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El cáncer no debe considerarse algo infernal. Tan sólo es una enfermedad. Es cierto que es una enfermedad fea, pero más sencilla de lo que se cree, y su curación en la actualidad está al alcance de la mano. El número de cánceres aumenta constantemente, y a pesar de oír hablar una y otra vez de los progresos médicos, la mortalidad como consecuencia de esta enfermedad tan apenas se ha reducido desde 1960, en especial en los casos de tumores de páncreas, pulmones, hígado, cerebro ¿Y si, en lugar de buscar tan sólo la destrucción de las células cancerosas con tratamientos agresivos las convirtiéramos de nuevo en funcionales? Esta nueva óptica puede mejorar la eficacia de la quimioterapia y la supervivencia de los enfermos. Ésa es la convicción del doctor Laurent Schwartz, un brillante oncólogo e investigador que ha dedicado su carrera profesional a reunir las pruebas fehacientes de que los mecanismos que permiten que una célula se multiplique de manera anárquica están sobre todo vinculados a un problema en la combustión del azúcar. Este libro, dirigido tanto a pacientes como a terapeutas, propone normalizar el metabolismo de las células cancerosas mediante una asociación de fármacos y suplementos alimenticios no tóxicos y bastante económicos, y con una dieta pobre en glúcidos.
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Seitenzahl: 117
Veröffentlichungsjahr: 2017
Laurent Schwartz
Con la colaboración de Véronique Anger de Friberg
Cáncer, un tratamiento sencillo y nada tóxico
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Los editores no han comprobado la eficacia ni el resultado de las recetas, productos, fórmulas técnicas, ejercicios o similares contenidos en este libro. Instan a los lectores a consultar al médico o especialista de la salud ante cualquier duda que surja. No asumen, por lo tanto, responsabilidad alguna en cuanto a su utilización ni realizan asesoramiento al respecto.
Colección Salud y Vida natural
Cáncer, un tratamiento sencillo y nada tóxico
Laurent Schwartz
1.ª edición en versión digital: febrero de 2017
Título original: Cancer, un traitement simple et non toxique
Traducción: Pilar Guerrero
Maquetación: Compaginem, S. L.
Corrección: Sara Moreno
Diseño de cubierta: Enrique Iborra
© 2016, Laurent Schwartz
(Reservados todos los derechos)
© 2016, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta 5.ª puerta
08005 Barcelona-España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
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ISBN EPUB: 978-84-9111-214-3
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A Joël de Rosany, Bertrand Halff y Philippe Gaudin.
A Anne Catherine.
A Antonello, Gian Franco, Pierangelo y Marina,
muertos antes de tiempo.
A Olivier Lafitte y Maurice Israël,
por sus destellos de genialidad.
A Mogammad Abolhassani (Ramin),
sin el cual esta historia jamás habría existido.
A Norberts Aveytian, el cómplice.
A Marcel Levy, Jorgelindo da Veiga, Sabine Peres,
Erwan Bigan, para que retomen la llama.
«Locura es comportarse siempre de la misma manera
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Cita
Prefacio
Prólogo
1. Por una medicina más humana
2. La violencia de las cifras
3. Las pistas falsas
4. Viaje al interior de la célula
5. Las causas del cáncer
6. El cáncer, una enfermedad metabólica
7. Una pista paralela: la acidificación
8. El tratamiento metabólico
9. Qué terapias asociar al tratamiento metabólico
Epílogo
Anexo
Prefacio
Nuestro mundo cambia, la humanidad modifica profundamente su entorno, pero nuestros problemas de salud permanecen y, algunos, se vuelven más agudos: a pesar de los esfuerzos de la investigación, los cánceres continúan matando y aparecen formas vertiginosas que atacan a niños o a adultos en la plenitud de sus fuerzas.
Un dogma central domina la cancerología desde hace más de medio siglo: la quimioterapia intensiva junto con los bombardeos de la radioterapia. Las células cancerosas mueren, decididamente, pero las células del sistema inmunitario también, y emergen clones tumorales que resisten a los tratamientos y acaban por ganar la partida y matar al enfermo.
Este dogma tiene los días contados. Van apareciendo tratamientos más focalizados, gracias a los progresos de la biología molecular y de la inmunología. No obstante, su coste es exorbitante y sólo ofrecen una leve tregua a la vida del paciente. En efecto, las células cancerosas han adquirido una capacidad de adaptación casi infinita, jugando con el genoma (mutaciones, translocaciones…) y con la expresión de éste (efectos epigenéticos) y conservan una impresionante capacidad de multiplicación que resiste todos los obstáculos que se inventen contra ellas.
Como toda entidad viviente, las células de un cáncer necesitan energía para sintetizar los elementos que permitan su crecimiento. Esta energía es química, y es aportada, principalmente, por la adenosina trifosfato (ATP) que, en las células, se genera a través de la oxidación de los azúcares. Dicha oxidación se produce gracias a una larga cadena de enzimas (ciclo de Krebs) situadas en pequeños orgánulos del citoplasma de la célula: las mitocondrias. Ahora bien, las mitocondrias tienen un origen bacteriano, derivado de la simbiosis producida, en tiempos inmemoriales, entre una célula primitiva que poseía un núcleo y una bacteria productora de energía, dentro del marco de la evolución. La bacteria perdió su independencia, pero conservó cierta autonomía como mitocondria, estando regulada por la información del núcleo y por el resto de las funciones de la célula.
Otto Warburg
Hay cientos de mitocondrias en cada célula que la abastecen de energía, según sus necesidades. Pero ahí está, justamente, el talón de Aquiles de las células cancerosas. Respiran mal cuando sus mitocondrias funcionan mal. Esta teoría no es nueva. De hecho, en 1924, el bioquímico Otto Warburg escribió: «El cáncer, como todas las enfermedades, tienen numerosas causas secundarias, pero sólo una primaria: el reemplazo de la respiración de oxígeno, en las células normales del organismo, por la fermentación del azúcar».
La célula cancerosa se divide constantemente, necesita mucha energía para ello, y sus mitocondrias –deficitarias– no consiguen aportársela. Para compensar el déficit, apelan a un circuito de producción de ATP por fermentación del azúcar. El rendimiento energético de dicha fermentación sin oxígeno es menos eficaz que la oxidación mitocondrial, así que la célula cancerosa abre sus puertas al azúcar de par en par, se baña en azúcar. Es la base misma del PET-Scan, donde el médico inyecta glucosa radiactiva para visualizar el cáncer y sus metástasis.
Teniendo menos necesidad de oxígeno, las células cancerosas pueden formar tumores muy compactos, mal vascularizados. Los tumores cancerosos son duros al tacto, por eso muchos de ellos se detectan por palpación.
Por otra parte, las mitocondrias funcionan mal, liberan moléculas derivadas del oxígeno, muy reactivas químicamente. Son los radicales libres, que provocan la anormal activación de los genes del núcleo celular y comportan una pérdida de defensas inmunitarias.
Promesas de tratamientos y prevención
A la luz de nuestros actuales conocimientos, esta teoría abre nuevas perspectivas de tratamiento y prevención. Se trata de: 1) encontrar el origen de la disfunción de las mitocondrias, 2) restablecer el metabolismo normal.
En lo concerniente a la primera cuestión, se necesitan muchos estudios todavía. A día de hoy, está claro que los virus de las hepatitis B y C causan ciertos cánceres de hígado, que el virus del papiloma está asociado a la mayoría de los cánceres de cuello de útero. La úlcera sirve de lecho al cáncer de estómago y es consecuencia de una infección por una pequeña bacteria, la Helicobacter pylori. Los virus cancerígenos poseen genes que perturban el control de la división celular. En lo relativo a las bacterias, su papel está menos claro, probablemente tenga que ver con inducir un estrés oxidante mutágeno.
Es probable que el rol de los agentes infecciosos haya sido ampliamente subestimado y que otros gérmenes, aún no aislados, ataquen directamente a la mitocondria y desvíen los flujos metabólicos, causando, así, otros cánceres. Actualmente, a pesar de los múltiples progresos, no suele haber una causa precisa, conocida, para la mayoría de los cánceres que afectan a los niños pequeños o a adultos muy jóvenes. Por ejemplo, la incidencia del glioblastoma, un tumor agresivo infantil y juvenil, está en constante aumento y tenemos que reconocer, mal que nos pese, que todavía no tenemos clara la causa de un drama semejante. Pensamos en un agente externo muy repartido, un virus o una pequeña bacteria que ataque directamente las mitocondrias. Como vemos, se trata de una búsqueda de largo recorrido, pero también muy prometedora. Para empezar, habrá que aislar el germen, clonar su ADN para secuenciarlo y, luego, verificar su papel causal en el tumor.
Pero, desde ahora mismo, podemos aportar una respuesta parcial a la segunda cuestión. Warburg comprendió que la mitocondria se veía parcialmente desactivada por el cáncer. Hace veinte años había numerosas hipótesis en cuanto a la razón de dicha desactivación. Numerosas vías metabólicas convergen hacia la mitocondria. Pero era imposible identificar los principales obstáculos que impedían al azúcar ser quemado en la mitocondria. Se presentía que había más de un obstáculo. E identificar obstáculos es lo mismo que identificar el tratamiento. Para ello, se hizo corresponder a cada objetivo potencial un medicamento susceptible de eliminar el obstáculo.
Un tratamiento barato y sin grandes peligros
Escoger viejas moléculas ya conocidas por los médicos, porque fueron prescritas para otras indicaciones, es alejarse del parámetro comercial. Sin embargo, en caso de éxito, sería un tratamiento barato y sin grandes peligros para la salud. Y así empieza el cuento de nunca acabar. Centenares de combinaciones de medicamentos se testaron sacrificando más de 15.000 ratas a las que se les había inoculado cáncer. Diez años de experimentación y de publicaciones. Al final de la investigación, una combinación de ácido lipoico y de hidroxicitrato ralentizó el crecimiento del cáncer inoculado en las ratas, sin importar que el cáncer fuera de piel, de colon, de vejiga… Este trabajo fue revisado por otros investigadores y confirmado por todos.
El ácido lipoico y el hidroxicitrato se desarrollaron y se comercializaron hace más de cincuenta años. El ácido lipoico es un tratamiento reconocido gracias a una complicación de la diabetes: la neuropatía. Con estos medicamentos, la célula cancerosa recupera la actividad mitocondrial y el rendimiento energético mejora.
A partir de resultados anecdóticos obtenidos en humanos, parece que la adición de ácido lipoico e hidroxicitrato a una quimioterapia suave o a una terapia enfocada puede mejorar las posibilidades de supervivencia de manera significativa.
Ha llegado el momento de someter estos tratamientos a ensayos clínicos controlados. Los grandes institutos contra el cáncer no parecen muy abiertos a tales ensayos. Apelamos, pues, a la iniciativa privada para financiar dichos estudios y proseguir con las investigaciones en este terreno, en el marco de la colaboración internacional con los médicos.
Profesor Luc Montagnier
Premio Nobel de Medicina
Prólogo
El cáncer y la caja de Pandora
Querido paciente,
Esta obra se dirige, principalmente, a ti. A través de este breve texto, he intentado responder a preguntas que todo enfermo de cáncer es susceptible de plantear sobre su enfermedad. Más allá de mi deseo de iluminar a los pacientes, mi camino es el de un hombre comprometido. Soy investigador, médico, ante todo. Mi objetivo es intentar ayudarte a sobrevivir.
El enfermo se encuentra perdido entre dos formas de pensamiento aparentemente conflictivas. Una sale de la medicina institucional en la que todos conocen los limitados resultados que son posibles hasta la fecha. La otra sale de las medicinas alternativas.
Pero tanto una como otra han evolucionado. Las murallas de muchos oncólogos tienen ya grandes fisuras. La quimioterapia, con sus terroríficos efectos secundarios, va desapareciendo en provecho de tratamientos más específicos. Paralelamente, las llamadas medicinas alternativas se van plegando progresivamente a las reglas de la ciencia. En esas medicinas, como en la institucional, van a desaparecer muchas cosas.
En realidad, ambas vías convergen. La una limita, mediante terapias específicas, el aporte de nutrientes a la célula cancerosa. La otra, gracias a complementos alimentarios, permite a la célula quemar el exceso de azúcar del que hablaremos más adelante. Está en marcha una gran reconciliación que fusionará ambas aproximaciones.
Según el Centro Internacional de Investigaciones contra el Cáncer (CIRC), el cáncer mata a 8 millones de personas en el mundo cada año. Obviamente, la tasa de decesos es más alta en los países con pocos recursos. El cáncer es una enfermedad que se ceba en la pobreza y en la promiscuidad, donde la gente tiene grandes dificultades para acceder a los tratamientos.
«Debido al crecimiento demográfico y al envejecimiento de la población, la cifra podría elevarse a 19,3 millones en 2025» precisa el CIRC. Y es que el cáncer es también una enfermedad del envejecimiento. Una enfermedad de envejecimiento prematuro, en muchos casos. Aunque todos estamos condenados a envejecer, el cáncer no debe ser entendido como una fatalidad. Hay remedios. Han demostrado su eficacia en decenas de pacientes que empezaron por estar condenados. Pacientes que fueron enviados de vuelta a casa para morir, consiguieron «domesticar» la enfermedad. Es cierto que no todo el mundo se cura definitivamente, pero muchos logran sobrevivir convirtiendo su cáncer en una enfermedad crónica. Sus condiciones de vida mejoran notablemente. Su esperanza de vida se alarga de un modo considerable. Otros logran alargar sus vidas unos cuantos años, después de haber recibido un pronóstico de pocos meses.
Condenados a muerte a corto plazo, esos pacientes desesperados deciden someterse a ensayos clínicos. Desesperados porque no les quedaban posibilidades ni tiempo de vida. Valientes y asustados, igual que los miembros de mi equipo, que compartimos su angustia sin esconder nuestros propios miedos. Unimos grandes esperanzas a nuestros tratamientos experimentales, sabiendo que cada paciente reacciona de forma distinta a las mismas terapias. No podemos asegurarle el éxito a nadie. Sólo podemos esperar que los tratamientos experimentales, alternativos a la dura quimioterapia que poca gente soporta, les den más tiempo de vida y mejores condiciones de supervivencia.
Hemos ido sobreviviendo sin el apoyo de las instituciones de lucha contra el cáncer. Muy pocos investigadores, muy pocos médicos, se atreven a salirse del camino acotado por el pensamiento dominante.
La razón del inmenso fracaso de la oncología moderna se basa, paradójicamente, en los primeros éxitos de la quimioterapia, a finales de los años cuarenta. Medicamentos derivados de gases tóxicos permitieron que enfermos hasta entonces incurables pudieran sobrevivir e incluso curarse. Entonces el cáncer se convirtió en un enemigo a destruir. Algunos cánceres respondían favorablemente y dicha victoria solidificó la línea a seguir. Pero la quimioterapia es ineficaz, ayer, hoy y mañana para la mayoría de cánceres frecuentes. Volveremos sobre este punto.
Esta falsa pista, consistente en destruir las células cancerosas nos ha estado mareando a todos (investigadores, médicos, instituciones, industria farmacéutica, medios de comunicación, pacientes…) durante mucho tiempo. Además, abrió la puerta a un montón de excesos. En cincuenta años se gastaron cientos de millones de dólares en la investigación contra el cáncer, llegando a convertirla en una auténtica búsqueda del grial. Sin embargo, en la actualidad se sigue muriendo de cáncer tanto como en 1960. No queda más remedio que reconocer que nos hemos perdido por el camino…
