Circus maximus - Andrew Zimbalist - E-Book

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Andrew Zimbalist

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Atletas de todo el mundo compiten por el honor de representar a su país en unos Juegos Olímpicos, o en una Copa del Mundo de fútbol. Pero el camino hacia estos megaeventos está empedrado de grandes pelotazos. Todos sabemos quién gana en el estadio, sobre terreno de juego, pero ¿quién gana fuera del estadio? ¿Qué sucedió para que los otrora modestos acontecimientos deportivos de unos Juegos Olímpicos o una Copa del Mundo de fútbol alcanzaran semejante notoriedad? Andrew Zimbalist reconstruye la trayectoria seguida por estos espectáculos deportivos de masas desde sus orígenes (1896 en el caso de los Juegos Olímpicos modernos; 1930, en el de la Copa del Mundo de fútbol). "Circus maximus" combina hábilmente la narración de los hechos con el análisis riguroso de las tensiones entre bastidores; sea en Barcelona, en Sochi o en Pekín, en Sudáfrica o en Brasil, la batalla desatada –una competencia de escala mundial y con sólo un ganador posible– entre los candidatos a albergar unos Juegos Olímpicos o unos Mundiales de fútbol es feroz. Las ofertas se han vuelto cada vez más disparatadas y las ocasiones para corromperse, omnipresentes. Hoy en día, las denuncias persistentes de corrupción empañan los Mundiales de fútbol de Rusia (2018) y Qatar (2022). Mientras tanto, ciudades de todo el mundo compiten por acoger los Juegos Olímpicos de Verano de 2024. Circus maximus retrata un mundo que dejará boquiabiertos no sólo a los amantes del deporte, sino a líderes y ciudadanos de todo el mundo. Andrew Zimbalist muestra qué les funciona realmente a ciudades y países receptores, y señala el camino necesario para reformar los procesos de licitación del Comité Olímpico Internacional y de la FIFA.

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Akal / Pensamiento crítico / 48

Andrew Zimbalist

Circus maximus

El negocio económico detrás de los juegos olímpicos y el mundial de fútbol

Traducción: Pilar Cáceres

Atletas de todo el mundo compiten por el honor de representar a su país en unos juegos olímpicos, o en una copa mundial de fútbol. Pero el camino hacia estos megaeventos está empedrado de grandes pelotazos. Todos sabemos quién gana en el estadio, sobre terreno de juego, pero ¿quién gana fuera del mismo?

¿Qué sucedió para que los otrora modestos acontecimientos deportivos de unos juegos olímpicos o una copa del mundo de fútbol alcanzaran semejante notoriedad? Andrew Zimbalist reconstruye la trayectoria seguida por estos espectáculos deportivos de masas desde sus orígenes (1896 en el caso de los juegos olímpicos modernos; 1930, en el de la copa del mundo de fútbol) hasta la actualidad.

Circus maximus combina hábilmente la narración de los hechos con el análisis riguroso de las tensiones entre bastidores; sea en Barcelona, en Sochi o en Pekín, en Sudáfrica o en Brasil, la batalla desatada –una competencia de escala mundial y con sólo un ganador posible– entre los candidatos a albergar unas olimpiadas o unos mundiales de fútbol es feroz. Las ofertas se han vuelto cada vez más disparatadas y las ocasiones para corromperse, omnipresentes. Hoy día, las denuncias persistentes de corrupción empañan los mundiales de fútbol de Rusia (2018) y Qatar (2022). Mientras tanto, ciudades de todo el mundo compiten por acoger los juegos olímpicos de verano de 2024.

Circus maximus retrata un mundo que dejará boquiabiertos no sólo a los amantes del deporte, sino a líderes y ciudadanos de todo el mundo. Andrew Zimbalist muestra qué les funciona realmente a ciudades y países anfitriones, y señala el camino necesario para reformar los procesos de licitación del Comité Olímpico Internacional y de la FIFA.

Andrew S. Zimbalist es Robert A. Woods Professor of Economics en Smith College (Northampton, Massachusetts). Destacado analista de la economía e industria del deporte, ejerce también de comentarista deportivo en importantes medios de comunicación. Ha sido asimismo profesor visitante en diversas universidades de Alemania, Japón y Suiza. Entre otros muchos títulos, es autor de Sports, Jobs and Taxes: The Economic Impact of Sports Teams and Stadiums (1997), The Economics of Sport, I & II (2001), May the Best Team Win: Baseball Economics and Public Policy (2003), National Pastime: How Americans Play Baseball and the Rest of the World Plays Soccer (2005), The Bottom Line: Observations and Arguments in the Sports Business (2007), Circling the Bases: Essays on the Challenges and Prospects of the Sports Business (2010) y editor, junto con Wolfgang Maennig, del International Handbook on the Economics of Mega Sporting Events (2013).

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

Sese-Paul Design

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Circus Maximus. The economic gamble behind hosting the Olympics and the World Cup

Autorizado por The Brookings Institution Press, Washington D.C., EEUU

© The Brookings Institution, 2016

© Ediciones Akal, S. A., 2016

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4306-5

En memoria de

Ellie Abend (1924-2014),

mi entrañable suegra

y mi audaz correctora

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Desde que este libro se publicara en tapa dura hace un año, no han cesado las noticias en torno a los juegos olímpicos y a la copa mundial de fútbol: la FIFA se ha visto involucrada en un escándalo bochornoso y el COI ha aprobado un paquete de reformas, su Agenda 2020; tras varios traspiés, Río de Janeiro celebrará las olimpiadas, mientras que Tokio ha malgastado 2.500 millones de dólares en un estadio olímpico, y Boston ha visto desvanecerse el apoyo de que gozaba su candidatura olímpica.

La primera edición Circus maximus se publicó poco después de que el Comité Olímpico de Estados Unidos eligiera a Boston para que representara al país en la competición internacional para conseguir los juegos de verano en 2024. Puesto que por entonces residía en Massachusetts, enseguida me instaron a que participara en un debate público sobre si era o no oportuno que Boston celebrara las olimpiadas, asunto sobre el que reflexioné en mis artículos de opinión para el Boston Globe, en mis conferencias y apariciones en programas de radio y televisión, y también como asesor del Comité Financiero de Boston, del Comité Ejecutivo de NAACP y del Senado, así como en el trabajo que realicé junto a Chris Dempsey en No Boston Olympics, y como colaborador de la candidatura de Boston 2024. Además de lo anterior y entre otras colaboraciones, participé en debates televisivos en los programas de mayor audiencia junto a Steve Pagliuca y Dan Doctoroff. Todas estas contribuciones han sido edificantes, estimulantes y divertidas, aunque por el camino haya recibido críticas, que por otra parte he encajado como si se tratara de un honor.

Esta edición en tapa blanda incluye un epílogo que analiza la candidatura de Boston con más detalle, junto a otros eventos relacionados con la Copa Mundial de la FIFA (el mundial de fútbol) y las olimpiadas ocurridos durante el pasado año. El texto de la primera edición ha sido revisado y puesto al día.

Agradezco sobre todo a Chris Dempsey, de No Boston Olympics, nuestras muchas conversaciones sobre los desaciertos de la candidatura de Boston 2024, y a Jim Braude y Margery Eagan que me plantearan las preguntas más difíciles. Gracias también a Andy Larkin, Enno Gerdes, Liam Kerr, Kelly Gossett, Lisa Genasci, Ted Cartselos, Dan Gardner, Stan Rosenberg, Bill Straus, Elizabeth Warren, John Henry, Malcolm McNee, Arthur Mac­Ewan, Doug Rubin y Peter Kwass por sus conversaciones y sugerencias. Ha sido un placer tratar con los atentos Bill Finan y Valentina Kalk de Brookings Institution Press. Por último, quisiera expresar mi cariño y gratitud a los miembros de mi familia, Shelley, Alex, Ella, Jeff y Mike por su apoyo e interés en mi trabajo.

PREFACIO

Cuando en 2003 me llamó Gerry Schoenfeld, director de la Organización Shubert y el productor más veterano de Broadway, llevaba más de una década trabajando en el campo de la economía deportiva. Me había dedicado, entre otras cosas, a analizar el impacto que tienen los clubes deportivos en las ciudades[1]. La opinión de los investigadores académicos independientes era unánime: los estadios y los clubes no tienen, por lo general, un efecto positivo sobre el empleo ni suelen mejorar la economía de las ciudades. Esta conclusión se basaba, en parte, en el hecho de que los turistas deportivos invierten exclusivamente en los eventos deportivos y no gastan dinero en otros sectores de la economía local.

En cambio, parecía plausible la hipótesis de que los megaeventos deportivos (olimpiadas, el mundial de fútbol y la Superbowl) pudieran tener un efecto más positivo, gracias a que los que viajan para asistir a estos megaeventos son en su mayoría forasteros o extranjeros que contribuyen con dinero fresco a la economía de las ciudades y países que compiten por celebrarlos.

Al parecer, el efecto sustitutivo funciona de manera diferente en el caso de los megaeventos, aunque siga siendo válido. La conspiración de otros factores hace, sin embargo, que sean dudosos instrumentos de promoción de la economía local, excepto en casos excepcionales, cuando se dan una serie de prerrequisitos y una planificación e implementación eficaces.

Cuando recibí la llamada de Gerry Schoenfeld, en 2003, no conocía los detalles sobre el plan que estaban elaborando. Sabía que habían pasado dos años desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, y que la ciudad de Nueva York necesitaba reconstruirse. Bajo el liderazgo de Dan Doctoroff, teniente alcalde y responsable de los asuntos económicos durante la alcaldía de Michael Bloomberg, y gracias a la ayuda de las principales constructoras de la ciudad y de los sindicatos, se había creado un comité para presentar una candidatura de cara a los juegos olímpicos de verano de 2012.

Ni a Schoenfeld ni a la Organización Shubert les gustaba el plan. Por un lado, lo consideraban un despilfarro de los recursos financieros de la ciudad y una forma nada inteligente de hacer uso del escaso terreno disponible, aunque lo que más les preocupaba era el impacto que las olimpiadas pudieran tener en Broadway. La pieza clave iba a ser el estadio olímpico, que se habría construido en el área circunscrita entre las calles 31 y 33 y las avenidas 10 y 11. Esta zona, que ocupa unas seis manzanas, alberga la playa de maniobras de los ferrocarriles que conducen a Long Island. Para construir un estadio olímpico en esos terrenos, hubieran tenido que colocar, en primer lugar, una plancha de hormigón sobre toda la playa. Semejante losa de hormigón de una dimensión equivalente a seis manzanas habría costado 400 millones de dólares (más los 500 millones de dólares aproximadamente que habría costado la construcción del estadio). Tras los diecisiete días que duran los juegos, y después de algunas reformas costosas, el estadio habría pasado a ser propiedad de los New York Jets de la NFL. Los Jets habrían jugado allí diez partidos anuales (incluidos dos partidos de exhibición). Tal vez se hubieran celebrado conciertos o partidos de fútbol entre equipos universitarios, aunque es muy probable que el estadio no se hubiera utilizado más de quince días al año, pese a que la construcción de hormigón y el estadio habrían sido financiados con dinero público.

Puede que por aquel entonces mi conocimiento de la economía de estos megaeventos no fuera perfecto, pero lo que tenía claro es que colocar una losa de hormigón de una extensión de seis manzanas en el West Side de Manhattan, en la zona que mira al Hudson, no era un proyecto valioso ni para el país ni para el mundo. Que, además, fuera a construirse de cara a un evento que dura menos de un 5 por 100 del total de los días que tiene el año, resultaba aún más carente de sentido.

A la Organización Shubert le parecía un desatino. El estadio se ubicaría a un paso de los teatros de Broadway. La mayoría de los partidos de los Jets se celebran los domingos por la tarde, lo que habría supuesto un tráfico infernal para asistir a las funciones vespertinas de los domingos. Las disputas y la algazara después del partido tampoco ayudarían. Si lo que se pretende es destinar fondos públicos a la financiación de distintas modalidades de entretenimiento en Manhattan, la Organización Shubert se preguntaba por qué no se dedicaban esfuerzos a mantener y renovar lo más venerable del sector del entretenimiento allí: los teatros de Broadway.

Schoenfeld me pidió que realizara un análisis económico y que publicara y discutiera públicamente sobre el tema. Me puse a investigar a fondo acerca de la economía de los juegos olímpicos y llegué a la conclusión de que el plan de Dan Doctoroff no era realista. Así lo vio también, por fortuna para la ciudad de Nueva York, el Comité Olímpico Internacional (COI). En 2005, el COI anunciaba que la candidatura ganadora para celebrar los juegos olímpicos de verano de 2012 era Londres.

Continué con mis investigaciones en los años sucesivos sobre la economía de los megaeventos y trabajé como consultor para varias ciudades que estaban considerando la posibilidad de presentar su candidatura. En 2012 edité un libro junto con el economista y medallista olímpico Wolfgang Maennig, el International Handbook on the Economics of Mega Sporting Events, donde se abordaba este asunto desde un punto de vista más académico y técnico.

En febrero de 2013, el Comité Olímpico de los Estados Unidos (USOC) envió una carta a cincuenta ciudades del país, entre las que se encontraba Boston, invitándolas a presentar su candidatura de cara a la celebración de los juegos olímpicos de verano de 2024. Unos cuantos meses después, Mitt Romney sugirió al gobernador de Massachusetts, Deval Patrick, que fuera Boston la candidata a convertirse en ciudad sede. Patrick sometió el asunto al Legislativo, que a su vez encargó un estudio a una comisión de diez miembros elegidos por el gobernador.

Tras su aprobación, el senador del estado de Massachusetts y líder de la mayoría del Senado Stan Rosenberg me escribió para preguntarme si estaba interesado en formar parte de la comisión, a lo que respondí de forma positiva, siempre que me lo permitiera el volumen de trabajo y los plazos estipulados. El senador Rosenberg, agradecido, me pidió que le mandara mi currículum, que luego enviaría a Deval Patrick junto a una carta de recomendación donde solicitaba mi nombramiento. Al parecer, lo mismo le ocurrió a Victor Matheson, economista del College of the Holy Cross en Worcester, Massachusetts, experto en la economía de los megaeventos, a quien llamó otro legislador del estado. Le hablé, además, al senador Rosenberg de Judith Grant Long, catedrática de la Universidad de Harvard y reconocida experta en materia de economía urbana en su relación con las olimpiadas y otros megaeventos deportivos.

Parece ser que el gobernador Patrick no nos había elegido para que formáramos la comisión, sino que había nombrado a varios ejecutivos del sector hotelero y de la construcción, los sectores que más se habrían beneficiado de haberse celebrado los juegos en Boston. Después de algunos meses, la comisión concluyó que el asunto requería un ulterior estudio. Aunque ni el Legislativo ni el Ayuntamiento de Boston apoyaron la candidatura de la ciudad para acoger los juegos olímpicos (y en julio de 2015 seguía siendo así), el Comité Olímpico de Estados Unidos eligió a Boston candidata en la competición internacional para convertirse en sede de las olimpiadas de 2024.

La maniobra del gobernador Patrick me volvió aún más cínico, si cabe, respecto a la política y sus intereses. Tal vez no pueda engañarse siempre a todo el mundo, pero no hay duda de que ese es el objetivo de muchos políticos. Había llegado, pues, el momento de examinar en profundidad y con la cabeza fría la dimensión económica de la celebración de los juegos olímpicos y del mundial de fútbol, de una manera en que pudieran entenderlo los no economistas. Y este es el propósito del libro.

Su título, Circus maximus, es una referencia al anfiteatro que en la antigua Roma se destinaba a las carreras de cuadrigas y al entretenimiento de las masas. Con el término circus (circo) nos referimos hoy día al espectáculo ambulante de fieras, trapecistas y payasos o, metafóricamente, a una situación de bullicio y caos. Maximus (máximo) señala, es evidente, el grado superior de algo. Creo que en 2014 no hay mejor manera de describir lo que representan los juegos olímpicos y la copa mundial.

Serge Schmemann, miembro del consejo editorial de The New York Times, describió la copa mundial como «una batalla para conseguir primacía a nivel global en lo que los norteamericanos insisten en llamar soccer». En cuanto estadounidense y ávido lector del New York Times, no puedo decir que esté mintiendo. En este libro utilizo la palabra «fútbol» para referirme al «Association Football», su denominación completa[2]. Ciertamente, «fútbol» es la denominación más común, tanto en Reino Unido como en el resto del mundo, pero no comparto la extendida idea de que, para distinguirlo del fútbol americano, los estadounidenses inventáramos el término «soccer». Pues lo cierto es que el Oxford English Dictionary registra el primer uso de la palabra «soccer» en 1889 por parte de un escritor inglés (que empleó la variante «socca»). Esta palabra, al parecer una abreviatura de «asociación», se utilizó por primera vez en oposición al «fútbol rugby», también popular en Inglaterra, y desde entonces forma parte del acervo del inglés[3]. La Fédération Internationale de Football Association, la FIFA, es el órgano rector del fútbol mundial.

Durante la investigación y la redacción de este libro recibí el apoyo de muchos colegas a quienes quisiera agradecerles su ayuda: Victor Matheson y Rob Baade, con quienes departí largo y tendido acerca del tema y con quienes habría escrito este libro de habérselo permitido sus compromisos. La colaboración con otros muchos colegas ha sido muy enriquecedora; agradezco que hayan compartido conmigo sus conocimientos y su pericia a, entre otros, Wolfgang Maennig, Roger Noll, John Siegfried, Allen Sanderson, Brad Humphreys, Dennis Coates y Stefan Szymanski. Gracias a Luis Fernandes, Gavin Poynter, Paulo Esteves, Ferran Brunet, Ricardo Guerra, Don Fehr, Denis Oswald, Anita DeFrantz, Michael Leeds, Nancy Hogshead-Makar, Anne Power, Martin Church, Derek Shearer, David Goldblatt, Jules Boykoff, David Eades, Judith Grant Long, Sunil Gulati, James Easton, Phil Porter, Martin Müller y Chris Gaffney. Finalmente, quiero agradecer inmensamente su apoyo a los miembros de mi familia: Shelley, Alex, Ella, Jeff y Mike.

[1] Véase, por ejemplo, Roger G. Noll y Andrew Zimbalist (eds.), Sports, Jobs and Taxes: The Economic Impact of Sports Teams and Stadiums (Brookings Institution Press, 1997).

[2] Stefan Szymanski y yo seguimos la misma práctica en nuestro libro, National Pastime: How Americans Play Baseball and the Rest of the World Plays Soccer (Brookings Institution Press, 2006).

[3] Véase una divertida discusión de este asunto etimológico en Sarah Lydall, «Up in Arms over “Soccer» vs. “Football»», New York Times,19 de junio, 2014.

CAPÍTULO I

El problema de celebrar las olimpiadas y la copa mundial de fútbol

En 1984 ninguna ciudad deseaba convertirse en sede de los juegos olímpicos. La violencia y la protesta política marcaron las olimpiadas de Ciudad de México en 1968. Los juegos de Múnich celebrados en 1972 terminaron en tragedia, con el asesinato de once atletas israelíes a manos de terroristas. Los juegos de Montreal de 1976 costaron 9,2 veces más de lo planeado inicialmente, endeudando a la ciudad durante treinta años.

En aquella época, organizar unas olimpiadas no otorgaba fama alguna, por lo que el Comité Olímpico Internacional (COI) tenía dificultades para encontrar una sede. La ciudad de Los Ángeles, ya que no competía con nadie, propuso un trato al COI: que este garantizara las pérdidas y que la ciudad utilizase la infraestructura de la que ya estaba dotada gracias a haber acogido las olimpiadas de 1932[1]. Este acuerdo favorable, junto con el marketing agresivo e inteligente de patrocinadores corporativos diseñado por Peter Ueberroth, resultó en un modesto beneficio de 215 millones de dólares para el comité organizador de Los Ángeles.

La experiencia de Los Ángeles supuso un punto de inflexión. Una vez comprobado que los juegos podían generar ganancias, numerosas ciudades y países se apresuraron a competir por el honor de celebrarlos. Y dicha rivalidad adquirió casi la misma intensidad que la competición atlética en sí. Las ciudades comenzaron a hacer ostentación de sus candidaturas, hasta el punto de que hoy día no resulta raro invertir hasta 100 millones de dólares sólo para presentar una candidatura.

En la carrera por superar al contrincante, los gastos por celebrar los juegos olímpicos han alcanzado cifras de más de 40.000 millones de dólares, en el caso de los juegos de verano de Pekín de 2008, y de unos 50.000 millones en los juegos de invierno de 2014 celebrados en Sochi. Los países en vías de desarrollo se han lanzado recientemente a participar en la competición por convertirse en sede. La inversión que han tenido que realizar ha sido mayor, dada la deficiente infraestructura de estos países en transporte, comunicaciones, energía, servicios e infraestructura deportiva. Otros megaeventos deportivos han experimentado una escalada de costes similar. El coste de organizar la Copa Mundial de la FIFA, el gran acontecimiento futbolístico celebrado cada cuatro años, se ha multiplicado desde los varios cientos de millones en 1994, año en que tuvo lugar en EEUU, hasta la suma de entre 5.000 y 6.000 millones invertida por Sudáfrica en 2010 y los entre 15.000 y 20.000 millones de dólares gastados por Brasil en 2014. Qatar podría batir todos los récords en la Copa Mundial de la FIFA en 2022, ya que se estima que puede llegar a gastar la desorbitada cifra de más de 220.000 millones de dólares.

La historia podría estar repitiéndose. Igual que en la década de los setenta apenas había ciudades candidatas, hacia 2014 los crecientes costes han venido significando una carga para los países con menos recursos y con escasos servicios públicos. Mientras que los promotores de las competiciones exageran los beneficios económicos asociados a la celebración de estos ostentosos eventos deportivos, las poblaciones de las ciudades sede no se muestran muy optimistas. Además de no ver el beneficio económico de estos megaeventos, los ciudadanos han experimentado cambios sociales y una redistribución de recursos antes destinados a cubrir sus necesidades básicas. Estas competiciones benefician a sus promotores, pero son la clase media y la clase trabajadora quienes, con creciente malestar, han tenido que pagar por ello.

En junio de 2013, la celebración de la Copa Confederaciones (una competición de fútbol que se celebra cada cuatro años a nivel internacional, justo antes del mundial, en el país cuya candidatura ha resultado ganadora) hizo salir a la calle a más de medio millón de brasileños para protestar contra el gasto del gobierno, de entre 15.000 y 16.000 millones de dólares, en la construcción de nuevos estadios y en infraestructura (algunos aún por terminar) de cara al mundial de fútbol, pese al hecho de que los servicios de transporte del país son pésimos, y cada vez más caros, la sanidad deficiente, las escuelas no disponen de recursos y la vivienda escasea. Las protestas populares fueron intensas durante 2013, recrudeciéndose a medida que se acercaba el mundial en junio de 2014. Policía, maestros y servicios de transporte y aeroportuarios de muchas ciudades brasileñas han organizado numerosas huelgas y manifestaciones, duramente reprimidas, durante la celebración de la copa mundial de fútbol.

Los brasileños no son los únicos que se oponen a las políticas e intereses gubernamentales. Por todo el mundo se han multiplicado las protestas ante la complicidad y connivencia del gobierno con las desigualdades e injusticias, desde EEUU («Occupy Wall Street») hasta el Medio Oriente («la primavera árabe»), pasando por Rusia, Pakistán, Ucrania, Estambul, Sudáfrica, Chile, Bolivia y China. La globalización y el avance de la tecnología, junto a una nefasta distribución de las fuerzas del mercado, han conspirado para agrandar la brecha de la desigualdad social entre países y dentro de ellos.

Los miembros de los Consejos Ejecutivos de la FIFA y del COI pertenecen, por supuesto, a la elite económica. Viajan en primera clase, se hospedan en hoteles de cinco estrellas y tienen estrechas relaciones con los líderes políticos y los grandes empresarios de las ciudades que visitan: el sueldo de Sepp Blatter, el presidente de la FIFA, supera el millón de dólares, además de contar con una cuenta de gastos más bien ilimitada. Otros ejecutivos de la FIFA reciben paquetes de compensación de seis cifras[2]. Además de un salario de 100.000 dólares al año por su labor a tiempo parcial, Blatter ha venido concediéndoles a los veinticinco miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA pagas extra de entre 75.000 y 200.000 dólares al año. Para guardar las apariencias, esta práctica se dio por terminada en 2014, aunque el Subcomité de Compensación de la FIFA (un organismo designado por los miembros del Comité Ejecutivo[3]) les duplicó el salario anual en una votación secreta, según informó el Sunday Times de Londres. El Times desveló, además, que los miembros del Comité Ejecutivo recibieron dietas de 700 dólares por realizar tareas para la FIFA, e informó de que viajaban en clase business y se hacían alojar en hoteles de lujo[4]. El código ético de la FIFA recoge que los regalos concedidos a los veintisiete miembros de su Comité Ejecutivo no deberían tener sino un valor simbólico. Sin embargo, en septiembre de 2014, los medios publicaron que las bolsas de regalo del hotel donde estaban hospedados incluían un lujoso reloj suizo Parmigiani valorado en 25.000 dólares. Veinticuatro miembros del Comité Ejecutivo, incluido Sepp Blatter, no avisaron de que habían recibido este regalo; tres de sus miembros, Sunil Gulati, de EEUU, el australiano Moya Dodd y el príncipe Ali bin Al Hussein de Jordania, informaron de la violación de las normas a la Comisión de Ética de la FIFA. Al parecer, los miembros del Comité Ejecutivo iban a ser obsequiados con dos relojes más, cada uno valorado en más de 42.000 dólares, antes de que se hiciera pública la noticia del incumplimiento del código de normas éticas[5]. Este dato, sacado a la luz a principios de septiembre, condujo a que la Comisión de Ética exigiera la devolución de los relojes[6]. Estos excesos constituyen sólo la punta del iceberg de la corrupción y de la opulencia que anidan en el seno de la FIFA[7].

Los miembros del COI no reciben salario alguno, aunque sí disfrutan de una generosa cuenta de gastos pagados. La organización está compuesta por ricos, famosos y otros personajes tan cómodos en los grandes salones o en un consejo ejecutivo como un atleta en su campo[8]. Algunos de los miembros de la realeza que forman parte del COI son el príncipe Feisal bin Al Hussein de Jordania; Frederik, príncipe heredero de Dinamarca; la princesa Haya bint Al Hussein de Jordania (y jequesa de Dubai); el jeque Tamim bin Hamad Al Thani, emir de Qatar; el príncipe Nawaf bin Faisal bin Fahd bin Abdulaziz de Arabia Saudí[9]; el príncipe Ahmad Al-Fahad Al-Sabah de Kuwait; la princesa Ana, de la familia real británica; el príncipe Alberto II de Mónaco y la princesa Nora de Liech­tenstein[10].

Las cuestiones relacionadas con la distribución de los beneficios son aún más importantes para los países menos desarrollados. En vista de que estos últimos se han sumado a la cola para celebrar las olimpiadas y el mundial de fútbol, sobre todo los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) –y dada la escasez de recursos y su frágil balance fiscal, que conduce a una escalada de gastos y un desequilibrio en la distribución de beneficios– son previsibles intensas revueltas sociales. Aunque la organización de los megaeventos deportivos no constituya una de las causas principales del atraso de un país, no hay duda de que puede suponer un afianzamiento de sus patrones de desigualdad. La visibilidad y publicidad que generan las olimpiadas y la copa mundial de fútbol no hace sino incrementar la probabilidad de que el despilfarro llame la atención de los ciudadanos y provoque su indignación.

En la competición para convertirse en sede de los juegos olímpicos, es habitual que cada uno de los comités olímpicos nacionales abra el plazo de presentación de candidaturas once años antes de la celebración de los juegos, dando paso a un periodo de rivalidad entre ciudades que concluye nueve años antes del inicio de los juegos. Las ciudades elegidas son las «candidatas», que habrán de desembolsar al COI 150.000 dólares por presentar una candidatura. Finalmente, se elegirán de tres a cinco ciudades finalistas candidatas que pagarán al COI 500.000 dólares adicionales por el privilegio de competir por los juegos.

Las candidaturas de las ciudades responden a fuertes intereses económicos del sector privado, relevantes en la economía política de la ciudad, como por ejemplo las constructoras, las compañías de seguros, los estudios de arquitectura, los hoteles, los medios de comunicación locales, los bancos de inversión (que concederán los préstamos) y los bufetes de abogados que trabajan para todos estos grupos[11]. Dichos grupos de interés tienen sus propias empresas de relaciones públicas y consultorías dedicadas a generar en torno a la ciudad candidata el interés y la expectación que necesita, así como a dar publicidad al potencial económico que supondría para la ciudad.

Pero no producirá beneficio alguno, excepto en determinados casos. Resulta preocupante que para disponer del suelo necesario para celebrar los juegos, se fuerce el desplazamiento de barrios enteros y de puestos de trabajo, y que se emplee mano de obra barata y desvíen recursos antes destinados a servicios sociales básicos, además del considerable endeudamiento. Las ciudades sufrirán congestión del tráfico y contaminación bajo el pretexto de realizar proyectos de construcción y mejoras de la infraestructura, pese a que estas instalaciones no serán utilizadas una vez concluidas las competiciones (y, aunque así fuera, el ciudadano medio no podría permitirse pagar el coste de las entradas).

Siete años antes de los juegos olímpicos, tras dos de competición entre las ciudades candidatas, el COI elige la ciudad ganadora. El proceso es parecido para el mundial. Debido a las numerosas candidatas que han de convencer a un solo «vendedor» (el COI o la FIFA), resulta casi inevitable que se acaben presentando ofertas excesivas. Los grupos que presionan para imponer la candidatura de una ciudad no trabajan por los intereses de la ciudad, sino que responden a intereses privados. Estos grupos no pagarán la factura, pero serán, en cambio, los beneficiarios de los contratos lucrativos. Los economistas opinan que el resultado de este proceso de candidaturas suele dar lugar a la «maldición del ganador»: el que apuesta termina pagando más de lo que vale el objeto de la puja.

El COI y la FIFA han de encarar el problema de que a los políticos les resulta ya imposible ignorar las protestas de los ciudadanos, conscientes de que las olimpiadas y la copa mundial no son un gran negocio económico o político. Cada vez menos ciudades y países presentan sus candidaturas. Los ciudadanos de Saint-Moritz y Davos, Suiza, rechazaron en las urnas en marzo de 2013 la presentación de la candidatura de su ciudad para celebrar los juegos olímpicos de invierno de 2022; lo mismo hicieron los vecinos de Múnich, en noviembre de 2013, los de Estocolmo, en enero de 2014, y en contra se manifestaron también los de Cracovia, en mayo de 2014[12]. En octubre de 2014, el gobierno noruego decidió que no apoyaría la candidatura de Oslo para celebrar las olimpiadas de 2022, ya que encontraba ofensivas «las increíblemente irrazonables exigencias del COI de recibir un tratamiento digno del rey de Arabia Saudí». La retirada de Noruega puso en un aprieto al COI, que se vio obligado a elegir entre dos ciudades de países autoritarios –Almaty, en Kazajistán, y Pekín, la capital china–, ciudades no respetuosas con el medio ambiente y acuciadas por problemas financieros y violaciones de derechos humanos.

Entre diciembre de 2013 y enero de 2014, el nuevo presidente del COI, Thomas Bach, puso todo su empeño en atraer ciudades que pudieran competir por organizar los juegos de verano de 2024. En un encuentro en Sochi, Rusia, en febrero de 2014, antes de que se celebrasen las olimpiadas, Bach procuró evitar a toda costa un ciclo similar al de la década de los sesenta, cuando no había candidatas, mediante la adopción de un nuevo enfoque. Luego, en diciembre de 2014, el COI aprobaría un nuevo paquete de reformas, la Agenda 2020 (en el epílogo de este libro discutimos si se trata de una verdadera reforma o de una óptica distinta).

Los capítulos de este libro examinan con atención estos asuntos. El capítulo II analiza la evolución que han sufrido los juegos olímpicos y la copa mundial, por qué se han convertido en un gran circo, y los retos a que se enfrentan. El capítulo III analiza los costes y beneficios a corto plazo de organizar estos megaeventos. El capítulo IV aborda las consecuencias a largo plazo y el legado que dejan en las ciudades sede las olimpiadas y el mundial. El capítulo V se centra en la experiencia de Barcelona de 1992 como sede de los juegos de verano y en la de Sochi en los juegos de invierno de 2014. El capítulo VI examina la experiencia de Río de Janeiro y Brasil durante la copa mundial de 2014 y discute sus próximos juegos olímpicos de verano en 2016, así como los juegos de verano de Londres en 2012. El capítulo VII evalúa los problemas y aciertos en la organización de megaeventos, lo que no funciona en la FIFA y el COI y las reformas que están sobre la mesa o las que deberían considerarse. El epílogo aborda, asimismo, algunos de los cambios producidos entre septiembre de 2014 y el mismo mes de 2015 que han tenido un impacto en la organización de los juegos y del mundial, y las consecuencias de dichos cambios con vistas a la celebración de estos eventos en el futuro.

[1] Sólo Los Ángeles y Moscú fueron candidatas para celebrar los juegos de verano de 1980. Los Ángeles ha presentado más candidaturas que cualquier otra ciudad de EEUU.

[2] Véase http://leastthing.blogspot.com/2013/06/further-thoughts-on-sepp-blatters-fifa.html.

[3] Según Domenico Scala, miembro del Subcomité de compensación compuesto por tres miembros, las sumas a las que ascienden estos pagos pretenden ser equivalentes a las compensaciones concedidas a los ejecutivos de empresas del sector privado. Véase www.fifa.com/aboutfifa/organisation/footballgovernance/news/newsid=2384045/index.html.

[4] Jonathan Calvert y Heidi Blake, «Fifa’s Chiefs Pocket Secret 100% Pay Rise», Sunday Times, 22 de junio, 2014.

[5] Jonathan Calvert y Heidi Blake, «Calling Time on Fifa’s Watch Scandal», Sunday Times (Londres), 14 de septiembre, 2014 (www.thesundaytimes.co.uk/sto/news/article1459174.ece).

[6] «Fifa ExCo Members Ordered to Return Watches», The Guardian, 18 de septiembre, 2014.

[7] Véase, por ejemplo, Heidi Blake y Jonathan Calvert, The Ugly Game (Nueva York: Simon and Schuster, 2014); Tariq Panja, A. Martin, y V. Silver, «How Sepp Blatter Controls Soccer», en www.bloomberg.com/graphics/2015-sepp-blatter-fifa, consultado el 15 de mayo de 2015; y el informe ESPN E60 de Jeremy Schaap, «Sepp Blatter and FIFA», en espn.go.com/video/clip?id=12880456.

[8] En 2014 el presidente Bach incurrió en un gasto total de 243.000 dólares además del pago por parte del COI de su apartamento en Lausana, y miembros del comité ejecutivo se embolsaron hasta 450 dólares en dietas diarias por viajes, junto a 7.000 dólares por gastos administrativos. Véase Nick Butler, «Bach Receives $243.000 a Year for Being IOC President», Inside the Games, 2 de abril, 2015.

[9] El príncipe Nawaf bin Faisal bin Fahd bin Abdulaziz dimitió del COI el 11 de julio de 2014.

[10] Véase www.businessinsider.com/finances-of-the-ioc-2012-8?op=1. Una de las potenciales ventajas de contar con miembros de esta elite en el Comité, como me señaló Wolfgang Maennig, es que no se ven afectados por la corrupción.

[11] Es habitual que los Comités de las candidaturas cuenten entre sus miembros con un antiguo atleta olímpico como figura simbólica.

[12] Rick Burton y Norm O’Reilly, «Bach’s History a Signal That His Leadership Will Be Proactive», Sports Business Journal, 10-16 de febrero, 2014. La candidatura de Estocolmo tenía un significado especial, porque la ciudad se habría convertido en la primera en celebrar tanto los juegos de verano como los de invierno. La candidatura de Múnich despertó el interés de Thomas Bach porque él mismo es oriundo de Wurzburgo, al norte de Múnich.

CAPÍTULO II

Orígenes de las olimpiadas

Los juegos olímpicos modernos comenzaron en Atenas en 1896 y apenas guardan parecido con las olimpiadas de la antigua Grecia, de hace más de dos milenios.

LAERADELAMATEURISMO

El aristócrata, intelectual y escritor francés Pierre de Frédy, barón de Coubertin, después de examinar el programa de educación física de la escuela de Rugby, en Inglaterra, llegó a la conclusión de que la incorporación de la asignatura de educación física en el sistema educativo británico promovía el desarrollo equilibrado del cuerpo y de la mente, y que lo anterior constituía una de las principales razones por las que Gran Bretaña había acrecentado su poder durante el siglo XIX. Según Coubertin, Francia, que se encontraba recuperándose de su humillante derrota en la guerra franco-prusiana, podía utilizar la reforma educativa como un elemento clave para reconstruir la nación.

El empeño de Pierre de Coubertin de reformar la educación no encontró muchos adeptos, por lo que concibió un nuevo plan basado en la idea de que la actividad física y el atletismo reportan beneficios: resucitar los juegos olímpicos griegos[1]. Coubertin creía firmemente en dos principios fundamentales que según él encarnaban los juegos de la Antigüedad: en primer lugar, los competidores debían ser aficionados[2] y, en segundo lugar, el de que los juegos unirían a diferentes culturas y naciones antagonistas, con la consiguiente promoción de la paz y el entendimiento entre ellas.

Los historiadores han cuestionado que los juegos en realidad se caracterizaran por el amateurismo y la paz, tal y como pensaba el barón de Coubertin. Algunos de ellos sostienen que en los juegos olímpicos griegos se pagaba directa o indirectamente a los competidores, mientras que otros historiadores mantienen que es a partir del año 480 a.C. cuando se profesionalizaron. Sea como fuere, todos concuerdan en que existía un elemento clasista en la noción de amateurismo: tan sólo la clase alta podía permitirse dedicar tiempo de ocio a los deportes. A finales del siglo XIX, el deseo de Courbertin de que los juegos modernos fueran sólo para aficionados, equivalía a reducir el número de participantes a la clase alta.

Tampoco parecía muy creíble su convicción de que los juegos griegos promovieran la paz. La única paz, como tal, que se recuerda fue la tregua acordada entre las beligerantes regiones griegas para permitir el paso seguro, tanto de atletas como de peregrinos, por los territorios que conducían a Olimpia, donde se celebraban los juegos. Sin embargo, no hay pruebas de que las olimpiadas acabaran con las hostilidades existentes o que previnieran la aparición de nuevos conflictos.

ELMOVIMIENTOOLÍMPICOMODERNO

Cuando comenzaron los juegos modernos de Atenas en el verano de 1896, poco importó, en cualquier caso, si las ideas de Coubertin resultaban verídicas o eran sólo mitos. Las metas y propósitos del moderno movimiento olímpico fueron consagradas en su carta fundacional, que recogía, entre otros, los principios fundamentales siguientes:

El olimpismo es una filosofía de vida, que exalta y combina de una manera equilibrada todas las cualidades del cuerpo, la voluntad y la mente. La fusión de deporte con cultura y educación… El objetivo del olimpismo es el de poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armonioso del hombre, con vistas a promover el establecimiento de una sociedad pacífica que preserve el valor de la dignidad humana… Cualquier tipo de discriminación de un país o una persona por motivos raciales, religiosos, políticos, de género o de otro tipo es incompatible con el movimiento olímpico[3].

El principio de no discriminación fue quebrantado desde el comienzo. Ninguna mujer atleta participó en los juegos de Atenas de 1896. Estos primeros juegos modernos fueron muy limitados según los estándares actuales: 295 atletas de catorce naciones compitieron en cuarenta y tres competiciones. Los organizadores de Atenas esperaban que se enfrentasen equipos de fútbol de cuatro países, pero ninguno de ellos acudió a la cita. La financiación corrió a cargo de fondos públicos y privados.

Los juegos siguientes tuvieron como escenario París, en 1900, y Saint Louis, en 1904, y fueron eclipsados en parte por la Exposición de París de ese mismo año y la Exposición Universal en el último caso. Sin embargo, los juegos de París fueron memorables porque por primera vez participaron mujeres y se incluyó al fútbol en la competición. Aunque modesta, al menos hubo representación femenina: 11mujeres atletas, frente a 1.066 atletas masculinos. Los juegos de Saint Louis estuvieron marcados por la ausencia casi absoluta de participantes extranjeros: 580 de los 650 atletas eran norteamericanos.

Londres celebró los juegos en 1908, y Estocolmo en 1912. Lo más destacable de los juegos de Estocolmo fue la actuación épica del norteamericano Jim Thorpe, que ganó la medalla de oro en las competiciones de pentatlón y decatlón (derrotando así al futuro presidente del COI, Avery Brundage, en cada una de ellas)[4].

Tras el intervalo de 1916, cuando se suspendieron las olimpiadas debido a la Primera Guerra Mundial, en 1920 se celebraron los juegos en la ciudad belga de Amberes. Aunque se supone que las olimpiadas quedaban fuera de la política y que su objetivo era promover la paz, a las potencias aliadas de la Primera Guerra Mundial no les interesaba la participación de Alemania, así que la excluyeron sin contemplaciones. Aumentó el número de mujeres atletas: 64 frente a los 2.527 atletas masculinos.

DINERO, POLÍTICAYLAMARCAOLÍMPICA

Los juegos belgas estuvieron caracterizados por algo que se convertiría en la marca de las futuras ciudades sede. Un grupo de empresarios ricos y de deportistas de Amberes tomaron la iniciativa de organizar los juegos de 1920 junto con la Exposición Universal. Para su financiación decidieron aportar un millón de francos belgas y pidieron que la ciudad contribuyera con otros 800.000 francos. La Primera Guerra Mundial desbarató los planes anteriores e impidió que se llevaran adelante. Sin embargo, los promotores persistieron y un nuevo plan vio la luz. En 1919 se le concedieron los juegos a Amberes a sólo dieciséis meses de la ceremonia de apertura, lo cual explica que no pudiera terminarse el estadio y el estado precario de las instalaciones junto con la falta de alojamiento[5]. El comité organizador publicitó los juegos durante los meses previos para promocionar el comercio local. Al final, el balance financiero fue el siguiente: (1) el millón de francos aportado por el sector privado se convirtieron en un crédito por el mismo valor a un interés del 4 por 100; (2) la contribución pública proveniente de las arcas federal, provincial y municipal fue de 2,5 millones de francos; (3) al concluirse los juegos, había un déficit total de 626.000 francos. Por otra parte, los promotores de los deportes de la ciudad y los empresarios de elite se beneficiaron de la creación de nuevos negocios y de la modernización de las instalaciones de los clubes deportivos. Dos historiadores belgas concluyeron que «lo que está claro es que un pequeño grupo de prominentes ciudadanos, poseedores de grandes fortunas, ha logrado utilizar los juegos olímpicos en beneficio propio, acrecentando su prestigio social»[6].

Los estrictos requisitos del amateurismo provocaron enconados desacuerdos con el COI, que organizó un congreso especial para debatir el asunto en Praga en mayo de 1925. ¿Era necesario el amateurismo? En ese caso, ¿podrían pagarse los gastos de los atletas? ¿Podría un atleta recibir pagos en compensación por los días de trabajo que habría perdido? Aunque hubo cierto disenso, se impuso la decisión de que los atletas recibieran un reembolso de los gastos en que habrían incurrido durante los primeros quince días de competición, pero ninguna compensación. La federación internacional del fútbol no lo secundó y decidió que sus atletas recibieran compensaciones[7].

En los modernos juegos olímpicos no han estado ausentes las ideas de Coubertin ni tampoco la controversia o las disputas políticas. Aunque los más idealistas no lo admitiesen con anterioridad a la década de los treinta, la celebración de los juegos de invierno y de verano en Alemania en 1936 convenció incluso a los más recalcitrantes. En mayo de 1931, Alemania fue elegida como sede de los juegos de 1936, cuando gobernaba la coalición centrista de Heinrich Bruning. Hitler no llegaría al poder hasta enero de1933, seis días después de que se creara el comité organizador de los juegos.

Aun así, con su nuevo torneo, la copa mundial de fútbol, la FIFA se adelantó al COI al convertir su competición en la primera en celebrarse en un país gobernado por fascistas. La FIFA fue fundada en 1904 y, hacia 1914 se puso al frente de la organización de la competición de fútbol en las olimpiadas. Aunque para la FIFA los juegos olímpicos fueran un torneo de segunda clase, dada la insistencia del COI en el requisito del amateurismo, su influencia en cuanto sociedad organizadora de la competición del fútbol superaba con creces la de cualquier otra organización deportiva, debido a la popularidad internacional de este deporte. En 1928, la FIFA optó por tener su propia competición y liberarse de las trabas impuestas por el COI. La primera copa mundial se celebró en Uruguay en 1930. Sólo participaron trece países: siete países latinoamericanos, cuatro europeos y dos de América del Norte[8]. La FIFA y el COI se distanciaron todavía más cuando el comité organizador de las olimpiadas de 1932, celebradas en Los Ángeles, decidió excluir el fútbol, alegando su falta de popularidad en Estados Unidos[9].

La copa mundial de 1934 fue celebrada en la Italia de Mussolini. Italia se impuso a Suecia en 1932 gracias, sobre todo, a que Mussolini había prometido invertir ingentes cantidades en la construcción de nuevos estadios e infraestructura. Igual que Alemania consideró los juegos de 1936 como un escaparate para el autobombo de su nuevo gobierno, la Italia de Mussolini vio en la copa mundial una oportunidad para promocionar el fascismo italiano, aunque no tuvo que sufrir el bochorno y la controversia en torno a los requisitos de elegibilidad que sí afectarían dos años más tarde a los alemanes, y acabó ganando la competición.