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Estamos expuestos a múltiples campos electromagnéticos (Electromagnetic Field, EMF por sus siglas en inglés): campos de baja frecuencia del tendido eléctrico y de los aparatos eléctricos y electrónicos, y radiación de radiofrecuencias de dispositivos inalámbricos tales como teléfonos móviles y antenas de transmisión de Internet inalámbrica. No la sentimos, pero está a nuestro alrededor, e incluso interactúa con nuestros propios campos electromagnéticos. Los potenciales peligros para la salud merecen ser investigados y reportados en vísperas de lo que promete transformar al planeta gracias a un nuevo paradigma de conectividad irrefrenable y constante.
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Seitenzahl: 47
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Un nuevo paradigma de conectividad
Cuando se introdujo la electricidad hace más de 100 años, las vidas de las personas cambiaron de muchos modos. La vida cotidiana cambió, las posibilidades se multiplicaron. La fascinación que esta nueva energía provocaba era tal que era imposible no rendirse ante ella. Todos los peligros y los miedos se dejaron a un lado y nadie pareció advertir que se estaban introduciendo campos electromagnéticos artificiales que habrían de alterar para siempre la faz de la Tierra. Situaciones similares se replicaron con la introducción de la radio, la televisión, las antenas, los satélites, los teléfonos móviles y la Internet inalámbrica.
En el mundo actual, todos estamos expuestos a múltiples campos electromagnéticos (Electromagnetic Field, EMF por sus siglas en inglés): campos de baja frecuencia del tendido eléctrico y de los aparatos eléctricos y electrónicos, y radiación de radiofrecuencias de dispositivos inalámbricos tales como teléfonos celulares y antenas de transmisión de Internet inalámbrica. La exposición no es optativa: no hay modo de escapar de ella, ni aún en los lugares más recónditos del planeta. No la sentimos, pero está a nuestro alrededor, e incluso interactúa con nuestros propios campos electromagnéticos. La pregunta es: ¿afecta nuestra salud?
Tanto la industria como los organismos internacionales que de ella se nutren afirman que no hay riesgos, que no hay evidencia de peligro ni demostración científica que pueda avalar tales suposiciones. Pero se multiplican estudios que alertan sobre ciertos efectos biológicos que no podríamos ignorar, entre ellos mayor incidencia de cáncer cerebral o leucemia infantil ante mayores niveles de exposición. Estas posiciones encontradas derivan en una suerte de espiral incongruente en el que cada tanto los medios de comunicación replican con alarma los resultados de algún estudio científico, luego la Organización Mundial de la Salud desestima los riesgos para la salud, y más adelante se introduce una nueva tecnología que promete cambiarnos la vida. Los intereses en juego son muchos.
La pregunta acerca de los posibles peligros para la salud por la exposición a los EMF es cada vez más pertinente en vísperas de lo que promete transformar al planeta con un nuevo paradigma de conectividad: el 5G.
¿Qué es el electromagnetismo?
El electromagnetismo es una de las fuerzas que en el campo de la física se conocen como cuatro “fuerzas fundamentales de la naturaleza”, siendo las otras la fuerza gravitatoria y las fuerzas nucleares débil y fuerte. A su vez, el “electromagnetismo” es una rama de la física que combina precisamente los estudios de la electricidad y el magnetismo. La explicación técnica de este fenómeno implica que las partículas cargadas interactúan mediante el intercambio de fotones.
Así planteado, pareciera ser algo demasiado específico, algo tan ajeno a nuestra vida diaria que no tendría sentido intentar comprenderlo. Sin embargo, el electromagnetismo es una de las fuerzas que más presentes se encuentran en nuestra vida cotidiana: abarca desde la luz y las ondas de radio hasta los rayos X, gamma y ultravioletas. Sus principios se aplican para el funcionamiento del horno microondas, la transmisión de datos por satélites, antenas y fibra óptica, la televisión y los rayos láser, entre muchísimos otros usos.
A veces nos resulta difícil comprender cómo funcionan los campos electromagnéticos: los vemos en acción, los usamos en distintos ámbitos domésticos, industriales, médicos, de telecomunicaciones, pero no nos detenemos a reflexionar acerca de las diferentes potencias y modos en que funciona. Quizás un primer acercamiento a su historia nos permita entender mejor estos mecanismos y, luego, sus implicancias.
La electricidad está presente en la naturaleza: tormentas eléctricas, ciertos animales y ciertas piedras. En la Antigua Grecia ya se había observado que si se frotaba una piedra de ámbar, ésta podía atraer ciertos objetos. La electricidad se define como un movimiento de electrones en un conductor, entendiendo los electrones como partículas ligeras y de gran movilidad, cargadas de electricidad, que existen dentro de los átomos.
El magnetismo también fue descripto en la Antigua Grecia, cuando Tales de Mileto observó la particularidad de algunas piedras de la región de Magnesia: se atraían o repelían. El primer detector de campo magnético fue la brújula, utilizada por navegantes desde el siglo XII. También el magnetismo se explica por los electrones y la orientación de sus polos dentro de la materia, los pequeños imanes que se conocen como “spin”.
Pasaron muchos años hasta 1820, cuando el físico danés Hans Oersted (1777- 1851) descubrió la relación entre fenómenos eléctricos y magnéticos. Su experimento mostró que una aguja imantada colocada en paralelo a un conductor eléctrico, se desviaba cuando el conductor era atravesado por un flujo de corriente eléctrica. Descubrió entonces que un flujo de energía eléctrica tenía un efecto magnético alrededor del cable.
André-Marie Ampére (1775-1836) hizo sus aportes en relación al magnetismo que provocaban los cables que transportaban corriente. Pero los fundamentos de la teoría electromagnética (y especialmente la idea de campo) fueron planteados por el inglés Michael Faraday (1791-1867) hacia mediados del siglo XIX. Su inquietud era establecer si, a su vez, el magnetismo podía generar una corriente eléctrica. Su intuición iba en la dirección correcta, pero la demostración incluía una variante: no es la presencia del polo magnético sino el movimiento del mismo (la variación) lo que genera electricidad. Esto es lo que permite, por ejemplo, que el movimiento de agua en una represa se traduzca en magnetismo, éste en electricidad conducida por cables, y esta electricidad transformada otra vez en movimiento al hacer funcionar un electrodoméstico. La intuición de Faraday le permitió suponer que “algo había en el aire”, fuerzas eléctricas y magnéticas que se desplazaban por el aire: planteó así la idea de “campo”, de fuerzas que se transmiten por el espacio, aunque por su escasa formación no logró dar una explicación formal a sus planteos.