Breve Historia de las Cruzadas - Juan Ignacio Cuesta Millán - E-Book

Breve Historia de las Cruzadas E-Book

Juan Ignacio Cuesta Millán

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"Cuando te vas de viaje a un lugar desconocido, normalmente, te compras una guía que te facilita el moverte por el lugar, conocer a sus gentes y no perderte lo más interesante. Así me planteo yo este libro, si quieres viajar a las "Cruzadas", ésta tiene que ser tu guía." (Web Historias de la historia) "Un apasionante viaje a la Edad Media para conocer los lugares y los protagonistas de las ocho cruzadas en las que, entre los siglos XI y XIII, miles de guerreros cristianos lucharon contra el Islam." (Web Comentarios de libros) Si hubo un comienzo en la brecha entre Oriente y Occidente, fue este. En este libro, Juan Ignacio Cuesta nos propone una completísima guía para entender el fenómeno de las Cruzadas. La novedad de la obra es que introduce la visión de los musulmanes, invadidos y tratados con crueldad por los cruzados que, amparados en la defensa de la fe, escondían velados intereses económicos. Trata el tema con la mayor objetividad y deja al lector un inmenso espacio crítico donde puede elaborar sus propias conclusiones. El libro se divide en tres partes: en la primera de ellas, el autor, nos muestra los antecedentes de las Cruzadas; en la segunda, se nos detallan una por una todas las órdenes militares implicadas; y en la tercera se nos ofrece un panorama completísimo de cada una de las ocho Cruzadas. Completa el volumen un anexo con mapas de las trayectorias de los cruzados y un cuadro en el que se muestra los emblemas, las armas y los escudos de las distintas órdenes militares. Razones para comprar el libro:- Relata la historia de las Cruzadas desde ambas perspectivas. - Contiene una completa descripción de las órdenes militares. - Cuestiona la justificación religiosa de las Cruzadas. - Es un tema de fundamental para comprender las actuales relaciones de Occidente con Oriente Medio.

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BREVE HISTORIADE LAS CRUZADAS

BREVE HISTORIADE LAS CRUZADAS

Juan Ignacio Cuesta

Colección: Breve Historiawww.brevehistoria.com

Título: Breve historia de las cruzadasAutor: ©Juan Ignacio Cuesta

Copyright de la presente edición: © 2009 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: Carlos PeydróMaquetación: Juan Ignacio Cuesta

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN-13: 978-84-9763-216-4

Libro electrónico: primera edición

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la Tierra.

JESÚS DE NAZARET

Una cosa sabemos, su Dios es nuestro Dios.

NOAH SEATTLE, JEFE DE LA TRIBU DE LOS SUQUAMISH

ÍNDICE

Prólogo de Juan Antonio Cebrián:LAS CRUZADAS, LA GRAN EMPRESA BÉLICA DE LA CRISTIANDAD

Introducción

PRIMERA PARTE: ANTECEDENTES

El Apocalipsis y las Cruzadas

Los turcos invaden Tierra Santa

El basileus Alejo Comneno, emperador de Bizancio

SEGUNDA PARTE: LAS ÓRDENES MILITARES

La Orden de San Juan de Jerusalén

La Orden del Santo Sepulcro

Los Caballeros Teutónicos

Los Lazaristas

Los «Pobres Caballeros de Cristo»

Comienza el misterio

El Arca de la Alianza

Las actividades visibles y los saberes ocultos

Simbolismo templario

El fin de la orden

El Processus

Los cargos contra el Temple

Sic transit gloria mundi

TERCERA PARTE: LAS CRUZADAS

La Primera Cruzada (1095-1099)

Primer acto: La vehemencia de Pedro el Ermitaño

Segundo acto: Asedios y conquistas

Epílogo: El primer rey cristiano de Jerusalén

La Segunda Cruzada (1147-1149)

Los turcos recuperan Edesa

La historia se repite

Crónica de un fracaso

La Tercera Cruzada (1189-1192)

Las Cortes del Amor

La campaña de Egipto (1163-1169)

Asesinos y templarios

El león pacta con el zorro

La muerte de un gigante

Un templario disfrazado

La Cuarta Cruzada (1199-1204)

Historia de un saqueo y un fracaso

La persecución de los «hombres buenos»

Un misterio ambiguo

El grial de Valencia

La Quinta Cruzada (1217-1221)

La furia del cardenal

San Francisco ante el sultán

La Sexta Cruzada (1228-1243)

Federico II Hohenstaufen, el amigo de los musulmanes

La Séptima Cruzada (1248-1254)

El error de San Luis, rey de Francia

Ascenso y caída del imperio mogol en Tierra Santa

La Octava Cruzada (1270)

La muerte de San Luis

Después de las Cruzadas

Conclusiones

ANEXOS

BIBLIOGRAFÍA

A Mari Cruz, María y Víctor

A Fernando Jiménez del Oso y a Juan Antonio Cebrián, In memoriam

A Silvia y Alejandro

A los Caballeros del Sertao

A Duende, mi pequeño perrito

A todos los que me aguantan

Prólogo

Juan Antonio Cebrián

presenta

LAS CRUZADAS, LA GRAN EMPRESA BÉLICA DE LA CRISTIANDAD

DURANTE CASI DOS SIGLOS Europa occidental anheló el sueño de conquistar las tierras por las que anduvo predicando Jesús de Nazaret. Entre los siglos XI y XIII se libraron ocho Cruzadas de mayor o menor magnitud en las que miles de guerreros cristianos batallaron contra el Islam en la esperanza de encontrar acomodo relevante en el reino de los cielos. Cada uno de los diferentes investigadores que se han acercado a este impresionante evento histórico ha encontrado momentos y circunstancias que han hecho de tal o cual cruzada su predilecta. En la Primera Cruzada, iniciada formalmente el jueves 27 de noviembre de 1095, seguramente lo que más llamó la atención de los exégetas fue la gran convocatoria efectuada por el Papa Urbano II. La excelente acogida de sus palabras y el fervor religioso de los guerreros de Cristo provocaron la formación de cinco ejércitos convencionales provenientes de Francia, Italia, Flandes…. y uno tan peculiar como extraño integrado por los seguidores de Pedro el Ermitaño, un fraile francés que logró reunir a miles de parias y campesinos conduciéndoles a duras penas a las murallas de Jesusalén, donde, por cierto, apenas llegaron unos pocos. Muchos historiadores prefieren la Segunda en la que participó mi querida Leonor de Aquitania para disgusto de su primer esposo el rey de Francia. En esta ocasión la fogosa occitana se hizo presente en Tierra Santa con más de mil damiselas y plebeyas que hicieron las delicias de la soldadesca. La Tercera Cruzada fue posiblemente la más sonora por la impresionante figura del rey británico Ricardo Corazón de León. Sus batallas contra Saladino y también sus pactos con el posibilitaron paso franco a la ciudad de Jerusalén para los peregrinos cristianos durante los difíciles años de ocupación mahometana. Después, ya en el siglo XII llegaría el resto de empresas santas con menor repercusión y, en muchas ocasiones, culminadas en auténticas catástrofes. Se tomó Constantinopla, sin que supusiera esto mayor defensa de los santos lugares; se masacró despiadadamente a los herejes cátaros, siendo ésta la primera Cruzada que se libró en Europa si no tomamos en cuenta los 780 años de luchas entre cristianos y musulmanes por la Reconquista de la península Ibérica. Más tarde se lanzaría una Quinta Cruzada sobre Egipto con dispar fortuna. La siguiente fue encabezada por Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y las dos últimas las protagonizó el malogrado rey francés San Luis quien, sin acierto, acabó sus piadosos días en las costas norteafricanas de Túnez. Corría el año de 1270 y se podía dar por finalizada una etapa en la que religión y fanatismo lo habían dominado todo. No se consiguió preservar ni uno solo de los santos lugares, pues el último bastión cristiano en Oriente constituido en San Juan de Acre fue sitiado y tomado por los otomanos en 1291 tras la gesta del templario Roger de Flor, quien con su escuadra logró evacuar a miles de cristianos de Tierra Santa. En definitiva, las Cruzadas suponen la mayor epopeya militar del medievo con capítulos vergonzantes tales como una «cruzada» en la que se envió a la muerte a miles de niños los cuales, a fe de los fundamentalistas líderes religiosos de la cristiandad, creían, dada su pureza, que conquistarían Tierra Santa por intercesión divina, sin mayor imposición de los infieles sarracenos. Como es sabido, este suceso acabó con la vida de miles de pequeños y el resto fue esclavizado o se perdió en el intento.

Bueno será, por tanto, que nos acerquemos a ellas de una forma tan didáctica como amena gracias a la obra que usted tiene en las manos. Su autor Juan Ignacio Cuesta es un profundo conocedor de esta etapa tan fundamental para nuestra cultura dedicando muchos años de su vida al estudio de aquellos brumosos siglos. Por otra parte, sé bien lo que digo ya que es amigo personal y, en tantas conversaciones como hemos mantenido, he llegado a la convicción de que me encuentro ante un templario renacido en nuestro tiempo. Su sabiduría humanista deja perplejo al más versado y no es difícil sonreír con admiración ante su magisterio esclarecedor de tantos enigmas. Bacterio, como cariñosamente le llamamos los allegados, es un ser humano pleno, curioso ante el mundo que le rodea y soñador de tiempos remotos en los que sin duda participó de manera activa. Les invito a conocer su discurso sobre estas emocionantes centurias. Seguro que tras la lectura de la obra sentirán deseos irrefrenables de emular a todos aquellos que ciñeron sus armaduras en el deseo de mejorar la vida que les rodeaba. Es más que probable que alguno de ustedes visite Tierra Santa, siendo este libro el perfecto complemento para el viaje. Háganlo y que el espíritu de los caballeros templarios proteja su peregrinaje hacia uno de los lugares más sagrados del planeta Tierra.

Juan Antonio Cebrián

  20-10-2007

— in memoriam —

INTRODUCCIÓN

POITIERS ES UNA BELLA CIUDAD FRANCESA, pero no siempre es posible disfrutar con su contemplación; suele estar difuminada por la lluvia, las brumas y a veces la actual contaminación. Posiblemente éste era el aspecto que presentaba la mañana del año 732, cuando Carlos Martel, el mayordomo de palacio de los reyes merovingios y abuelo de Carlomagno, tomó el mando de un ejército dispuesto a detener a los musulmanes y les infringió su primera gran derrota. La fuerza de choque empleada más notable fue la caballería pesada, gracias a una potencia estremecedora (era la primera vez que se veían caballos pertrechados con sus brillantes armaduras metálicas). Podemos considerar este hito histórico como un primer momento en el que empezaron a darse las condiciones que llevarían años más tarde a convocar las campañas militares de conquista (y algo más) que llamamos Las Cruzadas.

No solamente fueron episodios bélicos, también dieron lugar a la apertura de nuevas rutas comerciales y, como consecuencia, significaron la migración masiva de europeos en momentos especialmente conflictivos, determinados por miedos milenaristas y una gran precariedad en que vivían las clases más humildes del mundo feudal.

Por extensión, también puede emplearse el término cuando nos referimos a otros hechos semejantes, aunque con objetivos distintos que el de conseguir la custodia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Por ejemplo, la Cruzada contra los Cátaros acaudillada por Simón de Monfort, o la Reconquista de la península Ibérica, en manos musulmanas desde el año 711. Sin embargo, cuando escuchamos hablar de ellas, nuestra mente nos lleva habitualmente a asociar la palabra con las ocho más famosas, que son las que denomina más propiamente.

Pero no son los únicos acontecimientos que tuvieron lugar al principio de la Baja Edad Media. Una serie de movimientos sociales influyeron a su vez en el desarrollo de la historia, aunque no estaban conectados entre ellos claramente. Su conocimiento es fundamental para poder analizar bien algunos fenómenos que hoy día están delante de nosotros. Vestigios de un pasado turbio, pero glorioso. Citaremos algunos. Las peregrinaciones; la construcción de las catedrales; los avances y retrocesos que significó el choque frontal entre dos religiones y civilizaciones casi irreconciliables y en distinto grado de evolución cultural; la lírica y música trovadoresca; el papel de las órdenes militares, sobre todo la mítica, enigmática y controvertida historia del nacimiento, desarrollo y caída de la Orden del Temple…; fue desde luego un tiempo fascinante que significó el final del viejo mundo y la llegada del Renacimiento, y con éste, el mundo moderno.

Haremos un viaje en el tiempo para visitar lugares y conocer a sus protagonistas, muchos de ellos nimbados posteriormente por el romanticismo con auras heróicas, aunque en realidad algunos personajes, aparte de ser brutos y ambiciosos, carecían de virtudes y sí exhibían una codicia insaciable. El hecho de que la Iglesia los ensalzara como a héroes de la causa de la fe no les priva de ser criticados en los aspectos que más lo merecen. Además, hoy día que está tan candente un cierto conflicto entre musulmanes (árabes o no), y cristianos, un repaso a todo cuanto sucedió entonces nos puede dar las claves interpretativas de lo que ahora mismo sucede en el mundo, avivado por el 11 de septiembre y el atentado contra las Torres Gemelas de Manhattan. El actual terrorismo islámico encuentra éstos y otros argumentos históricos para justificar sus acciones. Así invocan supuestas afrentas muy antiguas que, aunque en occidente recordamos con cierta lejanía, para ellos siguen sin saldar. Son presentadas a los estudiantes en las madrasas islámicas con el único fin de alimentar el odio y la violencia de muchos hombres, tanto jóvenes como maduros, hacia quienes consideran los herederos de los papas, clérigos, monjes, caballeros y soldados medievales, a quienes convocaban y animaban normalmente, tanto su líder espiritual que ocupaba en el momento el Trono de San Pedro en el Vaticano, como reyes y señores ávidos de riquezas y prestigio.

Les damos nuestra bienvenida a este recorrido por un período de la Edad Media que merece conocerse para entender algunas claves del mundo en el que vivimos hoy.

El autor

EL APOCALÍPSIS Y LAS CRUZADAS

UNO DE LOS LIBROS MÁS POPULARES durante la Alta Edad Media fue sin duda el Apocalipsis, escrito por San Juan Evangelista en la isla de Pathmos siendo anciano. Su fin es, a través de símbolos de oscuro significado, surrealistas e incomprensibles para casi todo el mundo, mostrarnos cómo será el anunciado fin de los tiempos. Según se afirma, una de las principales señales que permitirían a los hombres saber que el evento estaba cercano sería el advenimiento del «Anticristo», encarnado en la «Gran Bestia». Muchos creían que tal cosa sucedería en los alrededores del último día del año 999. Al día siguiente, vivos y muertos resucitados, acudirían en masa obligatoriamente al «Valle de Josafat», donde rendirían cuentas ante el arbritrio divino en un terrible, temido e inexorable «Juicio Final». Habría llegado el fin de la Historia.

Aquello no sucedió en aquella fecha, es obvio, y la explicación sería que «Dios había escuchado las oraciones suplicantes de santos y hombres justos, aplazando el fin». Así salieron del paso los sofistas de entonces.

Su influencia fue notable, puesto que el orbe cristiano identificaba a este ser numinoso con alguno de los caudillos musulmanes que luchaban con ahínco para introducirse en Europa y conquistar sus reinos por la fuerza de las armas. Entre ellos destacó en España el legendario general de ascendencia yemení nacido en Torrox (Málaga), Abu Amir Muhammad ibn Abi Amir al-Mansur, más conocido como Al manzor (también al-Mu'yyad bi-llah —el que recibe la asistencia victoriosa de Allah—).

Consciente de ello y deseando frenar la expansión sarracena, el rey asturiano Alfonso II el Casto encontró unos años antes un arma propagandística que puso al servicio de sus intereses. Un monje de San Martín de Turieno (hoy Santo Toribio de Liébana), el abad Beato, famoso por ser el autor de los Comentarios al Apocalipsis de San Juan —también conocido como Beato de Liébana—, escribe un himno litúrgico dedicado a un rey precedente, Mauregato. En él se habla de Santiago el Menor, como Patrón de España, y se afirma que fue su evangelizador. De forma «milagrosa», años después, en el año 813 aparece el presunto sepulcro del Apóstol, lo que llevó a numerosos cristianos a convertirse en peregrinos para visitarle y conseguir con su penoso viaje la indulgencia para sus pecados. Esta coincidencia, un tanto sospechosa, permite pensar que las peregrinaciones a Santiago de Compostela en realidad fueron utilizadas en un primer momento como forma de incrementar la presencia de cristianos en una amplia región fronteriza difícil de defender con las escasas tropas de que se disponía. En definitiva fue una migración inspirada por el más riguroso pragmatismo.

Poco a poco va creándose un ambiente propicio para convocar las Cruzadas. Tengamos en cuenta que el mundo medieval tiene sus propias reglas, difíciles de comprender desde la óptica de nuestro tiempo. Siguiendo a Georges Dubi (Guerreros y campesinos: desarrollo inicial de la economía europea, 500-1200), la mayor parte de la población en la Alta Edad Media vive cultivando las tierras de los señores feudales, quienes les imponen una disciplina directamente basada en la doctrina cristiana. Esta establece que Dios es un ser que da premios y castigos eternos tras la muerte en función de la obediencia a sus mandatos, emitidos a través del clero y de las autoridades. El poder viene de lo más alto y legitima a quien lo posee por linaje o por la lealtad a su señor, al que conviene tener muchos súbditos sumisos y dispuestos siempre a luchar decididamente a favor de su causa.

Una de las ilustraciones de los Comentarios al Apocalipsis (correspondiente al Beato de Liébana de San Miguel de Escalada). El más famoso códice medieval.

Se produce así el aumento exponencial de la población que hacen peligrar los suministros de alimentos, y una buena solución es mandar a la gente a conquistar nuevas tierras, aunque sea a costa de su vida, peleando en masa contra los «enemigos de Dios» (y por tanto de la cristiandad). Y nada mejor para ello que encontrar un estímulo suficientemente convincente.

Por entonces, las peregrinaciones se habían convertido en una forma de vivir para muchos, que sentían la obligación de visitar los grandes lugares santos, como eran Santiago de Compostela, Roma y, sobre todo Jerusalén, cuna del mismísimo «Hijo de Dios». Para llegar allí por tierra era necesario rodear el Mediterráneo y pasar por Constantinopla (Bizancio), donde estaba la sede del Imperio Romano de Oriente.

Ya se habían superado los temores del Primer Milenio, y la actual Estambul era destino y origen a su vez de muchas rutas comerciales. A su cabeza estaba Basilio II Bulgaroktonos (el «matador de búlgaros»). Corría el año 1014, cuando, harto de los ataques por sorpresa de Samuel, rey de Bulgaria, señor de la fortaleza de Ohrid (un bastión inexpugnable), decidió responderle, venciéndole en la batalla del Valle de Struma, cerca de Salónica. Capturó 15.000 prisioneros.

De un modo que hoy día sería inaceptable, pero que entonces se utilizaba frecuentemente y con naturalidad, dejó ciegos a todos menos a 150. Cada uno de los que se libraron perdió un ojo, y tuvo que conducir a los demás en grupos de cien.

Al verlo, Samuel murió de un ictus (derrame) cerebral. Esta historia no viene descrita en el Apocalipsis, pero parece un verdadero castigo divino. A veces los hombres, para reafirmar su poder, han mostrado comportamientos ciertamente brutales.

Los turcos invaden Tierra Santa

TRAS LA MUERTE DE BASILIO, comienza una época de debilidad de Bizancio que terminará con una nueva invasión, esta vez, bajo el mando de Selyuk. Los turcos «selyúcidas», recién incorporados al Islam, avanzaron hacia el sur, entrando en Siria y Palestina. Las ciudades fueron ocupadas paulatinamente. En 1070 entraron en Jerusalén y, un año después, el ejército imperial cayó bajo sus armas en la batalla de Manzikert, donde Diógenes el Griego fue hecho prisionero. El Imperio tuvo que desprenderse de gran parte de Asia Menor. Antioquía fue incorporada en 1084. En 1092 los cristianos habían perdido todas las ciudades importantes en aquella región que ahora estaban ocupadas por las autoridades turcas, que controlaban todo gracias a un poderoso ejército.

Los peregrinos, empeñados en acudir a los Santos Lugares, cosa que constituía una obligación ineludible, sufren con este cambio, puesto que los nuevos dueños y controladores del territorio estaban frecuentemente poco atentos a facilitarles las cosas, cuando no interesados en aprovecharse de la situación. La inseguridad en los caminos, los muchos «controles» en los que los cristianos eran despojados de sus bienes, la constante presión que hacía que muchos no pudieran llegar a su destino o fallecieran en el viaje fue constante y un problema irresoluble. A veces fueron víctimas de torturas, secuestros y todo tipo de vejaciones. Estos musulmanes recién llegados no se vieron obligados a facilitarles las cosas a los cristianos. El resultado fue que acudir a visitar el Santol Sepulcro se convirtió en algo muy difícil y peligroso, lo que acentuaba los enormes sufrimientos provocados por la falta de alimentos y agua, además de enfermedades entonces totalmente desconocidas para ellos.

Izquierda y derecha: El ejército turco era entonces el más poderoso de Asia Menor. Las ilustraciones recreaban las batallas con las que ocuparon muchas ciudades de Bizancio. Hacía poco tiempo que se habían convertido al Islam.

Los iconos bizantinos son la expresión artística más genuina de todas cuantas se realizaron en esta parte del mundo en la época de las Cruzadas. Su contenido se refiere siempre a elementos cristianos.

Por otra parte, los turcos, aunque coincidían en creencias y prácticas religiosas con sus enemigos más cercanos, eran un pueblo belicoso e intolerante con una necesidad importante de invadir otros territorios aledaños. Creían que acosar a sus vecinos y a los peregrinos garantizaba su seguridad. Establecieron así un complejo sistema de vigilancia para evitar el constante riesgo de contaminación con todos los demás. La sensación de inseguridad que tenían les hizo ser mucho más duros y crueles de lo que realmente les hubiera sido necesario.

Las noticias sobre este estado de cosas se conocieron en Occidente, y poco a poco, reyes, señores, soldados, estamentos religiosos y gran parte del pueblo llano tomó conciencia de que era necesario hacer algo para frenar la expansión de los «infieles», que empezaban a ser una amenaza importante. El peligro que significaban para el flanco sur del cristianismo los musulmanes de la península Ibérica empezaba a inquietar a todo el mundo. Una frontera tan cercana entre las culturas europea y asiática resultaba intolerable política y militarmente, en un momento en que la presión demográfica permitía tener a disposición gente dispuesta a luchar por una buena causa.

El basileus Alejo Comneno, emperador de Bizancio

LA GRAN FIGURA QUE PARARÍA los intentos de expansión turca fue el general Alejo Comneno, que asumió la responsabilidad de parar a los invasores. Sin embargo, sus tropas eran realmente escasas desde la época de la muerte de Basilio Bulgaroktonos. No tuvo más remedio que buscar a poyos externos. Debían venir más soldados aunque fueran extranjeros. Lo más conveniente sería reclutar un ejército capaz de hacer retroceder a sus enemigos. Según el mandatario, los mejores eran los normandos, unos fieros guerreros que habían peleado en la conquista del reino de Inglaterra en 1066, incluso expulsado a los mismos bizantinos del sur de la península Itálica.

Alejo I Comneno. Mosaico de la iglesia de Santa Sofía.

Hay que considerar que, en temas militares, a veces resulta conveniente tratar de convertir a nuestros peores enemigos en amigos útiles y razonablemente leales, imitando la astucia de sus antecesores, los grandes estrategas de la Roma imperial.

Varios emisarios partieron como embajadores ante el Papa Urbano II, en busca de facilidades para el reclutamiento de las gentes, gracias a su gran experiencia adquirida cuando promulgó la «Tregua de Dios». Esta consistía en no combatir desde la tarde del miércoles hasta la mañana del lunes.

La primera medida instaurada por el pontífice fue convocar el Concilio de Piacenza en 1095. Se encargó la presidencia civil al rey Enrique IV, cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico. Este presionó para impedirlo, porque tenía un mejor candidato para ocupar el «Sillón de San Pedro», más conveniente para sus intereses. Así se impediría ayudar al basileus bizantino, que lo que realmente obtuvo fue una invasión de desarrapados que luego los enemigos llamarían los infranyat, ifrany, farany o, más comunmente, los frany (en árabe los franceses).

El papa Urbano II, iniciador de las Cruzadas, recibe al rey de Aragón Pedro I. Fresco en el Vaticano.

Desde luego, no era eso lo que esperaba, con lo que sus planes se frustraron, con gran decepción por su parte. La «chusma» que venían tenía tan mala fama, que intentó quitárselos de en medio lo más pronto posible, estimulándolos para que estuvieran el menor tiempo posible y continuaran camino de Jerusalén.

Los turcos fueron quienes se encargaron de «neutralizarlos», exterminándolos, esclavizándolos o vendiéndolos como mano de obra. La precipitación y la improvisación de Pedro el Ermitaño, el furibundo propagandista que se puso a la cabeza de este primer escarceo, fue una de las causas de que la primera y segunda expediciones del «ejército del pueblo» cayeran casi por completo cuando se produjo el desastre de Xerigordón.

Sin embargo, el altivo Alejo Comneno era un emperador oriental-greco-romano influyente, prestigioso y muy inteligente, sobre todo.

El escritor Amin Maalouf nos lo describe como «quincuagenario, de menguada talla, ojos chispeantes de malicia, barba cuidada, modales elegantes, siempre cubierto de oro y ricos paños azules,… que tenía fascinado completamente al rey Kiliy Arslan, hijo de Suleimán su enemigo turcómano… Como todos los guerreros nómadas, sueña con conquistas y pillajes.»

No debiera extrañarnos entonces que, asustado por un «ejército» tan poco fiable, o sea, casi más peligroso para él que el de sus enemigos naturales, lo mandara a su suerte, un desastre seguro. Es sin duda el responsable del desastre del arranque de la Primera Cruzada. No porque lo quisiera así, sino que se vio obligado a ello por las circunstancias y el pragmatismo. Si la organización política de la Europa de aquel tiempo hubiera sido distinta, probablemente hubiera recibido las tropas que necesitaba, y la primera gran maniobra militar en contra de los turcos hubiera tenido más éxito.

Alejo no consiguió la ayuda de sus vecinos y supuestos amigos, pero el papel de Bizancio como lugar estratégico e intermedio entre dos mundos siguió siendo decisivo, sobre todo facilitándole las cosas poco más tarde al auténtico vencedor y héroe del «segundo acto» de la Primera Cruzada, Godofredo de Bouillón.

Su premio por ser más sensato, ponderado y mejor guerrero que quienes se dejaron llevar por un entusiasmo desmedido, y una excesiva confianza en recibir ayudas desde instancias sobrenaturales, fue conquistar por fin Jerusalén, y con ello todos los centros simbólico-religiosos de la ciudad más santa para cristianos y judíos, pero también para los musulmanes.

Godofredo de Bouillón asalta Jerusalén en una ilustración medieval de autor desconocido.