Cartas a Kelly - Suzanne Brockmann - E-Book

Cartas a Kelly E-Book

Suzanne Brockmann

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Beschreibung

Jax Winchester había pasado años encerrado en una prisión de Centroamérica por un crimen que no había cometido y eso le había impedido estar con la mujer que amaba. Pero ahora era un hombre libre... ¿o no?Solo el recuerdo de Kelly O'Brien, y las cartas que le había escrito, le habían dado fuerzas para continuar. Pero nada más salir de la cárcel, supo que seguía prisionero entre unas rejas que él mismo había forjado. ¿Cuál era la manera de salir esa vez? Tenía que cumplir la promesa que le había hecho a Kelly y recuperarla fuera como fuera.

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Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2003 Suzanne Brockmann © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Cartas a kelly, n.º 78 - julio 2018 Título original: Letters to Kelly Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-749-2

Capítulo 1

Kelly O’Brien introdujo su pesada bolsa llena de libros por la puerta trasera del despacho del periódico de la universidad. Era un cálido día de primavera y le corrían incómodas gotas de sudor por la espalda.

Dejó caer la bolsa sobre el escritorio y se echó hacia atrás los mechones de su cabello, largo y oscuro, que se habían soltado del moño. Después suspiró, se quitó la chaqueta, se desabrochó un par de botones de la blusa sin mangas y agitó un poco el cuello de la prenda para llevar aire fresco a su acalorado cuerpo.

—Psss...

Kelly levantó la mirada y vio a Marcy Reynolds, la estudiante que hacía las veces de fotógrafa del periódico. Los ojos marrones de Marcy se iluminaron y su cara juvenil adoptó un gesto de evidente curiosidad.

—Te está esperando un hombre en la sala principal —declaró Marcy mientras le pasaba varios mensajes escritos en papel rosado—. Bueno, no se puede decir que sea un hombre cualquiera. Es un todo un hombre, probablemente el más atractivo que haya cruzado jamás el umbral de este humilde establecimiento.

Kelly sonrió.

—Venga ya...

—Hablo en serio —dijo la chica, más joven que Kelly—. Te aseguro que corta la respiración. Es muy alto, rubio, de ojos verdes... Parece el hermano pequeño de Mel Gibson, aunque mucho más guapo. Y es como si se hubiera escapado de un anuncio de pantalones vaqueros. Tiene unas piernas larguísimas, y su trasero...

Kelly rio, incrédula.

—Suena demasiado bonito para ser cierto.

—Pues créelo. Es como un protagonista de esas novelas románticas que escribes. Pero lleva sentado ahí cuarenta y cinco minutos y no he podido concentrarme en nada desde que llegó —dijo, pasándose una mano por su corto cabello negro.

—¿Es un alumno?

—No, es demasiado mayor para eso. A no ser que haya decidido retomar sus estudios a estas alturas, claro..., pero en tal caso no lo ha hecho unos cuantos años más tarde, como tú, sino al menos diez. Debe de tener alrededor de los treinta. Pero compruébalo tú misma. Es un verdadero encanto, y cuando sonríe se le forman unas arrugas preciosas alrededor de los ojos.

—Puede que sea un profesor. ¿Te ha dicho lo que quiere?

—Te quiere a ti —respondió con una sonrisita—. Eso es todo lo que ha dicho. Le comenté que no sabía cuándo regresarías y que tal vez tardaras varias horas en volver, pero quiso esperar. Dijo algo así como que si había esperado siete años, podía esperar unas horas. No me digas que llevas siete años dándole largas a un hombre como ese.

—¿Siete años? Hace siete años yo tenía diecisiete...

Kelly sintió curiosidad y se dirigió a la mampara de cristal que separaba la sala principal del despacho donde se encontraban. Las persianas venecianas estaban bajadas, así que levantó ligeramente uno de los listones para echar un vistazo.

En cuanto lo vio, su corazón se detuvo.

T. Jackson Winchester II.

No podía ser cierto.

Pero lo era.

Era la única persona que había en la sala principal. Estaba sentado junto a la puerta, con una pierna cruzada sobre la otra y tan tranquilo como si se encontrara en el salón de su propia casa. Llevaba un polo de color azul marino con los dos botones desabrochados, de manera que pudo ver la parte superior de su moreno pecho. Además, se había puesto unos vaqueros desgastados que resaltaban sus musculosas piernas y unas zapatillas náuticas sin calcetines.

En aquel momento estaba leyendo el último número del periódico de la facultad y, con la mirada fija en el papel, sus ojos permanecían ocultos tras sus largas y oscuras pestañas. Sin embargo, Kelly no necesitaba ver sus ojos para saber que tenían una curiosa mezcla de colores. De color verde, sus pupilas tenían un pequeño borde dorado; y entre el verde y el dorado, azul. Eran como el océano, cambiantes. Podían ser de color gris tormenta o de un azul tan oscuro que parecía negro, o incluso de un profundo y misterioso tono verde. Recordaba haber mirado esos ojos mientras él sonreía y se inclinaba para besarla.

Meneó la cabeza como para borrar aquel recuerdo, y lo miró con más detenimiento en busca de las típicas huellas del paso del tiempo, de lo que había cambiado en él.

Llevaba el pelo más largo que en el pasado, por encima del cuello del polo, y parecía tan suave, rubio y ondulado como siempre. Tenía más arrugas, por supuesto, pero ese detalle lo hacía notablemente más atractivo.

Estaba impresionante.

Siempre había tenido buen aspecto. Lo tenía cuando lo conoció y lo tuvo durante todo el tiempo que duró su relación. Aún podía recordar aquella mañana como si fuera el día anterior, como si no hubieran transcurrido once años.

Recordó. Se vio a sí misma a los doce años, abriendo aquella puerta con cautela y entrando en la oscura habitación de invitados. Podía oir el tic tac del reloj y el sonido de una respiración lenta y estable.

El misterioso compañero de habitación que su hermano Kevin tenía en la universidad se encontraba tumbado en la cama. Sus largas piernas sobresalían por debajo de la manta con la que se había tapado. Uno de sus brazos descansaba sobre su pecho y el otro lo tenía extendido.

Se llamaba T. Jackson Winchester II. Kevin había telefoneado a sus padres desde la facultad para anunciarles la visita de su compañero de habitación, y les había dicho que era de Cape Cod y que conducía un deportivo inglés, un Triumph Spitfire.

A Kelly le impresionó particularmente su nombre y se preguntó qué significaría la T inicial. Después se preguntó por el color de su deportivo.

Era rojo. En cuanto se levantó, echó un vistazo por una de las ventanas y lo vio en el vado. Era un vehículo rojo y brillante, con capota negra.

La curiosidad la llevó a acercarse un poco más al amigo de su hermano. Por culpa de la oscuridad no podía verlo claramente y quería saber qué aspecto tenía.

Lo primero que le llamó la atención fue su musculoso cuerpo. Kevin tenía dieciocho años por entonces y también poseía un cuerpo atlético, pero obviamente nunca se había fijado demasiado en él. A fin de cuentas, era su hermano; un tipo a veces insoportable, a veces terrible, pero casi siempre divertido.

Aquel chico no era su hermano.

Tragó saliva y miró su rubio cabello revuelto y su bello rostro. Le daba un sobresaliente, impresionante. Kelly había visto algunos chicos igualmente atractivos en la televisión y en el cine, pero hasta entonces jamás se había encontrado cara a cara con uno.

Tenía un rostro perfectamente definido, de nariz larga y recta, con una mandíbula fuerte. Sus cejas formaban dos líneas finas ligeramente curvadas por encima de sus párpados y de unas pestañas que en aquel instante descansaban. Sus labios tenían la forma y el tamaño perfecto, ni demasiado gruesos ni demasiado finos; e incluso dormido, parecían sonreír.

Se acercó un poco más y se preguntó de qué color serían sus ojos, pero sintió curiosidad por otra cosa y quiso saber de qué color eran sus calzoncillos. Le pareció tan divertido que tuvo que llevarse una mano a la boca para no reír y, acto seguido, se apartó de la cama.

De todas formas, se recordó, estaba allí para algo más que echar un vistazo a T. Jackson Winchester II, así que caminó hacia el armario. Las puertas estaban cerradas, de modo que tuvo que abrirlas con cuidado para no despertar al amigo de su hermano.

Por desgracia, su madre había puesto en uno de los estantes superiores la bolsa que estaba buscando. Kelly era alta para su edad, pero no habría podido llegar sin subirse encima de algo.

Miró a su alrededor. Había una silla, pero se encontraba junto a la ventana, al otro lado de la habitación. Avanzó con sumo cuidado hacia ella. T. Jackson Winchester II había dejado encima sus vaqueros y una camiseta en el respaldo.

Al acercarse, notó que su ropa olía a tabaco y a alcohol. Era obvio que Kevin y él habían estado de juerga la noche anterior.

En Massachusetts, la edad mínima para beber alcohol era veintiún años. Su padre y Kevin habían discutido al respecto; Kevin decía que ya era suficientemente mayor para beber y su padre contratacaba y afirmaba que, en tal caso, también debía serlo para actuar con responsabilidad y no conducir después de beber.

Tomó la ropa, la dejó en el suelo y llevó la silla hacia el armario. Pero estaba oscuro y no vio las zapatillas del joven. Tropezó con ellas y cayó al suelo provocando un gran estruendo.

Antes de que pudiera levantarse, unas manos apartaron la silla.

—¿Te encuentras bien?

T. Jackson Winchester II la estaba mirando, obviamente preocupado. Pero Kelly solo tuvo ojos para un detalle. Rojos. Llevaba calzoncillos y eran de color rojo. Automáticamente, se preguntó si sería simple coincidencia o si tenía la costumbre de llevar ropa interior del mismo color que el coche que condujera.

—¿Te has hecho daño, pequeña?

T. Jackson Winchester II le tendió una mano para ayudarla a levantarse.

Era una mano grande y firme, con dedos largos y fuertes y uñas cuidadas. Kelly la soltó rápidamente y sonrió como una idiota.

—Sobreviviré —acertó a decir.

Se había dado un buen golpe en una pierna y supuso que le saldría un moratón, pero no quiso comentarlo.

Mientras lo observaba, el joven se alejó un momento hacia la mesita de noche y lleno un vaso de agua.

—No quiero agua, gracias. Seguro que está caliente.

Él la miró y dejó el vaso en la mesita.

—Como quieras —dijo mientras se pasaba las manos por la cara—. ¿Sabes qué hora es?

—Alrededor de las nueve menos cuarto. ¿Cuánto mides?

T. Jackson Winchester II se sentó en la cama y la miró, divertido.

—¿Quieres saberlo exactamente?

—Sí.

—Pues mido un metro noventa.

—Vaya, eres muy alto —dijo—. Por cierto, soy Kelly O’Brien.

T. Jackson Winchester II le estrechó la mano, sonrió y dijo:

—Encantado de conocerte, Kelly O’Brien. Yo soy Jax, el amigo de Kevin.

—Ya lo sé.

Kelly se fijó entonces en el color de sus ojos. Eran verdes. Pero había dormido tan poco, que los tenía enrojecidos.

Jax notó su interés y comentó:

—Supongo que esta mañana no tengo muy buen aspecto.

—No, claro que no.

El joven rio y Kelly descubrió algo más sobre él: no era un sobresaliente, era matrícula de honor.

—Siento haberte despertado. Estaba intentando sacar mi bolsa. Mi madre la ha metido en el armario, pero no puedo alcanzarla.

—Esta no es tu habitación, ¿verdad? —preguntó, echando un vistazo a su alrededor.

—No, pero uso el armario porque el mío está lleno —respondió—. ¿Qué significa esa «T»?

—¿Cómo? —preguntó, perplejo.

—Me refiero a tu nombre.

—Significa Tyrone.

—Ah.

—No me gusta el nombre, por eso prefiero usar la inicial.

—Tyrone... Ty —dijo Kelly—. A mí me parece bonito. Y dime, ¿por qué no haces que te llamen T.J.?

—Porque a mi padre lo llaman así.

—¿Y por qué haces que te llamen T. Jackson Winchester «segundo»? Lo de «segundo» suena un poco pomposo.

—Es que mi padre es el primero. Además, toda la existencia de los Winchester es pomposa.

—Entonces te llamaré Ty. Me gusta más que Jax.

—Dime una cosa. Si te alcanzo esa bolsa, ¿dejarás que siga durmiendo?

Kelly sonrió.

—Si me prometes que me darás una vuelta en tu deportivo rojo, trato hecho.

Jackson también sonrió. Sus cálidos ojos verdes observaron el pelo corto de Kelly, su camiseta desgastada, sus vaqueros viejos y sus botas camperas. La miró durante tanto tiempo que Kelly se puso algo nerviosa.

Sin embargo, la sonrisa del joven desapareció de repente y frunció el ceño como si acabara de darse cuenta de que estaba medio desnudo.

—No debería estar aquí en calzoncillos hablando contigo.

—Bah, he visto muchas veces a mi hermano en calzoncillos. No es gran cosa.

—Sí, pero Kev es tu hermano y yo no.

Kelly lo miró y se alegró de que no lo fuera. De todas formas, nadie tenía un hermano tan atractivo como T. Jackson Winchester II.

—Algo me dice que tu padre no aprobaría esta situación —continuó Jax con una sonrisa—. Y, francamente, no me gustaría que me obligaran a casarme contigo a punta de pistola, por muy bonita que seas.

Kelly se ruborizó.

—No seas tonto, sé qué aspecto tengo.

Kelly no se sentía muy contenta con su propio aspecto. En su opinión, tenía una cara solo ligeramente femenina y lo único que le gustaban eran sus ojos.

Jax caminó hacia el armario, lo abrió y señaló una bolsa de color azul.

—¿Es esto lo que buscas?

Ella asintió.

El joven sacó la bolsa, aunque le costó más de lo que esperaba porque pesaba mucho.

—¿Qué tienes aquí? ¿Rocas?

Kelly sonrió, tomó la bolsa y se la colgó en un hombro.

—Sí. Es mi colección de rocas.

Jax la miró sorprendido y rio.

—¿Te gusta la geología? ¿Me enseñarás tu colección?

—Sí, claro —respondió Kelly mientras caminaba hacia la puerta para marcharse—. Me caes bien, T. Jackson Winchester. Mi hermano tiene suerte de tenerte como compañero de habitación.

Jax volvió a reír.

—Tú también me caes bien, Kelly, pero el afortunado soy yo por tener un amigo con una hermana como tú. Hasta luego...

Desde aquella escena había transcurrido mucho tiempo. Kelly regresó al presente y se apartó de la persiana veneciana. Al bajar la mirada, descubrió que había arrugado los mensajes que le había dado Marcy.

—¿Lo conoces? —preguntó su amiga.

—Sí —respondió.

—¿Y quién es?

Kelly se lo estaba preguntando a sí misma. No habría sabido cómo definirlo, si como amigo de la infancia, como amigo de la familia o como alguien que había llegado a ser casi un amante. De modo que optó por la respuesta menos comprometida.

—Es un amigo de mi hermano. ¿Puedes hacerme un favor? Dile que acabo de llamar y que he dicho que hoy no volveré al despacho.

Marcy la miró como si pensara que se había vuelto loca.

—¿Y a qué teléfono se supone que has llamado? Yo no he oído ningún timbre...

—Es verdad. Dile entonces que me has llamado tú.

Marcy se cruzó de brazos. Llevaba varias pulseras que tintinearon con el movimiento.

—Solo he hablado con él cinco minutos, pero no me ha dado la impresión de que sea idiota. Si salgo y le doy una excusa como esa, pensará que lo has visto y que has huido por la puerta trasera. Y con un hombre como ese no valen estrategias; sería capaz de seguirte por toda la ciudad, así que será mejor que tomes aliento y hables con él.

Marcy tenía razón. Toda la razón.

Kelly caminó hacia la puerta y respiró hondo siguiendo el consejo de su amiga. Después, la miró como para intentar sacar fuerzas de flaqueza y giró el pomo.

Capítulo 2

Jax miraba el periódico de la facultad, sin leerlo. Intentaba pensar en el libro que estaba escribiendo y planificar la siguiente escena, pero no podía concentrarse. Su nerviosismo se lo impedía.

No sabía qué le asustaba más. Temía que Kelly no apareciera y temía que apareciera.

Se dijo que no tenía motivos para estar nervioso y se repitió que solo era Kelly.

Solo Kelly.

Habían pasado siete años desde la noche del baile en el instituto y sabía que su vida podría haber sido muy distinta si no se hubiera comportado de un modo tan estúpido. Pero había cometido un error y allí estaba, siete años más tarde, sin haber conseguido acercarse a lo que quería.

Habían sido siete largos años. Siete años perdidos.

Le habría gustado viajar en el tiempo para volver a vivirlo todo otra vez. O casi todo, porque en esta ocasión no se habría marchado a Centroamérica; su expedición de diez días se había convertido en una pesadilla de veinte meses.

Respiró hondo. Había soñado con Centroamérica la noche anterior, por primera vez en mucho tiempo. Había soñado que volvía a estar en prisión y que todo se complicaba, pero en aquel momento solo quería pensar en Kelly. Siete años eran muchos y estaba seguro de que habría cambiado. Él, al menos, lo había hecho.

Pero desde el día anterior, desde la llamada telefónica de Kevin y sus últimas noticias sobre la familia O’Brien, Jax se sentía como si volviera a tener veintidós años. Todo su optimismo y su esperanza habían regresado de repente, como si nunca hubieran desaparecido.

Kevin le había contado que Kelly había regresado a Boston, que se había divorciado y que estaba terminando la universidad.

Mientras hablaba con él, y a pesar de que lamentó que el matrimonio de su antigua amiga hubiera fracasado, bailó una danza de la victoria en el salón de su casa.

Kelly se había quedado soltera, y esa vez no era demasiado joven para él. Sonrió al pensarlo y volvió a bajar la mirada hacia el periódico que sostenía entre las manos.

Aún podía recordar el día en que se habían conocido. Por entonces ella tenía solo doce años y no era más que una niña, pero sus oscuros ojos azules ya poseían la madurez y la sabiduría de una joven que la doblara en edad. Era inteligente y valiente, pero lo que realmente le había gustado de ella había sido su confianza en sí misma. Y, por supuesto, la promesa de una increíble belleza que ya era visible en su rostro.

A medida que pasaba más tiempo con los O’Brien, tanto sus sentimientos como los de la niña fueron creciendo. Y aunque los O’Brien no poseían ni una pequeña parte del dinero que tenían sus padres, Jax llegó a pensar que los verdaderos fracasados eran los Winchester.

Nolan y Lori O’Brien llevaban veinte años casados cuando él los conoció, pero seguían enamorados el uno del otro, se gustaban sinceramente y amaban a sus hijos. No podían hacer regalos caros ni a Kelly ni a Kevin, y no habrían podido enviar a Kevin al Boston College de no haber sido por una beca, pero en aquella familia sobraba el amor.

Los O’Brien le abrieron las puertas de su hogar y lo rodearon con todo el cariño, las risas y la música que sonaba permanentemente en aquella casa.

Pasó todo un verano viviendo con ellos y con Christa, la hermana recientemente divorciada de Lori, que estaba allí con sus tres hijos. Había sido un verano magnífico, el mejor que podía recordar, y en la casa había tanta gente que Kevin y él terminaron durmiendo en el porche. Cuando llovía, entraban en la casa y dormían en el suelo de la habitación de Kelly.

Aquel verano, Kelly tenía ya catorce años. Su cuerpo había empezado a cambiar y se había dejado el pelo largo, aunque casi siempre lo llevaba recogido con una coleta.

Todavía seguía llamándolo Ty y, en ocasiones, Tyrone. Era la única persona que lo hacía y la única a quien se lo permitía.

Durante aquellos meses no salió con ninguna chica; pasaba casi todas las noches jugando al Risk o al Monopoly con los O’Brien. Pero si alguien lo hubiera acusado en aquel momento de estar desarrollando siquiera un amor platónico por Kelly, lo habría negado con todas sus fuerzas y habría dicho que él tenía veintidós años y que ella era una niña.

La posibilidad de que pudiera existir algo entre ellos no se le ocurrió hasta dos años después, en la noche del baile.

—T. Jackson Winchester segundo...

La rasgada voz de Kelly interrumpió los pensamientos de Jax, que levantó la mirada y la clavó en los ojos azules de Kelly.

Kelly.

Se obligó a sí mismo a reaccionar con calma. Dobló el periódico lentamente y lo dejó sobre una mesita. Después, se levantó y sonrió.

Estaba aún más bella que la última vez que la había visto, cuatro años atrás, durante la boda de Kevin.

Sus ojos seguían siendo de un azul profundo y oscuro; su piel era clara y suave y contrastaba con su cabello castaño y con sus largas y oscuras pestañas; su cara era elegante y atractiva, de nariz perfecta. En resumidas cuentas, era una mujer impresionante. De niña había sido muy guapa; de mujer, cortaba la respiración.

—Kelly —acertó a decir, casi en un murmullo.

—¿Qué tal estás? ¿Qué estás haciendo aquí?

Jax carraspeó y se pasó una mano por el pelo.

—He venido a la ciudad por cuestiones de negocios y pensé que tal vez te apetecería salir a cenar conmigo. No supe que estabas de vuelta en Boston hasta ayer, cuando hablé con Kevin.

Jax no había mentido del todo. Efectivamente, se encontraba en Boston por motivos de negocios; pero podría haberlos solventado por teléfono.

Kelly lo miró y pensó que había cambiado muy poco. Seguía siendo el hombre atractivo, confiado y carismático que siempre había sido. No había situación que pudiera romper su aplomo ni ponerlo nervioso. Solo lo había visto desconcertado en una ocasión: durante el baile de la fiesta del instituto.

—Y bien, ¿qué te parece? —preguntó Jax—. ¿Quieres cenar conmigo?

Aquél era su principal plan, aunque tenía otros si no funcionaba. Tenía intención de llevarla a cenar aquella noche y la noche siguiente; con un poco de suerte, Kelly ya sería consciente para el miércoles de lo bien que estaban juntos. Comprendería que su amistad había sobrevivido a todos aquellos años y luego él le daría un beso para que comprendiera, también, que deseaba que hubiera algo más que amistad entre ellos.

Si todo salía conforme a sus planes, a finales de semana le pediría que se casara con él. Iba a ser bastante rápido, pero no era un cortejo apresurado; a fin de cuentas, había empezado a cortejarla antes incluso de que él mismo se diera cuenta, cuando Kelly tenía solo doce años.

Su plan podía funcionar. Sabía que podía funcionar.

Pero enseguida notó un brillo de duda en los ojos de ella.

—No, gracias.

Kelly acababa de rechazarlo y se estremeció. No había considerado la posibilidad de que lo rechazara, y se preguntó si habría llegado otra vez tarde, si estaba condenado a perder siempre a la mujer de su vida.

—¿Es que estás saliendo con alguien?

—No —respondió Kelly, y apartó la mirada.

Jax se sintió inmensamente aliviado.

—Es que no creo que sea necesario que me lleves a cenar —continuó ella mientras se apartaba un mechón de la cara.

Jax rio.

—¿Por qué?

Kelly suspiró y se cruzó de brazos.

—Mira, sé que Kevin te llamó porque está preocupado por mí. Es cierto que he estado algo deprimida con el divorcio. Yo pensaba que el matrimonio era algo definitivo, y Brad y yo ni siquiera hemos estado juntos tres años.

Bajó la mirada. Su tristeza era evidente; se notaba en la expresión de sus ojos y en la tensión de su boca. Jax tampoco había pensado en aquella situación.

—¿Aún lo quieres? —preguntó con suavidad.

Kelly levantó la mirada de nuevo. Sus ojos se habían llenado de lágrimas.

—¿Sabes qué es lo más terrible de todo, Ty? —dijo ella.

Jax negó con la cabeza y deseó poder abrazarla, pero aún arrastraba la costumbre de no tocarla. La había desarrollado durante los cinco años que había estado en la facultad; nunca se había atrevido a tocarla porque de algún modo sabía que la relación que podía surgir entre ellos no habría sido precisamente superficial.

—Creo que nunca lo quise —concluyó Kelly.

Esa vez, las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas y Jax extendió un brazo y las secó con un dedo. Ella dio un paso atrás, como si el contacto le quemara.

—No hagas eso.

—Oh, lo siento. Lo siento de veras —se disculpó.

Kelly se secó las lágrimas con el dorso de una mano. Jax la estaba mirando con tal ansiedad que casi estuvo a punto de reír. No podía creer que lo hubiera angustiado.

—Supongo que pensarás que soy una histérica —dijo ella.

—No, pienso que necesitas un amigo.

—Sí —dijo mientras se volvía a cruzar de brazos como si tuviera frío—. Es cierto. Pero no tú, Tyrone. Esta vez no.

—¿Por qué?

Kelly no contestó. Siguió hablando como si no hubiera oído la pregunta.

—Dile a Kevin que estoy bien y que saldré de esta. Pero tardaré menos en recuperarme si no se dedica a intentar hacerme favores.

Jax se sorprendió.

—No estoy aquí para hacer un favor a Kevin.

—Sí, bueno, pero no sería la primera vez, ¿verdad?

Jax rio, aunque su risa desapareció de inmediato en cuanto comprendió lo que significaba aquel comentario.

—Oh, Dios mío... ¿Creíste lo que dijo Kevin a la mañana siguiente de aquella fiesta?

—Por supuesto que sí, tú no lo negaste —respondió mientras se volvía hacia la salida—. En fin, tengo que marcharme. Gracias por venir a verme.

—Kelly, espera...

Ella no lo escuchó y se marchó.

Jax permaneció allí un buen rato, aunque sabía que Kelly no tenía intención de regresar.

Su plan había fracasado.

Jax puso el ordenador portátil sobre la mesa de la suite de su hotel. Después, enchufó el aparato, lo encendió y sacó su bloc de notas y varios disquetes que había guardado en su maletín; de entre todos, eligió uno que estaba marcado con el nombre de Jared.

El libro que estaba escribiendo era de carácter histórico y casi toda la acción se desarrollaba durante la Guerra de Secesión estadounidense. Ya había escrito varios sobre el mismo tema, de manera que en esta ocasión no había tenido que investigar demasiado. Iba a ser algo rápido y sencillo, dado que estaba muy familiarizado con la narración.

Metió el disquete en la disquetera y se puso a trabajar. Solo llevaba una semana con el libro, pero ya estaba en la página ciento sesenta y tres y acababa de terminar la explosiva y crucial pelea entre Jared, el héroe, y Edmund, el hermano de la heroína.

Echó un vistazo rápido a las últimas páginas que había escrito. Aún las tenía frescas en la memoria y pudo ponerse a escribir directamente:

Con mirada sombría, Jared observó las pesadas puertas de hierro forjado que lo separaban de Sinclair Manor. Las habían cerrado al caer la noche, como hacían de costumbre. Por la mañana, algún criado se acercaría y las abriría de par en par.

Mientras intentaba ver en la oscuridad, sus ojos se clavaron en la brillante luz de la casa de la colina; sabía perfectamente que ya no era bienvenido en aquel lugar. Las puertas de la mansión se le habían cerrado para siempre.

Jax se detuvo un momento para echar un trago de su refresco. Había llegado el momento de que Jared saltara la verja.

Pero Carrie estaba allí, y fuera o no fuera bienvenido, debía ser suya. Casi sin esfuerzo, escaló la verja, pasó por encima de los afilados pinchos que la coronaban y se dejó caer suavemente al otro lado.

Le había hecho una promesa a Carrie y estaba decidido a cumplirla.

Para que no lo vieran, avanzó entre los árboles moviéndose en silencio. Había recorrido muchas veces aquel camino durante su juventud en Kentucky y caminaba dominado por tal determinación que su aspecto habitualmente duro parecía casi salvaje. En aquel momento, cualquiera habría pensado que tenía algo más de un cuarto de sangre india en las venas.

Miró hacia el dormitorio de Carrie y...

Jax interrumpió la narración.

—Eh, espera un momento —se dijo en voz alta—. ¿Adónde crees que vas, Jared?

En su mente, pudo ver que Jared se cruzaba de brazos, arqueaba una ceja, lo miraba con impaciencia y decía:

—A ver a Carrie.

—No, nada de eso —no pensaba permitir que su personaje decidiera el rumbo de la historia—. Según mi guión, tienes que encontrarte con ella en el jardín.

—Ya, claro. Pero esa historia tiene un pequeño defecto. Ella no lo sabe, pero Edmund sí. Y volverá a crearme problemas porque soy demasiado noble como para alzar una mano contra él, sobre todo teniendo en cuenta que era mi mejor amigo. Además, estoy cansado de tantas idas y venidas. Y tus lectores también lo estarán. Ha llegado la hora de tener un poco de acción sexual.