Cartas a las mujeres de España - María de la O Lejárraga - E-Book

Cartas a las mujeres de España E-Book

María de la O Lejárraga

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Beschreibung

«Libro interesantísimo que deben leer todas las mujeres, porque trata con sinceridad, emoción y amenidad de sus derechos y de sus deberes. Trescientas páginas de buena doctrina». Así se anunciaba Cartas a las mujeres de España cuando se publicó por primera vez en 1916. Hoy, más de cien años después, este volumen de Lejárraga y Martínez Sierra, referente obligado en la historia del feminismo español, sigue interpelándonos y emocionándonos. Sus páginas van desgranando de manera sencilla pero firme los fundamentos de la teoría y de la práctica del feminismo. El libro parte de dos principios básicos. El primero: «Sí, de las mujeres es el porvenir»; y el segundo: «Para ser feminista, es decir, partidaria de que la mujer debe pasar su vida lo más feliz posible, haciendo la mayor suma de bien posible, ­siendo lo más útil posible a la Humanidad, gozando con tan perfecta naturalidad como el hombre la plenitud de sus derechos de ser humano, basta haber nacido "ser humano", y, por añadidura, mujer. Las mujeres deben ser feministas, como los militares son militaristas y como los reyes son monárquicos; porque, si no lo son, contradicen la razón misma de su existencia». Se presenta así el feminismo como una actitud natural, cuyo único objetivo es liberar a la mujer de la ­cárcel de la domesticidad y ofrecerle los medios para participar sin restricciones en el devenir social y político de la Humanidad. Cartas a las mujeres de España sigue siendo un libro actual, de obligada lectura. «Una invitación a la vida. Toda la modernidad y la luz del pensamiento de una de las mujeres más brillantes de nuestra historia recogidas en los textos que dedicó a sus coetáneas». Laura Hojman Un ideario feminista para las mujeres que también deben leer los hombres.

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María de la O Lejárraga

Gregorio Martínez Sierra

cartasa las mujeresDE ESPAÑA

Edición deJuanAguileraSastre e IsabelLizarragaVizcarra

© Herederos de María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra

© Edición: Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra

© 2023. Editorial Renacimiento

www.editorialrenacimiento.com

polígono nave expo, 17 • 41907 valencina de la concepción (sevilla)

(+34) 955 998 232 • [email protected]

Imagen de cubierta: María Pastor García (@abordandohistorias)

Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento

isbn ebook: 978-84-19791-07-8

INTRODUCCIÓN

En mayo de 1916 llegaba a las librerías un curioso volumen, Cartas a las mujeres de España, que hoy debe considerarse un hito en la historia del feminismo español. En la portada figuraba como autor G. Martínez Sierra, firma que como se sabe reúne a dos escritores, María de la O Lejárraga García y el propio Gregorio, su esposo desde 1900. El primer anuncio del libro apareció en la sección «Libros recibidos» del número 69 de la revista España, el 18 de mayo, encabezando las novedades de la editorial Renacimiento, entre las que había también obras de Narciso Oller, Eça de Queiroz, Emiliano Ramírez Ángel, Eduardo Marquina y Eduardo Zamacois (Anónimo, 1916, p. 17). Las primeras notas publicitarias en la prensa, ya a principios del mes de junio, lo situaban entre «los mejores libros de la semana», al lado de autores como Unamuno, Rubén Darío, Azorín o Blanco Fombona, y lo definían como un «libro lleno de consejos inspirados en un feminismo realista» (La Esfera, 3-vi-1916, p. 30); o más explícitamente aún: «Libro interesantísimo que deben leer todas las mujeres, porque trata con sinceridad, emoción y amenidad de sus derechos y de sus deberes. Trescientas páginas de buena doctrina. 3,50 pesetas. De venta en la Sociedad General de Librería y en todas las librerías» (La Correspondencia de España, 8-vi-1916, p. 6). Por esas fechas, la prestigiosa «revista ilustrada» Blanco y Negro, aún independiente del diario ABC, con el que conformó la base del grupo Prensa Española dirigido por Torcuato Luca de Tena, seguía ofreciendo a sus lectores, como veremos, una sección titulada genéricamente «La mujer moderna», a cargo de Gregorio Martínez Sierra, en la que continuaban apareciendo nuevas «Cartas a las mujeres de España» que, lógicamente, no pudieron incluirse en aquel volumen de Renacimiento. Pero la historia del libro venía de tiempo atrás y merece la pena reconstruirla.

Un primer proyecto truncado

El proyecto de hacer pedagogía feminista y difundir en España los fundamentos del feminismo internacional, con el fin de concienciar tanto a los hombres como a las mujeres y prepararlos para un futuro inmediato que se adivinaba ineludible, no era nuevo para los Martínez Sierra. Ya en 1913 habían tratado de iniciar una sección en la revista Nuevo Mundo, con el título genérico de «Problemas sociales de actualidad», dedicada a lo que consideraban un problema candente en aquel momento. Ese era el antetítulo de un artículo, «Feminismo», firmado como siempre G. Martínez Sierra, escrito a raíz del X Congreso Internacional Feminista organizado por el Conseil National des Femmes Françaises (CNFF, fundado en 1901 como delegación francesa del International Council of Women). El congreso se había celebrado en París del 2 al 7 de junio de 1913, bajo la presidencia de Lady Aberdeen, y todavía en 1915 era considerado por Lejárraga-Martínez Sierra «la más importante de las reuniones femeninas últimamente celebradas»1. De hecho, a sus debates y conclusiones está dedicada íntegramente la carta V. Pero ya en 1913 habían salido al paso de los prejuicios y la frivolidad, casi siempre teñidos de grosería e ignorancia, con que solía abordarse en España la cuestión feminista. El artículo comenzaba censurando que una «popularísima revista» de modas, al comentar el congreso feminista de París, aludiera a que «se han reunido allí todas las feas de la tierra»; y añadía con inteligente ironía: «Verdad es que la tal afirmación y otras de la misma calaña, en las cuales no falta, naturalmente, el gracioso calificativo de “marimacho”, van en un artículo de modas, entre trascendentales disquisiciones sobre si en el próximo otoño las faldas se han de ceñir o se han de rasgar, y están escritas, sin duda, pensando en halagar con ellas la supuesta frivolidad de las lectoras». De inmediato, enlazaba con una anécdota vivida en San Sebastián, donde un grupo de «caballeros» bien trajeados y distinguidos, ante un chiste o pie de caricatura sobre el sufragio femenino, «todos hicieron con unanimidad desoladora un comentario absurdo, lleno de grosería y de ignorancia, y desde luego redondamente antifeminista». Y añadía, esta vez sin ironía, el narrador masculino del artículo, en un alegato lleno de modernidad y clarividencia:

Sentí un poco de indignación y un mucho de desolación, no como feminista, sino como español, ante la supina ignorancia, ante la tremenda incultura, ante el desconocimiento absoluto de cuanto preocupa e inquieta al mundo actual de aquellos hombres, representación de la mayoría de los varones españoles, de aquellos hombres que, teniendo dinero, pertenecen de hecho a las clases directoras de España, de aquellos hombres que, puesto que son ricos y ociosos, tendrán sin duda un título de abogado o de doctores en Filosofía y Letras, y que todavía ni siquiera han oído decir que el problema feminista es con el problema obrero la actualidad esencial del mundo moderno.

Es triste: estamos en España tan lejos de toda corriente mundial, que seguimos creyendo que las mujeres que piden sus derechos de ser humano son marimachos sin sexo, dejadas de la mano de Dios, renegadas del amor, enemigas de la maternidad, destructoras de la santidad del hogar. Nos figuramos a las feministas fumando, blasfemando, emborrachándose, vociferando en clubs y tabernas, hasta, ¿quién sabe?, buscando de (sic) placer por su dinero, como el más respetable de los hombres honrados. Creemos que igualdad ante la ley significa para ellas igualdad en el derecho a la abyección. No, hermanos españoles; para prostituirse y rebajarse no necesita la mujer leyes igualitarias; precisamente se trata de todo lo contrario, y si la mujer moderna quiere, necesita apoderarse de la ley, es para ver si, levantando legalmente su voz al lado de la nuestra, hace oír dentro de la legalidad una palabra a favor de todos esos intereses tan femeninos que la acusamos de desdeñar: a favor del hogar verdadero, a favor de los niños, a favor de las mujeres deshonradas y escarnecidas, a favor de los enfermos, a favor de la paz. En contra del alcohol, en contra de la centralización malsana de la vida moderna, en contra del trabajo de jóvenes y niños en talleres infectos, en contra de la prostitución legalmente reglamentada, oprobio de la civilización y ruina de la especie. Todos los intereses de salud, de higiene, de humanidad, de mejoramiento de la raza, de educación, que nosotros, hombres, deslumbrados por la palabrería altisonante de nuestros ideales políticos, ¡ay!, no tan ideales por desgracia, hemos descuidado y pisoteado; todos, absolutamente todos están en el programa feminista. ¿De qué se ha hablado en el «Congreso de la Mujer» a que antes aludía? Se ha hablado en contra de la guerra, en contra del alcoholismo, en contra de la prostitución, en contra de las malas condiciones de la ciudad moderna. Se ha hablado del terrible azote de la tuberculosis, del no menos tremendo de la sífilis, de la escuela, del taller… Se ha hablado del derecho de la mujer a ser madre, noble, serena y totalmente, en igualdad de autoridad con el padre sobre el fruto de sus entrañas, tan suyo, tan eminentemente suyo, porque ella le ha dado su sangre y su dolor, mientras nosotros, hombres, no sabemos de él sino del breve placer con que le engendramos… Y para todo esto y para muchas cosas más de que iremos tratando, la mujer moderna quiere el voto. ¡Naturalmente! No por el gusto frívolamente masculino de ir a romper urnas y falsificar actas, sino porque mientras ellas no voten, no habrá en las leyes hechas por los hombres artículo que piense en las mujeres y en los niños… y mujeres y niños son mucho más de la mitad de la especie humana. (G. Martínez Sierra, 1913a)

La alusión a esas «muchas cosas más de que iremos tratando» era una primera declaración de intenciones por parte de Lejárraga-Martínez Sierra, que evidentemente pretendían dar continuidad en futuros artículos a sus reflexiones. ¿Con qué objeto? Fundamentalmente, con el de ofrecer información seria y fidedigna a los hombres que clamaban atolondradamente contra lo desconocido, contra un feminismo que ni siquiera alcanzaban a entender. Porque se podía aceptar la discrepancia, incluso la oposición a unas ideas, pero siempre desde el conocimiento y la inteligencia:

Claro es que muchas de las reivindicaciones feministas pueden tener algo desagradable para los hombres que venimos reinando en la serenidad de nuestro egoísmo, indiscutidos y hasta reverenciados. Es un poco molesto repartir una soberanía, ¿quién lo duda? Los hombres que no puedan resignarse a ello, bien pueden combatir a las mujeres. ¡Hubo tantos que, hasta en nombre de la ley de Dios, combatieron la emancipación de los esclavos! Toda causa puede y acaso debe tener adversarios. Pero, señores antifeministas, antes de combatir, entérense ustedes, porque de lo contario, van a hacer ustedes un poco el ridículo. Sepan ustedes qué es a la hora actual el feminismo, qué es lo que pide, qué es lo que combate, qué es lo que ha logrado, qué es lo que está en camino de conseguir, cuáles son sus armas, cuáles sus flaquezas. (G. Martínez Sierra, 1913a)

Y para ello se proponían iniciar en Nuevo Mundo una campaña pedagógica y divulgativa dirigida a todos los lectores en general, pero más específicamente a los hombres que a las mujeres, para desterrar prejuicios y allanar conceptos:

A disipar un poco la ignorancia general sobre todo esto irán encaminados unos cuantos artículos que, contando con la amable hospitalidad de Nuevo Mundo, pienso publicar. No serán trabajos muy originales, puesto que quiero en ellos únicamente hacer una labor de información y de vulgarización. Hartas de las cosas que en ellos pienso decir las han pensado otros, por esos mundos; alguien ha de decirlas aquí, donde todas se ignoran. Míos serán la apreciación, el comentario, acaso alguna leve y personal modificación de la doctrina. No podré ni querré olvidar que soy español y hablo para españoles; pero no he de imaginar tampoco que, por haber nacido español, no formo parte de la humanidad y estoy apartado por completo del concierto del mundo. Tengo documentación suficiente: he hablado con mujeres de otras tierras; sé lo que se proponen y lo que ya han logrado y os diré la verdad. El comentario y la consecuencia quedan encomendados a vuestra imparcialidad y a vuestra justicia. (G. Martínez Sierra, 1913a)

La metodología y los objetivos en nada diferían de lo que más tarde reanudarían, como veremos, en la revista Blanco y Negro. Tan solo los receptores. Lamentablemente, solo un artículo continuó, pasado más de un mes, la tarea iniciada. Bajo el mismo epígrafe, llevaba por título «Maternidad» (G. Martínez Sierra, 1913b), y en 1917 fue incluido en el libro Feminismo, feminidad, españolismo (G. Martínez Sierra, 1917, pp. 101-109), la recopilación de textos feministas que siguió a estas Cartas a las mujeres de España que nos ocupan. Ignoramos las razones por las que este proyecto se frustró. Pudo deberse a los propios autores, inmersos entonces en su ascendente carrera teatral; o, más probablemente, al desinterés de la revista por prolongar un discurso que tal vez consideraba poco atractivo para sus lectores, aunque hay que reconocer que en sus páginas era ­habitual la ­temática femenina, no tanto feminista, con secciones semanales fijas como «La mujer en París», que firmaba Alice D’Aubry, y otras más discontinuas, como la serie «Las mujeres», de Cristóbal de Castro. El caso es que la campaña feminista de Lejárraga-Martínez Sierra concluyó sin apenas haber levantado el vuelo.

Blanco y Negro y la serie «La mujer moderna» (1915-1916)

La firma Gregorio Martínez Sierra venía apareciendo de forma esporádica en Blanco y Negro desde marzo de 19022. Esta «revista ilustrada», que salía los domingos, gozaba de gran prestigio por sus ilustraciones y por la calidad de sus colaboradores (Bussy Genevois, 2001). Lejárraga-Martínez Sierra, tras algo más de un año sin aparecer en sus páginas, reanudaron su colaboración el 3 de enero de 1915, con un artículo muy distinto a los precedentes de su pluma. Su título, dividido en dos frases independientes, anunciaba una novedad reveladora: «Cartas a las mujeres de España. Dolorosa victoria». Era la primera vez que los autores utilizaban la fórmula epistolar para un texto feminista y lo titulaban así. Y suponía un giro importante con respecto al artículo de Nuevo Mundo que comentábamos más arriba: ya no se interpelaba preferentemente a los hombres como receptores de un mensaje inequívocamente feminista, sino «a las mujeres de España», que se convertían así en protagonistas de su propia historia y de su futuro. Europa se hallaba inmersa en la Gran Guerra y el artículo planteaba la paradoja de que aquel terrible conflicto había comenzado a encauzar la victoria de las mujeres en su lucha por la emancipación y la igualdad de derechos. Porque si ya antes de la catástrofe bélica los derechos femeninos «eran uno de los problemas más apasionantes del mundo moderno», la guerra parecía estar ofreciendo «inevitablemente» una solución «accidental e inesperada» a ese «problema mundial», porque «de las mujeres es el porvenir». El artículo concluía con una suave pero rotunda admonición a las mujeres españolas:

Mujeres de España, señoras mías: ¿por qué les digo a ustedes todo esto? Porque, en mi humilde y respetuosa opinión, están ustedes un poco dormidas. Bien puede llegar la hora de prueba a España también. Y en conflictos menos aparatosos, ¡pero tantos!, ya ha llegado. Ustedes, sin duda, querrán también cumplir su deber heroicamente. Pero, para llegar a la eficacia dentro del heroísmo, no basta con la voluntad: es preciso tener los medios para ser heroicas. Hay que prepararse; hay que aprender un poco más; hay que pensar un poco más; hay que salir del círculo encantado en que les encierran a ustedes unas cuantas mentiras bonitas de los hombres; hay que preocuparse un poco menos de la moda y un poquito más de la vida; hay que entusiasmarse menos por el flirteo y más por el derecho. ¿Que los hombres les damos a ustedes en España lamentables ejemplos de frivolidad, de cobardía, de ignorancia, de falta de abnegación y patriotismo? Es verdad; pero no los tomen ustedes, y sálvennos, a pesar nuestro, si pueden ustedes, ¡que sí pueden!; porque desde que la primera mujer echó el segundo hombre al mundo, el porvenir de la Humanidad está en manos de ustedes. (Carta I)

La colaboración de Lejárraga-Martínez Sierra no anunciaba ningún tipo de continuidad, salvo el plural empleado en el título, «cartas» y no «carta», y una imprecisa alusión a la lucha de las feministas hasta el inicio del conflicto: «Otro día, cuando acabe la guerra, hablaremos del heroísmo extraño de estas bravas hembras que, por defender la justicia de su causa, lo arrostran todo…, hasta el ridículo». Sin embargo, este texto hubo de suscitar el interés del público lector. No podemos determinar si fueron los autores quienes propusieron a la empresa editora dar continuidad a la serie o fue el editor quien se lo pidió a los escritores. El caso es que cuatro semanas más tarde, en un número que, excepcionalmente, se publicó en viernes, el 5 de febrero, Blanco y Negro anunciaba el comienzo de una sección nueva en la revista, consagrada y dirigida a las mujeres, a cargo del famoso escritor «feminista» Gregorio Martínez Sierra. En su presentación, la revista asumía las tesis de Lejárraga-Martínez Sierra y proponía dar cabida en sus páginas a todas las cuestiones que «la vida moderna» planteaba a las mujeres, sus derechos y también sus deberes, con el fin de preparar «el porvenir de la humanidad»3:

la mujer moderna

Blanco y Negro inaugura en este número una sección nueva, especialmente consagrada a sus lectoras: «La mujer moderna».

Esta nueva sección se publicará quincenalmente, y estará a cargo del notable escritor D. Gregorio Martínez Sierra, cuya labor literaria íntegra, novela, poesía, teatro, se ha caracterizado siempre por el sentido francamente feminista. El autor de El ama de la casa, de Canción de Cuna, de La casa de la primavera, de El amor catedrático, es un entusiasta defensor, un decidido partidario de la mujer española, un admirador de sus valiosísimas cualidades espirituales, un convencido de que han de llegar para ella días más felices y más eficaces. Blanco y Negro, por lo tanto, cree haber puesto en buenas manos esta nueva sección.

No es una sección de modas, de salones o de frivolidades. Blanco y Negro respeta demasiado a sus lectoras y tiene un concepto de su inteligencia demasiado alto para suponer que solo puedan interesarse por fruslerías y trapos más o menos lindos. La mujer española –en esto comparte Blanco y Negro la opinión del Sr. Martínez Sierra– es viva de entendimiento como pocas, sana de corazón y recta de conciencia como acaso ninguna; es valiente en potencia y por esencia; sabe sufrir mejor que nadie. Heroica en la virtud pasiva; si en la acción es un tanto tímida, ello es debido exclusivamente a la general ignorancia que la rodea. Y esta ignorancia no es culpa suya, sino agravio que se le hace. A reparar un poco este agravio tiende modestamente Blanco y Negro con esta sección nueva. En ella se hablará a las mujeres de España de sus derechos, de sus esperanzas, de sus altísimos deberes, de sus tremendas responsabilidades, de la gloriosa actividad que la vida moderna exige de ellas, de cómo el porvenir de la humanidad está en sus manos, tanto, y acaso más, que en las de los hombres.

Blanco y Negro espera que sus amabilísimas lectoras acojan favorablemente esta iniciativa y la alienten con el estímulo de su buena voluntad». (Anónimo, 1915a).

Curiosamente, en la primera entrega de la serie «La mujer moderna», publicada en ese mismo número del 5 de febrero, no aparecía el título genérico de «Cartas a las mujeres de España», tan solo el específico del artículo, «Clubs de mujeres», dedicado a ofrecer noticias sobre el feminismo norteamericano y sus novedosos clubs femeninos, la fórmula que según Lejárraga-Martínez Sierra resultaría de mayor eficacia y utilidad para las españolas del momento (carta II). Pero su éxito, unido al del anterior, resultó decisivo para consolidar la sección, como se reconocía en el número siguiente de la revista:

nuestras mejoras

la mujer moderna

Hemos recibido muchas felicitaciones con motivo de la publicación, que inauguramos en nuestro número anterior, de la sección titulada «La Mujer Moderna». Esta interesante parte de nuestro periódico se publicará dos veces al mes, un número sí y otro no, y en ella seguirá haciendo el ilustre literato D. Gregorio Martínez Sierra una labor digna de su fama y de su talento (Anónimo, 1915b).

La sección «La mujer moderna», en efecto, se publicó quincenalmente de manera regular y gozó desde el comienzo de enorme popularidad entre las lectoras de la revista. Hasta el punto de que en la única quincena que faltó a su cita durante esos primeros meses, el 20 de junio, los autores recibieron las quejas del editor y de los lectores. Así se lo comunicaba Gregorio a su esposa en una carta de finales de junio: «Te mando una carta de Campo-Moreno [responsable de la sección gráfica de Blanco y Negro]: por lo visto, como suponíamos, el público se ha quejado por no ver “La mujer moderna”, y tienen empeño en dar dos números seguidos. Yo le he contestado que lo haremos más adelante. Mándame cuanto antes original» (en O’Connor, 2003, p. 203, carta 8). Tan solo el último artículo de ese año 1915, el 19 de diciembre, sufrió un ligero retraso de una semana, ya que debía haber aparecido el día 12. Hasta aquí, cada entrega iba numerada, desde la I hasta la XXII. A partir de entonces, las nuevas entregas dejaron de numerarse y comenzaron a distanciarse paulatinamente, hasta su desaparición. En 1916 tan solo aparecieron 6 de un total de 28 colaboraciones (a las que habría que añadir la primera, que se había publicado fuera de la serie): el 13 de febrero, tras 7 semanas de interrupción; el 19 de marzo, con un intervalo de 4 semanas; el 16 de abril, 3 semanas después; el 4 de junio, a las 6 semanas; el 16 de julio, después de 5 semanas sin aparecer; y la última, el 1 de octubre, tras un intervalo de 10 semanas. Consignemos que esta última, además, prescindía del título genérico de la sección, «La mujer moderna», y tan solo mantenía el específico de «Cartas a las mujeres de España».

Las razones de esta inercia hacia la desaparición de la serie hay que buscarlas en la creciente dedicación al teatro de la pareja, Gregorio como empresario y director de escena de su Compañía Cómico Dramática, que iniciaba por entonces su andadura (Checa, 1998, pp. 161-179), y María cada vez más absorbida por la producción literaria de la firma Martínez Sierra. Ya el verano de 1915 había sido ajetreado para ellos, con continuos viajes y ocupaciones teatrales, desde la conformación de la compañía hasta la primera gira por tierras catalanas, que comenzó a mediados de agosto, la estancia de María en Sitges, y después de los dos en Barcelona, etc. Así lo confirma Gregorio en el epistolario de esos meses con su esposa, a quien escribe desde Madrid o desde Lérida para confirmarle los envíos de original: «Recibí “La mujer moderna”: está perfectamente» (en O’Connor, 2003, p. 206, carta 12); «Hoy he recibido los dos envíos de “La mujer moderna”, que está muy bien como siempre, e inmediatamente los he enviado a Blanco y Negro» (en O’Connor, 2003, p. 206, carta 13); «Te recomiendo que hagas cuanto antes el próximo número de “La mujer moderna”. Conviene de ahora en adelante mandarlo con más anticipación si hemos de corregir pruebas en Barcelona» (en O’Connor, 2003, p. 207, carta 14); «Hoy me envían las pruebas de Blanco y Negro. Las corregiré yo porque no hay tiempo para enviártelas» (en O’Connor, 2003, p. 208, carta 15)… Pero al final, insiste en que lo importante de verdad para ellos es el teatro, y conviene despachar con rapidez los artículos para Blanco y Negro: «Celebro que eches fuera varios números de “La mujer moderna”, para que nos podamos dedicar al teatro nuestro sin interrupciones» (en O’Connor, 2003, p. 217, carta 31).

«La mujer moderna» y el volumen Cartas a las mujeres de España (1916)

Desde muy pronto, Gregorio, siguiendo una práctica habitual en él y en otros autores, albergó la idea de reunir en volumen los escritos feministas que iba publicando Blanco y Negro. En una carta a María de mediados de julio, además de elogiar, como en ocasiones anteriores, la emotividad que destilaban sus escritos, le anunciaba su intención: «Por cierto que leyendo anoche lo de este número se me saltaron las lágrimas muchas veces. ¿Cómo te las compones para poner emoción en todo? Es maravilloso. Y qué admirables de doctrina todas las cartas. Cuando estén reunidas en libros serán cosa muy seria y se venderán a millares» (en O’Connor, 2003, p. 207, carta 14). Pero «La mujer moderna» nunca se publicó tal como apareció en Blanco y Negro, pues el libro así titulado de Lejárraga-Martínez Sierra y aparecido en 1920 nada tiene que ver con los artículos de la revista ilustrada4. Se trata de una recopilación de opiniones de relevantes figuras de la cultura española, hombres y mujeres (Palacio Valdés, Julio Cejador, E. Gómez de Baquero, Francos Rodríguez, Luis Araquistáin, Ramiro de Maeztu, Rafael Altamira, Emilia Pardo Bazán, María de Maeztu, Carmen Rojo, Blanca de los Ríos, Matilde G. del Real…), una «encuesta» sobre la cuestión feminista en España que había realizado Martínez Sierra en 1917, cuando ya se había agotado la serie «La mujer moderna». Hay que resaltar, por otra parte, que los artículos aparecidos en Blanco y Negro contenían, además de una sección casi fija, titulada «Cartas a las mujeres de España», otras muy variadas informaciones con diferentes títulos y contenidos (sobre la mujer y la guerra, sobre el congreso por la paz de La Haya, sobre los clubs norteamericanos de mujeres, opiniones de relevantes feministas extranjeras, reflexiones sobre la «cuestión sufragista», etc.), la mayoría de los cuales se reservaron para un segundo volumen de textos feministas, el ya citado Feminismo, feminidad, españolismo (1917), que reeditaremos en breve. Y casi todas las entregas finalizaban con un «Calendario espiritual», que recogía «un buen pensamiento para cada día» de la quincena correspondiente. Estos «pensamientos», extraídos de proverbios de la sabiduría popular, de la Biblia o de autores y filósofos clásicos, sí se reunieron más tarde en un volumen homónimo, Calendario espiritual. Un buen pensamiento para cada día, «ordenado por G. Martínez Sierra», y que sirvió para inaugurar la Biblioteca Estrella en 1918.

Tan solo una mínima parte de los textos de Blanco y Negro quedó fuera de los tres libros a que dieron lugar (Cartas…, Feminismo…, Calendario…) en años consecutivos. Se trata de informaciones complementarias, aunque no carentes de interés, como «Papel que desempeñan las mujeres en la lucha contra la tuberculosis» (4-iv-1915, pp. 16-18; 16-v-1915, pp. 36 y 38), «El municipio de Nueva York se preocupa de enseñar a “hacer la compra” a las amas de casa» (4-iv-1915, p. 8), «Algunos consejos a las madres (Extractados de La guía de la madre, de Emelyn Lincoln, doctora en Medicina)» (13-vi-1915, pp. 40 y 42), «Problemas de interés general que pueden resolver las mujeres, asociándose para una acción común (Extracto de una relación publicada por Mrs. Heath, fundadora y presidenta de la Liga Nacional de las Amas de Casa, en Norteamérica)» (15-viii-1915, pp. 24 y 26), «Información. Una mujer alcalde» (14-XI-1915, p. 17), «Caridad social: actividad de las mujeres españolas», «Lo que piensan de la guerra las mujeres de los países que están luchando» y «Profesión de fe» (19-xii-1915, pp. 42 y 44). Como curiosidad, digamos que la traducción de La luna creciente, «poemas de madres e hijos, escritos en lengua bengalí por Rabindranaz Tagor (sic)», que había aparecido en el número del 15 de agosto de 1915 y motivó un nuevo ­encontronazo con Juan Ramón Jiménez, sí se incorporó después al volumen Feminismo, feminidad, españolismo (1917, pp. 211-217). Ante la queja de Juan Ramón, que en esos momentos traducía y publicaba La luna nueva con su esposa Zenobia, Gregorio escribió a María pidiéndole que en otra entrega de «La mujer moderna» hiciera referencia a esa traducción de Tagore: «En el último número de España he visto dos poesías de La luna nueva. Me parece que están bien traducidas. Me da asco Juan Ramón. Sin embargo, conviene que aludas a esa traducción en “La mujer moderna”. Nadie se acuerda de nosotros más que cuando nos necesita. Es cosa sabida» (en O’Connor, 2003, p. 219, carta 35). María lo glosó brevemente, en efecto, con el título de «Un buen libro» (12-ix-1915, p. 26), pero su reseña no se recogió después en volumen, ni la localizó Agustín Coletes para su meritorio estudio, quien asegura que no llegó a escribirse (2000-2001, pp. 123-124).

Como hemos señalado, en el mes de mayo de 1916 se publicaron 25 de esas «cartas» de Blanco y Negro en un volumen también titulado Cartas a las mujeres de España. Los 25 textos seleccionados para el mismo habían aparecido consecutivamente entre el 3 de enero de 1915 (el artículo fuera de la serie de «La mujer moderna») y el 13 de febrero de 1916, fecha en que debió comenzar a componerse el libro. Quedaron fuera, pues, las cinco últimas «cartas» publicadas en la revista ilustrada, las aparecidas entre el 19 de marzo y el 1 de octubre. Cuatro se incorporarían directamente al volumen Feminismo un año después: «La poesía de la vida, el gozo de vivir, ¿dónde están?» (19-iii-1916; en Feminismo, pp. 111-123); «Sobre la necesidad y utilidad de la meditación, y por qué debe hacerse a la luz optimista de la mañana» (4-vi-1916; en Feminismo, pp. 57-69); «Orientaciones nuevas. Un artículo de H. G. Wells» (16-vii-1916; en Feminismo, pp. 85-100); y «Mirando a Europa» (1-x-1916; en Feminismo, pp. 71-83). Sin que sepamos muy bien por qué, quedó excluida la titulada «Quien pone su dicha a una sola carta, antes de jugarla la tiene perdida» (16-iv-1916), una reflexión muy sugerente y novedosa sobre Casa de muñecas, la famosa obra de Ibsen que al poco tiempo traduciría María Lejárraga y que Gregorio llevó a las tablas en el Eslava el 27 de abril de 1917, en el beneficio de Catalina Bárcena (Aguilera, 2014). Dado su interés, la incluimos como apéndice de nuestra edición. Por último, anotemos que dos de las 25 cartas corresponden a una misma entrega de Blanco y Negro: la XX, que sí apareció bajo el epígrafe de «Cartas a las mujeres de España», y la XXI, que seguía a la anterior con su propio título, «Ideales nuevos. Cuatro retratos de mujer, por Walt Whitman», ambas publicadas en el número de la revista del 31 de octubre de 1915.

Aparte de las notas publicitarias que comentábamos al comienzo, poca atención pareció suscitar el libro entre los críticos del momento. Los propios autores enviaron a la prensa una «nota» de promoción5en la que exponían sus propósitos al editar el libro, así como la visión feminista que pretendían transmitir a sus lectores. Merece la pena rescatarla, puesto que no la publicó ningún periódico:

Cartas a las mujeres de España, por Gregorio Martínez Sierra

Martínez Sierra ha reunido en un volumen las Cartas a las mujeres de España que durante un año ha venido publicando en Blanco y Negro, con general aceptación del público femenino. Forman el tomo trescientas páginas de buena doctrina, inspiradas en el ideal ultrafeminismta y ultrasensato que inspira esencialmente todas las obras del autor de Canción de cuna. Todas las mujeres que lean español están obligadas a leer este libro; es leal, sincero, de buen consejo, avanzado sin extravagancias, austero sin exageraciones. No teman ustedes perder su buen gusto de mujeres bonitas al seguir la doctrina que les predica Martínez Sierra, al predicarles deberes de cultura, humanidad y misericordia, al descubrirles derechos de justicia absoluta. Para hablar de la ley, de la maternidad (alma y esencia de la feminidad), de la justicia social, de la caridad bien entendida, del progreso, de la civilización verdadera, el autor de Tú eres la paz ha empleado tanta emoción como en la mejor de sus comedias, tanta amenidad como en la más fragante de sus novelas. Estilo claro, limpio, hasta su mucho de poesía (toda la que puede caber en la felicidad bien disfrutada y en la adversidad dignamente sufrida) hay en estas Cartas, que más parecen charlas de apasionada intimidad. La que él ha llamado «emoción intelectual» va en corriente constante por todas las páginas del libro. Martínez Sierra ha logrado en esta obra, más que en ninguna de las suyas, convertir las ideas en sentimientos. No cabe lección más humanamente dictada.

Para dar a ustedes idea del contenido del libro, copiamos a continuación el índice de sus 25 capítulos.

Cierto que habla de muchas injusticias sociales e individuales, de muchos dolores, de llagas que debieran curarse, de lepras que no debieran existir, de vergüenzas, de llantos, de crímenes de lesa humanidad…

Tan solo hemos hallado una reseña a esta primera edición de 1916, aparecida en un periódico de provincias, La Publicidad, de Granada. En ella, a la vez que los elogios de rigor, se destacaba que era un libro que «no ha de levantar […] airadas protestas» pese a ser un tratado «honda y radicalmente feminista», pero moderado en el fondo y lleno de poesía en la forma, cuyo objetivo era más educar que alentar a una revolución. Merece la pena reproducirla íntegra:

He aquí un libro que, siendo honda y radicalmente feminista, no ha de levantar sin embargo airadas protestas, ni aun de esos agrios detractores del feminismo que desean a la mujer eternamente sometida a las tiranías del hogar. Porque el libro de Gregorio Martínez Sierra es de una apacible y eterna poesía, escrito con más miras educadoras que revolucionarias.

No ha de asustar más a los timoratos que en determinadas páginas del libro se haga la exaltación del feminismo, con apologías a las muchachitas que estudian y se doctoran, toda vez que son muchos los capítulos que se dedican a la invitación del cultivo de todas esas virtudes maternales que en todo pecho de mujer anidan.

Algunas consideraciones sobre el ejercicio de la caridad; pequeñas admoniciones sobre la diversión, la emoción, el aburrimiento; el solitario (sic) del hogar y las amistades; el poder de la belleza; la compostura como gracia, y la coquetería como vicio, el amor a la patria; la felicidad y los sacrificios, he aquí narrados a la ligera los temas de los principales capítulos del libro.