Cherry Margarita - Pat Casalà - E-Book

Cherry Margarita E-Book

Pat Casalà

0,0

Beschreibung

Me llamo Jack Gates y soy un auténtico idiota. Así, con todas las letras. Yo iba por la vida pisando fuerte, creyéndome capaz de conservarlo todo, y ahora no tengo nada, porque mi chica de siempre se acaba de casar con otro, harta de esperarme, de que sentara la cabeza. Necesito olvidarla, superarlo de una vez por todas y seguir con mi vida. Y es en este momento cuando Zoey se ha cruzado en mi camino. Su cuerpo rezuma sexo, y no busca nada serio, solo pasarlo bien. Me llamo Zoey Perrins, tengo una licenciatura en Ingeniería Informática, pero no doy el perfil de una de esas hackers de las pelis. Mi problema es que mi pasado acaba de reaparecer como una pesadilla. Por eso he decidido quedarme en Little Falls una temporada. Con lo que no contaba era con que Jack se cruzara en mi camino: rubio, ojos azules, cuerpazo espectacular y sonrisa cautivadora. Imposible resistirse…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 467

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición: noviembre de 2021

Copyright © 2021 Patricia Casalà Albacete

© de esta edición: 2021, Ediciones Pàmies, S. L.C/ Mesena, 1828033 [email protected]

ISBN: 978-84-18491-57-3BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografías de cubierta: Adriaticfoto/Serhiy Shullye/ShutterstockIlustraciones del interior: Clker-Free-Vector-Images en Pixabay

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

26

27

28

29

30

31

32

33

34

35

36

Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

A los barmans, por llenarnos la vida de sabores exóticos.

A las baladas; en serio, sois mi banda sonora de escritura.

A los grupos de música que las hacen posibles.

Y a los cowboys que aman a los caballos. ¡Jack es como vosotros!

1

Missing You

Jack

¿Por qué estoy a punto de llorar como un panoli, escuchando música triste en mi coche, vestido de traje, yendo a la boda de mi chica con otro y con la sensación de no ser capaz de ensamblar de nuevo mi corazón? ¡Ha pasado un año y medio desde que me dejó claros sus sentimientos por mí, joder! ¿Por qué sigo enganchado a ella?

Subo el volumen como un jodido mártir para acabar de hundirme cuando John Waite entona su Missing You. Lo sé, soy patético, un tonto del culo. Si alguien me preguntara, no admitiría que estoy a un tris de llorar con una balada. Antes me tiro de un acantilado. Pero… Sí, joder, ¡estoy escuchando una maldita canción de amor en mi coche y a punto de soltar lágrimas!

Soy más débil de lo que aparento y he perdido al amor de mi vida por gilipollas. Así que me voy a dar un chute de música triste y a dejarme llevar por la melancolía durante un ratito, en plan machacón, para recriminarme mi egoísmo.

Mis acciones del último año y medio deberían estar etiquetadas dentro del patetismo más miserable porque hasta he creado una lista en Spotify con un usuario inventado llamada: Te perdí. Y la he ido llenado con canciones tristes durante estos meses mientras dedicaba las horas a darme cuenta de cómo la he cagado.

Yo iba por la vida pisando fuerte, creyéndome capaz de conservarlo todo, y ahora estoy en caída en picado, sin nada a lo que agarrarme, ni una esperanza ni una triste ilusión, y es que Dinah, ¡mi Dinah, joder!, está a punto de casarse con el amor de su vida. Pero la putada es que no soy yo, y eso me mata.

Ahora mi vida es una mierda. Trabajo en un rancho, en los establos, aunque mi verdadero sueño es tener mi propia finca, ser el dueño y dedicarme a la cría de caballos. Me lío con una chica distinta cada semana, sin ningún tipo de compromiso, en busca de curar mi corazón con sexo, aunque mis sentimientos me lo están poniendo difícil. Al actuar como un imbécil no solo perdí a mi chica, sino también a mi mejor amiga.

—Jack, apaga eso de una jodida vez. Me vas a hacer potar. —Kim me mira con cara de fastidio y alarga la mano para acercarla al aparato de música, con la intención nada agradable de apagarlo. Le doy un manotazo para impedirlo, y ella gruñe. Ha venido a pasar el verano en casa y, a pesar de su distanciamiento con los Barrett, la han invitado a la boda—. Dinah eligió a Troy, supéralo de una vez. Llevas un año y medio llorándola. ¿Dónde está mi hermano el valiente? ¡Pareces un pringado!

—¿Como tú has superado lo de Clark y Holly? —pregunto con ganas de herirla—. Porque te recuerdo que llevas dos años sin hablarle a tu ex, y estudiáis en la misma universidad. Y ni te cuento de cómo tratas a su mujer… ¡Si te tiras todo el día diciendo que la odias! No deberías venirme con sermones.

—No es lo mismo. —Mi hermana cruza los brazos bajo el pecho—. Clark y yo fuimos novios casi toda nuestra vida. ¡Tú no parabas de decirle a Dinah que no estabas preparado para comprometerte!

—Ya, pero tú fuiste tan tonta que engañaste a Clark con mil tíos y rompiste con él por teléfono en una noche de borrachera. Así que olvídate de ponerte florecitas y acepta que ambos somos igual de imbéciles.

Mi hermana gruñe, porque mi último ataque ha dado en el clavo, y encima ahora suena una de esas canciones de arrepentimiento.

—Capullo. —Sube el volumen de la música y el coche se llena de hostilidad. Pero me la suda que se cabree. ¿Qué se cree? ¿Que es la única con derecho a sentirse mal por haber perdido al amor de su vida? Yale la ha cambiado a peor. Ya no es esa chica agradable y angelical de antes. Ahora se viste ceñida, enseñando demasiado, se ha hecho varios tatuajes, se ha cambiado el color del pelo e incluso se ha perforado la nariz.

A veces me pregunto qué habría pasado si Kim no hubiera aceptado esa beca para Yale. Quizás ahora no estaría yendo a la boda de mi chica con otro ni escuchando baladas como si me hubiera convertido en un tío ñoño y sensiblero ni reprochándome mi gilipollez de serie. Porque todavía no comprendo cómo me comporté de esa forma ni cómo se me ocurrió dar por sentado que Dinah iba a estar toda la vida esperándome. ¡Fui un auténtico egoísta capullo! Y así me va…

Llevo enamorado de Dinah desde el mismo instante en el que entendí el significado de la palabra. Pero tenía miedo, un pánico absoluto a no vivir antes de comprometerme para siempre. Por eso me convertí en el rompecorazones más promiscuo de todo Little Falls. En mi defensa diré que nunca engaño a una tía. Les dejo clarito desde el minuto cero mis intenciones: algunos polvos salvajes y bye, bye. El problema siempre es el mismo. Ellas aceptan, pero con la idea de ser las destinadas a atraparme y a cambiarme para siempre.

Mientras jugaba a quemar todos los cartuchos con otras, le pedía que me esperara, pero cuando ella se acercaba a otro tío, mis celos eclosionaban y entonces me dedicaba a vigilarla de cerca para que no se lanzara demasiado. O sea, me convertí en uno de esos tíos que ni comen ni dejan comer, y me doy asco por esa manera tan absurda de actuar. ¿De verdad creía que podía tenerlo todo? Quería tirarme a muchas tías y acabar casándome con Dinah cuando estuviera saciado de otras experiencias. Quería que me esperara. Quería tenerla siempre. Lo quería todo, y en la vida hay que elegir. En eso Kim tiene razón, aunque ni muerto lo reconoceré en voz alta; con hacerlo en privado y flagelarme ya hay suficiente.

Llegamos a The Fall acompañados de otros coches. El descampado, lleno a rebosar de coches, nos muestra la cantidad indecente de invitados a esta boda. Las familias, los amigos de Dinah de la universidad, de su época de instituto y del rancho, algunos de los chicos de las fiestas de los viernes, los miembros del consejo de gbs Airlines, la compañía que preside Troy, clientes importantes, unos cuantos trabajadores que tienen afinidad con el novio, Tina con Frank y los amigos de Holly, que se han convertido en asiduos a venir algunos fines de semana: Clarence, Mimi y sus parejas.

The Fall está increíble. La antigua bolera que regentaba la madre de Dinah, y donde durante años celebramos una fiesta cada viernes, se ha convertido en un restaurante, bolera, campo de golf y sala de banquetes gracias a la pasta del millonetis de Troy. Dinah es la codirectora, junto a Rex Stewart, uno de los antiguos compañeros de Troy de Harvard, que se vino a Little Falls con ganas de encontrar un nuevo proyecto cuando lo contrataron para llevar el negocio, y ha resultado ser un tío con buenas ideas y mucho empuje para llevar The Fall adelante. Se ha instalado en el pueblo con su novia, Carla, quien ejerce de organizadora de eventos y ha planeado una boda de ensueño para los tortolitos. La boda de Dinah con otro…

Sí, lo sé, estoy plasta de narices diciéndolo una y otra vez. Pero ¿no debería ser yo el novio? Quizá no le habría regalado ese pedrolo para el anular de la mano izquierda, ni tendría el jet privado preparado para llevarla tres semanas de luna de miel sorpresa a algún lugar idílico del planeta, donde la tarjeta platino comprara habitaciones en hoteles de superlujo, ni ofrecido un banquete digno de reyes. Pero tendría a la chica, a mi chica. Para mí sería suficiente.

—Cambia la cara —comenta Kim con fastidio al salir del coche—. ¿O quieres que todo el mundo se entere de lo imbécil que eres?

—¿Más o menos como tú? —le espetó con malas pulgas. Estoy cansado de su actitud. Está amargada, le falta esa ilusión de antes, la calidez. ¿Dónde se ha quedado mi Kim?

—Eso ha sido un golpe bajo —se queja—. Ver a Clark y a Holly en plan explosión de felicidad es como un puñetazo en el estómago. ¡Y son la crème de la crème en Yale! Si vieras cómo hablan de ellos mis compañeros… Es para vomitar.

—Lo mismo que para mí ver cómo Dinah le da el sí quiero a Troy. Y aquí estoy, ¿no?

Levanta los brazos en señal de rendición, aproximándose a mí para cogerme del brazo. Somos tan patéticos que vamos como pareja.

—¡Vale! —suelta forzando una sonrisa—. Formamos el dúo de derrotados por los Gibbons. Lo pillo. Pero no pienso dar una imagen de pringados, así que haz el favor de superar tu amargura y mostrarte lo más feliz posible.

—Lo intentaré.

Troy está radiante cuando llegamos al final del caminito de arena que desemboca en la zona del lago. La han engalanado toda con sillas, flores y farolillos apagados. El altar está al final; es un arco floreado de esos cursis de película, con las cataratas al fondo. Y el cura del pueblo está terminando los últimos preparativos. Busco una sonrisa postiza en mi repertorio y la fijo en mis labios al acercarme al novio, quien está recibiendo a todos los invitados.

Lo saludo escondiendo los celos, la rabia y el dolor. Es como si el tío estuviera iluminado. Va vestido con un traje que debe de costar mi sueldo de cuatro meses en el rancho, con una sonrisa de las de verdad, no la mierda que lucimos Kim y yo, y da la bienvenida a la gente con cariño, seguro de sí mismo porque se ha llevado a la chica. ¡A mi chica!

¡Basta, joder! Se casa con otro, no tiene nada de tuya.

A su lado está Clark, convertido en su padrino. No le guardo rencor, porque es mi amigo de toda la vida, pero un poco cabreado sí estoy. Aunque no puedo echarle la culpa de convertirse en el cuñado de Troy por partida doble. Eso sí es de pena. ¿Dos hermanos casados con otros dos hermanos? ¿En qué cabeza cabe? Supongo que la realidad muchas veces supera la ficción. Dos Gibbons casados con dos Barrett. ¡Flipante! Y más con la historia que hay detrás de esos dos apellidos. El capullo de Luther Gibbons, el padre de Holly y Troy, acabó en la cárcel, y Crystal Barrett, la madre de Dinah y Clark, volvió a casa con un doloroso pasado detrás. A veces la vida da unas vueltas…

La mirada que Kim le dedica a Clark es tan dolorosa que hasta me parte el corazón a mí. No dejo de preguntarme qué le sucedió a mi hermana al llegar a Yale. Porque no lo acabo de entender, no me cabe en la cabeza cómo rompió así una relación de toda la vida. Aunque Clark no estaba enamorado de ella. Yo lo tenía clarísimo, pero Kim se enteró de la peor manera. Con Holly es otra persona, su relación es mucho más real, más pasional, más llena de sentimientos. Se complementan de una forma increíble.

Cojo a mi hermana del brazo para apartarla de allí una vez damos el saludo de rigor. Clarence, Mimi y sus parejas están a pocos pasos. Los conocí en la boda de Clark y Holly, e incluso fuimos a una fiesta en la hermandad de Clarence, donde acabé compartiendo cama con Zoey. Varias veces. Allí y en nuestro hotel. En una brutal sesión de «sexo por despecho».

Nos sentamos en las sillas forradas de blanco con un gran lazo en el respaldo, junto a los amigos de Holly, y Kim empieza una conversación con ellos acerca de Yale, un tema en común que me excluye del todo y me concede espacio para observar el lugar y asentar como puedo mis sentimientos.

Me cuesta digerir todos los detalles ñoños de la boda. No pueden ser cosa de Dinah, ella no es así. O como mínimo no lo era. ¿Acaso ya no la conozco? ¿Tanto nos hemos distanciado? Le lanzo una mirada a Carla, la encargada de planear el evento, y no tardo ni un segundo en reconocer su mano en cada uno de esos detallitos tan fuera de lugar en un pueblo de Arkansas como Little Falls, y tan alejados de alguien como mi Dinah, una chica sencilla, cariñosa, enérgica.

En diez minutos la música anuncia la llegada de la novia. Troy se dirige al altar acompañado por Molly Clayton, su tía y mi jefa en el rancho donde trabajo con los caballos. A los pocos segundos la protagonista del día nos eclipsa con su aparición estelar del brazo de Jonathan, su padre, quien estuvo ocho meses ingresado en una clínica de desintoxicación y está mucho mejor, aunque todavía no ha terminado la rehabilitación del todo. Le dieron el alta hospitalaria hace cuatro meses para que pudiera integrarse a la vida normal, pero sigue acudiendo a reuniones de Alcohólicos Anónimos y todavía no tiene el alta total.

Dinah está radiante. ¡Joder! Vestida de novia es todavía más guapa. Y brilla. Lleva un vestido blanco, de seda, con un escote palabra de honor de corte sencillo, pero elegante de narices. Le sienta como un guante. Y luego se ensancha un poco con vuelo, para terminar con un trocito de cola. Va peinada que lo flipas, con un recogido que muestra su cara al descubierto para revelar sus enormes ojos negros, que irradian luz.

Me sienta como un patadón en los huevos verla acercarse a Troy tan feliz. Debería alegrarme por ella y superarlo de una vez. Pero no puedo. Me siento el mayor imbécil del mundo por dejarla escapar. Y encima la he apartado de mi lado como amiga, ya que no soporto verla con otro, saber lo que he perdido por mi obtusa forma de comportarme.

Zoey, Tina y Holly son sus damas de honor. Se colocan a su lado en el altar, acicaladas con unos vestidos color coral muy elegantes. Seguro que Holly ha sido la encargada del vestuario, porque lleva su firma.

Noto cómo Kim las mira con dolor. En su huida a Yale también apartó a Dinah de su lado y, aunque este último año se han visto alguna vez, todavía no han logrado superar el pasado. Y ahora Tina, Holly y Zoey ocupan esa parte de su corazón.

Hay un instante de la ceremonia en el que los ojos de Zoey se encuentran con los míos y me dicen sin necesidad de palabras que mi cama estará caliente esta noche. No es una chica en busca de una relación estable, me lo aclaró desde nuestro primer encuentro. Ese día sabía cómo me había sentado la decisión de Dinah de acabar la noche en la cama de Troy, y era un buen momento para una propuesta indecente, pero sin ataduras.

La tía es una auténtica máquina sexual. ¡No tiene miedo de nada! Por eso hemos repetido tantas veces desde entonces. Los dos somos fogosos, lanzados, kamikazes y muy atrevidos en la cama. La mejor combinación al estar de acuerdo en solo tener algo físico cuando nos apetezca. Y va a instalarse aquí todo el verano… ¿Vamos a seguir con ese sexo sin compromiso mientras esté en Little Falls? ¡Sería genial!

Hace tres días, cuando llegó y nos encontramos en una coctelería de Hot Springs, acabamos compartiendo una noche de lo más caliente, y decidimos seguir explorando la pasión juntos, y quizás añadirle alguna salida como amigos, sin nada más que ganas de disfrutar del momento.

Está buenísima. Pelirroja, ojos pardos, cuerpo de escándalo, alta, musculada, rebelde… Nadie diría que tiene una licenciatura en Ingeniería Informática por el mit porque no da el perfil de una de esas hackers de las pelis. Es hiperinteligente. Está acabando un doctorado y trabaja en una de las empresas tecnológicas más en auge. Además, cuando necesitamos su ayuda tiempo atrás, consiguió meterse en los ordenadores de Luther Gibbons para ayudar a Troy. Y al final pidió colaboración a sus jefes para desenmascararlo y acabar mandándolo a prisión. Me pone que sea tan lista. Bueno, de Zoey me pone todo. Es una tía sexy, sensual… Solo se requiere mostrarme esos labios para recordar de lo que son capaces. ¡Me pone a mil!

Siento una punzada de dolor con el «sí quiero», y ni te digo con el beso final y los aplausos. Dinah está tan feliz, sonríe tanto… Esta boda me ha roto el corazón en mil pedazos. En la competición a imbécil del año ganaría de calle. ¿Cómo pude jugar así con ella?

2

Cosmopolitan

Zoey

Miro un segundo hacia Jack con una sensación ardiente entre mis piernas. Necesito empotrarlo contra una pared, tenerlo dentro de mí, sentir cómo me ayuda a borrar el pasado con un polvo salvaje. Porque el maldito Brent se presenta en mis sueños cada puto segundo, y las pesadillas han vuelto.

El sexo siempre me ha funcionado bien en ese sentido; fue parte de mi terapia cuando todo explotó, cuando por fin me liberé de él y mi vida dio un vuelco, cuando Troy se convirtió en mi única familia, me ayudó a olvidar, a afrontar mi miedo, a darme cuenta de que la horrible huella de Brent no podía penetrar en mi piel ni quedarse ni ensuciarme, y me permitía imaginarme que vivía en un mundo donde él no existía.

Gran parte de mi curación se la debo a Troy, a su paciencia, a su manera de tratarme, a su dulzura y a su amor. Tenerlo al lado fue crucial para avanzar porque se lo había contado todo, conocía hasta la última coma de lo que yo había vivido y esa confianza me dio el valor necesario para vencer algunas de las secuelas más impactantes. Sin él habría acabado tan mal…

Al iniciar nuestro año de convivencia cerca de Harvard, insistió en llevarme a una psicóloga y, aunque en ese momento no lo vi, fue una parte importante de mi superación personal porque esas sesiones me ayudaron a enfrentarme a mis miedos, a lo sucedido. Y tener al lado a alguien en quien confiaba sin reservas ayudó a acelerar algunos procesos.

El sentimiento de culpa fue una de las mayores secuelas, la sensación de estar sucia, de haber perdido una gran parte de mi identidad. Y la marcha de mi hermana tampoco ayudó, ni esas palabras que me dedicó al finalizar el juicio. Pero era una mujer fuerte, me había salvado de un infierno gracias a librar mis batallas, siempre acompañada por Troy; incluso había ganado a la muerte porque él me salvó de mi peor momento. Y estaba dispuesta a no dejarme vencer nunca más. Porque lo tenía a él y eso valía más que cualquier otra cosa.

Tras enfrentarse a algo como lo que yo viví, cuesta volver confiar en los demás. Fue muy difícil al principio. No podía alejar los fantasmas, ni el dolor ni la sensación de caer en un pozo de dolor si Troy me tocaba, pero estaba tan decidida a que la huella de Brent desapareciera de mi piel, de mi cuerpo y de mi cabeza, que lo di todo por sentir placer y derruir todos los muros que me impedían disfrutar de una relación íntima con mi novio. Confiaba muchísimo en él; los dos éramos inexpertos, hasta entonces nuestra interacción física se había limitado a algunos besos, darnos la mano y nada más.

Pero la terapia con la doctora Kathy Miller me ayudó a entender que una parte importante de la superación de los traumas es enfrentarte a tus mayores miedos, por eso una noche, después de seis meses de acudir a ella, conseguí disfrutar de Troy, de sus caricias, de que entrara en mí, de ese acto que me negaba la capacidad de sentirme completa.

Las sesiones con Kathy y mi determinación lograron demoler las barreras y, tras un tiempo de lucha contra la oscuridad, acabé disfrutando del sexo para superar las marcas de Brent, para enfrentarme a él, para encontrar la forma de calibrar la vida de otra manera. Y descubrí que me aportaba la capacidad de sentirme empoderada, ya que si podía sentir placer con algo físico, desafiaba a Brent, le demostraba mi fuerza, mi coraje, mi victoria.

Tardé cinco años en rebajar a quincenales las visitas semanales a Kathy Miller. He progresado muchísimo y, a pesar de que a veces necesito llamarla antes, entre las dos hemos logrado superar muchos traumas, mirarlos a la cara, estudiarlos, interiorizarlos y entenderlos. Me ha ayudado a verlos de otra manera.

Ella, Dinah y Troy son los únicos que conocen mi historia completa. Los que pueden atisbar en esa parte de mi alma remendada a base de suturas un poco desiguales, trazadas con puntadas demasiado endebles en algunas partes para no desgarrarse un poquito a veces. Aunque Dinah solo conoce la versión resumida, y tanto su recién estrenado marido como mi terapeuta la han vivido de cerca. Y hay una parte que solo conoce Troy.

Con Kathy Miller he cerrado muchas heridas a base de trabajo duro, me he enfrentado a algunos miedos y he conseguido aplastar el dolor superando los recuerdos. Ahora solo me quedan algunos flecos, pero el destino se ha encargado de darme una patada para que retroceda de la forma más cruel. Tiemblo al recordarlo. Pero no borro mi sonrisa ni le permito apoderarse de mis labios ni de mi coraza exterior. Soy fuerte, y no pienso perder mi fortaleza en ningún momento, y menos por culpa de Brent. Ya no soy esa niña asustada, he madurado.

Troy fue mi luz, mi guía, mi salvación. Mi amigo. La única persona que estuvo a mi lado durante todo el proceso de curación, quien me enseñó a disfrutar de mi cuerpo y borró las huellas del pasado de mi piel, la única persona capaz de salvarme. Si no llego a tenerlo a mi lado entonces, no estaría hoy aquí, porque mi vida habría acabado en esa cama, con esas pastillas en mi estómago, con esas lágrimas desgarrándome el alma. Troy fue mi héroe y ocupó mi corazón desde ese instante. Aunque confundí mis sentimientos por él, y también sucedió al revés.

Éramos dos corazones rotos luchando contra la soledad y la mierda de destino que nos había tocado en suerte. Y nos apoyamos el uno en el otro sin perder los límites de nuestras propias islas de dolor, sin unirnos del todo, porque no nos queríamos de esa forma. Sin embargo, fuimos novios durante años. Y confidentes. Y amigos del alma. Nos lo contábamos todo; sellamos un pacto estricto de sinceridad que jamás hemos roto, y al final nos convertimos en familia, en unos de esos hermanos que matarían por el otro.

El sexo entre nosotros era un mundo donde explorábamos nuestros cuerpos en busca de un orgasmo épico, donde nos internábamos en lugares pantanosos y desconocidos, donde experimentábamos para conocer los límites de nuestro placer y ahogar el dolor de nuestras almas. Nunca he vuelto a tener unas experiencias tan intensas, porque con Troy me sentía completa en ese sentido, me fiaba de él, se lo daba todo y él me lo otorgaba a mí también. Pero no era amor, sino amistad, atracción, necesidad… Las paredes de nuestro apartamento en Boston fueron testigos de una gran pasión y de un declive cada vez más claro de nuestro «amor». Si hubiéramos seguido juntos, nos habríamos acabado destruyendo.

Recuerdo cuando me llegó la carta de aceptación para el mit a nombre de mi nueva identidad, una que oculta mi verdadero apellido y lo sucedido. Por fin tenía un destino, un futuro, un propósito. Y no era al lado de Troy como pareja. Yo no lo quería de esa forma ni podía seguir con esa tórrida relación donde no poníamos ningún límite a nuestras experiencias.

Los dos necesitábamos volar. Él también lo sabía. Troy debía encontrar a su chica, yo debía seguir experimentando con otros, sin abrir mi corazón, sin dejarlos entrar, sin compromiso. Lo había hablado mucho con Kathy, y no había tardado en descubrir cuáles eran mis verdaderos sentimientos por Troy, junto a mi necesidad de seguir mi camino sin ser su pareja, de aprender a avanzar sola, pero sin perderlo. Él es todo alma, sentimiento, corazón. Yo soy química, cuerpo, explosión. Precisábamos respirar por separado.

No fue una separación dolorosa ni triste. Lo hablamos, planteamos las bases para redefinir nuestra relación y ambos convenimos seguir conectados durante el resto de nuestras vidas, porque nuestro amor como amigos seguía presidiendo nuestros corazones. Fue como si los dos esperáramos alcanzar ese instante, como si fuéramos conscientes de que había llegado el momento de encontrar un nuevo rumbo cada uno por su lado, pero sin desligarnos del todo. Seguimos apoyándonos, hablando a diario, contándonoslo todo.

Lo miro un segundo, sentado al lado de Dinah en la mesa presidencial, en su boda, tras haber alcanzado por fin esa meta perfecta. Es feliz. Su cara, sus ojos, su brillo… Todo en él es una pancarta reivindicativa de su felicidad. Y mi corazón siente alegría por él, gratitud por haberlo acompañado en su camino hasta desvincularse de su padre para siempre para encontrar su verdadero destino.

Aparco mis recuerdos y vuelvo a contemplar al semental que me va a alegrar hoy la noche. Rubio, ojazos azules, cuerpazo de vaquero entrenado, sonrisa de ligón… Se parece al actor que da vida a McGyver en el reboot, y me pone un montón. Ya hemos follado bastantes veces de forma espontánea desde mi llegada hace tres días, y es justo a quien requiero en una situación como esta. Un tío sin ninguna pretensión romántica. Bueno en la cama. De esos que no se paran a pensar en mí como si fuera un tarrito de cristal. Capaz de regalarme un millar de gemidos en una misma sesión. Y sin esperar nada después, solo una despedida fácil.

Nuestro primer polvo salvaje fue el día de la boda de Holly y Clark, y me dejó claro su grado de fogosidad. ¡Acabé temblando y con ganas de más! Por eso repetí varias veces esa noche y cuando el destino nos ha vuelto a reunir.

Le guiño un ojo con una mueca provocativa. Es perfecto para estos momentos, para llevarse de mi cabeza el pasado, a Brent, la mierda de lo que su libertad significa para mí. Para mantener a raya mi miedo. Para controlarlo y ayudarme a no sentir cómo me agarrota los músculos y me produce temblores. Solo un cuerpo sudado y caliente puede borrar la huella del dolor, desconectarme, borrar de mi mente que él está fuera de la cárcel y puede venir a por mí. Que Summer lo ha liberado. ¿Lo hará? ¿Encontrará Brent la manera de aparecer en mi puerta para cobrarse su venganza? El metálico sabor del miedo me recorre la garganta, pero no le voy a dar la satisfacción de desmontarme ahora.

Escribo una proposición indecente en el móvil para Jack: «Tú, yo y una pared». Es la mejor manera de afrontar la situación sin mostrar mi grado de afectación ante Troy. Él se merece su luna de miel y el pack completo. Por eso no puedo confesarle cómo me siento en realidad, jamás lo privaría así de su felicidad.

Jack está enamorado de Dinah, y es de los que te dejan claras sus intenciones desde el principio: cama, orgasmos, placer y olvídate de los abrazos, las caricias y el romanticismo. El tío perfecto para este momento… Su respuesta no tarda en llegar: «Prepárate para gemir a lo bestia».

Estamos sentados a la misma mesa, junto a Kim, Mimi, Clarence, Tina, y sus parejas. Cuento los minutos para terminar el postre y poder tomarme uno más potente. Jack promete dármelo con sus palabras y una expresión muy clara de sus intenciones, y siento la excitación en forma de humedad entre las piernas. El tío es bueno con las miraditas sexys, de esos que te derriten las bragas solo con pasar sus ojos por tu cuerpo. Es exactamente lo que busco esta temporadita.

Los discursos empiezan con Clark como padrino. Siguen con la madre de Dinah, el padre, la abuela, Holly, Kim, Tina, y al final Jack se pone en pie para decir cuatro palabras muy sentidas. Noto enseguida su dolor en ellas. Es como si destilaran arrepentimiento, recriminaciones hacia él mismo, heridas incurables.

—Dinah, siempre imaginé tu boda de otra manera. —Su silencio repentino llena la atmósfera de sobrecogimiento, a semejanza de su expresión—. Admiro tu coraje, tu valentía, tu forma de ver la vida, tu manera incondicional de querer, cómo tu entusiasmo borra cualquier dolor u oscuridad y, aunque no supe valorarte como merecías, y acabaste encontrando el amor en unos brazos que no eran los míos, siempre te querré. —Levanta una copa de champán con una sonrisa tan triste que me parte el alma—. Por vosotros, Dinah y Troy Gibbons. Os deseo toda la felicidad del mundo.

La última parte la dice con la voz rota y un silencio sepulcral llena el salón de banquetes. Su historia es de conocimiento público y el salón entero sabe que este momento es doloroso para ambos. Dinah se levanta para caminar hacia Jack y abrazarlo. Hay lágrimas insinuándose en los ojos de ella y los de él están húmedos, llenos de abatimiento y resignación.

—Yo también te quiero un montón —susurra Dinah en su oído—. Y vamos a ser los dos felices. Te lo prometo.

El silencio envuelve su regreso a la mesa presidencial. Troy le pasa el brazo por los hombros cuando llega a su lado y ella apoya la cabeza en su pecho. Es bonito ver el amor que destilan sus gestos. Me levanto para coger el micro que me alcanza Jack y acortar este momento tan emotivo.

—A diferencia de Jack, yo siempre he imaginado una boda así para ti, Troy, como el caballero medieval que eres —anuncio guiñándole un ojo, con un toque de humor para aligerar la densidad del ambiente—. Con una morenaza capaz de hacerte perder tanto el norte, que incluso has movido la sede social de la empresa para estar a su lado. —El murmullo ahogado de los consejeros de gbs Airlines es suficiente para recordarnos cómo de mal se lo tomaron al principio—. Has dejado atrás una vida jodida para embarcarte en otra llena de felicidad. Y no sabes lo orgullosa que estoy de ti, hermano del alma. —Me permito un segundo de debilidad para volver al redil, levantando la copa—. Os deseo muchas noches de sexo inolvidable y una vida llena de orgasmos.

Troy suelta una carcajada al escucharme y ambos sabemos que hay mucho detrás de ella. Se arrima a mí, me envuelve entre sus brazos y me susurra al oído.

—Algún día tú tendrás lo mismo.

Vuelvo a sentarme cuando regresa a la mesa para escuchar el discurso de Jonathan Barrett, el padre de la novia, el de Molly, Adam y el de Roy, los tíos de Holly y Troy. Después viene el primer baile de la pareja de recién casados y no tarda en abrirse el bar. Como no podía ser menos con alguien como Troy, hay una barra de sofisticados cócteles en un lado, con dos camareros de esos de película, como Tom Cruise en Cocktail, y botellas de lo más caras. Al acercarme, uno de los dos chicos me guiña un ojo. Soy de las primeras en pedir, los demás están todavía en las mesas o bailando. Pero los cócteles siempre han sido mi perdición.

—Zoey, ¿verdad? —pregunta el camarero, sorprendiéndome.

—La misma. —Compongo una mueca de asombro—. ¿Cómo lo sabes?

—El novio nos ha ayudado un poquito. —Me muestra una foto que guardan bajo la barra—. Nos ha dado las instrucciones precisas de prepararte un Cosmopolitan solo con verte. Y sus deseos son órdenes.

Se me seca la boca. Un Cosmopolitan… Los recuerdos aparecen con rapidez para llevar mi corazón a un estado de agitación imposible. Se ha acordado… Pensaba que solo había sido una promesa infantil, de esas que surgen cuando estás demasiado jodido para pensar en positivo y cualquier cosa te vale para convencerte de que vas a superar lo insuperable.

Veo cómo el chico llena la coctelera con los ingredientes. Hielo, vodka, licor triple seco, zumo de arándanos y zumo de limón. Todo en sus cantidades precisas, como un perfecto profesional. Lo agita durante los veinte segundos reglamentarios y lo sirve en una copa de martini, adornada con la cáscara de una naranja.

Los recuerdos vuelven a desfilar por mi mente, ahogándome. El barman me ofrece la copa, la cojo con los dedos temblorosos y levanto la mirada para encontrarme con la de Troy. Sigue bailando con Dinah y su sonrisa es plena. Le muestro el combinado y él asiente, enseñándome su Cherry margarita, con una clara aceptación de lo que significa.

Una vocecita en mi interior grita para hacerse oír: «Lo prometiste, Zoey. El Cherry margarita solo es la prueba de que Troy lo ha conseguido. Por eso te ofrece un Cosmopolitan, porque tú también puedes aspirar a las cerezas». Pero no me lo acabo de creer. Solo tenía quince años cuando acepté esa promesa, y estaba convencida de que Troy regalaría un Cherry margarita en nuestra boda. Ha llovido mucho desde entonces. Y míralo, bailando con una chica distinta. Y sin que eso me duela en el corazón.

—¿Sigues colada por él? —La pregunta susurrada de Jack me acelera el pulso—. Te lo estás comiendo con los ojos.

—Nunca estuve enamorada de él —admito—. Aunque durante años pensé que esa sería yo, y no Dinah. —Los señalo con la cabeza, de forma disimulada—. ¿Y tú? ¿Cómo lo llevas?

Chasca la lengua con una expresión dolida.

—¿Hace falta responder a eso?

—Para nada. —Me llevo el cóctel a los labios—. Podríamos ahogar un poco las penas en el baño o contra cualquier pared de este sitio. —Me aproximo a su oído para susurrarle—. Me pone un poco de exhibicionismo, y más si es con un empotrador.

—¡Vas fuerte! —Suelta una carcajada—. Me gusta.

Me agarra de la mano libre, coge al vuelo una botella de champán del bar y tira de mí hacia las escaleras que comunican con la bolera. Están escondidas tras una puerta, en un rellano fuera de la sala de banquetes, pero tanto él como yo las conocemos a la perfección porque nos hemos pasado varias veces durante las obras. Abre la puerta para dejarlas al descubierto.

Le doy un par de sorbos al Cosmopolitan, degustando no solo su sabor, sino también su significado, y escucho de nuevo las palabras de Troy de aquel día, diez años atrás. Habíamos comprado varios ingredientes para preparar cócteles mirando vídeos de YouTube mientras nos confesábamos nuestros secretos. Y yo le había mentido a Brent para compartir la tarde con mi amigo. Aunque jamás imaginé las consecuencias.

Troy y yo llevábamos dos años de amistad, desde que chocamos en la escuela por casualidad y empezamos a hablar. Ese día él acababa de perder a su madre y yo llevaba dos años viviendo en el infierno. Dicen que dos almas perdidas siempre se identifican. Y eso nos sucedió a nosotros; vagábamos por un laberinto de dolor, nos sentíamos desamparados, incapaces de avanzar sin sentir cómo nos rompíamos a cada paso. Quizá por eso el destino nos acercó.

Desde entonces nuestros días se habían llenado de confidencias a medias, sin llegar a profundizar. Ambos teníamos miedo de hablar, de contarnos hasta la última gota de nuestro sufrimiento. Los dos habíamos aprendido a base de golpes que era mejor guardarse las cicatrices. Pero el día de las confesiones ambos decidimos emborracharnos a lo grande para abrirnos en canal. Y resolvimos que con cócteles iba a ser mil veces mejor. Entonces me aficioné a ellos, porque me recuerdan a ese día.

A veces tomamos decisiones amparados en una tontería, otras en la nostalgia y el recuerdo. La madre de Troy acostumbraba a preparar combinados para paliar sus penas a base de alcohol, y al morir había dejado un arsenal de utensilios en un mueble de la cocina de su casa. Adoraba los combinados de color rojo, y el Cosmopolitan era su preferido, por eso buscamos la receta para darle vida en primer lugar, junto a uno de mi elección. Mi amor por las cerezas y el regusto de mi última lectura romántica, que transcurría en la Riviera Maya, me llevaron a proponer el Cherry margarita. Y así acabamos con los dos combinados sobre la encimera de la cocina, dándoles tragos, en busca del valor necesario para compartir nuestras miserias. Mientras bebíamos, él empezó a hablar, con música rock indie de fondo y la sensación de estar entrando en una dimensión diferente de nuestra amistad. Me dolió escucharlo, conocer sus traumas y sus angustias, y lo abracé al terminar para reconfortarlo.

—Ahora es tu turno —susurró en mi oído segundos antes de soltarme—. El mejor de los dos cócteles es el de cerezas, no me extraña esa obsesión que tienes por ellas. Pero el Cosmopolitan significa mucho para mí…

—Yo también prefiero el Cherry margarita. ¡Está impresionante! —Le di un sorbo a ese combinado—. Desde luego, el tequila se ha convertido en mi bebida alcohólica top, ¡y combinada con cereza ya no te digo!

Sonrió con tristeza porque el de su madre había quedado en segundo lugar, pero no podíamos obviar la evidencia de cuál era nuestro favorito.

—Pues bébete un buen sorbo y empieza a hablar.

Un escalofrío se encargó de recorrerme la columna vertebral. Su historia era dura, pero la mía era turbadora, y nada ni nadie podía ayudarme a salir del infierno. Apuré uno de los vasos para llenar la inhóspita sensación de mi estómago, asentí, suspiré, tragué saliva, me estrujé los vaqueros con los dedos temblorosos y, al final, con una voz casi ahogada, se lo conté todo, sin guardarme nada dentro.

Al terminar, Troy me abrazó durante una eternidad. Tenía lágrimas en los ojos, ya que era consciente de que no tenía el poder de liberarme, y la rabia lo consumía. Nos quedamos muchos minutos quietos así, juntos, hasta que depositó un beso suave en mis labios y levantó su vaso.

—No volveremos a probar estos cócteles hasta que uno de los dos haya superado sus mierdas —anunció con la humedad presente en sus ojos—. Cuando ocurra, invitará al otro a un Cosmopolitan mientras él se toma un Cherry margarita para anunciar a lo grande que ha logrado dejar atrás sus malos rollos, y que al otro le toca lo mismo. Sin excusas. Porque somos fuertes, Zoey, y vamos a salir de esta juntos. Te lo prometo.

Entonces no supe qué significaban esas palabras ni cuánto me afectarían un día como hoy. Acepté sin pensar, solo como un trato de esos que se cierran en la adolescencia. Y, aunque tardé dos años en salir de mi tormento personal, ese día nos hicimos más fuertes; su promesa me ayudó a soportar muchos malos momentos.

Jamás he vuelto a beber un Cosmopolitan hasta hoy. Y en la invitación de Troy hay un desafío implícito. Porque Brent ha regresado a mi vida. Y esta es su forma de decirme que vamos a superarlo juntos, que él jamás dejará de estar a mi lado y que lucharemos por derrotarlo de nuevo. Como Brent tiene un dispositivo en el tobillo que da cuenta de su localización en todo momento, cuento con tiempo para encontrar la manera de volver a meterlo entre rejas. Doy otro sorbo, dándome cuenta de que lo lograré, de que de una forma u otra volveré a acabar con él, porque ya no soy esa niña asustada y sin salida de antaño.

Sigo a Jack escaleras abajo, acabándome el cóctel como una aceptación del reto lanzado por mi amigo. Voy a neutralizar la amenaza y después me permitiré seguir caminando con la cabeza bien alta, sin sentir el peso de Brent sobre mis hombros. Recuperaré mi libertad y terminaré con mi proceso de cicatrización total.

Cuando empiezo a bajar los escalones, me concentro en Jack. Su expresión muestra dolor, decisión y lujuria a partes iguales.

3

Out Here on my Own

Jack

La llevo a nuestro sótano, al lugar sagrado donde Dinah se siente feliz, un oasis secreto solo nuestro. De Clark, de Kim, de Dinah y mío desde siempre, y ahora también de Holly y de Troy. Es una venganza pura y dura a la mujer que se ha casado con otro. Aunque no tengo ni idea de por qué me parece que si Dinah se enterara, se molestaría.

Abro la puerta con la llave que tengo desde hace años, cuando Clark nos enseñó el lugar solo a nosotros para compartir horas juntos o en soledad. Siempre he respetado este santuario. Porque me gustaba tener algo nuestro, este secreto, esta parcela de intimidad solo para los cuatro.

Únicamente una vez intenté bajar a una chica, y fue porque estaba muy pasado de alcohol. Recuerdo la rabia y el dolor en la cara de Dinah cuando me encontró con Chelsa en la puerta y descubrió mis intenciones de llevarla a nuestra fiestecilla privada en el sótano. Fue el día en el que conoció a Troy. ¡Maldito sea ese día! Quizá mi idea de bajar con Chelsa fue una premonición de que acababa de cambiar mi suerte con Dinah, de que ella, sin saberlo todavía, había encontrado al amor de su vida. ¡Y no era yo!

La luz no tarda en iluminar el espacio. Reprimo las lágrimas de gilipollas y aprieto fuerte la mandíbula, con un subidón de rabia, dolor, ansiedad. Troy ha querido respetar los deseos de su ahora mujer y mantener este lugar intacto. Y lo odio por ser tan considerado, tan buen tío, por haber apoyado a Dinah en todo, incluso en el tema escabroso de ese pasado que me ocultó. No le perdono que decidiera contárselo a él en vez de abrirse a mí. ¡Será capulla!

Yo era su mejor amigo, su amor, el hombre de su vida, ¿y me traicionó con un millonetis? ¿Por qué me escondió un secreto de ese calibre desde los nueve años? Queda claro que estoy cabreado con ella por su forma de actuar. Y por haber sido testigo de su «sí quiero». Y por haberla perdido. Eso jode un montón.

Coloco la botella de champán que he robado de una de las cocteleras del bar sobre la mesa y agarro a Zoey por la cintura para llevarla hacia una pared, la primera que encuentro. ¿Quiere a un empotrador? ¡Pues ese soy yo! Porque le voy a dar sexo del duro sin pedirle permiso.

Ella responde a mis besos con pasión. Es ardiente, lo sé por cada uno de los polvos compartidos desde que la conozco. Ardorosa, kamikaze, apasionada, febril y muy lanzada. No le da miedo probar nada ni deja de sorprenderme cada vez que nos enrollamos. Y no busca un después, solo disfrutar del momento.

La ropa empieza a volar. Sus fogosas manos toquetean mi cuerpo, lo llenan de caricias muy sensuales, lo llevan a arder. Sus labios recorren partes de mi piel demasiado sensibles para no gemir. Y los míos la devoran. Mi deseo alcanza una dimensión desconocida. Zoey sabe cómo despertarlo y hacerlo escalar el monte de la dureza con su lengua recorriendo mi torso, con los dientes rasgando puntos calientes y sus manos mágicas en la entrepierna. Gimo y gruño al mismo tiempo, viniéndome arriba.

Me coloco un preservativo con rapidez, la levanto en brazos, le cruzo las piernas en mi cintura y la penetro aguantando su peso con los brazos, empujándola contra la pared con fuerza, embistiéndola con movimientos bruscos, fuertes, duros. Mis dientes le acarician la piel del cuello. Cada uno de sus gemidos me alienta a llegar más dentro de ella, a invadirla con más ímpetu, a deslizarme más profundo en su cavidad. Siento sus dedos agarrarme del pelo para tirar de él. Mi boca desciende hasta uno de sus pezones para lamerlo y ponerlo de punta.

Estoy empapado en sudor, los músculos se quejan del esfuerzo de aguantarla a peso y embestirla sin tregua, pero sus ruidos de placer me animan a continuar hundiéndome en ella, entrando y saliendo de su interior con nervio, llevándola al abismo de placer. Ahora sus uñas están rasgando mi espalda.

—Me voy a correr —susurra con la voz entrecortada.

No me detengo, sigo empujando sin rebajar la potencia, arremetiendo contra ella, internándome en su cuerpo con esa dureza que borra mi dolor. Sus gemidos preceden a las contracciones de su vagina, que me llevan muy arriba, casi a rozar las estrellas. Y me libero, suelto mi cuerpo, me elevo en un orgasmo impresionante, me uno a ella con los jadeos de placer, sintiendo cómo mis mierdas se desvanecen barridas por completo por esa sensación de gloria donde solo puedo seguir moviéndome para liberarme dentro de ella.

Cuando la suelto, y Zoey vuelve a poner sus piernas en el suelo, siento mis brazos flojos, pero también una sonrisa aflorar en mis labios. Me deshago del preservativo y lo guardo en una bolsa de plástico para tirarlo al subir. No pienso desobedecer las normas de este lugar porque no quiero perder el derecho a bajar aquí siempre que me interese.

Sigo viviendo en una caravana con toda mi familia y, aunque tengo mi habitación, la comparto con Kim cuando está aquí. Y este sitio a veces es el único lugar para encontrar un pedacito de soledad. Zoey se muerde el labio con una mueca lasciva y se coloca la ropa interior.

—¿Dónde estamos? —pregunta con diversión en la mirada—. ¿En el sótano de los gin-tonics de Hendrick’s?

Levanto las cejas mientras me coloco los boxers y los pantalones del traje.

—Troy no tiene secretos para mí —confiesa—. Me contó vuestras fiestecitas aquí abajo, los combinados de Holly, las borracheras, incluso el cabreo de Dinah cuando quisiste bajar a uno de tus ligues.

Me dejo la camisa abierta y me siento en el sofá. Ella ocupa un espacio a mi lado, sin cubrirse, solo con las braguitas y el sujetador blanco de encaje. Esta chica nunca tiene vergüenza.

—Troy debería meterse en sus cosas —suelto sin ocultar mi cabreo.

Me inclino un poco para descorchar el champán y darle un sorbo directamente de la botella. Es caro, francés, de una marca impronunciable. El tío se ha gastado una pasta indecente en esta boda. Pero, claro, ¿quién no despilfarraría si tuviera sus asquerosos millones en la cuenta corriente?

—Somos amigos desde hace mucho tiempo —explica ella cogiéndome la botella para darle un generoso sorbo—. Y es un buen tío. No deberías guardarle tanto rencor.

—Ya… —Resoplo—. No, si tienes razón, Troy no me ha jodido de ninguna manera, pero verlo casarse con Dinah es una putada.

—Son felices. Eso debería contar para rebajar tu cabreo, ¿no crees? —Me dedica una mueca socarrona antes de dar buena cuenta de la botella y cedérmela—. Además, estás enfadado contigo, no con él.

—Cierto. —La miro asintiendo, ya que tiene razón, y con ella no tengo necesidad de ocultarme—. Esa es mi excusa para una sesión de sexo en la boda. ¿Cuál es la tuya?

Noto enseguida cómo se le ensombrece la expresión. Sus músculos faciales se tensan, los ojos se cierran un poco, la nariz se dilata y los labios sueltan aire con más rapidez de la normal.

—Nada importante.

Miente. Lo tengo clarísimo. Solo necesito fijarme en su rictus rígido, en las palabras lanzadas con aspereza, en cómo ha tensado el cuerpo.

—Lo nuestro es sexo sin compromiso. —Bebo un poco y le vuelvo a ofrecer el champán—. Voy a follar contigo tantas veces como me lo pidas sin que ninguno de los dos exija nada a cambio. Pero te voy a poner una condición.

—¿Cuál?

—No quiero mentiras. No las necesito en mi vida ni en una relación como esta. Podemos ser amigos, salir por ahí, compartir estas semanas, follar como locos y vivir a lo grande. Pero sin engañarnos en nada.

Estoy harto de las mentiras. Dinah me escondió su relación con Troy hasta que ya no pude hacer nada para evitarla. Me ocultó ese pasado suyo tan jodido. Y ha acabado casada con otro. Kim guarda algún tipo de secreto, lo sé, y me gustaría descubrirlo. En mi vida ya hay demasiadas mentiras para meter algunas más.

—O sea, ¿me estás proponiendo una amistad con derecho a roce y siendo muy sinceros el uno con el otro? —Me guiña un ojo—. Voy a alojarme en casa de Troy y Dinah mientras estén de luna de miel, y conozco a poca gente aquí. Me iría bien un amigo con quien compartir las horas. Clark y Holly necesitan muchísima intimidad, y Tina cuenta con pocos ratos libres.

—¿Has dejado tu trabajo? —La miro sorprendido. Lo poco que sé de ella es su gran compromiso con la ciberseguridad, su empleo en una empresa tecnológica puntera que montaron un par de amigos suyos de la universidad—. ¿Y tu doctorado? Troy nos contó que estás con un proyecto en el mit para convertirte en doctora.

Contrae de nuevo los músculos de su cara, y eso me da una pista clara de que algo le sucede.

—He hablado con el profesor Mayer para trabajar desde aquí en el proyecto durante unas semanas. Solo me queda acabar de escribir la tesis y defenderla, prácticamente he terminado. En cuanto a mi curro, la ventaja de ese tipo de empleo es que puedo hacerlo desde cualquier parte. Solo necesito un ordenador y conexión a internet.

—Pues el plan parece perfecto para los dos, porque Clark está muy encoñado con Holly, Dinah se larga de luna de miel y mi hermana actúa como si estuviera cabreada con el mundo. Me apetece tener a alguien con quien hablar sin pelos en la lengua. Y si además me calienta la cama… —Le doy un apretón en el muslo para rebajar la intensidad del momento—. Podemos intentar compartir nuestra soledad mientras exploramos nuestros cuerpos. —Le guiño un ojo—. Si alguna vez uno de los dos quiere dejarlo estar, lo dice, y tan amigos. Pero solo si te comprometes a decirme siempre la verdad, y si cuando te pregunto algo no quieres contestar, pues lo dices, pero no me mientes.

—Cuenta conmigo. —Le pega otro lingotazo a la botella—. Eres lo que busco, un tío claro, sin intenciones románticas y con ganas de disfrutar del momento. Ni citas ni sentimentalismos. Además, puedo cumplir con la sinceridad si tengo tu permiso para no contestarte cuando no me apetezca.

—No suena mal… —Sonrío—. Podemos compartir hasta donde queramos. —Suspiro al darme cuenta de que si no puede haber mentiras entre nosotros, soy el primero que debe caminar en esa dirección.

—¡Trato hecho! —Me tiende la mano para que se la estreche—. A mí también me vendrá bien un follamigo durante el verano.

—¿Quieres contarme qué te ha traído aquí durante tanto tiempo?

Cierra los ojos un segundo, le da un sobro a la botella y niega con la cabeza antes de esbozar una sonrisa un poco triste.

—Pasapalabra.

—Asumo que es algo gordo. —Le quito la botella para beber yo—. Si algún día quieres hablar, aquí me tienes.

—Vale.

Durante unos instantes nos quedamos callados, solo bebiendo un poco. Mi móvil emite una vibración para avisarme de la llegada de un mensaje. Es de Clark, preguntándome dónde me he metido. Le contesto con un par de emoticonos que explican mi situación comprometida y él me manda un puño con el pulgar hacia arriba. Con mi historial no le cuesta imaginarme en brazos de una chica, y dudo que no intuya de quién se trata.

—¿Tienes algo de música? —Señala mi teléfono.

—Algo.

—A ver. —Me lo quita de las manos cuando todavía está la pantalla desbloqueada y empieza bucear por mi Spotify, pero no encuentra el real, sino el nuevo que me he creado para poder escuchar música triste sin delatarme—. Pensaba que sería una colección nada desdeñable de country —musita confundida—. ¿Y solo tienes una lista de canciones, a cuál más melancólica?

—Es mi segundo perfil —admito, decidido a cumplir a rajatabla mi intención de no mentir—. Puedo ponerte el de verdad, si quieres.

Alargo el brazo para recuperar el móvil.

—¡No! —Me da un manotazo para impedir que se lo coja—. ¡Me molan las baladas!

Navega un rato por la lista, comentando algunas de las canciones, y acaba dándole play a Out Here on My Own.

—Me encanta esta canción —admite—. Ya que hemos decidido no mentirnos, te confesaré que soy forofa de los musicales de todos los tiempos y Fama es uno de mis preferidos. Irene Cara ofrece una interpretación magistral de este tema en la película.

—Te imaginaba más de rock indie, como Troy.

—También me encanta. Compartimos muchos gustos musicales, pero yo tengo mis secretitos.

Me guiña un ojo con una sonrisa pícara. Esa pequeña confesión me interna en mis sentimientos más convulsos, recordándome los secretos de Dinah.

—No deberías ocultarle cosas si es tu amigo —digo de una forma más brusca de la deseada—. La amistad consiste en eso, en la confianza total.

—Y no se lo escondo. —Me roba el champán—. Troy también mira musicales alguna vez, cuando se lo suplico con insistencia. Me conoce un montón, me ve como soy y no me juzga, nunca lo ha sido de esos. Por eso jamás le oculto nada.

—¿Hace mucho que lo conoces?

—Desde los trece. Doce años…

—Yo a Dinah de toda la vida. —Suelto un suspiro—. Y no le perdono que me escondiera su secreto más doloroso.

—A veces no importa cuánto tiempo habéis compartido una amistad, sino cómo ha sido. —Su sonrisa me parece muy genuina—. La tuya con Dinah ha sido larga, bonita y llena de buenos momentos. Deberías encontrar la forma de reconstruirla antes de que sea demasiado tarde. Porque, aunque se haya casado con otro y te creas muy enamorado de ella, sigue siendo tu amiga.

—¿Cuándo te has convertido en una mujer tan sabia?

Me da un golpecito en el brazo con la mano abierta.

—¡Eh! ¡Yo siempre he sido sabia! —Me dedica un puchero fingido, suelta una carcajada y se levanta—. Venga, deberíamos regresar a la boda antes de que nos echen en falta a los dos.

—Te han reservado una habitación de hotel esta noche, ¿verdad?

—Querían la casa para ellos…

—Prepárate para no dormir demasiado.

4

San Francisco

Zoey

Tengo una resaca de narices. Me duele la cabeza, noto el estómago revuelto, la boca pastosa y apenas puedo abrir los ojos sin sentir la luz como un atentado contra ellos. Pero el despertador del móvil no perdona y pita sin parar para anunciar la hora de despertarme.