Camafeos - Christian Ferrer - E-Book

Camafeos E-Book

Christian Ferrer

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Beschreibung

En Camafeos, Christian Ferrer desarrolla, con su habitual lucidez y claridad, siete semblanzas de personajes relacionados con la cultura argentina. Marta Minujin; Orellie Antoine I; Héctor Murena; Néstor Perlongher, entre otros, son algunos personajes que el autor retrata, casi como si estuviera pintando. Sobre Néstor Perlongher, Christian Ferrer afirma: "¿Fue un intelectual? No lo fue. La respetabilidad de la casta era ajena a su sensibilidad, para no mencionar la defensa nostálgica o demagógica que hacen de su título nobiliario, parecida a la de ciertos herederos de familias aristocráticas venidas a menos". Fernanda Juárez, en Rey desnudo, Revista de libros, comenta a propósito de Camafeos: Después de leer Camafeos, queda latente la sensación de que estos artículos no fueron escritos en clave de constelación. Cada uno conforma un mundo en sí mismo, enclaustrado en su propia atmósfera. Orélie Antoine I, Ignacio Braulio Anzoátegui, Héctor Murena, Marta Minujín, Alfredo Errandonea, Ezequiel Martínez Estrada y Néstor Perlonguer son las figuras elegidas para estas semblanzas que evocan, con decorados distintos, el mito de Odiseo.

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Acerca de Christian Ferrer

Christian Ferrer es ensayista y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Integra el grupo editor de la revista Artefacto. Pensamientos sobre la Técnica.

Ha publicado los libros Mal de Ojo. Crítica de la violencia técnica; Cabezas de tormenta; La amargura metódica. Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada; Barón Biza. El inmoralista; y La mala suerte de los animales; y las compilaciones Prosa plebeya. Ensayos de Néstor Perlongher; El lenguaje libertario. Antología del pensamiento anarquista contemporáneo; y Lírica social amarga. Escritos inéditos de Ezequiel Martínez Estrada. Con Ediciones Godot publicó El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo.

Página de legales

Christian Ferrer / Camafeos : sobre algunas figuras excéntricas, desconcertantes o inadaptadas / Christian Ferrer. - 2a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2023. Libro digital, Otros

Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-631-6532-01-5

1. Ensayo. 2. Biografías. I. Título.

CDD 306.092

ISBN edición impresa: 978-987-1489-59-6

Camafeos. Sobre algunas figuras excéntricas, desconcertantes o inadaptadas. Christian FerrerCorrección Gimena RiverosDiseño de tapa e interiores Víctor Malumián

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, Agosto 2017

Camafeos : sobre algunas figuras excéntricas, desconcertantes o inadaptadas

Christian Ferrer

Índice

Historia regia y esperpéntica y gesta estrambótica e inmortal: Orélie Antoine I

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

El cruzado: Ignacio Braulio Anzoátegui

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

Lejos de todo: héctor a. murena

I

II

III

IV

V

VI

La caja de sorpresas de Marta Minujín. El arte hace pop

Lo nuevo

La llamada telefónica

El copartícipe

Alfredo Errandonea en el recuerdo

I

II

III

IV

V

Furia y desacralización: Ezequiel Martínez Estrada

I

II

III

Lentejuelas: Néstor Perlongher

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Página de título

Índice de contenido

Contenido principal

Colofón

Historia regia y esperpéntica y gesta estrambótica e inmortal: Orélie Antoine I

I

EL MUNDO ERA UN lugar muy grande a mediados del siglo XIX. Todavía existían montañas invictas, tundras vírgenes, hielos inaccesibles, océanos poco conocidos. Cualquiera podía soñar con hacer pie en lo nunca visto, cualquiera podía imaginarse monarca coronado en tierras lejanas, río arriba, en selva recóndita, en valles apartados más allá del desierto, o bien mar de por medio, en un archipiélago aislado. Solo era preciso echar un vistazo al mapa y dar con los territorios menos poblados, las regiones más desprotegidas, los lugares donde nadie había plantado bandera aún. Eran tiempos de aventura y colonialismo. Todas las naciones de Europa estaban invitadas al reparto de Orbis Tertius, la tercera parte del mundo.

Durante cien años las potencias importantes habían hincado el diente en el África, en la península Índica, en el Lejano Oriente, y en las islas de la Polinesia, la Melanesia y la Micronesia. Casi no hubo sitio en la tierra que permaneciera a salvo de la codicia y el cañoneo. Solo las naciones de Latinoamérica lograron mantener su integridad y su autarquía, y a duras penas, pues intentos de pegarles el manotazo no escasearon. Sin embargo, Argentina y Chile no fueron la excepción a la regla imperial, también pretendieron dominio, o botín, sobre el sur del mundo, es decir la Araucanía y la Patagonia. Eran zonas no exploradas del todo, abundantes en vientos y riquezas conjeturales, donde nadie vivía, a excepción de los tehuelches, los huilliches, los picunches, los pehuenches, los cuncos, los poyas, los nagches, los puelches, los mamulches, los ranqueles y los mapuches, un montón de naciones indígenas a las que nadie tomaba en cuenta y que ya comenzaban a padecer el hostigamiento de sus dos depredadores naturales, los argentinos y los chilenos. Fue por entonces que el francés Orélie Antoine de Tounens se apareció por allí.

Según su prontuario, Orélie Antoine medía un metro sesenta y ocho centímetros de altura, su cara era “grande y gorda”, tenía ojos “pardos”, cejas “negras”, nariz “afilada”, labios “delgados”, y el color de su piel era “blanco rosado”. Como seña particular, en el expediente judicial se indica que tenía “piernas torcidas”. Además, era melenudo. Había nacido en el año 1825 en la ciudad de Périgueux, en la Aquitania, y la etimología -Petrocorii- indica que en su origen allí había “cuatro tribus”. A pesar de que más adelante pretendió disponer de linaje, la verdad es que Orélie Antoine era descendiente de braseros y labradores. De joven fue gestor de trámites por cuenta de terceros pero sobre todo un ávido lector de libros de viajes, descubrimientos y exploraciones. Muchos años de trabajo rutinario le habían potenciado la inconformidad y la fantasía, de modo que el hombre se puso a soñar con imperios de ultramar. Un día cruzó el océano en un barco cuyo nombre era “La Plata”. Portaba consigo un plan secreto: transformarse en rey.

Y fue justamente en la ciudad de Viedma, ubicada en el noreste de la Patagonia, donde nació en 1937 otro hombre que un día soñaría con ese rey. Se llamaba Juan Fresán. Su padre, de origen vasco, tuvo librería y también se ocupaba de la venta de los chocolatines y otras golosinas en el cine del pueblo. Acerca del mundo en que transcurrió su infancia, Fresán dirá lo siguiente: “Yo soy patagónico, empezando por ahí. Es otro planeta, más parecido a la Luna que al resto de la Argentina”. Es verdad, la gente del sur suele referirse a su lugar como “El Desierto”. Con respecto a su padre, dijo que era un hombre hosco y reservado. Recordaba haber hablado con él una sola vez en la vida. A los dieciocho Fresán rumbeó para Buenos Aires y más adelante también andará por Venezuela y por España.

II

Orélie Antoine desembarcó en el puerto chileno de Coquimbo en agosto de 1858. Tenía 33 años y esa era la edad propicia, la de carne de sacrificio. Durante un tiempo anduvo de aquí para allá, conociendo el país, enterándose de cosas, madurando planes, y a fines de 1860 se internó en territorio araucano. Lo acompañaban un lenguaraz y dos comerciantes franceses que solían traficar vicios y baratijas con los indios y a los que había prometido elevar al rango de ministros una vez que él fuera nombrado rey. Así de sencillo. También ese fue el proceder de esos otros hombres endurecidos que se zambullían en el África inescrutable o en los misterios del Asia para emerger un tiempo después dueños de amplias extensiones de tierra en nombre de su reina o de su rey. Por cierto, Orélie Antoine acarreaba en sus alforjas una bandera, un escudo, un himno y una constitución para su futuro reino. No, no puede decirse que él haya sido un improvisado.

Los araucanos eran gente brava. Durante trescientos años habían resistido el embate de incas, españoles y chilenos, enzarzándose en una serie de escaramuzas intermitentes cuya reiteración las hizo al fin ser conocidas bajo el nombre de “Guerra de Arauco”. Unos cuantos miles de conquistadores murieron. Varias decenas de miles de indígenas también. Pero a los araucanos nunca se los pudo sojuzgar del todo. Para 1860 el gobierno de Chile estaba dejando de lado la cautela en sus tratos con las tribus y pretendía imponer la autoridad del Estado al sur del río Biobío, límite natural e histórico con los pueblos originarios. Había inquietud en toda la zona. Un fósforo, una cabeza caliente, podían encender la mecha del malón.A Orélie Antoine los indios le prestaron alguna atención, a pesar de que no hablaba el “mapudungun”, la lengua araucana, y de que al castellano apenas si lo chapurreaba. Sus importantes palabras fueron traducidas por el lenguaraz, que encima no entendía el francés. Todo fue algo confuso. En cualquier caso los caciques araucanos le concedieron un tímido y ambiguo apoyo, quizás impresionados por su audacia, o porque parecía tomarlos en serio, aunque la verdad es que la palabra “rey” era desconocida entre ellos. A él le bastó con esa cauta aceptación.

III

Juan Fresán viajó a Buenos Aires para estudiar leyes, pero no les dedicó mayor esfuerzo, dejándose llevar en cambio por la bohemia intelectual de la época. Compartió residencia con un amigo en una pensión próxima al microcentro. A poco de llegar, en junio de 1955, sucedió el bombardeo aéreo a la Casa de Gobierno, cuyo objetivo manifiesto era terminar con su morador, el general Juan Domingo Perón, pero la puntería de los aviadores fue más bien errática, sin dejar de acertarle a toda la extensión de la Plaza de Mayo, donde germinaron cadáveres, por cientos, en un santiamén. Fresán y su amigo se acercaron al lugar a curiosear y prestar auxilio a los heridos amontonados en la recova del Ministerio de Economía. Un rato después se unieron a una multitud que había tomado por asalto una armería de la Avenida de Mayo. Buscaban revólveres y escopetas para repeler a los aviones. Saliendo de la armería se toparon con un hombre que sostenía en las manos un juego completo de cubiertos de plata. El hombre blandió un tenedor y les dijo: “¡Todo vale para defender a Perón!”. Cabe destacar que el primer libro escrito por el general Perón se titulaba Toponimia patagónica de etimología araucana. Curioso es que don Juan Manuel de Rosas, un antecesor suyo en el máximo cargo, y poco amigo de los indios, también haya preparado un diccionario de voces pampas.

IV

El 17 de noviembre del año 1860 Orélie Antoine de Tounens emitió un decreto real proclamándose a sí mismo Rey de la Araucanía, adoptando de allí en más el nombre de Orélie Antoine I. Acto seguido envió una comunicación postal dirigida a Manuel Montt, presidente de Chile, anunciándole la buena nueva, noticia que el gobierno chileno decidió pasar por alto. Un rey sin ejército no supone problema alguno. Tres días después, mediante otro decreto, Orélie Antoine I se anexó la Patagonia argentina entera a sus dominios y anunció que su novísimo reino, la “Nouvelle France”, sería gobernado por una monarquía constitucional y hereditaria, a pesar de que, de momento, el rey era célibe. Su reino: miles y miles y miles de kilómetros cuadrados. A un lado, el Pacífico; al otro, el Atlántico; y más allá, en el extremo meridional, los mares antárticos y los hielos polares. Por un simple acto de proclamación Orélie Antoine se había convertido en el mandamás del sur del mundo. Lo mismo habían hecho los conquistadores españoles cuatrocientos años antes. Claro que ellos habían traído barcos de guerra y espadas filosas, además de una férrea determinación, que no era ajena a Orélie Antoine.

El nuevo rey ambicionaba lo máximo, aunar a todos los países de Sudamérica en una confederación monárquica, pero tuvo que avenirse a izar su bandera en medio de la nada. Los colores eran el verde, el azul y el blanco, los mismos de la bandera actual de la provincia patagónica de Río Negro, por donde mucho anduvo el pretendiente francés, y cuya capital, Viedma, fue lugar de nacimiento de Juan Fresán. Como el rey era masón, un decreto suyo estipulaba que la enseñanza religiosa no sería obligatoria en el reino. Otro decreto real conminaba a los indios a quitarse el sombrero ante su augusta presencia. El siguiente paso consistía en organizar un ejército indígena para plantarles cara a los chilenos en el río Biobío.

Todo parecía ir a las mil maravillas. Suyo era el reino. Pero para entonces el gobierno de José Joaquín Pérez, el nuevo presidente chileno, manifestaba una creciente inquietud ante la posibilidad de una sedición de indios liderada por un maniático europeo. Entonces se enviaron instrucciones al comandante Don Cornelio Saavedra, que era nieto de Cornelio Saavedra, el presidente de la Primera Junta de Gobierno que tuvo la República Argentina en 1810. Este otro Cornelio, el nieto chileno, detentaba el cargo de “Intendente de Fronteras” y debía poner fin a la aventura de Orélie Antoine. Se ofreció una recompensa de 250 piastras a quien lograra ponerle las manos encima.

V

En Buenos Aires el inquieto Juan Fresán dedicó sus días a perfeccionar el dibujo, que era su vocación auténtica. En esto, él fue autodidacta. Al cumplir veintiún años, apenas terminado el servicio militar obligatorio, puso rumbo al norte y recorrió buena parte del continente americano, ejerciendo los oficios de diagramador y de sereno de hotel. Luego dio un salto hacia Cuba, lugar adonde todos iban, porque una revolución había puesto las cosas patas para arriba y además el ambiente era de fiesta. En La Habana trabajó brevemente en Prensa Latina, la nueva agencia de noticias del gobierno de Fidel Castro, junto a los también argentinos Rodolfo Walsh y Jorge Masetti, quienes años después morirían en combate. Pero lo suyo con Cuba no fue duradero. A los pocos meses regresó a Buenos Aires en un barco mercante llamado “El Fletero”, limpiando la cubierta.

“Vivir creativamente” era el lema de Juan Fresán y consiguió ser bastante fiel al mismo. Tuvo suerte: había adoptado el oficio de diseñador gráfico en el momento justo y en el lugar adecuado, los años de la década de 1960, cuando en el país se modernizaron las campañas publicitarias y la investigación de mercado. Se ocupó del diseño de Tía Vicenta, una publicación humorística y satírica, y de La Hipotenusa, un fugaz y extraño experimento ideológico y formal: “Humor para gente en serio”. Allí escribían el poeta y más adelante guerrillero Francisco “Paco” Urondo, asesinado durante la dictadura del general Videla, y el ensayista Arturo Jauretche, veterano insurrecto criollo contra los gobiernos conservadores de treinta años antes, y dibujaban Brascó, un bon-vivant, y Quino, siempre preocupado. Juan Fresán le concedió al cóctel una imagen modernísima: diseño pop, fotos quemadas, collage, y mucho blanco. En 1962 se casó con Norma y tuvieron dos hijos.

Amén de trabajos publicitarios, Fresán hizo libros de diseño. Uno de ellos es una “traducción” a imagen gráfica del cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar, mediante juegos tipográficos y ópticos que suscitaban en el lector la sensación de estar “tomado” por el relato. También preparó un libro sobre Jorge Luis Borges en el que descubrió, recortando y pegando, un octavo relato entre los siete de Historia universal de la infamia, dando por resultado la propia vida del escritor. A eso le puso el nombre de “bio-autobiografía”. A Borges el asunto no le gustó ni medio y le espetó a Fresán: “Yo no soy ningún infame”. Hacia 1972 Juan Fresán abandonó la publicidad y el diseño gráfico. Ya en 1965, siguiendo una tendencia típica entre los publicitarios de su generación, había incursionado en el arte cinematográfico con un cortometraje experimental en 16 milímetros titulado “Caperucita Rota”. Pero ahora quería más. Quería hacer cine, cine del grande.

VI

Mucho antes, a comienzos de 1862, Orélie Antoine andaba recorriendo sus dominios y entablando tratativas con otras tribus araucanas. En uno de esos periplos se detuvo a la vera de un río en busca de frescor, dejándose caer bajo un sauce. Algunas personas lo miraban, pero él pensó que era por mera curiosidad. Se tenía confianza, los planes marchaban como los había previsto, ya casi avizoraba el momento en que todas las casas reales del mundo lo recibirían con pompa y fanfarria. No había estado ni tres minutos en reposo cuando sintió que alguien lo inmovilizaba por la espalda y que otro lo tomaba de los brazos y que los demás lo amenazaban enarbolando armas de fuego. Les preguntó con calma si querían darle muerte. “No”, se le contestó, “no se mueva y no le será hecho ningún mal”. No se imaginaba que había sido traicionado por su lenguaraz y aun menos que iba a ser entregado a un destacamento militar chileno.

Había sido atrapado por Don Cornelio Saavedra. En 1810, el otro Cornelio Saavedra, el abuelo argentino, había echado de Buenos Aires al último virrey de España. Tanto después, el nieto chileno le echaba mano a otro rey, esta vez de pacotilla. Pues bien, Orélie Antoine I, el rey, ahora era reo. Había sido destronado. Las cosas no pintaban nada bien. Los chilenos eran gente que se tomaba todo muy en serio. Lo encerraron en la cárcel del pueblo de Los Ángeles durante nueve meses. En el sumario judicial consta que las autoridades le preguntaron por su empleo actual y que Orélie Antoine respondió “Rey de la Araucanía”. Pero tan alto cargo no impresionó mucho al fiscal a cargo de la acusación, quien solicitó al juez la aplicación de la pena de muerte en el patíbulo. Mientras tanto la prensa chilena lo escarnecía por “farsante”, los médicos le diagnosticaban “monomanía”, y el representante consular de Francia lo menospreciaba alegando en su favor que él, Orélie Antoine, “tenía un cerebro enfermo”. Al final decidieron recluirlo en la Casa de Orates de Santiago de Chile, es decir el loquero, una humillación de la que fue salvado por la oportuna intervención de Henri Nicolás Scivole, Vizconde de Cazotte, el cónsul, que logró repatriarlo. En octubre de 1862 un barco de bandera francesa lo condujo hasta su patria natal, previa escala en las Islas Malvinas.

No por ello Orélie Antoine se declaró vencido, nada de eso. Cinco años más tarde volvería al cono sur para intentar reconquistar su reino, esta vez por el lado argentino, justamente la zona de Viedma, la ciudad de Juan Fresán, el lugar en que, siendo un niño, escuchó por primera vez mencionar el nombre del frustrado rey francés de los araucanos. Para ese entonces la vieja anécdota del siglo anterior se había transformado en leyenda regional que algunos transmitían de boca en boca. Es el tipo de historia que, una vez escuchada, se hace difícil desentenderse de ella. Ya de grande Fresán se propuso hacer una película en honor de su majestad, una “superproducción histórica subdesarrollada”, lo que ya es toda una definición de estilo. Su plan era mezclar épocas: la aventura de Orélie Antoine, el exterminio de los aborígenes patagónicos, la búsqueda de la mítica Ciudad Encantada de los Césares, supuestamente enchapada en oro, y también una entrevista que Tomás Eloy Martínez, un joven periodista con renombre, le haría en París al actual heredero del trono.

VII

En el destierro francés, cumplido entre 1862 y 1869, Orélie Antoine no se quedó de brazos cruzados. Editó La Corona de Acero, subtitulado “Diario Oficial de la Araucanía”, con el fin de promocionar su causa, y además lanzó un manifiesto tras otro, fatigó al senado de Francia con sucesivas peticiones, distribuyó miles de panfletos por vía postal, hizo giras de propaganda, y al fin solicitó ayuda al Ministerio de Relaciones Exteriores. Orélie Antoine