Chocolate muffins - Pat Casalà - E-Book

Chocolate muffins E-Book

Pat Casalà

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Beschreibung

Me llamo Dinah Barrett y llevo toda mi vida enamorada de Jack, pero él no me hace ni caso y prefiere tener aventuras con cualquier otra chica de nuestro pueblo, Little Falls, Arkansas, antes que conmigo. Justo en la fiesta en la que decido olvidarle de una vez por todas y lanzarme a los brazos de otro mientras supero un pasado que me atormenta y llevo años manteniendo en secreto, Holly, mi futura cuñada, aparece con su hermano Troy. Al verle, mi cuerpo se amotina y decide con quién acabaré la noche… Aunque quizá debería pensármelo mejor… Troy es quien me está ayudando a llevar a cabo mi sueño: reabrir la bolera del pueblo. Me llamo Troy Gibbons y odio al capullo de mi padre, Luther Gibbons, el hombre que me ha destrozado la existencia durante demasiado tiempo. ¡Si incluso amenazó con meterme en la cárcel! Por eso hui tiempo atrás, pero ahora he comprado una casa en Little Falls, cerca de mi hermana Holly, y voy a firmar un contrato con los Barrett para invertir en un negocio muy motivador mientras dejo atrás el miedo y la amargura y construyo una mejor versión de mí mismo.

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Primera edición: junio de 2021

Copyright © 2021 Patricia Casalà Albacete

© de esta edición: 2021, Ediciones Pàmies, S. L.C/ Mesena, 1828033 [email protected]

ISBN: 978-84-18491-43-6BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografías de cubierta: Roman Samborskyi/Benita Kuszpit/ShutterstockIlustraciones del interior: Vecteezy.com

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

A los grupos de rock indie, por darle marcha a Troy.

A los muffins de chocolate, por endulzarnos la vida.

A mi cabeza hiperactiva, por traerme a Troy y a Dinah.

Y a todos los adictos al chocolate, porque es la esencia de la vida.

Índice

1

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Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

1

Chocolate cookies

Dinah

¡Qué frío! ¡Estoy congelada! Este diciembre está siendo lo peor. No recordaba temperaturas tan bajas en esta época desde hace años, pero es lo que hay, y no pienso quejarme. En diciembre todo es posible.

Salgo de casa corriendo y me meto en el coche de Tina, mi compi en la universidad, mi antigua colega de trabajo en el diner, el Joe’s, y mi chófer particular desde que mi hermano Clark decidió que debía estudiar Administración de Empresas en la Universidad de Arkansas de Little Rock, a lo que acabé cediendo a pesar de nuestras discusiones constantes por culpa del dinero, el coste, nuestra situación… Si no llego a conseguir una beca de estudios gracias a mis altas calificaciones, jamás habría logrado acceder a algo así, pero también era importante colaborar en casa y conseguir que Clark no vaya siempre tan ahogado. Aunque si los planes de su novia prosperan, nuestra vida cambiará un montón.

—¿Preparada para darlo todo en la fiesta de esta noche? —La efusividad de mi amiga me saluda cuando ocupo el asiento de la copiloto, y la calefacción me ayuda a entrar en calor—. Hoy pienso arrasar, ya te lo digo. ¡Me voy a ligar a Frank como me llamo Tina!

—Lo consigues fijo —Sonrío con un poco de ansiedad—. No podrá resistirse.

—¡Eh! —Enciende el aparato de música a toda potencia—. Se ha acabado ese victimismo con Jack. ¡Tía, supéralo de una vez y búscate a un maromo que te alegre el cuerpo! Sabes tan bien como yo que se merece una buena patada en el culo. ¡No puedes pasarte la vida esperándolo!

Suspiro asintiendo y me giro para mirar por la ventana mientras mi mente perversa se adentra en una de esas espirales de pensamientos machacones que debo erradicar. Llevo desde niña enamorada de Jack, mi mejor amigo desde que tengo uso de razón. A veces intento discernir el momento exacto en el que me enamoré de él, pero no lo encuentro. Siempre lo he sentido así, hasta donde mis recuerdos son capaces de retroceder. Me basta una mirada suya para alegrarme el día. Pero me duele un montón que él todavía esté con ese rollo de que soy su chica y de que se casará conmigo algún día, pero que todavía necesita quemar muchos cartuchos antes de sentar la cabeza. ¡Llevo siglos esperando a que eso suceda! Sí, lo sé, es un cliché de narices, pero es lo que hay, porque él lo es todo para mí. ¡Todo!

Hace unos meses estallé en una de las fiestas semanales en la antigua bolera, porque no aguantaba más que se tire a otras cada dos por tres. ¡Es que al final se me va a pasar el arroz! Mi reacción le sentó como una patada, y al día siguiente me abordó para contarme lo de siempre. Que me quiere un montón, que tenga paciencia, que todavía es pronto para comprometerse y bla, bla, bla. Pero ya tiene veinticinco años, y yo veinte. Y su postura es de lo más egoísta.

Ese día decidí hacerle entender de una vez por todas que o se lanza o se acabó. Incluso lo ataqué al mencionar mi intención de empezar a salir con chicos, y ahí fue donde se volvió vulnerable, porque le molestó la idea de que pierda la virginidad con cualquier otro tío. Entonces no dejó de parlotear acerca de la importancia de no precipitarme en cuestiones de sexo.

Siempre le he prometido que lo esperaría, pero todo tiene un límite. Y esa conversación me sirvió para darle un giro enorme a mi comportamiento y percatarme de cómo ponerle celoso y hacerle explotar. Yendo hasta el final con otro tío. Así de simple.

Él quiere salir con muchas, experimentar, buscar su placer antes de atarse para siempre. Y yo pienso actuar igual a partir de ahora. Porque si sigo esperando para regalarle mi primera vez, acabarán saliéndome telarañas mientras Jack acumula un montonazo de experiencia. Eso es tan injusto que le pondré remedio cuanto antes. Y mataré dos pájaros de un tiro. Además, me niego a ser una virgen inexperta cuando al final venga a mí. Prefiero tener al menos nociones básicas para estar un poco más a su altura.

Ya no tiene sentido esa idea romántica de cuando era una cría, esa de no acercarme a otro hasta que él me bese y me desvirgue porque se ha dado cuenta de su amor por mí. Por eso me lie con Mason Sullivan en octubre. Mi intención era decirle adiós a la virginidad de una vez por todas y conseguir un curso acelerado de sexo para perderle el miedo mientras despertaba al ente celoso que mora dentro de Jack. Pero Mason Sullivan, por muy guapo que sea, me atraía cero. Era mirarlo y no sentir ni un poco de excitación. Y encima Jack siempre estaba merodeando cerca cuando quedábamos a solas, intimidándolo con la mirada y con comentarios nada sutiles.

Mason era el primer chico al que me acercaba con ideas nada fraternales, y Jack lo llevó fatal. Pensaba que me sentía preparada para avanzar y dejar mi promesa atrás, pero hubo una falta total de atracción; la idea de besarlo o tocarlo en plan sexual no me interesaba en lo más mínimo, y luego estaba Jack con sus sermones diarios, su dolor en la mirada cuando le insinuaba mis intenciones… Así que la cosa quedó en nada. Algunas salidas, un toqueteo, un piquito y se acabó.

No iba a regalarle mi primer beso de verdad a Mason, un tío que es todo físico y tiene el cerebro de un mosquito. Y menos cuando él parecía interesado en una relación a largo plazo. Además, salir con él fue suficiente para que Jack reaccionara por primera vez.

Sin embargo, estoy decidida a encontrar al adecuado y convencida de que hay un tío ahí fuera capaz de excitarme lo suficiente para llegar hasta el final y de que no sucumbiré ante la intimidación de mi amigo y futuro marido.

Pensaba que el problema era este maldito pueblo. Little Falls es pequeño, y los chismes corren como la pólvora. Si me hubiera acostado con Mason, la rumorología me habría tachado de zorra para arriba, porque no me interesaba ni un poco como novio, solo como follamigo, algo a lo que él no parecía dispuesto. Y, claro, debo proteger mi reputación o mi vida será una mierda. Y eso pasaría con cualquier otro de los habituales en las fiestas…

Pero hay algo más. Llevo desde octubre saliendo con tíos de mi universidad y no consigo llegar a la segunda cita, ni siquiera a un beso al terminar la primera. Y no lo entiendo. No he encontrado a ninguno que «me ponga» y lleve a mi cuerpo a sentir deseo. Estoy empezando a pensar que tengo una tara, ya que la frustrante realidad es que cada vez que me acerco a algún tío en busca de mambo, la maldita chispa no se enciende, como si mi capacidad de excitarme estuviera apagada o fuera de cobertura. Siempre acabo dejándolos tras una primera cita desastrosa, con excusas baratas y largándome a toda prisa, como si tuvieran la peste.

¡Maldito Jack! ¡Funciona como un jodido cinturón de castidad! Es ir a besar a un tío y pensar en él para desinflarme. Esa realidad me enfurece. Cuando una toma la determinación de perder la virginidad, es una mierda que su cerebro no colabore. O quizá es mi cuerpo el que no quiere… ¡Qué sé yo!

¿Tan malo es que quiera pasarlo bien con un tío sin compromiso? ¿Con alguien capaz de aguantar la presión si Jack ronda cerca? ¿Sin promesas de esas empalagosas, ni amor ni nada parecido? ¿Una relación física llena de morbo y que me enseñe latín?

Si no hay amor y es desconocido en Little Falls, es más fácil, porque puedo ir a mi ritmo sin agobiarme y romper con él cuando me interese, sin dolor, ni rotura de corazón ni ninguna de esas mierdas. Chao, chao. Se acabó.

Así, cuando Jack se dé cuenta de que me ha perdido, correrá a mis brazos y se dejará de tonterías con las demás. Aunque hay una vocecita interna que me susurra con demasiada insistencia que quizá la idea de tirarme a un desconocido es la peor de la historia de las ideas. Pero me da igual. Voy en serio, conseguiré acostarme con un tío. ¡A la mierda Jack y sus líos! Mi cuerpo necesita un meneo a lo grande, y más cuando veo el percal casi a diario.

Seguro que un día aparece uno que funde mis neuronas y logra agitar las hormonas de mi cuerpo. No puedo ser frígida, ¿verdad? Porque con Jack tampoco me excito de esa manera, solo siento confianza, cariño… ¡Amor!

Ahora por fin tengo un propósito real en la vida para enderezar mi futuro, algo que puede ser mío, un proyecto hiperinteresante en el que volcar toda mi energía: reabrir The Fall. Es mi sueño desde hace tanto tiempo que ni recuerdo cómo empezó. Pero nada ha conseguido enturbiar esa ilusión, ni siquiera lo sucedido en esa bolera once años atrás… Y no será Jack con su aversión al compromiso quien me joda la felicidad actual, así que voy a seguir buscando a mi presa hasta que mi cabeza sucumba a la idea de llegar hasta el final con un tío.

Nos desviamos de la carretera por un camino de arena que se interna en la naturaleza, justo tras el poste en lamentable estado de descomposición donde se puede leer:

«Bienvenido a The Fall, la bolera de Little Falls, un lugar paradisíaco».

Debajo de las letras hay una ilustración de unas cataratas con gente bañándose y riendo. Cuando empecemos con el proyecto de remodelación este letrero brillará con fuerza, ya te digo.

Mientras avanzamos por el sendero, me fijo en los árboles y arbustos que nos rodean. Son densos, como si nos internáramos en una selva.

No tardamos demasiado en llegar a un gran descampado donde hay varios coches aparcados sin ningún orden, frente a un edificio de piedra enorme, con varias muestras de plantas invadiendo la fachada, con lo que se intuye que era un jardín donde todavía hay algunas mesas y sillas de madera tipo pícnic. En ellas se sientan algunos grupos de personas a las que conozco de toda la vida. Hay velas encendidas por todas partes y algunos quinqués colocados en lugares estratégicos. Fue idea mía iluminarlo así, y me encanta.

Entro en la bolera acompañada de Tina, quien no deja de parlotear acerca de sus planes para esta noche. Lleva tantos meses detrás de Frank que espero que logre por fin atraer su atención.

En el descansillo de la entrada hay una hucha donde todos los asistentes introducimos un dólar para contribuir a la compra de menaje, hielo, velas y esas cosas. Otra de las normas es que cada uno de nosotros traiga una botella de alcohol, una de dos litros de refresco, algunas gominolas y algo para comer.

Tina se queda un poco rezagada porque Frank acaba de llegar, y yo le lanzo una mirada inquieta a la puerta maldita cerrada con llave frente a la mesa con la urna. Esconde unas escaleras que en otro tiempo se usaban para acceder al piso superior, donde mis abuelos tenían las habitaciones y los baños. La bolera se construyó en su antigua casa familiar. En los 90 la remodeló mi madre siguiendo los deseos de mis abuelos paternos y protegiendo esa parte de la edificación. Y quedó todo en desuso hace once años, cuando ella se largó dejándonos en la ruina total.

Fue un desastre. Mamá nos vació todas las cuentas, hipotecó dos veces la casa, hundió el aserradero de la familia inundándolo de créditos imposibles y acabamos bajo la responsabilidad de un Clark de catorce años, viviendo en un parque de caravanas, con un padre alcohólico y yo sumida en una depresión nerviosa que me duró cuatro largos años.

Tardé diez meses en salir de casa y volver a la escuela…

Aunque nunca lo he dejado del todo atrás: lo demuestra el escalofrío que siento al mirar la puerta cerrada mientras me acerco a la urna. Las imágenes acuden en tropel, como si quisieran inundarme de ansiedad.

Desde que decidimos dar luz verde al proyecto de remodelación, regresan con mayor frecuencia. Pero voy a ganarles la batalla, como siempre.

Sacudo la cabeza con una sonrisa tensa, quitándome los recuerdos de encima en cuestión de segundos. Porque es como lo he afrontado desde entonces, y me funciona. Aniquilar, aplastar, olvidar.

Mi nuevo y brillante futuro es lo único que me interesa en este momento, y voy a luchar con uñas y dientes para alcanzarlo. Si fuera por mí, ahora mismo colgaba los estudios y me dedicaba solo a la nueva bolera. Pero, claro, Clark nunca me lo permitiría, y lo ha puesto como condición a que participe en el proyecto de The Fall. Solo podré acceder a la dirección del negocio si tengo estudios universitarios, y mientras voy a trabajar media jornada, al lado de un gerente externo para aprenderlo todo.

Mi hermano es demasiado controlador, hasta unos extremos insospechados. ¡Si le costó un montón aceptar que se había enamorado de Holly! Y míralo ahora, ñoño de narices con la millonaria. De verdad, si me llegan a decir hace unos meses que Clark estaría así, no me lo habría creído. ¿Enamorado? ¿Clark? ¿De alguien como Holly? Me habría reído en la cara de cualquiera que lo hubiera insinuado, porque mi hermano es el tío más gruñón del planeta y ella una cabeza loca. Pero míralos, están tan enamorados que dan asco.

Aunque para mí solo hay una verdad inamovible: amar duele. La vida me lo ha mostrado de muchas formas, y nada me quitará esa certeza, y menos con mi mala suerte con los tíos. Hoy, sin ir más lejos, todavía no hemos ni empezado la fiesta y Jack ya está tonteando con Chelsa White, la capitana de las animadoras de mi universidad. Es un año mayor que yo y una auténtica arpía. ¿Por qué siempre elige a las populares? ¿Y a las más guapas? ¿Y a las que apenas tienen cerebro?

Yo tengo un buen cuerpo, unas buenas tetas y un buen culo. ¡Podría mirarme de una vez! Mirarme de verdad. Porque yo no le haría ascos a su experiencia sexual…

Esta noche me he calzado unos vaqueros hiperajustados de marca que me ha prestado Holly y una camiseta muy sugerente. Pero el muy imbécil sigue sin atacarme a mí. Es guapo, simpático, sexy, increíble… Y todas las tías se vuelven locas por él. ¡Todas! No son capaces de ver más allá de sus encantos ni de valorar la realidad de lo sucedido con las otras. Ellas siempre se creen la perfecta para atraparlo y después se quedan con el corazón destrozado cuando él cumple al pie de la letra lo que les ofreció en un principio: unos cuantos polvos y adiós.

He llegado pronto para esperar la entrada triunfal de Clark, Holly y Troy, el hermano de Holly, el tío que está decidido a invertir en nuestro superambicioso proyecto para reconvertir este lugar en un complejo de ocio, y que se oculta bajo una identidad falsa para esconderse de su padre. Llegó hace unos cuantos días y todavía no lo he conocido, pero mi hermano y su novia me han contado la historia familiar y por qué Troy ha adoptado la identidad de otra persona. Su padre es lo peor.

Acabo de pagar el dólar de la entrada cuando escucho la emocionada voz de Holly.

—¡Dinah! —saluda con mucha efusividad.

Al darme la vuelta, me topo con su sonrisa y con el maravilloso ejemplar de hombre que la acompaña. ¡Joder! ¡Su hermano es la reencarnación de Liam Hemsworth! Está buenísimo. Ojos azules penetrantes, cuerpo machacado en el gym en plan asiduo, pelo castaño, sonrisa magnética… Va vestido con unos vaqueros ceñidos, una camiseta negra y una chaqueta de punto gris abierta encima. Debe de estar congelándose, pero él parece tan contento. Y huele a hombre, a loción de afeitado con un toque mentolado, a feromonas.

Lo repaso de arriba abajo con un estremecimiento de calor en mi cuerpo. Había escuchado hablar mucho de él, y no me lo imaginaba así para nada. ¡Es guapo que te cagas! Y me parece superatractivo de una manera alucinante. ¡Joder! Si hasta me humedezco al mirarlo, y algo así no me había pasado en la vida. Es que incluso siento unas cosquillas inquietantes en mi entrepierna. Y me sube el calor a las mejillas. ¿Esto es que un tío «te ponga»? ¡Flipante! ¡De verdad!

—Te presento a Troy —dice Holly señalándolo—. Ella es Dinah, la responsable de The Fall por parte de los Barrett.

—Tenía ganas de ponerte cara. —Sonríe con una inclinación de cabeza, y ese gesto va directo a mi centro de placer, despertando algo dormido hasta este preciso momento—. Estoy convencido de que vamos a conseguir un éxito rotundo.

Me quedo un segundo pillada con sus labios y esa reacción nada normal de mi cuerpo, pero enseguida me recompongo y me emociono al darme cuenta de mi capacidad de excitarme con un tío. ¡Ya era hora, joder! Empezaba a pensar que estaba averiada, pero de verdad.

—Y yo. —Lo agarro por el brazo y me lo llevo hacia la barra, acariciándolo con disimulo y felicitándome mentalmente, porque quizá tengo a mi presa ante mis narices—. Holly, paga su dólar, que le voy a hacer un tour para empezar a hacer que se familiarice con el lugar.

—¡He traído Hendrick’s! —Ella me guiña un ojo buscando el dinero en su bolso—. ¿Nos vemos en el sótano en media hora?

—Ahí estaremos —acepto con una expresión socarrona.

Veo cómo Clark la abraza para caminar con ella hacia la urna y meter el dinero. Pagar ese dólar es una forma perfecta de repartir gastos sin arruinarnos. Porque nuestro presupuesto es muy ajustado y a veces no podemos permitirnos ni eso. Ser pobre es una auténtica mierda, de verdad.

Vuelvo a repasar con los ojos al magnífico espécimen que tengo al lado, y suelto un gemido emocionado. ¡Es perfecto para mi primera vez! De fuera del pueblo, atractivo…, desprende sex appeal por todos lados…, está tan bueno que todas las demás tías solteras de la fiesta no le quitan el ojo…, no es un pipiolo universitario, sino un tío de veinticinco, experimentado, perfecto para mí… Y lo mejor de todo: estoy roja de calor, porque me pone a cien con su simple presencia. Nunca me había pasado esto. ¡Ha de ser una señal! La única pega es que después tendré que trabajar con él, y no me gustaría que una noche juntos viciara nuestra futura relación laboral.

Lo miro de nuevo y siento un subidón de deseo. Ningún problema; le aclararé mis intenciones y sentaré las bases antes de lanzarme a por el premio.

—Acompáñame a dejar las provisiones. —Señalo la bolsa y me acerco mucho a él, rozándolo con el cuerpo. Levanto un dedo para recorrerle el torso sobre la camiseta. ¿Desde cuándo actúo como una depredadora sexual? Me estoy dando miedo—. Y luego te enseño un poco esto.

—Este lugar es una pasada. —Sonríe sin reaccionar a mi insinuación—. Cuando Holly me describió la bolera, no la imaginaba para nada así. Techos altísimos, mucho espacio, ventanales para iluminar el día, paredes de piedra, diáfano… ¡Es perfecto para mis ideas!

—Era la casa de mis abuelos. —Coloco las cosas sobre la barra y tiro de él hacia la pista de baile—. Por eso tiene dos alturas. —Le guiño un ojo—. Pero la planta de arriba no la abrimos nunca, está cerrada desde hace muchos años.

—¿Puedo verla? —pregunta esperanzado—. Podríamos encontrarle alguna utilidad. Quizá una sala de fiestas para celebraciones o incluso habitaciones no tan caras como el nuevo edificio, si llegamos a construir el hotel.

Trago saliva sintiendo cómo mi boca se seca. Subir ahí arriba… Solo imaginarlo me baja la libido, y me pongo a temblar. Pero me controlo enseguida, sin ahondar en las imágenes que aparecen en mi mente, ignorando el escalofrío que desciende por mi columna.

—Hace muchísimo que nadie sube ahí, e imagino su deplorable estado, la cantidad de polvo acumulado… —me excuso con un tono demasiado asfixiado.

—No me importa. —Por suerte no se ha percatado de mi cambio de humor ni de la angustia que ha decidido colarse en mi voz—. Me apetece echarle un vistazo. ¿Por dónde se sube?

Señalo el recibidor con un latido más acelerado y la respiración entrando en barrena. Puedo aguantar hablar del piso de arriba, incluso he aprendido a adorar la parte baja de la bolera, pero subir esas escaleras…

Troy me conduce hacia allí hablando de proyectos, planes y no sé qué más. Debería escucharlo, atender a sus palabras, pero estoy perdida en mis recuerdos. Me revuelven por dentro, me hielan la sangre, me susurran que no puedo regresar ahí, enfrentarme a esa habitación…

Cuando mi madre reconstruyó la bolera, cerró las escaleras de subida a la planta superior y les colocó una puerta de seguridad para evitar la entrada de personas indeseadas. Ella regentaba el lugar; fue idea suya abrir el negocio, y se pasaba aquí buena parte del día.

Solo vi esa puerta abierta una vez, y fue el fin de mi serenidad. Crispo un segundo los labios al recordar ese día, cuando subí al primer piso, cuando lo que vi me destrozó… Cierro los ojos con fuerza. Si mi familia supiera lo que pasó…

Saco las llaves del interior del bolso, que llevo en bandolera, pero me quedo quieta frente a la puerta, sin capacidad para encajar la llave correcta en la cerradura. No me sentía así desde hace mucho tiempo. La puerta, la idea de subir las escaleras de nuevo, de enfrentarme a un pasado que llevo demasiados años tratando de olvidar…

Sacudo la cabeza para apartar mis recuerdos dolorosos. No es el momento de permitirles salir en tromba. Llevo demasiados años luchando contra ellos para perder la batalla ahora. Pero esa puerta… Otro estremecimiento me recorre la columna al avanzar la mano con la llave hacia la cerradura. Y me quedo a medio camino, temblando.

—¿Abres? —pregunta Troy cogiéndome las llaves y rozándome la piel de la mano.

—¿Podemos dejarlo para otro día? —susurro buscando el aplomo perdido.

No puedo subir ahí. No puedo. No estoy preparada.

Él debe de notar cómo empalidezco y me quedo casi sin aire, porque enseguida me rodea con un brazo por los hombros para ayudarme a entrar en calor y me separa de la puerta, colocándome las llaves en el bolso. Es extraño, pero no me molesta el gesto, más bien me reconforta.

—Quizá sea mejor verlo con luz natural —manifiesta con una sonrisa de complicidad, como si quisiera ayudarme a superar mis miedos. Aunque no se los haya contado.

—Lo siento —susurro—. Era donde vivían mis abuelos…

Menuda excusa de mierda.

Busco un golpe de voz más robusto, pero sigo en una especie de shock extraño.

—Tengo un cargamento de cookies de chocolate en el coche. —Me conduce hacia la entrada—. A pesar de la creencia popular de que a los chicos no nos interesa el chocolate, soy un adicto. ¡Y lo mejor para mí son los chocolate muffins! Espero encontrar una gran pastelería en Little Falls para aprovisionarme a diario. De momento me valen los del Starbucks de Hot Springs, pero los caseros me alucinan.

—Cookies de chocolate… —repito, todavía sin encontrar mi voz, buscando una forma de seguir hablando, aunque sea sin decir nada concreto—. En el coche… Chocolate muffins… Tus preferidos…

No contesta; se limita a salir y caminar hacia su vehículo sin soltarme. Es un jeep Grand Cherokee, último modelo.

—¿Alquilado? —pregunto, intentando de alguna manera reiniciar mi cerebro para apartar de él el puñetero pasado.

—Lo he comprado. —Sonríe mientras me abre la puerta como un caballero y me deja pasar al asiento del copiloto—. Llevo años queriendo un todoterreno, pero mi padre no quería ni oír hablar de esa posibilidad. Para él cualquier coche que no sea Porsche, Ferrari, Lamborghini, Bugatti, Pagani, Rolls Royce o Aston Martin es una baratija.

Lo dice con un tono asqueado. Y no me extraña, porque su padre es un capullo integral. ¡Preparó pruebas para inculparlo de un desfalco! Me parece increíble que un padre haga eso solo para chantajear a su hijo y conseguir el control de sus acciones de gbs Airlines.

Cierra la puerta y desaparece un instante para hurgar en el maletero, lo que me da tiempo de enfadarme con su padre mientras borro al máximo las imágenes de un pasado que vuelvo a ocultar bajo muros de contención. Un par de minutos después está en el asiento del conductor con un paquete de cookies del Starbucks, y yo vuelvo a ser casi la misma. Aunque todavía siento mis emociones descontroladas.

—Toma. —Me ofrece una galleta—. Te va a sentar bien. Confía en mí.

—Me cae fatal tu padre, ya te lo digo. —Sonrío recuperando el color y el control de mi cerebro. Hablar de los problemas de otros suele funcionar para aplacar los míos.

—Y a mí. —Crispa la cara—. Me ha amargado la vida durante demasiado tiempo. Ahora me toca olvidarme de él de una vez por todas y encontrar la forma de vencerlo para rehacer mi vida como yo quiera.

—¿No añoras la aerolínea?

—Al principio echaba mucho de menos ese trabajo. —Suspira y me mira dándole un mordisco a una de las galletas. Dios, esa mirada me lanza un par de descargas de excitación a un sitio nada púdico. Debería estar prohibida por adictiva—. Empecé a trabajar con mi padre a los dieciséis años, pero llevaba colaborando con él desde los doce. Era mi vida. A pesar de la poca capacidad que me dio para elegir algo diferente, me acostumbré a imaginarme allí, y me gustaba mi trabajo, disfrutaba mucho de ello, pero ahora lo veo con otros ojos, y más después de descubrir su juego sucio.

—Así que te toca empezar desde cero.

Es un chico sensible y lleno de dolor. Me asombra su transparencia, cómo se abre ante mí sin guardarse sentimientos, su forma de tratarme. Y también me alucina que no me pregunte por mi reacción de hace un momento.

Me ofrece otra galleta, acercándomela. Es cogerla de su mano y sentir un fogonazo en la piel que me obliga a morderme el labio para no gemir. Este tío es sexo en movimiento. Jamás me había sentido tan atraída por alguien. Recapitulo: jamás me había sentido atraída por nadie, y menos de esta forma tan visceral.

—Si me lo hubiera pedido, le habría cedido el control de las acciones a cambio de que dejara de tensar tanto la cuerda —explica—. Pero prefirió tirar por la directa e ir a por mí.

—Un padre de puta madre, vamos. —Frivolizo un poco la situación, tragándome mis reacciones.

—El peor. —Suelta un suspiro y pone un poco de música para amenizar el silencio que cae entre nosotros.

2

Do I Wanna Know?

Troy

Los segundos se acumulan sin palabras mientras tarareo Do I Wanna Know, una de mis canciones preferidas. Habla de las dificultades de encontrar el amor, del dolor que ocasiona, de alguien que intenta evitar la soledad uniéndose a una persona, aunque no encuentre la felicidad a su lado.

Al escuchar la melodía lenta, repetitiva, agónica y llena de ese dolor de la historia que cuenta, siento la misma resignación que Alex Turner nos transmite con su voz, porque en el fondo ese personaje que nos canta siente como yo esa búsqueda del amor verdadero, la sensación de que quizás un día aparezca… Llevo años buscándolo sin encontrarlo, pero no desisto: soy un romántico empedernido, y no voy a renunciar nunca a la idea de hallar a esa persona especial que compartirá conmigo el futuro. El amor es difícil, no llega a la primera, y el dolor es necesario a veces.

Dinah mira a la lejanía, todavía alterada. No tengo ni idea de por qué se ha turbado de esa forma al insinuar mi intención de inspeccionar el piso superior de la bolera, pero tampoco voy a hacer nada para averiguarlo. Desde niño aprendí a respetar la intimidad ajena y a guardarme una parte importante de mi interior al charlar con los demás. Tener un padre como el mío marca. Y la idea de compartir con otros mis más íntimos sentimientos me aterra. Solo hago lo de antes, arañar la superficie con datos que la gente ya conoce, sin ahondar en la profundidad de mis heridas.

Quizá solo necesito tiempo, hallar una vía de conocimiento acerca de cómo avanzar a partir de ahora, descubrir qué quiero y a dónde voy, delimitar un horizonte hacia el que caminar. Pero todavía es pronto para dar respuestas; antes debo deshacerme de las secuelas de llevar toda una vida bajo el influjo de mi padre.

La miro un segundo. Es guapa. Alta, esbelta, delgada, con grandísimos ojos negros, melena morena con ondulaciones y una mirada traviesa, como si fuera alguien despreocupado. Pero ese instante de debilidad la ha traicionado, mostrando alguna muesca en su corazón.

Mi mirada la intimida, aunque me la devuelve, arqueando los labios en una sonrisa preciosa. Le da luz. Y despierta partes de mi cuerpo que llevan un tiempo inactivas. Desde nuestro primer contacto he tenido que recolocarme cuatro veces la entrepierna, porque esta chica es la definición de deseo. Cada roce, cada sonrisa y cada caricia disimulada han despertado mi avidez.

—¿Quién canta? —pregunta mordisqueando una galleta de una forma tan sexy que siento un nuevo latigazo y me muevo un poco incómodo en el asiento para disimular. Señala el navegador del coche, donde he conectado el móvil por bluetooth para reproducir una de mis listas de Spotify—. Nunca había oído esta canción.

—Es de los Arctic Monkeys. —Le dirijo una mirada reprobatoria, consiguiendo controlarme—. No me puedo creer tu incultura musical. ¿En serio no sabes quiénes son?

—Perdóname por herir tu sensibilidad musical, pero no tengo ni pajolera idea de quién es ese grupo. —Hace una mueca con los labios que me calienta al momento. ¡Joder! Si no para de mirarme así, voy a explotar, y sería una pésima idea—. A mí no me saques del country.

—Sí, eso me ha quedado claro ahí dentro. A los de Arkansas os va ese tipo de música. No ibas a ser tú menos —Señalo el edificio y me obligo a no pensar con mi otra cabeza, porque nunca he sido un insensato, y no voy a empezar ahora—. Esto es rock indie, mi género favorito. Pero soy muy de escuchar de todo. Me gusta la música en general; siempre ha sido mi refugio, la verdad.

—¿Por?

Podría decirle cómo me ayuda a evadirme a otros lugares cuando mi vida es un asco, pero casi prefiero obviarlo. Porque, una vez más, quiero guardarme mis sentimientos, mi pasado, esa tormenta que cada día arrecia más en mi corazón para demostrar mi necesidad de dejar atrás el pasado para siempre, de superarlo, de no permitirle presionarme así los pulmones.

La música suele calmar mi alma, y me amansa, me llena de emociones, me acerca a la serenidad. Por eso nunca renunciaré a escucharla en silencio. Pero no puedo contárselo, porque sería abrirme en canal, exponer en voz alta una realidad difícil de asumir, incluso por mí. Así que compongo esa sonrisa ensayada durante años para complacer a mi padre y contesto con una evasiva.

—Soy aficionado a la música, eso es todo.

Asiente y vuelve a mirar hacia delante, casi acabándose la cookie.

Pasamos unos minutos así, quietos, sin decir nada. Son los suficientes para deshacerme de la erección y decirme un par de veces lo absurdo de la situación. Le llevo cinco años a Dinah, y va a ser mi socia. Pensar en ella en términos subidos de tono está fuera de lugar.

Una de las razones de instalarme en Little Falls es para recuperar a mi hermana mientras me ubico en la vida. La quiero, y no puedo soportar haberla tenido tan lejos durante estos últimos años por culpa de la opresiva manipulación de mi padre. Y no voy a estropear el proyecto de la bolera por un simple calentón. Por muy sexy que sea. Necesito desintoxicarme de Luther Gibbons, superarlo, descubrir cómo soy de verdad. Porque estos últimos años me he perdido bajo su mandato.

—El cantante tiene razón —musita Dinah girando la cara para mirarme en la oscuridad, solo amortiguada por las estrellas de la noche y la luz de la luna menguante—. A veces nos empeñamos en encontrar la felicidad con la persona equivocada. Mira a Clark: llevaba toda la vida con Kim y de repente se ha dado cuenta de que tu hermana es su chica. ¡Y él estaba jodido por la ruptura!

—Es fácil confundir el amor con la amistad profunda. —Su mirada en la penumbra me insta a sentirme cómodo, libre, capaz de hablar sin tapujos de mis creencias, sin la necesidad de contenerme como hace un momento. Y sienta de maravilla, tanto que hablo más de la cuenta, como si fuera lo más natural—. A mí me pasó con la primera y única novia de verdad que he tenido. Por suerte, nos dimos cuenta a tiempo y ahora tenemos una amistad a prueba de balas. —Bajo un poco la voz, decidido a confiarle uno de mis secretos—. Y mi padre no tiene ni idea de que la sigo viendo.

—¿Por qué susurras?

—Es la costumbre —admito, dándome cuenta de que acabo de susurrar—. Con mi padre al acecho, no se puede bajar la guardia.

—Pero él no está aquí, ¿verdad? —Su tono es cómplice, y me alienta a seguir confiando en ella—. Te has largado de tu casa, has cambiado de identidad y estás empezando de nuevo. ¡Olvídalo! No puede joderte la vida de esta forma.

—Tienes razón. —Sonrío—. ¡Hoy nos desmelenamos!

Mi móvil emite un sonido y anuncia la llegada de un mensaje de Holly.

—Nos esperan en el sótano —informo mirando la pantalla y regresando al presente. Ya tendré tiempo de analizar mi situación en profundidad más tarde, como llevo haciendo estos últimos meses. Ahora toca pasarlo bien—. ¿Vamos?

—Tu hermana es la reina de los gin-tonics. —Sonríe bajando del coche—. Tiene un arte…

—Cuenta con muchos años de experiencia a sus espaldas. —Le guiño un ojo, recuperando el buen humor y siguiéndola al edificio—. Siempre ha sido un poco kamikaze y salvaje.

—Su carácter no se parece en nada al tuyo. Te esperaba muy diferente…

Las palabras de Dinah me molestan, al intuir la mano de mi hermana en ellas. Holly tiene un concepto de mí muy alejado de la realidad, por eso suele pintarme muy diferente a como soy de verdad. Parte de la culpa es mía, por esa imagen que mi padre me ha obligado a proyectar durante demasiados años: me está costando dejarla atrás y no vestirme con ella al salir a la calle, porque en el fondo era una coraza muy bien elaborada, una manera de sentirme seguro sin mostrar mi verdadero interior.

Suspiro en silencio y la miro. No entiendo muy bien por qué, pero quiero rebatir las ideas de mi hermana para mostrarle a Dinah una parte de mí muy desconocida. Tanto para los demás como para mí mismo, ya que todavía estoy empezando a descubrirla.

—¿Qué te contó Holly para hacerte esa idea? —pregunto deteniéndome un segundo frente a la entrada del edificio.

—¿La versión resumida o la larga? —Levanta las cejas, mordiéndose los labios.

—Tenemos poco tiempo…

—¡Genial! —Sonríe, y ese gesto vuelve a recorrerme el cuerpo con calor, pero lo sofoco al instante—. Bueno, básicamente te describió como adicto a la comida gourmet, a la ropa cara, los buenos hoteles y al trabajo. Sin demasiada vida social, aparte de la obligada por tu cargo, con pocas novias conocidas, todas de la alta sociedad y con pedigrí. Una marioneta de tu padre. Y con cara de amargado casi siempre.

Suelto una carcajada forzada para evitar mostrar el golpe en el estómago causado por esa imagen que mi hermana tiene de mí. Es dolorosa, porque soy mucho más que eso, aunque no suelo mostrarlo demasiado.

—Vaya con Holly… —intento bromear.

—¿No eres así? —Se acerca mucho a mí, casi rozándome el cuerpo, y siento cómo me estremezco de la cabeza a los pies—. Entonces, cuéntame cómo es de verdad Troy Gibbons.

—Admito lo de la comida y la ropa, pero eso era antes de escaparme de Los Ángeles. —Mi mente se desplaza a esa versión de mí que en este momento me parece tan lejana—. Estos últimos meses me han servido para redescubrirme, para intentar saber quién soy y a dónde voy.

Ella me dedica una sonrisa pícara.

—No le has contado a nadie dónde has estado ni qué hacías ahí… —Vuelve a acercarse a mí para susurrarme al oído y desatar una hoguera al sentir su aliento acariciarme la piel—. Confiésame tu más sórdido secreto. ¿Dónde has estado? ¿Con quién?

—Vamos. —Doy un paso hacia atrás para apartarme de ella y de las extrañas sensaciones que me provoca—. Nos esperan.

Me doy la vuelta y emprendo la marcha otra vez, alejándome y reprendiéndome por sentirme así. Dinah me guía adentro en silencio. Su expresión es pensativa, como si su curiosidad innata la llevara a dirigirme varias miradas para descubrir hasta el último detalle de mi vida estos últimos meses.

Es intuitiva, lo noto en su forma de actuar. Y también sé que esconde algo bajo esa fachada despreocupada, la huella profunda de un trauma. Una de las secuelas de mi pasado es ser capaz de ver más allá de las personas, tener ese sexto sentido que me ofrece una mirada a su interior para descubrir sus vulnerabilidades. Y Dinah esconde fragilidad, a pesar de su coraza.

La música country invade el espacio, iluminado con farolillos, velas y algunos quinqués. Hay un numeroso grupo de bailarines en la pista dándolo todo. Me gusta verlos en directo; le transmiten al lugar esa aura de realismo que me ha faltado durante toda la vida, envuelto siempre en la impostada alta sociedad.

No tardamos en llegar a la cocina, un lugar lleno de cajas y poca gente. Dinah se para en seco al descubrir a un chico rubio morreándose de forma lasciva con una rubia explosiva. Están en una esquina, frente a una puerta de madera bastante disimulada.

Sus ojos muestran demasiado. Dolor, heridas abiertas, sentimientos desbocados…

—¡Eh! —le llama la atención, y señala a la chica—. ¿Jack, qué coño hace ella aquí?

—Chelsa se viene a nuestra reunión secreta. —Le da otro morreo a la rubia, toqueteándole el trasero con intenciones nada honestas. El tal Jack está borracho. Así lo anuncian su voz arrastrada y el olor que desprende. Y Chelsa no se queda atrás.

Mi hermana me habló de él. Es el mejor amigo de su novio y de Dinah, con quien comparten su tiempo.

—¿Se te ha caído un tornillo? —La dureza en la voz de Dinah hace patente su cuelgue por este chico—. El sótano es un secreto por algo. ¡No puedes traer a quien te dé la gana!

—¡Relájate! —Jack suelta una carcajada—. Chelsa no dirá nada. Es de fiar.

Dinah inspira cerrando los ojos y apretando los puños contra sus vaqueros. Cuando vuelve a abrirlos está un poco más calmada, pero si eres un experto en esconder tu dolor como yo, aprecias cómo le afecta la situación. Y me cabrea sin ningún sentido comprender a quién pertenece su corazón.

—Jack —dice con un golpe de voz—. Chelsa no está invitada a la reunión. Así que decide. O bajas solo o te quedas aquí con ella.

Una vez más veo más allá de sus intenciones. Hay un desafío ansioso en sus palabras, como si necesitara escuchar una respuesta en concreto, como si lo retara a dársela.

El chico le dedica una mirada intensa, demasiado para la situación. Me extraña mucho la escena, porque Holly me contó que eran íntimos amigos desde niños. Jack suelta a la rubia, le susurra algo al oído y la despide con una palmada en el trasero.

—¿Contenta? —pregunta mirando a Dinah.

—Exultante.

No dice nada más. Se da la vuelta para abrir la puerta con una llave que saca de su bolso y nos conduce escaleras abajo hasta un sótano que esconde una segunda puerta, donde nos esperan mi hermana y Clark, besándose como si no hubiera un mañana. Todavía me cuesta acostumbrarme a esta nueva Holly. Ha hecho un cambio radical, ha dejado atrás su comportamiento caprichoso para entregarse a un compromiso de verdad. Y es superfeliz. La miro con un poco de envidia, porque desearía tanto tener algo así…

—¿Un gin-tonic? —nos ofrece Holly cuando nos ve. Señala la mesa, donde hay cinco copas de balón preparadas, junto a dos botellas de Hendrick’s, tónicas, limón, hielo picado y algunas de las chucherías que mi hermana ha comprado esta tarde en el pueblo.

Nos sentamos repartidos entre el sofá y el sillón. Holly empieza a preparar los combinados ante la atenta mirada de todos.

—Id decidiendo el juego de hoy —solicita mi hermana con una mueca socarrona—. ¡Nuestro objetivo es emborrachar a Troy!

—Ni de coña. —Suelto una carcajada—. Solo voy a tomar un par de copas, que luego conduzco.

—¡Aguafiestas! —Holly me dedica un puchero—. Vale, solo dos copas, pero jugando con nosotros.

Su guiño me prepara para lo peor. Siempre ha sido muy temeraria. Sin embargo, durante la media hora siguiente, me lo paso muy bien. Me parece increíble, pero consigo divertirme con ellos. Tienen una forma muy amena de pasar el rato, animando los combinados con anécdotas, juegos y muchas risas.

Dinah no bebe demasiado, y no deja de lanzarme miradas un poco subidas de tono, coqueteando conmigo de forma abierta y calentando muchísimo el ambiente. También observa a Jack con dolor en algunos instantes. Lo hace de forma disimulada, sin que nadie, aparte de mí, lo advierta. Pero tampoco se pasa, porque su atención está en mí casi todo el rato.

Consigue despertar mi lado salvaje y un deseo intenso. Es una chica muy sensual, casi diría que exhala erotismo en cada aliento. Pero no me pasa desapercibido su juego con Jack ni las miradas reprobatorias de él cuando la pesca flirteando conmigo. Entre esos dos hay una historia no resuelta. Y no seré yo quien dé pie a una discusión.

Cuando decidimos volver arriba, Holly y Jack son los que están más perjudicados. Mi hermana sube las escaleras con la intención de llevar a cabo una tradición iniciada hace unos meses por ellos. Me cuentan entre carcajadas cómo retaron a Holly a pervertir a Clark una noche y cómo ellos dos acabaron juntos, bañándose desnudos en el lago en mitad de la noche.

A mí la idea de bailar sobre las mesas un ritmo más actual no me acaba de motivar, pero ellos parecen muy decididos, como si fuera lo mejor de la noche.

Los chicos de la pista los corean al descubrir sus intenciones. La primera vez los abuchearon, pero tras probarlo se unieron a la diversión durante un rato en cada fiesta semanal.

Cuando suenan los primeros acordes, Jack se va en busca de Chelsa, la rodea por la cintura, la coloca sobre una mesa y se sube tras ella para empezar a perrear como un auténtico profesional. Se mueve de forma increíble, y la chica no se queda atrás. Tanto Holly como Clark hacen lo propio en otra mesa.

En mi vida pasada no había espacio para este tipo de diversión. Las fiestas siempre eran sofisticadas, con gente vestida de punta en blanco, peinados perfectos, modales exquisitos y mucho glamour. A esas fiestas les faltaba autenticidad. Y eran un verdadero coñazo. Sin embargo, esta tiene magia.

Veo a Dinah moverse a solas, mirándome con intenciones nada honestas. Y, a pesar de saber que solo intenta poner celoso a Jack, mi cuerpo se calienta al segundo.

Me sirvo un refresco, me apoyo en la barra y mis ojos la repasan en modo depredador, con un subidón de mi excitación, sintiendo un nuevo chispazo. Tiene una forma de bailar altamente sensual.

La recorro otra vez con los ojos, ávidos de algo que no puedo explicar con palabras. Es como si no pudiera apartarlos de ella, como si un magnetismo inexplicable me poseyera. Sus curvas, esa expresión extasiada, su forma de moverse al ritmo de la música, su sexy invitación a probar sus labios… Ella también me parece auténtica y real. Con sus traumas, sus deseos y sus heridas. Y me despierta un lado salvaje, deseos nada castos de llevármela a mi casa para no dormir demasiado.

3

Red Velvet

Dinah

Me gusta bailar de esta forma, encima de la mesa, soltándome, sin mostrar ni una pizca de contención. Es una manera perfecta de dejar salir la ansiedad, los nervios, mi dolor cuando he visto a Jack con Chelsa y sus intenciones.

Le echo una mirada disimulada. Desde nuestra charla de hace unos meses evito mostrar mis sentimientos en público o mirarlo demasiado, pero hay instantes de debilidad, como ahora. Los celos me corroen, y siento una rabia infinita por no ser su único centro de atención. Esa danza lasciva que se lleva con Chelsa rompe muchas de mis defensas. Y más cuando ha estado a punto de traerla a nuestro lugar privado.

Puedo aceptar sus líos, las noches de sexo sin freno, su obsesión por las animadoras y por las más atractivas, porque nunca se cuelga de ellas, solo es sexo, pero hay límites, y uno de ellos es el sótano.

Es nuestro lugar secreto, uno lleno de recuerdos, instantes, amistad. Solo dejamos entrar en él a personas que significan algo importante para nosotros. Y no puedo soportar la idea de verlo ahí con uno de sus ligues para marcarse un punto, como si el significado oculto de ese espacio tan íntimo se diluyera entre sus escarceos. O como si hubiera encontrado a una chica con quien pasar más de unas noches y esa chica no fuera yo.

No me molestó cuando Clark trajo a Holly por primera vez. Ella se había ganado un pequeño hueco entre nosotros, y notaba el interés de mi hermano en ella. Era un interés real que ha acabado fructificando, aunque no tengo ni idea de si durará, ya que son muy diferentes. Pero ver a Jack traicionando de esa forma nuestro pequeño santuario me ha partido el alma.

Desplazo mi mirada hacia Troy. Es tan guapo… Y tan atractivo… Y tan capaz de ponerme a cien con una sola mirada… ¿Por qué no me pasa lo mismo con Jack? Es extraño, porque estoy loca por él desde siempre, pero jamás he sentido algo tan bestial al estar a su lado. Quizás es culpa de la confianza y la cercanía, ¿no?

Sacudo la cabeza para vaciarla de esas mierdas. Sé que no debo perder mi foco de esta noche: Troy. Por eso he estado lanzándole insinuaciones lascivas y ahora estoy bailando de forma sexy para él.

La conversación en el coche ha sido increíble. Y después, acercándonos a la bolera… ¡Había química a nuestro alrededor! ¡Tensión sexual! Es lo que llevo tiempo buscando, y estoy eufórica porque al fin lo he encontrado. Por eso voy a ser temeraria y a ignorar quién es y cuál es su lugar en mi futuro.

Sus ojos están fijos en mis caderas, y cuando los sube y los conecta con los míos, siento un estremecimiento. Es una mirada penetrante, llena de fuerza, magnética. Empiezo a moverme con mayor sensualidad, copiando a esas chicas de las películas que actúan ligeras de ropa, pasándome la mano por el cuerpo, mordiéndome el labio con una expresión provocativa, insinuándome. Siento la necesidad de calentar el ambiente solo para él, de dedicarle cada movimiento. Y sus ojos me tocan, me palpan, me inflaman, me sacuden, detonan en mi centro de placer.

Está apoyado en la barra, con un vaso en la mano, observándome con los ojos viciados de deseo. Y es como si me estuviera acariciando con ellos, excitándome. Porque mi cuerpo se convierte en una fogata.

Me digo a mí misma que solo me muevo así para conseguir mi propósito, pero en el fondo soy muy consciente de la atracción que despierta en mí. Es potente. Esa excitación necesaria para explorar el sexo de su mano. Y es perfecto, porque no hay nada romántico entre nosotros, solo química sexual.

Varias chicas populares y solteras se acercan a él en modo depredador. Una punzada de rabia me atrapa cuando lo rodean para intentar ligárselo, como siempre que aparece un nuevo chico en el lugar, y más si es tan atractivo y desprende feromonas cargadas de erotismo.

Troy es sexy, apuesto, guapo a rabiar, simpático, sensible. Y mío. No voy a cedérselo a nadie.

Antes, cuando me he derrumbado frente a esa maldita puerta, se ha comportado de un modo muy cariñoso, incluso ha conseguido hacerme sentir bien al invitarme a esas cookies sin preguntarme nada acerca de mi reacción. Por eso sé que es perfecto para adentrarme en el sexo. Hemos pasado un rato muy agradable y me ha mostrado un poquito su interior, tan devastado como el mío. Quizá por eso me atrae. Por eso y porque podría ser la llave para avanzar en mi vida, para alcanzar una de mis metas, para desapegarme durante un tiempo de mi necesidad de Jack.

No aparta la mirada de mí durante un largo minuto, pero las chicas acaban captando su atención. Aprieto los labios con fuerza. No estoy dispuesta a dejarme pisotear por nadie.

Me bajo de la mesa de un salto, preparada para defender mi lugar entre sus sábanas. Él capta enseguida mi avance y sus ojos me repasan con intensidad, desatando mi deseo y mostrándome que no le interesan las demás chicas. Los míos se quedan fijos en sus labios, con una sacudida en el cuerpo y un ardor desconocido en una zona demasiado íntima.

Suelto un gemido. Es como si me hubiera bastado ese vistazo para intuir su fogosidad, la forma en la que es capaz de seducir a una mujer y llevarla a gozar más allá de la razón…

Estoy empezando a asustarme con estos pensamientos. ¿Fogosidad? ¿Gozar? ¡Si incluso me imagino su lengua recorriendo mi piel mientras me toca! Y, cuando lo hago, no hay rastro de miedo a lo desconocido, ni de ansiedad, ni de Jack ni de nada más que de lujuria desenfrenada.

Mis hormonas acaban de ponerse en pie de guerra. Dedicarle el baile ha sido un error; me ha llevado a un estado difícil de controlar. Una sonrisa torcida toma forma en su cara, acompañando a una expresión de puro interés en mí. No necesito hablar. Troy esquiva a las chicas para dar un par de pasos y acercarse. Escucho gruñidos de frustración y percibo cómo me lanzan miradas asesinas, pero lo ignoro.

—¿Bailas conmigo? —susurro con una sensualidad en la voz que ignoraba tener.

—El ritmo y yo nos llevamos fatal.

Mis labios se curvan solos hacia arriba en una sonrisa tan sexy que muestra con claridad mis intenciones. Alargo el brazo con lentitud, hasta posarlo en su torso. Él aguanta la respiración cuando le deslizo un dedo sobre la camiseta, primero con aprensión, porque con Mason me tensaba al tocarlo, disgustada al no sentirme tentada de hacerlo, pero al acariciar el pecho de Troy, un calor intenso me recorre y la ansiedad se disuelve, como si ese tipo de atracción por un chico fuera suficiente para vencer todas mis barreras.

¿Es normal desear a un tío al que acabas de conocer? Porque la tensión sexual entre nosotros es máxima. Y en cualquier otro instante de mi vida no hubiera sido capaz de algo así, pero siento la necesidad de tocarlo, de hablarle con coqueteo, de pegarme a él.

—No hace falta que te muevas mucho. —Empiezo a seguir el ritmo de la música lo más provocativa posible—. Solo tienes que dejarte llevar.

Me giro y coloco sus manos en mi cintura, desplazándome arriba y abajo con mucha lentitud, rozándole el cuerpo con mi espalda, comportándome como una auténtica devorahombres, sin rastro de mi inexperiencia real. Algo extraño se ha apoderado de mí. Un fuego que me consume, arde, me induce a mostrarme de una forma muy distinta a la normal. Escucho un gemido de Troy antes de notar cómo se separa de mí, con un par de pasos hacia atrás.

—Voy al baño. —Su voz está ronca—. Te veo luego.

Observo cómo se larga mientras intento rebajar mi excitación. Lo sigo con la mirada, encendiéndome cada vez más. Por la impotencia de su marcha y la rabia de haber perdido la oportunidad de quemar mi excitación probando sus labios.

Mis amigas están bailando sobre unas mesas cercanas, y me uno a ellas para moverme con energía, dándolo todo, hasta que el ritmo cambia y volvemos al country. Saltamos juntas, entre risas, para formar una fila y empezar a disfrutar de las coreografías. Holly y Clark no tardan en acompañarnos con sus risas felices, siguiendo los pasos a mi lado.

No veo a Troy; mi sistema de rastreo está en modo on desde hace rato, pero no lo localizo. Y eso me enfurece, aunque bailo sin mostrar ni un ápice mis pensamientos, como he hecho toda mi vida.

Cuando llevo casi una hora en la pista, Holly y Clark se acercan a mí. Casi son las dos de la noche, y está claro cuál es su intención. Esos dos tienen muy poco aguante en las fiestas…

—Nos vamos —anuncia mi hermano—. ¿Tienes quien te lleve o te vienes con nosotros?

—Me quedaré a dormir en casa de Tina. —Señalo a mi amiga con una idea muy clara de con quién quiero pasar la noche, a pesar de no verlo desde que se ha ido al baño. Les guiño un ojo para no perder la costumbre—. ¡Sed muy malos!

Holly se despide con uno de sus abrazos cariñosos y efusivos que muestran su personalidad explosiva.

—Lo seremos —me susurra al oído.

Los observo caminar hacia la salida abrazados. Holly apoya la cabeza en el hombro de mi hermano con tanto cariño que por un segundo deseo eso mismo para mí, una relación con alguien que me demuestre afecto, amor, ternura. Y, por primera vez en mi vida, en vez de buscar a Jack con la mirada, intento localizar de nuevo a Troy.

Lo veo en la barra, apoyado como antes, con un vaso en la mano, observándome. Es como un déjà vu, porque mi cuerpo vuelve a estremecerse y nuestros ojos se quedan conectados, como si se llamaran en la distancia. Recorro su cuerpo con la mirada, ávida, en plan leona. Y vuelvo a arder.

—¿Le acabas de decir a tu hermano que te quedas a dormir en mi casa? —La voz de Tina me impacta con fuerza, devolviéndome a la realidad.

—Necesito que me cubras —solicito con una vocecita suplicante—. Y que no me preguntes dónde voy a pasar la noche.

Tina es una de las pocas personas en las que confío, aparte de Clark, Kim y Jack. Sé que nunca me traicionará. Es una amiga fiel, fácil de trato, pero demasiado curiosa.

—¿Tiene algo que ver con el tío macizo? —pregunta guiñándome un ojo.

—Bueno…

—Está que te mueres. —Se pasa un dedo por los labios con un gesto lascivo—. ¡Dale ese meneo al cuerpo! ¡Te lo mereces!

—Te he visto con Frank —digo para cambiar de tema—. ¿Qué tal? ¿Crees que habrá tema?

—Te voy a usar de excusa para pasar la noche en su casa porque hoy es mi día. ¡Me ha dicho que quiere salir conmigo! —Su expresión picarona es suficiente para adivinar sus intenciones—. Pero mañana revisamos nuestras historias, ¿okey? No quiero cagarla si las dos mentimos.

—¡Haz que valga la pena mentir!

Ella suelta una carcajada y regresa a la pista, rodea la nuca de Frank con sus brazos y le da un morreo de caerse de espaldas.

Al volver mi mirada a la barra, no encuentro a Troy, pero sí veo a Jack metiéndole la lengua hasta la campanilla a Chelsa. Siento cómo se me seca la boca y cómo la escena me sacude en el estómago. Mis celos se avivan, y con ellos reaparece la decisión clara de seguir con mi plan.

Recorro el lugar con los ojos, activando mi radar interior, pero no hay ni rastro de Troy. Mis latidos se aceleran al insistir en localizarlo sin éxito. ¿Dónde se ha metido?

Empiezo a caminar sin lanzar la orden desde el cerebro. Es un movimiento instintivo. Avanzo a pasos agigantados hacia el exterior, con el presentimiento de que se ha ido, y con él, mi posibilidad de cumplir con mis expectativas.

Hace mucho frío. Con las prisas he olvidado la chaqueta y el jersey dentro. El viento gélido de mediados de diciembre impacta contra mi cuerpo para inducirlo a temblar. Pero no me paro, y prosigo con mi caminata hacia su coche.

—Vas a coger una pulmonía. —Su voz me detiene—. ¿Qué haces fuera sin abrigarte?

—Te buscaba. —Me giro para mirarlo y lo sorprendo a pocos centímetros de mí, con una sonrisa torcida, de esas que alientan a las mariposas a revolotear en mi vientre.

—¿Para?

—Clark y Holly se han ido al rancho. —Me abrazo por la cintura para combatir el frío—. Y Jack está ocupado. ¿Podrías llevarme?

Se quita la chaqueta de punto para colocármela por los hombros, y se queda con una simple camiseta para combatir las bajas temperaturas. Siento el roce de sus dedos y me estremezco con una oleada de calor ascendiendo desde mi centro.

—Vamos a por tus cosas. —Asiente, pero no me pasa inadvertida su mueca de disgusto, como si no le apeteciera demasiado acompañarme—. No me perdonaría que mañana estuvieras enferma.

—Mejor espérame en el coche. —Le devuelvo la chaqueta, porque no quiero dar pistas a nadie de dónde voy a pasar la noche—. Ahora vuelvo.

Asiente y empieza a caminar para alejarse de mí y dejarme con palpitaciones en un lugar insospechado.

Cinco minutos después estoy sentada en el asiento del copiloto, lista para empezar la maniobra de seducción y dándome cuenta de que estoy supercómoda a su lado.

—¿A dónde te llevo? —pregunta.

—No puedo volver a casa hasta mañana, así que tú decides.

Sus cejas se levantan mucho, hasta casi tocar la frente.

—¿Y eso?

—Bueno… —Utilizo un tono altamente sensual—. Tina y yo hemos dicho eso de que la una duerme con la otra. Yo incluso les he mentido a sus padres diciendo que sería en el rancho, porque en mi casa es imposible. —Me acerco un poquito a él, magnetizada por su mirada, que casi ni se ve en la penumbra, cargada de anhelo. Le hablo pegada a su oreja, con un ronroneo sexy—. El caso es que Tina ha encontrado un plan mejor esta noche, y como tú tienes una casa alquilada con varias habitaciones…, pues me preguntaba si podrías alojarme por una noche.

Nunca he sido poco atrevida, y ahora que lo tengo tan cerca, sé que soy muy capaz de lanzarme.

—Me parece muy inapropiado —contesta con la voz muy ronca.

—Venga, Troy. Enróllate. No me obligues a dormir al raso, porque no quiero fastidiar a Tina, y mi hermano trabaja con su padre —miento—. Si no aparezco por casa, se olvidará, pero si voy…

—Está bien —acepta—. Pero solo por esta vez.

—Prometido.