Chile: un duelo pendiente - Ricardo Capponi - E-Book

Chile: un duelo pendiente E-Book

Ricardo Capponi

0,0

Beschreibung

La reconciliación social no es posible porque el estado mental habitual de las masas es paranoide o maniaco, por lo tanto, incompatible con dicho propósito. El logro de una reconciliación social se traduciría en una historia oficial. La historia de las naciones demuestra que tal objetivo es inalcanzable además de restrictivo. La reconciliación requiere un estado mental maduro, alcanzable solo en la psicología individual y de pequeños grupos. Ocurrida la violencia, la destrucción y el asesinato, el camino de encuentro se hace posible después de un largo y arduo período de duelo social que consiste en elaborar el odio y el resentimiento. Este proceso se desarrolla en la medida en que el estado mental social no busca venganza ni simplifica lo ocurrido, sino que se propone olvidar recordando. En un clima que favorece este elaboración, las personas, las familias y los grupos pequeños que conforman las instituciones y agrupaciones afectadas, en el plazo de años, y tal vez por generaciones, llegan a acuerdo transitorios, de carácter parcial, siempre abiertos y progresivamente más completos, que por aproximación sucesiva realizan el duelo y llevan a la reconciliación personal. En este trabajo psíquico de alta complejidad, el autor describe la inevitable interacción entre agredido-agresor unidos por el odio. El doctor Otto Kernberg dice en el prólogo: "La presente obra ilumina de manera original y profunda el desafío psicológico y político que enfrenta Chile en este tiempo. Lo más importante es que señala un camino posible de resolución gradual de este conflicto en base a la aplicación de principios psicoanalíticos". Además señala: "Este libro está dirigido tanto al lector que no posee conocimientos previos de psicoanálisis como al político, sociólogo y psicólogo, en resumen, a todos aquellos preocupados por las consecuencias aún no resultas de los traumáticos hechos históricos sufridos por Chile en estos últimos 30 años y deseosos de contribuir a resolverlos".

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 354

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



CHILE: UN DUELO PENDIENTE

Perdón, reconciliación, acuerdos

Ricardo Capponi

CHILE: UN DUELO PENDIENTE

Perdón, reconciliación, acuerdos

© Ricardo Capponi

ISBN Edición Digital: 978-956-9946-44-8

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

A mi esposa, María Victoria

Contenido

Reconocimientos

Introducción

1. Conceptos psicoanalíticos modernos del funcionamiento de la mente

2. La separación, la pérdida y la elaboración del duelo: procesos básicos del crecimiento mental

3. Desarrollo del libro

Primera Parte ANÁLISIS PSICOLÓGICO DE LA RECONCILIACIÓN INDIVIDUAL

Capítulo I. PÉRDIDA Y PROCESO DE DUELO

A. Las distintas formas de vivir el duelo

1. La depresión: un duelo no elaborado

2. Elaboración de la agresión, requisito del duelo normal

3. La reparación en el duelo

4. Condicionantes que facilitan o perturban el proceso de duelo en el agredido y en el agresor

B. Duelo en el agredido

1. Condicionantes del mundo interno

2. Condicionantes del mundo externo

C. Duelo en el agresor

1. Condicionantes del mundo interno

2. Condicionantes del mundo externo

Capítulo II. RELACIÓN AGREDIDO-AGRESOR

1. Dialéctica de su mutua necesidad para delimitar las culpas

2. Estados mentales en los que interactúan agredido-agresor

3. El duelo en “La muerte y la doncella”

Capítulo III. LA RECONCILIACIÓN

1. Necesidad y significado de la reconciliación

2. Condiciones psíquicas para lograr la reconciliación

3. Agresión, duelo y reconciliación en un conflicto conyugal

4. Cambio psíquico, pilar del proceso de reconciliación

5. El duelo en Jean Valjean y Javert

Segunda ParteANÁLISIS PSICOLÓGICO DE LA RECONCILIACIÓN SOCIAL

Capítulo IV. DESCRIPCIÓN DEL CONFLICTO

1. El funcionamiento mental colectivo

2. Reacción social a la agresión destructiva

3. La sociedad dañada. Proceso de duelo

Capítulo V. ELABORACIÓN DEL CONFLICTO

1. Acuerdo social más que reconciliación

2. El necesario olvido

Tercera ParteLA ELABORACIÓN DEL DUELO SOCIAL

Capítulo VI. LIDERAZGO Y CONDUCCIÓN DE UN PROCESO DE DUELO SOCIAL

1. La importancia del liderazgo

2. Liderazgo en los grupos grandes y en las masas

3. Causas de fracaso en el liderazgo

4. Las siete condiciones psíquicas ideales de un líder

5. Tipos de liderazgo patológico

6. El liderazgo en el manejo del estado mental de los grupos sociales

7. Los líderes intermedios, de “grupos de trabajo”

Capítulo VII. LA REPARACIÓN EN EL PROCESO DE DUELO SOCIAL

1. La razón instrumental

2. La razón reparadora

A. La importancia del arte en el proceso de duelo social

1. El arte como reparación, como catarsis, como fuente de moralidad

2. El arte de lo feo, lo destruido y lo horroroso

3. El encuentro con la obra de arte

4. Ilustración de un proceso de duelo social a través del séptimo arte: “Hiroshima, mon amour”

B. La importancia de la religión en el sentido y la comprensión del proceso de duelo social

Ejemplo de justicia y reconciliación en el Antiguo Testamento

C. Aporte al proceso de reparación desde las ciencias sociales

Epílogo

Bibliografía

Reconocimientos

El impulso inicial que me llevó a reflexionar en torno a este tema desde la psicología nació al escribir un artículo solicitado por la directiva de Revista Mensaje, y publicado en mayo de 1997: “Omnipotencia, madurez y perdón”.

Posteriormente, el contacto con la obra de Otto Kernberg, en especial su libro Ideology, Conflict, and Leadership in Groups and Organizations, me indujeron a pensar la importancia del liderazgo en la conducción de un conflicto social. El tema de la imposibilidad de reconciliación en el ámbito social y de la importancia de la razón reparadora en la elaboración de un proceso de duelo social, fue inspirado en un texto de Fred Alford, Melanie Klein and Critical Social Theory.

La participación en la organización de las actividades culturales del Congreso Mundial de Psicoanálisis, por realizarse en julio de este año, en especial un ciclo de cine que organizamos con los doctores Guillermo de la Parra y Rogelio Isla, me llevaron a considerar y estudiar la importancia del arte en el conocimiento de procesos afectivos complejos.

De fundamental importancia fue la ayuda de mi esposa, Sra. María Victoria Marshall. Su entusiasmo y apoyo a este trabajo, su crítica aguda y su revisión concienzuda del texto, hicieron posible que este proyecto llegara a término.

En la elaboración de los conceptos psicoanalíticos aquí vertidos ha sido de fundamental importancia mi psicoanálisis didáctico con la Dra. Eva Reichenstein, de quien estoy profundamente agradecido.

Quiero mencionar especialmente al Dr. Juan Francisco Jordán por su revisión y comentario de la obra, además de su generoso préstamo de una interesante bibliografía a la que de otra forma no habría tenido acceso.

Deseo agradecer por su estimulante aporte al apoyo de este trabajo a la Sra. Lucía Santa Cruz, al Sr. Manuel Antonio Garretón, al Padre Antonio Delfau (S.J.) y al Sr. Juan Noemí.

El capítulo sobre el olvido fue desarrollado a partir de las interesantes sugerencias del Sr. Oscar Godoy. Las observaciones y correcciones propuestas por el Sr. Jorge Marshall fueron de gran ayuda en la elaboración final del texto.

Los colegas Dr. Alfonso Pola, Dr. Oscar Feuerhake, Sra. Orieta Echavarri, me hicieron importantes sugerencias relativas al proceso de duelo individual de la primera parte del texto. La Sra. Consuelo Morel contribuyó a enriquecer el capítulo VII-A, referido al arte. Los artículos de Pietro Bovati en los que se apoya el desarrollo del capítulo VII-B me fueron aportados por el Padre Rodrigo García (S.J.). Mi hija Valentina Capponi compartió en amenas conversaciones el desarrollo de este trabajo y me sugirió los poemas de Benedetti citados en algunos capítulos.

Estoy profundamente agradecido del trabajo en la búsqueda de bibliografía, revisión y corrección del texto de la psicólogo Srta. Marcela Jiménez.

Finalmente quiero agradecer a la Sra. Miriam Vargas, mi secretaria, por su valiosa ayuda en la digitación del texto; a la Sra. Paulina Matta, por su excelente corrección idiomática; a las señoras Marta Mallea y Rosa da Venezia, de Editorial Andrés Bello, por su extraordinaria eficiencia en la preparación de esta obra para ser publicada.

Introducción

1. Conceptos psicoanalíticos modernos del funcionamiento de la mente

El ser humano se distingue de los animales por tener conciencia de sí mismo. Esta conciencia proviene de su capacidad reflexiva, que le permite detenerse en el tiempo y reconocer un presente, un pasado y un futuro. Esta cualidad le exige la tarea de proyectarse. Es en esta proyección que incluye su pasado histórico, el momento actual y los anhelos para el mañana, donde se enfrenta con el problema de la libertad.

Progresivamente el hombre va descubriendo que la libertad no es una cosa, no se encuentra dada y establecida. Es la persona quien se va haciendo libre, y lo hace en relación con un proyecto que deberá desarrollar. Este proyecto le exige elaborar, resolver y superar los obstáculos que le impidan llevar a cabo ese realizarse en libertad.

El modelo de libertad para el hombre occidental ha estado referido, durante mil quinientos años, al cumplimiento del proyecto divino, comunicado por los profetas del Antiguo Testamento y por la palabra del hijo de Dios en el Nuevo Testamento.

El Renacimiento, que abre paso a la Modernidad, se descentra de Dios para volverse sobre lo creado por Dios. El desafío de la libertad cambia su punto de gravedad. Se traslada a la preocupación por resolver los asuntos que interfieren con la libertad concreta del hombre. Estos ahora están referidos no a un mandato divino, sino a un modelo antropológico, derivado de las artes, las ciencias y la filosofía.

De aquí en adelante, el hombre se piensa como autor de su propia libertad. Aunque esto no necesariamente contradice la referencia a la libertad divina —aunque sí la complejiza—, el acento recae más en su propia responsabilidad, en el concebir un proyecto de libertad humana.

En los siglos venideros se fueron perfeccionando tres grandes alternativas en este camino de búsqueda de libertad:

a) La libertad que proviene del dominio de la naturaleza. Gracias al conocimiento científico y a la aplicación de la técnica, el hombre resuelve importantes limitaciones derivadas de su condición material.

b) La libertad que se obtiene de la conducción y el control de las variables sociológicas: de la realidad política, social y económica. Tales variables contienen elementos que tienden a escaparse de las intenciones del hombre, coartándolo en sus propósitos de libertad, igualdad y fraternidad.

c) El mayor grado de libertad que adquiere el hombre, en la medida en que rompe la cadena rígida de su condicionamiento psíquico, causado por las experiencias vividas en el pasado. Es este tercer ámbito de libertad el que nos interesa tratar en este libro.

Freud denuncia el condicionamiento de nuestra vida psíquica, producto de las experiencias infantiles vividas en la relación con nuestros progenitores. Y es el mismo Freud quien plantea un método que nos permite ser más libres y salvar ese determinismo. El objetivo de este método es generar cambios psíquicos que rompan la tendencia a repetir las conductas aprendidas en la infancia.

Para Freud, la mente se construye a partir del exigente trabajo que impone la biología por medio de los instintos, los cuales plantean necesidades que deben ser satisfechas. La fuerza de la biología se canaliza por medio de la libido. Es ésta el vehículo a través del cual la mente aprende a relacionarse con las personas, integrando los deseos más primitivos de descargas sexuales y agresivas, con los más sublimados de amor, ternura y comprensión. Pero en este trayecto la mente no siempre es capaz de elaborar lo que demanda el instinto, y cuando se ve sobrepasada, surge la angustia e inmediatamente se reprime el deseo. De esta manera se va construyendo, en forma paralela, un espacio mental que no tiene acceso a la conciencia, pero que va a estar influyendo en la conducta del sujeto durante toda la vida. La influencia de este sector inconsciente va a ser determinante en la generación de patologías y trastornos del carácter; por lo tanto, el psicoanálisis se propone incorporar a la conciencia aquello reprimido.

Bajo este concepto, el cambio psíquico se logra en la medida en que se es capaz de suprimir represiones, y de este modo hacer emerger aquello que está oculto. Como esta experiencia se realiza con un yo adulto, el sujeto está más capacitado para incorporar lo reprimido a la vida mental consciente.

Un segundo gran salto en la concepción del cambio psíquico fue el llevado a cabo por una discípula de Freud, Melanie Klein. Al trabajar con niños, ella observó que, cuando no pueden ser elaborados aquellos estados conflictivos que impone el instinto, la mente recurre a un mecanismo consistente en poner afuera lo que causa dificultad, proyectándolo en un otro, en un objeto.

Este fenómeno de deshacerse de una parte conflictiva de sí mismo representa un alto costo para la mente. Primero porque, para hacerlo, la persona requiere dividirse y, por lo tanto, se va disociando; y segundo, porque al perder una parte de sí, se empobrece.

En estas condiciones, el cambio psíquico anhelado consistirá en la incorporación de aquello que fue proyectado, con lo cual disminuirá el empobrecimiento. Y, al mismo tiempo en la integración de estas partes que habían sido divididas en la mente, para así disminuir la disociación.

Un discípulo británico de Klein y psicoanalizado por ella, W. R. Bion, realizó un aporte fundamental respecto a las condiciones requeridas para el cambio psíquico. Bion compartía la opinión de que los mecanismos de expulsión de lo conflictivo eran causa de empobrecimiento y disociación mental en los individuos. Sin embargo, planteaba que este acto tiene, en muchos casos, una intención comunicativa positiva. Se realiza para que un otro se haga cargo de aquello que la mente no puede tolerar. Si este otro es capaz de devolver aquello expulsado, habiéndolo previamente enriquecido con afecto y comprensión, quien lo expulsó podría ser capaz de reincorporarlo e integrarlo a su mente. Este acto se denomina “contención”. En el caso del bebé, quien lo “contiene” es la madre, y luego también el padre. Así, en el transcurso del desarrollo y en todas las etapas de la vida, tienen un potencial contenedor todas las figuras significativas, en la medida en que son capaces de acoger los aspectos conflictivos y no tolerados, expulsados por la persona angustiada. Es un otro el que, al escuchar y dar sentido a lo que revive esa persona, promueve y posibilita el cambio psíquico.

El psicoanálisis contemporáneo integra los aportes de Freud, Klein y Bion, enriqueciendo así su teoría y su técnica.

Los conflictos mentales nacen de la necesidad de la mente de sacar de la conciencia lo perturbador, reprimiéndolo en el inconsciente o expulsándolo fuera de sí. La cura se plantea modificar estos mecanismos perturbadores, suprimiendo represiones e integrando los aspectos divididos y proyectados.

Todo esto es posible sólo en la medida en que esa mente viva una experiencia de contención de parte de un otro, función que en el trabajo terapéutico cumple el psicoanalista. Veremos en este trabajo el desenlace de los conflictos con un tercero y en los grupos sociales, en ausencia de la ayuda terapéutica.

A través de todo el texto, la evolución y crecimiento mental, tanto sociales como individuales, son considerados esenciales para la superación genuina del conflicto. Planteamos, también, que este crecimiento está condicionado por la posibilidad de cambio psíquico en los participantes del conflicto. ¿Qué es, en lo esencial, el cambio psíquico desde la perspectiva de nuestra disciplina?

Freud, influido por la física mecanicista de su tiempo, concibe el funcionamiento de la mente según un modelo hidráulico. Imagina la energía psíquica como fluidos energéticos, que llama libido. En la medida en que dichos fluidos son entorpecidos en su trayecto, se acumulan y esta acumulación busca salida: lo hace a través de un síntoma.

El modelo de la mente con el que trabaja Klein se parece a un teatro, con su escenario, actores y público espectador. Tanto los escenarios como los actores van siendo incorporados en las sucesivas experiencias que tenemos con el medio ambiente y con quienes nos rodean. En este interjuego de incorporar y expulsar, se van configurando los actores de nuestra vida psíquica. La calidad de estos actores determina tanto nuestra capacidad para enfrentar las crisis propias del desarrollo de nuestro ciclo vital, como nuestra fortaleza y creatividad. En definitiva, la identidad en la cual nos jugaremos nuestra libertad.

A los personajes que nos producen inquietud y angustia, y a los cuales, a pesar de su impertinencia, nuestra mente les reconoce ciertas cualidades, los dejamos tras bambalinas; es decir, los reprimimos. Desde allí, seguirán influyendo constantemente en el desenlace de la obra.

Puede haber también personajes que nos resultan intolerables, porque nos despiertan angustias muy desorganizantes, persecución y pánico; en estos casos, optamos por eliminarlos. Podríamos decir que se los proyectamos al público, que son las personas con quienes interactuamos; es a ellas que culparemos por que la obra no pueda llevarse a cabo en la forma esperada y requerida; esto es, los culpamos de nuestros conflictos no resueltos. Como he señalado, al expulsarlos nos disociamos, empobrecemos nuestro reparto, y quedamos con menos recursos.

Nuestra vida psíquica transcurre como un teatro en permanente función, donde las escenas y contenidos se activan en respuesta a las demandas de dar significado a nuestro mundo externo. La vida está compuesta, aun en lo más cotidiano, por pequeños dramas y comedias. El grado de tragedia que involucren nuestras representaciones tendrá que ver con la realidad externa objetiva, pero también con las características de nuestros actores. Algunas realidades mínimamente conflictivas se pueden transformar en grandes tragedias, desatadas por actores impulsivos, descontrolados y destructivos. También puede suceder que conflictos que requieren elaboración no son asumidos, cuando los actores son pasivos, negadores y evitadores de cualquier dificultad o dolor.

Desde esta perspectiva, el cambio psíquico consiste en mejorar la calidad de los personajes, de modo tal que no se haga necesario ponerlos detrás de los bastidores, ni arrojarlos al público. La idea es que podamos integrarlos a nuestra vida psíquica, enriqueciendo así nuestra identidad y, por ende, agrandando el horizonte de nuestra libertad.

2. La separación, la pérdida y la elaboración del duelo: procesos básicos del crecimiento mental

Este camino de crecimiento requiere trabajo mental, y en ese derrotero la experiencia se aquilata en medio de los conflictos. Si pudiéramos definir un conflicto paradigmático que atraviesa toda la historia del hombre y la mujer, es el de la separación. Separación que implica pérdida, duelo.

Toda nuestra existencia está marcada por inevitables separaciones. Nos separamos del vientre de nuestra madre, luego de su pecho y abrigo corporal, más tarde del padre; en la adolescencia la separación es mayor aún, con el fin de consolidar nuestra propia identidad. Luego nos separamos de los ideales de la adolescencia; del hogar paterno para fundar uno propio y tener nuestros propios hijos, de los cuales algunos años más tarde también nos separaremos. En la tercera edad nos separamos del trabajo, de la institución que nos acogió, de la salud, de la belleza, de la fuerza y energía; eventualmente, de algunos amigos, de la pareja y, finalmente de la vida.

Es en este escenario de continuas separaciones donde se fragua nuestra capacidad y fortaleza mental. Y ello, ¿por medio de qué proceso ocurre? El camino es la elaboración de la agresión destructiva que las separaciones hacen resurgir en nuestra mente.

La pérdida de una situación gratificante, de un objeto placentero o de una persona querida o apreciada, genera un sentimiento de frustración; éste, a su vez, gatilla un estado emocional que denominamos agresión, y que en su expresión máxima llega al odio. Es una reacción arcaica que pone en marcha la conducta de ataque para recuperar la presa, y que tuvo una finalidad precisa en nuestros antepasados primitivos. Así, entonces, cada separación inunda la mente con altos montantes de odio cuya única finalidad es destruir a un otro, o destruir el vínculo, y a veces, para lograr este último objetivo, incluso destruirse a sí mismo.

La complicación está en que si reacciono agresiva y destructivamente, no puedo esperar sino lo mismo de parte del otro. Este ánimo agresivo termina instalando en nuestra mente un mundo persecutorio. Frente a la persecución, no queda otra alternativa que huir, o atacar.

Lo anterior conduce a una situación dramática: a aquel que nos brindaba protección y satisfacía nuestras necesidades, en el momento de la separación, lo destruimos.

Pero, ¿existe otra salida?

Si el montante de odio generado por la frustración no es tan alto (lo cual también depende de la relación que establece con nosotros aquel que vamos a perder) podemos renunciar a la forma de gratificación que hasta ese momento esa persona nos deparaba, y crear al interior de nuestra mente una nueva forma de relación, un nuevo vínculo. Pero este resultado es producto de un largo trabajo de duelo, que pasa por vivir y enfrentar las emociones despertadas por la pérdida.

Elaborar la agresión gatillada por la separación, tramitar las rabias que desencadenan los duelos de todos los días, es la arena donde madura y crece nuestra mente. Su logro nos deja recursos mentales, ideas y pensamientos nuevos, otros vínculos, formas distintas de gratificación, todos los cuales contribuyen a una sensación de seguridad, sentimiento de bondad y hondo bienestar y tranquilidad. Su fracaso nos sumerge en la inseguridad de un mundo siempre hostil, en la culpa que emana de nuestra capacidad de destrucción, y en la amargura, desconfianza y escepticismo, donde el único placer es la venganza y el triunfo. Quedamos atrapados en un tiempo circular, donde no hay progreso, crecimiento ni desarrollo. Caemos en el cinismo, y pensamos que “se nace sapo y se muere cantando”; que sólo cambia la apariencia externa, y que la condición humana queda a la altura de la bestia, siempre la misma, y para todos.

El desarrollo histórico de un pueblo también está condicionado por su capacidad de hacer experiencias, las que muchas veces ocurren al calor de los conflictos, acarreando destrucción e incluso muerte. La elaboración del duelo, de aquello perdido, destruido o abandonado, determina en forma significativa el progreso cultural y político de una sociedad. Si este duelo no se elabora adecuadamente, sus efectos quedan latentes y se trasmiten hacia todas las instituciones sociales, las que terminan obstaculizando la aspiración de autonomía de la sociedad.

Durante los últimos treinta años, nuestro país ha estado viviendo un delicado conflicto social. Estamos en medio de un difícil proceso de duelo social. El desenlace de éste va a depender de nuestra capacidad para manejar la agresión destructiva, que nos puede conducir a crecer después de esta dolorosa experiencia, o agregar otros fantasmas que nos persigan en el curso de la historia por venir.

Los condicionantes que favorecen o perturban el proceso de duelo no son los mismos que en el caso individual. Sin embargo, en lo esencial el dilema que está en juego es uno: la elaboración de la agresión destructiva.

3. Desarrollo del libro

Este trabajo se desarrolla en tres etapas. La primera, por medio de un modelo que nos ayude a entender de cerca el proceso de duelo y su necesaria elaboración, en vistas de lograr un estado de reconciliación con nosotros mismos y con quien perdimos. En la segunda parte, se construye un modelo que nos permita entender cómo se da este conflicto en el ámbito social. En la tercera parte se incorporan, desde la perspectiva psicoanalítica, las variables necesarias para la elaboración del duelo social, que surgen del estado mental grupal y que complejizan enormemente el desafío.

La primera parte “Análisis psicológico de la reconciliación individual”, se desarrolla en tres capítulos. En el primero he querido destacar la importancia de la elaboración de la agresión como requisito para terminar un duelo y evitar caer en la depresión. He descrito con cierto detalle los condicionantes que facilitan o perturban este proceso de duelo. En el capítulo II destaco cómo el agredido y el agresor se necesitan mutuamente para delimitar las culpas y elaborar el proceso de duelo. Describo su interacción, la que depende de los estados mentales de ambos, y termino ilustrando este vínculo con el análisis del film La muerte y la doncella, basado en la obra teatral de Ariel Dorfman. En el capítulo III desarrollo la importancia de la reconciliación individual, las exigentes condiciones para lograrla, y me extiendo en el ejemplo de un conflicto conyugal que requiere un difícil proceso de elaboración. Termino explicando que lo esencial en este proceso es el cambio psíquico que surge de contener y significar la agresión. Ilustro este proceso en dos personajes de Los miserables, de Víctor Hugo, Jean Valjean y Javert.

En la segunda parte, “Análisis psicológico de la reconciliación social”, desarrollo dos grandes temas: la descripción del conflicto y la elaboración del conflicto.

La descripción del conflicto se desarrolla a lo largo de tres secciones. En la primera defino las características del funcionamiento mental colectivo. En la segunda, me baso en el Informe Rettig para describir los hechos históricos ocurridos entre 1970 y 1999. En la tercera, planteo la necesidad de un proceso de duelo para una sociedad dañada, las condiciones y la dificultad de éste, tratándose de grupos grandes y de masas.

El tema de la elaboración del conflicto es desarrollado en el capítulo V, cuya hipótesis central es que la reconciliación no es posible en la sociedad en cuanto tal; que es más pertinente plantear el problema en términos de la necesidad de elaborar el duelo, y que esto exige un olvido que no reniega del pasado. Ilustro lo anterior con el análisis de la película Amnesia, de Gonzalo Justiniano.

Los elementos básicos para la elaboración del conflicto constituyen la tercera parte del libro. En el capítulo VI describo in extenso la importancia del liderazgo, las causas de su fracaso, las condiciones de un buen líder, los liderazgos patológicos, y delineo las características del liderazgo que ayuda a resolver el conflicto que estamos planteando. En los capítulos siguientes desarrollo los elementos que deben tener presente tanto el líder como la sociedad para ayudar al proceso de elaboración del duelo. Estos elementos están basados en la razón reparadora por sobre la razón instrumental, la cual se expresa fundamentalmente a través del arte, de la religión, y de las ciencias sociales. En el capítulo VII-A desarrollo la importancia del arte para acercarse a procesos humanos incomprensibles por lo angustiantes y horrorosos. Ilustro las ideas con el film Hiroshima, mon amour, del director francés Alain Resnais. En el capítulo VII-B cito y describo un trabajo acerca de la justicia y reconciliación en el Antiguo Testamento, como ejemplo del aporte desde la religión a este proceso. Finalmente, en el capítulo VII-C justifico la importancia de desarrollar un modelo de funcionamiento mental para pensar los procesos de duelo social, como un ejemplo del aporte que pueden hacer las ciencias sociales.

A lo largo del libro empleo términos psicológicos que tienen una connotación distinta al uso habitual de ellos. Por ejemplo, maníaco no significa loco, ni maniático, sino un estado mental preciso donde predominan la negación de la realidad, la sobrevaloración del sujeto y la división del mundo en buenos y malos. Neurótico no alude al estado sintomático con angustia, comportamientos mañosos o enfermos; se refiere a un estado mental preciso que definimos más adelante. Y así con otros términos. El lector debe estar atento al significado correcto de éstos para no distorsionar la comprensión de lo expuesto.

En el último capítulo me extiendo sobre el valor de proporcionar un modelo como el desarrollado acá, destacando que los modelos, y en particular el modelo psicoanalítico propuesto, intentan sólo dar respuestas a un área delimitada del problema, y no una comprensión holística del conflicto social.

Una última advertencia. Este libro pretende ser un estudio interpretativo desde un modelo psicológico que ayude a entender los fenómenos sociales. Como tal, no se pronuncia sobre la contingencia política ni propone medidas concretas para enfrentarla. Esa es labor del liderazgo político.

Primera ParteAnálisis psicológico de la reconciliación individual

Capítulo I Pérdida y proceso de duelo

A. Las distintas formas de vivir el duelo

1. La depresión: un duelo no elaborado

Cuando ha muerto un ser querido, nos resulta comprensible la pena, la tristeza y, por cierto tiempo, la amargura y desesperación que siente el familiar más cercano.

Pero puede suceder que, a medida que pasa el tiempo, esa persona no se recupere de su estado de apatía, desinterés, retraimiento, abandono de sus tareas habituales y descuido personal. Que mantenga un pesimismo y escepticismo crónicos y generalizados. Que su impotencia y desesperanza se acompañen de rabia sorda, con ideas relativas a que la vida no vale la pena ser vivida, a veces pensamientos suicidas y, en algunos casos, intentos suicidas. Este estado depresivo va generando en quienes lo rodean un sentimiento de incomprensión, acompañado a veces de rechazo. Les cuesta empatizar en esa reacción donde ya no son la tristeza y la pena las emociones que predominan, sino la rabia volcada contra el sujeto mismo en conductas autodestructivas, y hacia los demás en un progresivo alejamiento y recriminación.

¿Cómo entender el surgimiento de esta agresión a raíz de la pérdida de un vínculo que, a primera vista, era una relación de amor? Es comprensible que la persona reaccione con pena, tristeza, tal vez rabia e impotencia por haber sido privada de algo tan necesario; pero, ¿por qué llegar a la autodestrucción? ¿De dónde surge tanto odio y tanta agresión destructiva?

Estas mismas preguntas se pueden hacer desde su opuesto: ¿De dónde surge tanto entusiasmo y vitalidad cuando nos enamoramos? ¿Cómo entendemos este estado de exaltación, de éxtasis, que nos provoca un otro? En este caso, también se puede llegar al extremo de un enamoramiento de tal intensidad que no se miren los riesgos ni las consecuencias de los propios actos, lo que es un estado psíquico que a un tercero tampoco le resulta empático, ni puede comprender.

Los estados emocionales que nos sorprenden por su intensidad, como si hubiera un excedente de sentimientos que no sabemos de dónde viene, se pueden entender por la activación de procesos mentales que hemos construido en el pasado y que no son fácilmente accesibles a nuestra conciencia. En el acto de enamorarse, se reactivan relaciones pasadas con la madre y el padre cargadas de sentimientos y emociones excitantes y placenteras. Al mirar los ojos de la amada, en nuestra mente se reactivan, además, todas las miradas cariñosas del pasado, de una madre que en ese momento era vista como infinitamente perfecta, hermosa y buena (o sea, muy idealizada), y fuente de placer inagotable. Por lo tanto, el sentimiento de éxtasis que experimentamos tiene que ver no sólo con lo que la amada nos provoca, sino con lo que nuestra madre provocó en nosotros. Debo señalar que cuando la relación con los padres ha carecido de la intensidad que acarrea una intensa idealización y también un intenso odio, estamos en una condición mental muy deficitaria, que más tarde se traducirá en graves problemas para relacionarse con los demás. El excedente emocional es imprescindible, aunque a veces complejiza la vida afectiva.

Así, entonces, si queremos entender de dónde proviene ese excedente emocional de rabia destructiva que surge a raíz de la muerte de un ser querido y que nos conduce a la depresión, a la enfermedad, debemos explorar el pasado; y ello especialmente en la relación con nuestros padres, que en los momentos de separación generaron una frustración de tal monta que llevó al odio y a la agresión.

2. Elaboración de la agresión, requisito del duelo normal

La observación de bebés, el trabajo clínico con pacientes y las teorías del desarrollo psíquico, describen las diversas variables en juego durante los primeros años de vida.

En primer lugar, el bebé nace con necesidades e instintos que deben ser satisfechos, entre éstos, el hambre y el apego. Estos instintos y necesidades constituyen lo que en el ser humano denominamos pulsiones. La satisfacción de estas pulsiones es vivida como intensas gratificaciones que despiertan un espectro de sentimientos y emociones, los cuales pueden reunirse bajo la denominación común de amor. La frustración de estas necesidades activa reacciones innatas de sentimientos y emociones que pueden agruparse bajo la denominación común de odio.

Entre los hechos inevitables en la interacción primera con la madre, están las separaciones. Llega un momento en que la madre deja de amamantar y el bebé siente que le quitan ese pecho tan gratificante. Después de estar en los brazos de la madre, sobre su cuerpo, en contacto directo con su piel y sus olores, recibiendo ese líquido tibio que mitigaba el “dolor” del hambre, el bebé percibe que su madre se aleja, le distancia las mamadas, lo va dejando en su cuna. Siente que lo separan de aquello tan protector y tranquilizador, para dejarlo solo, en un estado nuevo e inquietante.

Todas estas separaciones generan altos montantes de frustración que comportan una reacción de rabia e ira, la cual fue adaptativa en algún momento de nuestra historia animal: nos preparaba para el ataque y la destrucción del enemigo que nos quería quitar la presa. Esta reacción de rabia, ira —en definitiva, de odio—, es un sentimiento que el bebé vive como muy displacentero. Y, siguiendo un mecanismo básico propio de la biología, pero que la mente usa como modelo, todo lo que molesta es algo tóxico, basura, desperdicio, elemento del cual hay que deshacerse. En el cuerpo lo hace por medio de la excreción fecal, sudorífera, urinaria. En la mente, a través de la proyección. Lo que disgusta se saca fuera y se cuelga, se ubica en otro, proyectándolo.

Así, el bebé vuelve a quedar tranquilo y es el otro quien tiene ese sentimiento displacentero, es el otro quien siente odio, o envidia. Pero este mecanismo implica un costo. El otro se transforma en un enemigo que ahora me quiere atacar. Ahora es él quien me odia o envidia. Tengo que usar nuevas estrategias para evitar ese ataque destructivo.

Busco en mi mente entre los personajes (como describimos el mundo interno en la introducción), y recurro a alguien poderoso, fuerte, idealizado, para que le haga frente. El costo es que voy dividiendo el mundo en un “yo soy fantástico”, “los demás son malditos”; o tomo de vuelta e incorporo dentro de mí a ese otro odiado, para controlarlo, vale decir, me identifico con él. El costo es que termino odiándome a mí mismo.

No voy a entrar en detalles de todas las vicisitudes que pueden ocurrir en este mundo de relaciones donde, a raíz de la frustración provocada por la separación, se gatilló el odio. Lo que sí quiero subrayar es el mundo persecutorio en el que queda sumergido el bebé.

La separación es un duelo, y son estos duelos y la elaboración que hagamos de ellos, los que van a hacer acto de presencia en nuestra mente cuando fallezca un ser querido. Si las separaciones vividas en el pasado no fueron adecuadamente elaboradas, con altos montantes de agresión no resuelta, el mismo patrón tenderá a repetirse cuando lo reactivemos a raíz de un nuevo duelo. Es en este ambiente persecutorio que puede ser generado por un duelo, que debemos entender la conducta auto- y hetero-destructiva de quien la padece.

Y, ¿cómo elabora el bebé la agresión, el odio y la violencia que lo tiene sumergido en este mundo persecutorio? La preocupación principal es cómo sobrevivir a los ataques de los personajes, tanto internos como externos, que no son sino productos de su odio proyectado en ellos. Pero como el bebé también tiene experiencias gratificantes, excitantes, placenteras, se relaciona también con personajes idealizados, fuertes y todopoderosos, y se apoya en ellos para defenderse de los perseguidores malos. Esto significa que vive en un mundo de ataques, huidas, triunfos, venganzas, personajes ideales, personajes malditos, hadas madrinas y brujas. Estos personajes en pugna son los que definen un estado mental persecutorio paranoide.

Sin embargo, si predominan en el sujeto las experiencias de recuperación de lo perdido, y a esto se suma el desarrollo biológico normal del sistema nervioso central, va ganando terreno cada vez con más fuerza una tendencia que lo ayuda a tolerar la frustración cuando pierde lo que le da placer; y, por lo tanto, a proyectar menos odio en el otro. Esta tendencia es un impulso amoroso que neutraliza la agresión y que, además, conduce a un sentimiento de preocupación cada vez mayor por el otro. Al mismo tiempo, la capacidad perceptiva del bebé se perfecciona gracias al desarrollo de su sistema nervioso central, y ya no percibe manos, caras, ojos, aislados, sino la persona completa de la madre. Esto lo lleva a darse cuenta de que quien lo cuida, lo alimenta, lo limpia, lo acompaña y lo protege, es la misma persona que lo abandona, le quita lo que le produce placer, lo reta, lo hace sufrir y lo descuida.

Esta capacidad de ver a la madre como una persona completa gracias a la maduración perceptiva, y de preocuparse de ella fruto del amor que va aumentando, genera un tipo de ansiedad distinta de la que gatillaba la persecución. Este sentimiento es más elaborado y su aparición tiene consecuencias diferentes para el funcionamiento mental. Me refiero a esa forma de ansiedad que está centrada en el daño que le hicimos a otro, y que denominamos culpa. A partir de ese momento, la desaparición del objeto de gratificación ya no se siente como un robo indignante, sino como el resultado de mi propio odio. Se siente una responsabilidad personal en la desaparición del otro. Es como si la desaparición fuera consecuencia de mi voracidad, posesividad, exigencia etc.

La culpa se origina, entonces, por la toma conciencia de que se ha dañado y daña a quien también se reconoce querer. Las consecuencias de este sentimiento son el deseo de arreglar el daño, de reparar, de reconciliarse con aquel a quien —al menos en su mente— el sujeto dañó y destruyó. Los sentimientos que acompañan la culpa en el momento de constatar la destrucción del ser querido, son la pena y la tristeza. La culpa moviliza el deseo de arreglar, pero inicialmente la tarea se ve extenuante, casi imposible. Surge el pesimismo, la desesperanza, y la sensación de que nunca se obtendrá el perdón.

Desde aquí podemos entender los sentimientos tan comunes que se activan en los duelos del adulto: la tristeza, la desesperanza, el pesimismo y la culpa. Por la reactivación de las fantasías infantiles, el sujeto experimentará la desaparición del otro se como ocasionada por su propio odio.

3. La reparación en el duelo

Estamos ahora en medio del proceso de duelo que desencadenó la separación: el difícil y doloroso proceso de reparación de la imagen del otro en nuestro interior. Sumidos en la angustia y el dolor, en un primer momento tratamos de evitar el compromiso agobiante que significa reparar lo dañado. Para esto usamos distintas estrategias: negar que sea para tanto; arreglar “por encimita”; huir a relaciones que entierren ese dolor; consumir sustancias que exalten, que exciten, o que anestesien el dolor psíquico y la angustia; o bien enfrascarse en proyectos que a uno lo hagan sentirse poderoso, invencible y, al mismo tiempo, insensible.

Los mecanismos de defensa, sin embargo, tarde o temprano se desgastan, las estrategias mencionadas fallan, y lo perdido y dañado se instala inexorablemente en la mente. Algunas personas refuerzan de alguna manera las estrategias que utilizaron. Otras se resignan a asumir la realidad y empiezan el lento y fatigoso camino de la reparación: paso a paso, repitiendo como en su revés todo lo que fue dañado y ahora debe ser arreglado. La intención es hacer ahora el proceso exactamente contrario al que provocó el daño. Sería como observar en un film un jarrón que se golpea en el suelo y se quiebra: ésa sería la destrucción. La misma secuencia, pero ahora retrocediendo la película, sería la reparación. Pueden apreciar cuán exigente que es para la mente esta demanda. Ello explica que, aun habiendo logrado llegar a esta tercera etapa, podamos no sentirnos capaces de continuar.

Hanna Segal (1989) dice: “Cuando nuestro mundo interno se halla destruido, muerto, sin amor; cuando nuestros seres amados no son más que fragmentos y nuestra desesperación parece irremediable, es entonces cuando debemos recrear nuevamente nuestro mundo interior, reunir las piezas, infundir vida a los fragmentos muertos, reconstruir la vida”.

Mario Benedetti lo dice en el hermoso lenguaje poético de su Inventario:

Si quiero rescatarme

Si quiero iluminar esta tristeza

Si quiero no doblarme de rencor

Ni pudrirme de resentimiento

tengo que excavar hondo

hasta mis huesos

tengo que excavar hondo en el pasado

y hallar por fin la verdad maltrecha

con mis manos que ya no son las mismas.

Pero no sólo eso.

Tendré que excavar hondo en el futuro

y buscar otra vez la verdad

con mis manos que tendrán otras manos

que tampoco serán ya las mismas

pues tendrán otras manos.

Y así, poco a poco, ese otro que había sido dañado y destruido, va siendo recreado e incorporado como un personaje que ahora no persigue, sino que acompaña agradecidamente. Con su identidad restaurada, enriquece el escenario psíquico. Se transforma en un ser bueno que da paz, tranquilidad y sensación de hondo bienestar, además de recursos para enfrentar conflictos nuevos: “con mis manos que tendrán otras manos”. Vale decir, para enfrentar nuevas pérdidas y separaciones, porque refuerza la confianza en la potencialidad del propio amor.

Lo arriba descrito corresponde a un duelo elaborado. Supone reconocer el odio y la persecución que conducen a la destrucción y al daño, requiere capacidad de darse cuenta de que el otro que uno ama es el mismo al que agrede. Exige paciencia, tenacidad y tolerancia para reparar de manera adecuada al otro dañado, de forma tal que quede la convicción en la bondad propia, y en el perdón del otro. Sólo ahora es posible la reconciliación, etapa final de todo proceso de duelo.

Como ustedes han podido apreciar, son muchas las variables que deciden el curso de un proceso de duelo. Hay condiciones que facilitan dicho proceso y contribuyen a que llegue a buen término, lográndose así finalmente la incorporación de un otro y de una experiencia enriquecedora para la vida mental. Pero son muchas las condiciones que perturban este difícil proceso mental, y lo detienen en cualquiera de sus etapas. En la primera etapa, dejando al doliente en un escenario de persecución, odio y destrucción, que muchas veces lleva al suicidio o a la depresión grave. En la etapa de culpa persecutoria, de desesperanza y pesimismo, queda prisionero en un callejón sin salida, que lo arrastra a un estado depresivo si no grave, crónico. En la tercera etapa, asumido el daño realizado, puede no sentirse capaz de reparar y, por ende, de reconciliarse. No logra completar la experiencia y vive para siempre con el fantasma de un duelo no elaborado, que aumenta los temores, disminuye la autoestima y la seguridad frente a los demás.

¿Cuáles son estos condicionantes que facilitan o perturban este proceso de duelo? Los veremos a continuación.

4. Condicionantes que facilitan o perturban el proceso de duelo en el agredido y en el agresor

Podemos dividir estos condicionantes en dos grandes grupos:

a) Los relacionados con la constitución de nuestro mundo interno, de nuestra mente. O sea, con la calidad de los personajes que fuimos albergando en nuestra psiquis a lo largo de nuestra historia, los cuales van a facilitar o entorpecer este proceso.

b) Las condiciones reales, propias del mundo externo con el que interactuamos, que concurrieron a la situación de pérdida. Es diferente perder a un ser querido por una enfermedad crónica prolongada que por un accidente.

Este modelo de funcionamiento mental, referido fundamentalmente al duelo, tiene como objetivo proponer un vértice que nos ayude a pensar y elaborar el proceso de duelo social que nuestro país vive desde los años setenta. Por eso me parece oportuno aterrizar las ideas desarrolladas hasta aquí a los hechos acontecidos en ese período. A continuación puntualizaré cómo pudieran operar los condicionamientos internos y los externos en las personas que sufrieron las pérdidas. He considerado los que me parecen más relevantes, pero creo que pueden incorporarse otros al análisis.

A propósito de esto, quiero resaltar un aspecto que no es fácil de aceptar. Señalé al comienzo la relación estrecha que existe entre los conflictos y el duelo. Los conflictos despiertan agresión. La agresión siempre va acompañada de daño y destrucción en el mundo interno y eventualmente en el mundo externo; por lo tanto, siempre implica pérdida, o sea, duelo. Y esto no está referido solamente a la víctima de la agresión, sino también a quien la ejerce. De aquí se desprende que no sólo la víctima hace duelo; también lo hace el victimario, el agresor. Veremos a continuación que sus procesos de duelo son diferentes, porque las condiciones internas y externas en la víctima y el victimario son distintas. Pero lo que tienen en común es que ambos deben hacer un duelo por aquello destruido. Por esto, a continuación desarrollaré los condicionantes del mundo interno y del mundo externo en el agredido, y enseguida en el agresor.