Busca donde no creas - María Concepción Rodríguez Bacallado - E-Book

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María Concepción Rodríguez Bacallado

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Beschreibung

El pecado que habían cometido sus padres muchos años atrás y que don Mario había quemado en la hoguera de su corazón, destruyendo luego sus cenizas, para que nunca más le hicieran daño, resurgía. No podía asimilar que de nuevo la vida lo volviera a castigar de esa manera, a él y a sus descendientes, teniendo que rememorar otra vez sus orígenes, para intentar calmar la ira de Cristina, una joven periodista a punto de acabar su carrera en Madrid, para hacerla entender que mejor era olvidar ese amor que había surgido como un huracán entre ella y su hijo Mario, devastando su mundo actual; cambiando su vida para siempre. ¿Sería que el destino pretendía cobrarse una antigua deuda y cebarse con su corazón? La historia de un amor apasionado deja al descubierto el secreto mejor guardado de una familia canaria. Caracas, Madrid y las islas Canarias son los escenarios donde se fragua la tragedia de un hombre y una mujer que no pueden escapar de los acontecimientos del pasado.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© María Concepción Rodríguez Bacallado

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Pintura de portada: Nicolás Pérez Delgado

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1144-316-6

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

I

—¡Ya voy! —gritó malhumorada—. ¡Qué inoportuno!

Se incorporó de muy mala gana, mientras buscaba algo que ponerse, cosa muy difícil en el desorden que reinaba a su alrededor.

—¿Diga? —Descolgó el teléfono, dejándose caer en el sofá.

—Cris, ¿eres tú? —La voz de su interlocutora no sonaba como otras veces—. Estabas durmiendo, ¿verdad? Lo siento, pero tengo que decirte algo muy importante.

—¡Vaya! —exclamó contrariada y de buena gana hubiera colgado—. ¿No podías esperar a mañana?

—No, ¡claro que no! —respondió muy segura la voz al otro lado del hilo telefónico—. ¿Recuerdas aquella revista que empezó a publicarse hace unos meses? Pues hay posibilidades de trabajar para ella.

—¿Qué dices? Eso es una tontería, hace poco que cambió de director y es imposible. Además, no conocemos a nadie y no hemos terminado nuestros estudios. ¿Cómo crees que se van a interesar por dos novatos?

—Tenemos una pequeña posibilidad, confía en mí. Conozco a una persona que nos puede echar una mano, ¿te interesa o no?

—¡Claro que sí!, pero dudo que esa persona interceda por nosotros. —Cristina no estaba segura de entender bien todo aquel asunto.

—Tú déjalo todo en mis manos y ya te darás cuenta del amigo que tienes.

—No seas tonto. Bueno, si no tienes nada más interesante que contarme, regreso a la cama, estoy agotada —concluyó incorporándose.

—De acuerdo. No olvides que en cualquier momento el director nos querrá ver.

—Adiós —se despidió ella, colgando sin mucho interés.

No podía creer que ese director quisiera conocerlos. Sabía que no perderían nada por intentarlo, aunque fuera una ardua labor. Movió la cabeza apartando cualquier idea y se volvió a meter en la cama sin pensar en otra cosa que no fuera descansar, porque había sido el día más agotador de su vida.

A la mañana siguiente, la despertó la poca claridad que se colaba por la cortina. Ya no llovía, por el contrario, hacía un día estupendo, ideal para comenzar el último año de carrera. Las maletas, medio desechas, permanecían donde las dejara la noche anterior. No recordaba en cuál de ellas tenía la ropa adecuada para vestirse en su primer día de clase. Con mucha pereza empezó la laboriosa búsqueda. Sin pensarlo dos veces, las vació sobre la cama; por la tarde ya tendría tiempo de poner orden. Cuando al fin encontró todo, sonó el timbre de la puerta. Al mirar el reloj se alarmó, seguramente era Toni que venía a recogerla. No podía ir a abrir con lo poco que llevaba puesto, así que se metió como pudo los pantalones y con la blusa en las manos se dirigió a su encuentro.

—¡Voy! —Por el camino intentó ponerse la blusa y, sin casi abrocharla, abrió—. ¡Hola, Toni! Se me ha hecho un poco tarde. Pasa y espera un momento —le dijo contrariada.

No es que estuviera de mal humor, pero demasiado a menudo solía ser él la última persona con la que hablaba por la noche y la primera en tropezarse por la mañana. Tenía que pensar seriamente en poner remedio a tal situación.

—¡Pero Cris! ¿Todavía estás así? —le reprochó mirándola de arriba abajo—. ¿Es que no vas a clase?

—Sí, lo que pasa es que me quedé dormida —se disculpó ella.

—Lógico —le reprochó con sarcasmo.

—¿Lógico por qué? —Lo miró con rabia—. Ayer llegué a las siete, después de haber pasado todo el santo día en el aeropuerto de Tenerife. —A veces Toni conseguía hacerla enfadar.

—Bueno, bueno. Perdona, no te pongas así. No sabía nada. Será mejor que te des prisa.

—Márchate, yo iré más tarde. —Dio media vuelta, pero Toni no la dejó ir, sujetándola por un brazo.

—Vamos, Cris, eres como un grano en el trasero, nunca sé cómo ponerme para no molestarte.

—Está bien —rio por la ocurrencia—, siéntate, enseguida vuelvo.

La conocía desde hacía cuatro años y no hubo un día que no pelearan por algo, pero en el fondo eran como uña y carne. Había sido un verano tan corto. Ella adoraba su tierra, el sol, su casa, desde donde en invierno veía el mar azul a un lado y la nieve que cubría el Teide al otro. Los últimos cuatro años los había pasado en Madrid, allí no veía el mar. Después de tanto tiempo, aún miraba a través de la ventana del pequeño apartamento con la esperanza de encontrárselo afuera, pero lo único azul que acertaba a ver, en ocasiones, era el cielo.

Atrás quedó el maravilloso verano, sus amigos de allá, sus noches de fiestas, sus diversiones favoritas, su familia; todo estaba lejos, todo quedó allá.

Ahora, aquí, le esperaba su último curso, sus compañeros de clase, su asistencia a alguna fiesta de facultad, pero sobre todo sus libros. Tenía que terminar de una vez. Había pasado casi cinco años fuera de su hogar, compartiendo piso con varias compañeras. Lo cierto era que le gustaba, adoraba la vida de estudiante, deseaba con todas sus fuerzas acabar, pero estaba segura que, en el fondo, lo echaría de menos.

—¿Lista? —preguntó Toni, poniéndose en pie—. Qué bien te sienta tu tierra.

—No seas adulador. Además, cada uno enseña lo que tiene y me parece que tú tienes poco que enseñar, ¿o me equivoco? —añadió burlándose.

—Por favor, no empecemos —le rogó él, un poco frustrado. Cris sabía como herir sus fibras más sensibles.

—Sí, será mejor que nos vayamos ya —salieron del apartamento riendo.

En la calle, aunque lucía el sol, hacía frío. Era temprano y tal vez con el transcurso de las horas haría acto de presencia el calor. Nunca pudo acostumbrarse al clima de la capital. Procedía de una ciudad muy húmeda, pero el frío de Madrid era seco y diferente, cuando se le metía en los huesos le costaba luego sacarlo fuera.

Allí estaba de nuevo la gran ciudad, la gigantesca ciudad que un día le diera miedo. Ella, que nunca había salido de su isla, que dudó mucho en ir o no a estudiar fuera, allí estaba, como cada año, encaminándose hacia la universidad. Había mucho movimiento, el correr de las personas, de los coches, de los autobuses y, en medio de todo, ella, una joven que aspiraba a ser periodista, con ansias de triunfar o por lo menos de llegar a ejercer su profesión.

—Por cierto, ¿cuándo vienen las chicas? —preguntó Toni interrumpiendo sus pensamientos al comprobar que, como cada año, la cara se le llenaba de una inmensa nostalgia. Era como si no fuera a volver más a su pequeño paraíso. Su semblante se asemejaba a un pozo de lamentos y como cada año, intentaba animarla.

—Silvia no sé cuándo llegará —respondió al fin respirando hondo—. Le gusta empezar a mitad de mes, quiere aprovechar hasta el último minuto para estar con su novio, ya sabes, l’amour. Tere debía haber llegado ayer, pero con la huelga de controladores no me extrañaría que estuviera tirada en el aeropuerto, esperando y meditando las posibilidades de meterle un paquete a la compañía.

Rieron al imaginarla poniendo el grito en el cielo y pidiendo ver al gerente con la sana intención de demandarles. En cierto modo ella hubiera hecho lo mismo. Entendía que los trabajadores tuvieran que luchar por sus mejoras laborales, pero había algunos conflictos que se deberían solucionar de otra manera.

Sus compañeras de apartamento estudiaban medicina y derecho. Eran muy diferentes, pero habían conseguido convivir sin molestarse una a las otras. Silvia era la chica más loca que había conocido, nunca entendió cómo conseguía cada año encabezar la lista de sobresalientes. No tenía muy claro en qué se especializaría, porque cada curso cambiaba de opinión. En cambio, Tere era tan distinta: reservada, demasiado metida en sus cosas, nada divertida. Solo le interesaba el derecho, las injusticias y lo mal que andaba la administración. En el futuro se veía en un juzgado de guardia, ejerciendo el turno de oficio.

Siempre pensó que había sido una chica afortunada, porque disponía de dos familias: la de Madrid y la de Tenerife. Ya se aproximaba el final, sabía que tendría que elegir y quedarse con una, con la de siempre, con la primera que tuvo. Cuánto iba a echar de menos a su familia universitaria.

Recordaba el día de la despedida, las lágrimas, los lamentos, los consejos. Estuvo a punto de mandarlo todo a paseo y quedarse en casa, estudiar otra cosa, qué más le daba. Fue su hermano quien, intuyendo sus pensamientos, la metió en el avión muy a pesar suyo, haciéndole prometer que no miraría atrás. En el momento de despegar, notó como si en su interior algo se rompiera y quedara en su tierra. Estaba segura de que parte de su corazón rondaría aquella isla para siempre y por primera vez sintió ese pesar que tienen todos los isleños al partir, al dejar su pequeño reino rodeado de agua y adentrarse tierra adentro.

Cuando llegó a Madrid se vio sola, desamparada ante un gigantesco dragón que la miraba acechando cada movimiento, esperando ese primer descuido para atacar. Fue la suerte más poderosa que el gigantesco dragón, ya que en el aeropuerto conoció a Silvia, que venía de Andalucía. Sus padres la habían obligado a independizarse. Según ellos, su hija debía estudiar fuera y por mucho que se rebelara, no conseguiría hacerlos cambiar de opinión.

Allí estaban las dos observándose, con las maletas en las manos y sin saber qué hacer: si coger el primer vuelo que saliera para sus respectivas ciudades o continuar adelante. Miraron a su alrededor y no encontraron nada que les llamara la atención. Estaban completamente solas, enfrentándose al futuro. Volvieron a mirarse con una sonrisa de cómplices y no lo pensaron más, caminando unos pasos, para tratar de ayudarse mutuamente.

—¿Conoces Madrid? —le preguntó Cristina un poco azorada.

—No, ¿y tú?

—Tampoco. —Se disculpó por su ignorancia.

—Bueno, pues podemos intentar movernos juntas. Así no creo que nos perdamos fácilmente.

A partir de ese momento se convirtieron en amigas inseparables. Después de todo, el destino había sido benévolo con ellas, cruzando sus caminos. Sin el apoyo mutuo que se prestaron, sin duda, aquel mismo día hubieran regresado a casa.

Tere entró en sus vidas un mes más tarde. Venía de Cáceres, donde sus padres se dedicaban a la abogacía. Ella tenía la suprema misión de proseguir con la saga. El apartamento era pequeño para las tres, pero tanto Cris como Si —ambas decidieron abreviar sus nombres— habían llegado a la conclusión de que, si no lo compartían con otra persona, los gastos iban a ser demasiado. Tere apareció un día que tronaba; estaba calada hasta los huesos, le chasqueaban los dientes y estornudaba. Desde esa misma noche comenzaron a vivir juntas.

Al principio, resultó un poco difícil, sobre todo por Tere: la más mínima tontería le molestaba. Se pasaba el día y la noche estudiando. Sus compañeras resultaban un estorbo y decidieron separarse. Si y Cris dormirían en la habitación, mientras que Tere se arregló en la pequeña salita. A partir de entonces las cosas cambiaron, ya parecían una pequeña familia bien avenida, Tere estaba contenta y todo se arregló.

Siempre que recordaban aquellos primeros momentos, reían juntas al comprobar que pudieron hacer frente a los problemas, aunque posteriormente se les presentaran más, pero ya no resultaba tan complicado solucionarlos.

Tomaron una serie de medidas y les iba muy bien. Prohibieron la presencia de hombres en el apartamento, aunque muy pronto tal idea tuvo que cambiarse por Toni, que se había convertido en asiduo visitante.

—¡Cris! ¡Cris! —insistió—. Ya hemos llegado —le dijo mientras pasaba la mano varias veces por delante de su rostro porque llevaba unos minutos con la vista perdida en las calles, muy pensativa.

—Por favor, Cris, ¿ni el último año vas a cambiar de actitud? —Toni no entendía nada. Para él no tenía sentido echar de menos su tierra, su familia.

Entraron en el recinto que seguía estando como siempre. Caras nuevas, los mismos saludos, los compañeros que dejara hacía tres meses. A medida que se iba acercando a clase, su rostro fue cambiando y pronto aquella melancolía dejaba paso a una gran sonrisa. Había tantas y tantas cosas que decir: lo que no se llegara a contar aquel primer día, ya quedaría en el tintero, puesto que, en el segundo, solo habría tiempo para las clases, las fiestas y los imprevistos. El verano, con todas las anécdotas y consecuencias, quedaría en el recuerdo para no tocarlo más.

Sin darse cuenta, el primer trimestre ya casi se despedía, las navidades parecían muy cerca. Todo estaba programado, incluso la fiesta. Cris había olvidado por completo la historia que le contó Toni sobre el posible trabajo en la revista, tampoco él mencionó el tema hasta que un día almorzando, la sorprendió.

—Cris, llegó el día. —Ella lo miró muy sorprendida—. No me digas que ya no te acuerdas. —Al ver su expresión, comprendió que lo había olvidado.

—Ahora no me vengas con que no te interesa el trabajo —le reprochó.

—¡Ah! Era eso. No me acordaba, como no me habías comentado nada más, pensé que era una de tus bromas de bienvenida.

—¡Qué poco me conoces! —añadió enfadado.

Toni sabía que sin Cris no conseguiría el empleo. Ella era muy buena, lo había demostrado en cada uno de los trabajos que había realizado durante la carrera. Siempre pensaron que trabajarían juntos. Él pondría las ideas y ella le daría vida. Habían quedado a las doce para ir a ver al director, pero antes de las once, ya vestido muy elegante, Toni la esperaba impaciente. Al ver cómo iba, dudó; no sabía si ir como él o con vaqueros. Su compañero le recomendó que fuera imponente, que la ocasión se prestaba a ello. Entonces ella lo miró y le sonrió, alejándose sin decir nada.

Después de pensarlo mucho, descolgó una falda corta y una blusa, se pondría unos zapatos de tacón para disimular un poco su corta estatura. Cuando estuvo vestida, se miró al espejo y le surgió otra vez la duda: ¿se pintaba o no? Al final, cuando volvió a mirarse, se quedó satisfecha con lo que veía, ni mucho ni poco. Estaba como quería estar para afrontar esa dichosa reunión. También Toni aprobó su elección. Como siempre, lucía muy guapa.

—Ya verás que cuando te ponga los ojos encima se quedará prendado y aceptará que trabajemos para él —comentó Toni, mientras se dirigían a la revista, intentando calmarse mutuamente.

—¡Qué optimista eres! —le respondió sin mucho interés, observando el denso tráfico.

El edificio donde se encontraba la revista no estaba muy lejos, pero el embotellamiento a esas horas era impresionante, por lo que llegaron casi a las doce y media.

Se miraron sin atreverse a comentar nada. El lugar no era como lo habían imaginado. Resultaba excesivamente pequeño para una entidad de aquel calibre, con algunas oficinas y varias puertas cerradas. Realmente no se parecía en nada al prototipo de revista con un poco de prestigio que solían visitar para hacer sus trabajos. Se respiraba un ambiente cutre y con muy poca clase. Al final del pasillo, en un pequeño mostrador, tenía su sede una sugerente secretaria que le había indicado que esperasen, porque no sabía nada de ninguna entrevista.

Cris tuvo deseos de salir corriendo. Tenía la sensación de estar haciendo el ridículo. No sabía bien por qué, pero quería marcharse de allí. Toni le cogió la mano, guiñándole un ojo. Pudiera ocurrir que se equivocara de día o que ese periodista olvidara la cita, porque no le interesaba.

Aún tuvieron que esperar más de veinte minutos, antes de que apareciera el entrevistador. Al entrar los miró como si fueran dos objetos más de la decoración y siguió de largo sin saludar. El hombre tendría unos cuarenta años y cara de pocos amigos. Vestía un traje gris que, evidentemente, no fue confeccionado para él. Daba la impresión de ser un hombre frustrado y no muy orgulloso de su suerte en la vida.

Pasados unos minutos y al ver que la secretaría tampoco le decía nada, Toni decidió ir a hablar con la muchacha, pidiéndole que avisara al señor Fernández, a lo cual ella exclamó:

—¡Huy, me había olvidado de vosotros! Un momento por favor, ahora mismo se lo digo.

Era la persona más tonta y poco eficiente que había conocido en su corta vida, pensó el muchacho, indicando a Cris que se acercara.

—Pueden pasar por aquella puerta. —Les señaló la oficina por la cual, hacía bastante rato se había dirigido el señor Fernández.

—¿Se puede? —preguntó Toni, después de haber dado unos golpecitos.

—Pasen —respondió una voz desde el interior. Detrás del escritorio se encontraba el director, que los observó con cierta curiosidad, sobre todo a Cris.

—Siéntense, por favor. —Aquel tipo la ponía muy nerviosa, tenía algo en la mirada que no le gustaba. Después de haberse saludado, se sentaron contemplándose mutuamente. Ni Cris ni Toni se decidían a hablar, temían no ser lo que el director buscaba.

—Tengo entendido que estáis en el último año de carrera y que sois buenos. —Ambos jóvenes se miraron. No lo podían creer, detrás de aquella cara de ogro, había algo más. Sabía a quiénes tenía delante y eso era buena señal. Toni fue quien se decidió a responder.

—Sí, esperamos terminar este año.

—Bien, me parece estupendo. —Hizo una pausa observándolo de nuevo sin ninguna expresión. Por un momento, Cris se sintió como una mercancía que el señor Fernández pretendía adquirir y para ello debía asegurarse que la compra iba a ser buena.

—¿De verdad queréis trabajar aquí? —preguntó al fin sorprendiéndoles por la pregunta. No entendieron que quería decir: o la revista era muy mala o ellos eran muy buenos. Ninguna de las dos opciones se les antojó correcta.

—Pues verá, señor Fernández —Cris estaba disgustada por el comportamiento de aquella arrogante persona y quiso poner fin a la entrevista. Ahora entendía que un ser como él era el adecuado para seleccionar a tan ineficaz secretaria—. Queremos empezar a trabajar, pero lo que nosotros queremos es lo de menos, lo que importa es lo que usted quiera o lo que pretenda de nosotros. —Se puso en pie, tocando el brazo a su amigo para que la imitara y añadió—: Me parece que ya nos hemos mirado bastante. Ahora será usted el que tome la decisión. Sinceramente deseo que sea favorable y que nos acepte. Creo que tenemos bastante que ofrecerle, pero si no es así, lo entenderemos. Aquí tiene nuestros datos. —Le entregó el sobre y se dio media vuelta para mirar a Toni. Casi tuvo que empujarle para que se moviera—. Bien señor Fernández, ahora nos tenemos que ir, ya sabe, hay que estudiar. —Le tendió la mano, despidiéndose—. Encantada de conocerle.

Toni hizo lo propio, sin salir de su asombro. No entendía a dónde quería ir a parar y salió convencido de que no conseguirían el empleo

—Muy bien, ya tendrán noticias mías —añadió el director mientras los acompañaba a la puerta.

A medida que se iban alejando por el pasillo, Cris notaba los ojos del hombre que no se apartaban de ella y que tanto le desagradaba. No hablaron hasta estar fuera del edificio. Toni se acomodó en el coche, concentrando su atención en la concurrida calle. Cris lo observaba sin decir nada. No sabía cuál era su impresión de la entrevista, aunque sospechaba que no estaba conforme con su actuación.

Aquel silencio la ponía nerviosa, era el castigo por el comportamiento poco refinado que había mostrado. Estaba decidido a no hablarle: puso el coche en marcha y la llevó a casa.

—Bueno, Cris, nos veremos mañana. —Ella no se movió. No estaba dispuesta a dejarlo marchar sin que le comentara lo que pensaba.

—Dime algo —le suplicó, mirándolo fijamente.

—¿Qué quieres que te diga? Sabes que la has chafado —aseguró contrariado—. ¿Por qué no te guardas tus opiniones y más en una ocasión como esta? —Hizo una pausa antes de seguir reprochándole su actuación—. Tenía tantas esperanzas —prosiguió—. Pensé que le gustaríamos, pero tú siempre igual. —De nuevo se detuvo. Cris no necesitaba mirarlo para adivinar su expresión—. Ya nada podemos hacer —reflexionó Toni unos segundos—, perdona por todo lo que te he dicho.

—Lo siento —le aseguró ella consternada—, ese tío me pone enferma. ¿Acaso no te diste cuenta cómo me desnudaba con sus ojillos de águila?

Respiró hondo al ser consciente de que su amigo lo pasaba realmente mal. Tenía muchas esperanzas puestas en la entrevista, pero Cris no permitía ciertas cosas y esa era una de ellas.

—No pude aguantar más. Yo soy así. Deberías saberlo y no reprochármelo.

—Está bien, olvídalo —Toni seguía mirando al frente, puso el coche en marcha con la intención de no seguir hablando. Ella se dio por vencida, bajándose resignada.

—Hasta mañana.

No podía olvidar el aspecto del señor Fernández. En el fondo se arrepentía de su comportamiento, pero su orgullo, su indignación estaban por encima de eso. Odiaba a los cuarentones menopáusicos que pretendía que se les levantara cuando tenían a una mujer de buen ver delante para sentirse más hombres y no querían darse por enterados de que sus esposas buscaban un amante porque ellos no conseguían ponerlas a tono. Intentó apartarle de su mente, pero no pudo. Ahora cabría la posibilidad de que le gustaran las personas que no tuvieran miedo de decir lo que pensaban sin temor a represalias. Ya no tenía solución, Toni estaría enfadado unos días y después todo volvería a la normalidad.

II

Estaban muy cerca las vacaciones, el descanso, algún examen, la fiesta. Habían pasado unos días desde la entrevista y como imaginó Cris, ya Toni ni lo recordaba. Fue una semana antes de Navidad cuando recibió la llamada. Le comunicaron que el señor Fernández los citaba para el día siguiente. La secretaria no le dio más explicaciones. Toni no lo podía creer: Cris había acertado con su comportamiento ante aquel extravagante personaje. Esa noche apenas durmieron, anhelantes de que llegara el día para salir de dudas.

Acudieron temprano a la cita y tuvieron que esperar. Aunque intentaron disimular los nervios, no lo consiguieron. Toni fumaba un cigarro tras otro, en cambio Cris paseaba de arriba abajo del pasillo. Les parecía imposible que estuvieran citados, habían soñado tanto con aquel momento que ahora no sabían contener su impaciencia.

De nuevo le llamó la atención el lugar, era tan diferente a lo que ellos imaginaran. Se asemejaba a un gran apartamento acondicionado para convertirse en la sede de una pequeña revista de poca monta que luchaba por salir adelante. Disponía de tres pequeñas oficinas y una grande que resultó ser el despacho del director, un baño al fondo con la palabra WC, entendiéndose que sería el mismo para caballeros que para señoras.

Les habían comentado que la edición la hacían en el periódico del cual dependían. De allí salía preparada para editarse. Sobre la pequeña mesilla del recibidor solo tenían publicaciones de la propia entidad, en total eran nueve las que habían salido a la luz, pero ella solo vio los tres últimos ejemplares.

Al final del pequeño pasillo estaba aquella señorita que, de vez en cuando, levantaba la cabeza para dedicarle una sonrisa mientras que ellos permanecían con los ojos fijos en la esquina por donde debía entrar el director. Una de las veces que se disponía a girar de vuelta sobre sus pasos fue prácticamente arrollada por él, que apareció de imprevisto como alma que lleva el diablo.

—Disculpe, señorita. —Ambos se sobresaltaron y él añadió con sarcasmo—: ¡Ah!, eres tú, Cristina; ya me acuerdo, la señorita carácter.

—Buenos días, joven —saludó sin mucho interés a Toni—. Perdone el retraso, pero me fue imposible venir antes. —Caminaron hasta el despacho donde, después de tomar asiento, el director empezó a explicarles la razón de la llamada.

—En principio, les diré que a la revista le interesa que colaboréis con nosotros. —Toni miró a Cristina sonriente—. Tengo buenos informes vuestros y me gustaría intentarlo. Necesitamos periodistas con coraje. ¿Qué pensáis vosotros?

—Estupendo —se apresuró a responder Toni, no quería que ella lo estropeara—, estamos encantados de poder colaborar.

—¿Qué opinas tú? —quiso saber Fernández, dirigiéndose a la joven.

—Bueno —Cris leyó el mensaje de súplica en el rostro de Toni, intentando no volver a meter la pata—, pienso lo mismo que mi compañero. Si quieren que trabajemos para ustedes, así lo haremos.

—Supongo que deseáis conocer las condiciones económicas. Dependerá del valor de los artículos y de la cantidad que hagáis. —Ambos afirmaron con la cabeza. Fernández buscó algo dentro de su desordenado escritorio—. Aquí tenéis la primera oportunidad, será pasado mañana. Si lo queréis, este reportaje es vuestro —les entregó una invitación para la presentación de un complejo urbanístico.

—¡Claro que lo queremos! —exclamaron al unísono.

—Gracias por confiar en nosotros —añadió el joven.

—Yo también se lo agradezco. Espero que no tenga que arrepentirse —sentenció la muchacha, intentando que su mente no le jugara una mala pasada al fijarse en los diabólicos ojos de su interlocutor.

Cuando se vieron fuera del edificio se abrazaron saltando de alegría bajo la mirada sorprendida de los transeúntes. De camino a casa, sus rostros reflejaban la inmensa satisfacción que sentían. Iban frotando, Toni conducía sin darse cuenta de nada, era tan maravilloso, tan increíble que, después de todo, Fernández les llamara. Pronto Cristina se dio cuenta de un detalle: habían olvidado preguntar cuándo debían entregar el artículo.

—Toni, yo tengo reservado el billete para el veintitrés y no pienso perderme las Navidades por nada, ni siquiera por este reportaje —dijo alarmada.

—No te preocupes, en ese caso lo haré yo solo o mediante el teléfono. Me lo puedes mandar por fax. Ya se verá.

Enseguida salieron de la duda. El artículo se publicaría en el número siguiente, tendrían tiempo hasta el diez de enero. Esa noche era la Última navidad que pasaban todos los compañeros; Toni se marchaba, cuando se lo recordó.

—¿A qué hora te recojo luego?

—No sé, dime tú.

—¿A las seis? —le sugirió.

—¡Las seis! La fiesta empieza a las diez.

—Sí, pero me gustaría que pasáramos la tarde juntos. —Cris lo miró sonriendo. En un principio buscó amor en ella, pero poco a poco fue desistiendo al comprobar que solo le podía dar amistad.

—Recógeme a las nueve.

—Cris… —Se detuvo al ver la cara que estaba poniendo la joven, no insistiendo más.

La mañana de la presentación estaba muy nerviosa. Antes había hecho reportajes de clase, pero aquello era diferente. Se enfrentaba a su primer artículo, su primer trabajo, no tenía ni idea de cómo lo iba a hacer. Esperaba que, como siempre, Toni le diera el empujón definitivo.