Cambiando de vida - Jessica Hart - E-Book
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Cambiando de vida E-Book

JESSICA HART

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Beschreibung

A Meredith West le gustaban las cafeterías, cenar con sus amigos, los zapatos bonitos y Londres. Y no le gustaban las arañas, el campo australiano y Hal Granger. A Hal Granger le disgustaban las chicas de ciudad frías, imperturbables y tentadoras. Pero había una chica en particular que le gustaba mucho. Con esas condiciones, a Meredith debería haberle sido fácil mantener su relación en el terreno puramente profesional; el problema era que no podía dejar de pensar en Hal, especialmente en qué sentiría al besarlo… Lo que no sospechaba era que estaba a punto de hacerlo.

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Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Jessica Hart

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cambiando de vida, n.º 2169 - octubre 2018

Título original: Outback Boss, City Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-061-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Ese es el hombre que buscas.

Meredith vio a un hombre con aspecto malhumorado bajándose de una abollada camioneta.

–¿Estás seguro? –preguntó.

–Desde luego que lo estoy –dijo Bill, el dueño del bar donde estaban y autoproclamado guía de Whyman’s Creek–. Conozco a todo el mundo por aquí. No nos visitan muchos extraños.

A Meredith no le sorprendía aquello, teniendo en cuenta que el pueblo era muy pequeño. Ella solamente llevaba allí dieciocho horas y ya le parecía demasiado.

–Este hombre trabaja en Wirrindago, ¿no es así? –le preguntó a Bill.

–No es sólo que trabaje allí. Es el propietario.

–Gracias, Bill –dijo ella, que lo único que quería era llegar hasta Lucy–. Iré a hablar con él.

Pero antes de que pudiera hacer nada, Bill llamó a Hal Granger con un silbido.

–¡Hal! –gritó–. ¡Acércate, compañero!

–¿Qué ocurre, Bill? –quiso saber el hombre, irritado.

–Esta jovencita quiere hablar contigo –dijo Bill, señalando a Meredith.

Hal se acercó y se detuvo a los pies de las escaleras del bar, frunciendo el ceño.

–¿Sí? –preguntó.

–Os dejaré solos –dijo Bill–. Hal te atenderá –se dirigió a Meredith antes de marcharse.

Era obvio que Hal Granger no estaba de humor para hacer favores. Le brillaban sus ojos grises con irritación; estaba claramente enfadado. No era guapo, pero no se podía negar el atractivo de su personalidad. Suponía que debía tratar a aquel hombre con cuidado.

–Siento mucho interrumpirle –comenzó a decir, sonriendo amigablemente–. Pero Bill me ha dicho que usted es el dueño de una explotación de ganado llamada Wirrindago.

–Sí –contestó Hal, siendo poco servicial.

–Soy Meredith West. Creo que mi hermana está trabajando para usted… Lucy.

–Sí, Lucy está en Wirrindago. Había olvidado que su apellido es West –admitió él.

–¿Ella está bien? –preguntó Meredith, preocupada.

–Estaba bien cuando me marché esta mañana.

–Oh, ¡gracias a Dios! –exclamó Meredith, aliviada.

No había podido evitar imaginarse mil razones horribles por las que su hermana no había estado en contacto. Y cuanto más pasaba el tiempo, más corría su imaginación.

Se preguntó si Lucy no seguiría sintiéndose incómoda por la manera en que habían quedado las cosas entre ellas.

Hal observó cómo el alivio se reflejó en la cara de ella y cómo se mordió el labio inferior. No pudo evitar pensar que era un labio muy bonito y se enfadó consigo mismo por percatarse.

Nunca hubiese adivinado que Lucy y aquella mujer eran hermanas. Lucy era rubia, delgada y encantadora. Su hermana era más morena, más rellenita y tenía el pelo marrón. No diría que era guapa, pero incluso a él no se le escapaba que iba muy arreglada, vestida con unos elegantes pantalones y una camisa azul. Tenía un aspecto moderno y competente, pero ridículo para un lugar como aquél. Sólo le faltaba un cartel anunciando que era una chica de ciudad.

Y él no tenía tiempo para las chicas de ciudad.

–¿Eso es todo? –preguntó.

Meredith se quedó mirándolo y Hal se pudo fijar en sus preciosos ojos azul oscuro.

–No hubiera venido desde Inglaterra simplemente para hacer una sola pregunta, ¿no cree? –dijo ella con aspereza–. ¡Desde luego que eso no es todo!

Al darse cuenta de que su voz reflejaba irritación, Meredith dejó de hablar. Tenía que pedirle un favor a aquel hombre y, enfadándose, no era el camino adecuado.

Se enderezó y esbozó lo que esperó fuese una sonrisa conciliadora.

–El asunto es que necesito ver a Lucy –dijo–. Había esperado alquilar un coche que me llevara a Wirrindago, pero Bill me ha dicho que no es práctico.

–No es sólo que no sea práctico; es irresponsable y estúpido –dijo Hal–. ¿No estarías pensando en serio lanzarte sola al monte?

–Supongo que habrá carreteras –dijo Meredith.

–No la clase de carreteras a las que estarás acostumbrada. Tampoco hay muchas señales; te perderías en menos de cinco minutos.

Si había algo que Meredith odiara era que le dijeran que no podía hacer algo, pero se contuvo.

–No, bueno, eso es más o menos lo que dijo Bill –admitió–. Y ésa es la razón por la que necesito su ayuda. Me preguntaba si podría llevarme con usted cuando regrese a Wirrindago.

–¿Quieres venir a Wirrindago? No creo que sea lugar para ti.

–Yo tampoco lo creo –contestó ella bruscamente–. Ése no es el asunto. El tema es que tengo que hablar con mi hermana y, a no ser que me quede aquí hasta el fin de semana por si acaso ella viniera al pueblo, tendré que ir yo allí, y usted parece mi mejor opción.

Meredith se quedó mirándolo con el enfado reflejado en sus azules ojos.

–Si es de ayuda, pagaré la gasolina.

–El asunto no es el dinero –espetó él–. Desde luego que te llevaré de vuelta conmigo, si insistes, pero vas a tener que esperar. Tengo que hacer varias cosas mientras estoy en el pueblo.

–¿Podría ayudarle? –sugirió ella, a quien no le gustó la idea de seguir esperando–. Seguramente terminará más rápido si yo le ayudo –señaló–. Si tiene una lista, podría ir a hacerle la compra o…

–No creo –la interrumpió Hal.

No podía imaginarse nada peor que tener que hacer todo lo que tenía por delante con aquella mujer colgando y tratando de organizarle con su acento inglés. Parecía una mujer mandona, y a él no le gustaban ese tipo de mujeres.

–Quédate aquí –ordenó–. Vendré a por ti cuando haya terminado.

–Bueno, ¿podríamos quedar a una hora para que venga a buscarme? –sugirió ella.

–No –contestó Hal, al tiempo que se giraba para marcharse–. Si quieres venir a Wirrindago conmigo, vas a tener que esperar.

Malhumorada, Meredith observó cómo Hal se marchaba y volvió a la terraza del bar. Parecía que iba a ser una larga espera.

Y así fue. No entendía cómo alguien podía tener tantas cosas que hacer en un pueblo tan pequeño como aquél.

Nerviosa por si él se olvidaba de ella, sacó su maleta y se quedó en la terraza del bar para poder vigilar. Lo vio ir de la tienda al banco y después a hacer más diligencias. Estaba segura de que él se estaba tomando su tiempo para hacerla esperar.

Hacía muchísimo calor y deseaba con todas sus fuerzas ir a algún lugar donde hiciera fresco y dormir durante una semana. Estaba tan cansada que se le cerraban los ojos, pero sabía que, si se quedaba dormida, él se marcharía sin ella, alegando «que no estaba preparada». Entonces sacó su ordenador portátil para concentrarse en su trabajo, pero le fue difícil al ver a Hal de refilón entrar en un establecimiento y salir para ir a otro. Aunque pensaba que no se había fijado en sus rasgos, le impresionó lo bien que podía recordar su cara.

Era impresionante y un poco perturbador.

Estaba a punto de quedarse dormida cuando vio a Hal salir de una tienda y montarse en la camioneta. A punto de salir corriendo hacia él, se percató de que él no se había olvidado de ella, ya que se acercó con la camioneta hasta el bar.

Se apresuró a meter el portátil en su maletín y a tomar su maleta cuando, sorprendida, vio que Hal Granger había subido a la terraza.

–Yo lo llevaré –dijo él repentinamente.

–Me las puedo arreglar perfec… –comenzó a decir ella.

Pero él la ignoró y llevó la maleta a la camioneta.

–… tamente bien –terminó de decir Meredith, siguiéndolo.

–¿Quieres que tome eso? –preguntó Hal, asintiendo ante el ordenador portátil.

Meredith observó el sucio maletero de la camioneta y pensó que de ninguna manera iba a poner su preciado portátil allí.

–Lo llevaré conmigo, gracias –dijo, agarrándolo con fuerza contra su pecho.

–Como quieras –dijo él, abriendo la puerta del conductor.

Meredith se apresuró a subir torpemente en la cabina de la camioneta, que parecía tan sucia como el maletero…

–Siento todo el polvo que hay –dijo Hal, que no parecía muy sincero–. El aire acondicionado se ha estropeado.

Meredith pensó que aquello era terrible. Se sacudió los pantalones en un intento de que no se le arruinasen. Parecía que iba a ser un viaje incómodo.

Miró a Hal Granger mientras éste ponía el automóvil en marcha y se preguntó si estaría casado. Parecía algunos años mayor que ella, supuso que estaría cerca de los cuarenta, así que no sería extraño que lo estuviera. Pero ella no podía imaginárselo casado. No se lo podía imaginar sonriendo y siendo feliz, ni haciendo el amor…

Lo que en realidad era una pena, teniendo una boca como la que tenía.

Aquel pensamiento hizo que Meredith se quedara muy impresionada, incluso emitió un leve grito.

–¿Estás bien? –preguntó Hal, mirándola y frunciendo el ceño.

–Sí, estoy bien –dijo, ruborizada–. Simplemente tengo… un poco de calor. Eso es todo.

Al decir aquello se dio cuenta de que había sonado un poco provocativo…

–Estoy bien –añadió. Estaba muy ruborizada.

–En cuanto salgamos a la carretera, habrá un poco de brisa –dijo él.

–Un poco de brisa –dijo ella.

Pero a lo que se refería él como «brisa» era el polvo que entraba por la ventanilla, que le dejó la cara cubierta de una capa rojiza.

–¿Cuánto tardaremos en llegar a Wirrindago? –preguntó.

–Un par de horas –contestó él.

–¿Un par de horas? –dijo Meredith, consternada–. No sabía que se tardara tanto –confesó.

–Tardaremos dos horas si vamos a buen ritmo. Se tarda mucho más si llueve. A veces no podemos pasar y tenemos que entrar y salir en avioneta.

–Pues parece que usted va muy lejos a hacer la compra –comentó ella, recordando con añoranza el supermercado que había a la vuelta de la esquina en su casa londinense–. ¿No hay nada que esté más cerca?

–No –contestó Hal–. Whyman’s Creek es lo más cercano. No venimos a no ser que lo necesitemos.

–Entiendo por qué –dijo Meredith, que comprendía que nadie quisiera ir a aquel pueblo.

Bill le había dado a entender que los sábados por la noche los peones de Wirrindago iban a allí, pero ella no entendía cómo podían divertirse en un sitio como aquél.

Se consoló pensando que seguramente no tendría problemas en convencer a Lucy de que regresara con ella.

–El paisaje es precioso –había alabado Lucy–. ¡No puedo esperar hasta llegar allí y encontrar hombres de verdad!

Lucy le había asegurado a su hermana mayor que los hombres del interior de Australia eran fuertes y silenciosos y que todos eran encantadores.

Meredith miró a Hal de reojo y pensó que le faltaba mucho para ser encantador. Si sonriera, sería distinto, pero parecía que no lo hacía muy frecuentemente. Claro que seguramente lo haría ante Lucy. Normalmente los hombres lo hacían.

Si ella fuese Lucy, no esperaría para marcharse de allí… como también sería la que Richard querría ver y no estaría allí de ninguna manera.

Al recordar a Richard, su expresión se ensombreció. Deseaba saber cómo estaba, pero su teléfono móvil no tenía cobertura y no había sido capaz de telefonear a la madre de él para saber cómo estaba. Parecía que hacía semanas desde que había estado junto a aquella cama de hospital y había prometido encontrar a Lucy, pero en realidad hacía sólo un par de días.

Hal la oyó suspirar y la miró. Parecía cansada. Debía haber sido más amable con ella. Normalmente él no era tan descortés; había sido desafortunado que lo hubiese conocido en un mal día para él.

Parecía que todo marchaba mal últimamente. Sólo bastaba con que alguien mirara una pieza de maquinaria para que se rompiera, no había llovido suficiente y para colmo tenía que ocuparse de los niños… y la manera en la que Meredith lo había mirado desde la terraza del bar había sido demasiado.

Pero tenía que reconocer que no se estaba quejando del viaje.

–No te pareces mucho a tu hermana, ¿verdad? –dijo él repentinamente.

–Ya nos lo han dicho antes –dijo ella–. Lucy es la guapa, y yo soy la inteligente –explicó–. O por lo menos eso es lo que siempre nos han dicho.

–A mí no me parece que Lucy sea tonta.

Meredith se rió ante aquello.

–Perdiste tu oportunidad de decir: «¡Pero tú también eres guapa, Meredith!».

Desconcertado por lo guapa que estaba ella cuando sonreía, Hal se concentró en la carretera.

–¿Me hubieras creído si te lo hubiera dicho?

–Seguramente no –accedió Meredith.

–De todas maneras, no es eso lo que he querido decir –dijo él–. No estaba hablando del aspecto físico cuando dije que no te parecías a tu hermana. Estaba hablando de cómo ama Lucy este paisaje. Adora Whyman’s Creek y ama Wirrindago tanto como el hecho de que estemos tan aislados. Si ella estuviera aquí ahora mismo, estaría sacando la cabeza por la ventana y esbozando una sonrisa.

Meredith se quedó decepcionada. Se dijo a sí misma que era porque su hermana todavía no había abandonado sus sueños románticos. Las ideas entusiastas de Lucy normalmente se desvanecían a los pocos meses, pero si todavía estaba tan ilusionada como decía Hal, quizá lo fuese a tener más difícil de lo que había pensado para convencerla de que regresara a casa.

Pero prefería estar decepcionada por eso que por el hecho de que el adusto Hal Granger no fuera inmune a los encantos de su hermana.

–Sí, bueno, Lucy siempre ha sido una romántica –dijo.

–¿Y tú no lo eres?

–No –dijo, mirando por la ventana–. No lo soy.

–Mejor –dijo Hal–. El interior puede ser un lugar muy duro. Los románticos no suelen durar demasiado por aquí.

–Lucy lleva ya un tiempo –señaló Meredith.

–Un par de meses, pero yo estoy hablando de toda una vida. A la larga, una persona sensata como tú probablemente duraría más aquí que alguien como Lucy.

–Sinceramente, no puedo comprender cómo alguien sensato pueda querer vivir aquí –dijo ella, mirando el deprimente paisaje, donde no se veía nada en el horizonte–. ¿Todo está así de… desolado?

–Yo no veo nada desolado –dijo él–. Veo espacio. Veo un gran cielo y ninguna muchedumbre. Veo una buena tierra de pastoreo si lloviera un poco más. Veo un hogar.

–Pensaba que no eras un romántico –dijo ella, mirándolo extrañada.

–Y no lo soy –dijo él, un poco avergonzado–. Sé lo difícil que puede llegar a ser la vida en el interior.

Mientras hablaba, Hal comenzó a frenar y Meredith miró a su alrededor, sorprendida. No había ninguna razón para reducir la velocidad en aquella carretera tan recta.

–¿Dónde estamos?

Por respuesta, Hal indicó un neumático que estaba cortado por la mitad y situado en una esquina de la carretera. Tenía pintado en blanco el nombre «Wirrindago».

–¡Ya estamos aquí! –exclamó Meredith, animada y aliviada. Miró su reloj y se dio cuenta de que llevaban menos de treinta minutos de viaje–. Ha sido mucho más rápido de lo que yo me esperaba. Pensaba que había dicho que tardaríamos un par de horas.

–Y así será… para llegar a la casa –dijo Hal mientras se desviaba de la carretera hacia el polvoriento camino.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Poco después, la camioneta dio un bandazo al encontrar un bache y Meredith fue a parar encima de Hal. Instintivamente apoyó una mano para sujetarse y se dio cuenta demasiado tarde de que se había agarrado al muslo de él.

–Vas a tener que sujetarte –dijo él al no poder evitar otro bache.

–¿Sujetarme dónde? –espetó ella, apartando su mano, alterada por el contacto físico con él.

Ruborizada, se agarró al hueco que dejaba la ventanilla abierta y apoyó los pies en el suelo con mucha fuerza para tratar de evitar balancearse de nuevo hacia Hal. Pero era difícil, teniendo en cuenta que la camioneta no dejaba de dar bandazos debido a los baches.

–¿Es así todo el camino?

Hal la miró de reojo. Parecía acalorada e incómoda y estaba llena de polvo.

–No –dijo él–. No puedes esperar que todas las carreteras de por aquí sean tan buenas como ésta.

–¿Buena? –dijo ella, boquiabierta–. ¿Esta carretera te parece buena?

Pero entonces vio la leve mueca que estaba esbozando él; le parecía muy divertida su ignorancia sobre el interior. Pero se dijo a sí misma que él se podía reír todo lo que quisiera. Ella no estaba tratando de ser aceptada y no quería pertenecer a aquel lugar. Simplemente quería encontrar a Lucy.

–Muy gracioso –dijo agriamente.

–En poco tiempo la carretera mejora –ofreció Hal como disculpa.

Pero Meredith pensó que el concepto de «mejora» era cuestión de opinión, ya que Hal comenzó a conducir demasiado rápido.

–¿Tenemos que ir tan rápido? –preguntó, nerviosa, agarrándose a la ventanilla.

–Es más fácil cuando se va más rápido –dijo él–. Si vas rápido, sobrepasas los baches en vez de caer en cada uno. Créeme; es mucho más cómodo así.

–He olvidado lo que significa sentirse cómodo –dijo Meredith, suspirando. Tenía todo el cuerpo dolorido, se sentía sucia y muy cansada–. No me lo diga; ¡a Lucy le encantaría todo esto!

–Seguramente que sí –concedió él–. ¿Y tú? ¿Qué es lo que te encanta a ti? Obviamente, el campo no.

–No –contestó, agarrando con fuerza su portátil y mirando por la ventanilla sin comprender cómo a alguien podría gustarle aquel paisaje tan inhóspito–. No. Yo soy una chica de ciudad. Me gustan los edificios, las aceras, las luces y el ruido. Y me encanta mi casa.

Deseaba poder estar en ella en aquel preciso momento. Se podría dar un baño y después meterse bajo su edredón y dormir durante semanas.

–Esto… –comenzó a decir, señalando el paisaje ante ellos– esto es simplemente… terrible.

–¿Entonces qué es lo que estás haciendo aquí? –preguntó Hal, casi decepcionado.

–Ya se lo he dicho –contestó ella–. Tengo que ver a Lucy.

–¿Está ella esperándote? No me dijo nada sobre que ibas a venir –dijo él, frunciendo el ceño.

–No sabe que estoy aquí. He intentado ponerme en contacto con ella, desde luego, pero siempre tiene el teléfono apagado y tampoco ha respondido a mis mensajes.

–Su teléfono no funciona en Wirrindago –dijo Hal como si cualquiera tuviera que saberlo.

–¿Qué? ¿Ningún teléfono funciona allí?

Meredith trató de imaginarse la vida sin un teléfono móvil, pero le fue imposible. Aquél era un mundo distinto al suyo, y el único toque de normalidad que encontraba era su portátil.

–Bueno, eso explica por qué no he tenido noticias de mi hermana desde hace tanto tiempo –dijo–. Estaba comenzando a preocuparme.

–¿Tan preocupada como para venir hasta Australia? –preguntó Hal, incrédulo–. Lucy ya es suficientemente mayor como para que tú tengas que estar comprobando cómo está sólo porque no has tenido noticias suyas durante un par de semanas, ¿no crees?

–No voy a comprobar nada –dijo Meredith, un poco a la defensiva–. Simplemente estaba preocupada por si algo estuviese marchando mal.

–¿Cuántos años tiene Lucy… veinticuatro? ¿Veinticinco? ¡No me puedo creer que hayas venido persiguiéndola desde la otra parte del mundo simplemente porque no te ha mandado una postal!

–No es sólo eso –dijo Meredith, mordiéndose el labio–. Un amigo nuestro ha resultado gravemente herido en un accidente de tráfico hace más o menos diez días, y quería decírselo. Intenté telefonear, pero no me di cuenta de que los teléfonos móviles no funcionan por aquí, y cuando no obtuve respuesta a ninguno de mis mensajes, por supuesto que comencé a preocuparme.

–¿Así que has venido hasta aquí para darle malas noticias a Lucy? –dijo Hal, frunciendo el ceño–. ¿No podrías haber esperado a que ella regresara a casa? Seguro que lo sentirá mucho, pero no hay mucho que pueda hacer desde aquí.

–Lo hay –dijo Meredith–. Richard la necesita.

–¿Richard es el tipo que ha tenido el accidente? –preguntó Hal–. Lo que a mí me parece es que lo que necesita son buenos cuidados médicos. Lucy no es enfermera. No entiendo qué es lo que puede hacer ella.

–Puede ayudarle a salir del coma –explicó ella, que hubiese preferido contarle todo aquello primero a su hermana–. Richard está inconsciente desde el accidente, y los médicos han sugerido que las voces que le sean familiares podrían ayudar.

Tragando saliva, Meredith miró hacia delante, pero lo único que veía era a Richard tumbado en aquella cama y las pálidas caras de sus padres.

–Los padres de Richard están destrozados –continuó–. Están con él todo el tiempo. El resto de su familia también ha estado hablándole, pero parece que no funciona. Están convencidos de que es la voz de Lucy la única que le ayudará a recobrar el conocimiento.

–A mí me parece que se están agarrando a un hilo muy fino –comentó Hal.

Meredith lo miró, desesperada por hacerle entender lo importante que era que Lucy regresara.

–No, yo creo que tienen razón –dijo–. Richard adora a Lucy.

Se quedó aliviada al ver que su voz no le había fallado al decir aquello; Hal no sabría cuánto le había costado una vez reconocerlo.

–Ella es la persona más importante en el mundo para él –prosiguió–. Él se quedó destrozado cuando ella vino a Australia. Todo lo que quería era que ella regresara con él. Si hay alguien que puede hacer que él salga del coma, ésa es Lucy –aseguró.