Breve historia de Europa. Tomo I - Eladio Romero - E-Book

Breve historia de Europa. Tomo I E-Book

Eladio Romero

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¿Qué entendemos por Europa? ¿Una entidad geográfica, un patrimonio histórico, una construcción ideológica? Europa es todo eso y mucho más. Una idea de rasgos imprecisos pero concretos, que se formó durante el curso de los milenios. Partiendo del término mismo y de la definición de la esfera espacial, Eladio Romero, a lo largo de los tres volúmenes que conforman esta Breve historia de Europa, ilustra los ejes, procesos y principales transformaciones que condujeron a la Europa actual. Del legado del mundo grecorromano a la difusión de cristianismo, al desarrollo de las ciudades y de los estados a finales del Medievo. Desde la expansión del colonialismo a las revoluciones y nacionalismos; de las guerras mundiales y los totalitarismos a la Guerra Fría y la Unión Europea.

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BREVE HISTORIA DEEUROPA(VOLUMENI)LAANTIGÜEDAD Y LAEDADMEDIA

BREVE HISTORIA DEEUROPA(VOLUMENI)LAANTIGÜEDAD Y LAEDADMEDIA

Eladio Romero García

Colección:Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título:Breve historia de Europa (volumen I)

Autor:© Eladio Romero García

Copyright de la presente edición:© 2024 Ediciones Nowtilus, S. L.

Camino de los Vinateros 40, local 90, 28030 Madrid

www.nowtilus.com

Elaboración de textos:Santos Rodríguez

Diseño y realización de cubierta: ExGaudia, Asociación Cultural

Imagen de portada: “La coronación de Carlomagno”, 1516-1517. Museos Vaticanos de Roma. Se cree que Rafael hizo los dibujos para la composición y que el fresco fue pintado probablemente por Gianfrancesco Penni o Giulio Romano. La pintura forma parte del encargo recibido por Rafael para decorar las habitaciones que hoy se conocen como Stanze di Raffaello.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjasea CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ISBN edición digital:978-84-1305-435-3

Fecha de edición:febrero 2024

Dedicado a mis gatos Chapinete, Giallo (alias Piu), Morocho y Durruti, que

Índice
Introducción: el origen de un nombre
1. La prehistoria europea. El mundo paleolítico
El origen de la población europea
Del Neanderthal al Homo sapiens
La Europa del Paleolítico superior y del Mesolítico
2. Dos revoluciones: la agricultura y la llegada de los indoeuropeos
La revolución neolítica
Nuevos protagonistas históricos: etnogénesis, sociedad y cultura
La llegada de los indoeuropeos
Los tres grandes episodios de difusión indoeuropea
3. El mundo griego
El surgimiento de las polis
Libertad y democracia en la polis
El horizonte político-social y la guerra
Griegos y bárbaros
La colonización y la expansión de lo griego
La cultura de la razón
El conflicto con el mundo oriental
4. El helenismo
El imperio de Alejandro Magno
El helenismo y oriente
Las manifestaciones del helenismo
Aspectos económicos y sociales del mundo helenístico
5. Los pueblos celtas
De los orígenes a la expansión
La sociedad celta
El espacio céltico
El eclipse céltico
6. Misión y destino de Roma
El éxito de una comunidad patriarcal
La complejidad de la nueva potencia dominante en el Mediterráneo
Cuestión social, cuestión itálica y guerras civiles
La formación de la nueva monarquía imperial romana
El imperio como principado
7. Pax romana en el imperio
El equilibrio institucional
Simbiosis cultural grecolatina
La economía en un imperio de ciudades
Los costes del imperio
Crisis espiritual y angustia ético-política
La realidad del imperialismo romano
8. Otoño romano, primavera cristiana y germánica
El nuevo imperio de Diocleciano y Constantino
El cristianismo, la nueva religión del imperio
Organización, desarrollo y cultura del cristianismo
El cristianismo victorioso y la recuperación del imperio
El cristianismo, religión oficial
Imperio occidental e imperio oriental
Eclipse del imperio occidental y nueva noción de Europa
Las invasiones germánicas y la experiencia de la barbarie
La Europa romano-germánica
La última restauración romana
9. Hacia Europa y hacia el Medievo
Hacia una nueva historia: sobre la crisis del mundo antiguo
Concepto y realidad de la Edad Media
Gregorio y Benito
La Europa del siglo VII
El cataclismo islámico y la larga vida de Bizancio
La Europa bárbara
Balance de un naufragio
El distanciamiento entre occidente y oriente
La triple cara de la Edad Media
10. La pequeña Europa carolingia
Punto de llegada
El feudalismo
Los francos y el feudalismo
El estado feudal
Fundación y reorganización de Europa
11. La Europa carolingia, entre el universalismo y el particularismo
Un triple núcleo nacional
Señoríos territorial y jurisdiccional
La Europa asediada
El desarrollo del feudalismo
Génesis y efectos del particularismo
Tres siglos de infancia europea y la noción de Europa
El nuevo espacio y los nuevos protagonistas de la Europa política
El legado feudal de la Europa carolingia
Ideales, ideología y práctica de la caballería
12. El conflicto entre iglesia e imperio durante la plenitud medieval
La corona imperial en Alemania
La querella de las investiduras
La Iglesia de la reforma gregoriana
13. La fundación de la economía europea
Más hombres, agricultura más productiva
Una doble revolución: ciudades y comercio
14. La inversión de las relaciones de fuerza con Oriente: las cruzadas
«Guerra santa» y expansión europea
La cruzada, de evento a idea
La estela de las cruzadas
15. Ampliación y restructuración política de la Europa medieval
La Reconquista ibérica
Los normandos de Sicilia e Inglaterra
Recuperación y poder de la monarquía francesa
El imperio, Italia y Alemania en tiempos de los Hohenstaufen
La periferia europea
El espacio determinante de la «pequeña Europa», el imperio y la Iglesia
Las ciudades europeas de la Baja Edad Media
Las monarquías feudales
16. Otoño y transfiguración del Medievo
Una crisis de nuevo cuño
Guerra y monarquía: Francia, Inglaterra y la península ibérica
Italia, la Europa central y la Europa oriental
Angustia espiritual, papado e Iglesia
Hacia el estado moderno
Hacia el Renacimiento

Introducción: el origen de un nombre

Desde el punto de vista geográfico, Europa es uno de los seis continentes de la superficie terrestre comúnmente reconocidos en todos los estudios relativos al tema. Es decir, siguiendo la popular definición de Wikipedia, esa enciclopedia universal tan visitada en la actualidad, Europa vendría a ser uncontinenteubicadoenteramenteenelhemisferionorteymayoritariamenteenelhemisferiooriental. Un continente cuyas fronteras estánsituadasenlamitadoccidentaldelhemisferionorte,limitadaporelocéanoÁrticoenelnorte,hastaelmarMediterráneoporelsur.Poreloeste,llegahastaelocéanoAtlántico.Poreleste,limitaconAsia,delaquelaseparanlosmontesUrales,elríoUral,elmarCaspio,lacordilleradelCáucaso,elmarNegroy los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos. Europa es uno de los continentes que conforman el supercontinente euroasiático, situado entre los paralelos 35º 30’ y 70º 30’ de latitud norte.

Dicho esto, y delimitadas las fronteras físicas del territorio cuya historia vamos a tratar, convendría exponer el origen de este nombre tan evocador, Europa, para seguir aclarando conceptos.

El nombre de Europa lo inventaron los griegos, aunque su etimología originaria quizá proceda del fenicio ereb, la tierra donde se ponía el sol (occidente). Como muchos otros términos geográficos que empleamos en la actualidad (sin ir más lejos, y sin salir de España, tenemos Ampurias, Rosas, Salou o el propio nombre de la península ibérica). Europa, el nombre en torno a la leyenda que da origen al continente, es un personaje femenino ampliamente testimoniado por los escritores griegos. Se conocen al menos diez protagonistas y diez versiones del término, aunque, en esencia, la historia es la que sigue: en las costas de Fenicia (actual Líbano), un grupo de jóvenes se dedicaban a recolectar flores. Entre ellas destacaba una de nombre Europa, hija de Telefasa y Agénor, rey de Tiro (otras versiones dicen que era hija de Fénix). Desde lo alto, Zeus observó la escena y quedó prendado de Europa por su hermosura. Haciendo uso de sus típicas artimañas, descendió a la playa transformado en toro buscando apoderarse de la joven. Mosco de Siracusa (poeta del siglo II a. C.), en su poema Europeia, narró la aventura del encuentro entre Zeus y su presa con estas palabras:

«De la inocente princesa se coloca delante; cariñoso juguetea y los hombros le lame. Ella lo tocó y en hacerle caricias se recrea; con las manos enjuga de su boca la espuma que odorífera blanquea, y fascinada imprime en su embeleso en la frente del toro cándido beso. Él muge de placer; y su mugido de la flauta imita el penetrante armónico sonido, dobla las manos y la cauda agita, le muestra con el cuello retorcido la vasta espalda, y a subir la invita (Europeia, XXII-XXIII)».

Una vez que la hija de Agénor se encontró sobre el lomo del toro, este, aprovechando su oportunidad y de forma veloz, surcó las aguas del Mediterráneo. Es este el viaje de Europa «raptada» desde oriente a occidente, un viaje que adquirirá una simbología secular. Será en la localidad de Gortina (al sur de Cnossos, Creta) cuando el toro o Zeus, retomando su forma humana, se una a Europa junto a una fuente (la gruta Dictea), bajo un plátano sagrado de hojas siempre verdes. Como fruto de su unión, nacieron tres hijos: Minos (nombre genérico del rey cretense y de la civilización minoica, considerada tradicionalmente como la primera gran civilización europea que usó la escritura), Radamantis y Sarpedón.

Tenemos ya un nombre propio de persona, el de una princesa llamada Europa. Pero también un nombre geográfico que asimismo inventaron los griegos. Así, la primera vez que aparece con esa acepción es en el denominado Himno Homérico a Apolo (siglo VI a. C.), un poema de autor desconocido. En una de sus escenas podemos leer el propósito de Apolo de construir un templo para que los humanos puedan conocer su oráculo:

«Aquí [se refiere a Crisa, ciudad y llanura de la Fócida] me propongo construir un hermosísimo templo, que sea oráculo para los hombres, los cuales me traerán siempre perfectas hecatombes –así los que poseen el rico Peloponeso, como los que habitan en Europa y en las islas bañadas por el mar– cuando vengan a consultarlo; y yo les profetizaré lo que verdaderamente está decidido, dando oráculos en el opulento templo (Himno Homérico a Apolo: III, 250-251)».

En este contexto, la Europa del himno vendría a representar la Grecia continental. Este sentido y significado original, ya hacia fines del mismo siglo VI a. C. seguirá otro rumbo en relación con la aceptación, proyección y cambio del término. Será el logógrafo Hecateo de Mileto quien, hacia 510 a. C., afirmase que en el disco que conformaba la Tierra, todo él circundado por el océano, se distinguían tres espacios: Asia al oeste, Libia (África) al sur y Europa al norte. La diferenciación geográfica de Hecateo es esencial en la distinción de las tres áreas o continentes de la ecúmene (mundo conocido), pero sobre todo fija una tradición por escrito donde Europa es más que la Grecia continental, aunque, para él, se circunscribiera esencialmente al mundo mediterráneo. En particular, Hecateo, en su obra Periegesis, señala que el límite oriental de Europa se encontraba en la localidad de Tarteso (al sur de la península ibérica) y regiones limítrofes respecto a las columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar). La frontera nororiental, en la región de Escitia y el río Tanais (el actual Don), que representaban la frontera entre Asia y Europa. Lamentablemente para nosotros, gran parte de la obra de Hecateo se perdió, y sólo se conservan algunos fragmentos y pasajes citados por Heródoto de Halicarnaso. Por ello, el padre de la historia tendrá un lugar clave en la descripción y análisis del continente europeo.

Tenemos, pues, que Europa es un término polisémico: por una parte, denomina a la heroína de leyenda, y por otra, un espacio geográfico. Los estudiosos, hoy en día, no se ponen de acuerdo si fue la heroína quien otorgó el nombre al territorio o, a la inversa, si fue la región la que dio el nombre a la heroína. Tampoco importa demasiado, la cuestión es que hemos dado nombre a aquel territorio que pretendemos historiar.

Mosaico romano con el tema del rapto de Europa (mediados del s. II d. C.). Conservado en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.

1

La prehistoria europea. El mundo paleolítico

EL ORIGEN DE LA POBLACIÓN EUROPEA

La Prehistoria constituye una de las disciplinas que más cambios experimenta a medida que avanzan las investigaciones. Hasta no hace demasiado años, los arqueólogos databan la aparición del hombre en Europa en torno a los 500.000-600.000 años antes de la actualidad. Pensaban que se agrupaba en pequeñas hordas de cazadores-recolectores pertenecientes a la especie Homo erectus. En la Baja Silesia (Polonia) habían sido hallados restos del género Homo junto con primitivas herramientas de piedra de unos 500.000 años de antigüedad, así como restos de ese Homo erectus más recientes. Los hallazgos del Paleolítico inferior en la península ibérica eran entonces muy escasos, aunque se habían encontrado piedras talladas con una antigüedad similar. Sin embargo, los descubrimientos realizados en la sierra de Atapuerca, a unos 15 km de Burgos, han transformado radicalmente los esquemas establecidos. En primer lugar, en el año 1994, durante una prospección efectuada en la sima llamada Gran dolina, aparecieron los restos del homínido más antiguo hallado hasta entonces en Europa, cuya datación se sitúa en torno a los 800.000-780.000 años. Estos fósiles han sido clasificados como una nueva especie denominada Homo antecessor, y sus industrias líticas asociadas podrían tener una antigüedad de más de un millón de años. Después, en 2007, recuperaron de la Sima del elefante una mandíbula de entre 1,3-1,2 millones de años, perteneciente a un provisionalmente denominado Homo sp. (sin precisar), una especie considerada indeterminada.

El Homo antecessor ha sido catalogado como el eslabón intermedio entre el Homo erectus y Homo heidelbergensis, antepasado del Homo neanderthalensis, considerado hasta hace poco como descendiente directo del erectus. Así parecen demostrarlo los restos de veintinueve individuos encontrados en otro de los yacimientos de Atapuerca, la llamada Sima de los huesos, datados aproximadamente en 400.000 años, y que presentan algunos rasgos semejantes a los de los neandertales. En dichos restos se han detectado fracturas previas al fallecimiento que podrían ser indicativas de actos de violencia e, incluso, se ha especulado sobre un incipiente culto a la muerte.

En definitiva, en los yacimientos de la sierra de Atapuerca se han hallado restos fósiles y evidencias de la presencia de cinco especies de homínidos diferentes: Homo sp. (aún por determinar, 1.300.000 años), Homo antecessor (800.000 años), preneandertal (400.000 años), Homo neanderthalensis (70.000 años) y Homo sapiens. Es decir, toda la panoplia de especies precedentes al Homo sapiens, al que pertenecemos los actuales seres humanos.

La mandíbula del Homo sp. de Atapuerca.

Estos descubrimientos también han permitido especular sobre el origen de la población europea. Hasta no hacía mucho se defendía la teoría de varias salidas de homínidos de África, que llegarían a Eurasia en diferentes oleadas tras evolucionar en el continente negro. Sin embargo, los últimos trabajos científicos desarrollados en la sierra burgalesa apuntan a que hubo una evolución euroasiática y una «identidad europea» con características propias. Al menos así lo defienden José María Bermúdez de Castro, codirector de las excavaciones en Atapuerca, y la paleontóloga, experta en dentición, María Martinón-Torres. En sus trabajos, ambos investigadores han analizado la mandíbula del Homo sp., del que albergan serias dudas de que se trate de un precursor del Homo antecessor dado que, aunque poseen características comunes, también detectan otras más primitivas que lo relacionan con otras especies asiáticas, como el Homo erectus. Según Bermúdez de Castro, los homínidos de la Sima del elefante habrían adquirido una identidad europea durante su viaje y llegada a la península ibérica, apuntando a que el Homo sp. pudo haber alcanzado Atapuerca en una gran migración desde Asia Menor, donde entre 1991 y 2005 se encontraron fósiles datados en 1,8 millones de años (los cráneos de Dmanisi, en Georgia), acaso pertenecientes a una subespecie del Homo erectus. Evidentemente, sobre el tema evolutivo de las distintas especies de homínidos previas al Homo sapiens, tanto en España como en el resto del continente, las dudas son mucho más manifiestas que las verdades contrastadas, por lo que no podemos afirmar nada seguro al respecto, ni sobre el origen del hombre en Europa ni sobre su antigüedad.

DELNEANDERTHAL ALHOMO SAPIENS

La primera aparición humana en Europa, por lo tanto, habría tenido lugar en una versión referible a la del Homo erectus (en nuestro continente, el Homo antecesor), considerado como un posible antepasado directo del Homo sapiens. Unos 75.000 años atrás, junto con los elementos evolutivos del erectus, el paisaje humano europeo habría estado dominado por el Homo neanderthalensis (nombre tomado del valle alemán de Neanderthal, próximo a Düsseldorf, donde en 1856 se halló uno de sus fósiles primitivos).

Reconstrucción del cráneo de un neandertal.

El de Neandertal –además de representar una forma culminante de Homo sapiens– fue probablemente el tipo humano prehistórico más original formado en Europa. Su periodo de mayor expansión parece variar más o menos entre 75.000 y 40.000 años antes de Cristo. Las zonas de mayor poblamiento de esta especie fueron el sur de Inglaterra, zona del Ebro, valle del Rin y península itálica. Entre el Báltico y el Adriático, aunque también hay constancia arqueológica de su presencia, su presencia parece que fue mucho más reducida.

Área de expansión del Homo neanderthalensis.

Especie adaptada al frío de los periodos glaciares, que emplea abundantemente la piedra, su tecnología progresa a lo largo del Paleolítico medio (300000-35000 a. C.) y nos ofrece ya muestras claras, a través de sus enterramientos, de algún tipo de culto a los difuntos. Al menos así lo evidencia el esqueleto de un niño de unos dos años enterrado hace unos 41.000 años en un refugio rocoso de La Ferrassie (Dordoña, Francia).

Coexistiendo con la especie de la que procede el hombre actual, los neandertales se extinguieron hace unos 40.000 años sin que se conozcan las causas exactas de este hecho. Una nueva subespecie (o especie, no hay unanimidad al respecto), derivada quizá del Homo erectus y procedente de Asia, se habría impuesto (o quizá, mejor dicho, adaptado) a unos momentos de menor frío ante el fin de las glaciaciones, evolucionando hacia el llamado hombre de Cromañón (por el abrigo de Cro-Magnon, en Dordoña, Francia, yacimiento donde se estableció la tipología de esta especie), del que descendemos directamente.

Reconstrucción del enterramiento de un niño neandertal en La Ferrassie.

El cromañón (término hoy en desuso, sustituido por el de Homo sapiens moderno) era un hombre que no sólo habitaba las cavernas, sino que fabricaba abrigos al aire libre hace de ello unos 30.000 años. Seguía siendo principalmente un depredador que cazaba en grupos empleando una variada tipología de instrumentos de piedra, hueso o marfil. Sin embargo, lo que se suele destacar de esta especie es su gran capacidad para desarrollar manifestaciones artísticas.

La Europa de este primer hombre moderno estaría habitada por unos pocos cientos de miles de seres humanos, que practicaban la violencia como forma de sobrevivir o de controlar el espacio vital.

LAEUROPA DELPALEOLÍTICO SUPERIOR Y DELMESOLÍTICO

El tiempo en que vivieron estos humanos antes llamados cromañones corresponde al Paleolítico superior (35000-10000 a. C.), el último periodo de la Edad de la Piedra. Europa, que en aquellos tiempos tendría una fisonomía similar a la de Siberia (hasta el punto de que se ha llegado a hablar de una «civilización de los renos»), vivió entonces una verdadera convulsión étnica y demográfica. La población aumentó gracias a abundantes recursos alimenticios (la caza mayor de una serie de especies que, con el fin del frío, fueron desapareciendo o evolucionando a animales más pequeños) y a un mayor aprovechamiento de las materias primas (huesos, piedras, pieles).

Coincidiendo en el tiempo con la desaparición del hombre de Neandertal, se afirmaron una serie de técnicas más refinadas de trabajar la piedra (principalmente el sílex) y se amplió el muestrario de útiles gracias al aprovechamiento del hueso, las astas o la madera. Mejoraron las armas destinadas a la caza, pero también las técnicas que se empleaban en la conservación de alimentos o las herramientas que se utilizaban en la confección de prendas de abrigo. No es casualidad que, de manera simultánea, encontremos las primeras evidencias de arte figurativo europeo. Concretamente, nos referimos a las pinturas de las cuevas de Altamira y El Castillo, en Cantabria, y la de Tito Bustillo (Ribadesella, Asturias). En la primera, situada junto a Santillana del Mar, se dató un caballo de color rojo que fue pintado hace más de 22.000 años, así como un gran signo triangular sinuoso también en rojo realizado hace más de 35.600 años. En El Castillo (localidad de Puente Viesgo) se identificó un animal indeterminado en negro, dibujado hace al menos 22.600 años; un disco rojo de entre 36.000 y 34.100 años de antigüedad; una mano en negativo de 37.300 años, y un segundo disco rojo de más de 40.800 años. En la cueva de Tito Bustillo se fechó una figura antropomorfa de entre 35.500 y 29.600 años de antigüedad. Debido a ello, se ha llegado a especular que quizá algunos de sus autores fueran neandertales.

Los discos rojos de la cueva de El Castillo (Cantabria).

Las mejores manifestaciones de este arte pictórico se alcanzaron también en Altamira, con sus famosos bisontes de 13.000 años de antigüedad, o en la cueva de Lascaux (Dordoña, Francia), donde destacan toros, ciervos y caballos realizados hace unos 17.000 años.

Caballo de la cueva de Lascaux, fechado en torno a 17.000 años de antigüedad.

En el Paleolítico superior también podemos distinguir mejor las fases y las áreas culturales del periodo. Así, el primer periodo, conocido como Auriñaciense (por la localidad francesa de Aurignac, en el departamento de Haute-Garonne, en Francia), que abarca unos diez mil años (entre los años 35000 y 25000 a. C.), queda articulado en una serie de culturas locales que destacan por el trabajo del hueso. Le sigue el Gravetiense (por el yacimiento de La Gravette, Dordoña, Francia), de duración similar, pero mucho más extendido que el anterior. Su centro principal está en Moravia (República Checa, donde se descubrió una figurilla femenina en terracota, la Venus de Dolní Věstonice, con unos 28.000 años de antigüedad).

A la supuesta «unidad europea gravetiense», le sigue un periodo con nueva fragmentación local que destacará en Francia y la península ibérica, y que se denomina Solutrense (por la localidad francesa de Solutré-Pouilly, en el departamento de Saône-et-Loire). Por fin, llegamos al esplendor pictórico del Magdaleniense (por el abrigo de la Madeleine, en el departamento francés de Dordoña), que se desarrolla entre los años 17000 y 12000 a. C., una cultura que se extiende más allá de las tierras bajas germánicas y los Balcanes, en un momento en el que el frío iba disminuyendo progresivamente.

Venus gravetiense Dolní Věstonice (República Checa).

Alrededor del año 10000 a. C. en el sur de Europa, y hacia finales del noveno milenio (8300-8000 a. C.) en el resto del continente, con el nuevo cambio climático tendente a un aumento de las temperaturas se da inicio a una nueva fase intermedia de la Edad de la Piedra que llamamos Mesolítico. Una fase de corta duración que suele considerarse un interludio entre el larguísimo momento de los cazadores-recolectores y la aparición de la agricultura. Superada la última edad glacial, el viejo continente comenzó a adoptar gradualmente las formas propias que, aunque con algunas variaciones posteriores, acabaron concediéndole su forma actual. Su clima, vegetación, orografía, hidrografía y fauna empezaron a ser los característicos de la Europa histórica. La economía cazadora-recolectora y el equipamiento material de los humanos que vivieron este proceso tuvieron que adaptarse a las necesidades impuestas por un nuevo medio ambiente, aunque las formas de asociación y subsistencia no variaran demasiado en comparación con la última y más evolucionada fase del Paleolítico.

Debido al aumento de las temperaturas, los grandes mamíferos adaptados al frío emigraron a las tierras del norte, lo que a su vez provocó un desplazamiento similar de los grupos humanos. Los que permanecieron en sus tierras, cambiaron sus actividades económicas desarrollando una caza de piezas más pequeñas (incluidas las aves) y practicando más la pesca y el marisqueo. La aparición del arco en este periodo, unida a la domesticación de algunos animales como el perro, sin duda facilitaron la actividad cinegética y establecieron una nueva relación del hombre con la naturaleza. Nuevos instrumentos como el hacha con mango, inicialmente no afilada, facilitaron asimismo la vida de los europeos de este tiempo.

Cacería de ciervos con arco en uno de los abrigos mesolíticos del barranco de la Valltorta (Castellón) conocido como abrigo de los Caballos (municipio de Tirig).

Aunque no todo fueron avances. La arqueología también señala en el Mesolítico un debilitamiento de los intereses y capacidades expresivas, frente a la calidad del arte cavernario de los últimos tiempos del Paleolítico. Las pinturas mesolíticas son más estilizadas y conceptuales, bordeando en ocasiones lo abstracto. Las encontramos entre el golfo de Vizcaya y los límites del Cáucaso, destacando las áreas del levante hispano y el sur de Francia. Centrándonos en el levante español, los distintos grupos humanos dejaron pinturas que muestran una evolución del arte rupestre hacia modelos más esquemáticos en los que el movimiento estaba claramente representado. En las paredes de los abrigos rocosos, estos hombres pintaron complejas escenas de caza, de danzas y ritos mágicos. Las figuras, realizadas con pigmentos negros o rojizos, suelen ser muy estilizadas. A pesar de ello, se pueden identificar personajes como hechiceros, que portan tocados sobre la cabeza, bastones de mando y adornos que les cuelgan de rodillas y brazos. También se distinguen individuos con plumajes y brazaletes en brazos y tobillos, mientras que las mujeres lucen largas faldas. Como contraste con el arte paleolítico, apreciamos mucho movimiento, incluyendo luchas entre grupos. En ocasiones, verdaderas batallas de arqueros que incluso llegan al cuerpo a cuerpo.

2

Dos revoluciones: la agricultura y la llegada de los indoeuropeos

LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA

El momento mesolítico europeo se vio alterado por la posterior llegada de poblaciones de cultura neolítica, conocedoras de la agricultura, a las que se sumaron las de habla indoeuropea.

El Mesolítico, como se ha dicho, fue un periodo corto, casi un paréntesis, que comenzó a cerrarse gradualmente durante el séptimo milenio antes de Cristo cuando, junto con otros avances importantes en el uso y la elaboración de objetos de piedra, se procede a la transición a la agricultura y a una ganadería basada en animales domesticados. Un proceso revolucionario del que derivaron importantes cambios económicos, sociales y culturales.

Mapa de difusión de la agricultura neolítica en Europa.

Es en la Grecia oriental donde encontramos la evidencia más temprana de estos cambios, lo que favorece una hipótesis muy extendida de que la agricultura llegó a Europa desde el Próximo Oriente, concretamente desde Anatolia, donde hacia el año 8300 a. C. ya estaba bastante desarrollada. En torno a 7000 a. C., tanto en Grecia como en Chipre se cultivaban el farro, la cebada y la avena.

En las fases más maduras del Paleolítico, después de haber importado probablemente del Mediterráneo y Próximo Oriente los elementos fundamentales para la transición de la humanidad neandertal a la moderna, Europa había mostrado –como hemos visto– una notable capacidad de desarrollo autónomo. El arte de las cavernas constituye una perfecta prueba de ello, así como la producción de herramientas y objetos de notable factura elaborados con piedra, huesos y astas. Con el surgimiento de la revolución neolítica y la transición a la agricultura, la zona del Próximo Oriente, desde el Nilo hasta el golfo Pérsico y el Bósforo, se reafirmó como una zona de notable desarrollo. El espacio europeo vuelve entonces a convertirse, por comparación, en un área atrasada y dependiente. El movimiento de progreso cultural se desarrollará durante algunos milenios de este a oeste, convirtiendo durante mucho tiempo a la periferia mediterránea del continente en un espacio de intensos intercambios y mayor desarrollo cultural que el resto de Europa.

Los avances neolíticos y la colonización agrícola del continente fueron bastante lentos. Se ha calculado que el progreso de la revolución agraria no superó la velocidad de un kilómetro por año, lo que significa unos treinta kilómetros por generación, de modo que se habrían necesitado unos cinco mil años (desde 7000-6.000 hasta 2000-1.000 a. C.) para que la agricultura asumiera una dimensión continental. Sin embargo, esa lentitud fue compensada por otros avances innovadores. Por ejemplo, en lo referido al crecimiento demográfico. En el Neolítico europeo llegaron a alcanzarse los 5 habitantes/km², muy por encima de las estimaciones paleolíticas, que rondarían entre 0,005-0,003 habitantes/km² en los casos más favorables, y entre 0,002-0,001 habitantes/km² en los menos favorables. Es decir, de 1.000 a más de 5.000 veces menos densidad. De hecho, ya durante las primeras etapas de la agricultura es posible que aumentara la densidad en no menos de diez veces.

Si el primer fondo racial propiamente europeo se desarrolló con los neandertales y sus sucesores durante los paleolíticos Medio y Superior, la aportación demográfica del Neolítico crearía un segundo fondo perdurable, fortalecido por la llegada de los pueblos de lengua indoeuropea, que representarían el entramado poblacional definitivo a la hora de establecer las características antropogenéticas del continente.

Desde Grecia a través del Mediterráneo, y por tierra desde los Balcanes siguiendo el curso del Danubio, las técnicas y economías neolíticas fueron difundiéndose paulatinamente, estableciendo una línea de penetración que quedó delimitada esencialmente con la línea definida por las desembocaduras del Danubio y la del Vístula. Con ellos también se difundió el uso de cerámica, y otros nuevos avances en la fabricación de diversas herramientas de uso generalizado, también procedentes del Próximo Oriente.

Paralelamente a la expansión de la agricultura y la cerámica encontramos nuevos tipos de habitáculos. Las cuevas, los abrigos y los barrancos naturales dieron paso poco a poco a recintos construidos, aldeas de chozas, palafitos sobre el agua y otras construcciones en llanuras, costas y montañas. En sus diversas estructuras se utilizaron madera, piedra, barro y otros materiales. Aunque esto no signifique siempre un crecimiento demográfico en espacios concretos, sí implica ciertamente unas formas de convivencia más complejas. El mayor bienestar de la población se ve afectado, sin lugar a dudas, por la elección del lugar donde se pretende habitar. En muchas ocasiones, estos nuevos espacios habitados habrían tenido una continuación prolongada en los siglos. Sirva como ejemplo la ciudad búlgara de Plovdiv, a orillas del río Maritsa, habitada ya hacia el año 4000 a. C. Nace así una nueva geografía antrópica con un paisaje rural y agrícola muy particular en el que se desarrollarán diversos núcleos poblacionales de variado tamaño que continuaron siendo habitados durante milenios, algo que parece muy propio sobre todo de la Europa occidental y mediterránea. Más incluso que en otras partes del mundo.

Difusión de la metalurgia del bronce en Europa.

Todas estas tendencias se fortalecieron enormemente cuando el uso de los metales comenzó a hacerse extensivo. De hecho, la metalurgia aportó sustanciales posibilidades a las técnicas productivas (pensemos en las rejas de los arados y en los instrumentos dedicados a las manufacturas) y en las militares. Sus primeras manifestaciones, basadas en el cobre, las tenemos en el Próximo Oriente en torno al cuarto mileno a. C., llegando a Europa por el sudeste unos 2.000 o 1.000 años después, y entre 3.000 y 4.000 más tarde a Europa central. Luego, el cobre dio paso al bronce, que en Europa tuvo un retraso cronológico, ya que allí comenzó a usarse, siempre en el área sudeste, en la segunda mitad del tercer milenio a. C., no más de medio milenio después que en el Próximo Oriente. Después de 2000 a. C., siguió extendiéndose en las demás regiones del continente hasta que el reinado del bronce fue destronado por el hierro, que aparece ya siendo utilizado en Anatolia por los hititas en el siglo XV a. C. Medio milenio después, el nuevo metal era empleado en Grecia, y desde aquí, a través de los Balcanes y el Mediterráneo, se extendió al oeste y al norte.

Mapa de Europa entre el Mesolítico y la Edad del Bronce.

Estas tendencias implican un desarrollado sistema de relaciones e intercambios a larga distancia. En las últimas fases de la Edad de la Piedra se observan, en todos los yacimientos del momento, el empleo de materiales y técnicas de origen foráneo, esbozando con ello un esquema de integración mercantil y de complementariedad económica entre las distintas áreas europeas. Todo ello facilitado, lógicamente por un amplio desarrollo de los medios de transporte, sobre todo marítimos. En este ámbito, también debemos destacar la doma de los caballos, elemento de transporte que, junto al barco, también llega a Europa a través de esa fuente inagotable de innovaciones que representó el Próximo Oriente. En cambio, el pastoreo y el empleo de animales domésticos en tareas agrícolas probablemente adquirió en Europa un desarrollo más espontáneo y local. Junto a estas actividades, surgiría asimismo un antagonismo entre pastores y campesinos que se afianzaría de forma recurrente en el continente a lo largo de los siguientes siglos.

La combinación del hierro y el caballo representó una enorme mejora de la tecnología militar. La transición del carro de transporte al de guerra que, al menos en el sudeste de Europa lo vemos en la segunda mitad del segundo milenio a. C., cuando la metalurgia del hierro todavía no está muy desarrollada, constituye una muestra clara de esta evolución.

Por último, una innovación muy importante de estos tiempos fue la escritura, comúnmente atribuida a los pueblos del Próximo Oriente (recordemos la escritura cuneiforme mesopotámica). De ahí se extendería al mundo egeo (civilización minoica de Creta, comienzos del segundo milenio a. C.), dando origen, a través de la escritura fenicia, a los alfabetos griego, etrusco y latino.

¿Puede ser europea la primera escritura conocida?

«Antes de la llegada de los indoeuropeos a Europa existió una cultura llamada de Vinča (VI-III milenios a. C.) por su principal yacimiento, situado a 14 km de Belgrado. Debemos entender que, para estos tiempos, una cultura no representaba ninguna unión política, sino simplemente el compartir diversos rasgos culturales (cerámica, armas, religión, formas constructivas…).

La cultura de Vinča, aunque dio muestras del dominio del cobre, se considera neolítica. Habría ocupado una extensa área de los Balcanes, desde Bosnia hasta los Cárpatos. Los hombres que la desarrollaron vivían en casas de madera y barro, con varias habitaciones y horno en la principal para cocinar pan. Destacan sus cerámicas de tonos oscuros, así como sus ídolos: figuras, seguramente religiosas, con cuerpo humano y cabeza de ave. Hay también evidencias de que practicaron la minería. Curiosamente, no se han encontrado en sus yacimientos ni armas ni rastros de cultura bélica. Como tampoco palacios, aunque sí numerosos templos.

Hasta aquí, la cultura de Vinča podría parecer una cultura neolítica más. Sin embargo, algunos arqueólogos han llegado a sospechar que pudiera haberse inventado aquí, antes que en Mesopotamia, un sistema de escritura conocida como alfabeto Vinča, consistente en un conjunto de símbolos grabados en arcilla que nos resultan incomprensibles. Se han encontrado en Serbia, Rumanía y Bulgaria y, en menor medida, en otros países balcánicos como Grecia. Muchos expertos consideran que estas inscripciones son pictogramas, como lo fueron en sus inicios, presumiblemente, las escrituras jeroglíficas y cuneiforme. Si esto fuera cierto, la escritura nació en los Balcanes unos dos mil o mil años antes que en Mesopotamia.

Harald Haarmann, un famoso estudioso alemán de la cultura Vinča, ha defendido las similitudes que existen entre los símbolos hallados en estas zonas balcánicas con el lineal A de Creta, del que hablaremos. Pero no todo parece ser tan evidente. La hipótesis de que nos encontraríamos ante la primera escritura de la humanidad es criticada por algunos, cuyo principal argumento es que no se ha hallado la repetición de símbolos sistemática que requiere cualquier lengua escrita».

Tablilla de arcilla con inscripciones de la cultura Vinča hallada en Tărtăria (Rumanía).

Un asesinato europeo en la Edad del Cobre

«La momia de Similaun, también llamada hombre de Similaun, hombre de Hauslabjoch y, familiarmente Ötzi (por el valle donde apareció, llamado Ötz), fue hallada por dos excursionistas alemanes el 19 de septiembre de 1991 en la zona alpina del Trentino-Alto Adigio, cerca de la frontera austro-italiana, al pie del glaciar de Similaun (3.213 metros de altura). Pese a datarse en plena Edad del Cobre, en torno al 3300-3100 a. C., estaba bien conservada gracias a las particulares condiciones climáticas del interior del glaciar. Hoy día, la momia y sus pertenencias se exponen en el Museo de Arqueología del Tirol del Sur de la ciudad de Bolzano, en el Alto Adigio, Italia.

El examen de los osteocitos sitúa la edad de la muerte del hombre entre los cuarenta y los cincuenta años. Tras un análisis realizado en 2008 por especialistas en ADN, se determinó que su linaje genético ya no existe. Otro análisis, esta vez llevado a cabo en 2011, permitió descubrir que la penúltima comida de Ötzi fue carne de cabra montés, granos y bayas, mientras que la última incluiría carne de ciervo. También se ha logrado saber que Ötzi tenía sangre del grupo 0, predisposición a enfermedades cardiovasculares, intolerancia a la lactosa y presencia de enfermedad de Lyme (infección derivada de la picadura de garrapatas).

El buen estado de conservación de la momia hizo que, en un primer momento, llegara a intervenir la policía por considerarse que se trataba de un excursionista fallecido. Cuando se determinó que se trataba de una momia antigua, comenzaron los diversos análisis, que la situarían en la Edad del Cobre. Junto al cuerpo también se encontraron restos de ropa y objetos personales de gran interés arqueológico: un arco de madera de tejo, una aljaba con dos flechas completas y otras en proceso de elaboración, un puñal y un hacha de pedernal, un retocador para trabajar el pedernal, un hacha de cobre procedente del sur de la Toscana y una mochila para contener estos objetos. Además, su piel incluía hasta 61 tatuajes con formas geométricas.

Los análisis destacaron la presencia de una punta de flecha de pedernal en el hombro izquierdo, así como algunas heridas y abrasiones (incluyendo un corte en la palma de la mano derecha y un traumatismo craneal), que permitieron plantear la hipótesis de una muerte violenta. La postura antinatural del cuerpo parecería haber sido provocada por un intento de extraer la flecha de su espalda».

Reconstrucción de la momia Ötzi.

Así, en el curso de cinco o seis milenios, entre el séptimo y el segundo milenio antes de Cristo, la facies histórica del mundo europeo, gracias a las innovaciones llegadas al Mediterráneo desde el Próximo Oriente mesopotámico, se transformó profundamente tanto en lo que se refiere a sus protagonistas, como a la calidad de su cultura material. No es sorprendente, por lo tanto, que en este tiempo la estructura de la sociedad asumiera nuevas formas que resultan similares ya a las de siglos posteriores. Encontramos así grupos más numerosos (de la familia típica del Paleolítico llegamos a núcleos de hasta trecientas personas o más) y variados en cuando a riqueza y función (sacerdotes, jefes de clan, trabajadores del metal). Es decir, divididos ya en jerarquías cuya diferencia material se manifiesta, por ejemplo, en los enterramientos.

NUEVOS PROTAGONISTAS HISTÓRICOS: ETNOGÉNESIS, SOCIEDAD Y CULTURA

El advenimiento de la agricultura supuso una serie de cambios sociales y culturales representados en el desarrollo del sedentarismo y una mayor identificación de los grupos humanos con el territorio que explotan. De ahí surgirá un tipo de derecho público relacionado con la propiedad de la tierra, del que derivarán las diferencias sociales, la aparición de un poder civil y religioso centrado en el culto a la fertilidad y la necesidad de combatir para controlar la tierra o apoderarse de las de los vecinos. Una dinámica que culminaría en el surgimiento de pequeños imperios y de clases sociales nuevas, como las de los esclavos, en origen prisioneros de guerra o bien los elementos más débiles del grupo.

La expansión del Neolítico y, más tarde, del uso de los metales fue, en Europa, muy variada y menos articulada que en los tiempos de la Edad de la Piedra, según los distintos espacios del continente en los que nos fijemos. La podemos seguir a través de la difusión de la agricultura, que nos permite configurar tres grandes áreas en torno a los milenios sexto y quinto a. C. En primer lugar, encontramos una cerámica con motivos florales y geométricos en la zona balcánica; otra con decoración lineal o cordada en la zona central y, por último, una cerámica impresa en el área mediterránea. Al mismo tiempo, en el cuarto milenio a. C., cuando el Neolítico se extendió por la Europa occidental, observamos la aparición de la cultura megalítica o de las grandes piedras, que alcanza un notable desarrollo en el sudeste de la península ibérica.

Este megalitismo se caracteriza por el uso de enormes y poco trabajadas piedras, los megalitos, dispuestas de manera muy variada, y que se interpretan por regla general como recintos religiosos o bien tumbas colectivas o destinadas a los notables de cada comunidad. Unas construcciones que implican un esfuerzo comunitario, probablemente de base religiosa. Así, en Stonehenge (Inglaterra), observamos un impresionante círculo de piedras erigidas entre 3000 y 2000 a. C., señalizando enterramientos o representando algún tipo de culto solar.

Círculo megalítico de Stonehenge (Inglaterra).

La difusión del megalitismo hasta el Báltico y, en el Mediterráneo, hasta Córcega, Cerdeña y Menorca, acompañó al desarrollo, en el tercer milenio a. C., de dos áreas culturales europeas definidas por sus tipos de cerámicas. Por un lado, la zona oriental, o de la cerámica cordada (decorada con bandas de arcilla que semejan cuerdas), extendida en las tierras bajas germano-sarmáticas (nombre latino que define el área situada entre el mar Negro y el mar Báltico, y desde el Volga hasta el Vístula y el valle medio del Danubio). Y por otro, la llamada cultura del vaso campaniforme (por la forma de campana de algunas piezas), desde Italia hasta Inglaterra, con un área plenamente destacada en la península ibérica. A las poblaciones de la primera zona se pueden atribuir rasgos más marcadamente agrícolas y guerreros, ya que el hacha de guerra constituye uno de sus piezas principales. Las de la segunda zona se caracterizan por ser más manufactureras (destacando la actividad metalúrgica) y comerciales, haciendo amplio uso de las naves para los intercambios. La enorme coincidencia, aunque no total, entre el área megalítica y el de la cerámica campaniforme también confirma, probablemente, un interesante rasgo histórico como es la conversión del Mediterráneo en el espacio europeo más dinámico del momento.

LA LLEGADA DE LOS INDOEUROPEOS

La cultura megalítica se fue diluyendo desde principios del segundo milenio a. C. hasta prácticamente desaparecer. Según los estudios clásicos, a partir de entonces se produjeron una serie de acontecimientos decisivos para Europa, y que tuvieron su epicentro en el arco que va desde el mar Caspio hasta el mar Negro. Aquí, a caballo entre el límite meridional de la cultura de la cerámica lineal, se habían producido ya entre el cuarto y el milenio a. C. una serie de movimientos, cruces de pueblos y culturas que constituyen las primeras manifestaciones de la gran nebulosa histórica configurada por los pueblos de habla indoeuropea. Su expansión estaría relacionada con la penetración hasta el Rin de las culturas del hacha de guerra. Entre los elementos que los distinguirían destacamos el uso del caballo y del carro rodado y la práctica de un tipo especial de enterramiento (la llamada tumba de fosa o de pozo), así como una división tripartita de las funciones sociales (sacerdotes, guerreros y productores), todo ello impregnado de claro significado religioso.

Durante la segunda mitad del tercer milenio a. C., la expansión de los elementos indoeuropeos conducirá a una casi completa uniformidad lingüística en todo el continente (quedando aparte el euskera y las lenguas ugrofinesas, cuyas zonas propias habrían quedado al margen de la penetración indoeuropea) aunque no sabemos si se trató de un proceso de difusión étnica o simplemente lingüística y cultural. La tendencia de los estudios más actuales se decanta por esa segunda opción, es decir, la acomodación lingüística y cultural de poblaciones continentales anteriores, provocada por los contactos y los intercambios culturales con pequeños grupos invasores dominantes, dotados de mejores armas. Estos grupos habrían ido controlando las pequeñas comunidades, que fueron fácilmente colonizadas por estos nuevos clanes guerreros, conocedores de nuevas técnicas de guerra. Sin embargo, la fuerte semejanza de fisonomías que se detecta a menudo entre los tipos humanos de Europa y de la India, la otra gran área de difusión indoeuropea, plantea problemas de reconstrucción e interpretación histórica a la hora de calibrar en su justa medida el aporte demográfico de los indoeuropeos.

Los primeros estudios de lingüística comparada habían tenido muy en cuenta el hecho de que las lenguas indoeuropeas de la Europa occidental y mediterránea (griego, latín y lenguas célticas y germánicas) habrían tenido un tronco distinto del de la Europa oriental (lenguas bálticas, eslavas o albanés). Sin embargo, y al constatarse posteriormente que las lenguas indoeuropeas más periféricas (por ejemplo, el latín en el oeste y el sánscrito al este) tenían muchos elementos comunes, sobre todo en lo que se refiere al vocabulario relacionado con la familia, la religión, la agricultura, la ganadería, los metales, las armas o descubrimientos como la rueda, se planteó la hipótesis de una «unidad» indoeuropea originaria, de la que habrían brotado diversas ramas que se fueron desarrollando a medida que los pueblos se movían.

El carácter todavía hipotético de la tesis de una indoeuropeización no sólo lingüística, sino también en gran medida étnica y cultural, daría lugar en diversos momentos y países a teorizaciones francamente racistas que llegarían a provocar incluso guerras basadas en la superioridad racial indoeuropea o indogermánica (recordemos la Alemania hitleriana, cuya doctrina política y bélica se basaba en la superioridad de la raza aria o indogermánica, términos utilizados a la hora de tratar su raza superior).

Mapa de difusión de las lenguas indoeuropeas.

Si puede servir de ayuda para entender algo mejor este complejo embrollo, podemos recordar lo sucedido con la expansión de otras lenguas posteriores, como el chino ya antes de Cristo, el griego del momento posterior a Alejandro Magno, el latín en la época imperial romana, el árabe entre los siglos VII y X, el castellano del siglo XVI (que daría lugar a las diversas variantes de los países latinoamericanos) o el inglés durante el siglo XIX. En todos estos casos, más que una colonización demográfica, lo que hubo fue una serie de procesos de conquista por parte de élites dominantes, que dejaron su lengua a los pueblos sometidos. ¿Habría sucedido algo semejante cuando comenzó a extenderse el tronco común indoeuropeo?

La cuestión es que todos los estudios más optimistas, desde los lingüísticos hasta los arqueológicos, sugieren que un conjunto de poblaciones que hablan lenguas estrecha y orgánicamente relacionadas entre sí, que desarrollan instituciones similares, comparten una cultura material parecida y sus actitudes vitales tienden a derivar de un origen común. Como quizá habría acaecido con los indoeuropeos. Ahora bien, la pregunta es: ¿por qué se mudarían de sus ubicaciones originales? Las desconocemos, aunque la historia nos enseña que estos movimientos acostumbran a ser consecuencia de crisis de subsistencia o superpoblación, agotamiento de ciertos recursos, atracción de los espacios circundantes, crisis institucional y luchas internas... Sin duda, no existe la posibilidad de aclararlo cuando carecemos de tradiciones o registros escritos. Sin embargo, ante nuestros ojos encontramos la expansión indoeuropea, lo que no presupone, como afirmaron las teorías raciales decimonónicas, la existencia de un imperio indoeuropeo original. Simplemente, un conjunto de poblaciones unidas por una experiencia y una vida histórica común, así como por un parentesco lingüístico, que decidieron abandonar sus hábitats originales para ocupar otras tierras.

Mapa alemán de finales del siglo XIX donde se reflejan, en azul más claro, las áreas dominadas por los indo-arios.

Algunos también han pensado que la expansión de la agricultura estuvo ligada a la difusión indoeuropea. Seguramente, a tenor de la mayoría de los expertos, eso sólo habría sucedido en unas pocas zonas. De hecho, la comparativa de las lenguas indoeuropeas sugiere que sus hablantes eran pueblos más pastores que agricultores, lo que no significa que sólo por ese detalle todos fueran pueblos nómadas, ya que también podemos encontrar una actividad pastoril sedentaria. Parece evidente que la expansión neolítica y la expansión de los indoeuropeos estuvieron separadas por algunos milenios, lo que explicaría la persistencia de un «sustrato» lingüístico preindoeuropeo (recordemos al euskera), cuyas lenguas continuaron hablándose aún después de la indoeuropeización del continente.

LOS TRES GRANDES EPISODIOS DE DIFUSIÓN INDOEUROPEA

Entre mediados del tercero y mediados del primer milenio a. C., la difusión indoeuropea se concretó sobre todo en tres grandes episodios, dos mediterráneos (helénico e italiano) y uno continental (celtas).

En el Mediterráneo estos episodios se desarrollaron mediante un choque de culturas ya evolucionadas y refinadas. En el área helénica, durante aproximadamente un milenio (2350-1400 a. C.) había florecido en la isla de Creta una civilización llamada «minoica» en honor a Minos, su legendario rey, a la que se debe la ya mencionada importación de elementos fundamentales de progreso llegados del Próximo Oriente (metalurgia del cobre, desarrollo comercial, escritura), en particular, los asentamientos de la población en ciudades. Hacia 1450-1400 a. C., después de haber ocupado gran parte de la Grecia continental, los pueblos indoeuropeos, equipados con armas de bronce, destruyeron los palacios de Creta, pero también asimilaron su cultura, de forma que sus tendencias urbanizadoras promovieron la creación de centros de poder indoeuropeos (aquí llamados aqueos) en el Peloponeso griego. Sería esta la llamada civilización micénica, por ser Micenas uno de sus más destacados centros. Comenzaba con ella la primera fase de la civilización histórica genéricamente conocida como helénica o griega.

Como los cretenses, los micénicos tuvieron una notable expansión. Los aqueos son recordados con este nombre también en la Biblia, así como en fuentes hititas y egipcias, siendo protagonistas de un famoso enfrentamiento con los poderes contemporáneos situados en la cercana Anatolia, cuya huella legendaria ha quedado manifiesta en la guerra librada en Troya y en la destrucción de esta ciudad inmortalizada en la poesía épica griega.

Reconstrucción del palacio de Cnosos, el principal centro de poder de la cultura minoica en Creta.

Mapa de la civilización micénica y del Próximo Oriente hacia 1200 a. C.

Los cretenses también permitieron a los aqueos conocer la escritura, que fue aplicada a una lengua protohelénica y constituye la documentación europea más antigua de una lengua indoeuropea. Esta escritura es conocida por los filólogos antiguos como Lineal B. Posteriormente, entre 1200 y 1000 a. C., unos pueblos aún más claramente helénicos, los dorios, esgrimiendo armas de hierro, invadieron el mundo micénico, dando paso a un periodo un tanto difuso conocido como Edad Oscura. Grecia no saldría de este momento, tan escasamente conocido por la ausencia de fuentes escritas, hasta el siglo VIII a. C., cuando el mundo helénico comenzó a desarrollar su fisonomía clásica.

Reconstrucción de la ciudad de Troya para la película Troy (Troya), dirigida en 2004 por Wolfgang Petersen. Desde la Ilíada de Homero hasta la actualidad, la guerra entre aqueos y troyanos ha servido de inspiración para numerosas manifestaciones artísticas.

A Italia habrían llegado los indoeuropeos, junto con otros pueblos, en dos grandes olas principales. Así, en la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo, aparecieron los latinos y, a comienzos del primer milenio, los pueblos umbro-samnitas, a quienes suele denominarse itálicos. Entre la llegada de los primeros y la de los segundos, la península itálica vivió una época de afirmación progresiva, tanto en viejos como en nuevos centros, de tecnologías avanzadas del bronce en primer lugar, y del hierro más tarde. Donde más se notaron los cambios culturales fue en la llanura padana donde, en torno al año 1000 a. C., coincidiendo con el inicio de la Edad del Hierro, surgió la llamada cultura Villanoviana (por el yacimiento de Villanova di Castenaso, próximo a Bolonia). Esta se extendió entre Bolonia y Rímini, la Toscana y parte del Lacio y de la Umbría, más algunos flecos en Campania. El desarrollo de la cultura Villanoviana coincidiría, a partir del siglo VIII a. C., con la eclosión de la civilización etrusca. De los etruscos (tal es su nombre en latín; en griego, tyrrenoi, palabra que también da nombre al mar Tirreno, y en su propia lengua, rasenna) se desconoce el origen. La lengua que hablaban, ciertamente no indoeuropea, parece estar relacionada con alguna otra del Egeo o de Anatolia, lo que indica que se trataría de una civilización foránea, implantada según el historiador griego Heródoto por pueblos llegados del Egeo, o bien, según la teoría más admitida, fruto del desarrollo de los pueblos del lugar, receptores a la vez de algún tipo de influencia cultural (léase lingüística) procedente de Oriente. En todo caso, sin desdeñar las influencias fenicias y griegas recibidas, los etruscos fueron protagonistas de un desarrollo brillante y refinado. Sus energías y habilidades, así como la prosperidad económica que alcanzaron, los condujo a una expansión que, de las áreas originales situadas entre los ríos Tíber y Arno, los llevó a dominar parte del valle del Po, la Italia central (Roma incluida) y parte de la Campania. Italia les debe muchos elementos de la civilización, tanto materiales como culturales, incluido un alfabeto propio de origen helénico, que sería adoptado por otros pueblos de la península y que tendría una considerable difusión. Además, siendo una civilización en la que destacaron mucho las ciudades como lugares de asentamiento, en este sentido dejó una importante impronta en las demás poblaciones italianas.

Mapa de expansión de los pueblos celtas en Europa.

Los celtas como grupo indoeuropeo se expandieron por una vasta área del centro del continente, ocupada en los últimos siglos del segundo milenio antes de Cristo por la cultura de los campos de urnas. Una cultura así designada por la nueva forma de enterramiento utilizada, adaptada a la práctica de la cremación, y que se caracteriza por un fuerte progreso de la metalurgia del bronce. Algo que ha permitido especular sobre una presumible primacía técnica de Europa en ese momento, a la hora de compararla con civilizaciones orientales incluso más avanzadas en otros aspectos. Es por esta razón que se puede empezar a hablar con mayor seguridad, tras los prolegómenos de épocas anteriores, del esbozo de un sistema de comercio a escala continental, que habría unido las áreas europeas relativamente más evolucionadas. No está claro si la nueva cultura de los campos de urnas absorbió aquellos antecedentes de la cerámica cordada y del vaso campaniforme, o bien surgió de dichas culturas. Lo que, en cambio, sí parece evidente es que el desarrollo alcanzado por la metalurgia del bronce ejerció una gran atracción sobre las áreas periféricas, y que su territorio se convirtió en el núcleo de difusión inicial de algunos grupos indoeuropeos destacados, entre los que se encontraban los celtas. Un complejo de gentes que hablaban lenguas del mismo grupo, y que se distribuyeron por toda la Europa central. Se ha discutido sobre si ya entre los siglos XIII y VIII a. C. se habían instalado en Centroeuropa poblaciones protoceltas. Lo que sí parece cierto es que, incluso antes del final del siglo VIII, podemos hablar de celtas. De hecho, su expansión se llevó a cabo con gran ímpetu a partir de principios del primer milenio a. C., coincidiendo históricamente con los primeros momentos griegos e itálicos.

¿La primera batalla documentada en Europa?

«En 1996 tuvieron lugar, en el valle del río Tollense (noreste de Alemania, municipios de Burow y Werder), una serie de hallazgos arqueológicos que permitieron especular sobre la evidencia de una gran batalla entre grupos humanos. Por su datación, hacia 1250 a. C., en plena Edad del Bronce, podría considerarse como la primera batalla conocida acaecida en Europa.

Así, entre la turba y los sedimentos depositados por el río, se han encontrado hasta la actualidad los restos de unos 140 individuos varones, en su gran mayoría de edades comprendidas entre los 25 y 40 años, y de al menos cuatro caballos. Los hombres habrían muerto por heridas de flecha cuyas puntas eran de pedernal o de bronce, cortes acaso provocados por espadas, hachazos, lanzazos y garrotazos. Al no descubrirse apenas otro tipo de objetos, se ha especulado sobre el hecho de que los cadáveres habrían sido despojados de armas, joyas y otras pertenencias. Sólo en algunos casos, la presencia de anillos, brazaletes y otros elementos de prestigio fabricados en oro, bronce y estaño nos hablan de las diferencias en el estatus entre unos combatientes y otros. Los expertos han llegado a calcular que habrían combatido aquí entre 2.500 y 4.000 guerreros, lo que significaría la existencia en la zona de un tipo de organización política bastante desarrollada. Los huesos, a su vez, indican un destacado consumo de leche.