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Hacía cinco años, él no había querido más que una aventura; ahora lo quería todo de ella... La relaciones públicas Olivia Kearns necesitaba un cambio después del repentino éxito de su empresa. Justo entonces encontró a su ex de la universidad, Nick Matheson, y supo que era el hombre perfecto para darle algunas lecciones de espontaneidad. Llevaban años sin verse y la chispa había desaparecido, así que no había ningún riesgo. O eso creía ella... Nick pensaba que había sido el destino el que había puesto a Liv de nuevo en su camino. Él necesitaba entrevistar a uno de los clientes de ella, así que el favor sería mutuo. Pero en cuanto comenzaron las lecciones, Nick se sorprendió de lo impulsiva que se había vuelto su ex novia...
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Seitenzahl: 206
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Pamela Hanson y Barbara Andrews. Todos los derechos reservados.
UN FAVOR MUTUO, Nº 1409 - abril 2012
Título original: All Wrapped Up
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0044-1
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Luego se pondría a llorar o a gritar.
Olivia Kearns apoyó la frente contra la gélida ventana del salón de su casa. No podía creérselo, pero no era el momento de quedarse anonadada, tenía demasiadas cosas urgentes que hacer.
En el exterior, la nieve comenzaba a cubrirlo todo. Liv esperaba que sus padres, que se habían marchado conduciendo cada uno su propio coche, no tuvieran problemas en la carretera. Sacudió la cabeza sin dar crédito, incapaz todavía de aceptar que sus padres iban a divorciarse después de casi treinta años de matrimonio aparentemente feliz. Habían ido a verla a su casa para contarle las malas noticias. Su padre había asentido con la cabeza mientras su madre le aseguraba que la decisión era para bien.
Liv se preguntó si Amy, su hermana, y ella tendrían un lugar que pudieran considerar el hogar familiar, donde reunirse por Navidad. Unos abuelos vivían en Florida y los otros en Arizona, así que todo el mundo acudía a la casa de sus padres para las celebraciones familiares.
Liv era la que siempre resolvía los problemas en su familia, la que podía solucionar cualquier crisis, pero no aquélla. ¿Cómo era posible que sus padres se separaran? ¿Seguirían siendo una familia si ellos ya no estaban juntos? Liv sabía que estaba siendo melodramática, pero no le importaba.
Absorta en sus pensamientos, se paseó por la habitación sin advertir lo que la rodeaba, tan limpio y ordenado como le gustaba todo en su vida.
Lo que necesitaba era hacer una lista, se dijo a sí misma. Una lista de tareas la ayudaría a centrarse y a recuperar el control de sí misma. Subió al despacho que tenía montado en la habitación de invitados y agarró una libreta.
Lo primero, pensó mientras escribía enérgicamente el número uno, era cancelar la fiesta que sus padres iban a dar el fin de año para celebrar su trigésimo aniversario de boda.
En teoría, Amy y ella estaban preparando la fiesta, pero su hermana, a pesar de ser una año mayor, no estaba ayudando mucho. No era por falta de ilusión, pero organizar no era el punto fuerte de Amy, sobre todo en aquel momento, con la boda dentro de unos meses. Amy tenía más cosas de las que ocuparse de las que podía abarcar. Le correspondía a Liv cancelar la fiesta.
Liv gruñó. Habían enviado unas cincuenta invitaciones, tendría que explicar cincuenta veces por qué se cancelaba la fiesta.
Luego estaba la boda de Amy. Sólo su hermana escogería febrero para casarse. Liv le había sugerido que el clima gélido y tormentoso de finales de invierno no era el mejor para ese acontecimiento. Y además sería un momento horrible, con la separación de sus padres. ¿Quién continuaría con los preparativos de la boda? Liv escribió un gran número dos en su lista.
–No puedo con todo esto –dijo en voz alta, y suspiró.
Casi estaba agradecida de que no hubiera ningún hombre en su vida en aquel momento, así no tendría que cancelar una cita por la fiesta de aniversario. Su última relación había terminado varios meses atrás. Romper con Jerry después de una relación más bien tibia había sido más una comedia que un drama, aunque en aquel momento no le importaría tener un hombro sobre el que poder llorar.
Era el peor momento para una crisis familiar, pensó Liv, ella ya tenía suficientes preocupaciones con su trabajo. Desde que el nuevo jefe ejecutivo había llegado a la oficina, todo cambiaba continuamente.
William Lawrence Associates era una empresa de relaciones públicas con mucha historia y buena fama. Ella trabajaba allí desde que había terminado la universidad, hacía cinco años, y le encantaba su trabajo de comunicación de crisis. Era muy emocionante trabajar en el centro de Chicago, aunque cada día tenía que acudir en tren desde su casa en Haley Park. A Liv le encantaba ser parte de un equipo tan dinámico, y no podía imaginarse un trabajo que aprovechara mejor sus habilidades. Su compañeros de trabajo eran como una segunda familia para ella. Su mejor amiga, Dana Gerard, que tenía el despacho contiguo al suyo, era como una segunda hermana. Bajita y morena, siempre lograba hacerla reír, incluso después de un día horrible. Liv se sentía afortunada por tener una persona tan positiva en su vida.
Liv estaba un poco preocupada con el reciente cambio en la jefatura. William Lawrence II acababa de jubilarse, pasando el testigo a la tercera generación de la familia. Billy Lawrence, que no permitía que lo llamaran William III, quería atraer a nuevos clientes del mundo de los deportes y el entretenimiento. A sus veintisiete años, Liv era una de sus mejores empleadas, pero le habían recomendado que actualizara un poco su imagen y cambiara de actitud. Aunque su nuevo jefe andaba cerca de los cuarenta, Liv no tenía dudas de que la reemplazaría por alguien más joven si no cumplía lo que se esperaba de ella.
–Suéltate un poco –le había dicho Billy Lawrence.
Liv escribió soltarme en su lista y lo subrayó.
La recomendación le resultaba dolorosamente familiar, debido a su ex novio Jerry Lockmor. Al romper con ella, le había dicho que vivía el sexo demasiado tensa. Claro que para él la pasión eran treinta y dos segundos de juegos previos y un preservativo fosforescente… Liv se había quedado muy dolida cuando él rompió la relación pero, al recordarlo tiempo después, se sentía aliviada de que él estuviera fuera de su vida.
–Sé lo que es tener sexo maravilloso, Jerry, imbécil –murmuró Liv–. Y tú ni siquiera te aproximabas.
Ella siempre había creído en las relaciones para toda la vida porque el matrimonio de sus padres funcionaba muy bien. Pero la estaban obligando a reconsiderar sus creencias.
Se sentía confusa y vacía por dentro, pero quejarse y llorar no era su estilo. Tenía cosas que hacer.
El teléfono comenzó a sonar. Liv no estaba de humor para hablar con nadie, así que dejó que el contestador recogiera la llamada.
–Olivia, descuelga el teléfono. Sé que estás ahí, acabo de hablar con mamá.
Su hermana era la última persona con la que deseaba hablar en aquel momento. Si había alguien capaz de hacerle perder su autocontrol, esa persona era Amy.
–Cariño, ya sé que estás triste, porque voy a seguir llamándote hasta que hables conmigo. En momentos como éste, la familia tiene que unirse –dijo, a punto de llorar–. Somos hermanas. Debemos ayudarnos la una a la otra.
¿Cómo iba Liv a lograr que Amy se sintiera mejor, si ella misma se sentía fatal? A regañadientes, descolgó el teléfono.
–Estaba en el baño –mintió.
–Estabas al lado del teléfono intentando evitarme. Sé que duele el que mamá y papá se separen –dijo Amy–. Cuando me enteré, estuve llorando varios días…
–¿Estuviste llorando varios días? ¿Cuándo te lo dijeron? –la interrumpió Liv, sintiéndose como si la hubieran golpeado en el estómago.
–En realidad, no me lo dijeron. Bueno, sí, pero sólo porque yo sabía que algo no iba bien.
–¿Cómo?
Liv no podía creer que no había advertido algo tan obvio que hasta su hermana lo había captado.
–Mamá no estaba concentrada durante la preparación de mi boda –respondió Amy.
–¿Desde cuándo lo sabes? ¿Por qué no me lo has contado?
–Lo sé desde hace poco. Mamá pensó que debía decírtelo ella. Por favor, no te ofendas. Da igual quién sabía qué cuándo. Odio que haya sucedido, pero estoy segura de que todo saldrá bien. ¿Estás bien?
¡Aquello era increíble! Amy, para quien una uña rota era una tragedia, la estaba consolando a ella.
–Estaré bien cuando me haya acostumbrado a la idea de que mis padres ya no se aman. No te preocupes por mí –contestó Liv.
–Lo sé, tú eres la que siempre tiene todo bajo control. Pero recuerda que aún son suficientemente jóvenes para reconstruir sus vidas.
–No sabía que detestaban su antigua vida –comentó Liv.
Amy no solía ejercer de hermana mayor. De hecho, Liv a veces olvidaba que su hermana era un año mayor. Escucharla hablar de la noticia bomba de sus padres se lo estaba recordando.
–No se odian, sólo han cambiado y sus caminos se han separado –explicó Amy–. Seguramente ya te lo habrás imaginado: tenemos que cancelar su fiesta de aniversario.
Liv se sentía como atontada. No quería tener que vérselas con aquello. No debería estar sucediéndole a su familia.
–Liv, me siento fatal, pero no voy a poder ayudarte a telefonear a los invitados para avisarlos de que cancelamos la fiesta. En la floristería estamos desbordados de trabajo, apenas podemos cumplir todos los encargos para las fiestas de Navidad. Y Sean se queja de que apenas me ve, así que el próximo fin de semana vamos a ir a ver a sus padres a Wisconsin.
Amy habló apresuradamente. Una vez que había dado su pequeña charla de consolación, estaba claro que no quería discutir el hecho de que Liv se hiciera cargo de la cancelación.
A Liv no la seducía nada la idea, pero no parecía tener alternativa.
–De acuerdo, yo me ocupo –dijo, entre dientes.
–¡Eres la mejor hermana del mundo!
Pero Liv no estaba de humor para los halagos de su hermana.
–Hay una pequeña cosa que debes saber –añadió Amy–. ¿Tienes papel y lápiz a mano? Qué pregunta, seguro que sí, siempre eres tan organizada… Apunta este número: 555 2996.
–Hecho. ¿A quién pertenece?
–No tenías pareja para la fiesta de mamá y papá, y casualmente yo leí la página de deportes del Chicago Post…
–Tú nunca lees la sección de deportes –le cortó Liv, preparándose para escuchar otra cosa más que no iba a gustarle.
–Lo estaba usando para trasplantar una planta. A lo que voy, había una crónica de Nick Matheson, el chico que llevaste a cenar a casa una Navidad. Era guapo, y yo me sentí fatal porque sus padres acaban de divorciarse. De hecho, te envidiaba… pero claro, Sean y yo estamos muy bien juntos ahora.
–¿De qué demonios estás hablando?
Hasta las personas con más dominio de sí mismas explotaban en algún momento.
–Nick ha vuelto a vivir en Chicago y trabaja para el Post. Le envié una invitación para la fiesta. El número que te he dado es el suyo. Tendrás que cancelar su invitación.
–¿Por qué yo? –protestó Liv–. Tú lo invitaste, deberías ser tú quien lo avisara.
El que Jerry la dejara había herido su ego durante unos diez segundos, pero Nick sí que le había causado una herida profunda. No quería recordar aquel dolor al tener que hablar con él.
–No lo conozco tanto –se disculpó su hermana–. Lo siento, Liv. No debería haberme entrometido en la lista de invitados.
–¡Llámalo tú!
–No, de verdad. Deberías ser tú quien lo hiciera. Vaya, tengo otra llamada. Es Sean. ¡Te quiero!
Liv se quedó con el auricular en la mano y se dio cuenta de que se había olvidado de respirar.
Nick Matheson.
Nunca lo había olvidado del todo, pero estaba sorprendida por la punzada de dolor que había sentido al escuchar su nombre.
Su hermana, que no se enteraba de las sutilezas del comportamiento humano, se había erigido en casamentera. Pero luego, como siempre, la había dejado a ella con el problema. Si no quisiera tanto a su hermana, la ahogaría.
Liv escribió la tarea número tres de su lista: Llamar a Nick Matheson. Pero no estaba segura de ser capaz de hacerlo. Tal vez él creyera que estaba intentando volver con él, y eso sería tremendamente humillante.
Hubo una vez en que ella quiso el tipo de relación que tenían sus padres, pero cometió el error de enamorarse de Nick, que no tenía interés en un compromiso a largo plazo. No podía creer que Amy le hubiera colgado el muerto de decirle que la fiesta se había cancelado. Habían pasado cinco años desde que él la había dejado, y la asustaba volver a hablar con él.
Se conocieron cuando ella estaba en el último curso en Northwestern. Él estaba haciendo un postgrado en periodismo y coincidieron en un seminario al que ella había acudido gracias a un permiso especial. Desde que él entró en la habitación, ella lo deseó. Nick era alto, delgado y guapo, con el pelo rubio y unos ojos azules que la hacían estremecerse cada vez que la miraba. Pero era mucho más que una cara bonita. Su agudo ingenio y su calidez la habían conquistado.
Nick pertenecía a su pasado, pero de nuevo tenían algo en común.
Irónicamente, fue el divorcio de los padres de él lo que los unió. Él necesitó a alguien a su lado que lo comprendiera, y ella estaba más que deseosa por cubrir sus necesidades.
Ella había necesitado creer que él la amaba, al menos un poco, aunque él le había advertido desde el principio que no quería comprometerse. Al principio ella pensó que su actitud se debía al estado de choque por la ruptura de sus padres.
¡Qué ingenua había sido, creyendo que podría hacerlo cambiar de opinión con el tiempo! Bueno, se había equivocado absolutamente, y había pagado un alto precio por soñar que podía convertir a Nick en algo que no era. Al presionarlo para que se comprometiera con ella, había logrado que él se marchara de su vida.
Lo último que Liv quería en aquel momento era que él creyera que quería volver con él.
Por lo menos, el tener muchas cosas que hacer la ayudaría a sobreponerse al divorcio de sus padres, pensó Liv. Hacer la cosas con eficiencia era algo natural en ella, seguramente una herencia de su padre, que dirigía su empresa de seguros con una eficiencia militar. Amy se parecía a su madre, que podía encandilar a la gente para que compraran una casa, pero luego tenía dificultades con los detalles para terminar la venta.
Liv fue a la cocina y, mientras se preparaba un té, se juró que no iba a sentir lástima de sí misma. El divorcio no era cosa suya. Lo importante era que sus padres estuvieran más contentos separados, pero a ella le costaba creer que pudiera ser así. Siempre habían parecido el uno para el otro, tan compenetrados que podían terminar las frases del otro.
Preparó el té y se subió la taza al despacho con la idea de empezar a llamar por teléfono. Buscó la lista de invitados y marcó el primer número. Unos minutos después, había hablado con un persona y había dejado tres mensajes en tres contestadores diferentes. El siguiente era Nick. Era ridículo seguir dándole vueltas al hecho de hablar con un hombre al que no había visto en cinco años. Cuando antes lo hiciera, antes se olvidaría de él.
Liv aún recordaba vívidamente su ira y su dolor cuando lo había pillado en una fiesta con una rubia mal teñida en su regazo. Él había dejado planta a la chica y había llevado a casa a Liv, al pequeño apartamento que compartía con dos amigas, pero aquello había sido el principio del fin. No volvieron a acostarse juntos, no volvieron a pasar horas en cordial silencio en la biblioteca, no volvieron a dar largas caminatas, ni a contemplar juntos el lago Michigan. Él le había dejado un vacío en su vida y en su corazón. Quizá fuera por eso por lo que ningún hombre desde entonces había logrado cumplir sus expectativas.
Marcó el número de Nick. ¿Y si se creía que la invitación había sido idea de ella? ¿Pensaría que quería algo con él? ¿Se creería que se acostaría con él por los viejos tiempos, como si fuera tan ir resistible que ella aún se pusiera caliente con sólo pensar en él? Las posibilidades hacían que el estómago se le encogiera. ¿Cómo podía haberla puesto Amy en aquella situación?
El tono de llamada sonó tres veces. Liv tomó aire profundamente y esperó que el valor no la abandonara. Seguro que él ni se había acordado de ella en años, hasta que Amy lo había telefoneado. Liv no sabía dónde había estado él ni qué había estado haciendo durante esos cinco años, pero ella apostaba a que no le había faltado compañía femenina. Atraía a las mujeres como ningún otro hombre que ella conocía, tal vez porque le gustaba pasar tiempo con ellas. Tenía un don para escuchar y hacer que la gente se sintiera contenta consigo misma.
–Habla usted con Nick Matheson. No puedo atenderlo en este momento, pero déjeme su nombre y su teléfono y lo llamaré en cuanto pueda.
Su contestador. Menudo alivio, aunque incluso escuchar la voz de él grabada la había hecho estremecerse. Nick tenía una voz grave y melodiosa que encajaba perfectamente con su físico arrebatador. Ella lo recordaba con toda claridad, con su metro noventa de estatura y sus ojos rebosantes de inteligencia y pasión.
El mensaje terminó y el contestador pitó, debía dejar un mensaje. Después de haber escuchado la voz de él, nunca tendría el valor para devolverle la llamada.
–Soy Olivia Kearns. No te molestes en acudir a la fiesta de mis padres.
Tenía intención de explicarle que Amy le había mandado la invitación y que la fiesta se había cancelado, pero no fue capaz.
–No te molestes en venir –repitió.
Estaba muy descontenta consigo misma. Se había atolondrado y había dejado un mensaje terriblemente brusco.
¿Debía volver a llamar y dejar otro, más diplomático? ¿Y si él contestaba al teléfono la segunda vez? ¿Y si él…? A él le encantaba practicar sexo por la tarde. Sacar un poco de tiempo en un día ajetreado les había sentado muy bien a los dos más de una vez. Sería terrible interrumpir algo así. Seguramente él vivía con alguien, y tal vez ella le creara un problema por llamarlo tanto.
Tenía que admitirlo, la asustaba su propia reacción al hablar con él. No quería desenterrar sentimientos que había enterrado hacía mucho tiempo. No, una segunda llamada era una pésima idea.
Tachó el nombre de Nick Matheson de la lista con un rotulador negro.
Nick llegó a su casa el domingo por la noche muy tarde y no se molestó en comprobar los mensajes del contestador. Había sido un fin de semana perdido. No podía creérselo, había estado en el pueblo de Saint Joseph, en Michigan, durante dos días, sin lograr una entrevista con la hija de un jugador de béisbol de los años 30.
El hecho de que otros dos periodistas del Post fallaran en el mismo intento no lo había disuadido de probar él también. De hecho, le encantaba el desafío de tener éxito donde sus colegas más experimentados habían fallado. Él era el nuevo de la sección de deportes, y quería consolidar su reputación con una entrevista a Matilda Merris, la hija del jugador de béisbol que había conmocionado a todo Chicago con un escándalo de soborno en los años 30. Había muchas preguntas que sólo ella podía responder. ¿Había recibido Marty Merris amenazas de mafiosos? ¿Había algún político importante de la época involucrado? ¿Qué había motivado a su padre a aceptar dinero por perder un partido crucial?
Él normalmente no escribía sobre temas históricos, pero Merris era un caso especial. Marty era uno de los deportistas más grandes de todos los tiempos, él sólo mantenía el interés en una liga que dejó de existir al poco de su desgracia. La ciudad de Chicago iba a abrir dentro de poco un nuevo museo del deporte, y sus directores estaban decididos a que Merris no tuviera representación en él. Mack Gallagher, el editor de Nick en el Post, tenía una colección de objetos sobre Merris y quería donarla al nuevo museo, pero hasta entonces los directores la habían rechazado.
Nick ya se había dado cuenta de que el Post tenía más periodistas de los que necesitaba para ocuparse de los deportes a nivel local. Por si los jefes supremos llegaban a la misma conclusión, él pretendía convertirse en alguien demasiado valioso como para que quisieran echarlo. Obtener la historia de Merris podía ser su billete a la fama… y a un trabajo seguro, que no era ninguna tontería en un campo tan competitivo como el suyo.
Si lograba descubrir la auténtica historia del mayor escándalo deportivo de Chicago, obtendría una recompensa directa. Mack le había prometido mejores encargos si justificaba lo que Merris había hecho.
Nick tenía un archivador lleno de recortes de prensa, la mayoría de ellos recopilados por los dos periodistas que se habían dado por vencidos. Sin los datos que sólo Matilda Merris podía proporcionar, la historia era mera especulación.
Comprobó los mensajes del contestador, primero uno de su madre desde Florida diciéndole que quería que pasara la Navidad con ella. Él quería visitarla, pero no podía abandonar Chicago en aquel momento. Tampoco tenía muchas ganas de ver a su segundo marido, Terr y, que lo llamaba «hijo» y lo trataba como si tuviera diez años. Quizá fuera a Springfield a pasar ese día. No había visto a su padre y a su segunda mujer desde hacía tiempo. O quizá se quedara en Chicago; las cosas se estaban poniendo interesantes allí.
–No te molestes en acudir a la fiesta de mis padres.
No había prestado mucha atención a los mensajes que iban sonando, pero aquél captó toda su atención. Volvió a ponerlo. Sí, había escuchado bien. Era Liv Kearns diciéndole que no se «molestara» en ir a una fiesta.
¿Después de cinco años, no era capaz de decirle «hola, Nick» antes de cancelar la invitación?
Puso el mensaje una tercera vez. ¿No podía haber dicho al menos, «por favor, no vengas»? Si ella no quería que él acudiera, ¿por qué había recibido una invitación? No había decidido aún si acudiría o no, pero tampoco llevaba tanto tiempo en la ciudad como para tener mucha vida social. Lo había tentado la idea de ir, hasta que había recordado la última vez que se habían visto: él había intentado explicarle por qué no estaba preparado para comprometerse. Ella sabía entonces lo deseoso que estaba él por comenzar su carrera, y también sabía que el fracaso del padre de Nick en su matrimonio le hacía plantearse si a él no le sucedería lo mismo.
Si había algo que lamentara en su vida, era el haber roto con Liv. Había estado más enamorado de ella que de ninguna otra mujer antes o después de ella. Había sido un estúpido, y con razón. Incluso antes de que sus padres se divorciaran, él no tenía interés en comprometerse. Y seguía sin tenerlo, ya que acababa de mudarse y dejar su trabajo en Kansas City porque Darla, una abogada sexy y con éxito, había empezado a hacerle insinuaciones de boda.
A él le encantaban los deportes y escribir sobre ellos. Era un estilo de vida que no dejaba mucho espacio para tener una pareja. Liv lo había tentado una vez. Ésa era una razón más que suficiente por la que debía haber rechazado la invitación a la fiesta nada más recibirla. Tal vez una parte de él quería verla de nuevo, pero se sentía aliviado de que ella hubiera tomado la decisión por él.
Liv podría haberlo hecho cambiar de opinión si él hubiera permitido que su relación continuara. Aún se excitaba con sólo escuchar su voz. Pero había sido demasiado ambicioso y, debía admitirlo, también demasiado inmaduro para plantearse un compromiso serio cinco años atrás. Él nunca la había engañado al respecto, pero no debería haber iniciado algo que no quería llevar hasta el final. Al principio, él no creyó que se preocuparía tanto por ella como luego había sucedido. Pasaba el tiempo y seguían juntos, y ella esperaba cada vez más que su relación fuera permanente. Él le había hecho un favor terminando, pero sabía que ella no lo veía así.
Escuchó el mensaje una cuarta vez. No estaba imaginándose el tono seductor de la voz de ella, aunque sus palabras fueran frías. Eso era típico de Liv. En la superficie era una princesa de hielo, pero él había experimentado la pasión que borboteaba bajo la superficie. Ella era todo lo que él podía desear en la cama y mucho más.
Era totalmente natural y genuina. Eso había sido una de las partes que habían hecho que su corta relación echara chispas. Pero no tenía ni idea de lo sexy que era. Él había tenido que trabajar mucho para que ella liberara su pasión, pero había merecido la pena. Ella había hecho vibrar su mundo. Él sabía muy bien lo que quería en una mujer, y no pudo evitar preguntarse cómo sería Liv en aquel momento.
Mientras estuvieron juntos, Liv había estado segura de que él cambiaría de opinión respecto a tener una relación seria. La cura de ella para su fobia al compromiso había sido una dosis desmesurada de devoción por su parte. Él no estaba orgulloso, pero había salido huyendo asustado.