Colección:
Historia Incógnita
www.historiaincognita.com
Título: Piedras
Sagradas
Subtítulo: Templos, pirámides, monasterios y catedrales.
Arquitectura sagrada y lugares de poder
Autor: © Juan Ignacio Cuesta Millán
Copyright de la presente edición:
© 2007 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla, 44, 3º C, 28027-Madrid
www.nowtilus.com
Editor: Santos
Rodríguez
Coordinador editorial: Teresa Escarpenter
Diseño y realización de
cubiertas: Rodil & Herraiz
Diseño de interiores: jicmEdición digital: Grammata.es
Reservados todos los derechos. El
contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece
pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes
indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren,
plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en
parte, una obra literaria, artística o científica, o su
transformación, interpretación o ejecución artística o científica,
o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en
cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio,
sin la preceptiva autorización.
ISBN 13:
978-84-9763-406-9Libro electrónico: primera ediciónFecha de edición: Julio 2007
«Tú quitaste las piedras,
y tú las pusiste. Tú sabras por qué.»
A Mari Cruz, a los chicos, a mi
perro Duende.A todos cuantos pueda interesar lo que aquí se dice.
Índice
INTRODUCCIÓNLA VIDA, EL GRAN ENIGMALO MÁGICO Y LO SAGRADOEL RECINTO DE PODER, AMPLIFICADOR DE ENERGÍAUN PASEO POR LA HISTORIALA INFANCIA DEL HOMBRELOS CLÁSICOSLA OSCURA EDAD MEDIAEL IMPERIO DE LA RAZÓNLA NUEVA ESPIRITUALIDADCLASIFICACIÓN DE LOS RECINTOS SAGRADOS Y MÁGICOSCARACTERÍSTICAS FÍSICASCARACTERÍSTICAS ESPIRITUALESCLASIFICACIÓN EN CUANTO A LA LOCALIZACIÓNEN CUANTO AL USOREDES ENERGÉTICASLA CLAVE DEL ENIGMALUGARES DE PODER EN EL MUNDOPREHISTORIAChauvetVale do CôaLascauxTassili-n-AjjerLAS PRIMERAS CIUDADESJericóÇatal HüyükMariJerusalénEGIPTOZoserGizehDenderaAbu SimbelGRECIACumasDelfosETRUSCOS, NABATEOS, FENICIOS Y ROMANOSEtruscosNabateosFeniciosRomanosENTRE LAS BRUMAS DEL ATLÁNTICOStonehengueNewgrangeCarnac / AveburyAntas de ElvasSANTUARIOS DEL ISLAMLa MecaTaj MahalJerusalénIspahanEL RECINTO CRISTIANOClunyCiteauxClaravalDIOSES LEJANOSMohenjo DaroTeotihuacánChichén ItzáPalenqueMachu PicchuLA TRIBU DE MESA VERDELOS PEREGRINOS SOBRENATURALEST’ai ShanKatmandú / ShambalaEl jardín ZenLUGARES DE PODER EN ESPAÑALOS CONOCIDOSLa iglesia de la Vera CruzEl Monasterio de SusoLa Alhambra de Granada y el GeneralifeToledoEl Camino de SantiagoEl Monasterio de El EscorialMontserratLOS DESCONOCIDOSLa Cueva de los CasaresLa Cova del ParpallóEl ídolo de Peña TúEl santuario de ConquezuelaLa Cuevas de los Moros de PastranaLa Ermita templaria de Río LobosEl Desierto de BolarqueEl enigma de RecópolisEl Priorato de San Frutos del DuratónCívicaARQUITECTURAS SAGRADASEl Románico, silencio y sencillezEl Gótico, luz y símboloEpílogo: EL HOMBRE, CENTRO DEL UNIVERSOBIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
¿PIEDRAS SAGRADAS? ¿Cuántas de
ellas han sido tocadas por lo divino? ¿Podría considerarse
idólatras a quienes creen que en el reino mineral hay entes
espirituales a los que se debe ren- ¿dir culto y adoración? La
piedra es el representante genuino de la solidez, y por ende, de lo
tangible, de lo que se puede tocar, coger con las manos y llevar de
un lado a otro. Es una materia compacta que podemos utilizar y
manipular de diversas formas según nuestros intereses. No hay duda
de que fue el material con el que la Humanidad levantó sus primeros
hogares y santuarios. Por tanto acompaña a lo más íntimo del hombre
desde tiempos inmemoriales.
Tras salir del antro que le
gestaba, cálido y protegido, el homínido era recibido por un mundo
constituido en gran parte por piedras que cumplían diversas
funciones. Unas servían como abrigo; otras, como utensilios; otras
se transformaban en armas destinadas a la defensa o a la agresión;
otras eran la losa bajo la que descansarían sus restos más tarde o
más temprano, tras el último suspiro que les transportaría a un
mundo distinto del físico; muchas adoptarían la forma visible de
sus dioses tutelares.
Se han construido con piedras
los más admirables santuarios. No por casualidad, sino porque eran
materiales tangibles, abundantes, manipulables y poderosos. Lo
sagrado, lo que el hombre considera por encima de sí, lo que
relaciona con su condición trascendente, se manifiesta físicamente
adoptando multitud de formas, para las que las piedras son el
soporte en muchísimas ocasiones. Y lo van a seguir siendo en el
futuro. Por esto muchas de ellas tienen carácter mágico y sagrado,
tanto en su condición de materiales con los que se construyen las
moradas de los dioses, como por ser receptáculos de nuestra
naturaleza espiritual. Además, están repartidas por todos los
rincones de la Tierra, unas en sitios recónditos y desconocidos, y
otras en grandes espacios, a la vista de todos.
Algunas son de tamaño
gigantesco, otras, pequeñas y discretas. Abundan las que han
quedado ocultas por el tiempo, sirviéndose de la maleza, la arena
transportada por el viento, o la desidia de los hombres. Otras, han
sido reutilizadas multitud de veces para otros menesteres distintos
de los originales. Tanto que en numerosos santuarios, tanto
cristianos como de otras religiones, los altares fueron los mismos
donde se adoró y rindió culto a dioses de los panteones
paganos.
Encontraremos piedras sacras en
cualquier sitio a donde vayamos. Por eso debemos abandonar la idea
soberbia de que estamos ante simple materia, grosera e impura, y
contemplarlas con el respeto debido a la sensibilidad de quienes
las reconocieron. Cada una tiene una historia que contar, sobre sí
misma, y sobre los hombres que las incorporaron a su vida,
empleándolas de diversos modos y realizando con ellas
modificaciones admirables. Y, por supuesto, también hablan acerca
de la naturaleza de los grandes dioses y sus cortes, de los
pequeños diosecillos, entidades y submundos,... o cualquier otro
ente espiritual que se nos ocurra.
Piedras sagradas que nos
acompañan desde el nacimiento a la cuna. Si no existiesen, tampoco
nosotros hubiéramos existido nunca, porque, aunque resulte tan
escandaloso como lo fue el descubrimiento de nuestro pasado simio,
nuestra estructura es semejante a la de las piedras.
Juan Ignacio Cuesta
RESOLVER EL MISTERIO del origen de
la vida en el planeta Tierra preocupa al hombre casi desde que
evolucionó desde sus precursores simios. Los primeros seres
vivientes admitidos por la ciencia son las cianofitas, unas algas
azules unicelulares sin núcleo, que se arraciman formando
filamentos. Aparecieron a finales de la era arqueozoica en los
mares que aún estaban muy calientes, junto a otras bacterias muy
simples (aproximadamente hace unos 3.500 millones de años). A pesar
de ser organismos tan antiguos, siguen acompañándonos, sin casi
experimentar modificaciones, en lugares tan cercanos como el agua
de nuestras peceras, donde forman una telilla muy fina verde o
rojiza. Gracias al aporte de oxígeno que proporciona la función
clorofílica de estos organismos, la atmósfera exterior a los
océanos, donde ya estaban presentes metano, amoníaco e hidrógeno,
fue alcanzando la calidad adecuada para permitir la aparición de
vida diversificada. Los rayos de las permanentes tormentas fueron
ionizando esta mezcla, produciendo grandes cantidades de ozono (O
3 ),
responsable de detener los rayos ultravioleta. Gracias a esto, los
organismos primitivos pudieron vivir, multiplicarse de modo
exponencial y evolucionar paulatinamente hacia otras formas
superiores.
En 1953, Stanley L. Miller y Harold
C. Urey, investigadores de la Universidad de Chicago, realizaron un
experimento que permitió comprobar esta dinámica. Recrearon las
condiciones de la atmósfera primitiva en un matraz, introduciendo
agua y los gases mencionados (CH 4 , NH
3 , H
2 y H
2 O). Luego,
en esta «maqueta» del caldo primigenio, hicieron saltar chispas
eléctricas de alto voltaje. Al cabo de algún tiempo observaron la
aparición de largas cadenas orgánicas –carbonadas– que se unían
unas con otras formando aminoácidos. Cuando se juntan varios de
ellos en una molécula, aparecen agrupaciones denominadas péptidos
(de 1 a 5), oligopéptidos (de 5 a 10) y polipéptidos (hasta 50).
Por encima de este número, ya hablamos de proteínas, biomoléculas
compuestas por carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno. Algunos
tipos pueden contener también azufre, magnesio, cobre, hierro y
fósforo.
Esquema básico del experimento de Miller y
Urey, buscando cómo pudo ser la génesis de la vida.
Severo Ochoa y A. Kinberg recibieron
en 1959 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus
descubrimientos sobre la biosíntesis de los ácidos nucléicos,
relacionando directamente las proteínas con la aparición de las
células destinadas a formar organismos.
En 1961, el ilerdense Juan Oró,
profesor de la Universidad de Houston, defendió la teoría del
origen extraterrestre de los materiales que dieron lugar a la
aparición de la vida. Habrían llegado en el hielo de los cometas.
Al fragmentarse y caer sobre la Tierra, y por efecto del gran calor
reinante, se deshelaron y dieron lugar a la aparición de las
primeras masas de agua. Estos fragmentos eran portadores de grandes
cantidades de carbono y otros minerales que dieron lugar a la
aparición de las primeras cadenas orgánicas. Sus hipótesis se
vieron confirmadas en el transcurso de sus experimentos
posteriores, como la obtención de la primera síntesis prebiótica
del nucleótido Adenina, a partir de cianuro e hidrógeno. Junto a
Timina, Citosina y Guanina, constituyen la «biblioteca de
programas» que realizan tareas necesarias para la génesis y
diferenciación de los seres vivos. En efecto, los aminoácidos que
aparecieron en la «Ampolla de Miller», se definían por secuencias
de un trío de nucleótidos, conocidos como genes, responsables de
las diferencias que se dan entre los seres vivos.
Según el biólogo español Juan Oró, profesor
de la Universidad de Houston, la vida tiene origen extraterrestre.
Vino en la cola de los cometas.
Creación, evolución y
diversificación han conseguido que la Tierra, sometida a la
influencia y los aportes de un universo lleno de misterios, se haya
convertido en el único planeta habitado que conocemos por ahora.
Son realmente los escultores, desde la era arqueozoica, de la rica
multiplicidad de seres que pueblan una estrecha franja llamada
biosfera. Una casa en la que sus habitantes han ido enriqueciéndose
lenta y machaconamente, dotando a sus células de tareas
específicas, responsables de la regulación, supervivencia y
extensión de la vida. Es el denominado «código genético». El
«software» –recurriendo a la jerga informática– del que se valen
los organismos para perpetuarse. Sus programas tienen multitud de
fragmentos; de unos conocemos la función; de la mayoría no sabemos
nada y constituyen el mayor misterio que rodea al ser humano.
Posiblemente ocultan la clave de la curación de muchas enfermedades
que conducen al dolor y la muerte. Este conjunto de rutinas
automáticas imprescindibles muestra frecuentemente un carácter
frágil, inexacto, aparentemente injusto y caprichoso. Un inexorable
determinismo, incomprensible y ciego. Los errores genéticos son los
responsables de la fragilidad de los seres vivos, zaheridos por las
debilidades que les acompañan desde el nacimiento y conducen a la
muerte en un período más o menos dilatado. Los temidos procesos
cancerosos que no han sido originados por causas medioambientales
(trabajar con amianto, exponerse al sol excesivamente, una mala
alimentación, accidentes, uso y abuso del tabaco y del alcohol,
etc.) son de naturaleza degenerativa originada por un deficiente
funcionamiento del sistema, tanto si hablamos de hombres como de
animales y plantas, sujetos como nosotros a distintas
tumoraciones.
Sin embargo, y a pesar de todo, los
humanos han sido capaces de desarrollar un instrumento que ha
permitido hacerles transitar de «primate feliz», a «bípedo
pensante», una impresionante y desconocida herramienta: el cerebro,
que no sólo es el regulador de todo, sino que proporciona al hombre
consciencia de su condición de ser vivo. Curiosamente, no hay
diferencia esencial entre aquel que permitió bajarse del árbol al
homínido, y el que hoy ha concebido y desarrollado los ordenadores.
Sin embargo sus limitaciones para interpretar y procesar
correctamente la gran cantidad de mensajes que recibe por la vía de
los sentidos, le han conducido frecuentemente a conclusiones
erróneas.
Algunos piensan que el Paleolítico
fue una Edad de Oro, la mítica Arcadia feliz en la que todo
dependía de unas leyes naturales particularmente benignas. Sin
embargo, nuestros abuelos estaban sometidos a una vida azarosa, e
interpretaban el mundo con claves incorrectas. Las investigaciones
arqueológicas y la antropología nos muestran a los hombres como una
especie débil y desvalida en medio de un mundo extraordinariamente
agresivo. Entendían que sus dificultades tenían su origen en entes
fabulosos dotados de fuerzas negativas de carácter caprichoso e
impredecible, que sólo en ocasiones actuaban positivamente. Les
asignó desde el principio historias dramáticas que respondían a sus
creencias, atribuyéndoles grandes poderes. Así se dio la paradoja
de que los dioses, una construcción intelectual del propio hombre,
terminaron por dominarle.
Entonces fue necesario crear
intermediarios para controlarlos; individuos singulares, llamados
chamanes, brujos o sacerdotes, que se asociaron constituyendo
grupos cerrados. Así nacieron dos formas distintas de relación con
lo extrahumano: magia y religión.
Las cavernas fueron la primera
vivienda del hombre, el primer hogar donde encontró lo
imprescindible: abrigo, temperatura constante y defensa efectiva
contra los depredadores que les acechaban como una presa más. En la
oscuridad de sus antros es donde comenzaron a dejar huella de la
experiencia de sus enfrentamientos con las fuerzas de la naturaleza
y sus esfuerzos para dominarlas.
Sus primeras representaciones nos
hablan de los animales que era preciso cazar para satisfacer
regularmente una de sus tres necesidades básicas: la de nutrición.
Junto a la de perpetuación de la especie y la de supervivencia, son
programas firmemente instalados en el código genético desde nuestra
etapa animal. Además, la pieza cazada no sólo era alimento, sino
también fuente de piezas de abrigo y de herramientas de
hueso.
El hombre primitivo dibujó a los animales en
un acto de magia simpática, buscando doblegarles mediante su
representación, que adquirió caracteres sagrados. Este ejemplo es
un cérvido del parque arqueológico de Villar del Humo, en la
provincia de Cuenca.
Podemos considerar que estas fueron
las primeras deidades que trazaron aprovechando las paredes de sus
santuarios para propiciar suerte y prosperidad en la caza. Con su
ayuda podrían aprovisionarse, según creían, de todo lo necesario
poder sobrevivir en aquel mundo lleno de peligros y carencias. Esta
práctica ritual, que deposita en un dibujo el poder y el dominio,
se llama magia simpática.
Las toscas líneas que arañaban las
paredes empezaron a hacerse poco a poco más esquemáticas, y de paso
constituir la prueba documental del segundo paso más importante que
dieron los hombres para ser gestores y dominadores exclusivos de la
creación, tras haber pasado de ser animales arborícolas a homínidos
erguidos.
La abstracción, una capacidad
exclusiva del ser humano para sustituir las cosas por una simple y
esquemática representación simbólica, es algo genuinamente humano.
Con el tiempo, estos dibujos evolucionaron hasta ser los primeros
alfabetos.
Petroglifos de herbívoros en Foz do Côa,
Portugal. Un paso en la senda de la abstracción.
Fue así como, en su incipiente
inteligencia, apareció la brecha que terminó por separar a los
animales del hombre: una «misteriosa necesidad de trascendencia»,
exclusiva de éstos.
En efecto, no se conoce en toda la
naturaleza ningún ser que entierre y rinda culto a sus muertos más
que el hombre (aunque algunos animales, como el elefante,
aparentemente tienen alguna relación muy primitiva con el más allá,
como es la existencia de un lugar donde acuden a morir cuando
sienten que llega el momento).
A pesar de todo, el hombre es
aparentemente el único ser vivo que ha incorporado a su existencia
elementos culturales conocidos como religiones que sirven para
establecer lazos entre mundos, el de lo sobrenatural e intangible y
el de lo material y tangible; el de lo que puede verse con lo que
no. Por cierto, también ha establecido ceremonias para invocar a
entes metahumanos y obligarlos a realizar prodigios que les
beneficiaran (magia blanca), o en perjuicio de sus enemigos
(goetia o magia negra).
La muerte pasó a ser un hecho
trascendental. Hubo quienes entregaban sus difuntos a las aves
rapaces situándolos en oquedades excavadas al efecto en rocas, como
demuestran las que existen en la localidad burgalesa de Quecedo, a
unos cincuenta kilómetros de Atapuerca. En la tosquedad de su mente
primitiva, debieron creer que su espíritu se incorporaba al de las
aves, y así viajaba por un cielo del que procedían la luz, el agua,
el fuego y el viento. Luego, arrojaban los huesos mondados a una
caverna. Posteriormente algunos servían como herramientas.
Como sabemos hoy día, sobre todo
gracias a los hallazgos aparecidos en las excavaciones de la
llamada Sima de los Huesos, por parte del equipo dirigido por Juan
Luis Arsuaga, esta especie de hombres ancestrales desapareció para
dejar paso a un ser coetáneo distinto y más evolucionado, aunque
físicamente más débil, el CroMagnon, que empezó a inhumar a sus
muertos de modo ritual, de modo aparentemente regular.
Para encontrar el lugar idóneo
donde realizar sus enterramientos, se basaron en su experiencia
directa en contacto con la naturaleza. Tenían entonces los sentidos
tan afinados como los animales, y eran capaces de detectar la
existencia de energías sutiles en ciertos lugares, capaces de ser
canalizadas, a las que atribuyeron la capacidad de facilitar la
comunicación con el más allá. Sin embargo las señales eran
demasiado débiles, aunque desde el principio se dieron cuenta que
podían ser amplificadas mediante acumuladores. Así sellaron un
pacto con las piedras y erigieron dólmenes, menhires, cromlechs,
taulas y túmulos, aparte de otro tipo de edificaciones destinadas a
potenciar estas energías en beneficio de los difuntos, y de paso de
ellos mismos. Como consecuencia se construyeron los primeros
santuarios, lugares donde la muerte se asociaba a la vida a través
de un soporte material que se constituía a su vez en una puerta
entre mundos.
La conocida como Cultura de los
campos de urnas, por ejemplo, encontró esas energías en la arcilla,
así que realizaba sus enterramientos en vasijas cerámicas que
tapaba con una chapa redonda en la que practicaba una abertura
triangular, para que «el alma del muerto entrara y saliera cuando
quisiera». Sería colocada
en un lugar que pudiese ser reconocido fácilmente por su espíritu.
Las energías presentes en la tanatópolis serían señales indicativas
de la senda para regresar.
El
dolmen de Bernuy-Salinero, en la provincia de Ávila.
Los pueblos prerromanos utilizaron
urnas cinerarias donde depositaban las cenizas de sus muertos. La
Dama de Baza, encontrada en la necrópolis ibérica del Cerro del
Santuario –la antigua Basti–, tiene una oquedad con esa función. La
Dama de Elche, cuya autenticidad es hoy cuestionada por John F.
Moffit en El Caso de la Dama de Elche, Crónica de una
leyenda (Destino, 1995), tiene también en su espalda un hueco
al efecto.
La cerámica sirvió para realizar gran número
de inhumaciones. Fue la llamada Cultura de los Campos de
urnas.
Una de las esculturas funerarias
más misteriosas de la cultura ibérica es la conocida como Bicha de
Balazote, descubierta en el paraje de Los Majuelos en fecha
indeterminada. Se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional desde
1910. Es una especie de toro con cabeza humana y barba, esculpido
en un par de bloques de piedra caliza. Su origen podría ser griego
y estar relacionada con las deidades de los ríos, sobre todo al más
importante, el Arqueloo.
Los arqueólogos opinan que muy
probablemente era parte de un monumento más grande, en concreto un
túmulo funerario.
Curiosamente, en aquella región se
dan abundantes fenómenos extraños, que seguramente sucedían también
en el pasado. Es muy popular localmente el conocido como La Luz del
Pardal, que sucede en la cercana finca de La Quéjola.
Junto al río Tajo, en la frontera
de las provincias de Madrid y Guadalajara hay un cerro llamado La
Virgen de la Muela. En su cima están dispersos, removidos por
arados y tractores, los restos de la que podría ser la vieja ciudad
celtíbera de Caraca (aunque hay autores que la sitúan en Carabaña).
Allí vivió una tribu de plateros, ahora enterrados en cistas
formadas por lajas de yeso, cerca del río. Aquellos guerreros
buscaron un auténtico lugar de poder en el que descansar cuando sus
almas iniciaran el viaje hacia la morada celeste de sus dioses. Hoy
día, las piquetas han profanado esas tumbas, y llevado los ajuares
de plata y armas que les acompañaban al Museo Arqueológico
Nacional. Es el llamado Tesorillo de Driebes. Después, abandonados
los enterramientos a su suerte, han sido pasto de desalmados a
quienes no ha importado destruirlos, junto a los restos que quedan
de sus moradores. Hoy día son poco más que un montón de lápidas sin
función definida.
Son muchos los tipos de
enterramientos que el hombre ha ideado. Su denominador común:
suelen estar en lugares con un aura energética sutil que la mayoría
de las personas puede percibir como una sensación extraña
(inquietud, sosiego, etc.).
Dos damas ibéricas, la de Guardamar, y la de
Baza. Esta segunda tiene una oquedad destinada a las cenizas de
alguien indeterminado. Quizá la mujer representada.
Una de las pocas tumbas que quedan en la
necrópolis ibérica de la Virgen de la Muela, junto al río Tajo. Una
vez extrajeron los ajuares de plata, las dejaron a su suerte.
Cívica, Brihuega, Guadalajara.
JANO FUE ELEVADO A LA CONDICIÓN DE
DIOS del panteón romano por el mítico Numa Pompilio (715 a 673
a.C.), segundo emperador de Roma. Es el protector de acciones,
transformaciones, periodos, ciclos o cualquier cosa que signifique
un cambio o un comienzo. Las puertas de su templo, llamado el de
«la Paz» permanecían cerradas en tiempo de guerra y abiertas en
tiempo de paz.
Los llamados collegia
fabrorum (agrupaciones de constructores y artesanos creadas en
tiempos del mencionado Numa), herederos de la tradición simbólica
etrusca, le adoptaron como protector y guía. Jano, «el Bifronte»;
el que mira hacia la luz y a la oscuridad a la vez, el que
contempla la inmensidad del mundo en su totalidad; está íntimamente
relacionado con los ritos de iniciación a los misterios, de
tránsito de la ignorancia a la sabiduría. Le dedicaban dos fiestas
al año coincidiendo con ambos solsticios, simbolizando las dos
puertas que representaban las vías celeste e infernal (Janua
Coeli y Janua Inferni). O sea, los accesos a dos
tipos de conocimiento, los revelados por las potencias superiores,
y los custodiados por las inferiores. Fenómenos físicos empíricos
interpretados a la luz del espíritu.
Antes de entrar en temas más
profundos será conveniente conocer algo más sobre este Caronte del
conocimiento, y sobre su evolución icónica una vez cristianizado el
Imperio Romano. En efecto, las imágenes cambian en la Edad Media
para mostrar otros aspectos del dios, que experimenta dos
transformaciones, una derivada de su adaptación a la nueva religión
y otra que tiende al laicismo.
En el «mensario» (representación de
los meses), de la iglesia de San Isidoro de León, es una figura
togada con dos caras que se sitúa entre dos puertas
correspondientes a sendos edificios; abriendo una y cerrando otra.
En las Etimologías, escritas por San Isidoro de Sevilla
alrededor del año 620, inspiradas por San Braulio y dedicadas al
rey visigodo Sisebuto, podemos leer el siguiente texto: unde et
bifrons idem Janus pingitur, ut introitus anni et exitus
demonstraretur (en cualquier lugar donde esté pintado Jano, te
mostrará la entrada y salida del año –pasado y futuro–. Como vemos,
aún conserva un cierto aire romano.
Jano Bifronte, enero, dios de los iniciados que buscan la
verdad en lo que no está a simple vista. Padre del año nuevo y
enterrador del que ha terminado.
Un dios de dos caras, al que los romanos llamaban Ianus inter
portas.
Sin embargo, las representaciones
altomedievales posteriores le desacralizan, acercándole más a lo
doméstico. La imagen evoluciona, mostrando un viejo calentádose
junto a un hogar, añadiendo símbolos que hacen referencia a las
características estacionales. El más antiguo es un Jano
que alza las manos sobre el fuego en Saint-Mesmin. En España, uno
de los mejor conservados forma parte del «mensario» de la Iglesia
de San Miguel en Beleña de Sorbe, donde representa a febrero, que
en tierras de Guadalajara es el que suele ser más riguroso en
invierno.
Pero el más bello de todos fue
esculpido en el siglo XII por Benedetto Antelami, y forma ahora
parte de la decoración del Baptisterio de Parma. Se trata de una
figura bicéfala, una de cuyas cabezas nace en la espalda. Es de
menor tamaño y está en oposición a la más grande. A diferencia de
Beleña, donde vemos un hombre matando un cerdo, representa a enero.
Algunas figuras están acompañadas con su correspondiente signo del
zodíaco, en otras se ha perdido.
El mensario de Beleña de Sorbe es uno de los
mejor conservados. Muestra las labores de los meses del año,
siguiendo la tradición latina de su representación.
Hacia dos sitios mira aqueste
cabezudo; capirotada y dos aves almorzaba a menudo hacia cerrar
cubas, llenarlas con embudo protegerlas con yesos que guardan vino
agudo
Libro
de Buen Amor, Arcipreste de Hita
También podemos encontrarle en la
literatura de la época. Juan Ruiz, más conocido como el Arcipreste
de Hita, en el Libro de Buen Amor (estrofas 12761277), nos
describe a un dios jocoso y pantagruélico, dedicando el tiempo
obligadamente improductivo de los meses rigurosos a alimentarse
glotonamente en espera de la primavera. Contradice ya claramente al
ciclo romano.
Este enigmático autor de la
incipiente literatura en lengua castellana, se inspiraría también
en el mencionado y cercano «mensario» de Beleña de Sorbe para crear
una alegoría dedicada a los doce meses y sus labores agrícolas
propias (cultura), según Manuel Criado del Val.
Representación de Jano en el calendario de Benedetto Antelami, en
el Baptisterio de Parma. Sus dos cabezas son de distinto
tamaño.
Se incluyen alusiones a los ciclos
astronómico y astrológico, regidos tradicionalmente por el dios de
las dos cabezas que se sitúa en medio de los ciclos ascendente y
descendente del año (estrofas 1067 a 1314).
Hay que indicar aquí que en el
mundo romano el término cultura, que tiene la misma raíz que culto,
significa el conocimiento de cómo se realizaban las labores
agrarias durante el año. Incluso en el diccionario de la Real
Academia Española, la primera acepción del término es cultivo). No
sólo estaban regidas sus técnicas y misterios por Jano, sino
también por Ceres, Cibeles o Isis, los tres nombres que recibe la
diosa del proceso agrícola –de ahí el término cereales–, de la que
Fulcanelli afirma ser la madre de toda las cosas y entre ellas la
sabiduría hermética. La revelación de sus secretos a los profanos
era castigada con la muerte.
El dios conserva su carácter sacro
al ser asimilado posteriormente por el cristianismo, incorporando
parte de su simbolismo a las figuras de San Juan Bautista y San
Juan Evangelista (Jano es la raíz de Juan), cuyas fiestas se
celebran coincidiendo prácticamente con los solsticios (27 de
diciembre y 24 de junio).
En el primer caso, la fiesta está
dedicada a su nacimiento, o sea, el del que permite el «nacimiento»
a la luz de los neófitos mediante un rito lustral de purificación.
Posteriormente se incorporará al panteón particular de diversos
grupos: Templarios, Gnósticos, Cátaros, Masones..., a la vez que
será una figura fundamental para la Alquimia. Como consecuencia es
el precursor –el que precede–.
Según el Nuevo Testamento,
tiene la función de ser el ministro encargado de impartir el
bautismo, tanto sacramento, como rito iniciático, imprescindible
para el crecimiento espiritual del adepto.
El otro San Juan (en hebreo Hanan),
el «discípulo más amado», es el autor del cuarto Evangelio. Su
contenido difiere del de los tres sinópticos, más centrados en la
vida de Jesucristo, sus hechos y milagros. Es, por tanto, el más
cercano al esoterismo de los cuatro.
San Juan Bautista y San Juan
Evangelista. Francisco Ribalta (1565-1528). Museo de Bellas
Artes de Valencia.
También es autor del
Apocalipsis, el compendio alegórico-profético más
importante del Nuevo Testamento. Su símbolo es el águila,
que significa elevación y espiritualidad. Es el ave solar, que
representa al iniciado que se eleva desde la ignorancia hasta el
conocimiento, por tanto también significa sabiduría y conocimiento
espiritual.
Hay algo más que una coincidencia
fonética entre las palabras Jano, Juan, Hanan, Djin, Gnosis, Jina,
Yana, Ying-Yang. Todas remiten a aspectos relacionados con la
sabiduría o la iniciación en misterios mediante los «rites de
passage». Este concepto nace del estudio de las ceremonias de
cambio de estado en las sociedades primitivas. Se utiliza desde que
el folclorista y antropólogo alemán Arnold Kurr-Van Gennepp
publicara en 1909 el magnífico libro que se titula así. Dada la
lejanía geográfica entre ámbitos de uso de estas palabras, quizá
estamos hablando de flujos de conocimiento no descritos por los
investigadores, pero existentes.
Jano simboliza también dualidad y
complementariedad entre contrarios. En algunas ilustraciones
aparece, no sólo con dos rostros o cabezas, sino que uno es
masculino y el otro femenino. Es el andrógino del que nos habla la
alquimia, un ser perfecto que conjuga perfectamente ambos sexos, al
igual que Abraxas compendia en sí mismo tanto el bien como el mal.
Es la meta del hombre que pone su voluntad y facultades al servicio
de la Gran Obra: transmutar la materia para a fin de
conseguir purificarla hasta divinizarla.
Mientras, el adepto, simbolizado
por un águila (como San Juan), asciende a una altura desde la que
puede contemplar el pasado y el futuro simultáneamente y alcanza el
estado de ser andrógino, asexuado, angélico.
Entonces el verdadero significado
de la simbología del dios bifronte se manifiesta en él. Jano es el
propio adepto y recibe los poderes que le confiere su condición de
maestro conocedor de los misterios del mundo, y el acceso al domino
de las entidades espirituales menores (magia, goetia). Por
un lado entra a su servicio toda una legión de seres fabulosos,
dotados de poder sobre las fuerzas de la naturaleza, y por otro
recibe el conocimiento secreto de los superiores que dirigen las
leyes del universo.
Algunas representaciones de operaciones alquímicas hacen referencia
a la dualidad masculino femenina, o sea, la unión de dos elementos
para que aparezca un andrógino por mutación.
Dos caras de la misma moneda, una
de ellas la búsqueda en el interior de la Tierra de las energías
perceptibles e imperceptibles, para dominarlas y ponerlas a su
servicio con la intermediación de objetos a los que se dota de
poder: piedras, minerales, sustancias químicas que provocan
transmutaciones, talismanes, etc. La otra cara, acumular la energía
espiritual necesaria para que el adepto entre en contacto con su
creador o creadores, a su vez preceptores.
Hay conocimientos que sólo están al
alcance de quienes renuncian a todo cuanto no sea la búsqueda del
ser supremo al que, según la Biblia, se parecen por su voluntad:
Y creó Dios al hombre a su imagen y semejanza.
(Génesis, 1:26).
En la obra de René Guenón (cap.
XXXVII), leemos: «Como las puertas solsticiales dan acceso, según
hemos dicho anteriormente, a las dos mitades, ascendente y
descendente del ciclo zodiacal, que en ellas tiene sus puntos de
partida respectivos, Jano, a quien ya hemos visto aparecer como El
Señor del triple tiempo (el Shiva del hinduísmo) es también según
lo dicho El Señor de las dos vías, derecha e izquierda, que los
pitagóricos representaban con una Y, idénticas al deva-yâna y al
pitr-yâna, respectivamente. Es fácil comprender así que las llaves
de Jano son en realidad las mismas que en tradición cristiana abren
y cierran el Reino de los Cielos. Ambas, una de oro y otra de
plata, eran las custodias de los grandes misterios y los pequeños
misterios».
Estos últimos son los ritos,
formulaciones y conocimientos mágicos. La Real Academia Española de
la Lengua define magia como:
«Arte o ciencia oculta con que se
pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la
intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las
leyes naturales». En su segunda acepción: «Encanto, hechizo o
atractivo de alguien o algo.» Distingue entre dos conceptos, la
antigua goetia –magia negra– y la magia blanca, a
la que define como «La que por medios naturales obra efectos que
parecen sobrenaturales».
Los grandes secretos, por supuesto,
son los que se atribuyen al Demiurgo, o principio
Creador, y por extensión a todos los seres, objetos y
lugares sagrados.
El propio diccionario nos ha dado
la clave: existen dos tipos de entidades que tienen las llaves que
permiten aprovechar las energías que transforman continuamente la
creación. De un lado la legión de los «ángeles caídos», gnomos,
duendes, elfos, ogros, genios, djiins, efrits, hadas; y del otro
los «ángeles buenos», los vigilantes, los custodios, los que
detentan el máximo poder que les han dado los propios dioses para
administrarlos al servicio del hombre.
Y ahora nos preguntamos ¿Cómo se
relaciona toda esta legión de seres con las piedras sagradas? Una
pregunta a la que trataremos de responder desde la perspectiva de
la ciencia, cuando ésta se atreve a entrar en terrenos
resbaladizos. Hay muchas personas que afirman que todos estos
elementos no son más que supersticiones.
Sin embargo, su presencia
persistente en creencias y costumbres hace sospechar que tras todo
ello hay fenómenos que se han interpretado subjetivamente y admiten
otras explicaciones.
Criatura infernal. Estatua al
Ángel Caído, de Ricardo Bellver. Parque de El Retiro.
Madrid.
Salomón, considerado como el más grande
mago de todos los tiempos, sobre una inscripción que dice:
Edificó el Templo y lo consagró al Señor. Baltasar
Monegro. Monasterio de El Escorial.
Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid.
ENERGÍA, SEGÚN EL DICCIONARIO DE LA
REAL ACADEMIA, es: Eficacia, poder, virtud para obrar. Su segunda
acepción es Capacidad para realizar un trabajo. Cuando acompaña a
otras palabras implica acciones en las que interviene como elemento
común la fuerza. O sea, un poder que transforma, que está en el
origen del movimiento y, por lo tanto de la esencia de las
cosas.
Las primeras imágenes que acuden a
nuestra mente cuando escuchamos el término están relacionadas con
la electricidad, los electrones, el átomo... Todas ellas unidas por
un nexo común que permite sospechar algo ya intuido: ¡todo es
energía! ¿Por qué? Porque todo cuanto existe está constituido en su
esencia por partículas mínimas que giran produciendo todo tipo de
efectos que se manifiestan de muy diversos modos, entre los que
destacan, por su importancia, las misteriosas fuerzas de atracción
y repulsión entre objetos, que los sitúan en la estructura del
Universo.
Orión, una región del Universo, con
manifestaciones energéticas espectaculares, como las nebulosas de
la Cabeza de Caballo y de Orión.
Las auroras boreales son manifestaciones
energéticas que iluminan los cielos septentrionales, procedentes
del Sol.
Por lo tanto, el cuerpo humano, los
animales, las plantas, los minerales, los gases, los estados
plasmáticos, son alterados por una serie de fuerzas que les afectan
de distinto modo. Las modificaciones que se produzcan dependerán de
la intensidad y signo de los campos de energía, hasta llegar a un
equilibrio que puede desaparecer en cualquier momento dependiendo
de distintos factores.
Metafóricamente, el equilibrio sería
asimilable al término creación, y su contrario, la destrucción. Sin
embargo, el concepto creación es relativo, porque se refiere a un
momento puntual de convergencia de elementos influentes.
Desde el punto de vista humano
existen dos tipos de energía. De un lado, la que se manifiesta
mediante fuerzas físicas, congnoscibles, evidentes, pesables y
medibles, amplificables y reducibles, controlables e
incontralables. Del otro, otras más sutiles que aparentemente
incumplen principios universales, como las cuánticas, que actúan en
los niveles más básicos de la materia, y las espirituales, de
naturaleza metafísica (¿o quizá no del todo?).
La historia nos enseña que la
evolución del hombre, su papel como dominador del resto de especies
que pueblan la Tierra, está muy relacionado con el control de estas
energías. Todos los conocimientos, de uno u otro modo, permiten
controlarlas para ponerlas al servicio de la supervivencia y
crecimiento de la especie.
Es difícil apreciarlo a simple
vista, por la naturaleza abstracta de ciertos fenómenos, pero la
cultura, por ejemplo, entendida como acúmulo de experiencias
–incluyendo las erróneas, aunque lleven paulatinamente hacia
certezas–, es una elaboración que nace a expensas de las energías
espirituales de la Humanidad. La consciencia de existir, de cumplir
una misión concreta asignada, la trascendencia, son cosas
inherentes al homínido. Explicar el mundo en términos de existencia
originada y sustentada en la energía, la vibración, la radiación,
las fuerzas potenciales del universo,... no es materialismo
únicamente. Incluye la intervención de elementos extrafísicos, o
dicho de otro modo, sobrenaturales.
El hombre trata de controlar todo
cuanto le influye para ponerlo a su servicio, o evitar sus efectos
negativos. Las ciencias positivas han avanzado mucho para llegar al
momento en el que estamos, en el que nos han proporcionado grandes
soluciones mediante la introducción de sistemas de control, como la
mecánica, la medicina o la química. Pero el conocimiento de la
mente o del ser espiritual, y las influencias que recibe, no se ha
desarrollado prácticamente nada, excepto por algunas escuelas
filosóficas o religiosas. El cerebro y el ser sutil del hombre
siguen siendo unos desconocidos, envueltos en misterio e
ignorancia, que a duras penas la neurología, la psicología y la
psiquiatría tratan de aclarar, como también lo intentan otras
disciplinas no académicas. Esto ha sucedido por el empeño de
quienes afirman que su pensamiento es el único racional en negar la
existencia de entes inmateriales.
Quizá por esto, se han buscado
atajos materiales para llegar a lo que está más allá de la
experiencia sensible. Y a veces, éstos están en lugares o cosas
concretas que adquieren virtualidades mágicas o sagradas.
Los que describimos como vírgenes,
o sin manipular, no incorporan grandes transformaciones al efecto,
como son rincones apartados dentro de un valle, desierto, lago,
cascada, arroyo, fuente, montaña o colina, caverna o sima.