Coconut macarons - Pat Casalà - E-Book

Coconut macarons E-Book

Pat Casalà

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Beschreibung

Me llamo Kim Gates y estoy hasta las narices de ver cómo mi ex es feliz con su mujer. Si ella no hubiera aparecido, yo habría tomado mejores decisiones y no estaría de regreso a Little Falls hecha polvo. Lo único que me faltaba eran los recurrentes sueños eróticos con el dueño del club de swingers llamado Hell's, al que conocí por casualidad en la despedida de soltera de mi cuñada. Su nombre es Devil, y le va que ni pintado porque se ha colado en mi cabeza para sumirme en un infierno personal, el del deseo perverso. Mi nombre verdadero no importa, porque lo dejé atrás, junto a mi pasado, ese que me rompió hasta obligarme a reconstruir mi corazón a cachitos. Me convertí en Devil, el dueño de un club dual llamado Hell's, con una zona swinger y otra especializada en fiestas privadas subiditas de tono. Gano más pasta de la que puedo gastar, soy despiadado, exigente y muy activo con las mujeres. Aunque la mayoría parece obsesionada en buscar algo más que sexo, como si fueran capaces de llegar a mi corazón. Y eso no va a suceder nunca.

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Primera edición: mayo de 2022

Copyright © 2021 Patricia Casalà Albacete

© de esta edición: 2021, Ediciones Pàmies, S. L.C/ Mesena, 1828033 [email protected]

ISBN: 978-84-18491-99-3BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografías: Melica/Bezikus/ShutterstockIlustraciones del interior: pixabay.com y freepik.es

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

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Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

A los sicilianos del siglo xv, por inventar los macarons.

A los compositores de música clásica para piano, ¡os quiero!

A la pasión: sin ella no tendríamos imaginación.

A Little Falls, por existir en mi mente y ahora en la vuestra.

1

Chocolate macarons

Kim

Entro en el pasillo oscuro y camino despacio, con el corazón bombeando a toda velocidad en el pecho y mi respiración acelerada, jadeante, ávida. Me paro frente a la puerta, la abro y me muerdo el labio al descubrir las escaleras al otro lado, con un fuego intenso ardiendo en mi cuerpo, en mis fibras nerviosas, entre mis piernas. Miro a ambos lados para cerciorarme de mi soledad antes de poner el pie en el primer peldaño.

Mientras asciendo a las entrañas del infierno escucho su voz. Masculina, viril, sensual… Y huelo ese aroma que lleva embriagándome desde hace días, uno a madera secada por el sol, con notas marinas, un fuerte matiz cítrico y ese olor a hombre tan característico, como si mi olfato pudiera percibir sus feromonas. Gimo de excitación, como la única vez que lo vi y estimuló mis sentidos para despertar un deseo sin precedentes, uno que me ha traído de nuevo al Hell’s con la única intención de verlo otra vez y conseguir que se hunda en mí hasta llegar a las profundidades de mi deseo.

Aparece de repente en lo alto de las escaleras. Rubio, ojos azules, un cuerpo perfecto y musculoso escondido bajo un traje de diseño, esa barba de cuatro días bien cuidada sobre unos labios tan besables que avivan las llamas del deseo y me arrancan un jadeo ansioso de él… Es idéntico a Charlie Hunnam, el actor que encarnaba a Jax en la mítica serie Sons of Anarchy.Me paso la lengua por los labios anhelantes. Él me observa con una mirada penetrante, viciada por el deseo, cargada de promesas de pasión. Su nombre es Devil, y desprende la palabra «sexo» por cada uno de sus poros. Parece que vibre en el aire que respira. Y me alcanza en forma de lujuria.

Baja dos peldaños repasándome con los ojos lujuriosos, devorándome con ellos como si estuviera hambriento de mí, y consigue despertar llamas en mi entrepierna. Junto los muslos en un intento de rebajar un poco esa necesidad imperiosa de rozarme contra él, de que me toque en ese lugar palpitante. Llega hasta mí en dos movimientos rápidos, me agarra con fuerza del pelo y me atrae a sus labios para arrasarlos. Sus besos son calientes, húmedos, eróticos.

Gimo, resuello, respiro a mil por hora y me acerco a su cuerpo con el deseo de sentir su erección en mi sexo ardiente. El contacto dispara latigazos de placer sobre la ropa, estimula ese botón que es capaz de detonar y llevarme a la cima. Me restriego contra él al ritmo de sus lengüetazos, de ese beso tórrido que me incita a gritar cada vez más fuerte, a escalar el monte del orgasmo, a percibir la potencia del éxtasis atraparme.

Sus manos me desnudan la parte de arriba del cuerpo con rapidez mientras las mías hacen lo mismo con él. Le tocan los músculos, los amasan, los sienten, los recorren hasta que la boca las reemplaza para lamerlos, morderlos, besarlos… Él baja una de sus manos hasta mis muslos y me levanta la falda muy despacio, sin dejar de tocar cada pedazo de piel en el camino. Estoy tan mojada, tan excitada, tan anhelante que cuando llega a la ropa interior y la recorre con el dedo muevo el cuerpo para indicarle dónde lo requiero; clavo los dientes en su torso cuando me retira la braguita y empieza a masajear mi centro de placer. No preciso demasiadas caricias para notar cómo se me tensan los músculos y todo mi cuerpo se contrae un segundo antes de estallar al ritmo de las embestidas del orgasmo. Grito su nombre, aúllo, jadeo.

Agarro las sábanas con una mano, las estrujo, me arqueo, me desgarro gimiendo una y otra vez, acompañada de las embestidas brutales de mi placer… Abro los ojos de golpe, empapada en sudor, con una de mis manos entre las piernas y rastros del último sueño en mi mente, devolviéndome a ese instante irreal en el que Devil consigue despertar mis deseos más primarios. Ha sucedido igual cada una de las siete últimas noches: su recuerdo me ha invadido durante horas para arrastrarme a una abrasadora lujuria que explosiona siempre con un épico orgasmo, pero nunca llego arriba de las dichosas escaleras ni consigo superar las caricias. El muy capullo se ha metido en mi mollera de una forma imborrable, y me consume el deseo.

Me enderezo en la cama, me coloco un cojín detrás de la espalda, enciendo la lámpara de la mesilla de noche y miro por la ventana hacia las estrellas del exterior, frustrada por mi avidez absurda. El tío es el dueño del Hell’s, un club con una zona swinger y otra especializada en fiestas privadas subiditas de tono, con dos puertas que separan los ambientes. Lo he visto una sola vez, por lo que no tiene lógica sentirme atraída por él ni ponerme cachonda en sueños al recordarlo, y mucho menos cuando ya ha transcurrido una semana desde nuestra única y breve interacción en la despedida de soltera de Zoey.

Fue un encuentro muy extraño; todavía no entiendo qué me pasó ni por qué me comporté como una auténtica idiota. Había salido de la sala donde los boys bailaban quitándose la ropa frente a un grupo de mujeres entusiasmadas. Estaba harta de fingir que seguíamos siendo las mejores amigas del mundo mundial, así que decidí adentrarme en la zona swinger para dejarme llevar por mis instintos más primarios y dar el primer paso para superar de una vez tanto tiempo de abstinencia. Ansiaba disfrutar como una voyeur en busca de emociones fuertes. Porque llevo dos años y medio en dique seco y pensé que quizás había llegado la hora de volver a la acción.

De repente me invadieron las prisas por recuperar una parte de mí que había acabado varada en un rincón inaccesible, como si el olor o el ambiente del lugar me instaran a volver a ese mundo que creía totalmente olvidado; pero no lo logré. La puerta de acceso a la parte interesante del Hell’s estaba cerrada, era impenetrable. Intenté abrirla de diversas formas, hasta maldecir con rabia y darme por vencida, con un cabreo de narices.

Mientras regresaba al reservado donde me esperaban las chicas, andando furiosa y con deseos de aporrear algo, él salió de una de las puertas tras la que se escondían las escaleras que ahora pueblan mis noches. No tardé en descubrir que era Devil, el dueño del local. El nombre le va que ni pintado, porque se ha colado en mi cabeza para sumirme en un infierno personal: el del deseo perverso. Me excitó con una sola mirada, al respirar su mismo oxígeno, al escuchar su voz sensual…

Suelto una larga bocanada de aire, aflojando un poco la tensión de recordarlo. A pesar no conocerlo, y de la absurdidad de mi proceder en ese breve encuentro, no logro rebajar mis ganas de él. Recuerdo lo que sentí cuando sus ojos se toparon con los míos y le colgó a la chica con la que mantenía una conversación telefónica. Un gemido se me escapa al evocar su mirada sobre mi cuerpo, cubierto con uno de mis atuendos más provocativos, de esos que solo ofrecen lo indispensable a la imaginación y ponen a cien a los tíos. Pensaba que él había caído bajo mi hechizo, porque sus ojos me abrasaron, pero a la vez irradiaban confusión, como si mi presencia le despertara un dolor sordo mezclado con un deseo imposible. Sin embargo, en vez de seguir los instintos carnales que se adivinaba en ellos, me increpó con rabia.

—¿Qué coño haces aquí? —me espetó acercándose demasiado a mí, con temeridad y decisión—. ¿Quién cojones te ha enviado? —Señaló las puertas—. ¿Está ahí? ¿La muy capulla me espera en una de esas salas para reírse en mi puta cara?

Mi corazón se aceleró al ritmo de las llamas que ardían en mi cuerpo.

—Yo… no —balbucí, incapaz de reaccionar. Su contacto me afectaba muchísimo, y no conseguía recuperarme ni apagar el fuego ardiente en mi cuerpo.

—Tú no ¿qué? —Apretó los labios con fuerza y me acercó a él hasta tenerme a pocos centímetros. Mi corazón parecía un maníaco a punto de explotar y mis jadeos ya ni te cuento. Su piel ardía a través de la ropa, la mía era una pira. Esa mirada, esos labios, esos músculos… Me cortó la respiración y me humedeció las bragas. El tío desprendía feromonas muy potentes, y mi necesidad de probarlo era absoluta. Solo podía pensar en nosotros jadeando sin ropa, aplastados contra la pared, tocándonos, besándonos…—. ¿Quién cojones te ha dejado pasar sin consultarme? ¡Soy el puto Devil, el dueño de esto! ¡Nadie entra sin mi permiso!

Me arrimó todavía más a su cuerpo musculado, atlético, caliente y abrasador. Podía escuchar sus respiraciones aceleradas y oler ese aroma a hombre que ahora no ceja en el empeño de regresar a mí por las noches. Me rodeó la cintura con un brazo para apretarme contra su dura erección. Estaba mojada, ansiosa, necesitada. Y no comprendía de dónde venía esa atracción casi animal, ni mi inmovilidad ni esa imposibilidad de encontrar una sola neurona con capacidad de reacción.

—El… dueño. —Me humedecí los labios con la lengua porque se me habían quedado resecos. Me palpitaba el corazón entre las piernas, con un latigazo de avidez. Él me miraba con hambre, como si estuviera a punto de lanzarse a devorarme hasta la última migaja, y en mi fuero interno le supliqué que me besara, que me desgarrara la ropa, que me follara una y otra vez.

—Eres tan igual…

—¿Igual? —Hablaba con palabras cortas, escupidas entre jadeos, como si la presencia de este tío me hubiera hecho papilla el cerebro y fuera incapaz de funcionar con coherencia; mi único instinto era rendirme a mi deseo y terminar en una cama. O contra cualquier superficie. Mientras él estuviera dentro de mí, tanto daba…

La mano que Devil tenía en mi cintura me subió un poco la camiseta para acceder a mi piel y cuando la tocó un gemido de colosales dimensiones delató mi estado de álgida excitación. Entonces me empujó con su cuerpo hasta apoyarme en la pared y sentí su erección en mi vientre, la dureza de su miembro, su respiración acelerada en mi boca, casi rozándola…

Su forma de mirarme… Era como si sus ojos fueran llamas que lamían cada una de mis partes erógenas. Me calentó como jamás lo había hecho nadie, y despertó mi lado más salvaje. Sentí su mirada de depredador a punto de saltar sobre su presa, su anhelo perverso y encendido, sus ganas de mí. Había tensión sexual invadiendo el ambiente. Era pura atracción animal. Y no entiendo por qué en vez de apartarlo me froté contra él, lo animé a seguir empujándome hacia la pared, le permití tocarme, acercarse, respirar tan cerca de mis labios que casi podía saborear el beso…

Si no llega a aparecer Zoey unos segundos después, quizá me habría abalanzado sobre él en plan leona para arrancarle hasta la última prenda de ropa. Pero la intervención de mi cuñada consiguió que se largara cabreado y dejándome con un calentón difícil de aplacar sin una sesión a solas. ¡Estoy muy mal de la cabeza! Bastaron unos segundos para ponerme a cien. Y no lo entiendo. El sexo para mí es una búsqueda de sensaciones desde que rompí con Clark, mi novio de toda la vida, pero siempre con su cara presente en los sueños eróticos, incluso en mis escarceos con otros. Él era tierno, cariñoso, respetuoso, plácido… Arrugo la cara porque en realidad con Clark los encuentros eran desapasionados, planeados, sosos, carentes de chispa, por eso cuando lo nuestro se rompió vinieron los otros, la práctica desenfrenada, el libertinaje y la ausencia total de filtros a la hora de acostarme con tíos que no me importaban, siempre en busca de algo más potente, de un nuevo salto en la carrera de conseguir orgasmos cada vez más intensos, de saciarme, de alcanzar la cima de la exaltación.

Lo más patético de todo es que durante los últimos cuatro años y medio me he torturado pensando en Clark cuando estaba con otro, soñando con él en cada una de mis fantasías, dándole una dimensión estratosférica a lo nuestro, y apenas he intentado aceptar ni la realidad ni el hecho de que con Holly, la capulla de su mujer, una supermillonetis robanovios, ha cambiado un montón, ha evolucionado y ha logrado abrazar una pasión desconocida. La odio con todas mis fuerzas. Si ella no hubiera aparecido, mis decisiones habrían sido otras y no habría llegado a la situación insostenible que me hizo pedazos.

Crecí imaginándome una vida con Clark. Él era mi principio y mi final, el único dueño de mi alma. Nos hicimos novios como algo natural en nuestra relación. Formábamos parte de un cuarteto indivisible, de un grupo cohesionado con un destino concreto. Dinah se casaría con mi hermano Jack de mayor, reabrirían juntos The Fall, la bolera de la familia de ella, y él tendría su espacio para la cría de caballos. Clark y yo iríamos juntos a Yale después de una boda preciosa, donde viviríamos en un piso pequeño, pero felices para siempre. Él estudiaría Ingeniería Aeronáutica y yo, Veterinaria. A la vez. Porque él me esperaría en Little Falls hasta que pudiera ir con él a la universidad, y ahí iniciaríamos nuestra vida en común. Ese era el plan, uno clarísimo, trazado de antemano, como a él le gusta, porque Clark siempre ha sido de planificar hasta el último detalle de su vida.

Por eso rompí los esquemas para provocarlo cuando me di cuenta de la cantidad de pasión que nos faltaba, de la poca intensidad de nuestras relaciones íntimas, de su incapacidad para vibrar al tocarme. Ser testigo por casualidad del escarceo entre Melisa Summers, la capitana de las animadoras, y Reese Richards, el quarterback de los Lions, me abrió los ojos a la realidad, una en la que lo mío con Clark palidecía.

El día que lo cambió todo yo había llegado muy pronto a la pista de baloncesto de mi instituto de Little Falls para el entrenamiento con mi grupo de animadoras y me había escondido entre las sombras de los bancos, cobijada por la ausencia de luz y los casilleros. El vestuario estaba en el sótano, al lado de la pista, y toda la zona carecía de ventanas al exterior; solo me acompañaban las luces de emergencia: cuatro pilotos encendidos en un recinto enorme. Era mi práctica habitual: solía pasar ratos a solas, pensando, ideando el futuro, viviendo mis fantasías en silencio a medida que el tiempo avanzaba. Me escondía en ese rincón porque era un lugar casi invisible, donde nunca había nadie. Melisa y Reese aparecieron de repente, media hora antes del entrenamiento. Los escuché reírse al entrar, sin accionar el interruptor de la luz. Entonces sus risas se convirtieron en besos, gemidos, gruñidos, resuellos… Parecían muy apasionados, y más cuando Reese empezó a susurrarle a Melisa guarradas muy subidas de tono, de esas que conseguían ruborizarme y, a la vez, humedecerme como jamás me había ocurrido.

Salí de las sombras dispuesta a gritarles y caminé decidida hasta el vestuario, pero entonces los vi y mi mundo se derrumbó. Reese la penetraba por detrás medio desnudo. Ella estaba de espaldas a él, con el cuerpo inclinado, apoyándose con los brazos en el respaldo de un banco. Reese se cernía sobre ella, la envolvía, se movía con fiereza y la hacía gritar. Tenía una mano posada en las taquillas de encima del banco y la otra en el sexo de ella, dándole placer con el dedo. Sus susurros me impactaron en la entrepierna y me encolaron al suelo, justo al lado de la puerta de entrada, con unos deseos perversos de no perderme ni un instante de ese acto tan devastador para mi libido.

—Córrete para mí mientras te follo como nunca te han follado —susurró él con la voz ronca—. Mi polla se clavará tan fuerte en tu interior que te pasarás semanas sin poder caminar bien, pero volverás a quererla ahí una y otra vez porque te harás adicta a ella.

Bajó la otra mano a los pechos de Melisa y mi cuerpo vibró de necesidad y de avidez absoluta. Me puse cachonda de una forma muy desconocida para mí. Por las palabras de Reese, por la posición, por los gemidos de Melisa, por cómo se la follaba. Y me abofeteó la verdad más absoluta, una que me destruyó: Clark jamás me hablaba así, ni hacíamos nada aparte del misionero ni nuestros encuentros duraban demasiado. Eran planos en comparación con cómo follaban esos dos. Nunca me había sentido tan excitada como esa tarde ejerciendo de voyeur. Melisa y Reese rezumaban sexo y pasión, y yo supe que quería eso en mi vida, no unos encuentros sexuales planeados y carentes de ardor. Ese fue el principio del fin, me mostró a una Kim con un ansia voraz de sentir, una que vivía reprimida sin saberlo y precisaba liberarse para volar muy alto.

Cuando ambos explotaron, volví a mi escondite con una necesidad implacable entre mis piernas que no se me pasó hasta que me encerré en el baño unos minutos después para solucionarlo. Ser testigo de ese acto fue mi perdición; a partir de ese instante me sorprendí fantaseando con tener esa clase de sexo, pero con Clark no había manera de conseguirlo. Era tan formal, lo nuestro era tan «vainilla», tan blanco, tan inmaculado…

Un par de días después me compré un conjunto de ropa interior sexy en una tienda de segunda mano, gastándome una buena cantidad de mis ahorros, preparé una estrategia para sorprenderlo en nuestro próximo encuentro, previsto, como siempre, con días de antelación, y acabé bebiéndome las ganas con el café de después, porque Clark estuvo cero receptivo. Y ahí empezó mi descenso a los infiernos. Anhelaba pasión y solo recibía cariño. Quería fuerza, dureza, que me arrancara la ropa a mordiscos, pero él me trataba como si fuera una muñeca de porcelana.

Por eso, cuando aplazamos un par de años nuestra marcha a la universidad para que Dinah acabara su carrera, acepté la beca para Yale. El curso se iba a acabar en tres semanas, mi marcha no iba a ser hasta dos meses después, y no tenía pensado largarme sin él, porque en ese tiempo esperaba ver cómo la bestia interior de Clark se despertaba y reaccionaba. Quería avivar su rabia, su deseo, su necesidad de mí, y conseguir que me retuviera. Pero él fue comprensivo con mi decisión, me animó a seguir mis sueños, estuvo a mi lado, me cogió la mano, y mi ropa siguió intacta. Me dejó marchar, incluso me deseó suerte el día que le pidió una pickup a Adam, su jefe, para llevarme al aeropuerto… Fue el Clark de siempre: responsable, cariñoso, perfecto. ¿Por qué no luchó por mantenerme a su lado? ¿Tan poco le importaba?

Sabía que no me amaba de la misma forma que yo a él. Yo sentía pasión, desgarro, necesidad. Pero Clark no me correspondía y me trataba como si al tocarme fuera a romperme. No lo entendí entonces, pero ahora sé que solo podía ofrecerme su amistad porque jamás me amó de forma romántica, sino más bien como a una amiga de toda la vida; éramos dos almas unidas por una cercanía construida a base de compartir nuestras existencias desde niños. Por eso acabé engañándolo al llegar a Yale. Me tiré a mil tíos y colgué fotos delatoras en una cuenta de Instagram; quería que él pudiera enfrentarse a mi traición cuando alguno de mis antiguos compañeros de Little Falls se lo contara. Clark no tenía móvil, ni redes sociales ni nada parecido por aquel entonces; por eso confié en las malas lenguas del pueblo.

Me pasé semanas esperando su aparición en mi habitación de la residencia, dispuesto a reclamarme con esa pasión que tanto necesitaba; tenía las maletas todavía por deshacer y estaba dispuesta a todo por retenerlo a mi lado, incluso a escuchar sus reproches y a pelearme con él en plan gata en celo. Pero el tiempo pasó, y él jamás apareció. Una noche de desesperación me emborraché y rompí con él por teléfono, aferrándome a ese último recurso, pero tampoco funcionó.

Cuando un par de meses después volví a casa con el rabo entre las piernas, decidida a aceptar cualquier tipo de relación mientras fuera con Clark, Holly se lo había llevado para siempre. Al enfrentarme a esa realidad, deseé hundirle un puñal en el corazón a esa arpía que me lo había robado todo: el novio, el futuro y la felicidad. Y ahí empezó mi caída libre al mundo de la amargura.

El hombre de mi vida siempre ha sido Clark, mi corazón le pertenece y nada puede desbancarlo. Por eso lleva cuatro años y medio capitaneando mis deseos, abriéndose paso en mi cerebro cuando me acuesto con otro, siendo el protagonista indiscutible de mis noches. ¿Y llevo una semana imaginándome con Devil? ¿Con tenerlo entre mis piernas? Resoplo. Solo necesité unos minutos a su lado para excitarme como una quinceañera hormonada. ¿Su recuerdo es suficiente para empezar a arder de esta manera? ¿Para cambiar de protagonista en mis sueños calientes? ¿Para borrar la huella de Clark en mis fantasías eróticas? Es tan surrealista que me desconcierta…

Una nueva imagen de Devil aparece en mi mente como un fogonazo e incendia hasta la última fibra nerviosa de mi cuerpo. El reloj marca las dos de la madrugada, es viernes, y soy incapaz de conciliar el sueño de nuevo: llevo demasiados días ignorando la situación. Ha llegado el momento de pasar a la acción. Suspiro con fuerza y me levanto de la cama con un único propósito: el de desprenderme de Devil.

Tras una ducha rápida, me visto con un conjunto de lencería muy sexy, me coloco un abrigo encima como única ropa y salgo de la habitación sin hacer ruido, mordisqueando uno de los chocolatemacarons con los que Troy nos sorprendió anoche en la cena; estoy dispuesta a volver al Hell’s para propiciar un encuentro con su dueño, a ver si se me quita de una vez el calentón y vuelvo a mis sueños habituales.

2

Bagatelle No. 25 in A Minor WoO 59: Für Elise

Devil

La noche está en su punto álgido en el club. Desde que abrí sus puertas siete años atrás ha incrementado su popularidad, y solemos tener lleno a diario, hasta bien entrada la madrugada. El tema del sexo vende, y más si ofreces excelencia a los clientes. Por eso en el Hell’s solo hay lo mejor: las marcas más exclusivas de alcohol, la limpieza perfecta, las salas mejor dotadas y decoradas, la música del momento, ambientes para cada tipo de fantasía, clientes acreditados, la exigencia de análisis antes de acceder, confidencialidad, empleados a la altura, chicos y chicas con buenos espectáculos, rincones temáticos, experiencias diversas… Nada se escapa a mi capacidad de crear la atmósfera perfecta para disfrutar del sexo de forma libre, despreocupada y segura.

El Hell’s es mi refugio, el único lugar donde el pasado desaparece y no me persigue, mi cárcel particular, porque si salgo a la superficie, los recuerdos regresan con fiereza y me invaden con su cadencia dolorosa. Por eso he dejado mi nombre verdadero atrás, mi antiguo yo, mi identidad. Ahora soy Devil, el rey de este infierno donde los cuerpos arden, la magia del sexo lo llena todo y la imaginación es la única moneda de cambio para exprimir hasta el último segundo en el club.

Son casi las tres de la madrugada. Estoy en el salón de mi casa, sentado frente al piano, solo cubierto con unos bóxers y una bata abierta, dándole vida a Ludwig van Beethoven a través de su Bagatelle 25 in A Minor WoO, 59: Für Elise. Llevaba ocho años sin tocar una pieza clásica, sin sentir ese hormigueo en los dedos cuando las teclas vibran al ritmo de ese tipo de melodías, pero los siete últimos días he sentido cómo la llama de la necesidad crecía en mi interior, cómo ansiaba volver a llenar el silencio de estas paredes con composiciones de cuando era otro, a pesar del dolor y de las emociones enredadas en las notas.

A veces me sorprende que incluso compositores de la talla de Beethoven puedan dedicarle sus mejores obras a una mujer. Elise, o Therese, como se llamaba en realidad la supuesta destinataria de esta partitura, solo para piano, rechazó a Beethoven cuando se le declaró, y se casó con otro. Es acojonante que él le dedicara una bagatela en vez de mandarla a tomar viento.

Llevo ocho años en los que las mujeres solo me interesan para darnos placer mutuo y explorar nuestros cuerpos más allá de los límites. Sin promesas. Sin futuro. Sin sentimientos. Sin nada que enturbie nuestra relación con emociones que a la larga solo fracasan. Lo sé por experiencia. Mis dedos se deslizan por las teclas con una técnica impecable. No en vano me pasé los veintidós primeros años de mi vida siendo un virtuoso del piano, abandonándolo todo por las clases, por aprender, por practicar, por ser el mejor, por llegar a los corazones ajenos a través de la música. Era tan ingenuo… Entonces creía en las pasiones del alma, en explorarlas, en expandirlas a través de las teclas, en mostrar mi corazón al desnudo, aunque acabó pisoteado, roto, quebrado en mil pedazos que después se ensamblaron con la incapacidad de amar. Porque amar te destruye. Por eso lo blindé, lo protegí, lo cubrí con una coraza dura para no permitir que los sentimientos lo invadan.

Dejo de tocar y le doy un profundo trago al whisky de malta que hay sobre el piano. La carga emocional es demasiado intensa, y me había prometido no volver a caer en esta trampa mortal. La música clásica me trae reminiscencias de un pasado que solo quiero aniquilar. Es mi única debilidad. Me duele recuperar las emociones cada vez que mis dedos acarician el teclado con ese tipo de piezas. Las traen de regreso y me arrancan alguna lágrima perdida en la desmemoria. Por eso llevo estos últimos años sumido en el silencio al realizar cualquier actividad diaria, negándome a encender el hilo musical a todas horas, como solía hacer antes, en esa existencia donde adoraba la compañía del sonido y le permitía que me sedujera con la música de otro tiempo.

Ahora soy un fanático de vivir sin melodías clásicas, de los ritmos actuales y de aplastar cualquier tipo de sentimiento romántico. Pero siempre sucumbo a los pianos que he instalado en cada uno de mis rincones privados del edificio, a mi necesidad imperiosa de darles vida a las partituras, aunque llevaba mucho tiempo sin rendirme a las que más recuerdos me traen.

Desvío la mirada a la enorme pantalla colocada en la pared de enfrente, esa que preside mi salón. Me da una perspectiva bastante clara de varias salas del club, aquellas donde los clientes firman su consentimiento para ser grabados al entrar, siempre con fines de preservar su seguridad, porque, como buen empresario, jamás lo usaría para otra cosa. Aunque debo admitir mi afición a mirar a los demás durante sus prácticas sexuales.

Desde que renuncié a mi otro yo me he aficionado a ejercer de voyeur siempre que las personas observadas no se sientan intimidadas ni violentadas por mi presencia, a permitirme juegos sexuales cada vez más atrevidos, a follar mientras observo a otras parejas retozar. Y las cámaras son una forma perfecta de controlar el negocio y deleitarme con el placer ajeno si me apetece.

Pocas personas conocen mi casa, este enorme dúplex situado encima del club, donde paso recluido la mayor parte de mis días. Es mi lugar más privado, uno en el que solo tienen cabida las personas a las que considero de mi círculo: Kevin, Errol y Davina. Ellos son mis únicos amigos, las tres personas en las que confío, mi familia. Y nunca me traicionarían. Son mis mayores activos y mi único contacto con el mundo exterior. Entran en mi casa, como Sarah, la chica de la limpieza. Pero no le doy acceso a nadie más a este espacio reservado para mí. Para las aventuras sexuales utilizo mi sala secreta del club, y cada una de sus instalaciones.

Gano más pasta de la que puedo gastar, soy despiadado, exigente y muy activo en la cama. Pero siempre acabo escaldado con las tías, ya que la mayoría parecen obsesionadas con buscar algo más que sexo tras los primeros encuentros, como si fueran capaces de llegar a mi corazón. Y eso no va a suceder nunca más. Por eso, antes de subir aquí he roto con mi última compañera de cama, quien tenía interés en mantener una relación fuera del Hell’s y entrar a formar parte de mi vida.

Le doy otro lingotazo a la bebida. Siempre me sucede lo mismo: todas acaban exigiendo más de nuestra relación, a pesar de mi insistencia en clarificarles desde el principio mis reglas, lo que habrá, hasta dónde vamos a llegar. La veo en las cámaras colocadas en la habitación de la cama redonda, desafiándome con la mirada mientras se folla a dos tíos a la vez. Sus ojos se dirigen al lugar exacto donde está el objetivo, como si quisiera herirme con sus actos. Pero no lo consigue, porque mi corazón es impenetrable y lo nuestro solo ha sido sexo, aunque ella se niegue a escucharlo.

Coloco el vaso encima del piano y reanudo la bagatela, imprimiendo fuerza a las notas, perdiéndome un segundo en los sentimientos de rabia por haber permitido que las cosas con esa chica llegaran tan lejos. Me salté mi regla sagrada de cortar cualquier nuevo encuentro al primer indicio de acercamiento por su parte. Es mejor así, cortar por lo sano antes de despertar su necesidad de construir un nosotros. Porque no existe esa posibilidad. Pero Rebeka era tan apasionada, tan valiente en el sexo, tan cachonda que le permití llegar demasiado lejos, y ahora deberé tomar medidas drásticas; esa mirada a la cámara es un claro indicativo de problemas.

Suspiro antes de detener de nuevo mis dedos para enviar un mensaje a Duncan, mi hombre de confianza en la puerta. Nunca deja entrar a nadie sin seguir mis estrictas reglas. Escribo: «Pon a Rebeka en la lista negra». Claro, conciso y perfecto para zanjar el asunto. Que disfrute esta noche, ya que una vez abandone el Hell’s, no volverá a pisarlo. Aquí dentro mi palabra es ley. Yo decido quién entra en mi averno, y si alguien se cree capaz de desafiarme así, no es bienvenido.

Aporreo las teclas un poco más mientras observo algunas de las salas llenas de clientes en la pantalla. Pero cambio de melodía, la adapto a una más marchosa y sin reminiscencias de cuando era un imbécil. Tengo las luces apagadas; solo se cuela la luz exterior por los grandísimos ventanales con vistas a esta zona tan poco edificada de Little Rock, a un universo lleno de estrellas parpadeantes, exento de nubes, con esa capacidad de sumirme en la más absoluta concentración en mi música… El teléfono me interrumpe de repente. Gruño para responder a la llamada, que viene de la entrada del club.

—¿Qué pasa, Duncan? —contesto, malhumorado. Mis empleados conocen mis reglas, y una vez me retiro a mi piso, nadie puede importunarme.

—Siento molestarte… —En su voz se cuela la cautela. Conoce demasiado bien mis arranques de genio si se me contraría, por eso habla con prudencia—. Es una chica… Quiere entrar, pero no trae invitación, ni analíticas ni un nombre de socio…, solo ha insistido en que tú sabes quién es… —¿Una chica? ¿Y me conoce? ¡Joder! ¿Quién cojones aparece a las tres de la mañana y pregunta por mí? ¿Acaso es Nina? ¿Viene a intentar hundirme otra vez? ¿A pedirme explicaciones? ¿A exigirme algo?—. Dice que sois viejos conocidos, incluso me ha asegurado que pedirías mi cabeza si no te llamaba… Ha insistido muchísimo…

El corazón se me acelera y siento cómo mi estómago se encoge con un par de espasmos nerviosos antes de reprenderme por esa reacción nada lógica. Si es ella, si está aquí, si ha vuelto para rematarme, va a chocar con un muro que la acabará machacando; ya no soy aquel idiota al que destrozó sin piedad. Estoy blindado contra ella, sus manipulaciones y mis sentimientos. Lo dejé todo atrás, escapé, he construido una vida diferente. La he olvidado. Solo la música clásica me recuerda lo sucedido. Por eso la rehúyo como la peste, para no volver a caer en los mismos errores y demostrarme cómo se puede vencer el dolor con fuerza de voluntad. Pero la aparición de esa chica la semana pasada fue un bofetón en plena cara, me recordó demasiadas cosas, me aceleró, y sentí el eco del pasado, de Nina, de Byron, de Arnie, de mi música olvidada… ¿Acaso fue intencionado? ¿La envió alguno de ellos con vistas a preparar una visita de Nina ahora? Y si es así, ¿qué coño quieren de mí?

Cojo el mando a distancia para proyectar la puerta de la entrada, decidido a enfrentarme con Nina si es ella, de enviarla a arder en el abismo para toda la eternidad y darle el lugar que le corresponde en el mundo. Cuando veo a Duncan acompañado por una tía de pelo azul, que se parece la hostia a Bella Thorne, y también a Nina, golpeo el piano con contundencia mientras mis labios emiten un gruñido de alivio, y a la vez de excitación. Porque, por mucho que intente negarlo, Nina sigue afectándome.

Mis latidos no se ralentizan al evocar mi encuentro con esa desconocida en el Hell’s, y me impacta de nuevo. Llevo desde entonces reproduciéndolo en mis sueños, y vuelvo a sentir cómo me descoloqué al descubrirla en el pasillo de la zona de fiestas del Hell’s. Escote de vértigo, minifalda, tacones, medias con liguero, labios rojos y turgentes, esa cabellera teñida, su mirada de ojos marrones exudando sexo, como si me estuviera invitando a meterme entre sus piernas… Y su parecido físico con Nina…

Estoy seguro de que si la pelirroja no hubiera salido de la sala donde estaba con sus amigas para buscarla, me la habría follado, porque ella no rechazó mis deseos al acercarme a su cuerpo con intención de tantearla y empujarla contra la pared, ansioso por tocarla, y a la vez cabreado por su aparición. Estaba absorto por su físico, por sus semejanzas con la mujer a la que odio y a la que he arrinconado durante años. Y por su olor, y por la atracción que vibraba en el ambiente, y por las feromonas.

Esa noche palpé la tensión sexual entre los dos. Fue algo visceral, incomprensible y muy potente. Me atrapó como si no fuera capaz de dominar mis impulsos. El cabreo se mezclaba con la lujuria desenfrenada. Quería averiguar si Nina tenía algo que ver con su aparición, pero también necesitaba catarla… En el mismo instante en el que su amiga irrumpió en escena para llevársela, empezó a vibrar la música clásica en mi cerebro, a pulsar por salir, a empujarme a darle vida en el piano. Pero me he resistido hasta esta noche… Le doy un repaso completo a través de la cámara y mi entrepierna responde a su presencia con rapidez. Lleva un abrigo de lana largo hasta los pies, va poco maquillada, solo con carmín en los labios, y calza unos tacones de infarto.

—Dile que se abra el abrigo —bramo a través del móvil—. Indícale dónde enfoca la cámara y pídele que me mire.

Ahora veremos de qué pasta está hecha y si ha venido en busca de sexo o a intentar convencerme de algo diferente. Veo cómo Duncan le revela mis palabras. Ella sonríe con sensualidad, se pasa la lengua por el labio superior, pintado con carmín rojo, le lanza una mirada a la cámara y utiliza sus manos para provocarme con su gesto lleno de lascivia al apretarse los pechos de una forma muy elegante. Los botones van abriéndose uno a uno, dando permiso a mis ojos para ir descubriendo su atuendo. O más bien, la falta de él. Su mirada está fija en la cámara, es provocativa, como si quisiera seducirme a medida que se destapa, y su expresión es una clara invitación, al igual que los ligueros, el top de puntilla negro y las bragas a juego.

—Ahora bajo —anuncio—. Ponle un vestido y acompáñala a la barra de la discoteca. No tardo ni un minuto.

Me visto lo más rápido posible con un traje formal para no darle una idea equivocada de quién soy. Porque, a pesar de la sensualidad que desprende y de su clara declaración de intenciones, antes necesito saber quién es, por qué ha vuelto y qué busca exactamente de mí. No quiero ataduras. Las erradiqué de mi vida hace mucho tiempo, junto con esos sentimientos patéticos de antes. Y si esta tía viene para conseguir algo más que sexo, voy a mandarla de regreso a su casa. Aunque me impacten su parecido físico con Nina y la forma en que reacciona mi cuerpo al enfrentarme al de ella.

Mientras bajo por las escaleras, compruebo sus datos en el registro de entrada que Duncan ha colgado en el servidor. Kimberly Gates. Veintidós años. Veterinaria a tiempo parcial en un rancho llamado Cherry Ranch, de Little Falls, donde vive, y de otros tres cuando la llaman. Licenciada en Yale. Soltera. Heterosexual. Quiere experimentar. Una «yogurina» con ganas de mambo…

Debería incluir más preguntas en el cuestionario de entrada, ya que me corroe la curiosidad: ¿qué ha probado? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar? ¿Cuáles son sus fantasías? ¿Le van los tríos? ¿Con dos hombres? ¿O con otra mujer? ¿Sadomaso? ¿Orgías? ¿Intercambio de parejas? ¿Mirar? ¿Sexo oral? ¿Bondage? Las preguntas se multiplican a medida que me acerco a la discoteca. Y la más importante se desata: ¿la envía Nina o solo es casualidad? ¿Por qué creo que es lo segundo?

Cuando la vi por primera vez me atrajo y me la puso dura solo con su mirada. Por eso me acerqué a ella y la repasé con ganas de lamerla entera. ¿Pudo ser por sus rasgos tan iguales a los de Nina? ¿Por la necesidad de volver a tocarla, a pesar de mi odio manifiesto hacia ella? ¿O hubo algo más? Fue tan intenso que despertó mi amor dormido por los compositores clásicos, junto a todo lo que comporta esa música. Y ahora está aquí; después de haberle dado puerta a Rebeka, ha venido con una invitación a saborearla. Podría ser su sustituta un tiempo, hasta que la cague pidiendo más o nos cansemos de follar juntos. Porque siempre acaba pasando lo mismo, tras un tiempo, el deseo se rebaja hasta esfumarse. Sería como tener a Nina después de tantos años y resarcirme por su forma de tratarme. Me vengaría de ella en mi subconsciente, y quizá después podría volver a tocar mis melodías sin sentirme al borde de la desesperación. Pero sin saber a qué atenerme con ella —análisis y contrato—, no hay sexo, le recuerdo a mi polla erecta.

Al entrar en la discoteca, Stella me saluda desde la barra con una inclinación de cabeza. Después posa su mirada en la chica del pelo azul. Lleva un vestido rojo ajustado que se adapta a sus curvas como un guante. Tengo un guardarropa exclusivo para estas situaciones, que por desgracia ocurren demasiado a menudo. Está mirándome con ojos hambrientos, como si quisieran devorarme. Desliza la lengua por los labios dándose toquecitos lentos y suaves. Ese gesto levanta mi erección al recordar su conjunto de ropa interior.

—Dos Macallan Fine and Rare de 1940 —le pido a Stella—. Con hielo.

—¿Intentas seducirme con un trago de una botella que cuesta más de cuarenta mil dólares? —La chica se acerca a mi oído cuando me siento a su lado para susurrarme con una voz tan sexy que mi entrepierna reacciona clavándose contra el pantalón—. Porque no lo necesitas.

—Me gusta el whisky caro —admito, separándome de ella para agarrar el vaso que Stella acaba de ponerme enfrente y dejarle claro que ni soy un tío fácil ni quiero entrar en su juego sin conocerlo—. Y este es de los mejores.

Sonríe antes de coger su vaso, envolverlo entre sus voluptuosos labios y darle un sorbo sin quitarme los ojos de encima. Vislumbro una personalidad diferente a la de Nina, y eso me serena un poco.

—Espectacular. —Lo paladea despacio—. A mí también me cautiva el whisky caro, aunque, si he de ser sincera, tengo pocas ocasiones de probarlo. —Lame una gota del borde y la mantiene en la boca—. Está buenísimo.

—Tiene un sabor suave, una mezcla entre fruta, madera de roble y especias —explico—. Es uno de los mejores.

Le da otro sorbo a la bebida, la saborea poco a poco y me coloca una mano en el muslo.

—Una digna elección para el rey del infierno.

Suelto una carcajada, levanto mi vaso y lo inclino un poco, como si brindara con ella.

—Kimberly Gates…

—Prefiero Kim.

Asiento, sin separar mis ojos de los de ella.

—¿A qué debo el honor de tu visita, Kim?

—Quiero follar contigo. —Es directa la niña—. Llevo una semana con sueños porno donde tú eres el protagonista. Y esta noche quiero vivirlos. —Sube su mano por mi muslo despacio, aproximándose a mi dura erección. Acerca a la vez su boca a mi oreja, encierra el lóbulo entre los dientes y usa la lengua para lamerlo.

—Vas demasiado lanzada. —Le agarro la mano para separarla de mí—. Tranquila, cariño, esto no es una carrera: hay que ir despacio y disfrutar de cada instante.

—Estoy en un club de swingers, y aquí la gente viene a follar —susurra con sensualidad—. No se requiere la conversación.

—Pero sí unos análisis donde diga que estás limpia.

—Lo estoy. —Su lengua me recorre el cuello de un lametazo antes de regresar a mi oído—. Limpia, cachonda y húmeda. —Coloca la mano libre sobre mi otro muslo y yo se la agarro para evitar que me caliente más.

Cuando estoy a punto de ponerla en su lugar, se desata el apocalipsis.

3

Sea salt caramel macarons

Kim

De repente aparece una tía furiosa, me agarra de los pelos y me obliga a bajar del taburete. ¡Un poco más y se queda con un mechón en la mano! La rabia me posee. ¡Duele un montón!

—¡Zorra! —grita la loca esta—. ¡Es mi hombre! ¡Quítale tus asquerosas garras de encima y lárgate!

¿Su hombre? Si la muy capulla se cree capaz de enfrentarse a mí, va lista. Nadie me planta cara de esa forma ni me hiere sin encontrarse con mi mala leche. Tengo una buena escuela detrás; a pesar de lo que piensen de mí la mayoría de mis «amigos» de Little Falls o los miembros de mi familia, ya no queda nada de esa Kim buena, delicada, sosa y llena de ternura que se dejaba pisotear. La de ahora es una fiera, protege a toda costa su integridad y por nada del mundo encaja golpes sin responder con contundencia.

Le lanzo una mirada airada a Devil; me cabrean los tíos capaces de engañar así a las mujeres, pero en su expresión leo su total desacuerdo con las palabras de la tipa esta, y entonces me crezco, porque a mí no me tira del pelo ni Dios sin obtener su merecido, y menos si va de farol. ¡Será obtusa! Las tías somos lo peor: en vez de echarle la culpa a los capullos que nos engañan, la tomamos con la amante, como si él no fuera el responsable de nada. Aunque, en este caso, lo tengo meridiano: los reclamos de la morena no son ciertos; Devil grita a los cuatro vientos sus intenciones con las mujeres, es como un libro abierto para mí. Y no busca una relación ni una estabilidad: solo quiere follar. Pero muchas se confunden y se lanzan a por más sin ser conscientes de cómo se estamparán contra el suelo. Como la zumbada que me mira como si acabara de robarle lo más preciado de su mundo.

La muy mala pécora me tira todavía más de los pelos. Mi primer instinto es gritarle, pero me contengo para darle su merecido con una mayor eficacia. ¿Acaso se cree que puede ningunearme así sin recibir su castigo? Una sonrisa pérfida curva mis labios. Nadie conoce mi pasado, las decisiones que tomé cuando acepté esa nociva beca en Yale y busqué despertar la pasión de Clark. No saben que todas esas malditas elecciones me dieron una perspectiva muy distinta de la vida, me prepararon para sortear momentos así, me cambiaron y me regalaron el peor instante de mi existencia.

Si no llega a ser por la cabrona de Holly… Ardo de rabia al recordarla y le pongo su cara a la loca que todavía me agarra de los pelos y me mira como si le saliera espuma de la boca en medio de un ataque epiléptico. Porque la única culpable de mi dolor es esa millonetis entrometida que se ha llevado a mi hombre.

La morena sigue gritándome, aunque no le presto atención a su discurso. Mi única intención es follarme a Devil, quitarme el calentón y volver a tener a Clark como protagonista de mis sueños eróticos. Aunque se haya casado con otra, siempre será mi chico. Aprieto el puño con decisión; Arnold me enseñó a hacerlo bien cuando todavía fingía quererme, antes de traicionarme de la manera más rastrera del mundo, de destrozarme y de convertirme en una sombra de mí misma… Sacudo esos pensamientos de mi mente y me centro en el ahora, en mi rabia, en mi necesidad de callar a la mujer histérica que sigue berreando como si Devil le perteneciera y me odiara por interesarme por él.

—Tía —digo con una sonrisa letal. Cierro muy fuerte los dedos y me preparo para contestar a sus gritos con un golpe seco—. ¿Te has parado a pensar que él no me ha rechazado? ¿O estás tan jodidamente ciega que se te han fundido las neuronas?

—¡Puta! —contesta; me arranca un mechón de pelo y me cabrea hasta el infinito—. ¡Es mío, joder! ¡Mío!

Me trago el aullido de dolor y le estampo el puño contra la mejilla derecha sin detenerme a valorar mis actos. Joder, esta tía ha rebasado mi límite de contención. ¿De qué va? ¿Acaso se cree la única con derecho a maltratar? ¡Sé defenderme! ¡Y a mí nadie me toca un pelo y sale indemne!

—¡¿Se te va la puta cabeza?! —grita ella soltándome para taparse la boca con la mano, de donde le sale un hilillo de sangre—. ¿Quién cojones te has creído que eres?

Se acerca a mí con una expresión de furia absoluta y de dolor. Tiene la mejilla enrojecida y la sangre deja un reguero desde sus labios hasta la barbilla. Le brillan los ojos con el fuego de la ira y veo cómo junta los dedos en el puño para responder a mi acto con la misma violencia.

No me amedrento, nunca lo hago. A pesar de saber pegar, el puño me duele un poco. Pero vuelvo a juntarlo sin perder la expresión decidida cuando la tipeja esta se acerca increpándome, con el brazo en alto y la rabia escapándose a borbotones por las lágrimas que derraman sus ojos. Nada ni nadie va a atemorizarme. Ya no. Nunca más. Ahora devuelvo los golpes, incluso me anticipo a ellos. Soy fuerte, letal, una máquina de destrozar a mis adversarios antes de sentir cómo me hacen polvo.

—¡Serás hija puta! —Se lanza contra mí, pero esquivo con maestría su puño.

Cuando levanto el mío dispuesta a darle otro golpe para detenerla de una vez por todas, siento los brazos de Devil alrededor de mi cintura, y me arrastra hacia atrás. Un hombre desconocido la agarra a ella. Está mazado, mide cerca de dos metros y su expresión es seria, dura y decidida. Me rebelo retorciéndome entre los brazos del demonio, porque a mí nadie me detiene, y menos él, que ha sido incapaz de mover un dedo antes de mi reacción. ¡Y esa capulla acaba de arrancarme un mechón de pelo!

—¡Suéltame, joder! —ordeno con un tono frío—. Voy a partirle la puta cara a tu chica. —Me revuelvo entre sus firmes brazos, pero el tío está cachas de narices y no me suelta ni un ápice—. ¡Y a ti también! ¿De qué vas tonteando conmigo si tienes novia?

—Tranquila, fiera —susurra, y luego la mira—. Rebeka no es mi novia. Yo no salgo con tías, solo me las follo. —Levanta todavía más la voz para dirigirse a ella—. Lo hemos pasado genial, ya te lo he dicho antes. Olvídate de comportarte como una celosa compulsiva y acéptalo. Lo nuestro solo era sexo, del bueno, pero sexo, al fin y al cabo. Y se acabó. Fin de la historia.

—¡Cabrón! —grita la tal Rebeka al escuchar sus palabras—. No ha pasado ni una hora desde que has abandonado mi cama ¿y ya estás con otra? ¡Eres mío, joder!

—Conocías las reglas desde el principio —dice él sin perder la calma y sin soltarme—. Te lo advertí: no soy de nadie. Nunca. Solo comparto mi cuerpo. Por eso he terminado lo nuestro.

Dejo de forcejear con él para sentir su torso pegado a mi espalda, el calor que emana de él, su erección clavarse en mi trasero, a pesar del momento discordante. Y el enfado se diluye en deseo, uno de esos perversos, al oler su aroma a madera, a mar, a cítricos, a hombre, a excitación, a sexo. Empiezo a respirar más rápido. Entre nosotros se desata una potente corriente erótica, de esas que no atienden a la realidad, solo a reacciones químicas del cuerpo.

—¡Eres un maldito cabrón! —grita Rebeka retorciéndose entre los brazos del gorila que la sujeta con fuerza—. ¡No puedes abandonarme!

—Vete y no vuelvas, Rebeka. —El tono de Devil es duro y seco—. A partir de este instante tienes la entrada prohibida.

Sus ojos llamean con rabia y desesperación. No necesito ser demasiado avispada para reconocer la derrota en su mirada, el dolor, los sentimientos.

—¡Voy a cerrarte este garito de mierda! —le espeta, gesticulando con fuerza para intentar zafarse del brazo del tipo que la sujeta, sin ningún éxito—. Tengo el poder y el dinero suficientes para cumplir mi amenaza.

—Inténtalo. —No veo su sonrisa, pero la siento, es como si pudiera percibirla—. Aparte del contrato de confidencialidad, donde fijamos los términos de nuestra relación, firmaste los consentimientos para grabar algunas sesiones de sexo al límite. Tengo los vídeos, y sales muy favorecida en ellos. Tu marido los disfrutará antes de echarte a la calle y quitarte todo ese dinero y ese poder de los que tanto alardeas.

La clara amenaza le cambia la cara, como si acabara de recibir un golpe letal.

—No te atreverás. —Rebaja sus movimientos y la voz le sale apagada, casi atragantada.

—Llévatela —le indica Devil a su hombre antes de mirarla a ella por última vez—. Ponme a prueba, Rebeka. —Se da la vuelta sin soltarme—. No tengo nada que perder, en cambio tú…

Camina empujándome con suavidad hacia la puerta del final de la sala. Escucho la réplica de Rebeka a mi espalda, su sarta de amenazas, su promesa de venganza, su arranque de desesperación. Pero no puedo prestarle demasiada atención, la lengua de Devil lame mi cuello para desatar mis jadeos. Estoy cachonda perdida. Este tío parece un encendedor a gas, uno de esos capaces de prenderme con una simple chispa y convertir mi cuerpo en una fogata. Lo deseo. Nunca había anhelado a un hombre con esta intensidad ni había sentido una necesidad tan extrema de girarme, arrancarle la ropa y tenerlo dentro de mí.

Dejamos la discoteca atrás. Era una sala elegante, con luces tenues, música actual, varias personas tomando algo en la barra o en las mesas y una pista de baile con parejas subiditas de tono. Entramos en un pasillo con iluminación carmesí y varias puertas a los lados. En cada una de ellas hay un piloto de luz verde o roja para indicar si la sala está ocupada o libre.

—¿A dónde me llevas? —pregunto con la voz ronca.

Ha parado de lamerme, ahora siento su aliento jadeante en mi nuca y su erección clavarse en mi espalda. No me contesta. Se limita a detenerse frente a una de las puertas con la luz verde y me suelta antes de abrirla e invitarme a entrar. Es una habitación con una decoración moderna y atrayente, con la iluminación ligera y sugerente. Tiene una cama enorme, con sábanas de seda recién cambiadas, un bol repleto de condones sobre la mesilla, junto a una estantería llena de juguetes sexuales de todo tipo, una pila con toallas, una silla y un armario abierto con disfraces para recrear varios juegos de rol.

—Siéntate. —Señala la cama y se gira para cerrar la puerta y accionar la luz roja para evitar visitas indeseadas.

Me paso la lengua por los labios y los humedezco despacio, sin apartar mis ojos de los suyos. Estoy muy excitada. El cabreo se ha diluido en deseo. Por fin voy a alcanzar mis sueños, a pasar un buen rato y a olvidarme de él después. Es el único remedio contra la avidez y esos sueños recurrentes: llevar mis fantasías a la realidad. Aunque tengo la intuición de que nuestro encuentro perdurará en mi memoria como uno de los mejores polvos de mi vida. Cuando se gira, lo repaso con codicia. Coge la silla, le da la vuelta, se sienta a horcajadas en ella y me responde con la misma intensidad. Sus ojos recorren mi cuerpo sin esconder su deseo, pero su expresión destila ira, como si estuviera cabreado.

—¿Cómo tienes la mano? —pregunta, señalándola.

—Bien. —Muevo los dedos y se la muestro, girándola—. Me enseñaron a pegar hace tiempo. Está un poco dolorida, pero no es nada grave.

Asiente y su mirada se queda quieta en mis ojos, endureciéndose como si estuviera evaluándome.

—Vamos a dejar las cosas claras —anuncia con un tono frío—. Mis reglas son bastante fáciles y concisas. No te tocaré ni un pelo sin tu aceptación de todas y cada una de ellas.

—Suéltalas. —Sonrío, dispuesta a oír lo típico—. Pero buscamos lo mismo: nada de compromiso, disfrutar en la cama, ni citas, ni charlas ni intimar más allá del dormitorio. —Me paso una mano por el pecho y acerco mi cuerpo al suyo con intención de provocarlo—. ¿Me equivoco?

—En muy poco. —Dobla los brazos sobre el respaldo de la silla y me lanza una mirada todavía más gélida—. Te ha faltado añadir los análisis ineludibles antes de cada visita al Hell’s, tu obligación de tomar precauciones para no quedarte embarazada y aclarar que los límites físicos los vamos a poner ambos. Aunque no llevo bien la violencia y no la toleraré otra vez. Si vuelves a pegar a alguien en mi club, te meteré en la lista negra y no volverás a verme en tu vida. ¿Queda claro?

—Meridiano. —Me levanto y me acerco a él, tocándome los muslos de manera seductora mientras subo un poco el dobladillo del vestido con una mirada lasciva y me lamo los labios con lujuria nada disimulada—. Ahora fóllame.

Niega con la cabeza en un gesto categórico y me señala la cama.

—Vuelve a sentarte —ordena, pero no lo obedezco—. Sin los análisis y la firma de un contrato vinculante, no hay sexo.

—¿Y por qué me has traído aquí? —Lo miro atónita y un poco cabreada. ¿En serio quiere papeleo de por medio para follar? ¿Quién coño se ha creído que es? ¿Christian Grey?

—Para hablar y sentar las bases de nuestros futuros encuentros —explica—. Vuelve con esos resultados, firma el contrato y te daré el mejor sexo de tu vida.

Me quedo quieta a unos pasos de él. Lo tanteo con la mirada en un intento de hallar la forma de vencer sus reticencias. Gruño, porque no quiero esperar más para sacarme a este tío de la cabeza ni para saborearlo. Estoy muy excitada, y no he venido hasta aquí para irme con las ganas.

—Olvídate de una vez de las gilipolleces y dame lo que he venido a buscar. —Me quito el vestido y me quedo con mi conjunto de ropa interior sexy a rabiar—. Estoy limpia. Llevo dos años y medio sin follar con nadie, no has de preocuparte por nada.

Se levanta con un movimiento rápido y no tarda ni cinco segundos en alejarse de mí.

—Duncan te ha guardado el abrigo y el bolso en la entrada. —Camina hacia la puerta, dándome la espalda—. Dejaré una ficha abierta a tu nombre con mi aprobación para entrar, siempre que aportes los análisis y, antes de nada, estampes tu firma en los papeles. —Alarga la mano y la coloca sobre el pomo de la puerta. Se gira un instante—. Entonces podrás exigirme lo que quieras. Cualquier cosa.

Y sale de la habitación sin mirar atrás. Me agarro un cabreo de cojones. ¿Qué narices se ha creído? ¿Primero me provoca y luego me da puerta? ¡No pienso volver con sus jodidos análisis! ¡Ni firmar una mierda! ¿Acaso se cree superior a todos? ¡Voy a buscar a cualquier otro tío mañana en la boda y me lo tiraré! Seguro que los sueños son por culpa de no haber follado en tanto tiempo. Este capullo no tiene nada que ver. ¡Y ni de coña le voy a permitir que me ningunee así!

Salgo de la habitación dando un portazo y sin usar el vestido. ¡Me la suda quién me vea medio desnuda! Total, estoy en un club de swingers: aquí la gente se pasea sin ropa. Camino con pasos rápidos y muy furiosos. El tal Duncan está esperándome en la puerta. Tiene mi abrigo y mi bolso en la mano y me los ofrece cuando me ve llegar.

—Vuelva pronto. —Sonríe—. El señor Devil la ha puesto en su lista vip.

—¡Por mí como si la encabezo! —Me coloco el abrigo y busco dentro de mi bolso los macarons que me compré ayer en la pastelería del pueblo. Son de caramelo, con un toque de sal marina, una de las últimas creaciones de Eva, la dueña y una gran amiga mía y de Troy.

Me pongo uno en la boca e intento rebajar el sabor amargo de lo sucedido endulzándome el paladar. Se me escapa un gemido al notar la explosiva combinación de dulce y salado que me proporciona el primer bocado. Con una expresión taimada, miro a la cámara, levanto mi dedo corazón y se lo muestro al engreído de Devil, quien, no me cabe duda, está al otro lado del objetivo.

—¡Que te den, capullo! —Le dedico una sonrisa de suficiencia y me encamino al coche mordisqueando esta delicatessen.

Soy adicta a los macarons y a esos experimentos de Eva desde que decidió probar con unos facilitos y Troy los trajo a una de nuestras comidas. ¡Son una maravilla! Por eso siempre llevo alguno encima. Me ayudan en momentos chungos, me dan una dosis perfecta de azúcar en vena para sortearlos. Subo al coche, arranco el motor y me voy a casa con la frustración como compañera, muy cabreada por cómo de mal ha resultado la noche y decidida a no volver a pisar el Hell’s ni a pensar en su dueño nunca más.