidades de la pasión humana que esta obra magistralmente retrata.

SOBRE EL AUTOR

Federico García Lorca, nacido el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, España, fue uno de los más grandes poetas y dramaturgos del siglo XX. Conocido por su profunda sensibilidad y su habilidad para capturar la belleza y el dolor de la vida, García Lorca dejó un legado literario perdurable. Sus obras maestras, como "Bodas de sangre", "Yerma" y "La casa de Bernarda Alba", exploran temas universales como el amor, la muerte y la opresión social. Además de su genio creativo, García Lorca también fue un símbolo de resistencia y libertad durante la dictadura franquista en España. Su trágica muerte en 1936 dejó un vacío en el mundo literario, pero su obra sigue inspirando y conmoviendo a lectores de todo el mundo hasta el día de hoy.

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Seitenzahl: 60

Veröffentlichungsjahr: 2024

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BODAS DE SANGREPoema trágico en tres actos y siete cuadros

Federico García Lorca

– 1932 –

Personajes

MADRE

NOVIA

SUEGRA

MUJER DE LEONARDO

CRIADA

VECINA

MUCHACHAS

LUNA

LEONARDO

NOVIO

PADRE DE LA NOVIA

MUERTE

MOZOS

LEÑADORES

MOZOS

 

Primer Acto

Cuadro Primero

Habitación pintada de amarillo.

 

NOVIO.— (Entrando.) Madre.

MADRE.— ¿Que?

NOVIO.— Me voy.

MADRE.— ¿Adónde?

NOVIO.— A la viña. (Va a salir.)

MADRE.— Espera.

NOVIO.— ¿Quieres algo?

MADRE.— Hijo, el almuerzo.

NOVIO.— Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja.

MADRE.— ¿Para qué?

NOVIO.— (Riendo.) Para cortarlas.

MADRE.— (Entre dientes y buscándola.) La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el bribón que las inventó.

NOVIO.— Vamos a otro asunto.

MADRE.— Y las escopetas, y las pistolas, y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos de la era.

NOVIO.— Bueno.

MADRE.— Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor en la boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios, porque son de él, heredados...

NOVIO.— (Bajando la cabeza.) Calle usted.

MADRE.— ... y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o un plato de sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón.

NOVIO.— ¿Está bueno ya?

MADRE.— Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.

NOVIO.— (Fuerte.) ¿Vamos a acabar?

MADRE.— No. No vamos a acabar. ¿Me puede alguien traer a tu padre y a tu hermano? Y luego, el presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan los instrumentos! Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios... Los matadores, en presidio, frescos, viendo los montes...

NOVIO.— ¿Es que quiere usted que los mate?

MADRE.— No... Si hablo, es porque... ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa puerta? Es que no me gusta que lleves navaja. Es que.... que no quisiera que salieras al campo.

NOVIO.— (Riendo.) ¡Vamos!

MADRE.— Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos cenefas y perritos de lana.

NOVIO.— (Coge de un brazo a la MADRE y ríe.) Madre, ¿y si yo la llevara conmigo a las viñas?

MADRE.— ¿Qué hace en las viñas una vieja? ¿Me ibas a meter debajo de los pámpanos?

NOVIO.— (Levantándola en sus brazos.) Vieja, revieja, requetevieja.

MADRE.— Tu padre sí que me llevaba. Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó a un hijo en cada esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres, el trigo, trigo.

NOVIO.— ¿Y yo, madre?

MADRE.— ¿Tú, qué?

NOVIO.— ¿Necesito decírselo otra vez?

MADRE.— (Seria.) ¡Ah!

NOVIO.— ¿Es que le parece mal?

MADRE.— No.

NOVIO.— ¿Entonces...?

MADRE.— No lo sé yo misma. Así, de pronto, siempre me sorprende. Yo sé que la muchacha es buena. ¿Verdad que sí? Modosa. Trabajadora. Amasa su pan y cose sus faldas, y siento, sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una pedrada en la frente.

NOVIO.— Tonterías.

MADRE.— Más que tonterías. Es que me quedo sola. Ya no me queda más que tú, y siento que te vayas.

NOVIO.— Pero usted vendrá con nosotros.

MADRE.— No. Yo no puedo dejar aquí solos a tu padre y a tu hermano. Tengo que ir todas las mañanas, y si me voy es fácil que muera uno de los Felix, uno de la familia de los matadores, y lo entierren al lado. ¡Y eso sí que no! ¡Ca! ¡Eso sí que no! Porque con las uñas los desentierro y yo sola los machaco contra la tapia.

NOVIO.— (Fuerte.) Vuelta otra vez.

MADRE.— Perdóname. (Pausa.) ¿Cuánto tiempo llevas en relaciones?

NOVIO.— Tres años. Ya pude comprar la viña.

MADRE.— Tres años. Ella tuvo un novio, ¿no?

NOVIO.— No sé. Creo que no. Las muchachas tienen que mirar con quien se casan.

MADRE.— Sí. Yo no miré a nadie. Miré a tu padre, y cuando lo mataron miré a la pared de enfrente. Una mujer con un hombre, y ya está.

NOVIO.— Usted sabe que mi novia es buena.

MADRE.— No lo dudo. De todos modos, siento no saber cómo fue su madre.

NOVIO.— ¿Qué más da?

MADRE.— (Mirándole.) Hijo.

NOVIO.— ¿Qué quiere usted?

MADRE.— ¡Que es verdad! ¡Que tienes razón! ¿Cuándo quieres que la pida?

NOVIO.— (Alegre.) ¿Le parece bien el domingo?

MADRE.— (Seria.) Le llevaré los pendientes de azófar, que son antiguos, y tú le compras...

NOVIO.— Usted entiende más...

MADRE.— Le compras unas medias caladas, y para ti dos trajes... ¡Tres! ¡No te tengo más que a ti!

NOVIO.— Me voy. Mañana iré a verla.

MADRE.— Sí, sí; y a ver si me alegras con seis nietos, o lo que te dé la gana, ya que tu padre no tuvo lugar de hacérmelos a mí.

NOVIO.— El primero para usted.

MADRE.— Sí, pero que haya niñas. Que yo quiero bordar y hacer encaje y estar tranquila.

NOVIO.— Estoy seguro que usted querrá a mi novia.

MADRE.— La querré. (Se dirige a besarlo y reacciona.) Anda, ya estás muy grande para besos. Se los das a tu mujer. (Pausa. Aparte.) Cuando lo sea.

NOVIO.— Me voy.

MADRE.— Que caves bien la parte del molinillo, que la tienes descuidada.

NOVIO.— ¡Lo dicho!

MADRE.— Anda con Dios. (Vase el NOVIO. La madre queda sentada de espaldas a la puerta. Aparece en la puerta una VECINA vestida de color oscuro, con pañuelo a la cabeza.)

MADRE.— Pasa.

VECINA.— ¿Cómo estás?

MADRE.— Ya ves.

VECINA.— Yo bajé a la tienda y vine a verte. ¡Vivimos tan lejos...!

MADRE.— Hace veinte años que no he subido a lo alto de la calle.

VECINA.— Tú estas bien.

MADRE.— ¿Lo crees?

VECINA.— Las cosas pasan. Hace dos días trajeron al hijo de mi vecina con los dos brazos cortados por la máquina. (Se sienta.)

MADRE.— ¿A Rafael?

VECINA.— Sí. Y allí lo tienes. Muchas veces pienso que tu hijo y el mío están mejor donde están, dormidos, descansando, que no expuestos a quedarse inútiles.

MADRE.— Calla. Todo eso son invenciones, pero no consuelos.

VECINA.— ¡Ay!

MADRE.— ¡Ay! (Pausa.)

VECINA.— (Triste.) ¿Y tu hijo?

MADRE.— Salió.

VECINA.— ¡Al fin compró la viña!

MADRE.— Tuvo suerte.

VECINA.— Ahora se casará.

MADRE.— (Como despertando y acercando su silla a la silla de la VECINA.) Oye.

VECINA.— (En plan confidencial.) Dime.

MADRE.— ¿Tú conoces a la novia de mi hijo?

VECINA.— ¡Buena muchacha!

MADRE.— Sí, pero...

VECINA.— Pero quien la conozca a fondo no hay nadie. Vive sola con su padre allí, tan lejos, a diez leguas de la casa más cerca. Pero es buena. Acostumbrada a la soledad.

MADRE.— ¿Y su madre?

VECINA.— A su madre la conocí. Hermosa. Le relucía la cara como un santo; pero a mí no me gustó nunca. No quería a su marido.

MADRE.— (Fuerte.) Pero ¡cuántas cosas sabéis las gentes!

VECINA.— Perdona. No quisiera ofender; pero es verdad. Ahora, si fue decente o no, nadie lo dijo. De esto no se ha hablado. Ella era orgullosa.

MADRE.— ¡Siempre igual!

VECINA.— Tú me preguntaste.

MADRE.— Es que quisiera que ni a la viva ni a la muerte las conociera nadie. Que fueran como dos cardos, que ninguna persona los nombra y pinchan si llega el momento.

VECINA.— Tienes razón. Tu hijo vale mucho.



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