Capitalismo caníbal - Nancy Fraser - E-Book

Capitalismo caníbal E-Book

Nancy Fraser

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Beschreibung

¿Qué clase de animal es el capitalismo y cuál es su dieta para mantenerse con vida? Si respondemos esta pregunta, dice Nancy Fraser, entenderemos de verdad la crisis de nuestro tiempo y descubriremos el modo de matar de hambre a la bestia. Para eso, no nos alcanzan los modelos teóricos heredados del marxismo, que tienden a concebir el capitalismo como un sistema económico basado en la explotación de la fuerza de trabajo y en la producción con fines de lucro, bajo las leyes del mercado y de la propiedad privada. Esa visión oficial hoy resulta estrecha y, sobre todo, engañosa. En este análisis deslumbrante, Nancy Fraser desarrolla una teoría del capitalismo "modelo siglo XXI". Así, paso a paso, presenta una noción ampliada del capital como forma de sociedad y revela los ingredientes extraeconómicos que, lejos de ser marginales, son su condición de posibilidad. Para expandirse, el sistema canibaliza zonas enteras que no están mercantilizadas y que por eso quedan fuera del cuadro. Hay que traer a un primer plano esas "moradas ocultas" de las que el capitalismo se alimenta y examinarlas a fondo: riqueza expropiada a la naturaleza (aire respirable, tierras cultivables, agua potable) y a los pueblos sometidos y racializados de las periferias; múltiples formas de cuidado, subvaluadas (cuando no negadas por completo) y en general a cargo de mujeres; bienes y poderes públicos, que proveen infraestructura material y jurídica que el capital necesita para funcionar y a la vez socava todo lo posible; la energía y la creatividad de los trabajadores. Si bien no se consignan en los balances de las empresas, estas formas de riqueza constituyen precondiciones esenciales para las utilidades y las ganancias. Estos soportes vitales de la acumulación son constitutivos del orden capitalista y el foco de conflictos hasta ahora aislados. Si queremos terminar con el Capitalismo caníbal, que devora las bases sociales, naturales y políticas de las que depende, tenemos que superar el reduccionismo economicista y construir, en cambio, una visión ampliada del socialismo, sin repetir las experiencias fracasadas del siglo XX. Puede parecer una tarea difícil, pero es nuestra única esperanza. Esa agenda, y su hoja de ruta, es el alma de este libro imprescindible.

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Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Dedicatoria

Agradecimientos

Prefacio. Capitalismo caníbal: ¿estamos en el horno?

1. Omnívoro: por qué es necesario ampliar nuestra concepción del capitalismo

Definición de las características del capitalismo, según Marx

Tras la “morada oculta” de Marx

De la producción de mercancías a la reproducción social

De la economía a la ecología

De lo económico a lo político

De la explotación a la expropiación

El capitalismo es algo más vasto que una economía

Luchas por los límites

Las crisis de canibalización

2. Un caníbal ávido de infligir castigo: por qué el capitalismo es estructuralmente racista

Intercambio, explotación, expropiación

La expropiación en cuanto acumulación: el argumento económico

Expropiación como sometimiento: el argumento político

Regímenes históricos de acumulación racializada

¿Sigue siendo el capitalismo necesariamente racista todavía?

3. Devorador de cuidados: por qué la reproducción social es un sitio fundamental de crisis capitalista

Puro lucro, a expensas del mundo de la vida

Accesos históricos de deglución de cuidados por parte del capital

Colonización y “domestificación”

El fordismo y el salario familiar

Hogares con dos salarios

Otro capitalismo. ¿O un nuevo feminismo socialista?

4. La naturaleza en las fauces: por qué la ecopolítica debe ser transambiental y anticapitalista

Contradicción ecológica del capitalismo: una argumentación estructural

Una maraña de contradicciones

Tres maneras de hablar de la “naturaleza”

Regímenes de acumulación socioecológicos

Músculo animal

El rey carbón

La era del automóvil

Nuevos cercamientos, naturaleza financiarizada y “capitalismo verde”

La naturaleza canibalizada en espacio y tiempo

Luchas entrelazadas

Para una política ecológica transambiental y anticapitalista

5. Faenar la democracia: por qué la crisis política es la carne roja del capital

La contradicción política del capitalismo “como tal”

Poderes públicos

Crisis políticas en la historia del capitalismo

Un golpe doble

Una encrucijada histórica trascendental

6. Alimento para la reflexión: ¿cuál debería ser el significado del socialismo en el siglo XXI?

¿Qué es el capitalismo? Una recapitulación

¿Cuál es el problema del capitalismo?

¿Qué es el socialismo?

Epílogo. Macrófago: por qué el covid demostró ser una orgía del capitalismo caníbal

Nancy Fraser

CAPITALISMO CANÍBAL

Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta, y hasta en peligro su propia existencia

Traducción de Elena Odriozola

Fraser, Nancy

Capitalismo caníbal / Nancy Fraser.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2023.

Libro digital, EPUB.- (Singular)

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de Elena Odriozola / ISBN 978-987-801-255-1

1. Capitalismo. 2. Economía. 3. Política. I. Odriozola, Elena, trad. II. Título.

CDD 306.342

Título original: Cannibal Capitalism. How Our System Is Devouring Democracy, Care, and the Planet, and What We Can Do about it, publicado por Verso, sello de New Left Books, Londres - Brooklin (Nueva York)

© 2022, Nancy Fraser

© 2023, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Diseño de portada: Eric Soto & Mr.

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: mayo de 2023

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-255-1

Para Robin Blackburn y Rahel Jaeggi,

interlocutores indispensables y amigos queridos.

Agradecimientos

Es habitual pensar en un libro como el fruto del trabajo individual de su autor. Sin embargo, esa visión resulta sumamente engañosa; casi todos los escritores dependen de una variedad de condiciones generales que posibilitan su tarea: apoyo económico y acceso a bibliotecas, guía editorial y asistencia en las tareas de investigación, crítica e inspiración provenientes de sus colegas, aliento de los amigos y cuidado de sus seres queridos y familiares. Esos elementos constituyen las “moradas ocultas” de la autoría, para invocar una frase que desempeña un papel clave en las páginas que siguen. Demasiado a menudo relegadas entre bastidores, mientras el autor se pavonea en el centro de la escena, esas condiciones son indispensables para la publicación: sin ellas, el libro jamás vería la luz del día.

Es obvio que un libro que teoriza acerca de los soportes ocultos de la producción capitalista debe reconocer sus propios sustentos, sustentos que adoptaron formas muy diversas y provinieron de numerosas fuentes. En el frente institucional, la New School for Social Research me brindó la posibilidad de llevar adelante mi actividad docente con flexibilidad, un año sabático y (por sobre todo) un contexto de dinamismo intelectual. El Dartmouth College me recibió como investigadora visitante distinguida Familia Roth en 2017-2018, y más tarde me brindó un segundo hogar académico con una biblioteca maravillosa, generosos fondos y colegas de excelencia.

Varias otras instituciones me brindaron tiempo valioso y ámbitos poblados por colegas en los que desarrollé las ideas de este libro. Mi más cálido agradecimiento para Jude Browne y el Centro de Estudios de Género de la Universidad de Cambridge; a Michel Wieviorka y el Collège d’Études Mondiales; a Rainer Forst y el Centro de Estudios Avanzados Justitia Amplificata, Frankfurt, y el Forschungskolleg Humanwissenschaften, Bad Homburg; a Hartmut Rosa y el Grupo de Investigación de Sociedades Poscrecimiento, Friedrich-Schiller-Universität, Jena; y a Winfried Fluck, Ulla Haselstein, la Fundación Einstein de Berlín y el Instituto JFK de Estudios Estadounidenses, Frei Universität, Berlín.

En todo el proceso, me apoyé en las habilidades investigativas y la camaradería de un grupo extraordinario de asistentes de posgrado. Mi más sincera gratitud para Blair Taylor, Brian Milstein, Mine Yildirim, Mayra Cotta, Daniel Boscov-Ellen, Tatiana Llaguno Nieves, Anastasiia Kalk y Rosa Martins.

Varias publicaciones, en especial New Left Review y Critical Historical Studies, me dieron la valiosa oportunidad de divulgar versiones iniciales de las ideas que aquí expongo y de recibir comentarios que me ayudaron a refinarlas. Los detalles específicos de mi deuda con ellos y otros que publicaron formulaciones previas de estas ideas se indican en párrafos posteriores.

Verso me brindó la editora con quien siempre he soñado: Jessie Kindig, cuyo entusiasmo, creatividad y don con las palabras constituyeron factores decisivos. También en Verso, el editor a cargo de producción, Daniel O’Connor, y el corrector, Stan Smith, transformaron un manuscrito caótico y con numerosas revisiones en un conjunto de páginas acabado y sin errores. Bajo la dirección de Melissa Weiss, David Gee diseñó una tapa sobresaliente, elegante y (me atrevo a decir) mordaz.

Detrás de este libro, también, está el apoyo indispensable de colegas y amigos. Agradecí a algunos de ellos en las notas correspondientes a los capítulos en los que su influencia revistió especial importancia. Pero algunos otros han dado forma a mis pensamientos, que además inspiraron, de manera más general y en el largo plazo. Entre esos compañeros e interlocutores fieles, agradezco a Cinzia Arruzza, Banu Bargu, Seyla Benhabib, Richard J. Bernstein, Luc Boltanski, Craig Calhoun, Michael Dawson, Duncan Foley, Rainer Forst, Jürgen Habermas, David Harvey, Axel Honneth, Johanna Oksala, Andreas Malm, Jane Mansbridge, Chantal Mouffe, Donald Pease, el fallecido Moishe Postone, Hartmut Rosa, Antonia Soulez, Wolfgang Streeck, Cornel West y Michel Wieviorka.

Dos personas más, a quienes dedico este libro, estuvieron siempre en mi pensamiento y en mi corazón mientras lo escribía: agradezco a Robin Blackburn, en cuya erudición, perspicacia y amabilidad me apoyé una y otra vez, y a Rahel Jaeggi, mi verdadera socia en “la conversación”, con quien muchas de las ideas que aquí presento fueron originariamente desarrolladas y, más tarde, mejoradas.

Por último, debo mencionar a Eli Zaretsky, quien brindó a este libro un apoyo tan profundo, multifacético y amplio como para que cualquier intento de describirlo de manera sucinta resulte fútil. Digamos tan solo que Capitalismo caníbal no existiría sin su inteligencia sagaz, su amplitud de visión y su amor sostenido.

* * *

Versiones previas de varios de estos capítulos se publicaron con anterioridad y aparecen aquí, revisadas, con permiso de sus editores originales.

Una versión anterior del capítulo 1 adoptó la forma de Conferencia Diane Middlebrook y Carl Djerassi de 2014 en la Universidad de Cambridge, dictada el 7 de febrero de 2014, y luego se publicó en la New Left Review, nº 86, 2014, con el título “Behind Marx’s Hidden Abode: For an Expanded Conception of Capitalism” [Tras la morada oculta de Marx: por una concepción ampliada del capitalismo]. Sus argumentos fueron sometidos a un bautismo de fuego y emergieron con mayor fortaleza gracias a los desafiantes debates sostenidos con Rahel Jaeggi, muchos de los cuales se registran en el volumen de nuestra coautoría Capitalism. A Conversation in Critical Theory [Capitalismo. Una conversación desde la teoría crítica], publicado por Brian Milstein (Polity, 2018; hay reedición prevista por Verso para julio de 2023). Gracias, una vez más, a Jaeggi por su inteligencia sagaz y su cálida y sincera amistad.

Una versión previa del capítulo 2 tomó la forma de alocución presidencial en la 114ª reunión de la División Este de la Asociación Filosófica Estadounidense, en Savannah, Georgia, el 5 de enero de 2018, y luego fue publicada en Proceedings and Adresses of the American Philosophical Association, vol. 92, 2018, con el título “Is Capitalism Necessarily Racist?” [¿Es el capitalismo necesariamente racista?]. Agradezco a Robin Blackburn, Sharad Chari, Rahel Jaeggi y Eli Zaretsky por sus útiles comentarios sobre este capítulo, a Daniel Boscov-Ellen por su ayuda en la investigación y, en especial, a Michael Dawson por su inspiración y estímulo.

Una versión anterior del capítulo 3 se dio a conocer por primera vez como la 38ª Conferencia Anual Marc Bloch, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, el 14 de junio de 2016, y más tarde se publicó en la New Left Review, nº 100, 2016, como “Contradictions of Capitalism and Care” [Contradicciones del capitalismo y los cuidados]. Muchos de los argumentos que allí se exponen fueron desarrollados en conversaciones con Cinzia Arruzza y Johanna Oksala, a quienes estoy profundamente agradecida.

Versiones previas del capítulo 4 se impartieron en Viena como conferencia inaugural de la primera estadía de profesora visitante Karl Polanyi, el 4 de mayo de 2021, con el título “Incinerating Nature: Why Global Warming is Baked into Capitalist Society” [Incinerar la naturaleza: por qué el calentamiento global se cocina en la sociedad capitalista] y publicado, luego, en la New Left Review, nº 127, 2021, como “Climates of Capital: For a Trans-Environmental Eco-Socialism” [Los climas del capital: por un ecosocialismo transecológico].

Versiones iniciales del capítulo 5 se publicaron, primero, en Critical Historical Studies, vol. 2, 2015, como “Legitimation Crisis? On the Political Contradictions of Financialized Capitalism” [¿Crisis de legitimación? Acerca de las contradicciones políticas del capitalismo financiarizado] y luego en alemán con el título Was stimmt nicht mit der Demokratie? Eine Debatte mit Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich und Hartmut Rosa [¿Qué tiene de malo la democracia? Un debate entre Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa], editado por Hanna Ketterer y Karina Becker en el sello berlinés Suhrkamp durante 2019.

Una versión anterior del capítulo 6 se dio a conocer por primera vez como Conferencia Distinguida en las Humanidades Solomon Katz 2019, en la Universidad de Washington, el 8 de mayo de 2019, y posteriormente se publicó en Socialist Register, vol. 56, Beyond Market Dystopia. New Ways of Living, 2019, con el título “What Should Socialism Mean in the 21st Century?” [¿Qué debe significar el socialismo en el siglo XXI?].

Prefacio

Capitalismo caníbal: ¿estamos en el horno?

Los lectores de este libro no necesitan que yo les diga que estamos en problemas. Ya están al tanto de la existencia de un enmarañado conjunto de amenazas inminentes y desgracias concretas, de las cuales no logran reponerse: deuda agobiante, precariedad laboral, formas de sustento sometidas al asedio; servicios deficientes, infraestructuras derruidas y fronteras duras, inflexibles; violencia racializada, pandemias letales y climas extremos, todos ellos dominados por disfunciones políticas que bloquean nuestra capacidad de idear e implementar soluciones. Nada de esto es noticia y tampoco es necesario insistir aquí en estas cuestiones.

Lo que este libro sí ofrece es una indagación profunda en la fuente de todos esos males. Formula un diagnóstico de la causa de la enfermedad e identifica al culpable. “Capitalismo caníbal” es la designación que uso para referirme al sistema social que nos ha llevado a este punto. Para comprender por qué ese término es el adecuado, veamos las dos palabras que lo componen. “Canibalismo” tiene varios significados. El más conocido, y más concreto, es el consumo ritual de carne humana por parte de un ser humano. Cargado de una larga historia racista, el término se aplicó, por una lógica invertida, a los africanos negros situados en el extremo receptor de la depredación euroimperial. Por lo tanto, hay cierta satisfacción en pagar con la misma moneda e invocarlo aquí como descriptor de la clase capitalista: un grupo que, como expondrá este libro, se alimenta de los demás. Pero el término también tiene un significado más abstracto, que capta una verdad más profunda acerca de nuestra sociedad. El término “canibalizar” significa privar a una empresa o establecimiento de un factor esencial para su funcionamiento, con el fin de crear o sustentar a otro. Como veremos, esa es una aproximación bastante acertada a la relación existente entre la economía capitalista y los ámbitos no económicos del sistema: familias y comunidades, hábitats y ecosistemas, capacidades estatales y poderes públicos cuya sustancia dicha economía consume y devora hasta saciarse.

Existe una acepción correspondiente al campo de la astronomía: se dice que un objeto celeste canibaliza a otro cuando incorpora masa de ese último mediante atracción gravitacional. Mostraré aquí que también constituye una caracterización apta del proceso por el cual el capital atrae a su órbita riqueza natural y social que toma de zonas periféricas del sistema mundial. Y también está, por último, el uróboro, la serpiente que se canibaliza al devorar su propia cola, representada en la portada de este libro. Como veremos, se trata de una imagen adecuada para un sistema con tendencia ineludible a devorar las bases sociales, políticas y naturales de su propia existencia, que son, además, las bases de la nuestra. Así, la metáfora del canibalismo ofrece varias vías promisorias para el análisis de la sociedad capitalista. Nos invita a verla como un frenesí alimentario institucionalizado, cuyo plato principal somos nosotros.

Asimismo, el término “capitalismo” exige ser aclarado. La palabra suele emplearse para designar un sistema económico basado sobre la propiedad privada y el mercado, el trabajo asalariado y la producción con fines de lucro. Sin embargo, esa definición es demasiado acotada, y en lugar de revelar la verdadera índole del sistema, la opaca. Sostendré aquí que “capitalismo” remite a una entidad más amplia, un orden social que confiere a una economía, cuyo motor es la obtención de beneficio, el poder de alimentarse de los soportes extraeconómicos que necesita para funcionar: riqueza expropiada a la naturaleza y a los pueblos subyugados; múltiples formas de cuidado, crónicamente subvaluadas cuando no negadas por completo; bienes públicos y poderes públicos, que el capital requiere y a la vez procura restringir; energía y creatividad de los trabajadores. Si bien no se consignan en los balances de las empresas, estas formas de riqueza constituyen precondiciones esenciales para las utilidades y las ganancias que, en cambio, sí aparecen imputadas. Soportes vitales de la acumulación, también son componentes constitutivos del orden capitalista.

Por consiguiente, en este libro el término “capitalismo” hace referencia no solo a un tipo de economía sino a un tipo de sociedad: una sociedad que autoriza a una economía oficialmente designada a acumular valor monetizado para sus inversionistas y propietarios, a la vez que devora la riqueza no económica del resto de los individuos. Al servir esa riqueza en bandeja a las clases empresarias, esta sociedad las invita a hacerse un festín con nuestras capacidades creativas y con las de la tierra que nos da sustento, sin obligación alguna de reponer lo que consumen o reparar lo que dañan. Y esa es una receta que solo produce problemas. Al igual que el uróboro que come su propia cola, la sociedad capitalista ineludiblemente devora su propia sustancia. Verdadero dínamo de la autodesestabilización, precipita crisis periódicamente mientras por rutina socava las bases de nuestra existencia.

El capitalismo caníbal, entonces, es el sistema al cual le debemos la crisis actual. La verdad sea dicha: se trata de un tipo poco frecuente de crisis, en la cual convergen múltiples ataques de glotonería. Lo que enfrentamos, gracias a décadas de financiarización, no es “solo” una crisis de desigualdad salvaje y trabajo precario mal remunerado; no “meramente” una crisis de cuidado y reproducción social; no “solamente” una crisis migratoria y de violencia racializada. Tampoco se trata “simplemente” de una crisis ecológica en la cual un planeta en proceso de calentamiento vomita plagas letales, ni “solo” de una crisis política con un vaciamiento de la infraestructura, un militarismo en aumento y una proliferación de hombres fuertes. No, es algo peor: es una crisis general de la totalidad del orden social en la que todas esas calamidades convergen, se exacerban entre sí y amenazan con deglutirnos a todos.

Este libro traza un mapa de esa inmensa maraña de disfunciones y dominación. Al ampliar nuestra visión del capitalismo e incluir los ingredientes extraeconómicos de la dieta del capital, reúne dentro de un marco único todas las opresiones, contradicciones y conflictos de la actual coyuntura. En ese contexto, “injusticia estructural” significa “explotación de clase”, sin duda alguna, pero también “dominación de género” y “opresión racial/imperial”, dos subproductos no accidentales de un orden social que subordina la reproducción social a la producción de mercancías y que requiere la expropiación racializada para asegurar la explotación lucrativa. Tal como aquí se lo entiende, asimismo, las contradicciones del sistema lo vuelven proclive no solo a las crisis económicas sino también a las crisis del cuidado, la ecología y la política, todas ellas en pleno florecimiento por cortesía del prolongado período de atracón corporativo conocido como neoliberalismo.

Por último, tal como lo concibo, el capitalismo caníbal precipita una amplia variedad y una compleja mezcla de luchas sociales: no solo luchas de clase en los puntos de producción, sino también luchas fronterizas en las articulaciones constitutivas del sistema. Allí donde la producción se topa con la reproducción social, el sistema incita conflictos relativos al cuidado, tanto público como privado, remunerado y no remunerado. Allí donde la explotación se cruza con la expropiación, fomenta luchas en torno a la “raza”, la migración y el imperio. Y asimismo, donde la acumulación se da contra el límite de la naturaleza, el capitalismo caníbal desencadena conflictos en torno a la tierra y la energía, la flora y la fauna, el destino del planeta. Por último, cuando los mercados globales y las megacorporaciones se encuentran con los Estados nacionales y las instituciones de gobierno transnacional, este sistema provoca luchas relacionadas con la forma, el control y el alcance del poder público. Todas estas vertientes de nuestro predicamento actual encuentran lugar en una concepción ampliada del capitalismo que es a la vez simultánea y diferenciada.

Munido de esta concepción, Capitalismo caníbal plantea una pregunta existencial apremiante: “¿Estamos en el horno?”. ¿Podemos elucidar cómo desmantelar el sistema social que nos conduce a las fauces de la destrucción? ¿Podemos unirnos para hacer frente al complejo de crisis varias que generó el sistema, no “solo” el calentamiento de la tierra, no “únicamente” la destrucción progresiva de nuestra capacidad colectiva para la acción pública, no “meramente” el ataque generalizado a nuestra capacidad de cuidarnos unos a otros y mantener vínculos sociales, no “simplemente” el vertido desproporcionado de las secuelas sobre los pobres, la clase trabajadora y las poblaciones racializadas, sino la crisis general en la que esos diversos males se entretejen? ¿Podemos concebir un proyecto emancipatorio, contrahegemónico, de transformación ecosocial con suficiente amplitud y visión como para coordinar las luchas de múltiples movimientos sociales, partidos políticos, sindicatos y otros actores colectivos, un proyecto cuyo objetivo radique en enterrar al caníbal de una vez y para siempre? Argumentaré en el presente libro que, en la actual coyuntura, nada que no sea un proyecto de esas características podrá ayudarnos.

Una vez que ampliemos nuestra concepción del capitalismo, también tendremos que ampliar nuestra visión de su reemplazante. Sea que lo denominemos “socialismo” u otra cosa, la alternativa que busquemos no puede tener por finalidad reorganizar tan solo el sistema económico. También debe reorganizar la relación de ese sistema con todas las formas de riqueza que hoy en día canibaliza. Lo que debe reinventarse, por lo tanto, es la relación entre producción y reproducción, entre poder privado y público, entre sociedad humana y naturaleza no humana. Puede parecer una tarea difícil, pero es nuestra única esperanza. Solo si pensamos en grande podremos darnos una oportunidad de vencer a la implacable ofensiva del capitalismo cuyo objetivo final es devorarnos.

1. Omnívoro: por qué es necesario ampliar nuestra concepción del capitalismo

¡El capitalismo ha vuelto! Después de décadas durante las cuales el término solo figuraba en los escritos de pensadores marxistas, ahora los comentaristas de diversas orientaciones se preocupan por su sostenibilidad, los investigadores de todas las escuelas se esfuerzan por sistematizar sus críticas del sistema y los activistas del mundo entero se movilizan contra sus prácticas. Por cierto, el regreso del “capitalismo” constituye un desarrollo bienvenido, un indicador obvio –si es que hacía falta alguno– de la profundidad de la crisis actual y de la urgencia generalizada de una descripción sistemática de esa crisis. Resulta sintomático que todo lo que se dice acerca del capitalismo indica que existe una conciencia cada día mayor respecto de que los males heterogéneos –financieros, económicos, ecológicos, políticos y sociales– que nos aquejan pueden rastrearse hasta una raíz común, y respecto de que las reformas que no apuntan a las bases de esos males están condenadas al fracaso. De manera similar, el renacimiento del término constituye una señal del deseo de contar con un análisis que aclare las relaciones entre las diversas luchas sociales de nuestro tiempo, un análisis que fomente la cooperación estrecha (si no la unificación completa) de sus corrientes más avanzadas y progresistas en un bloque opositor al sistema. La intuición de que ese análisis debe tener como eje al capitalismo es acertada.

Sin embargo, el auge actual de los debates sobre el capitalismo es, en gran medida, retórico; un síntoma del deseo de contar con una crítica sistemática antes que un aporte a esa crítica. Gracias a décadas de amnesia social, generaciones completas de activistas e investigadores jóvenes se han convertido en sofisticados practicantes del análisis del discurso mientras permanecen en la más absoluta ignorancia de las tradiciones de la Kapitalkritik. Apenas ahora empiezan a preguntarse cómo poner en práctica ese tipo de crítica para aclarar la actual coyuntura.

Sus “mayores”, veteranos de eras anteriores de fermento anticapitalista, que podrían haberles brindado alguna guía, están cegados por sus propias anteojeras. Pese a sus declaradas buenas intenciones, no lograron incorporar de manera sistemática los aportes del pensamiento feminista, ecológico, poscolonial y de liberación negra a su concepción del capitalismo.

El resultado de todo esto es que nos vemos atravesando una crisis capitalista de profunda gravedad sin una teoría crítica que la esclarezca y mucho menos que nos conduzca hacia una resolución emancipatoria. Es verdad que la crisis actual no encaja en los modelos estándar que heredamos: es multidimensional y abarca no solo la economía oficial, incluidas las finanzas, sino también fenómenos “no económicos” como el calentamiento global, el “déficit de cuidado” y el vaciamiento del poder público a todas las escalas. Sin embargo, los modelos de crisis recibidos tienden a centrarse exclusivamente en los aspectos económicos, a los que aíslan de otras facetas y privilegian por sobre ellas. De igual importancia, la crisis actual genera nuevas configuraciones políticas y nuevas gramáticas de conflicto social. Las luchas en torno a la naturaleza, la reproducción social, la desposesión y el poder público ocupan un sitial central en esta constelación, lo cual implica múltiples ejes de desigualdad, entre los que se incluyen nacionalidad/raza-etnia, religión, sexualidad y clase. Sin embargo, tampoco en este aspecto son suficientes los modelos teóricos heredados, pues continúan priorizando las luchas laborales en el lugar de producción. Por lo general, carecemos de concepciones del capitalismo y de la crisis capitalista que resulten adecuadas a nuestro tiempo.

Sostengo que Capitalismo caníbal es esa concepción. Presento la noción en este capítulo preguntando qué subyace al argumento principal desplegado por Karl Marx en el libro I de El capital. Esa obra tiene mucho para ofrecer en materia de recursos conceptuales, y en principio contempla las inquietudes más generales que acabo de mencionar. Sin embargo, no tiene en cuenta de manera sistemática el género, la raza, la ecología y el poder político como ejes que estructuran la desigualdad en las sociedades capitalistas, mucho menos como cuestiones en juego en la lucha social y como premisas de esa lucha. Así, es necesario reconstruir sus aportes más valiosos. Por consiguiente, mi estrategia radica en mirar, en primer lugar, a Marx, para luego mirar detrás de él, con la esperanza de arrojar nueva luz sobre algunas viejas preguntas: ¿qué es exactamente el capitalismo? ¿Cuál es la mejor manera de conceptualizarlo? ¿Debemos pensarlo como un sistema económico, una forma de vida ética o un orden social institucionalizado? ¿Cómo debemos caracterizar sus “tendencias a las crisis” y dónde debemos localizarlas?

Definición de las características del capitalismo, según Marx

Empiezo por recordar las características que Marx consideró distintivas del capitalismo. A primera vista, el hilo de pensamiento que seguiré hasta llegar al capitalismo caníbal puede parecer ortodoxo; pero es mi intención que pronto deje de serlo, y para eso demostraré que esas características presuponen algunas otras, que constituyen sus condiciones de posibilidad. Así como Marx dirigió su mirada detrás de la esfera del intercambio, a la “morada oculta” de la producción, con el fin de descubrir los secretos del capitalismo, yo buscaré las condiciones de posibilidad de la producción que están detrás de esa esfera, en ámbitos todavía más ocultos.

Para Marx, la primera característica distintiva del capitalismo es la propiedad privada de los medios de producción, lo cual presupone una división de clases entre propietarios y productores. Esa división surgió como resultado de la ruptura de un mundo social anterior donde la mayoría de las personas, sin importar cuán diferentes fueran sus posiciones, tenían acceso a los medios de subsistencia y a los medios de producción; en otras palabras, acceso al alimento, el cobijo y la vestimenta, así como a las herramientas, la tierra y el trabajo, sin verse obligadas a participar en un mercado laboral. El capitalismo trastocó esas condiciones de manera rotunda. Cercó las tierras comunales, abrogó los derechos de uso consuetudinario y transformó los recursos compartidos en propiedad privada de una pequeña minoría.

Y esto nos conduce sin escalas al segundo rasgo fundamental del capitalismo según Marx: el mercado laboral libre. Una vez escindida de los medios de producción, la vasta mayoría se vio obligada a someterse a esa peculiar institución con el fin de trabajar y obtener lo necesario para poder vivir y criar a sus hijos. Vale la pena destacar cuán estrafalario, cuán “antinatural”, cuán anómalo y específico es el mercado laboral libre desde el punto de vista histórico. El trabajador es “libre” en dos sentidos. Primero, en lo que respecta a su condición jurídica: no es esclavo ni siervo, ni se ve ligado ni de ningún otro modo vinculado a un sitio determinado ni a un amo específico; por lo tanto, es móvil y capaz de establecer un contrato de trabajo. Pero en segundo lugar, está “libre” de (es decir, “sin”) acceso a los medios de subsistencia y los medios de producción, incluidos los derechos de uso consuetudinario de la tierra y las herramientas, con lo cual queda despojado de los recursos y derechos que le permitirían abstenerse del mercado de trabajo. Entonces, el capitalismo se define en parte por su constitución y por el uso de trabajo asalariado (doblemente) libre, aunque, como veremos, también depende en gran medida de un tipo de trabajo que no es libre sino dependiente, no reconocido o no remunerado.

Luego sigue el igualmente extraño fenómeno del valor que se “auto”-expande, tercera característica distintiva apuntada por Marx.[1] El capitalismo tiene la peculiaridad de contar con un impulso sistémico objetivo: la acumulación de capital. Por consiguiente, todas las acciones de los propietarios en cuanto capitalistas se orientan hacia la expansión de su capital. Tal como los productores, se ven sometidos a una compulsión sistémica peculiar. Todos los esfuerzos realizados por todos para satisfacer sus necesidades son indirectos y están sujetos a algo que asume la prioridad: un imperativo primordial inscripto en un sistema impersonal, la propia pulsión del capital a su “auto”-expansión infinita. Marx formula esta cuestión de manera brillante. En una sociedad capitalista –dice–, el capital se vuelve el Sujeto. Los seres humanos son sus peones, reducidos a pergeñar cómo harán para obtener lo que necesitan en los intersticios, mientras alimentan a la bestia.

La cuarta característica específica es el papel distintivo de los mercados en la sociedad capitalista. Los mercados siempre han existido a lo largo de la historia humana, incluso en las sociedades no capitalistas. Su funcionamiento en el capitalismo, sin embargo, se distingue por dos características. En primer lugar, en las sociedades capitalistas, los mercados sirven para asignar los principales insumos a la producción de mercancías. Concebidos en la economía política burguesa como “factores de la producción”, en un principio esos insumos fueron identificados como tierra, trabajo y capital. Además de cumplir en el capitalismo la función de asignar trabajo, los mercados también asignan bienes raíces, bienes de capital, materias primas y crédito. En la medida en que asigna estos insumos productivos mediante mecanismos de mercado, el capitalismo los transforma en mercancías. Es, según la llamativa frase del economista de Cambridge Piero Sraffa, un sistema para la “producción de mercancías por medio de mercancías”, aunque, como veremos, también se apoya sobre una base de no mercancías.[2]

Pero existe, además, una segunda función clave que los mercados asumen en una sociedad capitalista: determinan cómo se invertirá el plusvalor. Por “excedente”, Marx entendía el fondo colectivo de energías sociales que exceden las requeridas para reproducir una forma de vida dada y reponer lo que se agota en el transcurso de la vida. El modo en que una sociedad utiliza sus capacidades excedentes ocupa un lugar central: plantea preguntas fundamentales respecto del modo en que las personas desean vivir –dónde deciden invertir sus energías colectivas, cómo se proponen equilibrar el “trabajo productivo” con la vida familiar, el ocio y otras actividades–, así como de qué modo aspiran a relacionarse con la naturaleza no humana y qué pretenden legarles a las generaciones futuras. Las sociedades capitalistas tienden a dejar esas decisiones en manos de las “fuerzas del mercado”. Tal vez sea esta su característica más relevante y perversa: el hecho de ceder las cuestiones más decisivas a un mecanismo orientado a la expansión cuantitativa del valor monetizado, que es congénitamente indiferente a los indicadores cualitativos de riqueza social y bienestar humano. Ese rasgo está en estrecha relación con la tercera característica central mencionada en párrafos anteriores: la direccionalidad inherente y ciega del capital, el proceso de “auto”-expansión mediante el cual se constituye en el Sujeto de la historia, con el consiguiente desplazamiento de los seres humanos que lo han creado y su conversión en siervos.

Mi objetivo al destacar estas dos funciones de los mercados es contrarrestar la difundida concepción de que el capitalismo impulsa la siempre creciente mercantilización de la vida. Creo que esa concepción conduce a un callejón sin salida, a fantasías distópicas de un mundo totalmente mercantilizado. Esas fantasías no solo ignoran los aspectos emancipatorios de los mercados, sino que pasan por alto el hecho, subrayado por el teórico de sistemas mundiales Immanuel Wallerstein, de que el capitalismo a menudo opera sobre la base de hogares “semiproletarizados”. En virtud de ese modo de operación, que brinda a los propietarios la posibilidad de pagar menos a los trabajadores, muchos hogares obtienen parte de su sustento de fuentes que no son salarios en efectivo, como el autoabastecimiento (cultivo de una huerta, costura), reciprocidad informal (ayuda mutua, transacciones en especie) y transferencias del Estado (asistencia social, servicios sociales, bienes públicos).[3] Esta manera de operar deja fuera del ámbito del mercado una proporción considerable de actividades y bienes. No se trata de meros remanentes de épocas precapitalistas, ni tampoco es que estén en vías de extinción. Así, por ejemplo, el fordismo de mediados del siglo XX pudo fomentar el consumismo de la clase media en los países centrales industrializados gracias a los hogares semiproletarizados que combinaban empleo masculino con trabajo femenino en el hogar, además de inhibir el desarrollo del consumo de mercancías en la periferia. La semiproletarización es aún más pronunciada en el neoliberalismo, que ha construido toda una estrategia de acumulación mediante la expulsión de miles de millones de personas de la economía oficial hacia zonas grises de informalidad, de las cuales el capitalismo extrae riqueza. Como veremos, esta suerte de “acumulación primitiva” es un proceso en marcha, del cual el capital obtiene valor y sobre el cual se funda.

La cuestión, por lo tanto, reside en que factores mercantilizados de las sociedades capitalistas coexisten con factores no orientados al mercado. Y no es este un evento fortuito ni una contingencia empírica, sino un rasgo constitutivo del ADN del capitalismo. De hecho, “coexistencia” es un término demasiado débil para capturar la relación entre los aspectos mercantilizados y no mercantilizados de una sociedad capitalista. “Imbricación funcional” o “dependencia” resultarían más adecuados, pero no logran connotar la perversidad de esa relación.[4] Ese aspecto, que pronto se verá con claridad, está mejor expresado en el término “canibalización”.

Tras la “morada oculta” de Marx

Hasta aquí, presenté una definición bastante ortodoxa del capitalismo, cuya base consiste en cuatro características centrales que parecen ser “económicas”. Seguí a Marx cuando miré detrás de la perspectiva del sentido común, centrada en el intercambio de mercado, para dirigir la mirada a la “morada oculta” de la producción. Ahora, sin embargo, deseo mirar detrás de esa morada oculta, para ver aquello que está todavía más oculto. Lo que afirmo es que la descripción de la producción capitalista postulada por Marx solo cobra sentido cuando empezamos a completarla con las condiciones de posibilidad que la sustentan. Por lo tanto, la siguiente pregunta será: ¿qué debe existir detrás de esas características fundamentales para que sean posibles?

El propio Marx formula una pregunta similar cerca del final del libro I de El capital, en el capítulo acerca de la acumulación originaria o “primitiva”.[5] ¿De dónde provino el capital?, indaga. ¿Cómo nació la propiedad privada de los medios de producción y cómo sucedió que los productores fueron separados de esos medios? En los capítulos anteriores, Marx había puesto al descubierto la lógica económica del capitalismo con abstracción de sus condiciones de posibilidad, que se suponían dadas. Sin embargo, resultó que existía un extenso relato subyacente sobre la proveniencia del capital, un relato bastante violento de despojo y expropiación. Es más, como pusieron de relieve teóricos que van desde Rosa Luxemburgo hasta David Harvey, ese relato subyacente no se sitúa con exclusividad en el pasado, en los “orígenes” del capitalismo.[6] La expropiación es un mecanismo de acumulación aún en marcha, aunque no oficialmente, que persiste junto al mecanismo oficial de explotación, el “relato en primer plano” de Marx, por así decir.

Este movimiento, del relato sobre el primer plano de la explotación al relato sobre el trasfondo de la expropiación, constituye un giro epistémico fundamental que arroja nueva luz sobre todo lo anterior. Es análogo al movimiento que Marx efectúa casi al comienzo del libro I, cuando nos invita a dejar atrás el ámbito del intercambio de mercado y la perspectiva del sentido común burgués con el que se asocia, para centrarnos en la morada oculta de la producción, que ofrece la posibilidad de adoptar una perspectiva más crítica. Como resultado de aquel primer movimiento, descubrimos un sucio secreto: la acumulación se gesta por medio de la explotación. En otras palabras, el capital no se expande mediante el intercambio de equivalentes, como sugiere la perspectiva del mercado, sino del modo opuesto: mediante la no compensación de parte del tiempo de trabajo de los trabajadores. De manera similar, cuando al final del volumen pasamos de la explotación a la expropiación, descubrimos un secreto incluso más sucio: a la coerción sublimada del trabajo asalariado subyacen la violencia descarada y el robo desembozado. En otras palabras: la extensa elaboración que expone la lógica económica del capitalismo, que constituye la mayor parte del libro I, no es la última palabra. Llega, a continuación, un desplazamiento hacia otra perspectiva, la de la desposesión. Ese desplazamiento hacia lo que está detrás de la “morada oculta” es, también, un movimiento hacia la historia y hacia lo que denomino “condiciones de posibilidad de base de la explotación”.

Podría decirse, sin embargo, que Marx no desarrolló en su totalidad las implicaciones de ese giro epistémico de la explotación hacia la morada aún más oculta de la expropiación. Tampoco teorizó acerca de otros giros epistémicos, de igual grado de importancia, implicados en su visión del capitalismo. Esos movimientos hacia moradas incluso más ocultas todavía deben ser conceptualizados, como también deben serlo las implicaciones de la acumulación “primitiva” en su total dimensión. Es imprescindible incorporar todas estas cuestiones, en nuevos libros de El capital si se quiere, para poder desarrollar una comprensión adecuada del capitalismo del siglo XXI.

De la producción de mercancías a la reproducción social

Un giro epistémico esencial es el de la producción a la reproducción social: las formas de aprovisionamiento, provisión de cuidado e interacción que producen y mantienen a los seres humanos y los vínculos sociales. Denominada de formas diversas como “cuidado”, “trabajo afectivo” o “subjetivación”, esta actividad forma a los sujetos humanos del capitalismo y los sostiene como seres naturales corporizados, a la vez que los constituye como seres sociales, conforma su habitus y la sustancia socioética, o Sittlichkeit, donde se mueven. Fundamental en este sentido es el trabajo de dar a luz y socializar a los niños, construir comunidades, producir y reproducir los significados compartidos, las disposiciones afectivas y los horizontes de valor que sustentan la cooperación social. En las sociedades capitalistas, buena parte de esta actividad, aunque no toda, tiene lugar fuera del mercado, en los hogares, los barrios y una infinidad de instituciones públicas, entre ellas escuelas y guarderías; y buena parte de ella, aunque no toda, no adopta la forma de trabajo asalariado. Y sin embargo, la actividad de reproducción social es absolutamente necesaria para la existencia del trabajo asalariado, la acumulación de plusvalor y el funcionamiento del capitalismo. El trabajo asalariado no podría existir en ausencia del trabajo doméstico, la crianza de los hijos, la escolarización, el cuidado afectivo y una serie de otras actividades que ayudan a producir nuevas generaciones de trabajadores y a reponer las existentes, como asimismo a sostener vínculos sociales y entendimientos compartidos. Al igual que la “acumulación originaria”, la reproducción social es condición indispensable de posibilidad de la producción de mercancías.

Incluso más: desde el punto de vista estructural, la división entre reproducción social y producción de mercancías es decisiva para el capitalismo; en rigor, esa escisión es un artefacto del sistema. Como ya resaltaron numerosas teóricas feministas, la distinción está marcada por estereotipos de género: la reproducción se asocia con las mujeres y la producción con los hombres. Históricamente, la división entre trabajo asalariado “productivo” y trabajo no asalariado “reproductivo” fue el pilar de las formas capitalistas modernas de subordinación de la mujer. Al igual que la división entre propietarios y trabajadores, también esta se apoya en la ruptura de un mundo anterior. En este caso, lo que se hizo añicos fue un mundo donde el trabajo de las mujeres, si bien diferente del de los hombres, era visible y públicamente reconocido, parte constitutiva del universo social. Con el capitalismo, en contraste, la labor reproductiva se escinde y queda relegada a un ámbito doméstico “privado”, separado, donde su importancia social resulta opacada. Y en este nuevo mundo, en el que el dinero es un recurso primordial de poder, el hecho de que este trabajo no se pague o sea mal pago sella la cuestión: quienes lo realizan se ven estructuralmente subordinados a quienes perciben salarios dinerarios en la “producción”, incluso a pesar de que su trabajo “reproductivo” suministra las precondiciones necesarias para el trabajo remunerado.