Capitalismo - Nancy Fraser - E-Book

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Nancy Fraser

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Beschreibung

Nancy Fraser y Rahel JAEGGI examinan de nuevo las grandes preguntas que rodean la peculiar forma social conocida como "Capitalismo", y cuestionan muchas de nuestras suposiciones comunes sobre qué es el Capitalismo y cómo someterlo a la crítica. Muestran cómo, a lo largo de su historia, varios regímenes del Capitalismo se han basado en una serie de separaciones institucionales entre economía y gobierno, producción y reproducción social y naturaleza humana y no humana, reajustando periódicamente los límites entre estos dominios en respuesta a situaciones de crisis. Consideran cómo estas "luchas de frontera" -que estallan donde están las divisiones institucionales constitutivas del Capitalismo, es decir, donde la economía se encuentra con la política, la sociedad con la naturaleza, y la producción con la reproducción- ofrecen una clave para comprender las contradicciones del Capitalismo y las múltiples formas de conflicto a las que da lugar. Observan que las sociedades capitalistas son inherentemente proclives a generar dos tipos de lucha: las luchas de clase, en el sentido marxista, y las luchas de frontera. A lo largo de las cuatro secciones en las que organizan el libro -conceptualizar el Capitalismo, historizar el Capitalismo, criticar el Capitalismo y combatir el Capitalismo- estas dos destacadas intelectuales de la Teoría Crítica nos presentan una crítica renovada del Capitalismo que pone nuestra coyuntura actual en una perspectiva más amplia, junto con diagnósticos agudos del reciente resurgimiento del populismo de derechas y lo que se requeriría de una alternativa de izquierda viable. Construyen una obra clave para la renovación de la teoría crítica y que resultará de gran interés para cualquier persona preocupada por la naturaleza y el futuro del Capitalismo y por las cuestiones clave implicadas en la política progresista actual.

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Nancy Fraser, Rahel Jaeggi Brian Milstein (Ed.)

Capitalismo: Una conversación desde la Teoría Crítica

Traducido por: Roc Filella

Revisado por: Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría

 

 

Título original de la obra:

Capitalism. A conversation in critical theory

© 2018 Polity Press

This edition is published by arrangement with Polity Press Ltd., Cambridge.

All Rights Reserved

© 2018 Nancy Fraser y Rahel Jaeggi

 

 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

 

 

 

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© EDICIONES MORATA, S. L. (2019)

Nuestra Sra. del Rosario, 14, bajo

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

[email protected]

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-7112-935-2

ISBNebook: 978-84-7112-936-9

Depósito legal: M-6.599-2019

Compuesto por: MyP

Printed in Spain — Impreso en España

Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. Algete (Madrid)

Imagen de la cubierta por Ignacio Alcazar, reproducida con autorización.

www.ignacioalcazar.com @nachoalcazar73

Nota de la editorial

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Para Daniel Zaretsky Wiesen, Julian Zaretsky Wiesen y Jakob Jaeggi. Herederos de la historia que hemos construido. Portadores de nuestras esperanzas de un mundo mejor.

Prefacio

Introducción

CAPÍTULO 1. Conceptualizar el capitalismo

¿Qué es el capitalismo? El problema de la pluralidad y de la unidad.—Características fundamentales del capitalismo: un punto de partida ortodoxo.—Los mercados: ¿una característica definitoria del capitalismo?—Entre bastidores: de la “historia de primer plano” a la “historia de fondo”.—De la producción a la reproducción.—De la naturaleza humana a la no humana.—De la economía a la política.—Raza, imperialismo y expropiación.—¿Sistema económico, gramática totalizadora u orden social institucionalizado?—Unidad del análisis y la crítica.

CAPÍTULO 2. Historizar del capitalismo

El capitalismo en el tiempo.—La dinámica a nivel de sistema.—La dinámica a nivel social.—Los regímenes de política-con-economía.—El ascenso del neoliberalismo.—Los regímenes de producción-con-reproducción.—“Refugio en un mundo despiadado”.—Las naturalezas históricas del capitalismo.—Los regímenes de acumulación socioecológicos.—Los regímenes de acumulación racializados.—Las intersecciones: perspectivas de un capitalismopost-racista y post-sexista.

CAPÍTULO 3. Criticar del capitalismo

Formas de criticar el capitalismo.—La crítica funcionalista.—La crítica moral.—La crítica ética.—La libertad.—La historicidad.—La alienación.—Estrategias de integración y formas de vida.—La crítica inmanente y las contradicciones sociales.—El funcionalismo normativo.—Las contradicciones normativas.—En contra de los dualismos polanyianos.—Los recursos internos para la crítica.—La división, la dependencia y la denegación.—La teoría universal de la historia.—Los bloqueos y los procesos de aprendizaje.—Las crisis latentes y la resolución de problemas.

CAPÍTULO 4. Combatir el capitalismo

Luchas de clase y luchas de frontera.—Las luchas de frontera y los movimientos sociales actuales.—El anarquismo.—Los movimientos de decrecimiento.—Los movimientos poscoloniales, descoloniales e indígenas.—El movimiento triple.—Apogeo y decadencia del neoliberalismo progresista.—El futuro.

Índice

Prefacio

Escribimos este libro en un momento convulso y de forma poco convencional. Las certezas establecidas se desmoronaban a nuestro alrededor. Las crisis económica y medioambiental se agravaban ante nuestros ojos y despertaban una manifiesta contestación en todo el mundo. Al mismo tiempo, un poco por debajo de la superficie, aparecían otros callejones sin salida, de la familia, la comunidad y la cultura; que aún no eran focos importantes de lucha social, pero sí crisis en proceso, dispuestas a estallar a plena vista. Por último, en 2016 parecía que la agitación acumulada se fusionaba en una crisis a gran escala de hegemonía política, con los votantes de todo el mundo en oposición abierta al neoliberalismo, amenazando con expulsar a los partidos y las élites que han sido sus valedores en favor de alternativas populistas, de izquierda y de derecha. Era lo que los chinos (y Eric Hobsbawn) llaman “tiempos interesantes”.

Una situación sin duda interesante, en especial para los filósofos que se dedican a desarrollar una teoría crítica de la sociedad capitalista. Antes de unir nuestras fuerzas para escribir este libro, las dos llevábamos varios años participando en ese proyecto. Decidimos hacerlo partiendo del supuesto de que la convulsión cada vez más profunda que nos rodeaba se podía interpretar acertadamente como una crisis de la sociedad capitalista o, mejor, como una crisis del tipo específico de sociedad capitalista en la que hoy vivimos. Los tiempos, pensamos, clamaban por este tipo de análisis. ¿Y qué mejor preparación para la tarea que nuestro común historial en la teoría crítica y el marxismo occidental, mutua historia de apasionada entrega político-intelectual, y el filosofar crítico del capital que cada una individualmente llevaba poniendo en práctica durante bastante tiempo?

Vimos nuestra oportunidad cuando John Thompson nos propuso un libro para la serie “Conversations” de Polity. Una propuesta, sin embargo, que adaptamos a nuestros fines. En vez de ocuparnos de la trayectoria general del pensamiento de Nancy Fraser, como John sugirió inicialmente, decidimos centrar nuestras “conversaciones” de forma específica en la cuestión del capitalismo y en el trabajo que las dos estábamos haciendo sobre ese tema.

Una vez tomada la decisión, el proceso de escritura de este libro siguió sus propios vericuetos. Íbamos y veníamos entre dos concepciones de lo que estábamos haciendo. La idea, al principio, era grabar una serie de conversaciones razonablemente bien planificadas sobre aspectos del tema: conversar oralmente en persona y editar las transcripciones de forma que estas conservaran su aire conversacional y semiespontáneo. Tal idea sobrevive, más o menos, en algunos capítulos del libro definitivo, en especial en la Introducción y en el Capítulo 4. Pero en otros capítulos cedió el paso a una concepción distinta que supuso una edición más ardua y un considerable trabajo de reescritura. El cambio era un reflejo de cómo nuestro trabajo sobre el libro se entrecruzaba con el que cada una realizaba también por su propia cuenta. Los Capítulos 1 y 2 acabaron por centrarse sobre todo en la visión “expandida” de Nancy del capitalismo como “un orden social institucionalizado” con tendencia a muy diversas crisis. Ella fue quien revisó sustancialmente estos capítulos. El Capítulo 3, en cambio, sigue el mapeado de Rael Jaeggi de los diversos géneros que comprende una crítica del capitalismo, sus respectivas lógicas internas y sus relaciones mutuas. Revisado por ella en su mayor parte, este capítulo expone también la visión “teórico-práctica” de Jaeggi del capitalismo como “forma de vida”.

Al margen de esos énfasis personales, este libro fue en su totalidad un esfuerzo conjunto. Su formato, pese a su carácter poco convencional, es fiel al verdadero proceso creativo al que las dos nos entregamos, en los debates grabados, las conversaciones privadas y las presentaciones públicas en Berlín, Fráncfort, París, Cambridge (UK) y Nueva York, durante la vacaciones familiares en Vermont, y en el seminario del grado sobre Críticas del Capitalismo en la primavera de 2016. Estamos convencidas de que el libro, en conjunto, es mucho mejor que la suma de sus partes. Surgió de una combinación de circunstancias casual pero fructífera, y de las que también es reflejo: compartimos muchos puntos de referencia intelectuales y muchas ideas políticas y, no obstante, nuestros enfoques filosóficos divergen; también disfrutamos de una profunda amistad centrada en una comunicación que no por intermitente deja de ser intensa. El resultado es un libro más rico y profundo de lo que ninguna de las dos podría haber conseguido sola.

En ese proceso contrajimos muchas deudas de gratitud, tanto comunes como individuales. Nancy Fraser agradece la ayuda a la investigación de la Fundación Einstein de la ciudad de Berlín y el Instituto JFK de Estudios Americanos de la Universidad Libre de Berlín, la Fundación Rosa Luxemburgo, el Centro de Estudios Avanzados “Justitia Amplificata” (Fráncfort) y el Forschungskolleg Humanwissenschaften (Bad Homburg), el Centro de Estudios de Género y el Clare Hall de la Universidad de Cambridge, el Grupo de Estudios sobre Sociedades Poscrecimiento de la Universidad Friedrich Schilller (Jena), el Collége d’Études Mondiales y la École des Hautes Études en Sciencies Sociales (París), y la New School for Social Research (Nueva York). Asimismo, agradece a Cinzia Arruzza y Johanna Oksala los inspiradores intercambios sobre marxismo, feminismo y capitalismo durante los seminarios impartidos en equipo en la New School, a Michael Dawson por haberla animado a teorizar el lugar de la opresión racial en la sociedad capitalista, y a Robin Blackburn, Hartmut Rosa y Eli Zaretsky por las fecundas conversaciones y la inquisitiva retroalimentación.

Rahel Jaeggi reconoce agradecida el apoyo a la investigación del programa para profesores Heuss alemán, la Nueva Escuela de Estudios Sociales, el Grupo de Estudios sobre las Sociedades Poscrecimiento de la Universidad Friedrich Schiller de Jena, Alemania, y la Universidad Humboldt de Berlín. Da las gracias también a Eva von Redecker y los demás miembros del grupo de estudio (Lea Prix, Isette Schuhmacher, Lukas Kübler, Bastian Ronge y Selana Tzschiesche) por su participación en diferentes fases y de diversas formas, a Hartmut Rosa, Stefan Lessenich y Klaus Dörre por animar los debates y ayudar a poner de nuevo el tema sobre la mesa, a Axel Honneth y Fred Neuhouser por su permanente inspiración, y a Martin Saar y Robin Celikates por ser esos compañeros intelectuales sin los cuales la vida académica no sería igual.

Las dos damos las gracias a Blair Taylor y Don Boscov-Ellen por su extraordinaria ayuda a la investigación, mucho más allá de la meramente técnica, a Brian Milstein por la exquisita edición y la preparación del texto original en las fases finales, a John Thompson por la propuesta inicial de que escribiéramos este libro y por la paciencia con la que ha esperado su finalización, a Leigh Mueller por sus correcciones, y a Victoria Harris y Miriam Dajczgewand Ṥwiȩtek por su ayuda en la revisión del texto.

Nancy Fraser y Rahel Jaeggi

Introducción

Jaeggi: Últimamente, la crítica del capitalismo se encuentra en una especie de “fase de eclosión”, o, como decimos en alemán, “hat Konkjunktur” (en auge). Durante mucho tiempo, el capitalismo ha estado ausente en gran parte del debate político e intelectual. Lo ha estado incluso de la agenda de la “teoría crítica”, la tradición a la que tú y yo estamos asociadas. Pero hoy el interés por el capitalismo está aumentano repentinamente, y no me refiero solo al interés por la economía de mercado, la globalización, la sociedad moderna o la justicia distributiva, sino el interés por el capitalismo. Y sin duda hay buenas razones para que así sea, una de las cuales, y no la menor, es la crisis económica de 2007/2008. Como sabemos, esta crisis pasó rápidamente del ámbito financiero al fiscal y el económico y, desde allí, a la política y la sociedad, sacudiendo a los gobiernos, la Unión Europea, las instituciones del estado de bienestar y, en cierto modo, el propio tejido de la integración social. Desde el período de entreguerras, las sociedades occidentales nunca se habían sentido tan expuestas a la inestabilidad y la imprevisibilidad de nuestro orden económico y social: una sensación de vulnerabilidad que las reacciones de sus gobiernos manifiestamente democráticos no hicieron sino agrandar y agravar, unos gobiernos que parecían ir de la pura impotencia a la fría indiferencia.

Lo más destacable es la rapidez con que la crítica del capitalismo se ha vuelto a poner de moda. No hace mucho que la palabra “capitalismo” estaba todavía prácticamente desprestigiada, tanto en la academia como en la esfera pública. Aceptemos que algunas de las críticas que hemos estado viendo son rudimentarias, simplistas y hasta inflacionarias. Pero las dos convenimos en que una crítica renovada del capitalismo es exactamente lo que hoy necesitamos, y es importante que los teóricos críticos como tú y yo nos ocupemos de nuevo del capitalismo.

Fraser: Sí, desde luego, la vuelta del interés por el capitalismo es una magnífica noticia para el mundo en general, pero también para ti y para mí. Las dos hemos estado trabajando por separado en reanimar el interés por este tema. Hace ya tiempo que las dos intentamos devolver ideas fundamentales de la crítica de la economía social a la teoría crítica: en tu caso, el concepto de “alienación”; en el mío, los conceptos de “crisis” y “contradicción”1.Y las dos nos hemos propuesto reconsiderar la propia idea de qué es el capitalismo: en tu caso, una “forma de vida”; en el mío, un “orden social institucionalizado”2. Pero hasta hace poco éramos voces en el desierto. Hoy, en cambio, la situación ha cambiado. Actualmente, son muchos los que quieren hablar del capitalismo, no solo tú y yo. Existe un acuerdo generalizado en que el capitalismo es (de nuevo) un problema y objeto merecedor de la atención política e intelectual. Como decías, es algo perfectamente comprensible. Refleja la sensación omnipresente de que estamos atrapados en la agonía de una crisis muy profunda: una grave crisis sistémica. En otras palabras, a lo que nos enfrentamos no es solo a una serie de problemas concretos puntuales, sino a una disfunción estructural profunda alojada en al propio corazón de nuestra forma de vida.

De modo que, aunque la gente no sabe muy bien a qué se refiere cuando habla de capitalismo, el mero hecho de que la palabra se utilice de nuevo es esperanzador. Lo interpreto como el ansia de un tipo de teoría crítica que ponga al descubierto las raíces estructurales profundas de una importante crisis sistémica. Lo cual es significativo, si bien es verdad que, en muchos casos, el uso de la palabra “capitalismo” es predominántemente retórico, y actúa más como concepto factual que como gesto hacia la necesidad de un concepto. En esta época, nosotros, los teóricos críticos, debemos plantear la pregunta de forma explícita: ¿Qué significa exactamente hablar hoy de capitalismo? ¿Y cuál es la mejor forma de teorizarlo?

Jaeggi: Hemos de dejar claro a qué nos referimos al decir que el capitalismo ha regresado. Siempre ha habido, por supuesto, movimientos sociales y grupos de defensa preocupados por diversas formas de justicia social y económica, y el tema de la “justicia distributiva” ha tenido su apogeo en determinadas partes de la academia. En los debates sobre la globalización, además del futuro de la autonomía nacional,de la pobreza y de la desigualdad en el mundo en desarrollo, surgen a menudo las cuestiones económicas. Ocurre también que el término “capitalismo” ha seguido flotando a nuestro alrededor como sinónimo de “modernidad” en algunos círculos, donde la “crítica del capitalismo” acaba por referirse a la crítica cultural al estilo de Baudrillard y Deleuze. Pero ninguno de estos enfoques aborda el capitalismo en el sentido del que aquí hablamos. Ninguno lo entiende como una forma integral de vida, asentado, como diría Marx, en un modo de producción, con una serie muy concreta de supuestos, dinámicas, tendencias a la crisis y contradicciones y conflictos fundamentales.

Fraser: Sí, estoy de acuerdo. Sin embargo, afortunadamente el interés actual por el capitalismo trasciende los enfoques limitados y parciales que acabas de mencionar. Lo que lo empuja, como decía, es la sensación generalizada de crisis profunda y omnipresente, no solo sectorial, sino una crisis que abarca todos los aspectos importantes de nuestro orden social. Por lo tanto, el problema no es meramente “económico”, no se trata “solo” de la desigualdad, el desempleo o la mala distribución, por graves que sean todas estas realidades. Tampoco es siquiera solo el 1% frente al 99%, una retórica que llevó a muchos a empezar a plantear preguntas sobre el capitalismo. Por encima y más allá de la cuestión de cómo se “distribuye” la riqueza, está, para empezar, el problema de qué se entiende por riqueza y cómo se produce esa riqueza. Asimismo, detrás de la cuestión de quién percibe cuánto por el tipo de trabajo que realiza está la pregunta más profunda de qué se entiende por trabajo, cómo se organiza este, qué nos exige y cómo nos afecta hoy esta organización.

A mi entender, esto es lo que habría que plantear al hablar de capitalismo. No solo por qué unos tienen más y otros menos, sino también por qué son tan pocos los que gozan de una vida estable y una sensación de bienestar, y por qué son tantos los que han de pelearse por un trabajo precario, yendo de un empleo a otro con menos derechos, protección y beneficios, y acumulando deudas. Pero esto no es todo. Las graves dificultades de las familias, y el consiguiente estrés que generan, plantean preguntas igualmente fundamentales: ¿por qué y cómo las presiones del trabajo asalariado y la deuda alteran las condiciones de la educación de los hijos, el cuidado de los mayores, las relaciones familiares y los vínculos comunitarios: en resumen, toda la organización de la reproducción social? Preguntas profundas que surgen del efecto progresivamente alarmante de nuestra relación extractiva con la naturaleza, a la que el capitalismo trata como “grifo” de energía y materias primas, y como “pileta” a la que echar los desperdicios. Tampoco hay que olvidar, por último, las cuestiones políticas, sobre, por ejemplo, el vaciado de la democracia por parte de las fuerzas del mercado en dos niveles: por un lado, la captura corporativa de los partidos políticos y de las instituciones públicas a nivel del Estado territorial; por otro lado, la usurpación del poder de toma política de decisiones a nivel transnacional por parte de la economía global, una fuerza que no ha de rendir cuentas a ningún demos.

Todo esto es fundamental para lo que supone hablar hoy de capitalismo. Una consecuencia es que nuestra crisis no es solo económica. También comprende deficiencias en la asistencia, el cambio climático y la des-democratización. Pero tampoco esta formulación es buena del todo. La cuestión más profunda es qué subyace en todos estos inextricables problemas: la creciente sensación de que su aparición simultánea no es mera coincidencia, de que apunta a algo mucho más enraizado en nuestro orden social. Esto es lo que empuja a muchos a considerar de nuevo el capitalismo.

Jaeggi: Estas múltiples crisis nos obligan a preguntarnos si en la formación social del capitalismo hay algún tipo de fallo más profundo. Actualmente, mucha gente sospecha que no basta con fijarse solo en estos efectos malos ante la probabilidad de que toda una forma de vida se haya hecho disfuncional. Y esto significa que estas personas están dispuestas a observar con mayor profundidad las diversas prácticas sociales que esta formación social comprende: no solo la desigualdad, la degradación medioambiental o la globalización, como decías, sino las propias prácticas que componen el sistema que genera estos conflictos, hasta llegar a cómo entendemos cosas como la pobreza, el trabajo, la producción, el intercambio, los mercados, etc.

Pero si convenimos en que la crítica del capitalismo vuelve a estar de nuevo en la agenda y que esto es un avance muy de agradecer, también nos hemos de preguntar antes adónde fue. ¿Qué ocurrió para que durante tanto tiempo se dejara de lado el capitalismo? ¿Cómo podemos interpretar su desaparición de la teoría crítica? Parece que, en las últimas décadas, hemos presenciado un giro hacia una visión de “caja negra” de la economía. Es el caso evidente del liberalismo filosófico y otras escuelas de pensamiento que limitan su atención a cuestiones de “distribución”. Pensemos en los rawlsianos de izquierda o en socialistas como G. A. Cohen: adoptan un enfoque radical e igualitario distinto sobre las cuestiones de justicia distributiva, pero suelen rehuir hablar de la propia economía3. Hablan de lo que sale de la “caja negra” de la economía y de cómo distribuirlo, pero no dicen nada de lo que ocurre dentro de la caja, cómo funciona esta, y si todos esos tejemanejes son realmente necesarios o deseables.

Pero la tendencia no es exclusiva del liberalismo y las teorías de la justicia. El capitalismo era un problema fundamental para la teoría crítica. Prácticamente para todos los pensadores de esta tradición —de Marx a Lukács, Horkheimer, Adorno y el primer Habermas— el capitalismo era un asunto fundamental. Pero en cierto momento de mediados a finales de la década de 1980, desapareció en gran medida de la escena. ¿Qué pasó? ¿Es que todos nos hicimos tan ideológicamente “unidimensionales” que hasta los teóricos críticos perdieron de vista los orígenes de nuestra falta de libertad? Parece una explicación bastante vulgar. Sospecho que el desarrollo teórico de nuestra tradición intelectual tiene unas razones intrínsecas que han llevado al abandono del tema.

En cierto sentido, Teoría de la acción comunicativa de Habermas, con su polémica tesis sobre la “colonización del mundo de la vida”, fue el último intento de asentar la teoría crítica en una teoría social a gran escala.4 Es evidente que se inspira en Marx, Lukács y las intuiciones de la teoría crítica anterior, de una forma que no se puede atribuir igualmente a algunos de sus discípulos posteriores. No obstante, Habermas se basa en ideas teóricas de los sistemas sobre la diferenciación funcional, hasta el punto de que elimina efectivamente la esfera económica del ámbito de la crítica. La economía se entiende como algo que funciona autónomamente, un dominio “libre de normas” impulsado por su propia lógica5. Esto equivale a otro tipo de enfoque de “caja negra”, porque todo lo que podemos hacer es protegernos contra la intromisión de lo económico en otras áreas de la vida. La economía capitalista es un “tigre” al que hay que “domar” con medios políticos o externos de otro tipo, pero ya no tenemos acceso crítico a la propia economía.

Ahora bien, esto no significa iniciar de nuevo el debate entre la transformación del capitalismo mediante la reforma y su superación con medios más radicales. El grado en que se pueda “domar” el capitalismo sin que deje de ser “capitalismo” es en gran medida un problema semántico, en el que no necesitamos entrar ahora. Al mismo tiempo, los excesos y peligros del capitalismo actual pueden concedernos un descanso en el debate sobre si la idea de “domar” el capitalismo sigue siendo adecuada. “La conexión histórica entre democracia y capitalismo”6 es hoy objeto de intenso debate, y tal vez por esto sea hoy cuando se empiezan a desarrollar nuevos dictámenes sobre los problemas económicos.

Fraser: Estoy completamente de acuerdo contigo en que Teoría de la acción comunicativa de Habermasmarcó un punto de inflexión en la teoría crítica. Como decías, fue el último gran intento sistemático, pero no consiguió generar obras posteriores de ambición y amplitud equiparables. En su lugar, su legado demostró ser un enorme incremento de la especialización disciplinar entre los seguidores de Habermas. En las décadas siguientes, la mayoría de quienes se consideran teóricos críticos pasaron a hacer teoría moral, política o jurídica independiente, sin que prácticamente nadie se dedicara a una teoría social a gran escala (salvo el reciente y bienvenido Grupo de Estudios sobre Sociedades Poscrecimiento de Jena). La consecuencia fue el abandono de la idea original de la teoría crítica como proyecto interdisciplinar destinado a ocuparse de la sociedad como una totalidad. Las cuestiones normativas ya no se vinculaban al análisis de las tendencias societales y a un diagnóstico de los tiempos, con lo cual simplemente se dejó de intentar entender el capitalismo como tal. Ya no hubo más esfuerzos por identificar las estructuras profundas y los mecanismos impulsores, sus tensiones y contradicciones definitorias, o sus formas características de conflicto y posibilidades emancipadoras. El resultado fue no solo el abandono del terreno central de la teoría, sino que también embarró la frontera en su día nítida que la separaba del liberalismo igualitario. Hoy, esos dos campos se han acercado tanto que apenas se pueden distinguir, y es difícil determinar dónde termina el liberalismo y dónde empieza la teoría crítica. Tal vez lo mejor que se puede decir es que la (llamada) teoría crítica se ha convertido en el ala izquierda del liberalismo, algo que me disgusta desde hace mucho tiempo.

Jaeggi: En realidad, Axel Honneth lleva también mucho tiempo criticando esta tendencia a centrar la atención en el normativismo independiente. Es una de las personas que, al modo hegeliano, ha seguido en contacto con la teoría social y, reconstruyendo las esferas institucionales de las sociedades modernas, ha empezado a repensar de otro modo el “sistema de necesidades”, la esfera del mercado y la economía en general7.

Fraser: Una buena observación. Pero Honneth es la excepción que confirma la regla. La inmensa mayoría de los teóricos críticos han mostrado poco interés por la teoría social. Y si queremos entender la relativa ausencia de crítica del capitalismo en los últimos años, hemos de contemplar también el factor del auge espectacular del pensamiento posestructuralista en las postrimerías del siglo XX. En la academia estadounidense, al menos, el postestructuralismo se convirtió en la “oposición oficial” a la filosofía moral y política liberal. Y, sin embargo, a pesar de sus diferencias, estos manifiestos oponentes compartían algo fundamental: tanto el liberalismo como el postestructuralismo eran formas de rehuir el problema de la economía política y el de la propia economía social. Fue una convergencia de extraordinaria fuerza: todo un golpe de mano, si se quiere.

Jaeggi: ¿Se podría decir que, a partir de ambos polos, el normativismo liberal-kantiano y la crítica postestructuralista de la normatividad, hoy nos encontramos en una situación en que la unidad del análisis y la crítica se ha descompuesto? Más allá del interés explícito por el capitalismo, la idea fundamental de la teoría crítica fue desde el principio la continuación del marco marxista-hegeliano para el análisis y la crítica de la sociedad. Estuvo motivada por esta idea muy especial de que el análisis social, sin ser moralista, debía contener ya algún objetivo transformador y emancipador. Pero hoy, con el dominio del liberalismo político y la enorme influencia de Rawls, parece que esta unidad se ha roto, de modo que tenemos, por un lado, una teoría social empírica y, por otro, una teoría política normativa.

Fraser: Tienes toda la razón en lo que dices del liberalismo rawlsiano —y su oposición postestructuralista, añadiría yo—. El dominio intelectual conseguido con la conjunción de estos dos campos acabó efectivamente con el proyecto hegeliano-de izquierdas, al menos durante un tiempo. Se cortó el vínculo entre el análisis social y la crítica normativa. Lo normativo arrancado del ámbito social para tratarlo como algo independiente, fuera con el objetivo de afirmarlo (como en el caso de los liberales) o de rechazarlo (como en el caso de los postestructuralistas).

Jaeggi: Pero quizás había buenas razones para apartarse del capitalismo y la economía. Tal vez era algo que había que hacer, incluso por parte de los pensadores de izquierda y los teóricos críticos. Las teorías de inspiración marxista más antiguas tendían a fomentar una forma manifiestamente “economicista” de ver la sociedad, y necesitábamos alejarnos un poco de esa visión. De modo que en la imagen, con la salida del capitalismo, se hizo sitio a la exploración de una amplia diversidad de cuestiones culturales, como el género, la raza, la sexualidad y la identidad. Y necesitábamos desesperadamente no supeditar estos estudios a la economía . Pero creo que ha llegado el momento de restablecer un equilibrio. No basta con evitar el economicismo. También debemos procurar no perder de vista la importancia del lado económico de la vida social.

Fraser: Comparto tu idea de que el alejamiento de la economía política no fue un simple error, por dos razones diferentes. La primera es que abordar las cuestiones del falso reconocimiento, la jerarquía de estatus, la ecología y la sexualidad ha reportado auténticos beneficios. Eran cuestiones que un paradigma ortodoxo, esclerótico y reductivamente economicista había quitado de la mesa. Recuperarlas y darles un lugar preeminente en la teoría crítica representa un logro importante. Por esta razón siempre he insistido en un enfoque de “tanto/como”: tanto la clase como el estatus, la redistribución como el reconocimiento. También es la razón de que insista en que no nos podemos limitar a volver a una crítica recibida anterior de la política económica, sino que la hemos de hacer más compleja, profundizar y enriquecer esta crítica con la incorporación de ideas del pensamiento feminista, la teoría cultural y el postestructuralismo, el pensamiento poscolonial, y la ecología.

Pero hay una segunda razón por la que el alejamiento de la economía política no fue un simple error. Fue más bien una reacción, por inconsciente que fuera, a un importante cambio histórico en el carácter del capitalismo. Sabemos que, en el período en cuestión, la sociedad capitalista se encontraba inmersa en un proceso de intensa reestructuración y reconfiguración. Un aspecto de ese cambio fue la nueva preeminencia de “lo simbólico” (lo digital y la imagen, el comercio de derivados y Facebook), que pensadores tan diversos como Frederic Jameson y Carlo Vercellone se han propuesto teorizar8. Esto, evidentemente, va unido a la descentralización de la fabricación en el Norte Global, el auge de la “economía del conocimiento” o “capitalismo cognitivo”, la centralidad de la economía, las tecnologías de la información y, más en general, el trabajo simbólico. Puede parecer paradójico, pero hay una historia político-económica que ayuda a explicar por qué la gente abandonó la economía política y empezó a centrarse sesgadamente en cuestiones de cultura, identidad y discurso. Son temas que parecen ser algo distinto de la economía política, pero en realidad no se pueden entender sin considerar esta. De modo que no se trata de un simple error: es también el indicio de algo que acontecía en la sociedad.

Jaeggi: Hay una vieja cita de Horkheimer: “El economicismo... no consiste en dar demasiada importancia a la economía, sino en darle un alcance demasiado estrecho”9. En otras palabras, no deberíamos apartarnos de la economía, sino intentar repensar la economía y el papel que desempeña en la sociedad en un sentido “más amplio”. Tengo la impresión de que no hemos llegado aún a una concepción suficientemente amplia, y buena parte de la tendencia a abandonar el tema del capitalismo se debe a este “miedo al economicismo” que llevamos interiorizando desde los primeros días de la Escuela de Fráncfort. De ahí que gran parte de mi interés esté en la ontología social, las formas de vida, y en tratar de entender la economía como una “práctica social”10. En un enfoque orientado a la práctica, la economía y sus instituciones abarcan un subconjunto de prácticas sociales que están interrelacionadas de diversas formas con otras prácticas, las cuales, juntas, forman parte del tejido sociocultural de la sociedad. Este tipo de pensamiento tiene la ventaja de evitar la oposición entre “lo cultural” y “lo económico”, una dicotomía que no me parece especialmente útil.

¿Dónde situarías tu propio trabajo respecto a esta economía y estas tendencias? Desde hace tiempo, enmarcas tu proyecto como “redistribución” y como “reconocimiento”. ¿Dirías que tu trabajo reciente es un alejamiento de esta “caja negra”, la forma de pensar centrada en la redistribución? ¿O crees que tu trabajo anterior sobre el debate de redistribución frente a reconocimiento ya incorpora un interés por el capitalismo?

Fraser: Siempre he procurado oponerme a lo que llamas enfoque de “caja negra”. Y la cuestión del capitalismo nunca ha estado ausente de mis reflexiones conscientes, ni siquiera cuando no era el tema específico de un determinado proyecto. Por mis orígenes en el ala izquierda socialista-democrática de la Nueva Izquierda, siempre asumí como axioma que el capitalismo era el marco base en el que había que situar toda cuestión de filosofía social y teoría política. Era algo incuestionable para mi generación. Por esto, cuando en la década de 1980 escribía sobre la “lucha por las necesidades”, el androcentrismo del “salario familiar” o la idea de la llamada “dependencia del bienestar”, intentaba esclarecer aspectos de lo que entonces se llamaba el “último capitalismo”, y lo que ahora se llamaría “capitalismo gestionado por el Estado”11.

Lo mismo cabe decir de mi trabajo en las décadas de los noventa y dos mil. En esa época, me interesaba interpretar un importante cambio en la cultura política de la sociedad capitalista: lo que yo llamaba el paso “de la redistribución al reconocimiento”12. Lejos de ser un ejercicio de filosofía moral independiente, ese trabajo era un primer intento de comprender una mutación histórica de época de la sociedad capitalista, desde la variante “gestionada por el Estado” de la posguerra al capitalismo “financiarizado” actual. En otras palabras, creo que “redistribución” nunca pretendió ser un eufemismo ni el sustituto de “capitalismo”. Era más bien el término que yo utilizaba para designar una gramática de las exigencias políticas dirigidas hacia un aspecto estructural de la sociedad capitalista pero al que imaginaba como una “caja negra” económica”, por así decirlo, y que se convirtió en importante objeto de la lucha social y la gestión de la crisis en el régimen gestionado por el Estado. Me interesaba desvelar cómo y por qué la sociedad capitalista generaba esta especie de caja negra económica de distribución, independiente de la caja cultural igualmente problemática del reconocimiento. Así pues, mi intención no era promover la idea de caja negra de la distribución, sino intentar explicar su origen y por qué se yuxtaponía al reconocimiento. Situé el origen de estas categorías (y de su oposición mutua) exactamente en el capitalismo, que entendía como la totalidad más amplia en la que había que entender la redistribución y el reconocimiento, la clase y el estatus.

No obstante, comparto tu opinión de que mi trabajo actual enfoca el problema del capitalismo de forma distinta y más enfática. La sociedad capitalista actual es el primer plano de mi teorización, el objeto directo de mi crítica. Parte de la razón es que el carácter del capitalismo financiarizado como un régimen profundamente saturado de crisis me parece hoy mucho más claro. Pero se debe también a que, por primera vez desde la década de 1960, veo la evidente fragilidad del capitalismo, que hoy se manifiesta abiertamente con grietas visibles. Esta fragilidad me incita a mirarlo de frente, y a fijarme concretamente en sus “tendencias a la crisis” y sus “contradicciones”.

Jaeggi: Sin embargo, volver a este tipo de teorización puede no ser fácil, en especial si estamos hablando de volver al tipo de “gran teoría” que la mayoría de los teóricos críticos y sociales abandonaron hace mucho tiempo: la teorización que se ocupa de largos procesos históricos, conflictos sistémicos, y contradicciones y tendencias a la crisis profundamente asentadas. Marx buscaba el despliegue de una de estas crisis, pero hoy estamos ante una diversidad de crisis y conflictos. ¿Necesitamos que la teoría social a gran escala reflexione sobre el capitalismo en crisis?

Fraser: Sí, necesitamos la “gran teorización”, en mi opinión, y siempre la hemos necesitado. Pero tienes razón: no es fácil desarrollar una teoría social a gran escala del capitalismo para nuestro tiempo. Un problema, como decías, es la multidimensionalidad de la crisis actual, que no es solo económica y financiera, sino también medioambiental, política y social. La teorización economicista no puede interpretar correctamente esta situación. Pero tampoco nos debemos contentar con vagos gestos a la “multiplicidad”, que tan de moda se han puesto. Al contrario, hemos de desvelar las bases estructurales de las múltiples tendencias a la crisis de la propia totalidad social: la sociedad capitalista. Corremos con ello muchos peligros. No bastará con redoblar la apuesta por los modelos marxistas recibidos, ni limitarse a deshacerse de todos ellos. De algún modo necesitamos desarrollar una nueva interpretación del capitalismo que integre las ideas del marxismo con las de paradigmas más nuevos, incluidos el feminismo, la ecología y el poscolonialismo, evitando al mismo tiempo los respectivos puntos ciegos de cada uno.

En mi caso, el tipo de teoría social a gran escala que estoy desarrollando ahora se centra en el problema de la crisis. Un empeño que tal vez signifique meter la cabeza en la boca del león, porque ningún tipo de teoría crítica ha sido criticada con tanta dureza como la “teoría de la crisis”. Es un género que ha sido objeto de amplio rechazo, y hasta se ha desestimado, por entenderlo como algo inherentemente mecanicista, determinista, teleológico, funcionalista o como se lo quiera llamar. Sin embargo, vivimos en una época que pide a gritos una crítica de la crisis. Más aún, creo que hoy necesitamos desesperadamente reconstruir la teorización de la crisis. Es la clase de teoría social a gran escala que hoy busco y de la que quiero hablar aquí contigo.

Jaeggi: Es evidente que tenemos mucho en común en estos temas. En mi libro Forms of Life también defendía una crítica de las formas de vida a partir de las crisis, entendiendo por tal una crítica inmanente que busca su punto de partida no “positivamente”, en valores ya compartidos, sino en las crisis y contradicciones inmanentes inherentes a la dinámica de las formas de vida: en el hecho de que las formas de vida pueden “fracasar”, aunque el propio fracaso se inculque normativamente13.

Sin embargo, centrarse en las crisis y en las contradicciones da muchas cosas por supuestas. Son muchos los teóricos críticos que desde hace mucho tiempo definen su trabajo en referencia a las palabras de Marx a Arnold Ruge, sobre la “autoesclarecimento de las luchas y las ansias de la época”14. Unas palabras que interpretaban como la necesidad de centrarse en los movimientos sociales y en quienes participaban en este tipo de luchas, y de que el teórico crítico desempeñe el papel de quien explica los problemas de su alrededor. Hoy esta puede ser un interpretación un tanto “ligera” de la dinámica histórica en la que pensaba Marx cuando hablaba de “luchas y ansias” del presente. Al fin y al cabo, pensaba sobre todo en una lucha, la de clases, con una fuerte dinámica histórica y materialista como su fuerza impulsora de fondo.

Tú misma has citado el pasaje, y tu trabajo siempre ha reflejado perfectamente las luchas y los movimientos sociales que tienen lugar. Pero hoy parece que tu orientación ha experimentado un cambio. No es como si te hubieras alejado de la dimensión de lucha, algo que desde luego no has hecho, sino que has empezado a insistir más en los elementos “subjetivos” de la lucha y de los lenguajes con que se formulan las exigencias, en las dimensiones más “objetivas” de las contradicciones y las crisis, que dependen mucho de la dinámica de los elementos sistémicos que actúan con independencia de si las personas las tematizan o no a través de la lucha. De modo que hay implicaciones que hemos de tener en cuenta, y toda una serie de nuevas cuestiones que acompañan a este tipo de paso de una dimensión a otra.

Me interesa cómo podrían equilibrarse estas dos dimensiones. Una opción podría ser partir de las luchas sociales actuales para rastrear las contradicciones subyacentes. Otra opción podría implicar fijarse, de forma mucho más fundacional, en las condiciones de la integración y la división sociales como base de la reflexión sobre las contradicciones sistémicas, aunque teorizar a este tipo de nivel suele ser una propuesta complicada.

Fraser: Sí, así es. Efectivamente, ha habido un cambio de énfasis en mi trabajo reciente. Como persona que se formó intensamente en la escuela de Marx, siempre he pensado que el capitalismo albergaba “verdaderas” tendencias objetivas a la crisis, pero antes no me proponía analizarlas. Tal vez era porque mis experiencias políticas formativas fueron las luchas y los movimientos sociales de los años sesenta: pasé a preocuparme por las cuestiones de la lucha y el conflicto en un momento en que las tendencias del capitalismo a la crisis no adoptaban la forma que Marx describe en El capital.

En tiempos más recientes, me ha influido el pensamiento ecológico, en especial la crítica medioambiental del capitalismo, que postula ciertos límites, al parecer objetivos, al desarrollo del capitalismo, y que pretende identificar las contradicciones y las tendencias autodesestabilizadoras de un sistema social que está consumiendo las propias condiciones naturales que lo hacen posible. Esta clase de pensamiento no desempeñaba ningún papel importante en mi trabajo anterior, y mi interés por él despertó en las últimas décadas. El paradigma ecológico interpreta la crisis capitalista tan sistemática y tan profundamente estructural como el paradigma marxista, casi como si los dos compuestos de la crisis fueran paralelos. Sin embargo, la idea de este paralelismo no me satisface, y creo que debemos comprender la imbricación de una con la otra, y también con otras tendencias igualmente “objetivas” a la crisis política y social. Es un tema del que vamos a hablar más adelante, estoy segura.

Pero preguntabas por la relación entre los aspectos “objetivo” y “subjetivo” de una teoría crítica. (En algún momento tendremos que cuestionar la terminología; es muy posible que haya formas mejores de bautizar la distinción en la que estás pensando). Estoy convencida de que hemos de considerar tanto las “contradicciones reales”, o las tendencias sistémicas a la crisis, por un lado, como, por otro lado, las formas de conflicto y lucha que se desarrollan como respuesta a ellas. En algunos casos, las luchas son reacciones “subjetivas” explícitas y conscientes a la dimensión “objetiva”. En otros casos, son sintomáticas de esta dimensión. Y en otros, pueden ser algo completamente distinto. En otras palabras, la relación entre los dos niveles, el “objetivo” y el “subjetivo”, es un problema. No podemos dar por supuesta la sincronización perfecta que Marx creía haber discernido entre la crisis de sistema del capitalismo, por una parte, y la agudización de la lucha de clases entre el trabajo y el capital, por otra, según la cual la segunda reflejaba o respondía perfectamente a la primera. A falta de una autoarmonización de este tipo, hemos de tratar la relación entre estos dos polos como una cuestión abierta y un problema que hay que teorizar. Es una cuestión especialmente apremiante hoy, ante la evidente crisis estructural en la que nos encontramos, pero (hasta hoy) sin que se haya manifestado un consiguiente conflicto político que exprese adecuadamente la crisis de forma que pueda llevar a una resolución emancipadora. Así pues, la relación entre la crisis del sistema y la lucha social debe ser objeto importante de nuestra conversación en los capítulos siguientes.

1Rahel Jaeggi, Alienation, ed. Frederick Neuhouser y trads. Frederick Neuhouser y Alan E. Smith (Nueva York: Columbia University Press, 2014). Nancy Fraser, “Marketization, Social Protection, Emancipation: Toward a Neo-Polanyian Conception of Capitalist Crisis”, en Business as Usual: The Roots of the Global Financial Meltdown, eds. Craig Calhoun y Georgi Derlugian (New York University Press, 2011, pp. 137-158); “Can Society Be Commodities All the Way Down? Post-Polanyian Reflections on Capitalist Crisis”, Economy and Society, 43, no. 4 (2014), pp. 541-558; y Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis (Londres: Verso, 2013). (Trad. cast.: Fortunas del feminismo, Traficantes de sueños, 2015).

2 Rahel Jaeggi, Critique of Forms of Life, trad. Ciaran Cronin (Cambridge, MA: Harvard University Press, pendiente de publicación), y “What (If Anything) Is Wrong with Capitalism? Dysfunctionality, Exploitation, and Alienation: Three Approaches to the Critique of Capitalism”, Southern Journal of Philosophy, 54, Spindel Supplement (2016), pp. 44-65. Nancy Fraser, “Behind Marx’s Hidden Abode: For an Expanded Conception of Capitalism”, New Left Review, 86 (2014), pp. 55-72.

3 G. A. Cohen, Why Not Socialism? (Princeton University Press, 2009). (Trad. cast.: Por qué no el socialismo,Katz Editores / Katz Barpal, S.L., 2011).

4 Jürgen Habermas, The Theory of Communicative Action, 2 vols., trad. Thomas McCarthy (BostonBeacon Press, 1984-7 [1981]). (Trad. cast.: Teoría de la acción comunicativa, Taurus).

5 Para un debate razonado sobre el tema, véase Timo Jütten, “Habermas and Markets”, Constellations 20, no. 4 (2013), pp. 587-603.

6 Jürgen Habermas, The Lure of Technocracy, trad. Ciaran Cronin (Cambridge: Polity, 2015), p. 88. (Trad. cast.: En la espiral de la tecnocracia, Editorial Trotta, 2016).

7 Axel Honneth, Freedom’s Right: The Social Foundations of Democratic Life, trad. Joseph Ganahl (Cambridge: Polity, 2014). (Trad. cast.: El derecho de la libertad, Katz Editores / Katz Barpal, S.L, 2013).

8 Fredric Jameson, Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism (Durham: Duke University Press, 1991). (Trad. cast.: El posmoderrnismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Ediciones Paidós Ibérica, 1991); Carlo Vercellone, “From Formal Subsumption to General Intellect: Elements for a Marxist Reading of the Thesis of Cognitive Capitalism”, Historical Materialism, 15, no. 1 (2007), pp. 13-36.

9 Max Horkheimer, “Postscript” [to “Traditional and Critical Theory”]. (Trad. cast.: Teoría tradicional y teoría crítica, Ediciones Paidós Ibérica, 2000), en Critical Theory: Selected Essays, trad. Matthew J. O’Connell (Nueva York: Continuum, 1999), p. 249.

10 Rahel Jaeggi, “A Wide Concept of Economy: Economy as a Social Practice and the Critique of Capitalism”, en Critical Theory in Critical Times: Transforming the Political and Economic Order, ed. Penelope Deutscher y Cristina Lafont (Nueva York: Columbia University Press, 2017).

11 Nancy Fraser, “Struggle over Needs: Outline of a Socialist-Feminist Critical Theory of Late-Capitalist Political Culture”; Nancy Fraser y Linda Gordon, “A Genealogy of ‘Dependency’: Tracing a Keyword of the US Welfare State”; y “After the Family Wage: Gender Equity and the Welfare State” —todo (reimpreso) en Fraser, Fortunes of Feminism (Londres: Verso, 2013). (Trad. cast.: Fortunas del feminismo, Traficantes de sueños, 2015).

12 Nancy Fraser, “From Redistribution to Recognition? Dilemmas of Justice in a ‘Postsocialist’ Age”, New Left Review, 212 (1995), pp. 68-93; y Nancy Fraser y Axel Honneth, Redistribution or Recognition? A Political-Philosophical Exchange, trads. Joel Golb, James Ingram y Christiane Wilke (Londres: Verso, 2003). (Trad. cast.: Redistribución o reconocimiento, Ediciones Morata, 2006).

13 Jaeggi, Critique of Forms of Life.

14 Karl Marx, “Letter to A. Ruge”, septiembre 1843, en Karl Marx: Early Writings, trad. Rodney Livingstone y Gregor Benton (Nueva York: Vintage Books, 1975), p. 209.

Conceptualizar el capitalismo

¿Qué es el capitalismo? El problema de la pluralidad y de la unidad

Jaeggi: ¿Qué es el capitalismo? La pregunta exige algún tipo de definición fundamental, una serie de características esenciales que distinguen a las sociedades capitalistas de las no capitalistas. Creo que las dos convenimos en que el capitalismo presenta dimensiones sociales, económicas y políticas que se han de considerar situadas en algún tipo de relación mutua interconectada. Sin embargo, el escéptico podría decir que no es fácil especificar los elementos básicos del capitalismo. Al fin y al cabo, ¿no hemos aprendido del debate sobre las “variedades del capitalismo” que este no tiene el mismo aspecto en todas las partes del mundo?1 ¿No podríamos concluir que las sociedades capitalistas parecen tan distintas unas de otras que no existe un denominador común? Si así es, tenemos un auténtico problema. Si no podemos especificar los elementos fundamentales que componen una sociedad capitalista, ¿cómo podemos hablar de crisis del capitalismo? Sin estos elementos nucleares, no habría forma de determinar que la crisis actual es realmente una crisis del capitalismo y no una crisis de otra cosa. Lo mismo se puede decir de nuestros recursos para criticar el capitalismo: ¿cómo podemos afirmar que los ejemplos de sufrimiento social que queremos abordar están de verdad relacionados con el capitalismo, si ni siquiera tenemos un concepto claro y coherente del capitalismo que nos permita identificar sus elementos básicos?

Fraser: Buena observación. Yo misma parto del supuesto de que la crisis actual se puede entender como una crisis del capitalismo. Pero es un supuesto que hay que demostrar. Y el primer paso es responder al escéptico del capitalismo, por así decirlo, demostrando que realmente se puede hablar de “capitalismo” como tal, pese a sus muchas variedades. Para ello hay que explicar qué entendemos por capitalismo, definirlo en términos de determinados elementos fundamentales que prevalecen en la amplia diversidad de sociedades que llamamos “capitalistas”. Después de todo, no tiene sentido hablar de variedades del capitalismo si no comparten algunos elementos subyacentes en virtud de los cuales todas son variedades del capitalismo. De modo que el reto al que nos enfrentamos es determinar qué es lo que convierte a una sociedad en capitalista sin homogeneizar las muchísimas formas en que las sociedades capitalistas pueden diferir y difieren unas de otras. Por tanto, tendremos que aclarar la relación entre las características esenciales que identifiquemos y la diversidad de formas en que se pueden ejemplificar en el espacio y el tiempo.

Jaeggi: El tema tiene al menos dos dimensiones: una vertical y la otra horizontal. No está solo la cuestión de las variedades del capitalismo respecto a la tesis de que hoy estamos ante capitalismos en plural, que coexisten al mismo tiempo en diferentes sociedades. Estamos también ante el desarrollo histórico de diferentes fases del capitalismo. Hay grandísimas diferencias entre las primeras configuraciones del capitalismo y el capitalismo actual, y podríamos preguntar si seguir llamando “capitalismo” a todas sigue siendo una buena aproximación teórica. ¿Cómo podemos equiparar o relacionar las primeras fases del capitalismo industrial con el actual capitalismo neoliberal y global? ¿Es siquiera adecuado usar el mismo marco conceptual para analizar el capitalismo competitivo del siglo XIX y el “capitalismo monopolista” del siglo XX, al que la primera Escuela de Fráncfort llamaba “capitalismo de Estado”? Creo que lo primero que hemos de hacer es determinar qué elementos básicos debe tener una formación social para que pueda ser considerada un ejemplo de capitalismo.

Fraser: La cuestión histórica es importante. Me inclino por la idea de que el capitalismo, con todo lo que pueda ser, es intrínsecamente histórico. No aparece de súbito en su totalidad, sino que sus propiedades surgen a lo largo del tiempo. Si es así, tenemos que proceder con cautela, tomando toda propuesta de definición con cierta reserva y como susceptible de modificación dentro de la trayectoria que siga el capitalismo. Es posible que características que al inicio pueden parecer fundamentales pierdan relevancia después, y características que al principio parecen marginales y hasta ausentes podrían después adquirir mayor importancia.

Como señalabas, la competencia intercapitalista fue un mecanismo impulsor del avance capitalista en el siglo XIX, un mecanismo, sin embargo, que fue desbancado progresivamente en el siglo XX, al menos en los sectores más avanzados de lo que se conoce ampliamente como “capitalismo monopolista”. Y, al revés, el capitalismo financiero parecía desempeñar un papel auxiliar en la era fordista, en cambio hoy se ha convertido en una importante fuerza impulsora del neoliberalismo. Por último, los regímenes de gobernanza que afianzan y organizan el capitalismo en cada fase se han transformado una y otra vez en el transcurso de los últimos 300 años, desde el mercantilismo al liberalismo de la no intervención, el dirigismo capitaneado por el Estado y la globalización neoliberal.

Estos ejemplos apuntan a la historicidad inherente del capitalismo. De lo que se trata aquí no es simplemente de distintas “variedades del capitalismo”, que pueden existir una al lado de la otra, sino de momentos históricos, unos momentos que están unidos uno al otro en una trayectoria secuencial. En esta secuencia, cualquier transformación está impulsada políticamente y, sin ninguna duda, se puede rastrear en las luchas entre los proponentes de diferentes proyectos. Pero esta secuencia también se puede reconstruir como un proceso direccional o dialéctico en el que una primera forma se enfrenta a dificultades o límites, que su sucesor supera o sortea, hasta que también esta nueva forma se encuentra en un punto muerto y también es superada.

Las consideraciones de este tipo complican la búsqueda de una definición básica. No creo que hagan imposible esa definición, pero indican que debemos proceder con cuidado. Sobre todo, debemos evitar mezclar formas históricas pasajeras con la lógica más duradera que se oculta en ellas.

Características fundamentales del capitalismo: un punto de partida ortodoxo