Chávez, Correa, Morales: discurso y poder - César Ulloa - E-Book

Chávez, Correa, Morales: discurso y poder E-Book

César Ulloa

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Beschreibung

Los gobiernos del giro a la izquierda en América Latina, y en especial los del Socialismo del siglo XXI, atravesaron a nuestros países con la fuerza de un huracán. Los liderazgos de Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales fueron y son motivo permanente de discusión, polémica y controversia cotidianas, así como también de análisis académico en la región y en el exterior, desde diversas perspectivas y disciplinas de las ciencias sociales. En este ensayo se exploran los elementos discursivos que utilizaron Chávez, Correa y Morales para cautivar a la población y así permanecer con altísimos niveles de aceptación hasta el final de sus mandatos. Este libro tiene como finalidad ampliar la reflexión sobre esta época y abonar, aún más, el terreno de la memoria política y la dimensión crítica de los hechos.

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Chávez, Correa y Morales: discurso y poder

© César Ulloa

© Alfredo Ramos Jiménez

© Universidad de Las Américas

Facultad de Comunicación y Artes Audiovisuales

Campus Granados

Av. de los Granados y Colimes

www.udla.edu.ec

Facebook: @udlaQuito

Quito, Ecuador

Primera edición: octubre, 2020

EDICIÓN

Susana Salvador Crespo

Coordinadora Editorial UDLA

CUIDADO DE LA EDICIÓN

Fabricio Cerón Rivas

Analista Editorial UDLA.

CORRECCIÓN Y ESTILO

Editorial El Conejo

DISEÑO DE CUBIERTA

Editorial El Conejo

DIAGRAMACIÓN

Editorial El Conejo

EDITORIAL

UDLA Ediciones

ISBN: 978-9942-779-25-0

Gracias por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra, sin la debida autorización. Al hacerlo está respetando a los autores y permitiendo que la UDLA continúe con la difusión del conocimiento.

Reservados todos los derechos. El contenido de este libro se encuentra protegido por la ley.

Antes de su publicación, esta obra fue evaluada bajo la modalidad de revisión por pares anónimos.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Prólogo

Introducción

Capítulo primeroRefundación de la patria

Capítulo segundoPolarización: conmigo o contra mí

Capítulo terceroLa revalorización nostálgica de la izquierda

Capítulo cuartoDe héroes y heroínas

Capítulo quintoLa democracia únicamente como elecciones

Capítulo sextoLa comunicación y la política

EpílogoA manera de repaso y despedida

Referencias

Notas al pie

Prólogo

La política de la indignidad

En su reflexión sobre el sentido de la política, Hannah Arendt (1997) planteó una respuesta a partir de su experiencia vivida bajo el nazismo:

En política debemos diferenciar entre fin, meta y sentido. El sentido de una cosa, a diferencia del fin, está siempre encerrado en ella misma y el sentido de una actividad solo puede mantenerse mientras dure esta actividad. Esto es válido para todas las actividades, también para la acción, persigan o no un fin.

El diferenciar entre la política de los políticos y la política de los nuevos dictadores radica en el origen de este libro, Chávez, Correa y Morales: discurso y poder, de César Ulloa, miembro destacado de las nuevas generaciones de politólogos latinoamericanos.

Ulloa ubica su estudio en un terreno donde algunos creían ligeramente que «ya se había dicho todo». Llegar desde el discurso del poder al análisis de la política no es, ciertamente, tarea fácil. Cuando se profundiza sobre la vida y la acción de los tres personajes de esta historia, nos asalta la idea de que algo habremos hecho mal para que ellos hayan influido significativamente en las decisiones sobre la vida que nos ha tocado vivir.

Si partimos de que en su ascenso al poder no hubo sorpresa alguna, ya que se trataba de un asunto, más bien, previsible, si no repetitivo, el fenómeno no exigía, de entrada, una discusión detenida sobre su especificidad histórica. Tardamos unos cuantos años en reparar sobre la amenaza, cargada de peligros, que representaban para la débil institucionalidad de nuestras –así llamadas hasta nuevo aviso– democracias precarias. Porque tomar a Chávez, un militar frustrado sin ideología definida –un Castro provisto de petróleo, según algunos, o un estalinista tropical, para otros–; a Correa, quien se presenta a sí mismo ante sus seguidores como un «izquierdista cristiano»; y a Morales, líder de los cultivadores de coca y socialista improvisado, como las figuras prototípicas del gran extravío de la política latinoamericana del nuevo siglo, conlleva no pocos riesgos para el investigador. En la exploración de Ulloa quedan develados los contornos del fenómeno. Como en la política europea de los años recientes, Putín, Erdogan y Urban han sido percibidos como la expresión desencarnada de aquello que Zygmunt Bauman describió magistralmente como la maldad líquida, que se ha ido extendiendo con la globalidad actual por una ceguera moral que, según el autor polaco, ha afectado sensiblemente a las élites políticas, mediáticas y académicas en nuestros días.

El mérito principal de este libro no es otro que el de haber puesto de lado las anteojeras ideológicas, las cuales han venido interponiéndose en nuestra visión de aquello que, según unos cuantos –al parecer, los muchos–, revestía las características de un acontecimiento excepcional, que escapaba a las teorías y categorías usadas frecuentemente en nuestros estudios y perspectivas de análisis.

En una de sus entrevistas recientes, a las que nos tiene acostumbrados, y sin que le quede nada por dentro, Slavoj Žižek observó el hecho de que él integraba un grupo privilegiado de intelectuales europeos –así lo destacó– que no había sido engañado y, aún menos, seducido por la figura de Hugo Chávez. Yo podría decir lo mismo. En un artículo publicado por la revista Nueva Sociedad (nº 181), en 1999, traté de dejar en claro que el Chávez de entonces, que había convencido a unos cuantos intelectuales latinoamericanos, europeos y norteamericanos, incursionaba en nuestras vidas como el hábil prestidigitador, campeón de la duplicidad y la manipulación, con la capacidad para llevarse por delante a cualquiera de sus adversarios políticos, rápidamente identificados como enemigos.

Otro tanto ocurriría después con las figuras de Correa y Morales, cuando el recurrente «viraje hacia la izquierda», preconizado desde Europa por políticos e intelectuales socialdemócratas, en su mayor parte –en el Gobierno y en la oposición–, fundamentó la muy extendida tesis, portadora de ofertas y promesas, sobre el advenimiento de los «nuevos tiempos»: Heinz Dieterich desde Alemania, con su mal definido Socialismo del siglo XXI; Richard Gott, desde Inglaterra, con un Simón Bolívar reloaded; y desde Francia, Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, con indisimulada admiración hacia los epígonos latinoamericanos de un «socialismo marxista antiglobalización». Cada uno a su manera vivía una suerte de relanzamiento de las banderas de «la revolución» después de la caída del Muro de Berlín, cuyo trigésimo aniversario fue celebrado no hace mucho. ¿Qué dirán ahora que los Chávez, Correa y Morales representan un mal recuerdo, si no la pesadilla histórica de la que todos aspiran salir de una vez por todas?

El autor del presente libro admite, por principio, el reto ineludible que consiste en identificar, a partir del discurso, los entresijos del poder de Chávez, Correa y Morales, para develar la trampa y coartada que nos tendieron estos autoproclamados «revolucionarios» en una época de fatiga cívica, incertidumbre y frustración colectiva. En el esfuerzo sostenido por estos últimos –logrado a pulso, ciertamente–, orientado hacia el proceloso desmantelamiento de la débil institucionalidad de las incipientes democracias latinoamericanas, les seguirían, con el tiempo, Lula Da Silva y Dilma Rousseff, en Brasil, y la pareja de los Kirchner en Argentina.

La lectura del texto de Ulloa ha traído a mi memoria los diversos intentos por abordar y explicar aquello que algunos propusimos como el «fenómeno Chávez», reedición del tradicional populismo latinoamericano, experiencia premonitoria de aquello que vendría después con Correa en Ecuador y Morales en Bolivia. En discusión con mi maestro, el latinoamericanista Alain Rouquié, se mostró la hipótesis según la cual el así llamado chavismo no era otra cosa que una amalgama entre Perón y el Che Guevara (posteriormente lo dejaría por escrito); es decir, la combinación original entre el «populismo militar» filofascista del primero y el marxismo primario del segundo. En su muy citado libro, Michael Reid, periodista y escritor de The Economist, observa: «Chávez no vio en el Libertador al aristócrata conservador que admiraba a Gran Bretaña y Estados Unidos. Más bien imaginó a Bolívar como un antiimperialista radical». A ello habría que agregar el indigenismo del mestizo Evo –Mario Vargas Llosa dixit–, reuniendo en un todo a los portadores de la promesa redencionista de «los de abajo».

Asimismo, el tradicional clivaje izquierda/derecha, que nos había servido en nuestros debates y discusiones, ha quedado reducido a los análisis simplistas, tal como lo asume el autor de este libro. Y es que, contrariamente a una idea bastante extendida, no existen, en el mundo real, populismo de izquierda y populismo de derecha. Por el contrario, este populismo del siglo XXI no tiene nada que ver con la promesa revolucionaria. El populismo nunca será revolucionario: el populismo de Chávez, Correa y Morales, propuesto como «proyecto político liberador y antiimperialista», solo ha servido para engatusar a unos cuantos y enriquecer a otros tantos. Es suficiente con asomarnos a la tragedia venezolana, en la que hunde sus raíces el nuevo Estado mafioso de Maduro, Tareck y Diosdado, destinado a desplazar o sustituir al «Estado de partidos», democrático-liberal, como proyecto político de los cuarenta años de la democracia bipartidista. En la medida en que la política chavista se apoyó, desde sus orígenes, en políticas de resentimiento, la comunidad entró en movilizaciones masivas, acogedoras de la acción y conducción de osados aventureros, predispuestos a echar por tierra los esfuerzos de una democratización inconclusa.

También es verdad que la quiebra de los partidos políticos en los tres países se produjo por una extendida demanda ciudadana de reformulación e innovación política. Ulloa hace un recorrido completo por las «formas», presentes en el poder personalizado, un tanto narcisista, de los nuevos dictadores. Comparto con el autor la cuidada descripción de una política extraviada, que dejó en el camino la propuesta original e incluyente de una participación ampliada y un mayor protagonismo del «pueblo». Nunca hubo, en los tres casos estudiados, una preocupación genuina del nuevo liderazgo por asegurar, desde el Gobierno, mejores niveles de convivencia humana dentro del juego de intereses de todo sistema democrático. Por el contrario, enfatizando una polarización social efectiva, los nuevos dictadores se propusieron acabar, en sus países, con todo vestigio de política democrática: el liderazgo populista se movió en el camino que conduce hacia una definitiva patrimonialización de la vida política. En este sentido, Ulloa se propone, como tarea específica, la desmitificación del proyecto «liberador» de estos nuevos dictadores, que siempre trataron con desdén y desprecio a sus gobernados, dejándolos a la deriva, sin reconocimiento alguno: «si los pobres dejan de ser pobres, perderemos su apoyo», afirmó un joven ministro chavista muy seguro de sí mismo. En tal sentido, este ensayo, conciso y accesible, representa una valiosa contribución en el camino que nos llevará hacia el desentrañamiento de una gran impostura, de actores políticos grandilocuentes, predispuestos a hacerse ver y oír como los legítimos representantes de una izquierda que, a la larga, vive huérfana de valores e ideales. Que no nos extrañe, entonces, el hecho de que en sus ejecutorias públicas –superioridad moral de por medio– estos nuevos dictadores sean propensos al uso de la violencia contra quienes disienten de sus ideas y acciones, en un terreno donde comienzan a tomar cuerpo las tiranías de nuestro tiempo.

Aunque todo dictador, candidato permanente a convertirse en tirano, tiende, con naturalidad, al sometimiento y control estricto de sus gobernados, no lo es menos el hecho de que, en el ejercicio de su poder arbitrario, coarta las libertades públicas y persigue, con obsesión enfermiza, a quienes considera sus enemigos. En esto, es preciso advertir el hecho de que toda tiranía lleva a la práctica el gobierno de la antipolítica, en una era de inseguridad económica, física y política. Y esta inseguridad engendra miedo. Como lo advirtió Tony Judt, ese miedo –al cambio, a la decadencia y al mundo extraño– corroe la confianza y la interdependencia en la que se basan las sociedades civiles.

En la medida en que la fuerza política de los nuevos dictadores se debe, paradójicamente, a su rechazo de la política, su entrada en escena siempre estuvo asociada con la afirmación recurrente de que ellos no son políticos: los políticos siempre serán los otros (los «escuálidos», para Chávez; la «partidocracia», para Correa; los «blancos», para Morales). De ahí que la reivindicación de la dignidad de la política tendrá como punto de partida una vigilancia ciudadana frente al cinismo e indiferencia de quienes se proponen y desean hacerse con las posiciones de poder: los políticos. De modo tal que en el discurso de los nuevos dictadores la política se convierte en algo prescindible. Si usted no hace política, otro la hará en su lugar, nos recordaba siempre un viejo profesor de la Sorbonne. En uno de sus trabajos recientes, Daniel Innerarity procedió, con irrenunciable convicción democrática, al estudio crítico de lo que, según él, conformaba la política en tiempos de indignación. Si admitimos el hecho de que la política es un asunto de todos, y los nuevos dictadores tienen también una política, esta última no será otra que la política de la indignidad.

Alfredo Ramos JiménezProfesor emérito de Ciencia PolíticaUniversidad de Los AndesQuito, mayo de 2020

A Juan José,hijo siempre,

a pesar del confinamiento.

Introducción

A siete años de la muerte de Hugo Chávez Frías (2013), el «Comandante Eterno», como lo llamaban sus seguidores y coidearios; a tres años de que dejara el poder Rafael Correa (2017); y de que Evo Morales haya desistido de posesionarse en un nuevo mandato (2020) –porque las denuncias de fraude en su contra se amplificaron en el mundo–, resulta inevitable analizar cuáles fueron esos elementos discursivos que utilizaron los tres mandatarios para cautivar a la mayoría de la población en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Esos elementos se inscribieron en contextos que permitieron la aparición de nuevos liderazgos y provocaron una ruptura con la forma tradicional de gobernar.

Lo que ocurrió después de ellos también ha revivido sus figuras, porque la aceptación de sus sucesores está por los suelos. La gente compara el antes y el después. En algunos segmentos cobra vida aquello de que «todo lo pasado es mejor». Parecería que, en algunos momentos, los actuales mandatarios de Venezuela y Ecuador son los mejores jefes de campaña de sus antecesores. Para el año 2017, según la investigación de opinión pública que realizó el Barómetro de las Américas en Venezuela, el 94% de la población entrevistada calificó como mala y muy mala la gestión de Nicolás Maduro. Situación similar sucede con Lenín Moreno al finalizar el 2019, pues el 76% desaprueba su gestión, según la firma de estudios de opinión CEDATOS (2019). Por su parte, lo que sucede en Bolivia es una disputa entre dos corrientes: la que auspicia la derrota del Movimiento al Socialismo (MAS) y cualquier sucesor de Evo, y la que pretende configurar una nueva realidad política, pero que tampoco está claramente explicitada.

En Venezuela, la figura de Hugo Chávez (1954-2013) tiene el mismo manejo de imagen política que tuvo y tiene la de Juan Domingo Perón en Argentina (1895-1974). En los dos países, los presidentes trazaron la cancha de la historia. Después de ellos, la realidad cambió. Y para quienes no los pudieron conocer, el mito y la leyenda los sobrepasará. En Argentina y Venezuela la gente vota por los dos presidentes muertos (Martínez 2004). Ambos provenían del Ejército, sintonizaron con la clase más pauperizada, amplificaron el nacionalismo y crearon, alrededor de ellos y de su proyecto político, una simbología en eslóganes de campaña, realización de mítines y apropiación de las plazas. Marcaron el ritmo de la política y segmentaron a la población en quienes estaban a su favor y quienes en su contra. La polarización, como un germen poderoso, dividió a la sociedad. Los dos están muertos, pero quienes quieren hacerse del poder recurren a Perón y Chávez como si desde «el más allá» se produjera una transferencia de votos a favor del peronismo y del chavismo. No es menos cierto que en sus Gobiernos desplegaron programas sociales para la población menos favorecida, y que eso les granjeó la gratitud eterna aun cuando las cuentas nacionales hayan quedado en rojo después de sus mandatos (Gambini 2014).

En otra perspectiva, mientras Evo Morales busca una salida política que no le impida seguir incidiendo en Bolivia, sus defensores o, mejor dicho, los presidentes del Socialismo del siglo XXI1, refuerzan sus estrategias para volver a controlar el tablero político de América Latina desde el Grupo de Puebla, que se reunió en México en julio de 2019 y que agrupa a líderes autodenominados progresistas2.

Adelante se transcriben algunas de sus proclamas:

Nuestra región experimenta una nueva ola de Gobiernos neoliberales, que insisten en promover los intereses y privilegios de una élite socioeconómica, a costillas del desarrollo de nuestros pueblos, frustrando sus posibilidades de desarrollo y bienestar social, a la vez que debilita nuestra soberanía, nuestras instituciones democráticas, el estado de derecho, la vigencia de los derechos humanos y el ambiente.

La preocupación es aún mayor cuando se observan burdas formas de intervención judicial, mediante la deliberada manipulación de procedimientos legales, que buscan silenciar, intimidar o directamente restringir la libertad de las y los representantes populares. En definitiva, buscan la construcción de una hegemonía política a través de la exclusión de las fuerzas progresistas. (Grupo de Puebla 2019)

No podemos olvidar que Lula da Silva salió libre de la cárcel; que Rafael Correa hace política todo el tiempo desde su cuenta de Twitter en Bélgica y en los diversos espacios a donde acude a dictar conferencias; que Cristina Fernández fue electa como vicepresidenta (2019-2023) y eso le blinda temporalmente de la avalancha de juicios en su contra por corrupción; y que Andrés Manuel López Obrador, AMLO, actual mandatario de México, se ha convertido en el epicentro de la reconstitución del giro a la izquierda en la región.

Parecería que Donald Trump no tiene un par en algún lugar del mundo que le diga que huele a azufre como el diablo, tal como lo hizo, en su momento, Hugo Chávez contra George W. Bush en el podio de las Naciones Unidas, el 21 de septiembre de 2006. Tampoco se puede afirmar que después de la época de presidentes de izquierda, el péndulo girará automáticamente hacia la derecha. Mauricio Macri (2015-2019), en Argentina, no pudo sostener la reelección; Jair Bolsonaro, en Brasil, tiene serios problemas de aceptación por su política antiderechos; Nicolás Maduro (2013) se agarra con uñas y dientes del poder; Daniel Ortega (2007) enfrenta en Nicaragua un descontento popular que resiste a las bayonetas; y en Ecuador es más fuerte la incertidumbre por la crisis de liderazgo, la fragilidad institucional, la situación económica y la corrupción rampante en todas las funciones del Estado.