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LA VERDADERA HISTORIA DE UNA POSESIÓN DEMONÍACAos relatos auténticos de los demonólogos en los que se inspiraron las películas de Expediente Warren. La leyenda del hombre lobo es tan antigua como la propia humanidad. Ed y Lorraine Warren, los dos demonólogos más famosos del mundo, se enfrentan al que probablemente sea el caso más increíble y aterrador de su carrera: la historia de William Ramsey, un hombre cuyos extraños ataques aterrorizaron a la pequeña ciudad de Southend-on-Sea. Convencidos de que se trataba de un caso de posesión demoníaca, el matrimonio Warren empezó a hacer los preparativos para llevar a cabo un exorcismo. Desde que El exorcista sorprendiera al público de todo el mundo, no ha habido ninguna otra historia tan horripilante como ésta sobre la batalla sobrenatural entre las fuerzas del bien y del mal en el alma de un ser humano. No te pierdas las películas de gran éxito del matrimonio Warren: Expediente Warren y Annabelle. Ed y Lorraine Warren también han escrito los libros El cementerio, Cazadores de fantasmas, La casa embrujada, En la oscuridad y Satan's
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Seitenzahl: 260
Veröffentlichungsjahr: 2021
Ed y Lorraine Warren con William Ramsey y Robert David Chase
Hombre lobo
La verdadera historia
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Colección Estudios y Documentos
HOMBRE LOBO
Ed y Lorraine Warren William Ramsey & Robert David Chase
1.ª edición en versión digital: marzo de 2021
Título original: Werewolf
Traducción: Daniel Aldea
Corrección: Sara Moreno
Diseño de cubierta: Enrique Iborra Prólogo: Iván Martínez Juan
Maquetación ebook: leerendigital.com
© 1991, Ed y Lorraine Warren con Bill Ramsey y Robert David Chase Edición publicada por acuerdo con Graymalkin Media LLC.
(Reservados todos los derechos)
© 2021, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida
08191 Rubí - Barcelona - España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-707-0
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
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Índice
Portada
Hombre lobo
Créditos
Prólogo
Introducción
Primera parte
Una enfermera asustada
La larga noche
Por sus frutos los conoceréis
El joven Bill Ramsey
Primera entrevista a Bill Ramsey
Frío en el alma
Entrevista a Bill Ramsey
Un incidente aterrador
Entrevista a Abby Ramsey
La bestia enjaulada
La bestia se libera
Enfrentado a sí mismo
Bill recuerda su estancia en el hospital psiquiátrico
Segunda parte
Cazadores de fantasmas
Londres
Un rostro en la pantalla
Incontrolable
La cárcel
Entrevista a Abby Ramsey
Repercusiones
Interludio: El hombre lobo que vive entre nosotros
Una joven prostituta
Un policía asustado
Una noche larga y oscura
Una entrevista con el sargento Brad Busby
Un extraño en tierra extraña
Tercera parte
Una aparición fugaz en la televisión
Entrevista a Abby Ramsey
El primer encuentro
El primer encuentro
Buenos amigos
Extracto del diario de William David Ramsey
La bella América
Entrevista a Ed y Lorraine Warren
Un hombre cínico
Un inocente en el extranjero
Una noche larga y oscura
No hay refugio
Un viaje aterrador
Un grave error
El exorcismo
Después
Acerca de los autores
Prólogo
LA SOLEDAD DE UN HOMBRE SOLO
La primera vez que me topé con la increíble historia de Bill Ramsey me hizo recordar lo importante que es la investigación cuando nos enfrentamos a sucesos paranormales. Este caso, en el que un ciudadano británico se vio, supuestamente, poseído por el espíritu de un licántropo, me llevó a pensar en cómo el curioso que observa un suceso paranormal y lo analiza suele estar condicionado por la sociedad, que cada vez más ridiculiza y hace escarnio de quien muestra interés por las temáticas relacionadas con lo extraño. Pero los que hemos vencido la presión social y vivimos el misterio desde dentro, cuando nos topamos cara a cara con lo insólito, descubrimos a personas atormentadas, que sufren, a familias desesperadas que lo único que quieren es vivir una vida tranquila y normal.
Los sucesos que sufrió Bill Ramsey muestran la prisión en la que la sociedad se encuentra al no comprender que hay cosas que se escapan de nuestro raciocinio y que la ciencia todavía no puede explicar. Muchas personas, desde el desconocimiento, suelen burlarse de hipótesis audaces que no tienen otro propósito que explicar hechos que todavía no podemos comprender, ya que generan el miedo que acostumbra a despertar aquello que es contrario a lo establecido. Por eso considero que las investigaciones de temáticas de lo ignoto no sólo son importantes para descubrir la verdad del asunto, también sirven para ayudar a las personas desamparadas que no encuentran respuestas en las disciplinas normativas u ortodoxas.
El gran tesoro de la vida es la curiosidad que nos acompaña desde que nacemos. Ésta nos permite hacernos preguntas sobre cualquier cosa. El peligro llega cuando nos topamos con los sesgos mentales implementados por la maquinaria social, diseñados para transformar nuestra curiosidad en algo negativo. A medida que crecemos, esa curiosidad se va perdiendo porque alguien ha confeccionado el mundo para hacernos dóciles y pensar que «lo mágico» no existe.
Bill Ramsey no comprendió lo que le pasaba hasta que se topó con personas que conocían lo extraño. Fueron Ed y Lorraine Warren quienes le enseñaron que, bajo las capas que componen nuestra sociedad, se encuentra otra realidad. Así descubrió la existencia de seres no humanos que obedecen a fuerzas malignas y utilizan vulnerabilidades para colarse en nuestro interior y hacernos cometer actos atroces. Pero, a su vez, entendió que también existen fuerzas luminosas, sobre todo, cuando su mujer, Abby, le mostró el amor verdadero y le apoyó en la noche más oscura.
Todas las religiones del mundo identifican dos fuerzas: la luminosa y la oscura. Una no puede existir sin la otra, pero deben mantener el equilibrio. Cuando ese respeto por mantener la balanza se rompe, una de las dos fuerzas penetra en el ser y se apodera de un recipiente para hacerse material. Desde mi personal punto de vista, creo que no debemos dar nombre a estas fuerzas, debemos eliminar la connotación religiosa para entender el tema desde una perspectiva más amplia.
Hace muchos años emprendí una investigación sobre los llamados «seres tulpa». Según el budismo tibetano y la doctrina vajrayana, los tulpas son creaciones de nuestra mente en forma de energía. Los monjes entrenaban toda su vida las técnicas de meditación que permiten llegar a visualizar un ser incorpóreo que, en circunstancias especiales, se volvía material y adquiría consciencia. Incluso en sus prácticas utilizaban potentes venenos que ingerían para perturbar su percepción y volverla más fuerte con el autocontrol de la mente. ¿Podrían ser los llamados espíritus creaciones inconscientes de la humanidad? ¿Podríamos pensar que tras la muerte nuestra psique o pensamiento al perder el cuerpo se convierte en un espectro? Es sólo una teoría más que se añade al incomprensible mundo de las fuerzas y energías que nos gobiernan.
Estas energías se basan en creaciones de la propia humanidad que se ocultan en el tiempo e interactúan con nosotros. Cuando nuestro planeta no existía, los espíritus no tenían aspecto humano puesto que la humanidad no existía. Su forma era incorpórea, eran pura energía. La síntesis mediante la cual esa energía se convierte en espíritu se realiza a través de la mente y las ideas. Este catalizador, llamado «piedra filosofal» por los alquimistas, no era ningún tipo de piedra ni nada por el estilo, era la propia mente que catalizaba lo material a través de las ideas. Por ese motivo, la mente moldea la energía y en algunas ocasiones sigue creando incluso después de la muerte, como si la propia psique se quedase en un bucle eterno. Yo creo que cuando nuestro planeta deje de existir, el sufrimiento y los sentimientos humanos volverán a perder la corporeidad y regresarán a su estado de energía pura.
Las energías oscuras que se adueñaron de Bill Ramsey surgieron hace miles de años. Cuenta la leyenda que uno de los primeros hombres en ser maldito por la licantropía fue el rey griego Licaón, fundador de la antigua ciudad de Licosura. El rey realizaba sacrificios humanos para mostrar su devoción por los dioses. Esto llegó a los oídos de Zeus Liceo y para comprobar si era verdad, se disfrazó de peregrino para ir a verle. Al ver que Licaón sacrificaba niños recién nacidos, el dios olímpico lo castigó y lo convirtió en lobo. Además, toda su descendencia quedaría maldita.
¿Es ésta la maldición que sufrió Bill Ramsey? Yo creo que no. En parte, en todo mito podemos hallar algo de verdad, pero son manipulados y tergiversados de forma natural por el paso del tiempo. La esencia de la historia de Licaón es similar a lo que sufrió el señor Ramsey. Bill era una persona muy feliz, disfrutaba del tiempo que pasaba con su mujer Abby y sus hijos. Siempre fue un trabajador que, con mucho orgullo, quería mantener a su familia. Pero los ataques que sufría estaban dominando su alma. El ente desconectaba la consciencia de Bill, contraía los tendones de las manos y colocaba los dedos a modo de garra. Su forma física, según algunos testimonios recopilados por Ed y Lorraine Warren en este libro, cambiaba y obtenía rasgos similares a un lobo. Entonces una fuerza sobrenatural invadía su ser. En una ocasión hizo frente a 12 policías que no salían de su asombro. Pensaban, en principio, que se estaban enfrentando a un borracho o a un enfermo mental, pero al observar su fuerza sobrenatural los agentes cambiaron de opinión.
La historia de Bill Ramsey también nos puede hacer pensar sobre esas personas que dicen escuchar voces en su cabeza y que acaban en un hospital psiquiátrico. Estoy seguro de que un alto porcentaje de los casos se deben a problemas mentales, pero siempre existirá un pequeño porcentaje que esté relacionado con estas fuerzas negativas que se apoderan del cuerpo. Lo que tenemos que extraer de esta reflexión es que, en algunas ocasiones, el mal acaba ganando la partida al no ser identificado, porque se esconde en nuestra ignorancia y la emplea en nuestra contra. Por ese motivo es tan importante escuchar sin juzgar a las personas que sufren cualquier tipo de problema.
Siempre tiendo a pensar que, en general, la vida de las personas se vuelve acomodada. Todos nos preocupamos por nuestro trabajo, la salud, el amor o las relaciones sociales. Pero mientras disfrutamos de todo esto, el vacío cósmico puede ocultar entidades antiguas que aguardan el momento apropiado para colarse en nuestro mundo y hacer trizas esa confortabilidad en la que estamos instalados.
Durante todos estos años como investigador de lo extraño, he comprendido que negar la existencia del misterio es negar la existencia del conocimiento. Así lo entendieron también Ed y Lorraine Warren, como descubriréis en las páginas que siguen.
—IVÁN MARTÍNEZ JUAN
Creador del proyecto granmisterio.org
Introducción
AL MENOS DESDE LA ANTIGUA GRECIA conocemos casos de personas convencidas de poder transformarse en animales.
Varios siglos después, la cultura gitana fomentó la creencia de que este tipo de personas habían sido víctimas de una maldición y, como resultado de ello, se habían convertido en asesinos.
La cultura gitana prestó una especial atención a la transformación del hombre en lobo. El fenómeno terminó conociéndose como licantropía y, aunque eran muchos los que dudaban de que una transformación de este tipo fuera posible, diversos médicos medievales dejaron constancia en sus diarios personales de cómo algunos de sus pacientes habían experimentado este tipo de cambio.
En la Francia de 1798 se produjo un caso especialmente sórdido y violento.
Jean-Paul Grenier era un adolescente con muy pocos amigos. Como consecuencia de ello, pasaba muchas horas en el bosque en compañía de los animales. Jean-Paul estaba convencido de haber desarrollado un lenguaje que le permitía comunicarse con sus nuevos amigos, una complicada mezcla de gruñidos, gemidos y lenguaje de signos. A medida que se hacía mayor, cada vez se aislaba más de la cultura humana. Su padre, un jornalero pobre, pasaba muy poco tiempo con él.
Jean-Paul, que nunca había sido un niño especialmente inteligente, no era buen estudiante y, dadas sus escasas habilidades sociales, tampoco era el tipo de conversador que la sociedad francesa parecía valorar.
Se pasaba casi todo el día en el bosque en compañía de sus amigos del reino animal, especialmente con los lobos.
Jean-Paul tenía una relación especial con ellos, animales solitarios y aislados como él. Además, eran criaturas perseguidas; a los cazadores les encantaba regresar a casa con sus pieles en el zurrón.
Según los rumores, la amistad de Jean-Paul con los lobos llegó a ser tan íntima que estos le llevaban a las cuevas donde dormían y le enseñaron a cazar y hacer acopio de comida.
En algún momento, Jean-Paul empezó a considerarse un lobo.
Al parecer, renunció por completo a su naturaleza humana. Los que le conocían bien aseguraban que incluso su modo de andar era distinto, inclinando el cuerpo de una forma extraña, y que algunas noches, cuando le oían aullar, sentían escalofríos.
Hoy en día no sabríamos nada de Jean-Paul Grenier si éste se hubiera limitado a emular a sus amigos los lobos. Todos los días nacen cientos de personas «chifladas» o excéntricas.
Pero Jean-Paul hizo algo más que eso, algo que lo convertiría en uno de los asesinos más atroces y brutales de la historia de la humanidad. Jean-Paul se adentró en una espiral de terror que le llevó a robar bebés de sus cochecitos, despedazarlos y comérselos crudos, y después llevar la carne sobrante al bosque, donde la compartía con los lobos.
Afortunadamente, Jean-Paul no tardó en ser detenido y terminó confesando la mayoría de sus presuntos crímenes. Sin embargo, él insistía en que su padre le había ayudado. Como prueba de ello, aseguró, bastaba con preguntarle a su madrastra, quien supuestamente había abandonado al hombre después de presenciar cómo «vomitaba las patas de un perro y los dedos de un niño». El tribunal encargado de juzgar el caso dejó en libertad al padre, pero Jean-Paul fue condenado y recluido en un monasterio.
Al parecer, durante el tiempo que pasó allí sus rasgos se volvieron cada vez más lobunos y perdió todo el interés por las actividades humanas. Confinado en una pequeña celda, Jean-Paul murió a la edad de veinte años.
Puede que Jean-Paul ya no esté entre nosotros, pero la fascinación que sentimos por los hombres lobo continúa muy viva.
La historia que estás a punto de leer es un relato moderno perfectamente documentado sobre la terrible maldición de la licantropía.
La licantropía no es un tema de conversación muy popular en la actualidad. Pese a ser algo que sigue estando muy presente en nuestro mundo –y que explica el comportamiento de muchos asesinos en serie, tal y como ha reconocido recientemente un miembro de Scotland Yard–, preferimos negar su existencia desdeñosamente mientras esbozamos una sonrisa de suficiencia.
Sin embargo, a medida que avances en la lectura del libro, comprenderás lo real y terrible que puede llegar a ser la licantropía y su implacable capacidad para destruir las vidas de personas decentes y de sus seres queridos. Si conocieras personalmente a William David Ramsey, si pudieras descubrir lo amable, atento y respetable que es cuando la maldición no lo domina, te sentirías profundamente conmovido por su situación.
Ésta es la historia de William David Ramsey, el hombre lobo.
—ED Y LORRAINE WARREN
Una enfermera asustada
LA NOCHE DEL 5 DE DICIEMBRE DE 1983, en la localidad inglesa de clase trabajadora de Southend-on-Sea (Essex), una enfermera de urgencias se disponía a salir de las dependencias del hospital para fumarse el tercer cigarrillo del día.
Aquél era el acuerdo, un tanto desesperado, al que había llegado consigo misma. Debido a su profesión, sabía lo nocivo que era el tabaco para la salud. Sin embargo, en tanto que ser humano de veintinueve años con un trabajo altamente estresante, había terminado por desarrollar una profunda adicción al él.
De modo que, en los últimos tres meses, había hecho un trato consigo misma. Sólo fumaría tres cigarrillos al día: uno por la mañana, otro por la tarde y otro más por la noche. De este modo esperaba deshacerse gradualmente de su adicción hasta el punto de dejar de fumar del todo.
Aquel día, poco antes de las diez de la noche, estaba a punto de disfrutar del último cigarrillo del día. Dado que el hospital tenía una normativa antitabaco muy estricta, siempre salía a la calle para fumar.
Se apresuró por el pasillo en dirección a la salida, agradecida de poder disponer finalmente de unos minutos de descanso aquella noche. Hasta aquel momento la sala de urgencias había sido un hervidero humano por culpa de tres accidentes de tráfico graves, un altercado doméstico muy violento durante el cual una pobre ama de casa había recibido una paliza y un niño pequeño con una fiebre tan alta que probablemente le acabaría provocando daños cerebrales permanentes. Aunque había tenido fiebre desde hacía dos días, la madre no lo había llevado al hospital hasta aquella misma tarde. A veces la enfermera desearía tener el poder de meter en la cárcel a algunos padres. El modo en el que trataban a sus hijos era abiertamente criminal.
Afortunadamente, las cosas por fin se habían calmado un poco.
Terminadas las horas de visita, el hospital se preparaba para la noche. Las luces se habían atenuado y las enfermeras, calzadas con sus prácticos zapatos negros, recorrían las habitaciones repartiendo píldoras y administrando inyecciones. Y los pacientes, después de haber pasado por el quirófano y ansiosos por regresar a casa con sus seres queridos, se resignaban a pasar otra noche en una cama de hospital. El silencio se había apoderado de todo, incluso de la sala de urgencias, donde el único paciente que esperaba a ser atendido era un drogadicto desaliñado y lastimoso con delirios paranoicos que aseguraba que el último chute que se había metido estaba envenenado. Uno de los internos había trabajado una temporada en un hospital psiquiátrico, y lo estaban buscando para que lidiara con el drogadicto.
Y justo en ese momento, la enfermera cruzó el umbral de la puerta principal.
La noche era fría y lluviosa. Una neblina ondulante procedente del mar se aferraba a los edificios del complejo hospitalario. La visibilidad era prácticamente nula. Los sonidos de la ciudad, que a aquella hora seguían siendo notablemente estridentes, ese día parecían extrañamente amortiguados y distantes. La enfermera prendió el cigarrillo. Como de costumbre, le supo mucho mejor de lo que le hubiera gustado.
Al cabo de un rato escuchó los pasos.
Al principio no estuvo segura de la naturaleza del sonido. Lo primero que pensó fue que alguien se dedicaba a rascar algo toscamente. Pero entonces se dio cuenta de que los sonidos provenían del camino envuelto en la niebla que discurría frente a ella.
Pasados unos minutos comprendió que lo que estaba oyendo eran pasos, aunque desconocía de qué clase. Llevaba un rato allí de pie, disfrutando del cigarrillo y del aire húmedo y vigorizante, cuando los pasos empezaron a perturbarla.
La enfermera era una de esas personas que no pueden ver películas de terror porque se asustan muchísimo. Y los pasos le recordaban demasiado a una escena de una película de terror.
Allí estaba ella, una mujer joven, profundamente moderna y moderadamente inteligente, de pie frente a la puerta de un gran hospital lleno de gente y, a pesar de todo eso, no podía evitar tener miedo.
Tal vez si hubiera podido ver quién había detrás de los pasos, se habría sentido más tranquila. Pero eran sonidos incorpóreos, perdidos en las profundidades de la niebla, y cada vez estaban más cerca. La enfermera se estremeció.
Miró por encima del hombro a través de la puerta de cristal. El largo corredor del hospital estaba vacío. En ese momento los pasos sonaban muy cerca, y también distinguió unos extraños arañazos, como si alguien estuviera arrastrando algo por el camino de hormigón.
Volvió a mirar hacia el pasillo vacío por encima del hombro. Aproximadamente un año atrás, una enfermera había sido violada en el aparcamiento del hospital y nadie había oído sus gritos hasta que ya fue demasiado tarde. La enfermera se preguntó si alguien oiría sus gritos si tenía que pedir ayuda.
Una figura empezó a emerger de la niebla. Al principio pensó que era un hombre, pero al ver que caminaba encorvado y que sus manos tenían una forma extraña, como de garras, no estuvo tan segura. La figura se detuvo, poco más que una silueta recortada en la niebla nocturna que la envolvía.
La figura estaba a poco más de tres metros de la enfermera. Se dio cuenta de que el corazón le latía aceleradamente y que un sudor frío había empezado a acumularse en sus axilas y en las plantas de los pies.
—Hola –dijo.
No obtuvo respuesta.
—Hola.
La enfermera entornó los ojos para intentar distinguir mejor a la criatura que se había detenido frente a ella.
Y, entonces, la figura dio un paso adelante.
La enfermera echó a correr.
Tanto su adiestramiento como su inteligencia le decían que tendría que haberse quedado donde estaba, pero no lo hizo. No pudo. Estaba demasiado asustada. Abrió la puerta precipitadamente y corrió por el pasillo.
Sólo miró hacia atrás cuando estuvo en el centro del vestíbulo, el cual, a aquellas horas de la noche, estaba desierto. Giró a la derecha para dirigirse a la sala de urgencias. Y entonces se topó con otra enfermera, Carol Peeler.
—¿Estás bien? –le preguntó ésta al ver lo alterada que estaba su amiga.
—Sí –fue lo único que pudo responder la enfermera.
Tuvo el impulso de contarle a Peeler que acababa de oír unos pasos extraños y de ver a una inquietante forma surgir de la niebla, pero finalmente decidió que su reputación se resentiría si la gente descubría que había pasado tanto miedo. Las enfermeras se enorgullecen de su naturaleza práctica, algo que no encaja demasiado bien con el hecho de ver a hombres del saco apareciendo de la niebla.
—¿Seguro que estás bien? –insistió Peeler.
—Sí, seguro –repuso con una sonrisa forzada–. Será mejor que vuelva al trabajo.
Se alejó rápidamente, contenta de dejar atrás el escrutinio de Peeler. Se detuvo en los lavabos, donde se lavó la cara, hizo todo lo posible por deshacerse del aliento a tabaco y se alisó el cabello rojizo con ayuda de sus largos y hábiles dedos.
Cuando volvió a entrar en la sala de urgencias, vio que el drogadicto paranoico estaba acompañado de un hombre corpulento a quien le acababan de partir la nariz, presumiblemente en una pelea de bar.
Salvo por la criatura que había entrevisto en la niebla, era una noche de fin de semana como cualquier otra en la sala de urgencias del hospital. La enfermera reemprendió sus ocupaciones mientras trataba de olvidar la figura extraña y los inquietantes sonidos que había oído a través de la niebla y las sombras.
La larga noche
DOS HORAS MÁS TARDE, la sala de urgencias volvía a estar llena por culpa de un accidente en el que una furgoneta había volcado en una zanja.
Fue uno de esos accidentes que acaban convenciendo incluso al más incrédulo de la existencia de algún tipo de providencia divina que opera en el vasto universo. Durante éste, la furgoneta dio dos vueltas de campana y el techo del vehículo quedó aplastado y pegado a la parte superior de los asientos. Por increíble que parezca, y pese a que deberían haber muerto como mínimo uno o dos de los ocupantes del vehículo, ninguno de ellos sufrió lesiones importantes, tan sólo alguna que otra muñeca torcida. Obviamente, todos ellos estaban bastante aturdidos y aún bajo los efectos del alcohol.
La enfermera atendió a dos, aplicando vendajes a algunos cortes y rasguños y llevándoles una generosa cantidad de café caliente y cargado.
Dos adustos policías esperaban en el vestíbulo para hablar con el conductor del vehículo, el cual, obviamente, sería acusado de conducir bajo los efectos del alcohol.
La enfermera oyó un ruido procedente del otro extremo de la sala de urgencias y se dirigió decidida hasta la puerta para comprobar qué estaba pasando. Cuando la abrió, se topó con un hombre cuyo aspecto y conducta la sorprendieron y asustaron de inmediato. Supo que se trataba de la criatura que había entrevisto en la niebla.
A la luz de la sala de urgencias, su aspecto resultaba bastante humano, aunque también parecía profundamente angustiado.
—¿Puede ayudarme? –dijo.
—Por supuesto –respondió ella con más frialdad de la que pretendía–. Para eso estamos aquí.
—He de contarle lo que me ocurre.
—¿Por qué no entra, se sienta y me lo cuenta?
El hombre sacudió la cabeza bruscamente.
—No. Antes de entrar tengo que contarle… la verdad.
—Claro –repuso la enfermera–. ¿Qué quiere decir con la verdad?
En aquel punto, la enfermera pensó que aquel hombre estaba tan borracho como los pasajeros de la furgoneta. Los borrachos suelen ser víctimas de todo tipo de delirios, y era evidente que el hombre que tenía delante estaba sufriendo uno en aquel momento.
—Me está pasando algo muy extraño. Me estoy convirtiendo en un… lobo.
La primera reacción de la enfermera fue la de echarse a reír, pero entonces se fijó en algo que había estado inquietándola desde el principio.
Aunque su aspecto era aparentemente normal –aproximadamente un metro setenta de altura y unos ochenta kilos de peso–, tenía los hombros caídos y las manos dobladas como si fueran garras.
Además, mientras estaba de pie frente a él, oyó, incrédula, cómo se formaba en el pecho del hombre un rugido ronco y resonante que después subió hasta su garganta y, finalmente, le salió por la boca.
El inconfundible rugido ronco de un lobo.
Los dientes del hombre le asomaron por entre los labios y la locura empañó su mirada.
Antes de que la enfermera se diera cuenta de lo que sucedía, el hombre arremetió contra ella con una de sus manos en forma de garra, golpeándola con tanta fuerza que la enfermera se estrelló contra la pared y se golpeó la parte posterior de la cabeza contra el yeso. El impacto fue tan violento que perdió la consciencia.
Desafortunadamente para la enfermera, los agentes de policía se encontraban al otro extremo del pasillo, interrogando al conductor de la furgoneta, por lo que en el vestíbulo de la sala de urgencias sólo estaban los dos pacientes que esperaban a ser atendidos. Sin embargo, éstos demostraron ser de lo más caballerosos, pues se pusieron de pie inmediatamente para acudir al rescate de la enfermera.
O al menos lo intentaron. Contener al hombre lobo no era tarea fácil.
Pese a golpearlo repetidamente, e incluso propinarle unas cuantas patadas, la criatura se resistía a caer al suelo. Más aún, intentaba alcanzarlos con sus poderosas manos en forma de garras. Consiguió alcanzar a uno de los hombres en la mandíbula, el cual se desplomó inmediatamente como un saco.
Un camillero, que justo en aquel momento doblaba por el pasillo, vio la extraña pelea que estaba teniendo lugar y oyó el espeluznante y estremecedor aullido que brotaba de la garganta del hombre fornido y musculoso cuyo aspecto recordaba vagamente al de un lobo humano. El camillero corrió por el pasillo y le contó a un médico lo que estaba pasando. El médico, acostumbrado a contener a borrachos en la sala de urgencias, cogió una aguja hipodérmica, la llenó con 3 ml de clorpromazina y siguió al camillero por el pasillo.
Para entonces, el hombre había dejado inconscientes a los dos pacientes y había empezado a arrojar muebles por todo el vestíbulo.
El camillero tragó saliva, consciente de que tendría que distraer al hombre para que el médico pudiera acercarse a él sigilosamente por detrás y clavarle la aguja. Aquello era como presentarse voluntario para hacer de cebo ante un león que lleva un par de meses sin probar bocado.
El camillero se agachó delante del hombre lobo, le pidió a gritos que se calmara y esperó su inevitable reacción. El hombre lo agarró, lo levantó del suelo y, seguidamente, lo arrojó contra la pared.
Mientras el camillero trataba de esquivar un puñetazo del hombre lobo, el médico pudo finalmente clavarle la aguja en el glúteo derecho e inyectarle rápidamente el sedante. El inesperado pinchazo lo enfureció de tal modo que se olvidó totalmente del camillero y se dio la vuelta para enfrentarse al médico.
Éste nunca había visto nada semejante. La transformación de hombre a lobo se había completado y resultaba escalofriante. La forma definitiva sugería una perfecta fusión de las dos especies. Pero entonces, afortunadamente, la clorpromazina hizo efecto y la criatura se desplomó lentamente hasta el suelo.
Aunque seguía gruñendo e intentando herir con sus garras, la fuerza le había abandonado.
Finalmente, quedó tendido completamente inmóvil.
El camillero ayudó a la enfermera a ponerse de pie y, a continuación, se unieron al médico en el examen ocular de la curiosa criatura tendida a sus pies.
—Jamás había visto algo así –dijo el médico–. ¿Qué demonios está pasando aquí?
Poco después, el resto del mundo se haría la misma pregunta que el médico de urgencias acerca de la naturaleza del señor Bill Ramsey, el hombre que la prensa apodaría de modo inevitable con el apelativo de «hombre lobo».
Analicemos qué es un hombre lobo.
Es algo muy distinto al resto de los seres sobrenaturales o preternaturales que pueblan las leyendas y mitos o de los monstruos nacidos de la imaginación de escritores y cineastas. No es una criatura compuesta de partes humanas a la que se le da vida en el laboratorio de un científico loco. Tampoco forma parte de la cohorte de los muertos vivientes, como los zombis resucitados mediante la magia de un sacerdote vudú, la momia de un faraón egipcio que ha permanecido con vida durante siglos gracias a la brujería y las hojas de tana o el vampiro, que tiene que beber sangre para mantener su vida antinatural, que puede transformarse a voluntad en murciélago y que debe dormir de día porque la exposición a la luz del sol hace que se encoja y perezca. No dispone de los poderes malvados de las brujas, los hechiceros o los demonios de Satanás. No puede volar, arrastrarse ni escabullirse; no es un roedor ni un insecto que ha mutado hasta adoptar un tamaño monstruoso y fatídico.
Sólo es un hombre, una mujer, un ser humano mortal.
Una persona con una maldición.
—BILL PRONZINI
El hombre lobo
Por sus frutos los conoceréis
WILLIAM DAVID RAMSEY nació en un mundo que se había vuelto loco.
Aunque el 11 de noviembre de 1943 casi nadie reparó en el nacimiento de Ramsey, evidentemente sí prestaban atención a un hombre llamado Adolf Hitler y a su nefasto plan para dominar el mundo.
Los primeros recuerdos de Ramsey están dominados por la guerra y sus secuelas, especialmente los estragos provocados por los bombardeos nazis en la ciudad de Londres.
Ramsey nació y creció en Southend-on-Sea, un agradable pueblo costero de los que tanto abundan en Inglaterra.
Durante muchos años, la ciudad prosperó gracias a los ingresos procedentes del turismo. Cada verano, Southend-on-Sea se convertía en el tipo de ciudad que Graham Greene retrata en Brighton Rock, una mezcla de ciudad de vacaciones y parque de atracciones.
Cada pocas horas, sucios trenes de vapor descargaban en la costa a ansiosos y ruidosos visitantes procedentes de Londres y de sus suburbios. Era el tipo de localidad a la que acudían personas con pocos recursos para pasar unos cuantos días de vacaciones, durante los cuales se dedicaban a recorrer las salas de juego y los puestos de perritos calientes y a pasar la tarde en los pubs, donde los clientes a menudo se animaban a entonar juntos canciones populares.