Buscando novio - Jessica Hart - E-Book
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JESSICA HART

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Beschreibung

Freya había decidido organizar su vida antes de cumplir los treinta, aunque solo fuera para demostrarle a su mejor amigo, Max Thornton, que era perfectamente capaz de encontrar al hombre adecuado. Además ya tenía en mente al candidato perfecto: el periodista Dan Freer. Max no estaba impresionado, Freya siempre había sido una mujer muy impulsiva. Cuando sí se sorprendió fue cuando su amiga decidió celebrar una falsa boda solo con el fin de ganar una luna de miel de regalo. ¿A quién pretendería hacer pasar por su marido?

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Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Jessica Hart

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Buscando novio, n.º 1739 - marzo 2015

Título original: The Honeymoon Prize

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6079-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Voy a tener una aventura.

Pel corría a un ritmo envidiable en la cinta a su lado, pero a Freya le encantó ver que por un momento lo perdió al oírla.

–¿Vas a tener qué? –exigió él.

Sonrió, complacida debido al impacto surtido por su anuncio casual.

–Ya lo has oído.

–¿Con quién?

–Dan Freer –respondió lo mejor que pudo entre jadeos. Era nueva en el gimnasio y aún le faltaba tono físico.

–¡No! –Pel la miró, impresionado–. ¿El reportero número uno y dueño de la chaqueta de piel más elegante de la televisión?

–El mismo.

Fingió el gesto de silbar.

–¡Vaya! ¿Y cuándo pasó todo eso?

–Aún no ha pasado –tuvo que confesar Freya–. ¡Pero sucederá! He decidido que Lucy y tú tenéis razón. Es hora de cambiar mi vida, y seducir a Dan Freer es el primer paso.

–¿Qué ha provocado esto? –quiso saber Pel con curiosidad.

Freya ajustó la velocidad al paso para poder hablar sin esfuerzo.

–La semana próxima es mi cumpleaños –le dijo–. Voy a cumplir veintisiete. ¡Solo faltan tres para que llegue a los treinta! –añadió melodramáticamente–. ¿Qué va a ser de mí después?

–¿Cumplirás los treinta y uno? –sugirió Pel–. ¡No es más que una conjetura, por supuesto!

Freya le sacó la lengua.

–Sabes a qué me refiero. A partir de ese momento será cuesta abajo hasta la mediana edad, y antes de que me entere, llevaré un sombrero de fieltro y cuidaré gatitos. ¡Antes quiero vivir un poco! –se quejó–. Nunca voy a ninguna parte. Nunca hago nada. Jamás conozco a ningún hombre.

–Conoces hombres. Lucy y yo siempre te estamos poniendo tipos solteros bajo las narices.

–¿Quién?

–Dominic. Sé que es agente inmobiliario, pero no podía evitarlo. Era limpio y solvente, y le gustabas de verdad.

–¿A cuántos agentes inmobiliarios llamados Dominic conoces, Pel? –lo miró fijamente–. ¡El que yo conocí no tenía el menor interés en mí!

–Sí, lo tenía, pero tú no lo animaste en ningún momento –movió la cabeza–. Tu problema es que no lees bien las señales.

–Es lo que Lucy y tú no paráis de repetirme –soltó de malhumor. Era una vieja discusión–. En cualquier caso, no era mi tipo. Además, quiero a alguien más estimulante que a un agente inmobiliario de Chigwell. Estoy cansada de ser una buena chica. Para variar, deseo vivir peligrosamente, y he decidido que Dan sería perfecto para mí –con un gruñido, Freya aumentó el paso en la cinta.

–La cuestión –dijo Pel al observarla–, es que eres demasiado agradable–. Todos te adoramos y sabemos que no eres ni la mitad de dura de lo que pareces bajo esa fachada crispada. No quiero que resultes herida, eso es todo.

–Pero la única forma de no salir herida es quedarme en casa sentada, que es lo que he estado haciendo casi todos estos últimos cinco años –objetó–. ¡Estoy harta! He comprendido que el hombre perfecto no va a llamar a mi puerta, de modo que he de salir a buscarlo. ¿Y sabes una cosa? El día después de tomar esa decisión, Dan entró en la oficina. ¡Es como si hubiera estado destinado a ello! Oh, Pel, es tan guapo –jadeó–. Tiene unos ojos castaños profundos y, cuando te sonríe, te derrite. Y deberías oír su voz. Es un verdadero acento americano, profundo y lento, que vibra por tu columna vertebral… –tembló con gesto lujurioso por el solo hecho de pensar en la voz de Dan.

–Suena divino –comentó con un toque de envidia.

–Oh, lo es. Pero no es solo increíblemente sexy y magnífico. Es inteligente, divertido y estimulante. No sale del metro para ir todos los días a la oficina. Siempre anda esquivando balas en alguna zona de guerra o de incógnito por una historia de que verdad importa –suspiró–. Hace que todos los demás hombres que conozco parezcan aburridos.

–Gracias.

–Sabes que tú no cuentas. La cuestión es que, encima, es muy agradable. Cuando llama para hablar con el editor de la sección del extranjero, siempre pregunta cómo estoy y en qué ando. No es como… los otros periodistas… –estaba tan sin aliento, que las palabras salían espaciadas y entrecortadas–. Ellos solo quieren… quejarse de sus gastos… pero Dan… está de verdad… interesado… en lo que… dices… Pel, ¿podemos parar ya? –suplicó–. ¡Aquí no puedo hablar?

Por lo general, Pel insistiría en que completaran la tabla y se mostraría inflexible, pero ella se aprovechaba del hecho de que querría oír todo el plan para seducir a Dan Freer.

Veinte minutos más tarde, se hallaban cómodamente sentados en el bar del gimnasio, recién salidos de la ducha, con expresión de satisfacción en la cara de Pel y de alivio en la de Freya.

–Y bien, ¿qué piensa Lucy? –preguntó él mientras le entregaba un gin tonic.

–En principio está a favor, pero la preocupa el apellido de Dan. Dice que no puedo llamarme Freya Freer –puso los ojos en blanco–. Le dije que no estaba interesada en el matrimonio, aunque fue como hablar con la pared. ¡Ya sabes cómo es! Desde que el año pasado se casó con Steve, su misión en la vida es llevar a todo el mundo ante el altar.

–Tiene algo de razón –corroboró Pel–. Freya Freer suena ridículo. Para empezar, es imposible decirlo. Pruébalo… Freya Freer, Freya Freer… ¿Lo ves? Hace que parezca un trabalenguas.

Exasperada, Freya depositó con fuerza la copa sobre la barra.

–Mira, aquí no se está hablando de matrimonio. No tiene nada que ver con un compromiso, una hipoteca y niños. Sino de una aventura desenfrenada, desbocada y sin ataduras. ¿De acuerdo? Quiero sexo, no amor –insistió.

–Mucho decirlo –Pel frunció los labios–, pero no eres ese tipo de persona.

–Ahora sí. ¡Mis hormonas se han liberado!

–Eso está muy bien, pero habrá pocos fuegos artificiales contigo en Londres y con él en los Balcanes. ¿Por qué no eliges a alguien más próximo?

–Ahí está lo bueno –expuso Freya con tono triunfal–. Regresa a Londres. ¡La semana que viene! Hoy mantuve una larga charla con él mientras mi jefe estaba en la reunión de los editores. ¿Sabes que trabaja para una de esas cadenas de noticias de televisión por cable cuyo nombre jamás puedo recordar?

–¿No era uno de vuestros periodistas? –preguntó Pel, desconcertado.

–No, de vez en cuando hace algo para el Examiner. Las cadenas americanas tienen mucho más dinero que nosotros. A menudo mandan un charter con reporteros y equipo a los puntos conflictivos a los que los periódicos no tenemos acceso, y cuando sucede y Dan forma parte del equipo, nos escribe un artículo al mismo tiempo. Siendo británicos y ellos americanos, no plantea un conflicto de intereses.

»En todo caso –continuó, echándose el pelo castaño sobre los hombros–, Dan me contó hoy que espera conseguir un ascenso. Ha sido lo que llaman un «bombero». Eso significa que lo envían allí donde hay un desastre, una guerra o un disturbio, cosas así. Cubre la historia mientras se desarrolla y luego se va a otra parte y, aunque su base la ha tenido en Londres, rara vez está aquí. Cree que va a conseguir un destino permanente en su oficina de Londres y… ¡oye bien esto!… resulta que vive a la vuelta de mi casa en este momento.

Pel enarcó las cejas, impresionado a pesar de sí mismo.

–He de reconocer que suena prometedor. Muchas oportunidades de encontrarte con él en el supermercado y ese tipo de cosas.

–¡Exacto! ¡Pero falta lo mejor! –bebió un sorbo del gin–. Ahí estábamos, charlando, y Dan me cuenta que el próximo jueves viene a Londres, y yo le menciono que justo ese día es mi cumpleaños.

–¿Te preguntó cuántos cumplías?

–Sus modales exquisitos no se lo permitirían –afirmó con altivez–. No, me preguntó cómo iba a celebrarlo y entonces, y esto es lo mejor, dijo: «pareces el tipo de chica que lo celebrará con estilo».

Pel rio.

–Entonces ¿no le dijiste que íbamos a ir al pub y que lo más probable era que pidiéramos la cena en un restaurante indio?

–No. Dije que ese fin de semana iba a dar un cóctel. Que todo el mundo se iba a vestir de etiqueta y que íbamos a tomar unos martinis secos, agitados, no removidos, ese tipo de cosas, y Dan comentó que sonaba estupendo. Entonces –hizo una pausa para darle suspense al final grandioso–, le pregunté si querría venir, ¡y respondió que sí!

–¿Qué?

–Lo sé, ¿no es brillante? –le sonrió extasiada–. Y le dije que iba a invitar a un montón de gente del Examiner.

–¡Freya!

–No tuve más elección, de lo contrario habría sido obvio que solo me interesaba él, y no habría venido.

–Y ahora que va a venir, vas a tener que ofrecer un cóctel para un montón de personas que apenas conoces –Pel movió la cabeza con gesto de desaprobación.

–Las conozco –se defendió–. Trabajo con ellas. Pienso invitar a los subdirectores, reporteros y fotógrafos, no solo a las secretarias de la redacción. ¡Siempre se apuntan a una fiesta y a copas gratis!

–Freya, no te lo puedes permitir –activó su instinto protector–. Estás muy endeudada, tuviste que irte de tu último apartamento porque no podías pagar el alquiler y tienes un trabajo miserable sin ninguna perspectiva, con un sueldo horrible por el único privilegio de trabajar en un lugar interesante. Todos los demás han encaminado sus carreras y sus vidas, pero tú das la impresión de ser feliz en tu lucha por tratar de llegar a fin de mes, de mes en mes, sin ningún pensamiento de futuro.

–Sinceramente, Pel –suspiró–, eres peor que mi padre –se quejó.

–Tu padre es un hombre muy sensato –indicó con severidad–. ¿Te haces una idea de lo que cuesta ofrecer un cóctel? No es como comprar una botella y sentarte en el suelo. Si vas a hacerlo, tendrás que hacerlo con estilo.

–Lo sé, y por eso necesito que me ayudes. Piénsalo, podría ser estupendo. Es la oportunidad de que Dan me vea como a una mujer seductora, no solo como a la chica que contesta el teléfono durante la semana. Me recogeré el pelo y me pondré un pequeño vestido negro y, cuando llegue, estaré rodeada de amigos sofisticados –entrecerró los ojos verdes al imaginar la escena–. Estaré chispeante e ingeniosa y haré que todos rían, o… ¿Sería mejor parecer ecuánime y misteriosa? ¿Qué piensas? Después de todo, no quiero desanimarlo jugando a ser demasiado difícil de alcanzar.

–Con franqueza, cariño, no te veo ecuánime ni misteriosa –indicó él, a pesar de todo arrastrado a la fantasía.

–No –aceptó con un suspiro–. Tendré que decantarme por ser el alma de la fiesta –decidió, pensativa–. Sí, ser divertida funcionará. No creo que Dan se haya divertido mucho de donde viene.

–Odio estropearte todo el entramado –expuso Pel–, pero, ¿dónde vas a encontrar a esos amigos encantadores antes del próximo fin de semana?

Freya hizo un gesto displicente.

–Todos tendréis que fingir –indicó–. Pero se reduce a estar de etiqueta sin sonreír mucho. ¡Será divertido! –apoyó la mano en su brazo–. Pero no funcionará sin ti. Me ayudarás, ¿verdad?

Pel intentó continuar con su aspecto de desaprobación por la extravagancia, pero al final sucumbió.

–¿Qué quieres que haga?

–Necesito alguien que se ocupe del bar. Ya sabes, cosas como los martinis… y Marco te echará una mano. Parece una persona capaz de manejar una coctelera.

–De acuerdo –suspiró resignado, sin lograr ocultar del todo que era la clase de situación que lo entusiasmaba–. Al menos tendré la oportunidad de ver al famoso Dan Freer. Vamos a necesitar copas apropiadas de cóctel –advirtió–. No puedes servir un martini en un vaso viejo. Y canapés apropiados –continuó, animado–. ¡Nada de un cuenco con patatas fritas!

–¿Qué más? –preguntó después de apuntarlo.

–Hay que elegir el lugar. ¿Cómo es ese nuevo sitio en el que estás viviendo?

–Perfecto para una fiesta –indicó entusiasmada–. Es un loft en un almacén reconvertido, con un salón diáfano. Todo acero y parqué lustroso… un poco minimalista para mi gusto, pero la vista que tiene de la ciudad es maravillosa.

–Suena muy bien –dijo Pel con cierta envidia–. ¿Cómo diablos puedes pagarte un lugar así?

–No puedo. No pago alquiler. Lo cuido hasta que vuelva el dueño.

–¿Y cómo has conseguido eso? –preguntó admirado.

–Lucy lo arregló –respondió con cierta reserva–. El piso es de su hermano.

–¿Joe? Creía que aún estudiaba.

–No. Su hermano mayor, Max.

Los ojos de Pel de inmediato se iluminaron con interés.

–¡Oh! –dijo él de un modo único, expresando en esa sola sílaba que quería conocer hasta el más mínimo detalle, sin importar lo trivial que fuera, antes de dejar el tema.

–Es ingeniero civil. Dirige una especie de organización de ayuda y siempre está viajando a África y lugares así, para construir caminos y sistemas de irrigación. Ya sabes, ese tipo de cosas. De hecho, ahora se encuentra en África –continuó–. Lucy se enteró de que se iba justo cuando me subieron el alquiler y no pude encontrar ningún otro sitio en el que vivir. Le sugirió a Max que yo le cuidara el piso mientras él se encontrara en el extranjero.

–¿Durante cuánto tiempo va a estar ausente? –inquirió Pel.

–Al menos cuatro meses. Ha sido una solución perfecta. A Max le ha ahorrado buscar un inquilino para poco tiempo o dejar la casa vacía, y a mí me ha dado tiempo para buscar con tranquilidad. Como verás entonces, la fiesta no va a ser una extravagancia –esperó distraer a Pel del tema de Max–. Solo gastaré el dinero que me ahorro en viajes, ya que está al lado de donde trabajo.

El ardid no funcionó.

–Había olvidado que Lucy tenía otro hermano –dijo–. Creo que no lo conozco. ¿Estuvo en la boda de ella?

–Creo que sí –de hecho, Freya había pasado toda la boda evitándolo, tarea difícil cuando él era el hermano de la novia y ella la madrina.

–Mmm… –Pel buscó en su memoria–. ¿Qué aspecto tiene?

Bebió un tragó de gin mientras una imagen incómodamente vívida de Max se asentaba en su mente. El rostro sereno y la boca ecuánime, la diversión sarcástica brillando en esos ojos de un inquietante gris claro.

–Oh, ya sabes…

–No –contradijo Pel.

–Es muy corriente –repuso, orgullosa del encogimiento de hombros indiferente que pudo realizar–. En realidad, un poco aburrido. No es el tipo de hombre que llamaría la atención en una fiesta. Es de esos de salvar al mundo antes del desayuno, que cree que construir unos pocos caminos en un país en vías de desarrollo le da derecho moral sobre cualquier otro tema.

Pel se reclinó en la silla y sonrió.

–Ah, es de esos, ¿verdad?

–No sé a qué te refieres –indicó con rigidez.

–Max y tú tuvisteis algo, ¿cierto?

–¿Qué diablos te hace pensar eso? –preguntó con un intento de risa que no fructificó.

–Intuición. Aparte del hecho de que pones una cara rara cuando hablas de él.

–¡No es verdad! –involuntariamente, se llevó las manos a las mejillas.

–Sí lo es. Me da la impresión de que te pusiste en evidencia con ese tal Max –indicó con tono profético.

Freya lo miró con expresión agria. A veces Pel era demasiado listo.

–Tengo razón, ¿verdad? –se inclinó hacia ella con gesto de conspiración–. Vamos, Freya, suéltalo.

Ella titubeó, pero sabía que Pel no cejaría hasta descubrir su secreto.

–Debes prometerme que no se lo contarás a nadie –cedió al final.

–¡Con la mano en el corazón y que me muera si no lo cumplo!

–Cuando Lucy cumplió veintiún años –comenzó de mala gana–. Fue una gran fiesta, pero aquella tarde había tenido una pelea con mi primer novio de verdad y no me sentía bien. Pero no quería estropearle el día a Lucy, de modo que fingí que Alan había tenido una urgencia y que no había podido ir. Fue terrible –bebió un trago para ahogar el recuerdo–. Tenía que fingir que me lo estaba pasando en grande, cuando lo único que quería era irme a casa para llorar. Estaba convencida de que Alan era el amor de mi vida y no me la imaginaba sin él.

–Continúa.

–Bueno, Max estaba allí, por supuesto. Hacía un par de años que no lo veía. Acababa de regresar de África y lo notaba realmente diferente.

Hizo una pausa y su mente saltó los seis años que la separaban de aquel momento. Max había parecido más alto y fornido de lo que recordaba, y mayor que los veintisiete años que tenía. Después de un par de años al sol de África, sus ojos grises habían parecido asombrosamente claros en su cara atezada. Aún podía rememorar el vuelco que le dio el corazón al reconocerlo en el otro extremo de la sala.

–Tampoco él lo pasaba bien, aunque jamás fue un animal social –recordó–. Podía verlo mirándome de vez en cuando con esa expresión desaprobadora tan típica de él, pero no me dijo nada hasta que llegué al punto en el que creí que no aguantaría ni un segundo más. Se acercó a mí, y afirmó que ya había bebido bastante y que me llevaba a casa.

–Mmm… ¿el tipo dominador?

–Es una manera suave de plantearlo –hizo una mueca al recordarlo–. Intenté decirle que no me quería ir, pero ni me prestó atención, y lo siguiente que supe era que me guiaba a su coche.

–¿Se te insinuó? –Pel se mostró muy interesado.

–Peor –respondió con sequedad.

–¿Peor? –se le salían los ojos de las órbitas–. Dios mío, ¿qué hizo?

–No fue lo que hizo. Sino lo que hice yo –le ardían las mejillas–. Intenté coquetear con él.

–¿Y?

–Y nada. Max es completamente inabordable.

–¿Eso fue todo? –inquirió Pel, decepcionado.

–No, luego me puse a llorar –el recuerdo aún la avergonzaba–. Le conté lo sucedido con Alan, lo mucho que lo amaba y cómo mi vida estaba deshecha. Patético.

–¿Y qué hizo Max?

–Me dejó gimotear todo el trayecto a casa. Al llegar, me obligó a beber un tonel de agua hasta que me puse sobria. Mientras bebía un vaso tras otro, se sentó a mi lado en el sofá y me habló de la vida en África –jugueteó con la copa–. Fue muy extraño, pero mientras hablaba, de pronto comencé a considerarlo irresistible. Un momento divagaba sobre la vida insostenible sin Alan y al siguiente me era imposible quitarle las manos de encima a Max. ¡Fue muy extraño! Quiero decir, jamás me había resultado ni remotamente atractivo, pero fue como estar poseída. De verdad que no pude hacer nada al respecto.

Se estremeció por dentro al recordar cómo había tratado de deslizarse de forma seductora por el sofá, para estropear el efecto al caer sobre él. El modo en que Max se había quedado paralizado cuando ella le susurró cosas al oído. Aquella pausa devastadora antes de que la rodeara con los brazos y la posara sobre los cojines.

–Todo el mundo tiene momentos embarazosos de ese tipo –la consoló Pel al ver su intenso rubor–. Recuerdo una vez… bueno, olvídalo. La cuestión es que podría haber sido mucho peor. No es como si… –calló al ver la expresión de Freya–. Ah –comprendió–. ¿Lo hicisteis? –ella asintió. Pel carraspeó–. ¿Y qué pasó? Después, quiero decir –se apresuró a explicar.

–Nada –se concentró en darle vueltas a la copa–. Max se mostró impaciente por marcharse. Dijo que había sido un error y que los dos estaríamos mejor si fingíamos que nunca había sucedido. Lo cual me pareció perfecto. Quiero decir, fue un alivio –se dio cuenta de que sonaba como si quisiera convencerse a sí misma–. Era el hermano de Lucy. Prácticamente fue un incesto.

–¡Tonterías! –exclamó Pel.

–Es lo que me parecía –insistió–. Si ni siquiera me había gustado, nunca había tenido fantasías de adolescente con él. No es feo, pero tampoco tiene nada especial, aparte de que siempre ha sido demasiado serio. Solía mirarnos con desdén a Lucy y a mí, y hacía comentarios cortantes que nunca sabías cómo tomarte –pensó en Max y en su capacidad sobrenatural de lograr que se sintiera estúpida–. Fuese como fuere, me sentí encantada de fingir que nunca había pasado. Era evidente que a los dos nos hubiera gustado que no hubiera sucedido.

–¿De verdad?

–Bueno… –apartó la vista.

–Ooh. Fue fantástico, ¿verdad, Freya?

–¡Pel!

–A mí no puedes engañarme –se lo estaba pasando de miedo. Le encantaban los cotilleos, en especial si él era el único que los conocía–. Lo fue, ¿cierto?

–¡No! ¡Sí! Oh, no lo sé –suspiró–. Era como si fuéramos dos personas por completo diferentes en un mundo diferente.

–Parece la fantasía definitiva –comentó Pel.

–Bueno, pues no la mía, y desde luego no la de Max. Por lo que a mí respecta, fue un incidente embarazoso que preferiría olvidar. Ocurrió hace seis años y desde entonces apenas hemos hablado. Cuando lo vi el año pasado en la boda de Lucy, se comportó como si no me viera desde que su hermana y yo íbamos al instituto –podría ser un gran alivio pensar que Max carecía de recuerdos de aquella noche bochornosa, pero a ninguna chica le gustaba pensar que se la pudiera olvidar de forma tan completa, y menos aún cuando ella misma tenía tantos problemas para desterrar el incidente–. Es evidente que lo ha olvidado todo –añadió.

–Tú no –señaló Pel.

–Solo porque vivo en su piso con todas sus cosas. Llevaba años sin pensar en él, hasta que Lucy sugirió que me trasladara a su casa –sugirió con poca sinceridad.

–Debe de ser un poco incómodo, ¿no?

–Claro que lo es, pero estaba desesperada por vivir en alguna parte donde no tuviera que pagar nada… además, no iba a verlo. Se marchó una semana antes de que yo llegara y le dejó las llaves a Lucy. Y ella estaba tan encantada con la idea, que no pude contarle por qué me sentía incómoda aceptando un favor tan grande por parte de Max.

De pronto, Pel se irguió con expresión de alerta.

–¿Quieres decir que Lucy no sabe que Max y tú…?

–No fui capaz de contárselo –admitió–. Era demasiado difícil. Ella es mi mejor amiga. Y a pesar de que siempre está gruñendo por él, en el fondo lo adora y odiaría pensar que entre nosotros dos hay algún problema. Eres la única persona a la que se lo he contado –le lanzó una mirada acerada–, y si se lo mencionas a alguien, incluido Marco, te llevaré al gimnasio y ataré a una cierta parte de tu anatomía la pesa más grande que haya, para que tengas que pasar el resto de tu vida hablando con voz aguda. ¿Me he expresado con claridad?

–Perfectamente –fingió chillar–. ¡Tu secreto está a salvo conmigo!