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Los fantasmas están siempre activos, no respetan ningún límite y no tienen piedad. Ed y Lorraine Warren, los demonólogos más famosos y respetados del mundo, llevan décadas dedicados a explorar, documentar y certificar de un modo concluyente innumerables casos de fenómenos paranormales. Las extraordinarias experiencias de los Warren con el mundo sobrenatural han servido de inspiración tanto a libros como a películas de gran éxito como, por ejemplo, Horror en Amityville, Extrañas apariciones, Expediente Warren o Annabelle. Desde la academia militar de West Point, en Nueva York, a las zonas rurales de Tennessee, Cazadores de fantasmas describe en primera persona los enfrentamientos de los Warren con lo desconocido y lo innombrable. En este libro encontrarás la historia de unas adolescentes que se dejan seducir por el satanismo y la güija, para terminar siendo víctimas de espeluznantes espíritus; la de un pueblo aterrado por imparables fuerzas asesinas cuyo origen no puede ser otro que el mismísimo infierno; la de una casa familiar acosada por un furioso e implacable poltergeist ¡La historia real de la casa de los horrores de Amityville! En total, catorce aterradores relatos cuya autenticidad te provocará escalofríos.
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Seitenzahl: 216
Veröffentlichungsjahr: 2019
Ed y Lorraine Warren con Robert David Chase
Cazadores de fantasmas
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Colección Estudios y Documentos
CAZADORES DE FANTASMAS
Ed y Lorraine Warren
1.ª edición en versión digital: octubre de 2019
Título original: Ghost Hunters
Traducción: Daniel Aldea
Corrección: Sara Moreno
Diseño de cubierta: Enrique Iborra
Prólogo: Javier Pérez Campos
© 1989, Ed y Lorraine Warren con Robert David Chase
Edición publicada por acuerdo con Graymalkin Media Publishers, USA
(Reservados todos los derechos)
© 2018, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida
08191 Rubí - Barcelona - España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-538-0
Maquetación ebook: leerendigital.com
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
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Índice
Portada
Cazadores de fantasmas
Créditos
Prólogo
Introducción
Archivo del caso. West Point
Archivo del caso. El asesinato más violento
Archivo del caso. Bigfoot
Archivo del caso. Jane Seymour
Archivo del caso. El exorcismo y la adolescente
Archivo del caso. El asesino en la niebla
Archivo del caso. Infestación demoníaca
Archivo del caso. Lo inombrable
Archivo del caso. La oscuridad del más allá
Archivo del caso. El sacerdote aterrorizado
Archivo del caso. Amityville
Archivo del caso. El pueblo maldito
Archivo del caso. La agente de policía petrificada
Archivo del caso. Una explosión «poltergeist»
Prólogo
UNA VIEJA FOTOGRAFÍA
El niño mira fijamente desde una habitación vacía. Lo hace directamente a cámara, asomándose por el marco de la puerta, como si supiera del interés que suscita su rara presencia. Lleva el pelo a un lado, tapando parte la frente, y su boca marca una extraña expresión de desconcierto. Es como si estuviera aturdido, como si alguien lo hubiera despertado de un largo sueño. De hecho, parece llevar puesto un pijama. El mismo de la noche que lo mataron.
La fotografía captada por el equipo de Ed y Lorraine Warren en la casa de Amityville es una de las más aterradoras que he visto en mi vida. Y es que ése no es un lugar cualquiera, como tampoco lo es la habitación desde la que se asoma la inquietante figura infantil. Allí, en 1974, un joven de veintitrés años llamado Ronald DeFeo masacró a su familia al completo, y lo hizo con pasmosa premeditación. Primero vertió sedantes en la cena. Después, con los seis miembros ya dormidos, fue habitación por habitación y les disparó hasta la muerte. Eran las tres de la madrugada.
Acto seguido, con los cadáveres aún calientes, se dio un baño y se deshizo de algunas pruebas. Unas horas más tarde entró en el bar más cercano pidiendo ayuda. Afirmaba que había cometido un acto terrible. Ocurrió en el 112 de Ocean Avenue, en Amityville. Una casa que nunca volvió a ser la misma. Una casa con dos ojos por ventanas. Una casa maldita.
Sólo un año después, la familia Lutz se instaló en aquel inmueble. No conocían nada de la matanza de los DeFeo. Y aunque el precio era, como suele ocurrir en estos casos, sospechosamente bajo, les enamoró su estructura, su estilo colonial y el coqueto embarcadero de madera en el jardín.
Pero tan pronto como se mudaron, las cosas comenzaron a ir de mal en peor. George, el padre, empezó a comportarse de manera anómala. Según sus palabras posteriores, el espíritu de la casa fue cambiándole la personalidad e incluso el semblante. Se dejó barba y adquirió un aspecto desaliñado, se mostraba irascible con facilidad… Por no hablar de los enjambres de moscas que surgían de la nada. O de la sustancia fangosa que aparecía en los cuartos de baño. O de las voces. O de la figura con rostro de cerdo que George vio una noche desde el exterior, asomándose a la habitación de su hija.
El terror fue haciendo mella en la pareja y los niños, hasta que una noche vieron una sombra descender por la escalera principal. Fue demasiado. Salieron de la casa como alma que lleva el diablo para no volver jamás. Sus cosas se quedaron durante meses tal y como las habían dejado aquella noche de horror: las camas deshechas, los platos de la cena sobre la mesa de la cocina, los juguetes sin recoger en las habitaciones de los niños…
El caso Amityville copó la portada de los principales periódicos, lo que provocó que aflorasen todo tipo de historias referentes a la vivienda. Por ejemplo, que se erigía sobre un antiguo mortuorio de los indios nativos shinnecock, o que en el sótano había una habitación roja que había sido sellada y de la que surgían voces que incitaban a matar. Lo cierto es que la estancia, durante años considerada legendaria, existe. De hecho, fue captada por un fotógrafo que la revista española Interviú envió al domicilio.
Pero si hablamos de fotos, debemos volver a la del niño. Un pequeño de unos seis años que asoma, curioso, por una habitación. Los Warren estuvieron allí tras la partida de los Lutz en una noche de investigación que a más de uno nos habría gustado vivir. Aquella madrugada, la casa pareció vomitar parte de su turbio y denso pasado. La foto es el ejemplo más claro. Todavía es objeto de disputa y siguen en liza diferentes teorías sobre quién podría ser la figura que asoma, precisamente, desde la habitación que ocupó John DeFeo, el más pequeño de la familia asesinada años atrás. Su aspecto corresponde con el que aparece en la imagen captada una jornada en la que allí no había niños. Ambos tienen un flequillo peinado hacia el mismo lado, unas cejas arqueadas, un rostro muy similar y compartirían, además, la edad.
La foto nunca estuvo exenta de polémica, pero Ed y Lorraine estaban seguros de que la metodología utilizada no permitiría lugar a la duda. Eso es algo que admiro y valoro profundamente de esta pareja de ya míticos investigadores de lo extraño. Su pericia. Su profundo entusiasmo. Su convencimiento. Sus agallas para defender su labor donde hiciera falta y ante quien fuera necesario. Creían de verdad en lo que hacían. Quizá por eso se ganaron el afecto de una sociedad cada vez más descreída y escéptica.
Ed y Lorraine lanzaron teorías que resultaron seminales para otras de gran calado que llegaron después. La mente, como elemento canalizador capaz de crear figuras con el poder del miedo colectivo. Un tulpa. Un ser fabricado con los hilos invisibles de la mente de una sociedad concreta. Y es que, a pesar de creer en los fenómenos paranormales, buscaban formas de racionalizarlos lo máximo posible. Porque la fe y la ciencia no están reñidas. Y ellos no ocultaban ninguna de sus facetas. Creían que, complementándolas, podían llegar a soluciones.
Pero veréis, por encima de los métodos empleados o de las teorías que enunciaron, hay algo en el trabajo de los Warren que valoro por encima de todo porque sé de lo que hablo. Llevo una década investigando misterios. Para ello recurro a todas las disciplinas posibles. He llegado a acudir a casas donde manaba sangre de las paredes con miembros del CSIC para recoger muestras y analizarlas en laboratorio. Y aunque cada caso es un mundo, hay un denominador común: la angustia de las familias que viven en esos domicilios presenciando una realidad que se les escapa.
Sé que Ed y Lorraine, con su respeto y su implicación personal, pudieron dar calma a cientos de testigos. Y, creedme, aunque sólo fuera por eso, su labor ya habría merecido la pena.
Recientemente, Lorraine nos ha abandonado. Pero ha dejado todo un legado para que no olvidemos la importancia de creer de verdad en lo que uno hace. Ahí tenemos las piezas de su museo, que son historia de una época. También está su maravillosa familia, que, estoy seguro, velará mejor que nadie por su legado.
Ahora Ed y Lorraine, reunidos de nuevo, estarán buscando nuevos misterios. No me cabe duda. Nosotros, gracias a sus libros, quizá podamos siquiera atisbarlos.
Y para mí eso ya sería suficiente.
JAVIER PÉREZ CAMPOS
Ciudad Real,
2 de julio de 2019
Introducción
NO ERA EL TIPO DE HISTORIA que uno esperaría encontrar en The New York Times. Tampoco era el tipo de historia que uno esperaría de la institución militar más prestigiosa de EE. UU., West Point.
Y aun así, los periódicos, los noticiarios televisivos y los programas de radio de todo el mundo difundieron durante cuatro días las últimas noticias sobre la infestación demoníaca que asediaba West Point. El apelativo «infestación demoníaca» es la versión políticamente correcta del término «fantasmas».
En el centro de esta historia en desarrollo, que muchos responsables gubernamentales esperaban que desapareciera pronto, había un matrimonio de mediana edad compuesto por Ed y Lorraine Warren. Lo que más atrajo la atención de la opinión pública sobre esta pareja fue su profesión. Ed y Lorraine eran demonólogos que habían dedicado su vida al estudio de los sucesos sobrenaturales y ocultos.
Aunque, tal vez, la palabra «estudio» se quede demasiado corta, pues sugiere que los Warren se pasaban la mayor parte del tiempo descifrando minuciosamente polvorientos volúmenes llenos de antiguas y macabras tradiciones.
De hecho, los Warren han viajado por todo el mundo y han participado en todo tipo de actividades sobrenaturales, desde presenciar violentos fantasmas arrojando hachas a seres humanos hasta prestar ayudar a sacerdotes en los ritos del exorcismo.
Mucho antes de que la prensa mundial los «descubriera» en West Point, Ed y Lorraine eran muy conocidos por las personas que habían recurrido a ellos en busca de ayuda, desde detectives de la Policía, quienes habían utilizado los poderes psíquicos de Lorraine para resolver varios asesinatos, a estrellas de cine preocupadas porque sus hogares pudieran estar poseídos.
En numerosas ocasiones habían puesto en peligro sus propias vidas. Muchas veces se habían encontrado atrapados en las garras del mundo de los espíritus. Muchas veces se habían visto obligados a ayudar a personas que las autoridades –gubernamentales, médicas y religiosas– habían abandonado.
Veamos, ¿quiénes son estas dos personas que ayudaron a los responsables de West Point a resolver el problema que tenían con los fantasmas?
Los Warren pasan ambos de los sesenta y llevan casados más de cuarenta años. En la actualidad, Ed es director de la Sociedad de Investigación Psíquica de Nueva Inglaterra. Su interés por la demonología se remonta a su infancia, cuando descubrió que la casa de sus padres estaba poseída. De niño, veía asiduamente objetos volando por la casa, e incluso fue testigo de algunas apariciones, es decir, personas reales que se le aparecían.
La experiencia de Lorraine con lo paranormal también empezó muy pronto. De niña, veía una luz alrededor de la cabeza de la gente. Más tarde, descubrió que aquellas luces eran auras. Cuando conoció a Ed, tuvo una experiencia similar: «La noche que me lo presentaron, al principio vi a un joven atlético de dieciséis años de pie delante de mí. Pero, entonces, tuve una visión premonitoria y vislumbré a un hombre más corpulento y canoso; supe inmediatamente que aquel era el futuro Ed. También supe que pasaría el resto de mi vida con él».
Ed y Lorraine se conocieron durante la segunda guerra mundial. Ed fue la escuela de arte, mientras que Lorraine se formó como artista autodidacta. Su hija Judy nació mientras Ed todavía estaba de servicio. Después recorrieron el país en un Chevrolet Daisy del 33, con un pastor alemán en el asiento trasero. «Nos gusta pensar que fuimos los primeros hippies –dice Ed en tono jocoso–. Pero nunca hemos perdido el interés por las apariciones y la demonología. La gente suele sorprenderse de la influencia que el mundo sobrenatural y de lo oculto ejerce sobre sus vidas. Muchos casos de supuestas enfermedades mentales en realidad son el resultado de posesiones. Y muchos casos de asesinato son el resultado de una posesión demoníaca. Desde el principio, tomamos la firme decisión de investigar todos los sucesos extraños de los que tuviéramos noticia.
»Con los años, nos ganamos la reputación de serios especialistas en incidentes de este tipo. Gracias a nuestra experiencia directa con demonios, también aprendimos a lidiar con ellos».
Posteriormente, los Warren participaron en el que probablemente sea el caso de infestación demoníaca más popular de EE. UU.: Amityville. Aunque expresan su disgusto por el hecho de que «en el libro se exageraran algunas cosas o se dejaran fuera otras», consideran que la historia de Amityville hizo que muchos escépticos reconsideraran su postura.
Su fama no ha hecho más que aumentar. Se han escrito varios libros sobre ellos: Deliver Us From Evil de J. F. Sawyer o The Demonologist de Gerald Brittle. Los Warren también aparecen de forma destacada en The Haunted, un aterrador ejemplo de infestación demoníaca sobre la cual presentamos nuevos datos en este libro. Además, cientos de artículos y dos programas de televisión propios han terminado de situar a los Warren en la palestra. Hace algunos años, la cadena NBC produjo una película para la televisión basada en uno de sus casos. Incluso el mundo académico ha llamado a su puerta; Ed y Lorraine han impartido cursos de demonología en la Universidad Southern Connecticut State.
«El mensaje más importante que queremos transmitir al público –aseguran los Warren– es que existe un inframundo demoníaco y que, a veces, puede ser un problema profundamente aterrador para la gente».
Según nos cuentan, en ese inframundo demoníaco conviven tanto espíritus humanos como inhumanos. Los espíritus humanos, que con anterioridad a su muerte recorrieron la tierra como individuos, pueden tener intenciones positivas o negativas. Por el contrario, los espíritus inhumanos nunca han tenido una existencia corpórea y se dedican a vagar por la tierra oprimiendo o poseyendo a los espíritus humanos. Estos espíritus inhumanos pueden representar fuerzas elementales (o naturales), poderes demoníacos o incluso al propio diablo.
En Cazadores de fantasmas se presentan algunas de las investigaciones más aterradoras y desconcertantes del matrimonio Warren. Entre muchos otros, descubrirás el caso de una adolescente acosada sexualmente por un demonio, el de una pequeña localidad estadounidense afligida por las fuerzas satánicas, el de una estrella de cine con el presentimiento de que en una determinada casa le espera un destino oscuro y el de la mítica criatura Bigfoot, con quien los Warren tuvieron un encuentro casi trágico en un bosque sombrío.
Cazadores de fantasmas ofrece pruebas irrefutables de que el «inframundo demoníaco» del que habla Ed realmente existe, y de que influye en nuestra vida cotidiana mucho más de lo que nos gustaría admitir.
Esto lo podrían confirmar las personas que estuvieron involucradas en el caso West Point. A pesar de que el interés en esta historia ha ido disminuyendo con el paso del tiempo, aquí descubrirás nuevos detalles sobre el caso. Una historia que los oficiales de la academia militar, pese a no poder confirmar abiertamente, tampoco pudieron negar.
Por muy sorprendentes, inquietantes y desconcertantes que puedan resultar estas historias, los Warren las han vivido todas ellas en primera persona y saben que son ciertas.
Únete a nosotros en un viaje de pesadilla de la mano de los demonólogos más experimentados y célebres del planeta: Ed y Lorraine Warren.
ARCHIVO DEL CASO
West Point
No hay ninguna institución en Estados Unidos más respetada que West Point, situada en el estado de Nueva York. Fundada en 1802, después de que el mismísimo George Washington sugiriera la conveniencia de crear una academia de esta índole, la historia de West Point no tiene parangón con ninguna otra institución semejante en el mundo.
Entre sus graduados encontramos a líderes tan famosos como Stonewall Jackson, Robert E. Lee y Dwight David Eisenhower.
«The Point», como se la conoce entre sus graduados, tiene la merecida reputación de producir hombres y mujeres con un adiestramiento que les enseña a ser obstinados y pragmáticos, y a rechazar todo aquello que tenga que ver con la fantasía. Teniendo esto en cuenta, podéis imaginar cuál fue nuestra reacción cuando uno de estos obstinados pragmáticos nos dijo que había fantasmas rondando por algunos de los edificios de la academia…
Corría el año 1972. Por entonces, Lorraine y yo teníamos un agente que nos ayudaba a programar las conferencias que dábamos. Antes de descubrir la existencia de fantasmas en West Point, nuestro agente había programado una charla en la academia a petición tanto del personal directivo como de los estudiantes. Nos sentimos profundamente halagados. Como la mayoría de los estadounidenses, Lorraine y yo sentimos un gran respeto por nuestras academias militares. De modo que nos emocionó especialmente que estuvieran interesados en saber sobre nosotros y nuestro trabajo.
Aceptamos la invitación de inmediato y nos dijeron que el mismo día un vehículo militar nos recogería en nuestra casa.
Son pocos los compromisos que nos ponen nerviosos; estamos acostumbrados a hablar frente a todo tipo de público. Sin embargo, en aquella ocasión, los dos admitimos sentir cierta aprehensión a medida que se acercaba el día.
Después de todo, estábamos hablando de West Point.
—Ed Warren
LORRAINE ESBOZÓ UNA SONRISA al ver el «coche» que les habían enviado desde West Point. Aquel tipo de limusina sólo la había visto antes en el cine: oscura, elegante, colosal. Parecía fuera de lugar frente a la modesta casa que los Warren habían terminado de construir a principios de aquel mismo año.
Por la expresión de Ed, Lorraine supo que él se sentía igual que ella; algo aturdido e intimidado.
De la limusina bajó un chófer alto y recto como un palo enfundado en un uniforme del Ejército. El hombre les abrió la puerta y los Warren subieron al vehículo mientras cruzaban una mirada de nerviosismo.
Durante las horas siguientes, recorrieron algunos de los parajes más hermosos del país, colinas y valles rurales abrasados, pese a estar en el mes de octubre, por un tórrido sol otoñal. Sólo se oía el zumbido del motor de la limusina; el sistema de aire acondicionado los mantenía frescos. Los mullidos asientos de piel parecían envolverlos en la comodidad y el lujo.
El chófer sólo hablaba cuando le interpelaban directamente. De lo contrario, se dedicaba a mantener las manos en el volante y los ojos en la carretera. A Lorraine le asombró su porte militar. Si aquél era un ejemplo del adiestramiento de West Point, estaba realmente impresionada.
Cuando la limusina alcanzó la cima de una colina, Lorraine divisó por primera vez la academia militar. Se quedó literalmente sin habla. Jamás había visto algo tan hermoso.
Situado en una parte de las 6000 hectáreas propiedad del Ejército en el estado de Nueva York, junto a la orilla del río Hudson, West Point da la impresión de ser una enorme fortaleza de piedra, ladrillo y mortero al margen de la civilización. Aunque, de hecho, la academia está a sólo 80 kilómetros de la ciudad de Nueva york.
A los visitantes que llegan a The Point por primera vez se los acompaña al Washington Hall, un enorme edificio situado frente a la plaza de armas.
Aquel día, mientras la limusina recorría los terrenos de la academia, Lorraine se sintió abrumada por el peso de la historia. Las banderas estadounidenses ondeaban movidas por una suave brisa y los cadetes desfilaban en perfecta formación. Le agarró la mano a Ed y comprendió que él se sentía igual que ella.
La primera parte de la visita de los Warren consistió en un recorrido con el mayor Ron Price haciendo de guía. Los Warren pudieron ver de primera mano la evolución que había sufrido West Point a lo largo de su historia, pasando de unos pocos edificios hasta el gigantesco complejo que es hoy en día.
Durante la visita, el mayor Price, un perfecto ejemplo de los típicos modales de West Point, les hizo muchas preguntas sobre su trabajo. El oficial parecía especialmente interesado en su experiencia con los fantasmas.
Los Warren no tardarían mucho en descubrir el motivo.
Cuando terminaron el recorrido, el mayor Price les pidió a los Warren que le acompañaran a la residencia del superintendente Francis Dunbar. En The Point, el superintendente es siempre un teniente general del Ejército que está al cargo de las 6000 hectáreas de terreno, de la base militar y de la propia academia.
La residencia de Dunbar era el antiguo hogar del coronel Sylvanus Thayer, el superintendente de West Point de 1817 a 1833. La primera impresión que Lorraine tuvo de la casa, un edificio de ladrillo blanco de estilo federal, fue bastante positiva.
No obstante, a medida que se acercaba a ella, e incluso antes de que el mayor Price le hablara de los problemas asociados con ella, Lorraine empezó a temblar ligeramente y a oír el distante pero inconfundible lamento de los espíritus afligidos, un lamento que a menudo suele resonar en los oídos de las personas con dones psíquicos.
El mayor Price no se anduvo por las ramas. Mientras entraban en la casa, les relató los numerosos incidentes extraños que habían tenido lugar allí durante el último año. Diversos testigos habían presenciado cómo unas manos invisibles deshacían una cama. Tras volver a hacerla, una fuerza invisible volvía a deshacerla pasados sólo unos minutos. Solamente por eso, y por muy urgente que fuera el asunto que debían tratar con el general Dunbar, varios miembros del personal de la academia evitaban a toda costa acercarse a la casa Thayer.
Pero había otros problemas aún más preocupantes.
Durante su dilatada experiencia como investigadores paranormales, los Warren se habían topado muchas veces con casos de «aportes». Casi siempre, los aportes son objetos que demuestran la existencia de seres sobrenaturales.
El mayor Price les mostró una tabla de madera para cortar pan. En el centro de la tabla había una zona húmeda del tamaño aproximado de una rebanada de pan. Por mucho que se secara la tabla (y se habían utilizado diversos métodos para ello), la mancha húmeda se negaba a desaparecer. Y llevaba allí varios meses.
Al ver la tabla de madera, Lorraine supo con certeza que las sensaciones que la embargaban –un ligero escalofrío, el distante lamento, el extraño juego de luces y sombras en los rincones de la casa– eran un indicio de la presencia de entidades sobrenaturales. El mayor Price corroboró sus sospechas al revelarles que tanto el general Dunbar y su esposa como algunos invitados que habían pasado la noche en la casa habían sido testigos de apariciones.
La letanía de pruebas no les sorprendió lo más mínimo a Lorraine y Ed. La presencia de fantasmas era evidente no sólo por las apariciones, sino también por los golpes en las paredes, las puertas que se cerraban solas y, tal vez lo más embarazoso de todo ello, por el registro de las pertenencias personales de los invitados. Todo, desde carteras a joyas, se había movido de una parte de la casa a otra. La ropa había sido arrancada de las perchas y sacada de los cajones.
No cabía ninguna duda.
La residencia del general Dunbar estaba infestada de fantasmas. Aún quedaba por determinar tanto su naturaleza como su propósito.
Una hora más tarde, Lorraine empezó a recorrer la casa, habitación por habitación, intentando entrar en contacto con los fantasmas que habían visto tanto el general como sus amigos. Si bien no siempre es posible contactar con el reino de los espíritus, Lorraine estaba segura de que su experiencia le permitiría descubrir lo que estaba ocurriendo en aquel lugar.
Sin embargo, su optimismo inicial no tardó mucho en verse considerablemente rebajado; en las tres primeras habitaciones que registró no obtuvo ninguna respuesta por parte de los espíritus. Temió que el comandante Price empezara a dudar de sus dones especiales.
El proceso se repitió en cada una de las habitaciones: Lorraine se colocaba en el centro de la estancia y «escuchaba» mediante diversos medios cualquier evidencia de actividad psíquica. Nada.
La cuarta habitación le deparaba una sorpresa. Lorraine se sentó en una hermosa mecedora y cerró los ojos. Inmediatamente experimentó el aumento del ritmo cardíaco y de las sensaciones áuricas que suelen acompañar al contacto con fantasmas.
De forma inexplicable, sintió una presión en el brazo, como si alguien la tocara suavemente. Lorraine supo con absoluta certeza que había una presencia sobrenatural en la habitación, pero lo que vio fue tan sorprendente que estuvo a punto de no contárselo a nadie.
—¿Sabe si el presidente Kennedy estuvo alguna vez en esta habitación? –le preguntó a uno de los ayudantes del comandante.
El ayudante pareció sorprendido.
—La verdad es que sí –dijo–. Se alojó aquí durante su visita a West Point.
Lorraine confirmó de ese modo que su emanación había sido válida. Había sentido y vislumbrado la imagen del presidente Kennedy de pie junto a ella, y éste le había tocado suavemente en el hombro para indicarle que levantara la vista y le mirara. Lorraine había sido una admiradora del presidente asesinado durante toda su vida. Se sintió embargada por una tristeza abrumadora mientras permanecía sentada en la mecedora, la misma en la que John Fitzgerald Kennedy, con sus conocidos problemas de espalda, se había sentado.
Tras abandonar la habitación donde había dormido Kennedy, Lorraine tuvo la sensación de haber resuelto el enigma sobre la identidad del fantasma de West Point. Sin embargo, mientras recorría el amplio y soleado corredor, sintió nuevas emanaciones que parecían mucho más inquietantes que las que habían acompañado a la imagen del presidente Kennedy.
Había otros fantasmas en aquella venerable casa. Su trabajo aún no había terminado.
«En cuanto entré en el dormitorio principal –explicó Lorraine Warren más tarde– supe que la casa estaba siendo perturbada por una presencia femenina. En aquel momento, sólo sabía eso, pero después de media hora en la habitación, descubrí muchas más cosas».