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Publicada en 1914, esta recolección de poesías nos muestra la visión que el gran escritor nicaragüense Rubén Darío supo construir del país en el que residió por casi 20 años, la Argentina.
Aludiendo a la gloria que inspiraba en esa época (principios de 1900) una ciudad como Buenos Aires, Darío recurre a los éxodos que poblaron esta nación, a la figura del gaucho, a ese extenso río que es el Río de la Plata con un dulce tono, el tono de aquel que habita una tierra extranjera, pero que logra hacer de ella un hogar.
Resalta la potencia de ese país. El hecho de que se encuentra incorrupta frente a la vieja Europa, la insta a permanecer de esta manera, mantiene un diálogo con este país y con la gente que lo habita, un diálogo entre los paisajes que él bien conoce, con descripciones que llenan de emociones, emociones que el mismo autor siente.
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Veröffentlichungsjahr: 2024
CANTO A LA ARGENTINA
Canto a la Argentina
¡ARGENTINA! ¡Argentina! ¡Argentina! El sonoro viento arrebata la gran voz de oro. Ase la fuerte diestra la bocina, y el pulmón fuerte, bajo los cristales del azul, que han vibrado, lanza el grito: Oíd, mortales, oíd el grito sagrado.
Oíd el grito que va por la floresta de mástiles que cubre el ancho estuario, e invade el mar; sobre la enorme fiesta de las fábricas trémulas, de vida; sobre las torres de la urbe henchida; sobre el extraordinario tumulto de metales y de lumbres activos; sobre el cósmico portento de obra y de pensamiento que arde en las poliglotas muchedumbres; sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar, sobre la blanca sierra,
sobre la extensa tierra,
sobre la vasta mar.
¡Argentina, región de la aurora! ¡Oh, tierra abierta al sediento de libertad y de vida, dinámica y creadora! ¡Oh barca augusta, de prora triunfante, de doradas velas! De allá de la bruma infinita, alzando la palma que agita, te saluda el divo Cristóbal, príncipe de las Carabelas.
Te abriste como una granada, como una ubre te henchiste, como una espiga te erguiste a toda raza congojada, a toda humanidad triste, a los errabundos y parias que bajo nubes contrarias van en busca del buen trabajo, del buen comer, del buen dormir, del techo para descansar. y ver a los niños reír, bajo el cual se sueña y bajo el cual se piensa morir.
¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños de hombres, rebaños de gentes que teméis los días huraños, que tenéis sed sin hallar fuentes, y hambre sin el pan deseado, y amáis la labor que germina. Los éxodos os han salvado: ¡Hay en la tierra una Argentina! He aquí la región del Dorado, he aquí el paraíso terrestre, he aquí la ventura esperada, he aquí el Vellocino de Oro. he aquí Canaán la preñada, la Atlántida resucitada; he aquí los campos del Toro y del Becerro simbólicos; he aquí el existir que en sueños miraron los melancólicos, los clamorosos, los dolientes poetas y visionarios que en sus olimpos o calvarios amaron a todas las gentes.
He aquí el gran Dios desconocido que todos los dioses abarca. Tiene su templo en el espacio; tiene su gazofilacio en la negra carne del mundo. Aquí está la mar que no amarga, aquí está el Sahara fecundo, aquí se confunde el tropel de los que a lo infinito tienden, y se edifica la Babel en donde todos se comprenden.
Tú, el hombre de las estepas, sonámbulo de sufrimiento, nacido ilota y hambriento, al fuego del odio huido, hombre que estabas dormido bajo una tapa de plomo, hombre de las nieves del zar, mira al cielo azul, canta, piensa; mujik redento, escucha cómo en tu rancho, en la pampa inmensa, murmura alegre el samovar.
¡Cantad, judíos de la pampa! Mocetones de ruda estampa, dulces Rebecas de ojos francos, Rubenes de largas guedejas, patriarcas de cabellos blancos, y espesos como hípicas crines; cantad, cantad, Saras viejas y adolescentes Benjamines, con voz de vuestro corazón: ¡Hemos encontrado a Sión!
Hombres de Emilia y los del agro romano, ligures, hijos de la tierra del milagro partenopeo, hijos todos de Italia, sacra a las gentes, familia que sois descendientes de quienes vieron errantes a los olímpicos dioses de los antaños, amadores de danzas gozosas y flores purpúreas y del divino dón de la sangre del vino; hallasteis un nuevo hechizo, hallasteis otras estrellas, encontrasteis prados en donde se siembra, espiga y barbecha, se canta en la fiesta del grano y hay un gran sol soberano, como el de Italia y de Jonia que en oro el terruño convierte: el enemigo de la muerte sus urnas vitales vierte en el seno de la colonia.
Hombres de España poliforme, finos andaluces sonoros, amantes de zambras y toros, astures que entre peñascos, aprendisteis a amar la augusta Libertad, elásticos vascos como hechos de antiguas raíces, raza heroica, raza robusta, rudos brazos y altas cervices, hijos de Castilla la noble rica de hazañas ancestrales; firmes gallegos de roble; catalanes y levantinos que heredasteis los inmortales fuegos de hogares latinos; iberos de la península que las huellas del paso de Hércules visteis en el suelo natal: ¡he aquí la fragante campaña en donde crear otra España en la Argentina universal!
¡Helvéticos! La nación nueva ama el canto del libre. ¡Dad al pampero, que el trueno lleva, vuestros cantos de libertad! El Sol de Mayo os ilumina. Como en la patria natal veréis el blancor que culmina allá donde en la tierra austral erige una Suiza argentina sus ventisqueros de cristal.
Llegad, hijos de la astral Francia: hallaréis en estas campiñas entre los triunfos de la estancia las guirnaldas de vuestras viñas. Hijos del gallo de Galia cual los de la loba de Italia placen al cóndor magnífico, que ebrio de celeste azur abre sus alas en el sur desde el Atlántico al Pacífico.