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El matrimonio nunca había figurado en los planes de Cole Bailey, pero su abuelo no dejaba de insistir en que tenía que casarse con una buena chica... ¡y pronto! Cuando le pidió a su vieja amiga Tess Morgan que lo emparejara con alguna de sus amigas, a ella no pareció gustarle mucho la idea. ¿Cómo podría demostrarle que ella era la mujer perfecta para él?
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Seitenzahl: 147
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Pamela Hanson y Barbara Andrews
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Buscando novia, n.º 1297 - mayo 2015
Título original: One Bride Too Many
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6360-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro
Comería un poco de tarta, besaría a la novia y buscaría a una mujer virgen, aunque tal vez no por ese orden.
Cole Bailey aparcó tan lejos como le fue posible del edificio de estilo Tudor. No estaba invitado a la ceremonia y por otra parte no quería llamar la atención de los aparcacoches del Club de Campo de Detroit con su camioneta.
En realidad no quería estar allí. Se arrepentía por haber permitido que una simple moneda decidiera quién sería el primero en aceptar la poco razonable exigencia de matrimonio de su abuelo, si su hermano Zack o él. Pero su principal problema en aquel instante era encontrar un modo de presentarse en la boda de la sobrina de la amiga de su madre. Ni siquiera recordaba su nombre, aunque eso no era extraño si se tenía en cuenta que estaba muy enfadado con Marsh Bailey, su abuelo por parte de madre.
El aparcamiento estaba lleno de coches tan caros como para llenar cualquier concesionario de vehículos de lujo, pero no le pareció mal. Si había mucha gente, también estarían presentes muchas de las amigas de la novia. Y no había nada como una boda para volver atrevidas a las tímidas y traviesas a las buenas chicas. Por desgracia, no le apetecía nada. No estaba allí para pasar un buen rato.
Una vez más se preguntó cómo era posible que el viejo cascarrabias hiciera algo así a su familia. Había amenazado con vender sus acciones del negocio familiar si Zack y él no se casaban con dos buenas mujeres y sentaban la cabeza. Si no obedecían, la dirección de Bailey Baby Products acabaría en manos extrañas. Ni para su hermano ni para él era importante, porque tenían grandes esperanzas depositadas en su empresa de construcción, pero para su madre sería un duro golpe. La compañía era toda su vida, y la dirigía tan bien como lo había hecho su esposo.
Cole pensó que solo un autócrata como Marsh Bailey podía pensar que la compañía iría mejor en manos de un hombre. Pero se estaba engañando a sí mismo si creía que el matrimonio serviría para que alguno de sus tres nietos –los gemelos y su hermanastro Nick— se hiciera cargo de la gestión.
Además, no comprendía que le pudiera hacer algo tan terrible a su propia y única hija. Desde la muerte de su esposo, la madre de Cole había centrado su existencia en su trabajo como directora general de Bailey Baby Products. Para mantener el control de la empresa en ausencia de Marsh necesitaba controlar las acciones de, al menos, sus hijos. Pero Nick era afortunado. Aún estaba en la universidad y Marsh no lo había presionado para que se casara.
Cole se frotó la barbilla; estaba suave porque se había tomado la molestia de afeitarse después del trabajo. Se sentía incómodo vestido con aquel traje gris, y se aflojó un poco la conservadora y rojiza corbata.
Tenía veintiocho años y llevaba toda la vida intentando demostrar a su abuelo que él no era como su padre, Stan Hayward, aunque Cole no había llegado a conocerlo. Marsh se había asegurado de ello. Cuando Stan dejó embarazada a su hija, que entonces tenía diecisiete años, lo amenazó con meterlo en la cárcel si se volvía a acercar a ella. Y en sus certificados de nacimiento no aparecía el apellido de su padre.
Caminó hacia el edificio. Había perdido la apuesta con Zack con su propia moneda y ahora no tenía más opción que ser el primero en buscar novia. No podía dejar a su madre en la estacada, aunque ella no supiera nada de lo sucedido.
Marsh había insistido en que se casaran pronto y en que lo hicieran con buenas chicas, lo que en su código significaba que debían ser vírgenes. Su hermano había tenido una experiencia matrimonial desastrosa por haberse casado con una mala mujer, en opinión de Marsh, y ahora estaba obsesionado con evitar que le sucediera a uno de sus nietos.
Cole se detuvo para admirar uno de los deportivos de los invitados, aunque no estaba realmente interesado. Odiaba la idea de asistir a aquel acto. No le gustaban nada las bodas, y mucho menos si estaba condenado a casarse en un futuro más o menos inmediato.
En aquel instante, oyó la voz de una mujer.
—Por favor, ¿puedes ayudarme? ¡Solo será un momento!
Cole miró a su alrededor, sorprendido. Enseguida vio a una mujer que llevaba un vestido rosa de mangas hinchadas y cuyas faldas eran tan largas como para construir varias tiendas de campaña. Pensó que debía de ser una de las damas de honor.
—Me he pillado el vestido con la portezuela, pero no puedo abrirla porque las llaves se han caído debajo del coche –explicó la mujer, que llevaba un enorme paquete.
—Yo me ocuparé.
Cole dejó el paquete de la desconocida en el suelo. Entonces, ella intentó alcanzar las llaves con la punta de un pie, pero solo consiguió alejarlas más.
Cole se inclinó y recogió las llaves, pero tardó unos segundos más de lo necesario porque la vista desde abajo era espectacular. Pensó que si el resto del cuerpo de aquella mujer era tan impresionante como sus piernas, era un pecado que llevara un vestido tan hinchado. Pero Cole tenía su propia teoría sobre las damas de honor: su papel real consistía en tener mal aspecto para que la belleza de la novia resaltara más.
—Gracias, has sido muy amable... Pero ¿no eres uno de los gemelos Bailey? —preguntó, muy asombrada—. ¿Cole Bailey?
A Cole lo sorprendió que lo conociera.
—Sí, en efecto.
—Fuimos juntos al instituto. ¿No te acuerdas de la clase de Inglés?
—Cómo no, era la peor asignatura para mí. Pero tenía que aprobarla para pasar el curso.
En aquel momento, la mujer se quitó la pamela que llevaba, revelando un largo cabello rojizo, trenzado. Pero Cole sin acordarse de ella.
—No me extraña que no me reconozcas con este peinado. Fue idea de Lucinda —continuó—. Soy Tess Morgan. Te ayudé con Shakespeare...
—¿Tess Morgan? No puedo creerlo...
Cole la recordó entonces. En la época del instituto era una preadolescente muy tímida y Zack y él se burlaban de ella solo para ver cómo se ruborizaba.
—Supongo que he cambiado un poco.
—Desde luego.
—Recuerdo que te ayudé porque me prometiste que si lo hacía no volverías a tomarme el pelo.
—¿Y mantuve la promesa? —preguntó Cole, que no lo recordaba.
—Te marchaste del instituto un año antes que yo, de modo que se puede decir que la mantuviste en cierto modo. Pero ¿te importaría abrir la portezuela? Me siento completamente idiota, atrapada por mi propio coche.
—Oh, por supuesto...
Cole abrió la portezuela de inmediato.
—Muchas gracias.
—¿Quieres que te arregle un poco el vestido?
—¿Sabrías hacerlo?
—Claro, no te preocupes.
Cole arregló como pudo la parte posterior del largo vestido, de tal manera que la parte que se había manchado quedaba oculta.
—¿Lucinda es amiga tuya?
Para aquel entonces, Cole ya había recordado el nombre de la novia, pero tenía serias dudas sobre su gusto. No entendía que se hubiera empeñado en que sus damas de honor vistieran de aquel modo.
—Sí, desde hace mucho tiempo. Y la verdad es que he sido dama de honor tantas veces desde que nos conocimos, que la gente empieza a pensar que soy una profesional de las bodas.
—¿Quieres que te ayude con el paquete? —preguntó.
—¿Te importaría? No pesa casi nada, pero es muy aparatoso, como ves. A Lucinda le gusta mucho el mimbre, así que le compré una silla en una tienda de productos de importación. Pero desafortunadamente no hacían entregas a domicilio.
—Descuida, te ayudaré con mucho gusto.
Cole tomó el paquete y caminó junto a la mujer hacia la entrada del Club de Campo. Se preguntó cómo era posible que hubiera cambiado tanto y tan poco al mismo tiempo. Tenía la misma sonrisa pero sus labios eran mucho más exhuberantes, a pesar el carmín rosa que se había puesto para que fuera a juego con el vestido. Sus ojos eran más azules, aunque cabía la posibilidad de que diez años antes no lo mirara de un modo tan directo. Su piel era levemente morena, como si tomara a menudo el sol. Su nariz y sus cejas arqueadas eran muy bonitas, y su figura, imponente.
—No te vi en la iglesia —dijo ella.
—Es que no me gustan mucho las bodas. Es una fobia de soltero, supongo.
—¿Aún no te has casado?
—Pareces sorprendida...
—Un poco. En el instituto les gustabas mucho a las chicas. Más aún que Zack. Aunque no debería decírtelo.
—Al contrario. A quien no debes decírselo es a mi hermano. Siempre se ha creído muy atractivo.
Cole pensó que su hermano era muy afortunado; al haber ganado la apuesta, ahora podía seguir tranquilamente con su vida. En cambio, él estaba condenado a buscar novia, aunque esperaba obtener uno o dos contactos de carácter más informal en la fiesta.
—¿Se ha casado Zack?
—No, los dos estamos solteros. ¿Y tú? ¿Estás casada?
—No.
A Cole no lo sorprendió demasiado la respuesta. Casada o soltera, en el instituto siempre había sido excesivamente reservada y contenida, y no tenía facilidad para relacionarse con los hombres.
—Encontrar a la persona adecuada no es fácil —dijo él.
El joven pensó en las exageradas expectativas de su abuelo. No dudaba que su época fuera relativamente sencillo encontrar a una mujer virgen, pero en pleno siglo veintiuno era un imposible, y aún más si se trataba de dar con alguien con quien se pretendía mantener una relación duradera.
Subieron por la escalera de la entrada principal del imponente edificio del Club de Campo. Cole se alegró de haberse encontrado con Tess y de llevar el paquete. Había guardas de seguridad por todas partes, y cuando vio los regalos que se acumulaban en una sala contigua al vestíbulo, supo por qué; además del mimbre, era obvio que a la novia le gustaba el oro, la plata y otros objetos de gran valor. Así que no tuvo que animar a Tess para dejar su regalo con los otros, en una esquina.
Tess esperó mientras Cole escondía discretamente su regalo entre los múltiples tesoros de Lucinda. Durante mucho tiempo, siempre que veía su imagen en la fotografía de los alumnos de aquel curso, se ruborizaba; había sido un adolescente muy atractivo, pero el tiempo lo había mejorado. Ahora era más maduro. Su rostro lucía un bronceado, y la leve arruga de su frente hacía que sus oscuras cejas y ojos resultaran aún más bellos.
Unos minutos antes estaba muy enfadada con Danny Wilson por haber roto su promesa de acompañarla a la boda. Pero ahora se alegraba de que estuviera navegando con su jefe y varios clientes. Entrar del brazo de Cole en la sala de baile sería un enorme, aunque corto, éxito. En realidad solo era otro conocido del pasado, pero nadie en aquel lugar lo sabía.
Se preguntó por qué tenía tantos amigos y ningún verdadero amante. Los hombres siempre la llamaban cuando querían hablar sobre trabajo o sobre mujeres que se habían portado mal con ellos. No se fijaban en ella, a pesar de su hermosa figura y de que había aprendido a jugar maravillosamente a cualquier cosa, desde el tenis hasta los videojuegos.
Cole regresó en aquel instante y sonrió.
—Gracias por ayudarme con el paquete —dijo ella—. A partir de ahora, solo regalaré toallas.
—Las toallas están bien —declaró, en tono de broma—, pero me alegra que nos hayamos encontrado. Las fiestas grandes son terribles cuando no se conoce a nadie.
—Excepto a los novios, claro está, pero solo tienen ojos para sí mismos.
Cole le ofreció un brazo y ella lo aceptó. Acto seguido, entraron en una sala de baile que apestaba a viejas fortunas, con flores de invernadero, licores carísimos y aromas de perfumes de precios prohibitivos.
—Muy lujoso —dijo él, con desaprobación.
—Sí, supongo que sí.
Tess supo que Cole se sentiría allí más cómodo que ella. Su abuelo era rico e importante, y los gemelos habían crecido acostumbrados al lujo. Pero ella no se avergonzaba de su familia. Su padre era un entrenador de instituto que pensaba que enseñar valores éticos era más importante que jugar bien; y su madre ayudaba a leer a niños sin estudios. En cuanto a su hermana mayor, Karen, era profesora y tenía dos niñas adorables, Erika y Erin, de cinco y siete años respectivamente.
Tess era la rebelde de la familia, pero por suerte se le daban muy bien los negocios. Había abierto una tienda para bebés, y recientemente había mudado la sede a una zona más elegante, en el centro comercial de Rockstone. Tenía mucho éxito, en gran parte porque siempre estaba atenta a los últimos productos destinados a los más pequeños.
—Personalmente prefiero las celebraciones en bares o en restaurantes —dijo Cole, mirando a su alrededor.
—¿Donde las chicas son más divertidas porque están algo borrachas? —preguntó ella, con humor.
Cole rio.
—Exactamente.
Era una fiesta enorme, pero la mayoría de los invitados tenía más de cuarenta años. Los padres de Lucinda tenían muchos amigos, entre los que no se encontraba Tess. En realidad, las dos jóvenes eran amigas por una simple casualidad alfabética. Lucinda se apellidaba Montrose y ella, Morgan, así que desde el colegio siempre las habían sentado juntas. Habían renovado su amistad cuando Lucinda comenzó a trabajar como publicitaria para el centro comercial de Rockstone, donde estaba su tienda. No estaba acostumbrada a trabajar, y Tess la había ayudado mucho.
La joven se arregló un poco el vestido. Quería a su rubia amiga, pero la boda había sacado su faceta más controladora y se había empeñado en que sus siete damas de honor se pusieran aquellas cosas de color rosa.
Tenía intención de marcharse tan pronto como pudiera. Se estaba divirtiendo con Cole, pero estaba segura de que desaparecería en cuanto se acercara a él cualquiera de las múltiples depredadoras, no necesariamente solteras, que asistían a la fiesta.
Por suerte, la comida se servía en bufé y no tendría que sentarse a una mesa con un montón de damas de honor disfrazadas como ella. Por desgracia, había varios pequeños rituales que exigían de su presencia, como el lanzamiento del ramo de la novia. Ni siquiera sabía por qué había aceptado ser dama de honor. Pero al día siguiente le daría el vestido a Karen para que hiciera ropa para niños con él.
En aquel momento un camarero se acercó a ellos y les ofreció champán, que aceptaron.
—¿Quieres beber, o bailar? —preguntó Cole.
—Es una decisión complicada.
Tess se preguntó si quería bailar realmente con ella o si solo estaba siendo educado.
—Entonces, hagamos las dos cosas.
Cole levantó su copa y brindaron.
—Por los novios —dijo la joven—. Por cierto, no me has dicho si eres amigo de él o de ella.
—Siento lo mismo por los dos —afirmó—. Vaya, es un buen champán. En general no me gusta demasiado.
Tess terminó su copa y miró a su alrededor para dejarla en algún lado. Cole la tomó y la dejó, junto con la suya, en la bandeja de un camarero.
—En realidad soy más amigo de... ¿Cómo se llama? Ah, sí, Menton —continuó él.
—Doug, se llama Doug.
—De acuerdo, confieso que no lo conozco.
—Entonces, ¿te invitó Lucinda? —preguntó, intrigada.
—No exactamente. Mi madre es amiga de una de sus tías.
—Si no te han invitado...
—Exacto, me has descubierto —la interrumpió—. Me he colado en la fiesta. ¿Podrás guardar el secreto?
—Claro —asintió—. Pero ¿por qué lo has hecho?
—Por divertirme, nada más. ¿Quieres bailar?
—¿Por qué no?
Tess no se engañó a sí misma. Sabía que no estaba en aquella fiesta solo para bailar con una vieja amiga del instituto, pero era un gran bailarín y se dejó llevar.
—Haces que parezca una buena bailarina —dijo, sin respiración.
—Eres una buena bailarina.
Cole lo dijo con cierta sorpresa, pero ella ni siquiera se fijó. Bailar con él era muy estimulante.
—Por cierto, ¿qué haces? —preguntó el hombre.
—¿A qué te refieres?
—A tu trabajo, a tu carrera...
—Tengo una tienda en Rockstone.
—Déjame adivinarlo... ¿Una floristería?
—No.
—Entonces, ¿un establecimiento de juguetes y comida para mascotas?
—No. Es una tienda para bebés. Se llama Baby Mart y de hecho Bailey Bay Products es nuestro principal proveedor. Tu empresa vende cinco veces más que sus competidores.
Justo en aquel instante la banda de músicos dejó de tocar.
—No es mi empresa, sino la de mi abuelo —dijo él, con cierta ironía—. Zack y yo tenemos un negocio de construcción.
Tess pensó que aquella conversación no iba a ninguna parte y que obviamente no estaba interesado en ella, así que decidió alejarse.
—En fin, gracias por el baile. Tengo que hablar con una amiga que acabo de ver...