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Zack Bailey tenía la firme convicción de no caer jamás en la trampa del matrimonio. Bastante tenía con tener que aparecer como estrella invitada en aquel programa de televisión para mujeres. La guapísima presentadora tenía tan mal genio que fue la gota que colmó el vaso para que Zack decidiera alejarse de las mujeres para siempre. Pero cuando de pronto entre ellos empezó a surgir una extraña química, Zack comenzó a ver a Megan Danbury de un modo muy, muy diferente. Quizás después de todo estuviera listo para llegar al altar con aquella preciosidad...
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Seitenzahl: 150
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Pamela Hanson y Barbara Andrews
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Novio a la fuerza, n.º 1304 - junio 2015
Título original: One Groom to Go
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6365-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
La joven del vestido rosa llenó la cara de Zack de polvos de tocador, ajena al sordo gruñido del hombre; pero en aquel momento apareció Megan Danbury, la presentadora del programa «Hazlo tú mismo». Agitó un montón de papeles ante la cara de Zack y dijo:
—Señor Bailey, tenemos que hacer algo con el guión.
—¿Qué guión?
Zack se levantó y se quitó la tela decorada con flores que la maquilladora le había puesto para que no se manchara.
—Sé que mi programa parece espontáneo, pero todo se planea con antelación. No es necesario que aprenda todas y cada una de las palabras, pero…
—No siga —la interrumpió—. Yo solo acepté restaurar un viejo aparador de cocina.
Zack pensó que su hermano gemelo se arrepentiría por haberlo metido en semejante asunto. Cole había aceptado participar como invitado en el programa de la televisión local por cable, porque se suponía que era una forma de obtener publicidad gratuita para su empresa de construcción. Pero más tarde se las había arreglado para librarse y aquel día se encontraba en Wyandotte, preparando un presupuesto para un colegio. Los aspectos financieros de la empresa eran responsabilidad de Cole. Sin embargo, Zack habría preferido hacer cualquier cosa antes que tener que participar en un programa de televisión.
Ya estaba cansado de todo el asunto, pero Megan Danbury estaba demasiado enfadada como para notar su falta de entusiasmo.
—Todo está preparado —dijo Megan—. Si me hiciera el favor de leer esto…
—¿Qué quiere decir conque todo está preparado?
—Quiero decir que todo está planeado y que ya hemos montado todos los materiales.
—Entonces, ¿para qué me necesitan?
Esperaba que la presentadora lo mandara al diablo. Ya tenía bastantes problemas como para hacer el tonto en televisión. La publicidad sería muy útil para Bailey Construction, pero su abuelo lo estaba presionando con las acciones de Bailey Baby Products para conseguir que se casara. Zack no quería saber nada de la empresa de juguetes. Sin embargo, tenía que mantener las acciones en poder de la familia para que su madre no perdiera su puesto directivo en la compañía.
—Tener invitados es bueno para el programa —respondió ella.
Zack no dijo nada. Se limitó a levantar una ceja, gesto que él podía hacer, pero su hermano, no.
—De hecho fue idea de mi productor —continuó Megan.
—Ah, sí, su cuñado, Ed Garrison. Hicimos negocios con él el año pasado.
En gran medida Zack se sentía obligado a estar allí, tan empolvado como un pastel con azúcar glassé y sintiéndose totalmente fuera de lugar, por culpa de Ed Garrison.
Zack miró a la presentadora y se dijo que lo que veía le gustaba más que lo que oía. Era una típica profesional de televisión, muy fotogénica, de largo cabello rubio e intensos ojos azules. No tenía más imperfección que una minúscula cicatriz encima de una ceja.
—Aquí siempre tenemos horarios muy apretados —declaró la mujer, mientras caminaban hacia el plató—. Normalmente grabamos los programas con audiencia en el estudio y los pasamos al día siguiente, pero esta semana han estado remodelando el plató y andamos mal de tiempo.
—Usted es impresionante —dijo con absoluta normalidad, para que no lo malinterpretara—. No me necesita.
—Mi programa se dirige a las mujeres y Ed cree que la audiencia responderá bien ante un profesional masculino.
—Si soy el profesional, ¿para qué necesito el guión?
—Por favor —se limitó a decir ella, en tono de orden.
—De acuerdo, de acuerdo, lo leeré.
—Permítame que lo ayude.
—Le aseguro que sé leer.
—Sí, por supuesto. Lo siento, me pongo algo nerviosa antes de los programas. Pero preferiría que nos tuteáramos y que me llamaras Megan. Nos gusta mantener un ambiente informal. Y ahora, si tienes alguna duda…
—Si tengo alguna duda, levantaré una mano.
Megan llevaba vaqueros de diseño, demasiado bonitos para participar en la restauración de un aparador, y una camisa de color azul pálido con las mangas subidas. Se había dejado sin abrochar tantos botones que se podía disfrutar de una gran visión de su escote sin necesidad de ser descarado. Cuando se alejó para dejarlo a solas y que pudiera leer el guión, se preguntó si sería capaz de inclinarse con unos pantalones tan ajustados. No le habría importado contemplar esa escena.
Echó un vistazo al guión y se maldijo en silencio. Obviamente habían sacado los datos de alguna revista de bricolaje. Si seguía sus torpes indicaciones, quedaría como un inepto.
El estudio estaba decorado como un granero, con luces y cables por todas partes. Los espectadores estaban sentados en sillas de metal y Zack se preguntó si les pagaban por asistir al programa. Megan estaba hablando con un hombre que llevaba un perro.
—Te aseguro que si ladra una sola vez…
—Prince no ladrará. Pero tengo que acostumbrarlo a las luces y a la gente antes de que comience el programa.
Megan casi echaba humo cuando se volvió a acercar a Zack, que agradeció su presencia. Se había puesto nervioso sin razón aparente. No se podía decir que la idea de salir en televisión lo entusiasmara, pero tampoco esperaba reaccionar con nerviosismo.
Se clavó las uñas en las palmas, tensó todos los músculos del cuerpo e intentó relajarse. A fin de cuentas no iban a torturarlo y en todo caso había pasado por cosas mucho peores, así que pensó que saldría adelante aunque no recordara ni una sola palabra del guión.
Entonces apareció Ed. Le dio una palmadita en el hombro y todo tipo de instrucciones. El aparador que Zack tenía que restaurar se encontraba en uno de los laterales de la cocina que habían instalado en el plató. La mayoría de los profesionales lo habrían tirado a la basura.
Zack quiso hacer unas preguntas, pero Ed no le dio ocasión. Lo alejó del lugar y dijo:
—Entra cuando Megan pida a la audiencia que den la bienvenida al invitado. El tiempo lo es todo en televisión, así que actúa con rapidez y sonríe como si te alegraras de estar aquí.
El contratista pensó que eso no iba a resultar tan fácil. Era el trabajo que menos le apetecía hacer desde que había tenido que enfrentarse a una mofeta que Cole y él habían encontrado en un aparcamiento.
Ed se dirigió a los espectadores, bromeó para que se relajaran un poco y luego les pidió que practicaran los aplausos. No quería aplausos tímidos. Quería que sonaran con fuerza.
En cuanto consiguió el nivel de decibelios que pretendía con los aplausos, Megan entró en el plató con una seguridad impresionante. Su sonrisa parecía sincera y sonaba entusiasta sin necesidad de ser estridente.
Justo en aquel momento Zack notó que Ed le golpeaba en la espalda y comprendió que Megan lo estaba esperando.
—Nuestro invitado es un poco tímido —dijo la presentadora—. Démosle un fuerte aplauso.
Zack entró en el iluminado plató, muy nervioso. Estaba empapado de sudor y notaba que la camisa se le había pegado a la espalda. Además, no recordaba ni una sola palabra del guión y tenía la boca seca.
—Dinos, Zack, ¿qué vas a hacer en primer lugar?
—Tirar el aparador a la basura.
No pretendía sonar tan rotundo, pero el viejo aparador no era un mueble digno de anticuario.
Megan rio.
—Ya sabes que aquí no hacemos esas cosas, Zack. A nuestros espectadores les divierte convertir muebles inútiles en pequeños tesoros. Y ahora, si puedes enseñarnos cómo empezar a quitar esta pintura verde…
La presentadora puso un poco de líquido quitapinturas en un recipiente de metal, esperando que él lo recogiera.
—Antes de quitar la pintura hay que hacer varias cosas, Megan. En primer lugar, vamos a sacar las puertas y a quitar las piezas de metal.
—No creo que sea necesario, Zack.
Varias personas del público rieron. Obviamente encontraban divertida la situación, pero no formaba parte del guión y a Megan no le gustó nada. Se suponía que tenía que poner el líquido quitapinturas para que hiciera efecto durante la interrupción de los anuncios. Pero en lugar de eso, Zack abrió su caja de herramientas y comenzó a quitar las bisagras.
—Quitaré las puertas en un minuto, Megan. Tú puedes preparar una mesa para quitar después la pintura —dijo Zack, cada vez más animado—. En cuanto a los amigos que nos vean desde sus casas, recuerden que siempre tienen que quitar las piezas de metal antes de eliminar la pintura. Y conviene que se pongan guantes para protegerse de los productos químicos.
Zack se resistió al impulso de mirar el reloj. Sabía que la rubia lo estaba observando con desaprobación. No le gustaban los cambios de última hora, pero a pesar de ello le siguió la corriente y siguió a su lado con el líquido quitapinturas.
Entonces, Megan dijo:
—Volveremos tras el corte publicitario para mostrarles una forma fácil de eliminar la pintura vieja.
Ed hizo un gesto que significaba que ya no estaban en el aire y Megan estalló.
—¡Estás destrozando mi programa! ¡Te di el guión para que lo leyeras!
—Me invitaste para que enseñara a los espectadores a hacer un buen trabajo.
—¿Es que tú sabes más que la gente que escribe libros sobre bricolaje?
—Si yo aceptara hacer un trabajo como este, y no lo aceptaría, tendría en mente que mi tiempo es dinero. Y te aseguro que hacer las cosas bien, ahorra tiempo.
Ed ordenó a un par de ayudantes que prepararan una mesa en el plató y la cubrieran con periódicos y con plástico. Megan susurró algo al oído del productor, pero por su cara fue evidente que no recibió la respuesta que deseaba escuchar.
Zack quería marcharse, pero no podía hacerlo, así que colocó una de las puertas del aparador encima de la mesa y se preparó para continuar con el programa.
Cuando volvieron a estar en directo, ella aún llevaba el bote con quitapintura, como si hubiera olvidado por completo que lo tenía en la mano. Sonrió con una sonrisa de doscientos vatios y continuó con la siguiente parte del programa.
—Recuerden que deben hacerlo en lugar ventilado —dijo Megan a los espectadores—. Necesitarán una brocha barata y un… ¡Ah!
Prince, el perro que estaba en el plató, se acercó a ella en aquel momento con ganas de jugar y la golpeó justo cuando Megan se disponía a pasar el quitapinturas a Zack.
Megan perdió el equilibrio, el entrenador del perro corrió a recoger a su animal y Zack recibió el impacto directo en el pecho del recipiente de quitapintura, que salió volando. El corrosivo líquido se derramó por su camisa, pero reaccionó con rapidez y se la quitó arrancando todos los botones.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Megan.
—Creo que vamos a necesitar más quitapinturas —dijo Zack.
Curiosamente, el contratista se sentía ahora mucho más tranquilo porque podía controlar una situación que no se encontraba en el guión. Pero pensó que jamás volvería a aparecer en televisión como experto invitado, sobre todo cuando se quitó la camisa, la aplicó directamente en la puerta del aparador y dijo:
—No hay razón para desaprovechar todo este líquido…
—Oh —acertó a decir Megan.
La presentadora consiguió recobrar el control de la situación y comenzó a dar explicaciones sobre la forma de retirar la pintura vieja. Zack siguió desnudo de cintura para arriba; le picaba el pecho, tenía calor por culpa de los focos y deseaba marcharse de allí. Sin embargo, se dijo que era una pena que el líquido quitapinturas no hubiera acabado en la camisa de Megan, porque habría dado un buen espectáculo al quitársela.
—¿Qué opinas, Zack?
—¿A qué te refieres?
Zack había perdido el hilo de lo que Megan estaba diciendo.
—A que no hay razón para que una mujer no pueda arreglar su propia casa sin ayuda de un hombre.
—En efecto, Megan. Pero es conveniente contratar a profesionales para los trabajos más complicados. Y debo añadir una recomendación para los hombres: que se escondan cuando vean a una mujer con líquido quitapinturas.
La audiencia estalló en una carcajada y Megan le siguió el juego.
—A la mayoría de los hombres no les interesan las mujeres con quitapinturas, sino las que se quitan la ropa.
—Si quieres decir que a ningún hombre sensato le gustan los tablones viejos…
El público no dejó de reír durante su conversación, pero finalmente llegó el momento de la despedida.
—Bien, hoy estuvo con nosotros Zack Bailey, de Bailey Constructions. Gracias por haber venido, Zack —dijo Megan, con notable falta de entusiasmo—. Volveremos dentro de unos minutos con pistas para quitar la pintura vieja.
Zack tomó su caja de herramientas y se marchó del estudio de televisión, sin prestar atención a la fría lluvia de primavera que comenzó a mojar su pecho desnudo. No quería volver a participar en ninguna farsa similar, pero se dijo que por su suerte sus amigos no habrían visto el programa. Él tampoco lo habría hecho, ni siquiera para admirar a su presentadora.
A solas en su pequeño camerino, Megan no sabía si llorar, gritar o abandonar la ciudad. El programa había sido un desastre y se sentía humillada. Hasta pensó que los dueños de la cadena la expulsarían y maldijo a Ed por haberse empeñado en llevar a un experto.
En aquel momento odió a Zack Bailey. De haber intentado destrozar el programa a propósito, no lo habría hecho mejor. Primero lo habían tenido que empujar para que entrara en el plató y después se había negado a empezar a quitar la pintura sin quitar antes las bisagras.
Se estremeció al pensar en el momento en que se arrancó la camisa revelando su moreno pecho. Arrancó todos los botones y hasta se permitió el lujo de bromear utilizando la prenda para extender el líquido quitapinturas. Por primera vez desde que había empezado a estudiar periodismo en la facultad, Megan se había sentido perdida delante de una cámara. No podía recordar el guión si se encontraba ante un hombre medio desnudo con el cuerpo de un dios griego.
Además, después de todo el trabajo que le había costado encontrar un aparador bonito, él se había empeñado en decir que restaurarlo no merecía la pena. No sabía de dónde lo había sacado Ed. Pensó que si hubiera elegido a cualquier persona por la calle, lo habría hecho mejor.
Decidió marcharse a casa y esperar allí la llamada de los dueños de la cadena. Supuso que pasarían el programa a un horario con menos audiencia o que lo suspenderían directamente.
Estaba muy deprimida. Tenía grandes esperanzas con aquel programa. Quería demostrar a las mujeres que podían mejorar sus hogares sin grandes gastos y por su propia cuenta. Su propia madre había hecho una casa maravillosa para su hermana y ella cuando su padre los dejó; entonces, Georgia tenía nueve años y ella, siete. Su madre volvió a casarse con el paso del tiempo, pero entonces tuvo que trabajar muy duro y convirtió su pequeña y vieja casa en un lugar cálido y decorado con muy buen gusto.
Ahora solo quería volver a casa y relajarse leyendo un buen libro. Le apetecía comer algo de chocolate, pero no lo haría. Tenía casi veintinueve años y no podía permitirse el lujo de engordar en una profesión donde tener buena apariencia era esencial.
En aquel instante se abrió la puerta del camerino y apareció Ed.
—¡Megan!
—Deberías llamar a la puerta…
—Lo siento, es que todo el mundo se ha vuelto loco. Los teléfonos no dejan de sonar y hemos recibido cientos de mensajes de correo electrónico.
—¿Tan malo ha sido?
—¿Malo? ¿Bromeas? El señor Gunderdorf me llamó un minuto después de que terminarais.
—¿Gunderdorf, en persona?
Megan se sintió enferma. Gunderdorf era un viejo rico que a pesar de sus múltiples inversiones dirigía la estrategia de la cadena personalmente. Si los beneficios de la cadena de televisión le permitían comprar todos los años un par de coches antiguos para su colección, no se molestaba con el contenido de los programas. Y si había llamado por teléfono, solo podía significar una cosa: que su carrera profesional había terminado.
—Sí, vio el programa.
—Ya lo supongo.
—Y dijo que le pareció mucho más entretenido de lo que había imaginado.
—¿Cómo?
—¡Le encantó! Su esposa lo llamó para que viera la parte en la que Zack se quitó la camisa. Gunderdorf lo graba todo automáticamente pero solo ve el uno por ciento de la programación y solo le gusta el uno por ciento de lo que ve.
—No sigas, Ed. La culpa es tuya por haber invitado a ese hombre.
—Recuérdalo cuando firmes la renovación de dos años con un aumento de sueldo.
—No puedo creerlo. Es tan bueno que tiene que haber algo raro en ello.
—No, solo un pequeño detalle. Tendremos que conseguir que Bailey acepte participar en varios programas durante los próximos doce meses.
—¿Quiere que ese tipo aparezca regularmente en mi programa? —preguntó, asombrada.
—No todas las semanas, porque a Gunderdorf le ha gustado la idea de invitar a profesionales y le gustaría que hicieras algún programa con expertos en coches antiguos, por ejemplo. Ya sabes, algo con un poco de clase. Además, si triplicamos la audiencia, muchos personajes importantes desearán venir al programa. Y después de lo sucedido, seguro que la triplicamos.
—Estás loco, Ed. Y Gunderdorf, también. No pienso trabajar con ese hombre.
—¿Ni siquiera por más dinero y por la posibilidad de que el programa se emita en todo el país?
—Tal vez podríamos contratar a un actor en su lugar. A uno que fuera capaz de atenerse al guión.