Lecciones de amor - Jennifer Drew - E-Book

Lecciones de amor E-Book

Jennifer Drew

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Beschreibung

¿Cómo iba a ser la niñera cuando al que quería cuidar era al tío de la criatura? Becky Ryan había estado a punto de ser detenida por el agente Nate Dalton y poco después se encontraba haciendo de niñera de su encantadora sobrina... e incluso accediendo a hacerse pasar por su futura esposa. Becky sabía que le debía el favor por haber pasado por alto su inocente infracción. Así que le ofreció darle algunas lecciones sobre niños a aquel guapísimo tío y quizá después él le propusiera algo más duradero...

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Seitenzahl: 167

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Jennifer Drew

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lecciones de amor, n.º 1431 - octubre 2016

Título original: Baby Lessons

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9007-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Becky Ryan aparcó el coche lo más alejado posible de aquel resplandor rosa que iluminaba la calle. Se bajó del coche tan silenciosamente como pudo y se quedó inmóvil, escuchando a los dóbermans que patrullaban en el interior del jardín.

Si empezaban a ladrar, perdería los nervios.

Los insectos revoloteaban a su alrededor y el viento le golpeaba impertinentemente la cara. Se colocó la gorra y agarró con fuerza la linterna antes de encaminarse hacia la entrada trasera de Green Thumb, Compañía Paisajística y del Cuidado de la Tierra.

Los ladrones debían de ser gente con una lacra genética en el sistema nervioso que les permitía irrumpir en una propiedad privada y robar sin alterarse.

Técnicamente, ella solo iba a irrumpir. Pero estaba tan alterada y temblaba de tal modo que temía tirar las llaves de un momento a otro.

—Tengo todo el derecho del mundo a hacer esto —se susurró a sí misma para darse ánimos, aproximándose a la verja de la empresa para la que había trabajado durante casi dos años.

Kevin pensaba que era un increíble dueño y director, pero su punto débil era la seguridad.

La tenue luz que iluminaba la entrada trasera era el primer fallo. El segundo, aquel falso cartel de una alarma inexistente.

Nadie podía decirle a Kevin Stalnaker cómo llevar su negocio, pensó ella con indignación, y un arrebato de rabia la poseyó.

Ya era bastante malo que su propio novio la hubiera despedido, pero mucho peor que él pretendiera que su relación continuara como si nada hubiera ocurrido.

—No tiene nada que ver con nuestra vida personal —le había dicho él.

Le costaba creerse que el mismo hombre con el que pensaba casarse había sido capaz de darle semejante patada en el trasero.

Había sido una necia por fiarse de él. Ya se había sentido bastante confusa cuando lo había pillado flirteando con la recepcionista.

Becky rebuscó con manos temblorosas la llave de la puerta trasera. Finalmente la halló. Contuvo la respiración y abrió lentamente la puerta. Buscó el trozo de madera que servía para sujetarla, y así no tener que usar la llave para salir.

—Tengo que entrar deprisa y salir deprisa —murmuró, sin poder dejar de pensar en Kevin.

Realmente era guapo, y simpático cuando le convenía. Se había criado trabajando la tierra con su padre, lo que le había procurado una constitución musculosa y una increíble piel tostada que la estremecía solo de pensar en ella.

Se sentía atraída por hombres como él. Quizá tenía algún defecto psicológico que la empujaba a buscarse idiotas. Primero había sido Jerry, el guapísimo Jerry, que no era capaz ni de atarse los cordones de los zapatos. Luego Phil, que escuchaba voces. Y finalmente, había caído en las redes de Kevin.

Utilizó la linterna para llegar hasta la oficina de su ex jefe. Trató de abrirla, pero estaba cerrada. No era un problema grave. Sabía exactamente dónde guardaba la llave.

Se puso de puntillas, pero no pudo alcanzarla. Pensó en subirse a una silla, pero pronto decidió que no era buena idea. Todas tenían ruedas y no eran estables.

Usando la linterna buscó alguna otra posibilidad. Una caja llena de folletos le serviría. Apagó la linterna, la dejó sobre el escritorio y se puso a empujar la caja en la oscuridad. Se subió encima y pasó la mano por encima del marco de la puerta. Pero en el momento en que tocó las llaves, se cayeron al suelo.

—¡Maldición!

Estaba tardando mucho más de lo que había imaginado. Encendió de nuevo la linterna y se puso a buscarlas por el suelo.

—¡Tranquilidad! ¡No pierdas los nervios! —murmuró, gateando mientras rastreaba con las manos.

Necesitaba más luz. Se preguntó hasta qué punto sería peligroso encenderla y no se lo planteó dos veces. Buscó el interruptor y lo pulsó, inundando la estancia de un intenso resplandor.

Inmediatamente localizó las llaves, se puso de rodillas y estiró la mano para alcanzarlas.

—¡Quieta! —dijo una voz—. No se mueva.

Ella se quedó paralizada por el miedo, sin atreverse a mirar.

—Levántese lentamente y ponga las manos sobre la pared —continuó la misma voz.

Ella no se planteó en ningún momento la idea de no obedecer. Se levantó atemorizada. Tenía que encontrar un modo de explicar lo sucedido, pero al tratar de hablar, lo único que logró fue emitir un extraño gemido.

—¿Tiene algún arma? —preguntó la voz.

Ella negó con la cabeza y se atrevió a mirar al intruso. Aquel hombre parecía un policía salido de una serie de televisión, solo que era de verdad.

—No, no tengo armas. ¿Es usted realmente un policía?

—Sí, señora —sin dejar de apuntarla con la pistola, se sacó del bolsillo la identificación y se la mostró—. Soy el detective Nate Dalton.

Ella sintió unas repentinas ganas de llorar. No podía ir a la cárcel. Eso destrozaría a su madre. Su padre pagaría la fianza, pero la mantendría prisionera de por vida en la granja. Desde un principio él se había opuesto a que ella se fuera a la gran ciudad. Pero odiaba aquel paternalismo opresor que provenía, no solo de su padre, sino también de sus tres hermanos.

—Ponga las manos sobre la pared y abra las piernas. Será mejor para usted que coopere.

Así lo hizo. En cuestión de segundos, la estaba cacheando: las piernas, los brazos, los bolsillos. Se sentía humillada. Aquello era peor que haber sido despedida por el mismísimo Kevin. Ese tipo de situaciones le resultaban muy complicadas de llevar.

—Escuche, yo solo he venido a recoger un cheque que me pertenece. No soy ninguna ladrona. ¡Por favor, tiene que creerme!

—Cálmese. Vuélvase y cuénteme qué está haciendo aquí con una linterna. Vi la luz moviéndose desde la ventana.

—Esta es mi oficina. He entrado con la linterna, pero cuando se me cayeron las llaves encendí la de arriba…

—¡Un poco más despacio, por favor! ¿Es usted una empleada?

—Sí… bueno, lo he sido hasta esta mañana. El dueño es… bueno, era mi prometido… o algo parecido. La verdad es que nunca ha querido comprometerse realmente…

—¡Un momento!

Agarró la radio y llamó. En ese instante ella se dio cuenta de que estaba cancelando los refuerzos que había pedido.

—¿Cuál es su nombre? —le preguntó al apagar la radio.

—Rebecca Ryan —respondió ella con cierto nerviosismo.

—¿Puede mostrarme algún tipo de identificación?

Ella se tocó los bolsillos, pero no encontró nada.

—He debido de dejarme el carné de conducir en el coche. Pero le juro que soy quien le he dicho.

—¿Ha entrado con una llave que le proporcionó el dueño?

—Sí, por supuesto.

—Eso será fácil de verificar. ¿Me dice su nombre y apellido?

—Kevin Stalnaker. Pero no creo que sea necesario que lo despierte. Puedo demostrarle que trabajaba aquí. Ese era mi despacho. Él del rincón hogareño… ja, ja —dijo ella en tono sarcástico.

Él policía resopló cansado.

—No necesito nada de esto al final de un turno de once horas —dijo entre dientes.

De haber sido un poco más habilidosa, Becky no se habría visto envuelta en una situación semejante. ¿Cómo iban a considerarla una criminal cuando era tan mala infringiendo la ley?

¿Y cómo podía ser que aquel maldito policía le pareciera tan guapo?

 

 

Nate dudaba que Rebecca Ryan fuera una criminal, pero había algo la hacía desconfiar. Además, independientemente de cuáles fueran sus razones para haber irrumpido en aquel lugar, le estaba quitando horas de sueño. Aquel tipo de mujeres de aspecto desamparado eran las que siempre le traían problemas. Lo sabía por experiencia.

—De acuerdo, cuénteme su historia, pero que sea rápido.

Habría preferido no haberse quedado tan impresionado con sus piernas y aquel trasero tan bien contorneado. Los vaqueros negros le sentaban de maravilla. Mala suerte. Estaba realmente harto de que su objetividad se viera mermada por aquel tipo de datos ajenos al caso.

Le daba la sensación de que no llevaba sujetador debajo de la camiseta blanca, porque los pezones se le marcaban peligrosamente. Se obligó a sí mismo a mirarle la gorra que cubría su pelo, para poder concentrarse en lo que decía.

—Verá, he perdido mi trabajo esta mañana, lo que no sería tan malo si no fuera mi novio el que me ha despedido. Él pensó que podría conseguir un trabajo mejor pagado y que, aun despidiéndome, podríamos seguir con nuestra relación. ¿Puede creérselo? Así que me dio un cheque con dos semanas de pago extra. Pero yo estaba furiosa y me lo dejé en su escritorio. No quería ningún favor de él. Pero, accidentalmente, me teñí el pelo de color azul, y me va a costar una fortuna ir a una buena peluquería y que me recompongan el desastre, así que…

—¿Se ha teñido el pelo de azul?

Aun sabiendo que era una acción desaconsejada, le quitó la gorra. No pudo evitar soltar una carcajada.

—¡Lo ve! Usted ni siquiera me conoce y se está burlando de mí.

—¡No, no me burlo! Solo me sorprende. ¿De qué color es su pelo normalmente?

—Uno de esos indescriptibles, entre rubio oscuro y marrón claro. Da igual. Ahora es azul.

—Solo algunas mechas. Puede hacer que se lo arreglen —dijo él, separando un trozo azul del resto. Aunque el pelo resultaba extraño, estaba realmente encantadora.

—Por favor, ¿me deja marcharme? —le preguntó ella de repente en el mismo tono de voz que utilizaría una niña pequeña. Le llegó al alma.

—No puedo dejarla ir solo porque se haya teñido el pelo de azul.

—No pensaba aceptar ese cheque. Pero me ha sucedido esta catástrofe. ¿Cómo voy a conseguir otro trabajo con este aspecto?

—Podría haber venido en horas de trabajo.

—¡No quiero volver a ver a ese desgraciado en toda mi vida! —dijo ella furiosa—. Y, definitivamente, no quiero que me vea con estos pelos. Yo solo intentaba parecerme a Courtney, la recepcionista. Es una de esas rubias despampanantes. Kevin no le quitaba los ojos de encima. Si él no se hubiera pasado tanto tiempo flirteando con ella, yo no habría decidido teñirme de platino.

—Lo siento, señorita Ryan, pero voy a tener que llamar al dueño para verificar su historia.

—¿De verdad tiene que hacerlo? —dijo ella en un tono absolutamente miserable—. Supongo que no debería haber dicho eso. Ahora me considerará aún más sospechosa. Pero sé que Kevin no negará que me conoce. Él parece reacio a creerse que hemos terminado. Su número es el quinientos cincuenta y cinco, cero, ocho, uno, cinco.

—En cuanto compruebe que su historia es cierta, se podrá marchar.

No le gustaba la idea de tener que detenerla, ni la de tener que comprobar su historia, pero debía hacerlo.

Buscó un teléfono con la esperanza de que una corta llamada fuera suficiente para resolver el caso y dejarla ir. Se conocía a sí mismo, sabía exactamente cuál era su debilidad y la tenía delante. No quería problemas, después de lo de Margo. Le había costado dos años recuperarse de aquello.

Llamó, pero tras cuatro timbrazos, saltó el contestador. La voz que respondió le pareció la de un auténtico idiota.

—No hay nadie —dijo él.

—Inténtelo de nuevo. Quizá se despierte.

Después de tres intentos más, los dos supieron que Stalnaker no iba a contestar.

—Escuche —dijo Nate—. Yo sé que usted no ha robado nada y no ha causado ningún daño. De lo más que podría acusarla es de allanamiento de una propiedad privada.

—¿Me va a arrestar? —preguntó ella tan pálida que él pensó que se iba a caer.

—Siéntese aquí —le dijo y ella obedeció con un gesto de profunda tristeza—. Tranquilícese, que no es el fin del mundo.

—Podría dejarme ir —afirmó ella con excesiva firmeza.

—Sí, podría. Pero están sucediendo una serie de robos en pequeños negocios y no puedo dejarla marchar sin verificar su historia.

—Pero todo lo que tiene que hacer es mirar en el escritorio de Kevin y comprobar si el cheque sigue aún ahí. Es muy desordenado y lo más probable es que se lo haya dejado sin recoger. Eso probaría que estoy diciendo la verdad.

Usó la llave que había recogido del suelo para entrar en la oficina sin esperar a que el policía aceptara su propuesta.

Nate Dalton pudo comprobar enseguida que Rebecca Ryan no había exagerado sobre el desorden de aquel tipo. Su despacho parecía un auténtico basurero. La mesa estaba repleta de latas vacías, correo sin abrir y restos de comida rápida.

—Yo estaba de pie aquí y él puso el cheque sobre la mesa con un gesto enorme, como si me estuviera dando un gran regalo. Luego, discutimos y yo me marché.

En ese momento, Nate vio el cheque. Lo agarró y lo leyó.

—Está hecho a nombre de Becky Ryan.

—¡Esa soy yo! Becky es el diminutivo de Rebecca.

—Supongo que tendré que creerla —sonrió aliviado. Eso implicaba que podrían irse.

—¿Puedo…? —comenzó a preguntar ella, pero no se atrevió a terminar la frase.

—¿Marcharse? Sí —respondió él.

—No. Me refería a si puedo llevarme mi cheque.

No podía concederle tanto.

—Lo siento, pero tendrá que venir a una hora que sea más convencional, o llamar y pedir que se lo envíen.

—De acuerdo —dijo ella en tono decepcionado pero no desafiante.

—Además, las mechas azules no están tan mal. Hacen juego con sus ojos.

—Pero si mis ojos son pardos. En realidad, combinan con los suyos.

Él se sintió extrañamente halagado con el cumplido.

—¿Hay algo fuera de su sitio? —preguntó él rápidamente para cambiar de tema.

Ella asintió y, juntos, dispusieron la caja y las llaves en su posición original.

—¿Dónde está su coche? —le preguntó él, una vez fuera del edificio. Ella se lo señaló—. La acompañaré hasta allí.

—No es necesario.

—Sí lo es.

 

 

A Becky le gustaba la sensación de caminar junto a aquel guapo policía.

Después de acompañarla hasta el coche, no pudo evitar seguir a Nate con la mirada hasta que se metió en su vehículo.

Ella, por su parte, buscó las llaves del suyo en la visera del conductor.

La verdad era que no se había llevado el bolso. No habría podido probar de ningún modo quién era. Si Kevin hubiera negado conocerla, probablemente estaría de camino a la comisaría en aquel momento. Había infringido más leyes en una sola noche que en toda su vida.

Su pensamiento volvió a Nate. Era el hombre más guapo que había visto en su vida. Sus ojos eran de un azul profundo y tenía unas hermosas y masculinas facciones. Le gustaba su nariz recta y prominente y sus pómulos marcados. Se movía con una gracia poco habitual en un hombre de su altura.

—No es para ti —se dijo—. Es demasiado alto.

Lo último que necesitaba era otro hombre guapo, alto y musculoso que destrozara su tan costosamente lograda autoestima. Sus padres siempre la habían visto como un ser pequeño e indefenso. Ansiosa por librarse de esa sensación de indefensión, había ido a la ciudad para salir adelante por sus propios medios. Pero seguía complicándose la vida con hombres que querían imponerse.

—¡No les hagas caso a tus hormonas! —se dijo a sí misma.

Por desgracia, aquel policía le había recordado que era una mujer joven y activa en un mundo de posibles relaciones.

Todavía podía notar la sensación que le había dejado su cercanía y no creía que pudiera olvidarlo en mucho tiempo.

A pesar de todo, Kevin le había enseñado una lección. Los hombres como él, que se creían regalos de Dios, no eran sino un problema. Necesitaba a alguien como ella: bajito, sencillo y de confianza.

Giró la llave y trató de arrancar el motor.

No arrancó a la primera… ni a la segunda.

Nate estaba aún parado, esperando a que ella se pusiera en marcha, así que se apresuró a dirigirse hacia el coche.

Ella ignoró su presencia y volvió a intentarlo.

Nada.

—La llevaré a casa —le dijo él.

—Arrancará de un momento a otro —le respondió ansiosa al recordar que no tenía consigo el carné de conducir.

—Sí claro, y también echará a volar. La llevaré. No puedo dejarla sola en mitad de la noche en este barrio.

Becky preferiría no haber tenido que aceptar su oferta.

Lo único que quería era llegar a casa y dormir durante todo un año. Además del problema de su pelo, tenía otro añadido: su coche. Tendría que utilizar su tarjeta de crédito. Esperaba que fuera suficiente. Prefería cualquier cosa antes que pedirle dinero a su padre. Sabía que él se lo prestaría sin problemas, pero no sin ejercer aún más presión para que volviera a casa.

El policía había regresado a su coche y había abierto la puerta del pasajero en espera de que ella se decidiera a montarse.

No. Se negaba a ser rescatada por otro hombre.

—Volveré dentro y llamaré a una amiga para que venga a buscarme.

—No hace falta. Yo la llevaré.

Sonó más como una orden que como una invitación, de modo que decidió no contradecirlo.

Una vez en el vehículo policial, Becky se sintió como si estuvieran en una diminuta cápsula. Aquel hombre lo ocupaba todo.

—Tendré que hacer una parada antes de llevarla a su casa. Tengo un pequeño trastero alquilado en la autopista diez. Por eso estaba en esta zona. Necesito llevarme una caja al motel. Será solo un minuto.

¿Vivía en un motel? No era asunto suyo y no iba a preguntarle nada.

Pero, después de recoger la caja y de ponerla en el coche, la curiosidad de Becky fue más fuerte que sus buenas intenciones.

—¿Vive en un motel?

—Solo temporalmente —dijo escuetamente, lo que avivó el interés de Becky.

—¿No tiene casa?

—Están tirando el edificio en el que vivía para construir otro estúpido banco.

—¿No le advirtieron con tiempo suficiente para buscarse otra casa?

—He tenido demasiado trabajo —dijo él en un tono defensivo—. Además, estoy harto de apartamentos pequeños con demasiados vecinos alrededor.

El policía zanjó ahí la conversación y se cerró a toda posibilidad de diálogo.

Finalmente, llegaron ante el edificio de ella.

—Una casa muy bonita —dijo él al detenerse ante la puerta. Era de estilo victoriano, pequeña y con un par de apartamentos tan solo.

—Quizá no haya posibilidad… —comenzó a decir Becky haciendo caso omiso a su voz interior—. Mi casera es muy especial con respecto a los inquilinos y puede que ya tenga a alguien en mente, pero se alquila el apartamentos más bonito de los dos. Es la planta baja, con techos altos y suelo de tarima. Yo estuve tentada de cambiarme, pero son ciento veinticinco dólares más y Kevin no era precisamente generoso con el sueldo.

—Lo pensaré —respondió él con precaución.

—Seguramente no le gustaría. Es una de esas casas realmente antiguas. Nunca hay suficiente agua caliente…

—Suena muy bien —dijo él.

—Es un verdadero horror: chirrían cadenas, se ven luces… ya sabe —dijo ella—. Y nada de música después de las diez de la noche.

Aquello fue definitivo.

—¿Podría darme el número de su casera? Seguramente no será lo que necesite, pero estoy harto de vivir en un motel.

Ella recitó el número de memoria y él se lo apuntó en la agenda.

Luego, le dio las gracias por haberla llevado a casa y se bajó del coche.

Él esperó.

Ella sacó la llave y abrió la puerta. Cuando la cerró, él aún no se había marchado.