Cazar un león - Carlos Mario Correa Soto - E-Book

Cazar un león E-Book

Carlos Mario Correa Soto

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Beschreibung

La metáfora de la cacería sirve, quién lo creyera, para explicar el periodismo. Varios periodistas notables y famosos, desde García Márquez hasta Martín Caparrós, han hecho la comparación del cazador para expresar sus experiencias y sentimientos como reporteros. Todos coinciden en que en el oficio hay instinto, intuición, pálpito, olfato, destreza. Y en que para encontrar la almendra de la historia se necesita astucia. Y también acecho, pues el reportero espera y observa con un propósito: narrar. Al final, con suerte, habrá cazado su león: tendrá una buena crónica o un buen reportaje o una buena entrevista... y a la jornada siguiente tendrá que hacer-lo todo otra vez. Emprender una nueva cacería. Este volumen reúne textos que son resultado de dieciocho ediciones de Periodistas en la Carrera —no a la carrera—, una suerte de maratón de prácticas de periodismo que el pregrado de Comunicación Social de EAFIT organiza desde 2004 con el fin de foguear a los estudiantes en lo más elemental del oficio: la reportería. En cada ejercicio los reporteros en ciernes salen "a las praderas de cemento" para su primera cacería real, y aún novatos se exponen física y emocionalmente a personajes, hechos, testigos, testimonios y, sobre todo, a las carreras contra el reloj del cierre de edición. Reciben la cátedra magistral de la calle y, al mismo tiempo, atraviesan el ritual iniciático de la sala de redacción.

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Cazar un león : una memoria crónica de Periodistas en la Carrera / David Peña Cuartas ... [et al.] ; estudio preliminar y selección Carlos Mario Correa Soto, Medellín : Editorial EAFIT, 2023.

342 p.; 24 cm. -- (Testigos)

ISBN 978-958-720-859-7

ISBN 978-958-720-860-3 (EPUB)

1.   Periodismo como profesión. 2. Periodismo estudiantil. 3. Periodismo – Arte de escribir – Orientación profesional. Crónicas periodísticas – Colombia. I. Peña Cuartas, David. II. Correa Soto, Carlos Mario, comp. III. Tít. IV. Serie

070.408 cd 23 ed.

C386

Universidad Eafit - Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

Cazar un león

Una memoria crónica de Periodistas en la Carrera

Primera edición: septiembre de 2023

©   Estudio preliminar y selección: Carlos Mario Correa Soto

©   Editorial EAFIT

Carrera 49 No.7 sur - 50

Tel.: 604 261 95 23, Medellín

https://editorial.eafit.edu.co/index.php/editorial/

Correo electrónico: [email protected]

ISBN: 978-958-720-859-7

ISBN: 978-958-720-860-3 (versión EPUB)

DOI: https://doi.org/10.17230.9789587208597lr0

Edición: Marcel René Gutiérrez

Corrección de textos: Cristian Alexander Martínezno

Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes

Diseño de carátula: Margarita Rosa Ochoa Gaviria

Imagen de carátula: www.freepik.es

Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad. Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158, emitida el 13 de febrero de 2018.

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial.

Editado en Medellín, Colombia

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Agradecimientos

Cazar un león

El reportero novel y nobel

Su iniciación como reportero

El periodismo universitario y sus simuladores de vuelo

La reportería y el aprendizaje del gozo informativo

Periodistas en la Carrera... y a la intemperie

El acto militante de la interrogación y la información

El reto de contar los hechos que suceden

¿Quién es quién? Y, ¿cómo es quién?

Volver a conjugar los verbos capitales del periodismo

Periodismo sin filtros y periodistas infiltrados

Canibalismo informativo y periodismo agridulce

La voz autorizada del periodista reportero

El decálogo cronístico del decano

El ingenio del tráiler

Referencias

Periodistas por un día y para todos los días

Tabla Henpit: Una guía para reportear, estructurar y escribir una crónica periodística

Referencias

Crónicas en la Carrera

Despertar al cansancio de un día agitado

David Peña Cuartas

Cable a tierra...

Mónica Quintero Restrepo

La Esmeralda que no brilla

Laura López Álzate

La esperanza es gorda cada día

Andrea Aronov

Tesoros sí, basura no

Sara Palacio Gaviria

“Colombia, un país de maravillas desastrosas”

Tatiana Eusse Vargas

Los saltos del payaso Trampolín

Marcela Gutiérrez Ardila

Ni la hechicería asusta al sepulturero de San Pedro

Jessica Andrea Guerra Escobar

La música brilla en sus ojos

Verónica Suárez Restrepo

El chelista que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial

Andrea Trefftz Restrepo

Escenas a la sombra de Berrío

Valeria Zapata Giraldo

“El Filósofo”: de mecánico de taller a “científico”

Juan Sebastián Álvarez Cossio

De Uveros a Montería en 1963

William Puche Barraza

Aguapaneleros de la Noche

Marcela Ochoa Saldarriaga

Valentina no me quiere

Valeria Querubín

Testosterona en tacones

Alexander Arroyave Correa

Volar en picada

Sebastián Garcés Arbeláez

Creer para sanar

Manuela Correa Puerta

Una obra de arte llamada ALEM

Mariana Upegui Berrío

El arte de naturalizar la muerte

Cecilia Vélez González

Brujo sin escoba

Timoteo Giraldo Correa

La vida es un cabaret

Gabriela Fuentes Arias

Que siga la fiesta

Pablo Patiño

Transcriminación

Natalia León Ávila y María Alejandra Ramírez Correa

Opiniones en la Carrera

El oficio de la tierra

Agustín Patiño Orozco

La “videorrea” digital

Laura Betancur Saldarriaga

De cerdos y congresistas

Liliana Zambrano Pacheco

El “cartel de la coca”

Alejandro Arboleda Hoyos

Ocio, multitasking y el declive de la contemplación

María Dilia Reyes Torres

Vivir la ciudad: Comunicar y actuar

Carla Corina Palacios Klinger

El naranja no combina con todo

Timoteo Giraldo Correa

Mente infectada

Ana María Bozón

¿Un diagnóstico para una identidad?

Mariana Arango Trujillo

Notas al pie

Para los reporteros –egresados y estudiantes –entrenados en el pregrado en Comunicación Social de la Universidad EAFIT, porque, acompañados por ellos, hemos trotado con pasos seguros para alcanzar la meta en nuestra carrera como educadores en periodismo.

El reporteo que hago es más visual que verbal. Mi reporteo consiste menos en hablar con gente que en lo que he venido en llamar “el arte de pasar el rato con alguien”. [...]. Quiero transmitir lo asombroso de la realidad. Creo que si uno profundiza lo suficiente en los personajes, estos llegan a ser tan reales que sus historias parecen ficticias. [...]. No existe la verdad absoluta. Los reporteros pueden encontrar todo aquello que deseen encontrar. Cada reportero trae todas sus cicatrices de guerra al acontecimiento. Un reportero nunca alcanza la “verdad”. Alcanza lo que es capaz de alcanzar, lo que él quiere alcanzar.

Gay Talese, El nuevo periodismo*

Agradecimientos

Agradezco al Consejo Académico de la Escuela de Artes y Humanidades de la Universidad EAFIT su aprobación para el desarrollo de este trabajo, el cual hizo parte del proyecto de semestre sabático 2019-2, titulado “Una memoria crónica de 15 ediciones de Periodistas en la Carrera (2004-2018). Comunicación Social - Universidad EAFIT. Estudio preliminar y selección de textos narrativos (crónicas)”. Para este libro agregué textos de las ediciones 16, 17 y 18, realizadas en 2019, 2020 y 2021.

Agradezco el respaldo generoso que le han brindado a la realización de la maratón de Periodistas en la Carrera, desde su creación en el año 2004, los jefes del Departamento de Comunicación Social y del pregrado en Comunicación Social, Sonia López Franco, Jorge Iván Bonilla Vélez, Diego Montoya Bermúdez, Daniel Hermelin Bravo, Juan Gonzalo Betancur Betancur y Alejandro Cárdenas Franco; y al coordinador del Área de Creación de la Escuela, Mauricio Vásquez Arias, así como a los profesores de todas las áreas de nuestro programa universitario –entre ellos, a varios con vinculación de cátedra–, quienes han madrugado y anochecido con nuestros estudiantes reporteros acompañándolos y asesorándolos como editores de sus trabajos periodísticos.

Le agradezco, justamente, a los más de mil estudiantes reporteros del pregrado en Comunicación Social de la Universidad EAFIT, que tomaron la partida en estas 18 ediciones de Periodistas en la Carrera y llegaron a la meta cansados pero complacidos por haber competido en la prueba y por la adquisición de la experiencia que les brinda la acumulación de horas de vuelo periodístico y la elaboración de contenidos informativos, narrativos, opinativos, gráficos, fotográficos, sonoros y audiovisuales, los cuales nos han permitido hallar historias, noticias, personajes, eventos y acciones de Medellín como vibrante ciudad-región y sus municipios cercanos, al norte y al sur, al oriente y al occidente.

Mi gratitud especial para el periodista Alejandro Arboleda Hoyos, egresado de nuestro pregrado en Comunicación Social, quien corrió imponiendo su paso en varias de las ediciones de Periodistas en la Carrera, y quien me acompañó en la búsqueda, la ubicación, la clasificación, la valoración y la preselección de las crónicas; y también, al periodista Wilmar Vera Zapata, quien me ayudó en una nueva valoración y preselección de estas antes de presentar a la editorial el manuscrito con una selección definida.

Igualmente, le ofrezco mi gratitud al profesor Andrés Alexander Puerta Molina, doctor en Lenguajes y Manifestaciones Artísticas y Literarias, vinculado a la Universidad de Medellín, quien fue mi asesor como par académico en la realización de mi proyecto de semestre sabático.

Carlos Mario Correa Soto

CAZAR UN LEÓN

El periodismo es un oficio al que solo se entra con grandes sueños e ilusiones: ver el mundo, cambiar la historia, ser heroicos

Alma Guillermoprieto1

El reportero novel y nobel

En nuestras vidas, “todos tenemos que cazar un león” le dijo Gabriel García Márquez (1927-2014), en una noche de remembranzas en París, al periodista Plinio Apuleyo Mendoza, quien estaba escribiendo Aquellos tiempos con Gabo (2000). Y puntualizó: “Algunos hemos llegado a hacerlo. Pero temblando” (Mendoza, 2000, p. 218).

García Márquez, ahora no hay duda, atrapó a su león interior escribiendo obras como Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) o El amor en los tiempos del cólera (1985); y a su león de las llanuras salvajes escribiendo 4.500 páginas de artículos periodísticos que han sido recopilados por editores2 y estudiosos de su obra.

No se escriben 4.500 páginas sin convicción ni desvelo. En Colombia, incluso algunos de los mismos estudiosos, han olvidado que el acta del jurado del Premio Nobel de Literatura que García Márquez recibió en 1982 valoraba no solo su obra literaria, sino, además, la periodística.

Todos los días los periodistas también tenemos una cacería pendiente.

Para el mexicano Jorge Ramos (2001), reportero y presentador de noticias en Univisión, “algunos, los menos, atrapan a su presa; otros apenas logran identificarla; la mayoría solo la ve pasar o la deja ir. Pero quien no atrapa a su león corre el riesgo de ser devorado por éste” (p. 17).

La cacería periodística implica un desafío al poder, al conocimiento, al temor, a la timidez, al tiempo, a la falta de recursos o de espacio en los medios; e implica muchas veces “un gesto de irreverencia y un acto de rebeldía” (Ramos, 2001, p. 17). En algunas ocasiones, la caza del león requiere conseguir una entrevista exclusiva; otras, denunciar la injusticia y la corrupción a través de una noticia o de un reportaje; o descubrir una trampa, una mentira, un complot; y a veces, aunque debería ser todas las veces, consiste en descubrir al ser humano que ocultan los datos noticiosos, las estadísticas y el mismo lenguaje cifrado, simple y simplificador, del periodismo informativo.

Por eso, indicó Ramos (2001), cuando el periodista va a la caza del león la adrenalina fluye “porque en el intento se puede ir la vida, la profesión, la credibilidad, el prestigio ganado a base de disparar verdades. Las garras del león están siempre afiladas con favores, temores, amenazas, sobornos, regalos, accesos inusitados y frutas de todo tipo” (p. 18). Y “generalmente el tiro mortal lo damos con una pregunta bien puesta, incómoda, directa a la contradicción” (Ramos, 2001, p. 18).

La cacería periodística comienza identificando claramente al objetivo: ¿quién es? ¿De qué se trata? ¿Por qué es importante sacarlo de su guarida? ¿Cómo atraparlo? ¿Qué hacer con el trofeo? Entonces, “la actitud del que se lanza a la caza del león es vital: ojos bien abiertos, oídos atentos, captando por igual las palabras y el corazón, dedos flexibles, bailarines, sobre la computadora” (Ramos, 2001, p. 19).

Esta actitud del periodista como cazador también la valoró y explicó el escritor argentino Martín Caparrós (2015), para quien “la crónica es una mezcla, en proporciones tornadizas, de mirada y escritura” (p. 65). Por esta razón, mirar para el cronista, en un sentido fuerte y especial, es “la búsqueda, la actitud consciente y voluntaria de tratar de aprehender lo que hay alrededor —y de aprender—. Para el cronista mirar con toda la fuerza posible es decisivo. Es decisivo adoptar la actitud del cazador” (Caparrós, 2015, p. 65).

“Me gusta salir a hacer una crónica porque me parece que me pongo primitivo, que recupero ese atavismo del cazador que sale a ver qué encuentra”, dijo Caparrós (Citado en Ortiz, 2016). Y precisó:

Y como sabe que tiene un tiempo limitado, un hambre infinito y así sucesivamente, tiene que estar atento todo el tiempo, mirando, pendiente de qué va a pasar. [...]. Esa actitud del cazador, estar mirando todo el tiempo, es definitiva. Mirar donde aparentemente no pasa nada, donde aparentemente no hay una clara situación periodística. Aprender a mirar de nuevo aquello que creemos saber ya cómo es. Buscar, buscar, buscar. Me gusta que esa actitud se use todo el tiempo en todos lados, pero sobre todo para contar las historias de aquellos que nos enseñaron a no considerar noticia. Enfocar hacia ellos nuestra mirada (citado en Ortiz, 2016).

Por su parte, Ryszard Kapuściński (1932-2007), quien fue considerado como el periodista más importante del siglo XX, se refirió a la “formación del cazador furtivo” (Kapuściński, 2003, p. 17) al considerar que, a diferencia de otras actividades donde es posible afirmar que en muchas ocasiones alguien llega a una meta, en el periodismo nunca se sabe qué hacer o cómo actuar, pues en cada artículo, cada reportaje, cada crónica, siempre se está empezando de nuevo, de cero. Por lo tanto, se trata de una profesión en la que los estudios nunca se acaban en tanto se ocupa siempre de nuevos datos, nuevos hechos y nuevos problemas.

Mientras el mundo progresa y se mueve –observó Kapuściński–, los periodistas se encuentran dentro de esos cambios porque la sociedad los espera para que cuenten qué está pasando, para que interpreten qué quiere decir la novedad, y eso “nos impone la obligación de estudiar, permanentemente y de todo. El periodista es un cazador furtivo en todas las ramas de las ciencias humanas: antropología, sociología, ciencias políticas, psicología, literatura” (Kapuściński, 2003, p. 18).

El periodista es un cazador furtivo listo para actuar en todas las circunstancias de su destino atávico como aquellas en que la naturaleza le depara el gran material inesperado, “lo que no tiene horario, ni fecha ni calendario”, como lo señaló Miguel Ángel Bastenier (1940-2017), maestro de la Escuela de Periodismo Universidad Autónoma de Madrid-El País y de la Fundación Gabo.

Se trata –apreció Bastenier (2001)– de aquellos acontecimientos donde nos encontramos con el mejor ADN del periodismo: “El blanco móvil, que es el objeto de información más preciado” (p. 160) para cualquier medio de contenidos informativos.

Para Bastenier, como el cazador, cuya fantasía ha de ser cazar el blanco de un disparo, por ejemplo a la gacela en pleno salto, el periodista, algunas veces ayudado por su intuición –para algunos, el olfato periodístico–, pero las más de las veces “favorecido por el Altísimo, tendrá en el blanco móvil la mejor oportunidad de cumplir con los mejores delirios de la profesión. Si el periodismo es, básicamente, la historia de las discontinuidades en el encefalograma de las cosas, el hecho en libertad constituirá la máxima expresión del hipo de la vida” (Bastenier, 2001, p. 160).

Así que prepararse con el tino de un cazador perspicaz es un reto permanente para poder descubrir y abordar al ser humano, siempre tan escurridizo y tornadizo como un blanco móvil. Decir quién es, qué hace y cómo hace lo que hace es la cacería más noble y más útil (quizá, la única permitida para no alterar el equilibrio ambiental) que podemos hacer los periodistas.

De otro lado, para el maestro Tomás Eloy Martínez (1934-2010), la gran respuesta del periodismo contemporáneo –especialmente escrito–al desafío de los medios audiovisuales y digitales “es descubrir, donde antes había sólo un hecho, al ser humano que está detrás de ese hecho, a la persona de carne y hueso afectada por los vientos de la realidad, [pues] la noticia ha dejado de ser objetiva para volverse individual. O mejor dicho: las noticias mejor contadas son aquellas que revelan, a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber” (Martínez, 1997). Y es una cacería que empieza cuando el reportero deja su casa, la oficina o la sala de redacción de un medio de información y sale a las calles y veredas de las ciudades y los campos para empezar una jornada.

La jornada de un reportero que tiene, en la complejidad de los tiempos que corren, la obligación de la mirada ingeniosa y extrema del cazador...

“Reportero es lo único que volvería a ser en mi vida. Una de las ocasiones en las que más he lamentado no estar en Colombia fue cuando ocurrió el envenenamiento colectivo3 de Chiquinquirá (en Boyacá, Colombia, el sábado 25 de noviembre de 1967); yo hubiera ido gratis a cubrir ese acontecimiento”, destacó Gabriel García Márquez –quien ya había sido honrado como Premio Nobel de Literatura en 1982– en su autobiografía Vivir para contarla (2002).

***

Permítannos aquí parodiar, con mucho respeto, el tono y el carácter de la escritura de García Márquez, para explicarles los aspectos sobresalientes del talante de su oficio como cronista reportero:

Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento de la fama internacional, Gabriel García Márquez habría de recordar aquella tarde remota de 1954 en la que José Salgar, el emblemático jefe de redacción de El Espectador, de Bogotá, lo indujo a trabajar la crónica de reportero. Hasta entonces, el futuro Nobel de Literatura había dado cuenta del mundo en algunos relatos publicados en el mismo periódico “cachaco”,4 en una novela que seguía inédita en el cajón de su escritorio y en varios artículos de comentario en los diarios “costeños”:5El Universal, de Cartagena, y El Heraldo, de Barranquilla.

Fue un momento sublime y el escritor lo consignó en Vivir para contarla (2002), autobiografía que relaciona sus experiencias hasta los 27 años de edad:

Me parece que Salgar me puso el ojo como reportero, mientras los otros me lo habían puesto para el cine, los comentarios editoriales y los asuntos culturales, porque siempre había sido señalado como cuentista. Pero mi sueño era ser reportero desde los primeros pasos en la costa, y sabía que Salgar era el mejor maestro, pero me cerraba las puertas quizás con la esperanza de que yo las tumbara para entrar a la fuerza. Trabajábamos muy bien, cordiales y dinámicos, y cada vez que le pasaba un material, escrito de acuerdo con Guillermo Cano y aun con Eduardo Zalamea, él lo aprobaba sin reticencias, pero no perdonaba el ritual. Hacía el gesto arduo de descorchar una botella a la fuerza, y me decía más en serio de lo que él mismo parecía creer: –Tuérzale el cuello al cisne–. [...] Creo que él no podía perdonarme que me desperdiciara en malabarismos líricos, en un país donde hacían falta tantos reporteros de choque. Yo pensaba, en cambio, que ningún género de prensa estaba mejor hecho que el reportaje para expresar la vida cotidiana. Sin embargo, hoy sé que la terquedad con que ambos tratábamos de hacerlo fue el mejor aliciente que tuve para cumplir el sueño esquivo de ser reportero (García Márquez, 2002, pp. 519-520).

Así mismo, muchos años después, el propio Salgar habría de recordar aquella época en la que influyó definitivamente para cambiarle el estilo de cronista a García Márquez:

Cuando me preguntan sobre la forma como trabajamos con Gabo, me limito a destacar dos cualidades que he admirado en él desde que lo conocí, muchísimo antes de la fama: la pulcritud de sus originales y su disciplina para el trabajo periodístico. Por lo general los reporteros jóvenes trabajan con angustia, hablan a la vez por dos teléfonos, sus escritorios tienen montones de papeles revueltos y sus cuartillas pasan llenas de tachaduras. Gabo fue la excepción. Investigaba a fondo y con calma, ordenaba las ideas y las palabras y como un torero medía los terrenos para ejecutar limpiamente la faena a la hora que le correspondía, o sea que no demoraba la entrega del periódico a los lectores. Sin duda, el triunfo de García Márquez se debió en gran parte a que aplicó a la novela su disciplina de periodista (Salgar, 1992, p. 44).

***

García Márquez, en efecto, fue un diamante pulido en las salas de redacción de El Universal, El Heraldo y El Espectador, del semanario Crónica y del diario El Nacional –estos dos también de Barranquilla–, que fueron las publicaciones periódicas donde trabajó en una época en la que ellas eran el escenario ideal para aprender el oficio periodístico y el arte –y los trucos– de la escritura,6 al lado de insignes editores y “pescadores de almas” como Clemente Manuel Zabala; Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor (“Todos venimos del viejo”, expresó alguna vez Cepeda Samudio), “entre los costeños”;7 y José Salgar, Guillermo Cano, Eduardo Zalamea y Gonzalo González (Gog) –su primo y coterráneo de Aracataca–, “entre los cachacos”, con quienes se alternaba en El Espectador la escritura de notas sueltas en la sección editorial “Día a Día”, y quienes inicialmente lo apoyaron para que escribiera una columna con artículos “acronicados” de crítica cinematográfica, la cual es pionera en este campo en la prensa colombiana.

Pero en el caso de García Márquez –valga la aclaración– la formación en el oficio de escritor de prensa8 se dio a la inversa del común de los periodistas: primero como columnista comentarista, básicamente de escritorio, y luego como reportero de calle. No obstante, a juicio del profesor francés Jacques Gilard, el más conocido investigador de su obra periodística, García Márquez como periodista y como escritor es, y ha sido siempre, un estilista y precisa que ello es más sensible que nunca cuando se considera su labor de comentarista de prensa y humorista, en la que muchas veces se trataba de llenar un espacio, de decir cosas –a veces, muchas– a propósito de poco o de nada. Y puntualiza:

Todo venía a ser cuestión de estilo: de manera de decir las cosas, y también de manera de plantearlas, con lo cual se amplía bastante la estrecha noción de estilo. Y con un agravante en el caso de García Márquez: su ambición de ser escritor lo llevaba –algo narcisamente– a privilegiar más aún la búsqueda de planteamientos y expresiones originales. Quizás sea esto último lo que más definitivamente marca el periodismo de García Márquez en los cinco primeros años (Gilard, 1997a, p. 27).

En ese orden de ideas, Gilard destaca que, si bien su inserción en el oficio periodístico transcurrió bajo el signo del comentario y si bien García Márquez nunca olvidaría el temor que sintió en 1954 ante la obligación de convertirse en reportero, puede pensarse que muy pronto manifestó una tendencia a cruzar la frontera de los géneros, quizás de manera cada vez menos inconsciente. De todos modos, asevera Gilard (1997b), y sin que lo viera él con claridad, en 1952 estaba listo para inaugurar otro aspecto de su quehacer periodístico, “para pasar de la inmovilidad del comentario a la vida del reportaje, de la interpretación de la realidad a su reelaboración. Se estaba anunciando una evolución de la actitud periodística, literaria y política” (p. 30).

Su iniciación como reportero

Así, julio de 1954, cuando se da su acceso concreto a la práctica del reportaje –es decir, cuando debe cumplir con una asignación precisa como reportero en el escenario de los acontecimientos–, después de seis años de labor periodística, significa una importante etapa en esa actividad de García Márquez, pese a que debió hacer frente al problema técnico de abarcar muchísimos datos sin aprendizaje previo. No obstante, junto a otros integrantes del Grupo de Barranquilla, había oído los conceptos que Álvaro Cepeda Samudio tenía sobre las características y el uso del reportaje en el periodismo norteamericano y “cuando se encontró ante la obligación de escribir sobre hechos concretos, complejos y mal conocidos, se acordó de lo que decía su amigo y trató de poner en práctica esos preceptos” (Gilard, 1997b, p. 51).

Su primer gran reportaje apareció publicado en las páginas 1 y 19 de El Espectador del 2 de agosto de 1954, con el título “Balance y reconstrucción de la catástrofe de Antioquia”, y comprendió una serie de tres crónicas sucesivas sobre la muerte de 75 personas, entre ellas, la madre del famoso ciclista Ramón Hoyos Vallejo, en un derrumbe de tierras en el sector de la Media Luna, en Medellín, ocurrido en la mañana del 12 de julio; es decir, en palabras del propio García Márquez, era “un pescado muerto”, o sea, un tema ya tratado como noticia por todos los medios. El escritor recuerda que Salgar, el jefe de redacción, no le pidió que tratara de establecer lo que había pasado hasta donde fuera posible, sino que le ordenó “de plano reconstruir toda la verdad sobre el terreno, y nada más que la verdad, en el mínimo de tiempo. Sin embargo, algo en su modo de decirlo me hizo pensar que por fin me soltaba la rienda” (García Márquez, 2002, 526, p. 527).

Con dicho trabajo se anuncia a la vez la tendencia detectada por Gilard en los reportajes garciamarquianos: el método de balance y reconstrucción de los hechos –o de reconstrucción y balance como lo hará de forma más tradicional– empleado en su máxima expresión 30 años después en Crónica de una muerta anunciada (1981), que literalmente viene a ser la reconstrucción y el balance de un crimen real ocurrido varios años antes, a través del intercambio de recursos periodísticos y literarios que la convierten en una parodia de la crónica periodística embalada en la caja de la novela relista moderna.

He aquí la precisión de Gilard al respecto del título de la ópera prima reporteril de García Márquez: “Habla de balance y reconstrucción. Estos dos elementos, aunque debieron ir aquella vez en el orden inverso, pueden encontrarse en casi todos los reportajes de esa época. Es decir, que están cada vez que es posible que estén” (Gilard, 1997b, p. 51).

En las observaciones sobre la técnica escogida por el reportero novato, Gilard (1997b) encuentra que “había más que el eco de preocupaciones literarias nacientes” (p. 51) antes que el descubrimiento repentino de posibilidades nuevas; advierte que aparecían ya “las consecuencias de lecturas que siguieron a las de Faulkner, particularmente las de Camus y Hemingway, con reflexiones, análisis y secretas redacciones de tanteo” (p. 51), y explica que, al tener que escribir con la premura del periodismo informativo sobre hechos investigados en caliente, el aspecto puramente periodístico debía llamar la atención más que todo. Sin embargo, la forma en que García Márquez resolvió el problema delataba preocupaciones literarias, fundamentales y preexistentes. Y si bien la misma labor de redacción periodística contribuyó a hacerlas más conscientes, “el reportaje era un nuevo momento –espectacular– en el desarrollo del oficio de periodista, y era también otro paso (a la vez efecto y causa) en el incansable aprendizaje del arte de contar” (Gilard, 1997b, pp. 51-52).

Para Gilard, el aspecto más periodístico y de elemental y eficiente pedagogía de dicho binomio metodológico –reconstrucción y balance–puede ser el de establecer un saldo final de los hechos, es decir, un balance y un desenlace de la historia o historias que se tratan. La reconstrucción, “con todo y tener su irreductible índole informativa”, por ser –como lo es muy notable en el caso de García Márquez– un relato minuciosamente trabajado, “tiene amplios puntos de contacto con lo literario, con el arte de contar”. Pero es necesario advertir –señala Gilard (1997b)– con qué intransigente rigor va García Márquez reconstruyendo los sucesos que refiere después de indagarlos: se esfuerza por decir cómo pasaron las cosas desde el primer instante hasta el último y manifiesta una gran preocupación por la coherencia y la continuidad de los hechos, y porque no falte ningún eslabón narrativo.

El investigador precisa que los reportajes garciamarquianos suelen iniciarse con un elemento anecdótico,9 a veces espectacular, y vuelven luego a los orígenes de la historia antes de irla reconstruyendo. El procedimiento aparece bajo su forma más llamativa en reportajes sobre individuos, y cree que quizás haya sido aprendida de los folletines del siglo XIX, pero que manejó con tanta habilidad que llegó a establecer una especie de pauta muy usada en el periodismo colombiano.

Desde luego se piensa también en la frase inicial de Cien años de soledad donde se da un juego cronológico de este tipo. Es solamente uno de los muchos puntos comunes que pueden encontrarse entre los experimentos hechos en el periodismo y la obra de ficción en pos de la definitiva consecución de una técnica narrativa y de un discurso literario con una marca de estilo (Gilard, 1997b, p. 53).10

Así mismo, Gilard observa que los reportajes de García Márquez, “salvo unas muy contadas y quizás inevitables excepciones”, se asientan sobre una muy densa trama argumental, debido, justamente, a ese rigor narrativo, a esa voluntad de abarcarlo todo, para presentar una visión totalizadora de los hechos; es decir, “el cuento completo de la noticia”, que es una de las definiciones que el escritor tiene sobre el reportaje. Y, asevera Gilard (1997b), “ese rigor narrativo supera su mero afán inicial de información, alcanzando resonancias de tipo literario. Al tratar de revelar la realidad tal como es, esos reportajes llegan a transformarla” (p. 54).

Es más, anota el investigador, el rigor de García Márquez –que indudablemente también se da en su labor como sabueso para localizar las fuentes testimoniales de los hechos y recoger sus declaraciones– hace que no caiga siempre en la simpleza de la anécdota solo distinta, creyéndola periodística, y tampoco se deje tentar únicamente por lo insólito, sino que, en su intento por captar verdades que resultan intranquilizadoras, llegó incluso “a darle a sus notas un giro subversivo”. Dicha dimensión subversiva de sus reportajes –puntualiza Gilard– procede en gran parte de la actitud humorística de García Márquez –muy probada en su periodismo de comentario–, así como de sus convicciones estéticas y culturales, es decir, de su visión absolutamente crítica de la realidad colombiana (Gilard, 1997b, p. 57).

En la aplicación del método de reconstrucción y balance observada en el primer reportaje concreto trabajado por García Márquez, antes mencionado, también aparecen –unas más visibles que otras– las constantes de recursos que el escritor impondrá como una marca de fuego de su estilo, tanto en los relatos de índole periodística como de ficción. Por ejemplo, ante todo, contar bien con manifiesta vocación de estilo y de marcar diferencia con un enfoque muy sugestivo –a veces de condición sensacionalista, desconcertante o hiperbólico– y con una estructura fuerte y elástica como los tensores de un puente colgante: el trabajo especial de refinamiento en el primer párrafo, presentando al personaje o personas principales desarrollando una acción concreta para enganchar al lector sin otra alternativa, y menos de aburrición; el rechazo a las abstracciones y en cambio la afición por las imágenes; la apertura de lo particular a lo general; la claridad ante todo buscando una comprensión ágil, inmediata, popular; una dosis de humor, de ironía y paradoja –en general, muy propio de su “mamagallismo” costeño– como rechazo a toda solemnidad y buscando siempre ese tono ameno característico de las buenas crónicas; el gusto por las aventuras colectivas; la construcción tipo mosaico, completa y compleja, a partir de una o de varias anécdotas en muchos casos aparentemente intrascendentes; y la tragedia escondida en medio de la vida cotidiana.

De esos recursos, García Márquez llega a hacer un uso temerario en sus artículos de comentario, en sus crónicas de reportero y en las de viajero por Europa occidental y la llamada Cortina de Hierro y, sobre todo, en el que es a nuestro juicio su más logrado experimento de este tipo: “6 de junio de 1958: Caracas sin agua” (1958), publicado en la revista venezolana Momento. En este “reportaje ficticio”, según la caracterización que le da Gilard (que además está proyectado hacia el futuro: “Si un aguacero cae mañana, este reportaje cuenta una mentira. Pero si no llueve antes de junio, léalo...”, reza el epígrafe del autor), rompe con todos los preceptos de estilo y de objetividad del discurso periodístico al idearse un personaje de ficción para contar, “con credibilidad”, un hecho real. También aquí –como en los más serios y controlados reportajes realizados en su época de El Espectador–11 sus esfuerzos están puestos en contar bien, “con bases reales o totalmente previsibles, aunque con la intervención de la imaginación”.12 Gilard destaca que el relato de este reportaje tiene los rasgos típicos de los cuentos que García Márquez escribió en esa época (1958-1959), los cuales serían reunidos en Los funerales de la Mamá Grande (1962), y además “presenta evidentes similitudes con (y alusiones a) La peste (1947) de Camus”. El investigador señala que

Hay un rasgo muy periodístico, la fórmula según la cual el ingeniero alemán (Samuel Burkart), “declaró el estado de emergencia y se afeitó con un jugo de duraznos”. La preocupación por la afeitada diaria es también, evidentemente, una simplificación excesiva –desde el punto de vista literario– de los problemas humanos. En ella se reconoce, sin embargo, la constancia del humor de García Márquez. Es una manifestación más, ahora en América, de la folklorización de las actitudes europeas. Un personaje metódico y disciplinado –de ahí la elección de la nacionalidad, se supone–debía permitir una mejor captación de los elementos de la crisis del agua en Caracas (Gilard, 1997c, p. 47).

El siguiente es el primer párrafo de “6 de junio de 1958: Caracas sin agua” –publicado el 11 de abril de 1958 en las páginas 41 a 45 de Momento, en Caracas– en el que están, a nuestro juicio, los más característicos elementos de los mejores primeros párrafos de las obras periodísticas y de ficción de García Márquez. Es apreciable en toda su dimensión el esfuerzo por enganchar al lector con una escena o una imagen, antes que con una abstracción:

Después de escuchar el boletín radial de las siete de la mañana, Samuel Burkart, un ingeniero alemán que vivía solo en un penthouse de la avenida Caracas, en San Bernardino, fue al abasto de la esquina a comprar una botella de agua mineral para afeitarse. Era el 6 de junio de 1958. Al contrario de lo que ocurría siempre desde cuando Samuel Burkart llegó a Caracas, diez años antes, aquella mañana de lunes parecía mortalmente tranquila. De la cercana avenida Urdaneta no llegaba el ruido de los automóviles ni el estampido de las motonetas. Caracas parecía una ciudad fantasma. El calor abrasante de los últimos días había cedido un poco, pero en el cielo alto, de un azul denso, no se movía una sola nube. En los jardines de las quintas, en el islote de la plaza de la Estrella, los arbustos estaban muertos. Los árboles de las avenidas, de ordinario cubiertos de flores rojas y amarillas en esa época del año, extendían hacia el cielo sus ramazones peladas (García Márquez, 1997, p. 449).

El perfil y la performance de García Márquez en sus años de formación como reportero, en El Espectador de una manera notable, nos dieron ideas a los profesores del pregrado en Comunicación Social de la Universidad EAFIT para la planeación, la creación y la puesta en marcha de la maratón Periodistas en la Carrera –y no a la carrera–, con una apuesta por el reportaje, el reporteo o la reportería en su carácter esencial; esto es, el acercamiento de los periodistas a las personas para interrogarlas y conversar con ellas, para escucharlas y conocerlas en todos los ámbitos y asuntos de sus vidas cotidianas.

El miércoles 3 de noviembre de 2004 realizamos la primera edición de la maratón Periodistas en la Carrera con el tema general Movilidad en Medellín y el Valle de Aburrá y la participación de 81 estudiantes de primero y segundo semestre del pregrado en Comunicación Social de la Universidad EAFIT. El viernes 12 de noviembre de 2021 llegó a su edición número 18, con el asunto central: El momento de las, les y los jóvenes; y la participación de 110 estudiantes del primero al noveno semestre.

Es una actividad de entrenamiento afianzada como ajustada al carácter de un laboratorio de periodismo, reconocida como importante por varios colegas de las universidades de Medellín y del país, así como por periodistas y editores de medios de comunicación.

En todas sus ediciones, los estudiantes, ejerciendo funciones de reporteros y asesorados por sus profesores, han salido a las praderas de cemento de Medellín y de su entorno, exponiéndose física, emocional e intelectualmente para tratar de cazar a su león, inspirados por el olfato y la destreza del cazador mayor en la historia del periodismo colombiano: Gabriel García Márquez.

El periodismo universitario y sus simuladores de vuelo

Los programas universitarios de periodismo deberían “reforzar la atención en las aptitudes y en las vocaciones, y fragmentarse en especialidades separadas para cada uno de los medios, que ya no es posible dominar en su totalidad a lo largo de una sola vida”, afirmó Gabriel García Márquez el 7 de octubre de 1996, en Los Ángeles, Estados Unidos, en calidad de presidente de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, al pronunciar el discurso inaugural de la LII Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), con el título “Periodismo: el mejor oficio del mundo”.

Una de sus críticas a las facultades de Comunicación Social o Periodismo en Colombia y en Latinoamérica estuvo referida a que “enseñan muchas cosas útiles para el oficio –y entre ellas sus materias humanísticas para garantizar la base cultural de los estudiantes– pero muy poco del oficio mismo” (García Márquez, 2010, p. 117); en la perspectiva de que “el problema parece ser que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se quedaron buscando el camino a tientas en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro” (García Márquez, 2010, p. 115).

La creatividad y la práctica eran para García Márquez las dos necesidades más importantes para reorientar la enseñanza universitaria del periodismo a través del fomento de actividades en las clases y por fuera de estas, con una idea tomada de sus maestros: “El periodismo se aprende haciéndolo” (García Márquez, 2010, p. 107). Por lo tanto, opinó que

el objetivo final, sin embargo, no deberían ser –solamente– los diplomas y las credenciales, sino el retorno al sistema de talleres prácticos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en un marco original de servicio público [...]. Con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en el camino. Pues el periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a morir por eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, y no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente (García Márquez, 2010, p. 118).

En reuniones y conversaciones de trabajo académico consideramos las insinuaciones de García Márquez sobre asuntos como creatividad, práctica, sistema de talleres y escenarios de simulación para apoyar la enseñanza universitaria del periodismo. Entonces, nos ideamos Periodistas en la Carrera como una propuesta pedagógica constructivista que, junto con la formación intelectual de carácter social y humanista, contribuyera a vigorizar la educación de los estudiantes de Comunicación Social de la Universidad EAFIT, invitándolos a dar la cara a su ciudad, a través de la búsqueda y la elaboración de contenidos informativos y narrativos, textuales y audiovisuales, actuando como reporteros con una agenda propia. La producción de contenidos periodísticos a cargo de estudiantes universitarios reporteros corresponde a una puesta en práctica de la idea fundacional del director y propietario de periódicos estadounidense Joseph Pulitzer (1847-1911), quien en 1903 anunció su decisión de establecer y apoyar intelectual, afectiva y financieramente un Colegio de Periodismo en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Una determinación altruista que recordamos y valoramos como una de las principales acciones visionarias e históricas de defensa del periodismo como profesión: “Antes de que se acabe el siglo, las escuelas de periodismo serán aceptadas generalmente como una característica de la educación superior especializada, como la escuela de leyes o de medicina” (Pulitzer, 1999, p. 6).

Para lograr la instrucción competente de los estudiantes de periodismo, Pulitzer –quien se refirió también a una “preparación real”– vislumbró la importancia de crear y poner a funcionar en el campus universitario el periódico como laboratorio de prácticas, con una publicación semanal, quincenal, mensual, bimensual, tras considerar que nadie en las oficinas de un periódico o en su sala de redacción (en su época –y opinamos que la misma situación sigue dándose en el agitado y ambiente de las empresas y entidades públicas y privadas que ofrecen trabajos a los periodistas–) “tiene el tiempo o la inclinación para enseñar a un reportero crudo las cosas que debe saber antes de que asuma incluso hasta el trabajo más humilde del periodista” (Pulitzer, 1999, p. 11).

Tal periódico –precisó Pulitzer (1999)– permitiría a los estudiantes:

Practicar en todas las ramas del trabajo periodístico –editar, reportar, criticar, edición de copia, corrección de texto, diagramación–; en resumen, todo lo que un joven debe ser capaz de hacer antes de que se aventure a desempeñar el trabajo de periodista. Estará bajo la supervisión de un profesor que no solamente esgrimirá la pluma tan descarnadamente como lo hace un editor verdadero, sino que también hará lo que el verdadero editor no tiene tiempo de hacer, decir por qué lo hizo. Ocasionalmente a todos los estudiantes se les podría pedir escribir editoriales sobre el mismo tema y el mejor de todos podría ser publicado, con una explicación sobre las razones para su selección (p. 40).

El entorno de aprendizaje constructivista en el que se realiza Periodistas en la Carrera –como laboratorio de prácticas, una vez cada año en un escenario de tensión y de compromiso que refleja las características concretas del que se tiene y se vive, no sin tribulaciones, en los escenarios de trabajo periodístico empresarial y profesional– puede relacionarse con una idea tomada de un dicho popular: “Para aprender a nadar, hay que meterse al agua”. Aprender haciendo, cometiendo errores, reparando errores, compitiendo consigo mismo, experimentando, perseverando, confrontando competencias; acumulando horas de vuelo –horas de vuelo periodístico, valga decir aquí– pues sin oficio no hay talento que valga.

Ponderamos, entonces, que la teoría del constructivismo con sus componentes epistemológico y pedagógico, tal como fue formulada en las décadas de los años ochenta y noventa del siglo pasado, era muy adecuada para una reformulación de la pedagogía del periodismo –tras reconocer la notable condición vocacional que este tiene– en las universidades colombianas y de manera decidida en el pregrado de Comunicación Social de la Universidad EAFIT. Entre otras razones, la más importante es que permite la adaptación de condiciones reales del ejercicio del periodismo al ambiente académico, para poner en práctica el principio de aprender haciendo inherente a la construcción de un conocimiento práctico y teórico (Agudelo, 2005).

El modelo de la teoría constructivista es especial para la enseñanza y el aprendizaje del periodismo porque como epistemología argumenta que el mundo no puede ser conocido independientemente del sujeto que conoce y que el conocimiento adquirido sobre este es construido en el proceso de la interacción del sujeto con la realidad. Se deduce, en consecuencia, que el conocimiento no puede ser transmitido directamente de una persona a otra en la medida en que las circunstancias personales de los sujetos involucrados y el contexto en el que actúan son diferentes. Como pedagogía, cuestiona el tradicional modelo conductista y objetivista de la educación que en muchos aspectos predomina en la enseñanza del periodismo en los programas de Comunicación Social o Periodismo, el cual sostiene la existencia de una realidad que reside fuera del sujeto para quien es posible conocerla a través del profesor cuyo papel a la luz de esta concepción se limita a transmitir conocimiento al estudiante, con el fin de ayudarle a incorporarlo en su memoria de corto y largo plazo (Agudelo, 2005).

El primer objetivo de la teoría constructivista es estimular en los estudiantes la resolución de problemas y el desarrollo conceptual, desde el punto de vista de David H. Jonassen –profesor distinguido de la Escuela de Ciencias de la Información y Aprendizaje de Tecnologías en la Universidad de Missouri–, quien en su modelo conocido como Entornos de Aprendizaje Constructivista (EAC) propone basar la educación en tareas reales y auténticas. En el modelo eac se parte de los ejemplos, de los proyectos o de los problemas y, mediante ellos, se llega a la información y a la elaboración de los conceptos adecuados, que corresponden a los mismos supuestos de aprendizaje: activo, constructivista y real (Esteban, 2002).

Basar la educación de los estudiantes de periodismo en competencias, en tareas de investigación reales y auténticas y no sobre tareas inocuas que van a terminar con la revisión y calificación por parte del profesor, es uno de los asuntos fundamentales de Periodistas en la Carrera. Se trata de orientar el trabajo de los estudiantes hacia la producción periodística en todas sus modalidades, y es así como, entre sus primeros resultados, sometidos al escrutinio de los lectores, está su participación en un concurso interno de periodismo donde sus trabajos son juzgados por profesores y periodistas profesionales, en variadas modalidades y medios de expresión; y son publicados en la revista digital Bitácora del pregrado en Comunicación Social de EAFIT, y varios de ellos también en distintos medios y plataformas locales, nacionales e internacionales.

Uno de los retos del profesor de periodismo es instigar en el estudiante el aspecto vocacional, la pasión, el entusiasmo, la persistencia, la aventura, la exploración. Vincularlo a una serie de procesos y de entrenamientos, acondicionados a una preparación práctica, competitiva, de compromiso social y ético, que lo conviertan en un reportero que, desde antes de egresar de la universidad, ya esté capacitado para desempeñarse desde el primer día de trabajo como profesional.

El respaldo institucional y económico brindado por la Universidad EAFIT a Periodistas en la Carrera, como un escenario adaptado a un entorno de aprendizaje constructivista para desarrollar las competencias del oficio periodístico, proporciona a los profesores y estudiantes del pregrado en Comunicación Social las herramientas para trascender el simulacro académico en el siguiente escenario metodológico:

La sala de redacción (el aula de clase, el periódico o la revista de prácticas, la emisora, el estudio de televisión, el MediaLab, la maratón de periodismo): es el escenario que permite la discusión de conceptos teóricos, la definición de las agendas informativas, el diseño de metodologías específicas para el cubrimiento de cada acontecimiento noticioso, el trabajo en grupo, la autocrítica y la evaluación colectiva. Es el escenario del Consejo de Redacción, máxima instancia de planificación del ejercicio periodístico, donde se definen los enfoques para las asignaciones, los compromisos éticos que se deben respetar, y se determina la posición política que el medio asumirá con respecto a la actualidad informativa. Como laboratorio para la enseñanza del periodismo debe de ser un escenario dinámico y participativo que permita el desarrollo académico de los cursos y la producción periodística en un ambiente profesional.

El editor (el profesor): es un asesor, de acuerdo con la guía básica para editores de prensa y reporteros de los docentes norteamericanos Roy Peter Clark y Don Fry, cuyo modelo hace énfasis en el proceso de elaboración de la información y no solo en el producto final, e involucra a todos los miembros de la sala de redacción, toda vez que él es el guardián de la calidad y la ética periodística. Él vigila que se cumplan los principios básicos de la profesión y que el medio en el que trabaja desempeñe el papel que le corresponde en la estructura social. “El editor defiende la libertad de prensa y expresión, pero también la responsabilidad de la información. El editor, más que cualquier otro actor del proceso periodístico, es el depositario y ejecutor de los criterios fundamentales de la profesión” (Agudelo, 2000, p. XIV).

Su trabajo va más allá de editar artículos, pues consiste en administrar los recursos humanos de la empresa periodística e inyectar creatividad a todo lo largo del proceso para lograr la superación de los redactores, la del medio para el que trabajan y la suya propia. Por eso, un editor que solamente corrija el borrador, titule y de órdenes “es poco más que un mensajero que transporta textos de un lugar a otro sin transformarlos o mejorarlos cualitativamente” (Agudelo, 2000, p. XIV). El editor es y debe ser el guía, maestro, supervisor, amigo, confidente de los reporteros que tiene a su cargo. Para ellos, el editor es su vínculo principal con su audiencia y con el medio a través de las asignaciones y de la supervisión del proceso de investigación, acopio y preparación de la información.

La relación editor-reportero crea un clima profesional de trabajo. La edición se realiza sobre artículos periodísticos reales; la realimentación permanente permite corregir los errores y evitar que se repitan; se trabaja sobre asignaciones que determinan una propuesta informativa coherente; los profesores ejercen el periodismo en su labor docente y los trabajos realizados por los alumnos deben alcanzar la calidad de publicables.

Jon Lee Anderson, reportero notable de la prestigiosa revista The New Yorker, en uno de sus talleres de la Fundación Gabo con periodistas de Iberoamérica, destacó que

El editor tiene un rol fundamental. Ejerce como una especie de consciencia o de cerebro suplente. El editor debe ser visto más como un colaborador que como un jefe. El editor trabaja para que el producto del reportero luzca lo mejor posible, que el reportero logre lo máximo de sí. El editor te ayuda a sacar el mejor provecho posible de tu talento y del material que tienes. Los mejores editores dan libertad al otro, inspiran confianza, alientan. El editor no necesita ver su nombre en tinta. Su satisfacción mayor es que tu nombre salga lo mejor que pueda (citado en Ortiz, 2007a).

El reportero (el estudiante): es el periodista o informador, quien como reportero debe ser investigador; y como redactor, escritor. Es el cronista de su tiempo y a la vez el profesional que se está formando en la universidad. Al terminar su carrera debe tener la capacidad para desempeñarse con idoneidad, con criterios profesionales y éticos en cualquier medio de comunicación; conceptualizar y contextualizar la información, con el fin de darle sentido, y aportar conocimiento al convertirla en noticia, crónica, reportaje, opinión, fotografía, audiovisual.

La profesora Helga I. Serrano, quien dirigió la Escuela de Comunicación Pública de la Universidad de Puerto Rico, consideró que todo reportero es investigador, en mayor o menor grado. El investigar, en todas sus dimensiones –indagar, averiguar, buscar, entrometerse, escudriñar, examinar, explorar, hurgar, inquirir, mirar, preguntar, sondear, sonsacar, tantear, pensar– es su razón de ser profesional. “Para convertirse en un buen investigador, el estudiante que aspira a ser reportero tiene que, como prioridad, aprender a razonar correctamente” (Serrano, 1997, p. 41).

Aquel tiempo en que al buen reportero, pero mal redactor, sus colegas y editores en las empresas informativas le reescribían su artículos (o a la inversa), pasó a la historia para la profesora Serrano. Hoy, las presiones de la competencia, económicas y de tiempo, además de las implicaciones de cubrir una sociedad tan compleja, requieren un profesional idóneo y un producto terminado, “que es el reportero efectivo y, en ocasiones, un periodista consumado [...] alguien que sepa cómo buscar la información y redactarla de manera adecuada en un mínimo de tiempo” (Serrano, 1997, p. 39).

El reto que tenemos los profesores de periodismo en el entorno de aprendizaje constructivista es formar a los estudiantes, cual materia prima, en un reportero efectivo; “aquel que puede definir, identificar, localizar, recopilar, evaluar, organizar y, finalmente, redactar la información” (Serrano, 1997, p. 40).

El reportero tiene como instrumentos principales para hacer su trabajo: la entrevista como herramienta de indagación periodística, la revisión y verificación de la información documental; y el respaldo de sus sentidos, además de los cinco sentidos del periodista: estar, ver, oír, compartir y pensar –según los definió Kapuściński (2003)–, los cuales le permiten, a la manera de un etnógrafo, sumergirse en el mundo de las personas y de las historias que pretende contar.

La reportería y el aprendizaje del gozo informativo

En mayo de 2010 en sus visitas a varios centros educativos de Medellín, entre los que estuvo la Universidad EAFIT, los periodistas universitarios le preguntaron al científico español Jorge Wagensberg Lubinski (1948-2018):

—¿Qué ha hecho como padre para incentivar el gozo intelectual13 en su hijo?

—Proveer estímulos paseando con él por la realidad de este mundo y con tres cosas más: conversar, conversar y conversar –les respondió.

Pues bien, algo similar es lo que hemos intentado hacer con la maratón de Periodistas en la Carrera para incentivar el gusto informativo en los estudiantes, quienes cada año aceptan el reto de vivir un día trabajando como periodistas: proveer estím los paseando con ellos por la realidad de la ciudad de Medellín y de su Área Metropolitana y con tres cosas más: reportear, reportear y reportear.

Parece sencilla y obvia la realización frecuente de esta actividad entre los comunicadores y periodistas en formación universitaria y entre los profesionales de diversas empresas informativas. Pero no lo es. Reportear genera ansiedad, discusiones y conflictos entre profesores y estudiantes, entre editores y redactores.

Antes que reportear, muchos estudiantes, así como muchos profesionales, prefieren el ejercicio del llamado periodismo polilla. Es decir, entrevistar sin preguntar. Algo así como jugar al fútbol sin balón, una virtud que el entrenador “Pacho” Maturana, el de la frase “Perder es ganar un poco”, le atribuyó hace unos años al delantero Víctor Hugo Aristizábal. Sin embargo, el goleador histórico del Atlético Nacional logró inflar las redes de los arcos rivales justamente a cañonazos de balones.

No obstante, el periodismo polilla –muy en boga en los Estados Unidos– del que resultan historias en las que el periodista pasa un tiempo (un día, una semana, un mes o un año) en un lugar, volviéndose prácticamente invisible y narrando sus observaciones sin entrevistar a nadie, ha servido para formidables trabajos como el realizado por Darcy Frey en un artículo sobre los controladores del aeropuerto internacional John F. Kennedy, en Nueva York, el cual fue llevado al cine en una comedia titulada Fuera de control, estrenada en 2003.

Otros periodistas polilla han sacado buenos dividendos. Por ejemplo, en las actividades de las salas de emergencia un sábado en la noche o acompañando al jefe de un sindicato en un día de paro o al jefe de la policía en una batida de delincuentes. Aunque nos parece válido el periodismo polilla, básicamente como complemento de la reportería en el proceso de indagación necesario para la realización de noticias, crónicas y reportajes de provecho informativo y con valor estético, siempre será más fina y verídica una historia matizada y respaldada por testimonios y documentos, obtenidos y consultados por reporteros inmersos con todos sus sentidos en los asuntos que están tratando.

Periodistas en la Carrera ha brindado a los estudiantes la oportunidad de ejercer como reporteros y recibir una de las más importantes lecciones que puedan tener quienes pretenden dedicarse al periodismo como uno de los oficios más relevantes del comunicador social. Una lección que quizás no logren de parte de sus profesores en el aula de clase: a los periodistas, “esas moscas de la carne” como los definió el escritor norteamericano Tom Wolfe, nadie, sin prevención y con generosidad, los está esperando para darles noticias. El periodista es quien debe acercarse a la gente y a su mundo; es quien debe tomar contacto, adentrarse en la cotidianidad y en el estilo de vida de los demás y desde allí dar cuenta de su complejidad.

El ejercicio del periodismo que se hace a partir de llamadas telefónicas, de contactos por las redes sociales, de cuestionarios enviados por los reporteros y devueltos por las fuentes testimoniales de información por el correo electrónico; el de los boletines de prensa, el de las ruedas de prensa, el de las “curadurías”, resúmenes y avances de los portales de internet; el de los balances empresariales y lo sumarios judiciales, entre otros, no siendo fácil de hacer, está más alcance de muchos.

En perspectiva, después de 1860 surgió el concepto de reportero – repórter se le llamó en un principio–, heredero de la prensa estadounidense y enlace del periodismo con la vida cotidiana de la sociedad. El papel del reportero era opuesto al del editorialista politizado, pues su tarea fundamental consistía en buscar las noticias por fuera de la sala de redacción de los periódicos: despachos judiciales, inspecciones de policía, ministerios, el parlamento; se identificaba al reportero con el periodista que salía a las calles para entrevistar a las personas en busca de noticias de interés para la comunidad (Hoyos, 2003, p. 113).

Esta práctica periodística –introducida en las redacciones de los diarios de Colombia a comienzos del siglo XX– evolucionó con más recursos tecnológicos, más información y más diversidad de medios. Aparecieron los géneros informativos y, entonces, el periodismo dejó de ser impulsor de ideologías para empezar a informar hechos específicos.

El periodismo no es solo expresarse bien –en forma escrita, oral o visual–, con amenidad, inclusive con cierta sensualidad y colorido sobre lo que ocurre en el mundo y en el mundo especial de las personas, sino ese descubrimiento de cosas inadvertidas en la vida diaria donde el arte no es tanto la forma de expresión, sino de reportería. O de “repostería” como escriben muchos estudiantes descuidados en sus análisis sobre la teoría periodística que se les pide en los cursos, porque la palabra reportería no está en el diccionario que tienen en la computadora y esta –en su sabiduría de máquina inteligente– se las cambia de inmediato por “repostería” y como tal así la dejan en sus informes.

Pero, bueno, más o menos, la labor de reportería se parece a esa tan cuidadosa y primorosa de la repostería, puesto que viene a ser como el dulce que le da un sabor especial a una noticia, a una crónica o a un reportaje. Sin ese ingrediente, en el que el pastelero pone todo su amor y el periodista todo su sudor, pasteles y noticias tendrían la misma simpleza de una tostada como postre del almuerzo...

En Medellín tenemos un ejemplo a la mano y lo destacó el maestro de periodistas, Javier Darío Restrepo (1932-2019), quien anotó:

En mi país hay un periodista que se levanta antes que el sol y los gallos para amasar y hornear fragantes canastas de pan que, luego, en las primeras horas del día, distribuye entre su clientela. Después, a lo largo del día, amasa y hornea hermosas crónicas que condimenta con un lenguaje noble, con una intensa visión humana de los hechos y con un profundo sentido poético de la vida (Restrepo, 1999).

Cuando se encontró con él por primera vez en la Universidad de Antioquia –recordó Restrepo–, le dio a probar sus dos productos:

En una bolsa de celofán, panes frescos; y en uno de sus libros, sus crónicas. Para escribir las crónicas, que publica en distintos medios, encontró que la independencia que le ofrecía un empleo de redactor en los periódicos, era insuficiente, así que decidió ser panadero en las madrugadas y periodista durante el día para darle a su profesión el máximo aire de independencia (Restrepo, 1999).

El cronista es Carlos Sánchez Ocampo, autor del libro El contrasueño. Historias de la vida desechable14 (1993 y 2007), un clásico en nuestro medio del periodismo que se hace a pie, recorriendo calles, gastándose la suela de los zapatos, la retina de los ojos, el aliento de la voz y la materia del cerebro tratando de captar y de entender el mundo y el mundo de la gente.

Con acierto, el prólogo del libro de Sánchez Ocampo se titula “El periodismo es un viaje a pie” (2007). Fue escrito por Juan José Hoyos, su profesor en la Universidad de Antioquia, quien lo califica como un reportaj e singular que reivindica el ejercicio esencial del periodismo que, antes que discursos, estadísticas y disertaciones sociológicas, se dedica a buscar y a contar historias. En su caso, historias de “Medellín visto, tocado, olido, sentido, vivido, caminado, sufrido” (Hoyos, 2007, p. 11).

Sánchez Ocampo, resaltó Hoyos (2007), no solo caminó por las calles de la ciudad, sino que

también habló con los llamados desechables, compartió con ellos muchas horas, oyó sus historias, adivinó sus tragedias, durmió en sus mismas pensiones, comió con ellos [...]. Para él, el periodismo, el buen periodismo, es siempre un viaje a pie. Y en automóvil y en avión, dice él, uno puede ir más rápido, pero a pie siempre se llega más lejos (p. 129).

La referencia al trabajo de Sánchez Ocampo nos permite avizorar que para no parecerse a otro periodista –lo cual es una fatalidad en un campo de acción tan competitivo como el suyo– es necesario ser mejor reportero que los demás. Ahí es donde está una de las principales claves para sobresalir en su profesión: siendo distinto, ya que en el periodismo hay escuelas, tendencias, estilos y métodos de escritura, como el noticioso, por ejemplo, los cuales son universales y uniformadores. Una idea convincente para orientar la práctica periodística es que a una mayor reportería corresponde una mayor producción informativa, más auténtica y de mejor calidad.

El contacto personal del periodista con las fuentes testimoniales de información es único e intransferible; define en gran parte su supervivencia laboral. Es una ocasión en la cual se mezclan toda suerte de sensaciones: miedo, prevención, predisposición, prejuicio, preocupación... Si el periodista no las enfrenta por sí mismo le será muy difícil llegar a un nivel de madurez que le permita alcanzar mejores oportunidades profesionales.

Una de las situaciones que altera el desempeño del reportero en detrimento de la calidad del periodismo es su total dependencia de las agencias y oficinas de comunicación y prensa, y de las redes sociales de distintas personas. A muchos de ellos todo les llega listo a las computadoras de las salas de redacción y a sus teléfonos inteligentes, y así lo publican. De tal manera que estos periodistas se convierten en el correo postal de los comunicados oficiales, pero “cuando el reportero se ve privado de la posibilidad de conseguir información por su cuenta y riesgo, el periodismo deja de ser periodismo, y se convierte, a veces, en propaganda”, (Kapuściński, 2004, p. 77).

Si el periodista “es gente que le cuenta a la gente lo que le pasa a la gente” (Gambini, 2020) como lo marcó Eugenio Scalfari –fundador del diario italiano La Repubblica–, un periodista competente es un testigo que debe estar pegado a la gente y no a las instituciones, ni a los jefes de prensa, ni a sus comunicados.

Para Manuel Gutiérrez Nájera –cronista y poeta mexicano que publicó numerosos artículos en la prensa de su país a finales del siglo XIX– en un medio y en un trabajo habituado a la improvisación, al fraude intelectual y a la imposibilidad de la especialización como el de los diarios y revistas, “no hay tormento comparable al del periodista [ya que tiene que ser no solo] ‘homo dúplex’, [sino] el hombre que puede dividirse en pedazos y permanecer entero”. Es decir,