Cárceles sin rejas - Esther I. de Fayard - E-Book

Cárceles sin rejas E-Book

Esther I. de Fayard

0,0

Beschreibung

¿Quién es Mónica y quiénes son los millares de jóvenes que están detrás de las rejas? Personas ignoradas por el amor de alguien, destruidas por los matratoos en la infancia y la adolescencia, o simplemente que erraron por no encontrarle sentido a su vida, y avanzaron por donde les pareció mejor para hallar lo que toda persona anhela: gozar de libertad y felicidad. Hay otros millones de seres humanos que, sin estar atrás del hierro de las rejas, son víctimas de otras cárceles que los aprisionan sin piedad. Son las cárceles del miedo, el odio, la pobreza extrema, la carencia de amor y otras cadenas de esclavitud de las emociones que también los privan de la libertad de acción y de la realización de sus sueños. Por otro lado, hay individuos adictos al poder, a la fama o a la belleza física, que cuanto más prosiguen en su búsqueda de felicidad, mayor se hace el vacío, y más ligaduras los amarran y les impiden lograr la íntima paz y la satisfacción de haber vivido, de haber disfrutado de la libertad de ser útiles, y tener la dicha de comprender y ser comprendidos. Todos los que deseen y perseveren en el desafío de descubrir el feliz milagro de la existencia, encontrarán en este libro las ventanas y las puertas que el Autor de la vida tiene siempre abiertas, y los caminos por los cuales avanzar con esperanza y realizaciones compensadoras.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 137

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cárceles sin rejas

La historia real de Mónica O.

Esther I. de Fayard

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido
Tapa
Presentación
1 - ¿Qué me pasa?
2 - Allá lejos y hace tiempo
3 - En busca de nuevos horizontes
4 - La felicidad ¿obsequia cadenas?
5 - Hay que pagar el precio
6 - La ley no comulga con las lágrimas
7 - La rutina
8 - Las otras cárceles
9 - Muros adentro
10 - Ventajas ¿en la cárcel?
11 - Mi séptima ventaja
12 - A la vera del camino
13 - Terapia divina
14 - Eslabones de una cadena de oro
15 - Más eslabones de oro
16 - “Te mando que seas valiente”
17 - El Capitán en el timón
18 - Soñar no cuesta nada
19 - Mis 3.650 eternidades
20 - Encuentros
Epílogo

Cárceles sin rejas

La historia real de Mónica O.

Esther I. de Fayard

Director: Luis Lamán S.

Diseño: Carlos Schefer

Ilustración de la tapa: Shutterstock

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXX

Es propiedad. © 2012, 2020 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-222-0

I. de Fayard, Esther

Cárceles sin rejas: La historia real de Mónica O. / Esther I. de Fayard / Dirigido por Luis Laman S. - 1ª ed. - Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo digital: Online

ISBN 978-987-798-222-0

1. Literatura testimonial. 2. Ensayo literario argentino. I. Lamán S., Luis, dir. II. Título.

CDD A864

Publicado el 15 de julio de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Presentación

Apreciado lector:

Está ante ti –en blanco y negro– un manojo de vidas, frutos vivientes del vacío al que los lanzó la soledad y el desamparo hasta que comprobaron en carne propia la amargura a la que conduce vivir sin rumbo y sin sentido de futuro.

En esas ausencias, los atrapó la mano inflexible de la ley. Pero también allí los encontró otra mano. La mano bondadosa de una desconocida para ellos, que cree firmemente que la paternidad divina presupone la fraternidad humana, y que, por lo tanto, no importa dónde están los otros ni por qué están allí, son sus hermanos a quien Dios, el Padre de todos, quiere hacerles saber que los ama por la contundente razón de que son sus hijos. Más adelante conocerás la mano de quien Dios está usando para ayudarlo a transformar vidas.

Cárceles sin rejas es el resultado de una voluminosa cantidad de cartas que llegaron a mis manos ¿providencialmente? En ellas los protagonistas rescatan, del fondo de sus lejanos y amargos recuerdos, sus luchas, sus equivocaciones, y su actual común anhelo y decisión de vivir el futuro con esperanza.

Sobre la base de esos documentos de vida, hilvané estos testimonios que ruego a Dios ayuden a los jóvenes a no encandilarse ante la posibilidad de transitar por el camino aparentemente más emocionante y fácil, y a los padres a ocuparse y preocuparse por ser ejemplos vivientes, espejos en los que sus hijos se complazcan en mirarse.

Quiera Dios que así sea.

Esther I. de Fayard

Aclaración: Los pasajes bíblicos indicados con la sigla “DHH” corresponden a la versión Dios habla hoy; y la indicada con las siglas “NVI”, a la Nueva Versión Internacional.

Capítulo 1

¿Qué me pasa?

16 de diciembre de 2001

¿Qué me pasa? Veo todo borroso... como si tuviera escamas en los ojos... Estoy mareada... Todo da vueltas... ¿Es que mi cabeza se ha vuelto una calesita?

¿Qué me pasa?

Oigo voces lejanas, pero alcanzo a darme cuenta de que provienen de las personas que están a mi lado. Todas visten de blanco. Caminan lentamente... quisiera verles la cara, pero...

¿Dónde estoy?

¿Por qué veo pero no veo? ¿Es que estoy soñando y que por eso la gente se mueve en cámara lenta?

Pienso (¿podré pensar?): Si muevo mi cuerpo, despertaré.

Lo intento, pero no puedo.

¿Estoy soñando o estoy despierta? Todo es muy confuso. Vuelvo a pensar: Si puedo mover el brazo, es que estoy despierta...

Lo intento... pero no puedo.

¿Qué me pasa? ¿Por qué no puedo?

Mi mente es un carrusel descontrolado. En un último y agónico esfuerzo, trato de mover mis dedos pero... ¿a dónde se ha ido mi cuerpo que no lo siento? Seguro que esto es una pesadilla.

Mejor es no pensar... mejor es dejarse estar en la neblina de la nada...

Horas después –no sé cuántas–, despierto. Ahora no veo tan desdibujado. Algunas personas caminan a mi alrededor. No conozco a nadie. ¿Qué están haciendo?

Y yo... ¿Por qué estoy aquí?

Un señor de tez oscura, vestido de policía, se me acerca:

–¿Te llamas Mónica Marcela? –me pregunta.

No puedo contestar. Mejor dicho, no puedo hablar.

¿Qué me pasa? ¿Me estaré muriendo... o volviéndome loca?

“Cuando la vida es buena, tendemos a no hacer preguntas; pero, cuando la vida es mala, no tenemos respuestas”.–Mike Mason

Afortunadamente, en ese preciso instante llega un señor que viste bata blanca, se acerca al hombre vestido de policía y le dice algo en inglés, que no entiendo porque yo no hablo inglés.

El caballero de la bata blanca –lo sabré después– es un médico. Se acerca, me saluda con mucha amabilidad y gentileza, y me dice en perfecto español:

–Mónica, quiero que sepas que estás en el hospital, en la sala de Terapia Intensiva. Cuando te trajeron, estabas muy grave. Espero que te mejores. Te vamos a cuidar bien.

La conmoción me termina de despertar. Esto sí que no es un sueño; tampoco, una pesadilla. Es la cruda y desnuda realidad. Estoy... ¿en un abismo sin fondo o en el punto final de mi vida? Siento como si tuviera el mundo sobre mis espaldas y su peso estuviera a punto de hacerme trizas.

Quiero taparme la cara con las manos, pero no puedo moverlas. Lo único que puedo hacer es llorar... y llorar... y querer morir llorando...

Y lloro hasta quedar exhausta. Es recién entonces cuando me doy cuenta de que mi cuerpo y mis brazos están atados a la camilla. Cuando la enfermera se acerca, le pregunto:

–¿Por qué estoy atada?

–Porque luchaste para arrancarte la máscara de oxígeno y las agujas que pusimos en tus brazos... –contesta lacónica y profesionalmente.

Y vuelvo a hundirme en la penumbra de mi mente.

El caballero de la bata blanca me dijo que estoy en Terapia Intensiva. ¿Por qué?

¿Estoy en Colombia, en Bélgica, o en Estados Unidos?

Las preguntas se borronean y se pierden en el laberinto de mi conciencia. Lo único que sé a ciencia cierta es que el estómago me duele más que mucho; muchísimo. Quisiera poder no pensar... dejarme llevar por las nubes que se pierden tras el horizonte... pero aquí no hay horizonte.

¡Si tuviera alguna pastilla para poder dormir!

Capítulo 2

Allá lejos y hace tiempo

Mi mente se ha convertido ahora en una cámara que proyecta una película que no quisiera ver. Pero pasa... y pasa... y cuando termina empieza de nuevo... ¿Será la voz de la conciencia que me grita y me repite mil veces que me equivoqué?

En realidad, esta “película” comenzó a rodarse el 9 de septiembre de 1972, día en que nací en Medellín, Colombia, en el seno de un hogar en permanente crisis. ¡Pensar que ya tengo más de treinta años y aún no conozco a mi padre! Encontrarlo es uno de mis proyectos. Mamá me dijo que mi padre fue siempre irresponsable y violento, incluso cuando ella estaba embarazada de mí; y también un año después, cuando estaba por llegar Fabián, mi único hermano de padre y madre.

Nuestra vida se pareció siempre a los temblores que anuncian un terremoto. Mamá me contó que cuando yo tenía ocho meses –papá ya había desaparecido de su vida y de la mía– y ella transitaba su sexto mes de embarazo de Fabián, habíamos entrado en un callejón sin salida. Mamá debía varios meses de alquiler y, por supuesto, la dueña de la casa comenzó a insistir en que nos fuéramos. Ella necesitaba alquilar a quien le pagara en tiempo y forma.

¿Irse...? ¿A dónde? Todos los caminos estaban cerrados; herméticamente clausurados porque papá no estaba, yo solamente provocaba gastos y mamá... ¡no tenía dinero!

Ella me contó, años después, que las dos llegamos a llorar ¡de hambre!

En sus noches de insomnio y desesperación, mi madre elaboró lo que para ella era la única salida: quitarme la vida y después quitársela ella. Para llevar a cabo su macabro plan, recordó que tenía algo así como un puñal, herencia de vaya a saber qué ancestro. Me lo clavaría y acto seguido se lo hundiría en su propio pecho.

Aunque la desesperación tiene cara de hereje, la conciencia no le daba para tamaño crimen. Pensó en cómo podía “lavar” su culpa antes de matarme y matarse. Era muy creyente en la fe católica, así que decidió ir a la iglesia más cercana para pedirle anticipadamente a Dios que le perdonara el horrible pecado que había decidido cometer. Salió llevándome en sus brazos temblorosos y se dirigió a la iglesia donde solía concurrir. Debía pasar por una de esas viejas y desparejas calles –acaso de la época colonial–, por lo que era necesario avanzar con cuidado y mirar muy bien el empedrado, para no dar un paso en falso.

Cuando cruzó la calle, le llamó la atención un bulto extraño que estaba tirado en el suelo. “¿Qué será?”, pensó.

Curiosa, se agachó para ver de qué se trataba. ¡Ni más ni menos! ¡Era un monedero viejo en cuyo interior había una respetable cantidad de billetes bien enrollados!

Casi loca de alegría, mamá metió la billetera en su seno, y entró en la iglesia mientras las lágrimas brotaban de sus ojos y corrían como dos cataratas por sus mejillas.

Se arrodilló y oró: “¡Perdón, Señor, por lo que estuve a punto de cometer presa de mi desesperación; y gracias, mil veces gracias, por el maravilloso milagro que hiciste en mi favor!”

Ese regalo del amor de Dios le permitió a mamá pagar los alquileres atrasados, comer ¡y que siguiéramos vivas!

Pero la vida de mamá siguió siendo dura, por lo que tres años después decidió buscar un nuevo horizonte laboral, que a ella, a Fabián y a mí nos diera una mejor calidad de vida.

Le aconsejaron intentarlo en un país europeo. Y se decidió por Bélgica, un país hermoso y relativamente pequeño (30.507 km2). Cuando obtuvo su independencia, la historia de Bélgica pasó por una bastante larga lista de distintas fuerzas políticas y batallas que hicieron huella en la vida de ese pueblo. Un solo ejemplo: a partir del siglo IV, al triunfar el feudalismo, en Bélgica se constituyeron, entre otros, los fuertes condados de Flandes y de Bravante. En el condado de Flandes se impuso el idioma francés; y en el de Bravante, el flamenco, herencia del primer siglo de la Era Cristiana. Hasta hoy, ambos idiomas son oficiales.

Bélgica goza de hermosas y fértiles praderas, y de ciudades en las que la arquitectura moderna compite con la medieval. Sus bien cuidados museos atesoran el pasado histórico, artístico y cultural de este pueblo culto y gentil.

Para que en su búsqueda de trabajo mamá tuviera libertad de acción, yo me quedé en mi país, en la casa de una de sus amigas, y Fabián en otra. La familia en la que me tocó estar era gente de buen dinero, pero ello no impidió que me humillaran mucho. La abuela me daba miedo, no recuerdo por qué. Había una mujer –no sé quién era– que una vez me llamó a su habitación y cuando entré estaba totalmente desnuda. En esa casa, ¡ya eran dos las personas que no me gustaban!

La amiga de mi madre empezó a decirme que mamá me había regalado, así que yo me quedaría allí para siempre; que ahora ella me había olvidado y que yo también tenía que olvidarla.

No le creí. Poco tiempo después, esa señora me mostró una fotografía que mi mamá le había envidado desde Bélgica. Se la veía sonriente, comiendo pollo junto con unos amigos.

Esta fotografía me hizo llorar mucho. Hasta entonces, había soñado con la idea de que ella vendría a llevarme lejos de esa casa. ¿Se había olvidado mamá de mí? Fabián y yo ¿ya no le interesábamos?

Un día no aguanté más, y le dije que yo me iba de esa casa. Burlándose de mí, abrió la puerta, se paró al lado y me dejó salir. En ese entonces, yo tenía cuatro años.

Salí a la calle. Ya era de noche, seguramente no muy avanzada la hora, porque muchos vehículos todavía iban y venían por la calle. Fui bajando la pendiente de la calle, crucé una avenida y vi que ahí cerca había un contenedor de basura. Pensé que era un buen lugar donde instalarme... sin darme cuenta de que la amiga de mamá había seguido mis pasos.

–Ya es tiempo de dar por terminada esta payasada –me dijo secamente.

Me tomó de la mano y regresamos a la casa.

Esta señora no tenía hijos. ¿Acaso me quería adoptar? No lo sé. Solo sé que en ese momento me sentía tan mal que de seguro estaría menos triste arrimada al contenedor que adentro de esa casa.

Poco tiempo después, mamá vino de Bélgica ¡a buscarnos!

La amiga no quería dejarnos ir. Le dijo a mamá muchas cosas que no recuerdo. Solo recuerdo que la vi llorar... ¡Maravilla de las maravillas, por Fabián y por mí!

Tengo pocos recuerdos de mamá demostrándome su amor, y los guardo como preciosos tesoros en el cofre de mi corazón.

“La felicidad no depende de lo que uno tiene, sino del buen uso que hace de lo que tiene”.–Thomas Hardy

Capítulo 3

En busca de nuevos horizontes

Llegué a Bélgica con cinco años, y Fabián con cuatro. En Bélgica, crecimos y fuimos a la escuela.

Otro país, otro idioma, otra cultura. Todo diferente, menos los problemas, que siguieron acompañándonos.

Éramos una familia de clase obrera. Mamá tenía que salir a trabajar. Se iba a las seis de la mañana y no regresaba hasta la noche. Fabián y yo nos quedábamos solos.

Recuerdo que me gustaba cuando mamá se iba, porque me sentía libre. En esas horas, yo podía fabricar un mundo propio, a mi gusto.

Frente al espejo, por horas hacía el papel de adulta. Sacaba las pinturas y los cosméticos de mamá, y hacía lo que quería. Tras dar rienda suelta a mi imaginación, cocinaba para mi hermano y para mí lo que nos gustaba. Mientras tanto, él se ponía a jugar con sus carritos o miraba televisión.

Cuando la hora de la llegada de mamá se acercaba, arreglábamos todo y muchas veces, al abrirse la puerta de abajo (vivíamos en un tercer piso), corríamos para meternos en la cama y nos hacíamos los dormidos.

No tuve una niñez normal. No pude ser espontánea e inocente. Quizá por eso no me molesta estar sola. Desde entonces y hasta ahora, soy muy independiente por un lado, y un tanto tímida por el otro.

Un día apareció en nuestra casa un nuevo personaje: el nuevo esposo de mamá, nuestro padrastro, y después de un tiempo comenzaron a llegar nuevos hermanos.

En 1983, cuando tenía once años, nació mi hermana Jennifer. Mamá se casó con mi padre y también con el papá de Jennifer, pero no con el papá de mis dos últimos hermanos: Mike, que nació en 1991, y Jessica, que nació en 1997, y así llegamos a ser una familia numerosa.

En realidad, con ninguno de sus tres maridos mi madre pudo tener una relación permanente, porque mamá y ellos bebían, y tenían temperamentos violentos.