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Monje budista desde hace cuarenta años, Matthieu Ricard es un experimentado meditador, solicitado con frecuencia por universidades de todo el mundo para sus investigaciones sobre el cerebro. Neurobiólogo, director emérito del Instituto Max Planck para la Investigación sobre el Cerebro, Wolf Singer es uno de los mayores especialistas mundiales en el cerebro. Durante ocho años, Ricard y Singer han compartido sus conocimientos y se han interrogado sobre el funcionamiento de la mente: ¿La meditación modifica los circuitos neuronales? ¿Cómo se forman las emociones? ¿Cuáles son los diferentes estados modificados de la consciencia? ¿Qué es el "yo"? ¿Existe el libre albedrío? ¿Qué podemos decir de la naturaleza de la consciencia? En cada tema, se confrontan con inteligencia dos tradiciones de pensamiento. Una, la filosofía budista, es un conocimiento en primera persona, resultado de prácticas milenarias de meditación en el cerebro. La otra, las neurociencias, es un conocimiento en tercera persona, procedente de experimentaciones en laboratorio. Los dos enfoques son radicalmente diferentes, pero bastante a menudo llegan a las mismas conclusiones. Para poder desarrollar una verdadera "ciencia de la mente", la aproximación entre ambos enfoques resulta indispensable. Y eso es exactamente lo que propone esta obra: un diálogo profundo entre las ciencias contemplativas y las modernas con la idea de penetrar en los misterios de la mente humana.
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Seitenzahl: 538
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Matthieu Ricard Wolf Singer
Cerebro y meditación
Diálogo entre el budismo y las neurociencias
Prólogo de Christophe André
Traducción del francés de Vicente Merlo
Título original:Cerveau & Méditation. Quand le bouddhisme et les neurosciences se rencontrent
© Allary Éditions, 2017
Published by special arrangement with Allary Éditions in conjunction with their duly appointed agent 2 Seas Literary Agency and co-agent Salmaia Lit.
© de la edición en castellano:
2018 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
© Fotos: Allary Éditions
© de la traducción del francés al castellano: Vicente Merlo
Revisión: Amelia Padilla
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien Van Steen
Imágenes cubierta: 123RF-Number 168 y Miceking
Primera edición en papel: Enero 2018
Primera edición en digital: Septiembre 2021
ISBN papel: 978-84-9988-618-3
ISBN epub: 978-84-9988-962-7
ISBN kindle: 978-84-9988-963-4
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
«Una convincente visión del budismo
y un profundo análisis de la naturaleza de la conciencia».
STEPHEN BATCHELOR
Si han hecho ustedes alpinismo o senderismo de montaña, saben que escalar una cumbre es algo fatigoso, pero también saben que una vez se llega arriba, nunca se arrepiente uno de los esfuerzos realizados: el aire absolutamente puro, el viento de las cimas y las perspectivas nuevas así descubiertas ofrecen una bella recompensa a todos nuestros esfuerzos.
Del mismo modo, algunos libros no resultan de fácil acceso: es imposible leerlos pensando en otra cosa. En esos casos, se habla de libros «exigentes», que reclaman que movilicemos nuestra atención y nuestra inteligencia para visitarlos, comprenderlos, saborearlos.
El libro que tiene en sus manos es un libro exigente. Su lectura le exigirá, sin duda, algunos esfuerzos, igual que el ascenso a una cumbre, pero esos esfuerzos merecen la pena. Sobre todo porque durante el ascenso estará acompañado/a por dos espíritus fuera de lo común, cuya conversación le apasionará.
Conozco a los dos autores de esta obra: unen la inteligencia con la humanidad, la curiosidad intelectual con el rigor, el saber con la humildad. Su diálogo versa sobre el cerebro, la conciencia, la meditación, el libre albedrío y, finalmente, sobre todo aquello que hace que seamos plenamente humanos.
Más allá de las divergencias en sus puntos de vista, comparten la convicción de que comprender mejor el funcionamiento de nuestra mente es uno de los modos privilegiados de que disponemos para transformarnos y mejorar el mundo, de manera duradera y profunda.
Las cuestiones que abordan son numerosas. Algunas tienen que ver con los niveles conceptuales: ¿la mejor manera de hacer psicología es en primera persona (mediante la introspección), en segunda persona (a través del diálogo con un investigador competente) o en tercera persona (por la observación exterior)? ¿Existe realmente el libre albedrío, o bien fundamentalmente nuestro cerebro decide por sí mismo? ¿Puede concebirse la conciencia fuera de toda base material?
Otras cuestiones son más concretas y se hallan más cerca de nuestra vida cotidiana: ¿se puede modificar nuestro cerebro? ¿A partir de qué edad se puede meditar? ¿Es el sueño un momento favorable para el aprendizaje? ¿Podemos amar a los otros sin hacerlos prisioneros de nuestro amor (ni aprisionarnos en él nosotros mismos)? ¿Nos es accesible realmente la paz interior? Y, en caso afirmativo, ¿qué aspecto tiene?
En fin, entre todas las cuestiones que se plantean uno y otro hay algunas inesperadas, teniendo en cuenta su gran cultura científica, como, por ejemplo, los interrogantes sobre la reencarnación y el recuerdo de vidas anteriores.
En cualquier caso, escuchar sus respuestas y sus razonamientos es un regalo.
Que la lectura de este libro sincero y profundo sea para ustedes como la escalada a la cumbre de una montaña: suban tranquilamente, a su ritmo, deténganse si están cansados; tómense el tiempo de saborear las vistas que se van descubriendo bajo los ojos de su mente.
Y no se olviden de disfrutar y admirar. En inglés existe una palabra que no tiene equivalente en francés, y que designa un sentimiento específico: awe, que expresa un respeto, mezclado de admiración, una admiración intimidada e impresionada. Se puede experimentar ese sentimiento frente a una maravilla natural: una cumbre elevada, una tempestad en el océano, unos acantilados que dan vértigo. Se puede experimentar también ante algunas personas, sabias, heroicas, realizadas, ejemplares. Y se puede experimentar ante algunos temas existenciales que provocan vértigo, como la conciencia, el tiempo o la materia.
Durante la lectura que les espera, deberían sentir esta emoción con cierta frecuencia.
CHRISTOPHE ANDRÉ,
médico psiquiatra en el hospital Sainte-Anne,
París.
Todo empezó en Londres, en el 2005, a partir de un primer diálogo sobre el tema de la conciencia. El mismo año, nos encontramos en Washington para hablar sobre los fundamentos neuronales de la meditación, en un encuentro organizado por el Instituto Mind and Life.1 Durante ocho años, hemos aprovechado todas las ocasiones para continuar estos intercambios por todo el mundo, en Nepal durante dos ocasiones, en la selva tropical tailandesa y cerca de Su Santidad el Dalái Lama en Dharamsala, la India. Este libro es la culminación de esta larga conversación alimentada por la amistad y nuestros centros de intereses comunes.
El diálogo entre la ciencia occidental y el budismo se desmarca del debate, a menudo difícil, entra la ciencia y las religiones. Es cierto que el budismo no es una religión en el sentido en que la entendemos habitualmente en Occidente: no se funda en la noción de un creador y no exige un acto de fe. Se podría definir el budismo como una «ciencia de la mente» y una vía de transformación que conduce desde la confusión a la sabiduría, del sufrimiento a la libertad. Comparte con las ciencias la capacidad de examinar la mente de manera empírica. Esto es lo que hace posible y fecundo el diálogo entre un monje budista y un neurocientífico: pueden abordar un largo abanico de cuestiones que van desde la física cuántica hasta los problemas éticos.
Hemos intentado una comparación entre las perspectivas occidentales y las orientales, dicho de otro modo, entre las diferentes teorías que tratan de la constitución del yo y de la naturaleza de la conciencia consideradas desde el punto de vista científico y desde el contemplativo. La mayoría de las filosofías occidentales, hasta hace no mucho, se han construido sobre la distinción entre el espíritu y la materia. Hoy en día, las teorías científicas que intentan explicar el funcionamiento del cerebro se han liberado de ese dualismo. El budismo, por su parte, propone desde el comienzo un enfoque no dualista de la realidad. Las ciencias cognitivas consideran la conciencia como inscrita en un cuerpo, una sociedad y una cultura.
Se han dedicado cientos de libros y de artículos a las teorías del conocimiento, a la meditación, a la idea del yo, a las emociones, a la existencia del libre albedrío y a la naturaleza de la conciencia. Nuestro objetivo, aquí, no es hacer un inventario de los numerosos puntos de vista que prevalecen sobre estos temas. Nuestro objetivo es confrontar dos perspectivas ancladas en ricas tradiciones: por una parte, la práctica contemplativa budista y, por otra parte, la epistemología y la investigación en las neurociencias. De este modo, hemos podido poner en común nuestras experiencias y nuestras competencias para intentar responder a las cuestiones siguientes: ¿los diferentes estados de conciencia a los que se llega mediante la meditación y el entrenamiento de la mente están unidos a los procesos neuronales? Y si tal fuera el caso, ¿de qué manera funciona esta correlación?
Este diálogo no es más que una modesta contribución a una inmensa obra: la confrontación de puntos de vista y de saberes sobre el cerebro y la conciencia entre meditadores y científicos. Dicho de otro modo, el encuentro entre un conocimiento en primera persona y un conocimiento en tercera persona. Las líneas que siguen van por este camino. A veces nos hemos dejado llevar por los temas que nos son queridos, lo que se traduce en algunos momentos en intercambios de orientación o repeticiones, pero hemos elegido preservar la autenticidad de este diálogo a largo plazo, porque se trata de una experiencia rara y fecunda de intercambio en un período tan largo. No obstante, tenemos que disculparnos ante nuestros lectores por lo que pueda parecer una negligencia.
Este diálogo nos ha permitido progresar en nuestra comprensión mutua de los temas abordados, y experimentamos un sentimiento de humildad ante la amplitud de la tarea. Al invitar a nuestros lectores a unirse a nosotros, esperamos que se beneficien, también ellos, de nuestros años de trabajo y de investigación sobre aspectos fundamentales de la vida humana.
MATTHIEU RICARD y WOLF SINGER
Disponemos de una facultad de aprendizaje muy superior a la de las otras especies animales. ¿Podemos, mediante entrenamiento, desarrollar nuestras capacidades mentales, como lo hacemos con nuestras capacidades físicas? ¿Puede el entrenamiento de la mente volvernos más atentos, más altruistas y más serenos? Desde hace dos décadas, los neurocientíficos y los psicólogos que colaboran con meditadores experimentados están investigando estas cuestiones. ¿Podemos aprender a gestionar de manera óptima nuestras emociones perturbadoras? ¿Cuáles son las transformaciones funcionales y estructurales producidas en el cerebro por diferentes tipos de meditación? ¿Cuánto tiempo hace falta para observar tales transformaciones en el caso de meditadores novatos?
Matthieu: Yo creo que, de entrada, se impone una constatación: a diferencia de las civilizaciones occidentales, el budismo no se ha centrado en el conocimiento del mundo físico y de las ciencias naturales, aunque existan tratados de medicina tradicional y de cosmología. En cambio, durante veinticinco siglos ha llevado a cabo una investigación exhaustiva de la mente; así, ha acumulado, de manera empírica, una cantidad considerable de resultados experienciales. Innumerables personas han dedicado toda su vida a la ciencia contemplativa, mientras que la psicología occidental comenzó justo con William James, hace poco más de un siglo. No puedo dejar de citar la observación de Stephen Kosslyn, entonces director del departamento de Psicología en la Universidad de Harvard, durante el encuentro del Instituto Mind and Life organizado en el MIT, en 2003, sobre el tema de «La investigación de la mente»: «Me gustaría comenzar con una declaración de humildad ante la suma considerable de datos que los contemplativos aportan a la psicología moderna».
En efecto, no basta con reflexionar sobre el funcionamiento de la psique humana y deducir de ello teorías complejas, como hizo Freud, por ejemplo. Tales construcciones intelectuales no pueden sustituir dos milenios y medio de investigación directa del funcionamiento de la mente a través de una introspección en profundidad llevada a cabo por mentes perfectamente entrenadas, tras haber alcanzado a la vez una gran estabilidad mental y una claridad penetrante. Unas teorías, elaboradas por intelectos brillantes, no podrían compararse a la experiencia acumulada de millones de personas que han dedicado sus vidas a profundizar en los aspectos más sutiles de la mente a través de la experiencia directa. Basándose en un enfoque empírico, con una mente bien entrenada, estos contemplativos han encontrado métodos eficaces para conseguir una transformación gradual de las emociones, de los humores y de los rasgos del carácter, así como para erosionar las tendencias atávicas más enraizadas, que constituyen otros tantos obstáculos para un modo de ser óptimo. Conseguir tal logro cambia la cualidad de cada instante de nuestra vida reforzando las características humanas fundamentales, como la bondad, la libertad, la paz y la fuerza interior.
Wolf: ¿Puedes precisar un poco más esta afirmación, como mínimo, audaz? ¿Por qué lo que la naturaleza nos ha dado sería fundamentalmente negativo hasta el punto de exigir prácticas mentales especiales para eliminar esta herencia? Y ¿por qué este enfoque contemplativo sería superior a la educación convencional, a las numerosas formas de psicoterapia, incluyendo el psicoanálisis?
Matthieu: Lo que la naturaleza nos ha dado en ningún caso es negativo; no es más que un punto de partida. La mayoría de nuestras capacidades permanecen en estado latente, a menos que hagamos algo para llevarlas a su punto de funcionamiento óptimo, recurriendo, en particular, al entrenamiento de la mente. Todos sabemos que nuestra mente puede ser nuestro mejor amigo o nuestro peor enemigo. La mente de que nos ha proporcionado la naturaleza tiene realmente el potencial de desarrollar una inmensa bondad, pero del mismo modo puede crearnos a nosotros, y crear a los demás, sufrimientos inútiles considerables. Si tenemos la valentía de mirarnos con toda honestidad, nos vemos obligados a ver que somos una mezcla de cualidades y de defectos. ¿No podemos ser mejores? ¿Es ese nuestro modo de ser óptimo? Es importante plantearse estas preguntas.
Muy pocas personas afirmarían, siendo totalmente sinceras, que en su modo de vida y en su manera de aprehender el mundo no hay nada que merezca ser mejorado. Algunas personas consideran sus propias debilidades y sus emociones conflictivas como parte distintiva y preciosa de su «personalidad», elementos que contribuyen a la plenitud de su vida. Pero… ¿no es esa una manera demasiado fácil de abandonar cualquier idea de mejorar la propia cualidad de vida?
Nuestra mente se halla a menudo sumergida en multitud de problemas. Pasamos un tiempo considerable siendo víctimas de nuestros pensamientos dolorosos, de la ansiedad y de la cólera. A menudo nos gustaría ser capaces de gestionar bien nuestras emociones para librarnos de esos estados mentales que perturban y oscurecen la mente. Pero, de hecho, inmersos en nuestra confusión, que ignora qué medios emplear para llegar a esa forma de dominio, nos resulta más fácil considerar que este caos es «normal», que la «naturaleza humana» es así. Por supuesto, todo lo referente a la naturaleza es «natural», incluyendo la enfermedad, pero no por ello necesariamente deseable.
Nadie se despierta por la mañana pensando: «Ojalá sufra todo el día, e incluso toda mi vida». Esperamos siempre realizar actividades que nos proporcionen un cierto bienestar o una satisfacción o, al menos, una reducción del sufrimiento. Si considerásemos que nuestras actividades solo nos conducirán a la desgracia, no haríamos nada y nos hundiríamos en la desesperación.
No nos parece extraño dedicar años y años al aprendizaje de la lectura, de la escritura y, más tarde, de un oficio. Nos pasamos horas haciendo gimnasia para mantener nuestro cuerpo en buena forma física. Es indispensable tener un mínimo de interés o entusiasmo para mantener esas actividades. Este interés proviene del hecho de estar convencidos de que esos esfuerzos nos aportarán beneficios a largo plazo. Trabajar sobre nuestra mente comparte la misma lógica. ¿Cómo podríamos cambiar la mente sin hacer ningún esfuerzo, limitándonos a desear ese cambio?
Pasamos mucho tiempo mejorando las condiciones exteriores de nuestra vida, pero a fin de cuentas es siempre nuestra mente la que crea nuestra experiencia del mundo y la traduce en bienestar o en sufrimiento. Si transformamos nuestro modo de percibir las cosas, transformamos la calidad de nuestra vida. Es este tipo de transformación el que aporta el entrenamiento de la mente, que llamamos «meditación».
Subestimamos mucho nuestra capacidad de cambiar. Los rasgos de nuestro carácter permanecen durante mucho tiempo, mientras no hagamos nada para cambiarlos. En realidad, el estado que calificamos como «normal» no es más que un punto de partida, y no la meta que deberíamos fijarnos. En efecto, es posible llegar poco a poco a un modo de ser óptimo.
Comprender el potencial que tenemos para cambiar constituye una fuente de inspiración muy poderosa que nos estimula a emprender un proceso de transformación interior. Emplear toda nuestra energía en operar este cambio interior constituye en sí un proceso de sanación.
La educación convencional moderna no se centra en la transformación de la mente ni en la adquisición de cualidades humanas básicas, como la bondad y la atención. Más tarde veremos que la ciencia contemplativa budista tiene muchos puntos en común con las terapias cognitivas y, más concretamente, con las que utilizan la atención como base que permite remediar el desequilibrio mental. En cuanto al psicoanálisis, parece estimular la reflexión y explorar sin descanso, y hasta los menores detalles, los arcanos de las nubes de la confusión mental y del egocentrismo que enmascaran el aspecto más esencial de la mente: la luminosidad de la conciencia despierta.
Wolf: Entonces, ¿esa reflexión, sería lo contrario de lo que sucede en la meditación?
Matthieu: Totalmente. Y, por otra parte, es bien sabido que esa constante reflexión es uno de los principales síntomas de la depresión.
Wolf: Tenemos puntos de vista divergentes sobre las estrategias que permiten sanar la mente; y esto es una señal estimulante en el marco de nuestro diálogo. Tengo la impresión de que la práctica de la meditación a menudo se comprende mal. Yo mismo he tenido una pequeña experiencia que, no obstante, me ha permitido comprender lo que la meditación no es: no consiste en enfrentarse a los problemas no resueltos, en investigar sus causas y eliminarlas. Es todo lo contario.
Matthieu: Cuando se observa el proceso de ese parloteo interior, ese rumiar las ideas, es fácil ver hasta qué punto constituye un factor perturbador. Es preciso liberarse de esas cadenas de reacciones mentales que el dar vueltas a los pensamientos mantienen sin cesar. Haría falta aprender a dejar que los pensamientos surjan y se disipen desde que aparecen, en lugar de dejar que invadan nuestra mente. En la frescura del momento presente, el pasado ya no existe, el futuro todavía no ha llegado; si se permanece en la pura conciencia despierta –la verdadera libertad–, los pensamientos que tendrían el poder de perturbarnos surgen y se disuelven sin dejar huella.
Wolf: En uno de tus libros dices que cada ser humano posee en su mente una «pepita de oro», un núcleo de pureza y de cualidades positivas, que, no obstante se hallan ocultas y veladas por las múltiples emociones y rasgos negativos del carácter que deforman nuestras percepciones y constituyen la causa principal de nuestros sufrimientos. Esta idea me parece una hipótesis demasiado optimista y no verificada. Se parece a las ensoñaciones de Rousseau, y diríase que entra en contradicción con algunos casos, como el de Kaspar Hauser, «el niño salvaje». Somos lo que la evolución ha inscrito en nosotros por medio de nuestros genes y lo que la cultura nos ha inculcado mediante la educación, las normas morales y las convenciones sociales. Entonces, ¿qué es esa «pepita de oro»?
Matthieu: Un fragmento de oro que permanece profundamente escondido en su ganga, en la roca o en el fango. El oro en sí mismo no pierde su pureza intrínseca, pero su valor no se halla actualizado. Del mismo modo, si se quiere que nuestro potencial humano se exprese plenamente, ha de encontrar las condiciones apropiadas para su desarrollo. Sucede lo mismo con una semilla: ha de plantarse en una tierra fértil y suficientemente húmeda.
Matthieu: La idea de una conciencia cuya naturaleza fundamental sería perfectamente pura no es una simple concepción ingenua de la naturaleza humana. Se funda sobre el razonamiento y la experiencia introspectiva. Si consideramos los pensamientos, las emociones, las sensaciones, así como todos los otros sucesos mentales, observamos que todos tienen un denominador común: la facultad de conocer. Según el budismo, esta facultad fundamental de la conciencia se denomina naturaleza fundamental de la mente. Esta naturaleza es «luminosa» en el sentido de que permite conocer el mundo exterior a través de nuestras percepciones y porque ilumina nuestro mundo interior a través de nuestras sensaciones, pensamientos, recuerdos, anticipaciones y la conciencia del momento presente. Es luminosa por oposición a un objeto inanimado, que es opaco, es decir, carente de toda facultad cognitiva.
Utilicemos la imagen de la luz. Si, con la ayuda de una antorcha, iluminamos sucesivamente un hermoso rostro sonriente, un rostro en estado de cólera, una montaña de joyas y un montón de basura, la luz no se vuelve hermosa, colérica, preciosa ni sucia, por ello. Tomemos igualmente el ejemplo del espejo. La especificidad de un espejo es reflejar todo tipo de imágenes. Sin embargo, ninguna de esas imágenes pertenece al espejo, no penetra en él ni permanece en él. Del mismo modo, la característica fundamental de la mente es permitir que todas las construcciones mentales (el amor y la cólera, la alegría y los celos, el placer y el dolor) se manifiesten sin ella alterarse. Los sucesos mentales no forman parte intrínsecamente del aspecto más fundamental de la conciencia, solo se despliegan en el espacio de la conciencia despierta, al hilo de los diferentes momentos de la conciencia; es esta conciencia despierta fundamental la que permite su manifestación. Se puede, por tanto, calificar esta conciencia de conciencia pura, o de constituyente fundamental de la mente.
Wolf: Lo que acabas de decir tiene dos implicaciones. La primera es que parece que atribuyes un valor a la estabilidad, o a la objetividad, que funcionaría como un criterio de validez. La segunda es que disocias la conciencia fundamental de sus contenidos. Supones que existiría en el cerebro una entidad básica que funcionaría como un espejo ideal, entidad que, en sí misma, no introduciría ninguna distorsión, y no estaría influenciada por los contenidos que refleja. ¿No estás a punto de defender una posición dualista, una dicotomía entre, por una parte, una mente inmaculada que sería el observador y, por otra parte, los contenidos que aparecerían en esta mente y presentarían múltiples interferencias y distorsiones? Las ideas contemporáneas de la organización del cerebro niegan categóricamente toda distinción entre las funciones sensoriales y las ejecutivas, y comprenden la conciencia como una propiedad emergente de las funciones del cerebro. Me cuesta, pues, concebir la diferencia que existiría entre un espejo inmaculado y los contenidos que reflejaría. No puedo imaginar una conciencia, una entidad básica, que estaría vacía: si está vacía, simplemente no existe; es, pues, imposible definirla.
Matthieu: No se trata de dualidad. No existen dos corrientes de conciencia. Se trata más bien de aspectos diferentes de la conciencia: un aspecto fundamental, una conciencia pura despierta que está siempre presente, y aspectos adventicios, a saber, las elaboraciones mentales que cambian sin cesar. El aspecto fundamental es la cualidad primordial de la conciencia, esta facultad de conocer que está siempre presente, sea cual sea el contenido de la mente. Deberíamos hablar, más bien, en términos de continuidad. La conciencia, en todos sus niveles, es un lujo dinámico constituido por instantes de conciencia que comportan, o no, contenidos. No importa en qué momento, más allá de la pantalla de los pensamientos, se puede identificar una facultad pura de conocimiento que es la base de todos los pensamientos.
Wolf: Este reconocimiento implicaría al menos dos entidades distintas: un espacio vacío que realiza la función de receptáculo dotado de todas las cualidades que has descrito, y los contenidos que no afectan a este receptáculo, sea cual sea el nivel de confusión.
Matthieu: ¿Por qué dos entidades? La mente puede ser consciente de sí misma sin que haga falta apelar a una segunda mente que cumpla esa función. Uno de los aspectos de la mente, su aspecto más fundamental de hecho, la conciencia pura, consiste en ser consciente de sí misma, sin que sea necesario hacer intervenir a un segundo observador. Si la imagen del espejo y de sus contenidos te molesta, se puede comparar la conciencia pura a la llama que ilumina todos los objetos de su alrededor, pero no tiene necesidad de una segunda llama para iluminarse a sí misma.
Wolf: Creo que tener un semejante ojo interior, inmaculado, un espejo ideal, así, que jamás se vería afectado por las emociones ni disociado de ellas, exige una disociación de la personalidad. Habría, por una parte, el observador puro, desapegado de las emociones, de los afectos y de las percepciones erróneas, y, por otra parte, existiría otra instancia que formaría también parte de él, que se vería desgarrada por los conflictos e incapaz de aprehender correctamente las situaciones, porque se habría enamorado o estaría bajo el efecto de una gran decepción. ¿Acaso el entrenamiento de la mente es una práctica destinada a operar tal disociación del yo? Si es ese el objetivo de la meditación, ¿no es una experiencia peligrosa?
Matthieu: No se trata de fragmentar el yo, sino de aprovechar la capacidad que tiene la conciencia de observarse a sí misma para liberarse del sufrimiento. De hecho, nosotros hablamos de una conciencia despierta no dual que se ilumina a sí misma, expresión que insiste en la ausencia de disociación. Es inútil operar una disociación de la personalidad, porque la mente tiene la capacidad inherente de observarse a sí misma.
El punto esencial es el siguiente: podemos observar nuestros propios pensamientos, comprendidas nuestras poderosas emociones, a partir de la perspectiva que ofrece la vigilancia pura o conciencia plena. Los pensamientos son la manifestación de la presencia pura despierta, a imagen de las olas que se elevan del océano y en él se disuelven de nuevo. El océano y las olas no son dos cosas fundamentalmente distintas.
Generalmente, estamos tan absorbidos por el contenido de nuestros pensamientos que nos identificamos totalmente con ellos, y por eso no somos conscientes de la naturaleza fundamental de la conciencia, la conciencia pura despierta. Esta «inconsciencia» nos sumerge entonces en la ilusión y el sufrimiento.
La totalidad de la vía budista expone los diferentes métodos que permiten eliminar esta equivocación ilusoria. Tomemos el ejemplo de una poderosa experiencia de cólera maligna. Somos uno con la cólera. Llena todo nuestro paisaje mental y proyecta su interpretación errónea de la realidad sobre las personas y los sucesos. Además, perpetuamos el círculo vicioso de esta emoción perturbadora reavivándola cada vez que vemos a la persona que la ha suscitado, o cuando nos acordamos de ella. A pesar de que la cólera no sea, de ningún modo, un estado mental agradable, no podemos impedir que se desencadene sin cesar, arrojando cada vez más leña al fuego. De este modo nos volvemos dependientes de la causa del sufrimiento. Pero si nos disociamos de la cólera observándola detenidamente con ayuda de la atención desnuda, directa, constatamos que no es más que un conjunto de pensamientos y no algo temible. La cólera no lleva armas, no quema como un fuego, ni aplasta como una roca; no es más que un producto de la mente.
Wolf: ¿Esto no implica que las emociones positivas son igualmente perjudiciales, porque desencadenan también percepciones erróneas y conducen, por tanto, al sufrimiento?
Matthieu: No necesariamente. Todo depende de que un suceso mental altere o no la realidad. Por ejemplo, si la mente reconoce que todos los seres aspiran a estar libres del sufrimiento, si desborda amor altruista y está animada por el poderoso deseo de liberarlos de la angustia, mientras la mente comporte este componente de sabiduría, está en sintonía con la realidad. Nosotros hablamos de una mente que admite plenamente la interdependencia de todos los seres, reconoce su deseo común de evitar el sufrimiento y de conocer la felicidad, y discierne las causas profundas de sus tormentos. Además, si el amor altruista no se halla empañado por nuestras diversas formas de apego y de avidez, no reviste un carácter aflictivo. Lejos de velar la sabiduría, será la expresión natural de esta sabiduría.
Pero, concluyamos nuestro análisis de la cólera. En lugar de «ser» la cólera e identificarnos totalmente con ella, solo tenemos que mirarla y mantener nuestra atención desnuda sobre ella. ¿Qué sucede cuando realizamos este ejercicio? Cuando dejamos de alimentar el fuego, no tarda en apagarse. Del mismo modo, bajo la mirada de la atención sostenida, la cólera no puede perdurar por sí misma, pierde su intensidad y se disipa.
Wolf: Sucede lo mismo con el amor, la empatía, el disgusto y otras emociones poderosas. Una mente clara y exenta de emociones, ¿es ese el objetivo del budismo? Dudo que tales seres humanos, carentes de toda emoción, pudieran sobrevivir y reproducirse, a menos que tuviesen el privilegio de vivir en un entorno altamente protegido.
Matthieu: La meta no es no experimentar emociones, sino no ser su esclavo. En las lenguas occidentales, la palabra «emoción» viene del verbo latino emovere que significa «poner en movimiento, hacer temblar». Una emoción es aquello que pone la mente en movimiento, pero todo depende de cómo se mueva. Desear aliviar el sufrimiento de una persona puede conmover la mente. En ese caso, no se trata de una emoción aflictiva. Además, es inútil intentar bloquear la emergencia de los pensamientos y las emociones, pues inevitablemente surgirán en la mente. Lo que va a suceder en los momentos y en los pensamientos siguientes constituye el punto crucial. Cuando las emociones conflictivas invaden la mente, cabe la posibilidad de que nos perturben, pero si en el mismo momento en que surgen llegamos a dejar que se disipen por sí mismas, entonces, les habremos hecho frente con sagacidad.
Así, dejando que la cólera se desvanezca en el momento mismo en que se manifiesta, habremos evitado dos maneras inapropiadas de tratarla. No la habremos dejado estallar, con todas las consecuencias negativas que tales estallidos implican, como herir a otro, destruir nuestra paz interior y reforzar nuestra tendencia a enfurecernos demasiado a menudo. Habremos evitado también reprimirla poniendo una tapadera encima, lo que la dejaría intacta en un rincón oscuro de nuestra mente, como una bomba de relojería. Habremos abordado la cólera con inteligencia, dejando que los fuegos se apaguen. Si repetimos frecuentemente ese proceso, la agresividad terminará por producirse menos a menudo y con menor intensidad. Así, la tendencia habitual al enfurecimiento se erosionará gradualmente y los rasgos de nuestro carácter se transformarán.
Wolf: Así pues, necesitamos aprender a adoptar un enfoque mucho más sutil de nuestro teatro emocional interior, aprender a identificar con mayor agudeza los diferentes matices de nuestros sentimientos.
Matthieu: Exacto. Al comienzo resulta difícil actuar sobre una emoción en cuanto surge, pero a medida que nos familiarizamos con este enfoque, se convierte en algo totalmente natural. Cada vez que la cólera está a punto de subir, la reconocemos inmediatamente y la gestionamos antes de que sea demasiado intensa. Si conocemos la identidad de un carterista, sabremos detectarlo rápidamente, incluso en medio de un grupo de veinte o treinta personas; lo vigilaremos atentamente de modo que no nos robe la cartera.
Wolf: El objetivo es, pues, aumentar nuestra sensibilidad al flujo sutil de las emociones para poder controlarlas antes de que se conviertan en una amenaza.
Matthieu: Sí. Cuanto más nos acostumbramos al modo de funcionamiento de la mente, cuanto más desarrollamos la conciencia plena del momento presente, menos dejamos que la chispa de las emociones aflictivas se conviertan en un fuego arrasador e incontrolable, capaz de destruir nuestra felicidad y la del otro. Al comienzo, mantener esta atención exige muchos esfuerzos y resolución. Más tarde, todo esfuerzo se hace superfluo.
Wolf: Este proceso no es diferente de la actitud científica, con la diferencia de que aquí el esfuerzo se dirige hacia el mundo interior más que hacia el mundo exterior. La ciencia intenta igualmente aprehender la realidad aumentando el poder y la precisión de sus instrumentos de investigación, formando la mente para comprender las relaciones complejas, y descomponiendo los sistemas en elementos cada vez más pequeños.
Matthieu: Las enseñanzas budistas dicen que no existe tarea tan difícil que no se pueda descomponer en una serie de tareas más pequeñas y fáciles.
Wolf: Me parece, pues, que el objeto de estudio de los budistas es el conjunto de las funciones mentales y su herramienta analítica, la introspección. Es un enfoque del individuo interesante que difiere de las ciencias humanas occidentales en la medida en que pone el acento sobre la perspectiva en primera persona, pero también en la medida en que el instrumento de observación termina por confundirse con su objeto. Aunque el enfoque occidental utiliza la perspectiva en primera persona para definir los fenómenos mentales, favorece muy claramente la perspectiva de tercera persona para analizarlos.
Me interesa saber si los resultados de la introspección analítica concuerdan con los que se obtienen en las neurociencias cognitivas. Es evidente que estos dos enfoques intentan desarrollar concepciones diferenciadas y realistas de los procesos cognitivos. Es posible que nuestro modo de introspección occidental no sea lo bastante sofisticado. No deja de ser cierto que algunas concepciones sobre la organización del cerebro humano que han sido reveladas por la intuición y la introspección estén en contradicción flagrante con las adquiridas mediante la investigación científica, lo que da lugar a veces a vivos debates entre los neurocientíficos y los investigadores en ciencias humanas. En efecto, ¿qué es lo que garantiza la fiabilidad del método introspectivo puesto en práctica para examinar los fenómenos mentales? Si el criterio de fiabilidad es el consenso obtenido por los que se consideran expertos, ¿cómo se puede validar estados mentales subjetivos a través del método comparativo? No hay nadie más, aparte de ellos mismos, para validarlos; un observador exterior no puede apoyarse más que en el testimonio verbal de esos estados mentales subjetivos.
Matthieu: Sucede lo mismo con los conocimientos científicos. En primer lugar tenemos que fiarnos de las afirmaciones creíbles de los científicos, pero es más tarde, cuando podemos formarnos en tal o cual disciplina, cuando podemos verificar por nosotros mismos la validez de sus afirmaciones. Este proceso está muy cerca del de la ciencia contemplativa. Primero necesitamos ajustar durante años el telescopio de nuestra mente y profundizar en los métodos de investigación para encontrar por nosotros mismos lo que otros contemplativos han descubierto y que es objeto de consenso. El estado de conciencia pura, carente de todo contenido, tema que puede parecer desconcertante a primera vista, es un estado que todos los contemplativos han conocido a través de la experiencia. ¡No se trata, pues, de una teoría budista extraña y dogmática! Todo aquel que hace el esfuerzo de estabilizar y clarificar su mente puede conocer esta experiencia.
En cuanto a la verificación interpersonal y sistemática de la experiencia, los testimonios directos de los contemplativos y los textos que tratan de las diferentes experiencias ante las que un meditador puede encontrarse ofrecen descripciones muy precisas. Cuando un estudiante relata sus estados interiores a un maestro de meditación experimentado, no se trata simplemente de vagas descripciones poéticas. El maestro espiritual formula preguntas muy precisas a las que el estudiante tiene que responder. Queda perfectamente claro que hablan de temas que están muy definidos y ambas partes los comprenden a la perfección.
Pero, en definitiva, lo que importa realmente es el cambio gradual que se opera en nosotros. Si, con el paso de los meses y los años, nos volvemos menos impacientes, menos sujetos a la cólera y menos desgarrados por las expectativas y los temores, tenemos ahí una señal de que el método utilizado es válido. Si nos resulta inconcebible dañar voluntariamente a otro, si hemos desarrollado poco a poco los recursos interiores que nos permiten afrontar las vicisitudes de la vida, es indudable que hemos hecho un verdadero progreso. Las enseñanzas nos dicen: «Es fácil ser un gran meditador cuando se está sentado al sol, con la barriga bien llena; se juzga a los verdaderos practicantes cuando se ven enfrentados a la adversidad». Es en esos momentos cuando se evalúan realmente los cambios que se hayan producido en nuestra actitud. Cuando estamos ante alguien que nos critica o nos insulta, si no estallamos, sino que llegamos a tratar esta situación con tacto, manteniendo al mismo tiempo nuestra paz interior, eso significa que hemos alcanzado un auténtico equilibrio emocional y una verdadera libertad interior. Nos hemos vuelto menos vulnerables a las circunstancias exteriores y menos frágiles frente a nuestros propios pensamientos erróneos.
Un estudio todavía en proceso de realización parece indicar que las personas comprometidas con su práctica meditativa pueden distinguir con gran claridad los estímulos agradables y los desagradables. Sin embargo, los practicantes tienen reacciones emocionales mucho menos potentes que las de los sujetos de control (es decir, un grupo de sujetos con perfiles –edad, salud, nivel educativo, etcétera– similares a los meditadores, pero que nunca han practicado la meditación). Manteniendo su capacidad de ser plenamente conscientes de lo que sucede, logran no dejarse llevar por sus respuestas emocionales.2 En el caso de los sujetos ordinarios, o bien no perciben los estímulos (cuando se les distrae de manera deliberada pidiéndoles realizar una tarea cognitiva relativamente difícil) y no reaccionan, o bien los perciben y responden con vehemencia.
Wolf: Puedo comprender los beneficios de esas actitudes. Sin embargo, las emociones negativas cumplen una función importante en la supervivencia. No es casualidad que no hayan evolucionado y se hayan mantenido: contribuyen a nuestra supervivencia. Nos protegen permitiéndonos evitar situaciones peligrosas. No hemos comentado más que la necesidad de liberarse y desapegarse de las emociones negativas, conservando las emociones positivas, como la empatía, el amor, el cuidado del otro, la atención y la perseverancia. Por razones de simetría, deberíamos esperar que estas emociones positivas obstaculicen, también ellas, una concepción correcta del mundo, y que desapareciesen gradualmente a medida que la mente se entrena.
Matthieu: Si el amor y la empatía resultan distorsionados por el apego y la avidez, se acompañarán necesariamente de una distorsión de la realidad. Por consiguiente, desde un punto de vista budista, una empatía parcial y un amor lleno de apego no son emociones positivas porque desembocan en el sufrimiento. Por el contrario, el amor altruista hace bien a todos los que se benefician de él, así como a quien lo experimenta. Se trata, pues, de una emoción positiva. Del mismo modo, una poderosa indignación frente a la injusticia puede motivar a una persona a emprender enérgicamente acciones que reparen los errores cometidos. Si este sentimiento de indignación no está manchado por el odio y si está justificado, es constructivo, lo que lo diferencia de la cólera malévola e incontrolada. Este sentimiento de justa indignación reducirá el sufrimiento y aportará un bienestar a todos. El carácter positivo o negativo de una emoción y de todo estado mental se evalúa, pues, tomando como referencia sus consecuencias en términos de bienestar o de sufrimiento.
Wolf: ¿Cómo podemos concebir un proceso que se desencadene únicamente por nuestra propia mente? Vuestro procedimiento consiste en querer cambiar algo en el cerebro. Reduciendo al máximo las intrusiones exteriores, lograríais desencadenar una especie de proceso duradero en vuestro propio cerebro; proceso encaminado a suscitar ciertos sentimientos. Tal procedimiento parece exigir un grado importante de disociación, pues hace falta un agente que trabaje a otro nivel para inducir ese cambio. A fin de experimentar esas emociones positivas, hay que controlar todas las emociones, movilizar todos los sentimientos –pues yo creo que solo se puede trabajar sobre los sentimientos si los activamos-, y luego aprender a diferenciar. ¿Cómo hacéis esto? ¿Cuáles son vuestras herramientas?
Matthieu: Es evidente que la mente tiene la capacidad de conocerse y ejercitarse a sí misma; es lo que hacemos constantemente, sin llamarlo meditación. Memorizamos voluntariamente informaciones, como hacen los estudiantes, aumentamos nuestras capacidades mentales jugando al ajedrez, resolviendo distintos problemas, lo que exige apelar al entrenamiento mental. La meditación es simplemente una manera más sistemática de realizar esas tareas uniendo a todo eso la sabiduría, es decir, una comprensión de los mecanismos de la felicidad y del sufrimiento. Esto requiere perseverancia. No se aprende a jugar al tenis sosteniendo una raqueta durante algunos minutos al mes. El objetivo del esfuerzo de la meditación es desarrollar un enriquecimiento interior y no una aptitud física.
Sé que el desarrollo de las funciones del cerebro proviene de una exposición al mundo exterior. Si se es ciego de nacimiento, las áreas visuales no se desarrollan y son «colonizadas» por las funciones auditivas extremadamente útiles para una persona afectada de ceguera.3 A final de los años 1990, unos investigadores demostraron que las ratas encerradas en cajas de cartón tenían una conectividad neuronal reducida. Sin embargo, cuando las colocaban en una especie de parque de atracciones para ratas –área de juegos decorada con ruedas, túneles y laberintos habitados por numerosos congéneres–, en el espacio de un mes se formaban nuevas conexiones neuronales.4 Poco después de este descubrimiento, se mostró que la neuroplasticidad existía durante toda la vida de los seres humanos.5 Sin embargo, la mayor parte del tiempo nos comprometemos con el mundo de un modo calificado de semipasivo: estamos expuestos a una situación en la cual reaccionamos, lo que permite aumentar nuestra experiencia. Se trata en este caso de un enriquecimiento exterior.
En el marco de la meditación y del entrenamiento de la mente, los cambios procedentes del ambiente exterior son mínimos. En ciertos casos extremos, el meditador vive en una ermita muy sencilla en la cual nada cambia, o bien está sentado solo, todos los días, frente a un mismo paisaje. En estas circunstancias, el enriquecimiento exterior es casi nulo, pero el enriquecimiento interior es máximo. Estos meditadores ejercitan su mente durante todo el día, mientras que las estimulaciones exteriores son extremadamente reducidas. Además, tal enriquecimiento nunca es pasivo, sino siempre voluntario y guiado según métodos sistemáticos.
Cuando se dedican ocho horas al día, o más, a desarrollar ciertos estados mentales que se ha decidido cultivar y que se aprende a perfeccionar, creo que, en efecto, tal proceso reprograma el cerebro.
Wolf: En cierto modo, se puede decir que vosotros consideráis vuestro cerebro como objeto de un proceso cognitivo complejo girado hacia sí mismo más que hacia el mundo exterior. Aplicáis esta operación cognitiva al cerebro con la misma intención y la misma concentración que en los acontecimientos del mundo exterior, organizando las señales sensoriales en representaciones coherentes o percepciones. Asignáis un valor a determinados estados mentales, intentáis aumentar su recurrencia, lo cual probablemente va unido a un cambio en las redes sinápticas responsables de los procesos cognitivos, de la misma manera que se produce con los procesos de aprendizaje que proceden de las interacciones con el mundo exterior.6
Recapitulemos las modalidades según las cuales el cerebro humano se adapta al entorno, pues se puede también interpretar el proceso de desarrollo a través de la meditación como una modificación, una reprogramación de las funciones del cerebro. El desarrollo del cerebro se caracteriza por una proliferación masiva de conexiones neuronales que se acompaña de un proceso de modelado gracias al cual las conexiones que se han formado, o bien se consolidan, o bien se suprimen, según criterios funcionales que utilizan la experiencia y la interacción con el entorno como criterios de validación.7 Esta reorganización del desarrollo continúa hasta los veinte años de edad, más o menos. Los primeros estadios del desarrollo conciernen al ajustamiento de las funciones sensoriales y motrices, mientras que las fases posteriores implican a los sistemas del cerebro que son responsables de las aptitudes sociales. Cuando estos procesos de desarrollo terminan, la conectividad funcional del cerebro se ha establecido y ya no son posibles modificaciones a gran escala.
Matthieu: Hasta cierto punto.
Wolf: Sí, hasta cierto punto. Las conexiones sinápticas existentes pueden ser modificadas todavía, pero es imposible desarrollar nuevas conexiones neuronales a largo plazo. En ciertas áreas específicas del cerebro, como el hipocampo y el bulbo olfativo, se desarrollan neuronas nuevas durante toda la vida y se integran en los circuitos existentes; sin embargo, no se trata de un proceso a gran escala, al menos no en la neocorteza, donde se cree que las funciones cognitivas superiores están establecidas definitivamente.8
Matthieu: Un estudio realizado sobre personas que han practicado la meditación durante mucho tiempo demuestra que la conectividad estructural entre las diferentes áreas del cerebro es más importante en los meditadores experimentados que en los sujetos del grupo de control.9 Así pues, debe producirse otra forma de cambio en el cerebro.
Wolf: No tengo ningún problema en aceptar que un proceso de aprendizaje pueda cambiar aptitudes conductuales, ni siquiera en los adultos. Los programas de reeducación nos ofrecen una prueba evidente de ello: los métodos empleados ocasionan modificaciones del comportamiento, modestas pero progresivas. Tenemos también la prueba de que pueden producirse cambios súbitos y espectaculares en la cognición, en los estados emocionales, y en las estrategias para afrontarlos. En estos casos extremos, los mismos mecanismos que subyacen a los procesos de aprendizaje –cambios ampliamente repartidos que permiten a las conexiones sinápticas ser eficaces– provocan alteraciones radicales de la totalidad de los estados del cerebro. Este fenómeno se explica por el hecho de que en un sistema complejo y no lineal, como el cerebro, los cambios relativamente menores que intervienen en el acoplamiento de las neuronas pueden provocar transiciones de fases que, a su vez, pueden acarrear importantes transformaciones de las propiedades del sistema nervioso. Es lo que se produce en experiencias traumáticas o catárticas; es también lo que se produce con el desencadenamiento súbito de crisis psicóticas. Pero probablemente no es el caso de la meditación, porque esta práctica conlleva cambios extremadamente lentos.10
Matthieu: También se puede modificar el flujo de la actividad neuronal, a semejanza de la circulación por carretera que en algunos momentos aumenta considerablemente.
Wolf: Sí. Lo que cambia en el caso del aprendizaje o del entrenamiento mental en los adultos es el flujo de la actividad neuronal. La constitución física de las conexiones anatómicas del cerebro permanece más bien estable después de los veinte años. Se puede modificar la potencia de las interacciones entre las zonas del cerebro, o bien modulando el funcionamiento de las conexiones sinápticas, o bien configurando nuevas vías sinápticas. Esta última estrategia se funda sobre el mismo principio que la sintonización de un receptor con una estación de radio determinada. El receptor está sintonizado con la misma frecuencia que el emisor.11 En el cerebro, millares de emisores están activados permanentemente. Sus mensajes deben ser enviados selectivamente a puntos específicos; esta transmisión se efectúa de manera interdependiente, lo que significa que diferentes redes funcionales han de configurarse en cada instante, y esto se efectúa en lapsos de tiempo mucho más rápidos que los cambios en la eficacia sináptica asociados al aprendizaje. En el marco de la meditación, la instalación rápida en ciertos estados meditativos de las que son capaces los meditadores experimentados depende verosímilmente de estrategias de transmisión más dinámicas.
Matthieu: Se podría también ralentizar gradualmente la vía del odio y abrir ampliamente la vía de la compasión. Hasta el presente, los resultados de los estudios referentes a meditadores experimentados parecen indicar que tienen la facultad de generar estados mentales claros, intensos y bien determinados y que esta facultad se halla asociada a ciertos esquemas de actividad del cerebro. El entrenamiento de la mente permite producir estos estados mentales a voluntad y modular su intensidad, aunque se haga frente a circunstancias difíciles, como estímulos emocionales potentes, positivos o negativos. De este modo se adquiere la capacidad de mantener un equilibrio general del nivel emocional que favorece la fuerza y la paz interiores.
Wolf: En ese caso, supongo que vosotros apeláis a vuestras facultades cognitivas para identificar con claridad y discernir con agudeza los diferentes estados emocionales, así como para entrenar vuestros sistemas de control, situados probablemente en el lóbulo frontal, con el fin de aumentar o disminuir selectivamente la actividad de los subsistemas responsables de las diversas emociones.
Matthieu: Se puede, perfectamente, afinar el conocimiento de los diferentes aspectos de los procesos mentales.
Wolf: Es cierto. Es verdad que vosotros sois conscientes de los estados emocionales, que os familiarizáis con ellos concentrando vuestra atención sobre ellos, aprendiendo a diferenciarlos, a definir fronteras categoriales, como se hace cuando se percibe el mundo exterior.
Matthieu: También podemos reconocer los procesos mentales que conducen al sufrimiento y distinguirlos de los que contribuyen al bienestar, diferenciar los que alimentan la confusión mental de los que preservan la lucidez y la conciencia plena.
Wolf: Otro ejemplo que ilustraría bien este proceso de afinación emocional sería el de la diferenciación de los objetos de la percepción unida al aprendizaje. Como norma, un sujeto puede reconocer que un perro es un animal. Con una mayor experiencia, agudiza su mirada y afina los criterios de diferenciación hasta poder distinguir con una precisión creciente perros que se parecen enormemente. Del mismo modo, resulta verosímil que el entrenamiento de la mente os permita agudizar vuestra mirada interior para distinguir con gran precisión los diferentes estados emocionales. Una mente no entrenada solo será capaz de establecer una distinción muy general entre sentimientos «buenos» y «malos». Con la práctica, estas distinciones son cada vez más matizadas. Si ese es el caso, las culturas que desarrollan el entrenamiento de la mente como fuente de conocimiento deben tener, me parece, un vocabulario mucho más rico para designar esos diversos estados mentales que las que se dirigen, más bien, hacia el análisis de los fenómenos del mundo exterior.
Matthieu: La taxonomía budista enumera cincuenta y ocho sucesos mentales principales que, a su vez, se subdividen. Es exacto decir que cuando se lleva a cabo un examen profundo de los sucesos mentales, se adquiere una capacidad creciente para discernir la sutilidad de sus matices. Si se contempla una pintura mural desde lejos, parece muy homogénea. Pero cuando se mira de cerca, se observa que la superficie no es tan lisa como parecía en un primer momento, se halla ligeramente abollada, el fondo blanco está manchado de puntos amarillentos y negros. Del mismo modo, cuando miramos atentamente nuestras emociones, observamos que contienen numerosos matices. Retomemos el ejemplo de la cólera. Lo más frecuente es que haya en la cólera un componente de malevolencia, pero también se puede expresar bajo la forma de una indignación legítima frente a una injusticia. Puede ser una reacción que nos permite superar rápidamente un obstáculo que nos impedía realizar una acción loable, o eliminar una dificultad que representa una amenaza.
Si se examina atentamente la cólera, se observarán aspectos de claridad, de atención y de eficacia que, en sí mismos, no son perjudiciales. Del mismo modo, el deseo incluye un elemento de felicidad que es diferente del apego; el orgullo oculta un componente de confianza en sí mismo que no cae en la arrogancia. En fin, la envidia conlleva un factor dinámico propicio para la acción que, en sí mismo, no es pernicioso, aunque este estado mental corre el riesgo de pasar a serlo más tarde, si se transforma en celos.
Así pues, si somos capaces de reconocer estos componentes emocionales antes de que se vuelvan negativos y de dejar que nuestra mente descanse en sus aspectos positivos, sin dejarnos llevar por sus facetas destructivas, esas emociones no nos perturbarán más y no creerán más confusión en nosotros. Desde luego, no es fácil, pero la experiencia nos permite desarrollar esta capacidad.
Matthieu: Si nos esforzamos por desarrollar estas aptitudes mentales, observaremos al cabo de un cierto tiempo que ya no es necesario hacer esfuerzos obligatorios para cultivarlas. Empezamos a poder gestionar la manifestación de las emociones perturbadoras, como las águilas que veo desde la ventana de mi ermita en el Himalaya. A menudo son atacadas por cuervos que, sin embargo, son mucho más pequeños que ellas. En el cielo, los cuervos se lanzan en picado sobre las águilas. Pero el águila, lejos de inquietarse y librarse a todo tipo de maniobras aéreas para esquivarlos, repliega una de sus alas en el último momento, deja pasar el cuervo a toda velocidad y luego despliega de nuevo su ala. Esta estrategia requiere un esfuerzo mínimo por parte del águila y se muestra perfectamente eficaz. Dominar el arte de gestionar las emociones en el momento en que surgen funciona de manera análoga. Si sabemos mantener un estado de clara presencia despierta, las vemos surgir; las dejamos atravesar nuestra mente sin intentar detenerlas ni estimularlas. De ese modo, desaparecen sin crear otras olas emocionales.
Wolf: Lo que dices me recuerda las reacciones que se producen cuando tenemos que afrontar dificultades importantes que exigen soluciones rápidas, por ejemplo, cuando estamos en un embotellamiento particularmente denso. De inmediato apelamos a un vasto repertorio de estrategias de huida que hemos aprendido y puesto en práctica, y elegimos una de ellas sin tener que recurrir a un razonamiento elaborado. Con toda seguridad ¡si no tenemos la experiencia de la práctica contemplativa, no son los cursos de la autoescuela los que van a ayudarnos a gestionar los conflictos emocionales! ¿Crees que esta analogía es válida?
Matthieu: Sí. Las situaciones complejas se vuelven mucho más simples gracias al entrenamiento de la mente y a la conciencia plena, la cual no necesita esfuerzo alguno. Un principiante que aprende a montar a caballo tiene miedo de caerse en todo momento; en cuanto el caballo parte al galope, el jinete entra en un estado de hipervigilancia, pero cuando domina el arte ecuestre, todo le resulta fácil. Cuando se observa a los distinguidos jinetes del Tíbet oriental, se observa que no solo montan sus caballos con una perfecta naturalidad, sino que se libran a todo tipo de acrobacias ecuestres, como lanzar flechas a una diana, o recoger en pleno galope un objeto colocado en el suelo.
Un estudio realizado sobre meditadores ha mostrado que pueden mantener su atención en un nivel óptimo durante períodos relativamente largos. Cuando realizan tareas que se considera que exigen una «vigilancia constante», no están ni tensos ni distraídos un solo instante, ni siquiera después de cuarenta y cinco minutos de esfuerzos. Cuando yo mismo pasé por esta experiencia, observé que los primeros minutos exigían un verdadero esfuerzo, pero desde que entré en el estado de «fluir atencional», se volvió mucho más fácil.12
Wolf: Esto se parece a la estrategia general que el cerebro aplica cuando adquiere aptitudes nuevas. Al comienzo, el sujeto no entrenado recurre al control consciente para realizar una tarea determinada subdividida en una serie de subtareas ejecutadas según un orden cronológico preciso. Este proceso exige atención, tiempo y esfuerzo; pero después de un cierto entrenamiento práctico, la prueba se realiza casi automáticamente. De manera habitual, la ejecución de una competencia especializada se lleva a cabo mediante estructuras del cerebro diferentes de las que se hallan implicadas en las primeras fases de aprendizaje y de ejecución de una tarea determinada. Cuando este desplazamiento de las áreas cerebrales se ha producido, la tarea se vuelve automática, rápida, fácil, y no exige ya control cognitivo. Este tipo de aprendizaje se denomina aprendizaje procedimental y exige esfuerzos. Estas competencias automatizadas de este modo pueden salvarnos en situaciones difíciles, porque podemos acceder a ellas muy rápidamente. Estas aptitudes permiten también hacer frente a otras variables gracias al tratamiento simultáneo realizado por el cerebro en diferentes sistemas neuronales. Este tratamiento consciente es más secuencial y requiere, por tanto, más tiempo. ¿Crees que es posible aplicar la misma estrategia a las emociones aprendiendo a estar atentos a ellas, a distinguir unas de otras y, por tanto, a familiarizarse con su dinámica, de manera que podamos fiarnos de los automatismos para gestionarlas en caso de conflicto?
Matthieu: Estás describiendo el proceso mismo de la meditación. Las enseñanzas dicen que al comienzo, cuando un meditador se entrena a meditar, por ejemplo, sobre la compasión, tiene la experiencia de un sentimiento un poco forzado y artificial. Pero a fuerza de generar ese sentimiento, se convierte en una segunda naturaleza que se manifiesta espontáneamente, incluso en medio de una situación complicada y delicada. Cuando la compasión es una con el flujo mental, ya no es necesario hacer esfuerzos para mantenerla presente en la conciencia. El meditador experimentado no medita formalmente, activamente, sino que jamás está separado de la meditación. Permanece simplemente y sin distracción en este estado mental sano y desbordante de compasión.
Wolf: Sería muy muy interesante analizar este modo de funcionamiento a la luz de la neurobiología para ver si se opera el mismo desplazamiento de las funciones que el que se observa cuando la familiarización por el aprendizaje y el entrenamiento conduce a una automatización de los procesos. Los escáneres muestran que las estructuras del cerebro distintas de las responsables del aprendizaje consciente toman el relevo cuando las competencias que inicialmente se han adquirido bajo el control de la conciencia se vuelven automáticas.
Matthieu: Eso es lo que un estudio, dirigido por Julie Brefc-zynski y Antoine Lutz en el laboratorio de Richard Davidson, parece indicar. Brefczynski y Lutz han estudiado la actividad cerebral de sujetos no entrenados, de meditadores relativamente experimentados y de meditadores muy experimentados. Han detectado diferentes esquemas de activación en función del nivel de experiencia meditativa del practicante. Comparados con los neófitos, los meditadores relativamente experimentados (con una media de diecinueve mil horas de práctica) muestran una actividad acrecentada en las áreas cerebrales relacionadas con la atención. Paradójicamente, los meditadores más experimentados (con una media de cuarenta y cuatro mil horas de práctica) muestran una activación menor de esas mismas áreas que los practicantes relativamente experimentados. Los meditadores muy experimentados parecen haber adquirido un nivel de aptitud que les permite alcanzar un estado mental perfectamente concentrado con menos esfuerzos. Esto recuerda la capacidad que tienen los músicos y los atletas profesionales de sumergirse totalmente en el «flujo» de sus actividades con una sensación mínima de control del esfuerzo.13 Esta observación concuerda con otros estudios que demuestran que cuando se ha dominado una tarea, las estructuras cerebrales activadas durante la ejecución de esa tarea generalmente están menos activas que cuando el cerebro estaba todavía en fase de aprendizaje, es decir, en la fase de adquisición de esa competencia.
Wolf: Este estudio sugiere que cuando las competencias se han hecho perfectamente familiares para el sujeto y se ejecutan con una gran facilidad, las transcripciones neuronales están más distanciadas, implicando a menos neuronas, pero neuronas más especializadas.
Matthieu: El entrenamiento de la mente permite comprender con una extrema finura si un pensamiento o una emoción es de naturaleza conflictiva o no, si está de acuerdo con la realidad, o si se funda en una percepción totalmente errónea de esta.
Wolf: ¿Cuál es la diferencia entre las dos? Tú consideras que el estado aflictivo es un estado que esclaviza, reduce y anula las cogniciones válidas en pocas palabras, un estado fundamentalmente negativo que no está en sintonía con la realidad. Comprendo perfectamente que tu estrategia funciona de manera eficaz mientras la fuente del conflicto se limite a la patología de una persona, pero la mayoría de las crisis acaecen durante las interacciones con el mundo, que, es evidente, no se hallan exentas de antagonismos. ¿No estás a punto de formular la hipótesis de un mundo ideal y bueno, y de decir que bastaría purificar la propia mente para reconocer esta realidad?
Matthieu: Hay dos maneras de considerar este punto. La primera consiste en reconocer claramente los defectos y las imperfecciones de este mundo en el cual los seres, la mayor parte del tiempo, están habitados por la confusión mental, las emociones negativas y el sufrimiento. La segunda es reconocer que cada ser tiene el potencial para eliminar esas aflicciones y actualizar la sabiduría, la compasión y muchas otras cualidades.