Piedras Sagradas - Juan Ignacio Cuesta Millán - E-Book

Piedras Sagradas E-Book

Juan Ignacio Cuesta Millán

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Beschreibung

A lo largo de toda la humanidad, los lugares de culto y veneración de los dioses y fuerzas sobrenaturales, se han construido de piedra y en lugares especialmente sensibles que conectan los más duro y lo más etéreo de la realidad.Existe un dato que es incontestable en la actualidad: debajo de infinidad de templos, ermitas, monasterios y catedrales existen otros tantos recintos paganos, dedicados también a la divinidad o a otros poderes sobrenaturales. La explicación a esta tendencia del ser humano a construir sus edificaciones sagradas sobre otras no depende sólo de un impulso a mostrar la hegemonía de la religión vencedora sobre la vencida, también habría que considerar que esas edificaciones se encuentran sobre lugares que tienen algo especial, una energía sutil que el hombre percibe casi inconscientemente y que le hace determinar que se encuentra sobre un emplazamiento peculiar. Piedras Sagradas recorre estos monumentos dedicados a las distintas divinidades y muestra relación de algunos de ellos con las fuerzas telúricas, con energía tectónica amplificada, que convirtió los lugares en donde se levantan estos monumentos en lugares especiales. Pero no acabará ahí el análisis de Juan Ignacio Cuesta ya que mostrará también el efecto contrario, cómo la piedra que compones algunos de estos lugares, ha sido cargada con la energía de los acontecimientos que allí ocurrieron. Así, en Stonhenge, en el Taj-Majal, en Machu Picchu, en Petra o en la Alhambra, por citar sólo algunos de los monumentos que trata, la piedra nos trasmitiría la historia de las sensaciones de los hechos más importantes que allí acontecieron. Clasifica el autor estos monumentos en función de sus características físicas, espirituales, su especial localización, su uso en la antigüedad y su relación con las redes energéticas de las que antes hablamos.

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Colección: Historia Incógnita www.historiaincognita.com
Título: Piedras Sagradas Subtítulo: Templos, pirámides, monasterios y catedrales. Arquitectura sagrada y lugares de poder Autor: © Juan Ignacio Cuesta Millán
Copyright de la presente edición: © 2007 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla, 44, 3º C, 28027-Madrid www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez Coordinador editorial: Teresa Escarpenter
Diseño y realización de cubiertas: Rodil & Herraiz Diseño de interiores: jicmEdición digital: Grammata.es
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-406-9Libro electrónico: primera ediciónFecha de edición: Julio 2007
«Tú quitaste las piedras, y tú las pusiste. Tú sabras por qué.»
A Mari Cruz, a los chicos, a mi perro Duende.A todos cuantos pueda interesar lo que aquí se dice.

Índice

INTRODUCCIÓNLA VIDA, EL GRAN ENIGMALO MÁGICO Y LO SAGRADOEL RECINTO DE PODER, AMPLIFICADOR DE ENERGÍAUN PASEO POR LA HISTORIALA INFANCIA DEL HOMBRELOS CLÁSICOSLA OSCURA EDAD MEDIAEL IMPERIO DE LA RAZÓNLA NUEVA ESPIRITUALIDADCLASIFICACIÓN DE LOS RECINTOS SAGRADOS Y MÁGICOSCARACTERÍSTICAS FÍSICASCARACTERÍSTICAS ESPIRITUALESCLASIFICACIÓN EN CUANTO A LA LOCALIZACIÓNEN CUANTO AL USOREDES ENERGÉTICASLA CLAVE DEL ENIGMALUGARES DE PODER EN EL MUNDOPREHISTORIAChauvetVale do CôaLascauxTassili-n-AjjerLAS PRIMERAS CIUDADESJericóÇatal HüyükMariJerusalénEGIPTOZoserGizehDenderaAbu SimbelGRECIACumasDelfosETRUSCOS, NABATEOS, FENICIOS Y ROMANOSEtruscosNabateosFeniciosRomanosENTRE LAS BRUMAS DEL ATLÁNTICOStonehengueNewgrangeCarnac / AveburyAntas de ElvasSANTUARIOS DEL ISLAMLa MecaTaj MahalJerusalénIspahanEL RECINTO CRISTIANOClunyCiteauxClaravalDIOSES LEJANOSMohenjo DaroTeotihuacánChichén ItzáPalenqueMachu PicchuLA TRIBU DE MESA VERDELOS PEREGRINOS SOBRENATURALEST’ai ShanKatmandú / ShambalaEl jardín ZenLUGARES DE PODER EN ESPAÑALOS CONOCIDOSLa iglesia de la Vera CruzEl Monasterio de SusoLa Alhambra de Granada y el GeneralifeToledoEl Camino de SantiagoEl Monasterio de El EscorialMontserratLOS DESCONOCIDOSLa Cueva de los CasaresLa Cova del ParpallóEl ídolo de Peña TúEl santuario de ConquezuelaLa Cuevas de los Moros de PastranaLa Ermita templaria de Río LobosEl Desierto de BolarqueEl enigma de RecópolisEl Priorato de San Frutos del DuratónCívicaARQUITECTURAS SAGRADASEl Románico, silencio y sencillezEl Gótico, luz y símboloEpílogo: EL HOMBRE, CENTRO DEL UNIVERSOBIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
¿PIEDRAS SAGRADAS? ¿Cuántas de ellas han sido tocadas por lo divino? ¿Podría considerarse idólatras a quienes creen que en el reino mineral hay entes espirituales a los que se debe ren- ¿dir culto y adoración? La piedra es el representante genuino de la solidez, y por ende, de lo tangible, de lo que se puede tocar, coger con las manos y llevar de un lado a otro. Es una materia compacta que podemos utilizar y manipular de diversas formas según nuestros intereses. No hay duda de que fue el material con el que la Humanidad levantó sus primeros hogares y santuarios. Por tanto acompaña a lo más íntimo del hombre desde tiempos inmemoriales.
Tras salir del antro que le gestaba, cálido y protegido, el homínido era recibido por un mundo constituido en gran parte por piedras que cumplían diversas funciones. Unas servían como abrigo; otras, como utensilios; otras se transformaban en armas destinadas a la defensa o a la agresión; otras eran la losa bajo la que descansarían sus restos más tarde o más temprano, tras el último suspiro que les transportaría a un mundo distinto del físico; muchas adoptarían la forma visible de sus dioses tutelares.
Se han construido con piedras los más admirables santuarios. No por casualidad, sino porque eran materiales tangibles, abundantes, manipulables y poderosos. Lo sagrado, lo que el hombre considera por encima de sí, lo que relaciona con su condición trascendente, se manifiesta físicamente adoptando multitud de formas, para las que las piedras son el soporte en muchísimas ocasiones. Y lo van a seguir siendo en el futuro. Por esto muchas de ellas tienen carácter mágico y sagrado, tanto en su condición de materiales con los que se construyen las moradas de los dioses, como por ser receptáculos de nuestra naturaleza espiritual. Además, están repartidas por todos los rincones de la Tierra, unas en sitios recónditos y desconocidos, y otras en grandes espacios, a la vista de todos.
Algunas son de tamaño gigantesco, otras, pequeñas y discretas. Abundan las que han quedado ocultas por el tiempo, sirviéndose de la maleza, la arena transportada por el viento, o la desidia de los hombres. Otras, han sido reutilizadas multitud de veces para otros menesteres distintos de los originales. Tanto que en numerosos santuarios, tanto cristianos como de otras religiones, los altares fueron los mismos donde se adoró y rindió culto a dioses de los panteones paganos.
Encontraremos piedras sacras en cualquier sitio a donde vayamos. Por eso debemos abandonar la idea soberbia de que estamos ante simple materia, grosera e impura, y contemplarlas con el respeto debido a la sensibilidad de quienes las reconocieron. Cada una tiene una historia que contar, sobre sí misma, y sobre los hombres que las incorporaron a su vida, empleándolas de diversos modos y realizando con ellas modificaciones admirables. Y, por supuesto, también hablan acerca de la naturaleza de los grandes dioses y sus cortes, de los pequeños diosecillos, entidades y submundos,... o cualquier otro ente espiritual que se nos ocurra.
Piedras sagradas que nos acompañan desde el nacimiento a la cuna. Si no existiesen, tampoco nosotros hubiéramos existido nunca, porque, aunque resulte tan escandaloso como lo fue el descubrimiento de nuestro pasado simio, nuestra estructura es semejante a la de las piedras.
Juan Ignacio Cuesta
RESOLVER EL MISTERIO del origen de la vida en el planeta Tierra preocupa al hombre casi desde que evolucionó desde sus precursores simios. Los primeros seres vivientes admitidos por la ciencia son las cianofitas, unas algas azules unicelulares sin núcleo, que se arraciman formando filamentos. Aparecieron a finales de la era arqueozoica en los mares que aún estaban muy calientes, junto a otras bacterias muy simples (aproximadamente hace unos 3.500 millones de años). A pesar de ser organismos tan antiguos, siguen acompañándonos, sin casi experimentar modificaciones, en lugares tan cercanos como el agua de nuestras peceras, donde forman una telilla muy fina verde o rojiza. Gracias al aporte de oxígeno que proporciona la función clorofílica de estos organismos, la atmósfera exterior a los océanos, donde ya estaban presentes metano, amoníaco e hidrógeno, fue alcanzando la calidad adecuada para permitir la aparición de vida diversificada. Los rayos de las permanentes tormentas fueron ionizando esta mezcla, produciendo grandes cantidades de ozono (O 3 ), responsable de detener los rayos ultravioleta. Gracias a esto, los organismos primitivos pudieron vivir, multiplicarse de modo exponencial y evolucionar paulatinamente hacia otras formas superiores.
En 1953, Stanley L. Miller y Harold C. Urey, investigadores de la Universidad de Chicago, realizaron un experimento que permitió comprobar esta dinámica. Recrearon las condiciones de la atmósfera primitiva en un matraz, introduciendo agua y los gases mencionados (CH 4 , NH 3 , H 2 y H 2 O). Luego, en esta «maqueta» del caldo primigenio, hicieron saltar chispas eléctricas de alto voltaje. Al cabo de algún tiempo observaron la aparición de largas cadenas orgánicas –carbonadas– que se unían unas con otras formando aminoácidos. Cuando se juntan varios de ellos en una molécula, aparecen agrupaciones denominadas péptidos (de 1 a 5), oligopéptidos (de 5 a 10) y polipéptidos (hasta 50). Por encima de este número, ya hablamos de proteínas, biomoléculas compuestas por carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno. Algunos tipos pueden contener también azufre, magnesio, cobre, hierro y fósforo.
Esquema básico del experimento de Miller y Urey, buscando cómo pudo ser la génesis de la vida.
Severo Ochoa y A. Kinberg recibieron en 1959 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus descubrimientos sobre la biosíntesis de los ácidos nucléicos, relacionando directamente las proteínas con la aparición de las células destinadas a formar organismos.
En 1961, el ilerdense Juan Oró, profesor de la Universidad de Houston, defendió la teoría del origen extraterrestre de los materiales que dieron lugar a la aparición de la vida. Habrían llegado en el hielo de los cometas. Al fragmentarse y caer sobre la Tierra, y por efecto del gran calor reinante, se deshelaron y dieron lugar a la aparición de las primeras masas de agua. Estos fragmentos eran portadores de grandes cantidades de carbono y otros minerales que dieron lugar a la aparición de las primeras cadenas orgánicas. Sus hipótesis se vieron confirmadas en el transcurso de sus experimentos posteriores, como la obtención de la primera síntesis prebiótica del nucleótido Adenina, a partir de cianuro e hidrógeno. Junto a Timina, Citosina y Guanina, constituyen la «biblioteca de programas» que realizan tareas necesarias para la génesis y diferenciación de los seres vivos. En efecto, los aminoácidos que aparecieron en la «Ampolla de Miller», se definían por secuencias de un trío de nucleótidos, conocidos como genes, responsables de las diferencias que se dan entre los seres vivos.
Según el biólogo español Juan Oró, profesor de la Universidad de Houston, la vida tiene origen extraterrestre. Vino en la cola de los cometas.
Creación, evolución y diversificación han conseguido que la Tierra, sometida a la influencia y los aportes de un universo lleno de misterios, se haya convertido en el único planeta habitado que conocemos por ahora. Son realmente los escultores, desde la era arqueozoica, de la rica multiplicidad de seres que pueblan una estrecha franja llamada biosfera. Una casa en la que sus habitantes han ido enriqueciéndose lenta y machaconamente, dotando a sus células de tareas específicas, responsables de la regulación, supervivencia y extensión de la vida. Es el denominado «código genético». El «software» –recurriendo a la jerga informática– del que se valen los organismos para perpetuarse. Sus programas tienen multitud de fragmentos; de unos conocemos la función; de la mayoría no sabemos nada y constituyen el mayor misterio que rodea al ser humano. Posiblemente ocultan la clave de la curación de muchas enfermedades que conducen al dolor y la muerte. Este conjunto de rutinas automáticas imprescindibles muestra frecuentemente un carácter frágil, inexacto, aparentemente injusto y caprichoso. Un inexorable determinismo, incomprensible y ciego. Los errores genéticos son los responsables de la fragilidad de los seres vivos, zaheridos por las debilidades que les acompañan desde el nacimiento y conducen a la muerte en un período más o menos dilatado. Los temidos procesos cancerosos que no han sido originados por causas medioambientales (trabajar con amianto, exponerse al sol excesivamente, una mala alimentación, accidentes, uso y abuso del tabaco y del alcohol, etc.) son de naturaleza degenerativa originada por un deficiente funcionamiento del sistema, tanto si hablamos de hombres como de animales y plantas, sujetos como nosotros a distintas tumoraciones.
Sin embargo, y a pesar de todo, los humanos han sido capaces de desarrollar un instrumento que ha permitido hacerles transitar de «primate feliz», a «bípedo pensante», una impresionante y desconocida herramienta: el cerebro, que no sólo es el regulador de todo, sino que proporciona al hombre consciencia de su condición de ser vivo. Curiosamente, no hay diferencia esencial entre aquel que permitió bajarse del árbol al homínido, y el que hoy ha concebido y desarrollado los ordenadores. Sin embargo sus limitaciones para interpretar y procesar correctamente la gran cantidad de mensajes que recibe por la vía de los sentidos, le han conducido frecuentemente a conclusiones erróneas.
Algunos piensan que el Paleolítico fue una Edad de Oro, la mítica Arcadia feliz en la que todo dependía de unas leyes naturales particularmente benignas. Sin embargo, nuestros abuelos estaban sometidos a una vida azarosa, e interpretaban el mundo con claves incorrectas. Las investigaciones arqueológicas y la antropología nos muestran a los hombres como una especie débil y desvalida en medio de un mundo extraordinariamente agresivo. Entendían que sus dificultades tenían su origen en entes fabulosos dotados de fuerzas negativas de carácter caprichoso e impredecible, que sólo en ocasiones actuaban positivamente. Les asignó desde el principio historias dramáticas que respondían a sus creencias, atribuyéndoles grandes poderes. Así se dio la paradoja de que los dioses, una construcción intelectual del propio hombre, terminaron por dominarle.
Entonces fue necesario crear intermediarios para controlarlos; individuos singulares, llamados chamanes, brujos o sacerdotes, que se asociaron constituyendo grupos cerrados. Así nacieron dos formas distintas de relación con lo extrahumano: magia y religión.
Las cavernas fueron la primera vivienda del hombre, el primer hogar donde encontró lo imprescindible: abrigo, temperatura constante y defensa efectiva contra los depredadores que les acechaban como una presa más. En la oscuridad de sus antros es donde comenzaron a dejar huella de la experiencia de sus enfrentamientos con las fuerzas de la naturaleza y sus esfuerzos para dominarlas.
Sus primeras representaciones nos hablan de los animales que era preciso cazar para satisfacer regularmente una de sus tres necesidades básicas: la de nutrición. Junto a la de perpetuación de la especie y la de supervivencia, son programas firmemente instalados en el código genético desde nuestra etapa animal. Además, la pieza cazada no sólo era alimento, sino también fuente de piezas de abrigo y de herramientas de hueso.
El hombre primitivo dibujó a los animales en un acto de magia simpática, buscando doblegarles mediante su representación, que adquirió caracteres sagrados. Este ejemplo es un cérvido del parque arqueológico de Villar del Humo, en la provincia de Cuenca.
Podemos considerar que estas fueron las primeras deidades que trazaron aprovechando las paredes de sus santuarios para propiciar suerte y prosperidad en la caza. Con su ayuda podrían aprovisionarse, según creían, de todo lo necesario poder sobrevivir en aquel mundo lleno de peligros y carencias. Esta práctica ritual, que deposita en un dibujo el poder y el dominio, se llama magia simpática.
Las toscas líneas que arañaban las paredes empezaron a hacerse poco a poco más esquemáticas, y de paso constituir la prueba documental del segundo paso más importante que dieron los hombres para ser gestores y dominadores exclusivos de la creación, tras haber pasado de ser animales arborícolas a homínidos erguidos.
La abstracción, una capacidad exclusiva del ser humano para sustituir las cosas por una simple y esquemática representación simbólica, es algo genuinamente humano. Con el tiempo, estos dibujos evolucionaron hasta ser los primeros alfabetos.
Petroglifos de herbívoros en Foz do Côa, Portugal. Un paso en la senda de la abstracción.
Fue así como, en su incipiente inteligencia, apareció la brecha que terminó por separar a los animales del hombre: una «misteriosa necesidad de trascendencia», exclusiva de éstos.
En efecto, no se conoce en toda la naturaleza ningún ser que entierre y rinda culto a sus muertos más que el hombre (aunque algunos animales, como el elefante, aparentemente tienen alguna relación muy primitiva con el más allá, como es la existencia de un lugar donde acuden a morir cuando sienten que llega el momento).
A pesar de todo, el hombre es aparentemente el único ser vivo que ha incorporado a su existencia elementos culturales conocidos como religiones que sirven para establecer lazos entre mundos, el de lo sobrenatural e intangible y el de lo material y tangible; el de lo que puede verse con lo que no. Por cierto, también ha establecido ceremonias para invocar a entes metahumanos y obligarlos a realizar prodigios que les beneficiaran (magia blanca), o en perjuicio de sus enemigos (goetia o magia negra).
La muerte pasó a ser un hecho trascendental. Hubo quienes entregaban sus difuntos a las aves rapaces situándolos en oquedades excavadas al efecto en rocas, como demuestran las que existen en la localidad burgalesa de Quecedo, a unos cincuenta kilómetros de Atapuerca. En la tosquedad de su mente primitiva, debieron creer que su espíritu se incorporaba al de las aves, y así viajaba por un cielo del que procedían la luz, el agua, el fuego y el viento. Luego, arrojaban los huesos mondados a una caverna. Posteriormente algunos servían como herramientas.
Como sabemos hoy día, sobre todo gracias a los hallazgos aparecidos en las excavaciones de la llamada Sima de los Huesos, por parte del equipo dirigido por Juan Luis Arsuaga, esta especie de hombres ancestrales desapareció para dejar paso a un ser coetáneo distinto y más evolucionado, aunque físicamente más débil, el CroMagnon, que empezó a inhumar a sus muertos de modo ritual, de modo aparentemente regular.
Para encontrar el lugar idóneo donde realizar sus enterramientos, se basaron en su experiencia directa en contacto con la naturaleza. Tenían entonces los sentidos tan afinados como los animales, y eran capaces de detectar la existencia de energías sutiles en ciertos lugares, capaces de ser canalizadas, a las que atribuyeron la capacidad de facilitar la comunicación con el más allá. Sin embargo las señales eran demasiado débiles, aunque desde el principio se dieron cuenta que podían ser amplificadas mediante acumuladores. Así sellaron un pacto con las piedras y erigieron dólmenes, menhires, cromlechs, taulas y túmulos, aparte de otro tipo de edificaciones destinadas a potenciar estas energías en beneficio de los difuntos, y de paso de ellos mismos. Como consecuencia se construyeron los primeros santuarios, lugares donde la muerte se asociaba a la vida a través de un soporte material que se constituía a su vez en una puerta entre mundos.
La conocida como Cultura de los campos de urnas, por ejemplo, encontró esas energías en la arcilla, así que realizaba sus enterramientos en vasijas cerámicas que tapaba con una chapa redonda en la que practicaba una abertura triangular, para que «el alma del muerto entrara y saliera cuando quisiera». Sería colocada en un lugar que pudiese ser reconocido fácilmente por su espíritu. Las energías presentes en la tanatópolis serían señales indicativas de la senda para regresar.
El dolmen de Bernuy-Salinero, en la provincia de Ávila.
Los pueblos prerromanos utilizaron urnas cinerarias donde depositaban las cenizas de sus muertos. La Dama de Baza, encontrada en la necrópolis ibérica del Cerro del Santuario –la antigua Basti–, tiene una oquedad con esa función. La Dama de Elche, cuya autenticidad es hoy cuestionada por John F. Moffit en El Caso de la Dama de Elche, Crónica de una leyenda (Destino, 1995), tiene también en su espalda un hueco al efecto.
La cerámica sirvió para realizar gran número de inhumaciones. Fue la llamada Cultura de los Campos de urnas.
Una de las esculturas funerarias más misteriosas de la cultura ibérica es la conocida como Bicha de Balazote, descubierta en el paraje de Los Majuelos en fecha indeterminada. Se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional desde 1910. Es una especie de toro con cabeza humana y barba, esculpido en un par de bloques de piedra caliza. Su origen podría ser griego y estar relacionada con las deidades de los ríos, sobre todo al más importante, el Arqueloo.
Los arqueólogos opinan que muy probablemente era parte de un monumento más grande, en concreto un túmulo funerario.
Curiosamente, en aquella región se dan abundantes fenómenos extraños, que seguramente sucedían también en el pasado. Es muy popular localmente el conocido como La Luz del Pardal, que sucede en la cercana finca de La Quéjola.
Junto al río Tajo, en la frontera de las provincias de Madrid y Guadalajara hay un cerro llamado La Virgen de la Muela. En su cima están dispersos, removidos por arados y tractores, los restos de la que podría ser la vieja ciudad celtíbera de Caraca (aunque hay autores que la sitúan en Carabaña). Allí vivió una tribu de plateros, ahora enterrados en cistas formadas por lajas de yeso, cerca del río. Aquellos guerreros buscaron un auténtico lugar de poder en el que descansar cuando sus almas iniciaran el viaje hacia la morada celeste de sus dioses. Hoy día, las piquetas han profanado esas tumbas, y llevado los ajuares de plata y armas que les acompañaban al Museo Arqueológico Nacional. Es el llamado Tesorillo de Driebes. Después, abandonados los enterramientos a su suerte, han sido pasto de desalmados a quienes no ha importado destruirlos, junto a los restos que quedan de sus moradores. Hoy día son poco más que un montón de lápidas sin función definida.
Son muchos los tipos de enterramientos que el hombre ha ideado. Su denominador común: suelen estar en lugares con un aura energética sutil que la mayoría de las personas puede percibir como una sensación extraña (inquietud, sosiego, etc.).
Dos damas ibéricas, la de Guardamar, y la de Baza. Esta segunda tiene una oquedad destinada a las cenizas de alguien indeterminado. Quizá la mujer representada.
Una de las pocas tumbas que quedan en la necrópolis ibérica de la Virgen de la Muela, junto al río Tajo. Una vez extrajeron los ajuares de plata, las dejaron a su suerte.
Cívica, Brihuega, Guadalajara.
JANO FUE ELEVADO A LA CONDICIÓN DE DIOS del panteón romano por el mítico Numa Pompilio (715 a 673 a.C.), segundo emperador de Roma. Es el protector de acciones, transformaciones, periodos, ciclos o cualquier cosa que signifique un cambio o un comienzo. Las puertas de su templo, llamado el de «la Paz» permanecían cerradas en tiempo de guerra y abiertas en tiempo de paz.
Los llamados collegia fabrorum (agrupaciones de constructores y artesanos creadas en tiempos del mencionado Numa), herederos de la tradición simbólica etrusca, le adoptaron como protector y guía. Jano, «el Bifronte»; el que mira hacia la luz y a la oscuridad a la vez, el que contempla la inmensidad del mundo en su totalidad; está íntimamente relacionado con los ritos de iniciación a los misterios, de tránsito de la ignorancia a la sabiduría. Le dedicaban dos fiestas al año coincidiendo con ambos solsticios, simbolizando las dos puertas que representaban las vías celeste e infernal (Janua Coeli y Janua Inferni). O sea, los accesos a dos tipos de conocimiento, los revelados por las potencias superiores, y los custodiados por las inferiores. Fenómenos físicos empíricos interpretados a la luz del espíritu.
Antes de entrar en temas más profundos será conveniente conocer algo más sobre este Caronte del conocimiento, y sobre su evolución icónica una vez cristianizado el Imperio Romano. En efecto, las imágenes cambian en la Edad Media para mostrar otros aspectos del dios, que experimenta dos transformaciones, una derivada de su adaptación a la nueva religión y otra que tiende al laicismo.
En el «mensario» (representación de los meses), de la iglesia de San Isidoro de León, es una figura togada con dos caras que se sitúa entre dos puertas correspondientes a sendos edificios; abriendo una y cerrando otra. En las Etimologías, escritas por San Isidoro de Sevilla alrededor del año 620, inspiradas por San Braulio y dedicadas al rey visigodo Sisebuto, podemos leer el siguiente texto: unde et bifrons idem Janus pingitur, ut introitus anni et exitus demonstraretur (en cualquier lugar donde esté pintado Jano, te mostrará la entrada y salida del año –pasado y futuro–. Como vemos, aún conserva un cierto aire romano.
Jano Bifronte, enero, dios de los iniciados que buscan la verdad en lo que no está a simple vista. Padre del año nuevo y enterrador del que ha terminado. Un dios de dos caras, al que los romanos llamaban Ianus inter portas.
Sin embargo, las representaciones altomedievales posteriores le desacralizan, acercándole más a lo doméstico. La imagen evoluciona, mostrando un viejo calentádose junto a un hogar, añadiendo símbolos que hacen referencia a las características estacionales. El más antiguo es un Jano que alza las manos sobre el fuego en Saint-Mesmin. En España, uno de los mejor conservados forma parte del «mensario» de la Iglesia de San Miguel en Beleña de Sorbe, donde representa a febrero, que en tierras de Guadalajara es el que suele ser más riguroso en invierno.
Pero el más bello de todos fue esculpido en el siglo XII por Benedetto Antelami, y forma ahora parte de la decoración del Baptisterio de Parma. Se trata de una figura bicéfala, una de cuyas cabezas nace en la espalda. Es de menor tamaño y está en oposición a la más grande. A diferencia de Beleña, donde vemos un hombre matando un cerdo, representa a enero. Algunas figuras están acompañadas con su correspondiente signo del zodíaco, en otras se ha perdido.
El mensario de Beleña de Sorbe es uno de los mejor conservados. Muestra las labores de los meses del año, siguiendo la tradición latina de su representación.
Hacia dos sitios mira aqueste cabezudo; capirotada y dos aves almorzaba a menudo hacia cerrar cubas, llenarlas con embudo protegerlas con yesos que guardan vino agudo
Libro de Buen Amor, Arcipreste de Hita
También podemos encontrarle en la literatura de la época. Juan Ruiz, más conocido como el Arcipreste de Hita, en el Libro de Buen Amor (estrofas 12761277), nos describe a un dios jocoso y pantagruélico, dedicando el tiempo obligadamente improductivo de los meses rigurosos a alimentarse glotonamente en espera de la primavera. Contradice ya claramente al ciclo romano.
Este enigmático autor de la incipiente literatura en lengua castellana, se inspiraría también en el mencionado y cercano «mensario» de Beleña de Sorbe para crear una alegoría dedicada a los doce meses y sus labores agrícolas propias (cultura),  según Manuel Criado del Val.
Representación de Jano en el calendario de Benedetto Antelami, en el Baptisterio de Parma. Sus dos cabezas son de distinto tamaño.
Se incluyen alusiones a los ciclos astronómico y astrológico, regidos tradicionalmente por el dios de las dos cabezas que se sitúa en medio de los ciclos ascendente y descendente del año (estrofas 1067 a 1314).
Hay que indicar aquí que en el mundo romano el término cultura, que tiene la misma raíz que culto, significa el conocimiento de cómo se realizaban las labores agrarias durante el año. Incluso en el diccionario de la Real Academia Española, la primera acepción del término es cultivo). No sólo estaban regidas sus técnicas y misterios por Jano, sino también por Ceres, Cibeles o Isis, los tres nombres que recibe la diosa del proceso agrícola –de ahí el término cereales–, de la que Fulcanelli afirma ser la madre de toda las cosas y entre ellas la sabiduría hermética. La revelación de sus secretos a los profanos era castigada con la muerte.
El dios conserva su carácter sacro al ser asimilado posteriormente por el cristianismo, incorporando parte de su simbolismo a las figuras de San Juan Bautista y San Juan Evangelista (Jano es la raíz de Juan), cuyas fiestas se celebran coincidiendo prácticamente con los solsticios (27 de diciembre y 24 de junio).
En el primer caso, la fiesta está dedicada a su nacimiento, o sea, el del que permite el «nacimiento» a la luz de los neófitos mediante un rito lustral de purificación. Posteriormente se incorporará al panteón particular de diversos grupos: Templarios, Gnósticos, Cátaros, Masones..., a la vez que será una figura fundamental para la Alquimia. Como consecuencia es el precursor –el que precede–.
Según el Nuevo Testamento, tiene la función de ser el ministro encargado de impartir el bautismo, tanto sacramento, como rito iniciático, imprescindible para el crecimiento espiritual del adepto.
El otro San Juan (en hebreo Hanan), el «discípulo más amado», es el autor del cuarto Evangelio. Su contenido difiere del de los tres sinópticos, más centrados en la vida de Jesucristo, sus hechos y milagros. Es, por tanto, el más cercano al esoterismo de los cuatro.
San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Francisco Ribalta (1565-1528). Museo de Bellas Artes de Valencia.
También es autor del Apocalipsis, el compendio alegórico-profético más importante del Nuevo Testamento. Su símbolo es el águila, que significa elevación y espiritualidad. Es el ave solar, que representa al iniciado que se eleva desde la ignorancia hasta el conocimiento, por tanto también significa sabiduría y conocimiento espiritual.
Hay algo más que una coincidencia fonética entre las palabras Jano, Juan, Hanan, Djin, Gnosis, Jina, Yana, Ying-Yang. Todas remiten a aspectos relacionados con la sabiduría o la iniciación en misterios mediante los «rites de passage». Este concepto nace del estudio de las ceremonias de cambio de estado en las sociedades primitivas. Se utiliza desde que el folclorista y antropólogo alemán Arnold Kurr-Van Gennepp publicara en 1909 el magnífico libro que se titula así. Dada la lejanía geográfica entre ámbitos de uso de estas palabras, quizá estamos hablando de flujos de conocimiento no descritos por los investigadores, pero existentes.
Jano simboliza también dualidad y complementariedad entre contrarios. En algunas ilustraciones aparece, no sólo con dos rostros o cabezas, sino que uno es masculino y el otro femenino. Es el andrógino del que nos habla la alquimia, un ser perfecto que conjuga perfectamente ambos sexos, al igual que Abraxas compendia en sí mismo tanto el bien como el mal. Es la meta del hombre que pone su voluntad y facultades al servicio de la Gran Obra:   transmutar la materia para a fin  de conseguir purificarla hasta divinizarla.
Mientras, el adepto, simbolizado por un águila (como San Juan), asciende a una altura desde la que puede contemplar el pasado y el futuro simultáneamente y alcanza el estado de ser andrógino, asexuado, angélico.
Entonces el verdadero significado de la simbología del dios bifronte se manifiesta en él. Jano es el propio adepto y recibe los poderes que le confiere su condición de maestro conocedor de los misterios del mundo, y el acceso al domino de las entidades espirituales menores (magia, goetia). Por un lado entra a su servicio toda una legión de seres fabulosos, dotados de poder sobre las fuerzas de la naturaleza, y por otro recibe el conocimiento secreto de los superiores que dirigen las leyes del universo.
Algunas representaciones de operaciones alquímicas hacen referencia a la dualidad masculino femenina, o sea, la unión de dos elementos para que aparezca un andrógino por mutación.
Dos caras de la misma moneda, una de ellas la búsqueda en el interior de la Tierra de las energías perceptibles e imperceptibles, para dominarlas y ponerlas a su servicio con la intermediación de objetos a los que se dota de poder: piedras, minerales, sustancias químicas que provocan transmutaciones, talismanes, etc. La otra cara, acumular la energía espiritual necesaria para que el adepto entre en contacto con su creador o creadores, a su vez preceptores.
Hay conocimientos que sólo están al alcance de quienes renuncian a todo cuanto no sea la búsqueda del ser supremo al que, según la Biblia, se parecen por su voluntad: Y creó Dios al hombre a su imagen y semejanza. (Génesis, 1:26).
En la obra de René Guenón (cap. XXXVII), leemos: «Como las puertas solsticiales dan acceso, según hemos dicho anteriormente, a las dos mitades, ascendente y descendente del ciclo zodiacal, que en ellas tiene sus puntos de partida respectivos, Jano, a quien ya hemos visto aparecer como El Señor del triple tiempo (el Shiva del hinduísmo) es también según lo dicho El Señor de las dos vías, derecha e izquierda, que los pitagóricos representaban con una Y, idénticas al deva-yâna y al pitr-yâna, respectivamente. Es fácil comprender así que las llaves de Jano son en realidad las mismas que en tradición cristiana abren y cierran el Reino de los Cielos. Ambas, una de oro y otra de plata, eran las custodias de los grandes misterios y los pequeños misterios».
Estos últimos son los ritos, formulaciones y conocimientos mágicos. La Real Academia Española de la Lengua define magia como:
«Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales». En su segunda acepción: «Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo.» Distingue entre dos conceptos, la antigua goetia –magia negra– y la magia blanca, a la que define como «La que por medios naturales obra efectos que parecen sobrenaturales».
Los grandes secretos, por supuesto, son los que se atribuyen al Demiurgo, o principio Creador, y por extensión a todos los seres, objetos y lugares sagrados.
El propio diccionario nos ha dado la clave: existen dos tipos de entidades que tienen las llaves que permiten aprovechar las energías que transforman continuamente la creación. De un lado la legión de los «ángeles caídos», gnomos, duendes, elfos, ogros, genios, djiins, efrits, hadas; y del otro los «ángeles buenos», los vigilantes, los custodios, los que detentan el máximo poder que les han dado los propios dioses para administrarlos al servicio del hombre.
Y ahora nos preguntamos ¿Cómo se relaciona toda esta legión de seres con las piedras sagradas? Una pregunta a la que trataremos de responder desde la perspectiva de la ciencia, cuando ésta se atreve a entrar en terrenos resbaladizos. Hay muchas personas que afirman que todos estos elementos no son más que supersticiones.
Sin embargo, su presencia persistente en creencias y costumbres hace sospechar que tras todo ello hay fenómenos que se han interpretado subjetivamente y admiten otras explicaciones.
Criatura infernal. Estatua al Ángel Caído, de Ricardo Bellver. Parque de El Retiro. Madrid.
Salomón, considerado como el más grande mago de todos los tiempos, sobre una inscripción que dice: Edificó el Templo y lo consagró al Señor. Baltasar Monegro. Monasterio de El Escorial.
Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid.
ENERGÍA, SEGÚN EL DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA, es: Eficacia, poder, virtud para obrar. Su segunda acepción es Capacidad para realizar un trabajo. Cuando acompaña a otras palabras implica acciones en las que interviene como elemento común la fuerza. O sea, un poder que transforma, que está en el origen del movimiento y, por lo tanto de la esencia de las cosas.
Las primeras imágenes que acuden a nuestra mente cuando escuchamos el término están relacionadas con la electricidad, los electrones, el átomo... Todas ellas unidas por un nexo común que permite sospechar algo ya intuido: ¡todo es energía! ¿Por qué? Porque todo cuanto existe está constituido en su esencia por partículas mínimas que giran produciendo todo tipo de efectos que se manifiestan de muy diversos modos, entre los que destacan, por su importancia, las misteriosas fuerzas de atracción y repulsión entre objetos, que los sitúan en la estructura del Universo.
Orión, una región del Universo, con manifestaciones energéticas espectaculares, como las nebulosas de la Cabeza de Caballo y de Orión.
Las auroras boreales son manifestaciones energéticas que iluminan los cielos septentrionales, procedentes del Sol.
Por lo tanto, el cuerpo humano, los animales, las plantas, los minerales, los gases, los estados plasmáticos, son alterados por una serie de fuerzas que les afectan de distinto modo. Las modificaciones que se produzcan dependerán de la intensidad y signo de los campos de energía, hasta llegar a un equilibrio que puede desaparecer en cualquier momento dependiendo de distintos factores.
Metafóricamente, el equilibrio sería asimilable al término creación, y su contrario, la destrucción. Sin embargo, el concepto creación es relativo, porque se refiere a un momento puntual de convergencia de elementos influentes.
Desde el punto de vista humano existen dos tipos de energía. De un lado, la que se manifiesta mediante fuerzas físicas, congnoscibles, evidentes, pesables y medibles, amplificables y reducibles, controlables e incontralables. Del otro, otras más sutiles que aparentemente incumplen principios universales, como las cuánticas, que actúan en los niveles más básicos de la materia, y las espirituales, de naturaleza metafísica (¿o quizá no del todo?).
La historia nos enseña que la evolución del hombre, su papel como dominador del resto de especies que pueblan la Tierra, está muy relacionado con el control de estas energías. Todos los conocimientos, de uno u otro modo, permiten controlarlas para ponerlas al servicio de la supervivencia y crecimiento de la especie.
Es difícil apreciarlo a simple vista, por la naturaleza abstracta de ciertos fenómenos, pero la cultura, por ejemplo, entendida como acúmulo de experiencias –incluyendo las erróneas, aunque lleven paulatinamente hacia certezas–, es una elaboración que nace a expensas de las energías espirituales de la Humanidad. La consciencia de existir, de cumplir una misión concreta asignada, la trascendencia, son cosas inherentes al homínido. Explicar el mundo en términos de existencia originada y sustentada en la energía, la vibración, la radiación, las fuerzas potenciales del universo,... no es materialismo únicamente. Incluye la intervención de elementos extrafísicos, o dicho de otro modo, sobrenaturales.
El hombre trata de controlar todo cuanto le influye para ponerlo a su servicio, o evitar sus efectos negativos. Las ciencias positivas han avanzado mucho para llegar al momento en el que estamos, en el que nos han proporcionado grandes soluciones mediante la introducción de sistemas de control, como la mecánica, la medicina o la química. Pero el conocimiento de la mente o del ser espiritual, y las influencias que recibe, no se ha desarrollado prácticamente nada, excepto por algunas escuelas filosóficas o religiosas. El cerebro y el ser sutil del hombre siguen siendo unos desconocidos, envueltos en misterio e ignorancia, que a duras penas la neurología, la psicología y la psiquiatría tratan de aclarar, como también lo intentan otras disciplinas no académicas. Esto ha sucedido por el empeño de quienes afirman que su pensamiento es el único racional en negar la existencia de entes inmateriales.
Quizá por esto, se han buscado atajos materiales para llegar a lo que está más allá de la experiencia sensible. Y a veces, éstos están en lugares o cosas concretas que adquieren virtualidades mágicas o sagradas.
Los que describimos como vírgenes, o sin manipular, no incorporan grandes transformaciones al efecto, como son rincones apartados dentro de un valle, desierto, lago, cascada, arroyo, fuente, montaña o colina, caverna o sima.