Claroscuros del cerebro en la adolescencia y la juventud temprana - Georgina Cárdenas-Rodríguez - E-Book

Claroscuros del cerebro en la adolescencia y la juventud temprana E-Book

Georgina Cárdenas-Rodríguez

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El cerebro humano es quizá la maquinaria más compleja y fascinante de la naturaleza y se trata, afirma la coordinadora de este volumen, "el verdadero protagonista de las emociones". Bajo estas premisas, Herminia Pasantes y un grupo de especialistas, psiquiatras, psicólogos, neurobiólogos, abordan los paisajes más luminosos de ese órgano que rige la conducta y el pensamiento, y visitan también sus parajes sombríos durante la adolescencia y la juventud: el estrés, la ansiedad, la depresión, las adicciones y los trastornos graves. Con un lenguaje sencillo, los colaboradores de este libro abordan esos "claroscuros" que perfilan la personalidad adulta y nos definen como individuos complejos y contradictorios. Se trata de una obra multidisciplinaria que nos ofrece una visión panorámica del cerebro y sus procesos en una etapa definitoria de la vida.

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CLAROSCUROS DEL CEREBROEN LA ADOLESCENCIAY LA JUVENTUD TEMPRANA

Una visión desde la psicología,la psiquiatría y la neurobiología

Prólogo

Herminia Pasantes

Nadie duda que el cerebro es la sede de las funciones intelectuales, el sitio anatómico del cuerpo que las tiene a su cargo. Está muy claro que el razonamiento, el pensamiento, la memoria y el aprendizaje son procesos que ocurren en él. Saber quiénes somos y dónde estamos es también una función cerebral. Allí es donde se desarrollan una teoría filosófica, un teorema matemático o un proyecto político. Por medio del cerebro se aprende la lengua materna y la aritmética, biología y química, historia y geografía, física y literatura. Eso nadie lo cuestiona. Sin embargo, cuando se entra en el terreno de las emociones, las cosas ya no quedan tan claras. Para la mayoría de las personas, sentimientos como la alegría, la tristeza, el enojo y el aburrimiento, el miedo y el placer, no se asocian con el cerebro. Menos aún otros como la felicidad, el apego, la generosidad, la amistad y el amor, que en primera instancia se relacionan con el corazón. Eso no puede ser más falso, ya que el corazón, desde luego indispensable para la vida, sólo hace una cosa, una y nada más: bombear sangre. Si late rápido, cuando se siente miedo o cuando se acerca la persona de quién estás enamorado, es porque el cerebro le ordenó hacerlo así, a través de la adrenalina que se liberó en las glándulas suprarrenales, para permitir que el bombeo sanguíneo más rápido prepare al cuerpo para una reacción de defensa, de huida, o de exultante acogida, según sea el caso. Va a costar trabajo desterrar la idea del corazón como el gran centro generador de tales emociones, habiendo sido durante siglos el personaje central de poemas, novelas y canciones en los que se habla del amor y la felicidad, y también del desamor y la tristeza. Dejémoslo así, por el momento. Pero que quede claro: el verdadero protagonista de las emociones es el cerebro y nadie más que él.

Adviértase que mientras que el corazón ya está desarrollado y funcionando al momento de nacer, el cerebro tiene un grado de inmadurez tal que no permite la supervivencia del recién nacido sin la ayuda de los padres. Y más adelante, mientras que al inicio de la adolescencia el cuerpo alcanza ya un desarrollo considerable, con todos sus órganos, incluidos los sexuales, funcionando perfectamente, no ocurre lo mismo con el cerebro, pues su maduración está aún lejos de haber concluido. Esto no va a suceder sino hasta ya bien entrada la década de los veinte años; es hacia los 23 o 24 años, o incluso aún más tarde, cuando puede situarse el momento en el que por fin el cerebro ha concluido su maduración. Es esta circunstancia la que explica muchas de las conductas características de la adolescencia y la juventud temprana, pues las regiones cerebrales que alcanzan más tardíamente la madurez son precisamente aquellas que controlan las emociones, la impulsividad, la percepción de riesgo y las que evalúan el costo/beneficio de una decisión. Este hecho, ahora ya incontrovertible, explica muchos de los rasgos de conducta en esta etapa de la vida —atribuibles en el pasado a las hormonas—, a la que caracteriza una actitud impulsiva, desafiante, retadora, a veces egoísta, en la que se cuestionan casi siempre las decisiones de los padres, de los maestros, de cualquier figura que represente autoridad.

El control que en el adulto ejercen las áreas del lóbulo frontal del cerebro, en particular la corteza prefrontal, y que en el joven y el adolescente no han terminado de constituirse apropiadamente, es lo que explica la explosión emocional, la naturaleza cambiante de los estados de ánimo, la falta de control. Así también, la percepción de riesgo no se ha establecido en su totalidad, lo que lleva a minimizarlo —“eso les pasa a los demás, no a mí”— y en consecuencia, a incurrir en actividades peligrosas. Por otra parte, también en esta etapa se vuelve muy importante ser aceptados por otros jóvenes, la necesidad de formar parte de grupos, cuya aprobación a veces crece entre más arriesgadas y peligrosas sean las conductas que se adopten.

En el tema del consumo de drogas y alcohol, no se puede ignorar la responsabilidad parental y social hacia el adolescente que sufre de violencia familiar, de abandono social y de pobreza. En esas circunstancias, el alcohol y las drogas son un escape, aunque sea temporal, de una situación insoportable. Aun sin llegar a esos extremos, las sociedades actuales imponen a todos, pero particularmente a quienes se encuentran en estas edades vulnerables, una carga de estrés difícil de soportar. No sólo por circunstancias excepcionales, como podría ser la presencia de un fenómeno tan complejo, inesperado y atemorizante como la pandemia que nos ha aquejado en los años recientes, sino por la falta de oportunidades, la competencia descarnada y el consumismo como la cara del éxito.

Adolescentes y jóvenes enfrentan también a nivel más personal el estrés que se vive frente a situaciones fuera de su control, como la enfermedad de un ser querido, o incluso a menor escala, el estrés constante que significan el temor a un asalto, a una agresión en la calle o la falta de recursos para atender las necesidades más simples. Algo parecido ocurre con la ansiedad. Un estado de ansiedad que pudiéramos llamar normal, puede presentarse muchas veces ante situaciones que alteran la vida de un joven, como la pérdida del trabajo del padre, la madre o del sostén familiar, la imposibilidad de acceder a una preparación que le permita ganarse la vida o la posibilidad de fracasar en los estudios, o peor aún, frente a un entorno agresivo, de violencia familiar o social. Es una respuesta normal, sí, pero dependiendo de su intensidad o duración, puede afectar terriblemente la vida de una persona, en particular la de los jóvenes, quienes muchas veces no tienen los elementos para combatirla. Este tipo de afectaciones del estado de ánimo son un reflejo de la interacción continua, permanente, entre el individuo y su entorno, interacción mediada básicamente por el cerebro, las neuronas y su interconexión.

Entre los estados de ánimo más negativos está la depresión. Es importante destacar que ésta puede presentarse a cualquier edad. Los adolescentes, los jóvenes y aun los niños pueden sufrir de estados depresivos, y la falta de información tanto de ellos mismos como de los padres, y en general de quienes los rodean, hace que a veces no entiendan qué les está pasando. Un estado de tristeza y desánimo puede ser la respuesta natural a una condición externa, como la muerte de un ser querido, un abuelo por ejemplo, la separación o divorcio de los padres o un entorno violento. Ese estado de ánimo puede cambiar si cambian las condiciones que lo han generado o bien cuando se advierte que a pesar de la situación adversa hay todavía una vertiente positiva, un atisbo de felicidad: la amistad, el amor, el apoyo de otros. Pero si persiste y se hace más profundo, puede tratarse entonces ya de una depresión endógena, para la que ningún esfuerzo —el consabido “échale ganas”— de quien la sufre dará resultados; de nada vale el que el adolescente o el joven cuenten con padres comprensivos, que simplemente no entienden qué le pasa a su hijo o hija, que los amigos traten de animarlo, que su novia/o le demuestre todos los días el cariño que le profesa. Todos los esfuerzos son inútiles. Es porque la química cerebral, la de las moléculas que conectan a las neuronas en una región del cerebro que justamente tiene que ver con las emociones, no está funcionando bien. Y hay que arreglarla.

Todas las épocas han tenido sus desafíos para la sociedad, y en particular para los jóvenes, pero la presente, con sus elementos de amplia libertad de decisión, sus oportunidades de comunicación global, la carga abrumadora de la información que puede obtenerse simplemente con un click, la exposición constante al juicio de los otros en las redes sociales, pueden resultar difíciles de asimilar para un cerebro que aún no concluye su maduración. O las situaciones incontables e incontrolables de violencia, que muestran la peor cara de la humanidad y que pueden aparecerse a la vuelta de nuestra casa o escuela, todo esto afecta a los adolescentes y a los jóvenes, quienes, ahora lo sabemos, pueden ser más frágiles de lo que supondríamos.

La ansiedad extrema, el estrés exacerbado y, sobre todo, la depresión, pueden generar ideas suicidas en los jóvenes y los adolescentes. Aun si no se culmina en un acto definitivo, esos pensamientos sombríos oscurecen su vida, la tornan muchas veces insoportable. Otras formas menos definitivas, pero igualmente dolorosas, como las autolesiones, son indicios de la gravedad de los males que aquejan a jóvenes y adolescentes.

La adicción a sustancias y drogas lícitas e ilícitas es un problema que puede llegar a enfrentar la juventud. En algunos casos, el acercamiento a las drogas es resultado de la curiosidad que caracteriza a estas etapas de la vida, el interés por tener experiencias nuevas, excitantes. En otros casos, es un mecanismo de evasión frente a una realidad difícil de soportar. Y puede suceder entonces que el uso lleve al abuso y el abuso a la adicción. Cuando esto ocurre, hay que buscar ayuda. El mensaje que lleva este libro, a los jóvenes pero también a los padres, a las familias y a la sociedad, es que la adicción es un trastorno cerebral. No es un tema que se resuelva sólo con disciplina o buenas intenciones. Es un trastorno orgánico y como tal debe tratarse. El problema es difícil y requiere de la perspectiva de los psiquiatras, los psicólogos y los neurocientíficos, en un esfuerzo conjunto para entender primero y afrontar después las numerosas aristas y complejidades de este problema.

Frente a esto, lo más importante es que los jóvenes sepan que existen soluciones, que hay profesionales, psicólogos y psiquiatras, muy preparados que conocen las herramientas, los enfoques y los métodos para abordar los problemas que les aquejan. Es importante, muy importante, que estén conscientes de que lo que sufren es algo que se puede resolver, que no tienen por qué vivir con desesperanza, tristeza y desconsuelo, que al igual que van al dentista si les duele una muela, pueden ir al psicólogo y/o al psiquiatra en busca de alivio a sus problemas mentales y emocionales. Y aunque el resultado no sea tan inmediato como reparar una muela, sin duda pueden contar con ayuda profesional. El mensaje va también para los padres, los familiares y los maestros, quienes deben reconocer cuándo existe un problema y alentar al adolescente/joven para que acuda en busca de la ayuda que necesita. Este apoyo es fundamental.

Desde luego que el panorama no es tan sombrío. La vida de los jóvenes y los adolescentes, en su mayoría, tiene etapas muy plenas, momentos de felicidad exaltada, de emociones intensas, de sentimientos extraordinarios. Y también de tranquilidad emocional, en las que el mundo y ellos están en equilibrio. Eso también se gesta en el cerebro. El propósito de este libro es ofrecer esa información a los adolescentes y a los jóvenes. Explicarles lo que ocurre en su cerebro en esa etapa de sus vidas, sin duda emocionante, extraordinariamente rica, pero no exenta de problemas inherentes a la propia edad, derivados, en forma muy importante, de la inmadurez de su cerebro.

El mensaje final es de optimismo. A través de informar, de explicar, de revelar lo que pasa en el cerebro, de dar a conocer las posibilidades terapéuticas y sus alcances, se quiere hacer llegar a los jóvenes la convicción de que sea cual fuere el tamaño del problema, puede resolverse o al menos atenuarse, con herramientas y abordajes probados con éxito. Los sentimientos negativos pueden mitigarse o incluso desaparecer, y el cerebro fortalecerse, ya sea con terapias o con fármacos, prescritos por profesionales, a los que no se debe dudar en acudir cuando sea necesario. Que sepan que hay un mundo de bienestar emocional que puede alcanzarse y al que no tienen por qué renunciar.

El libro está organizado en tres grandes secciones. Los dos capítulos que conforman la primera parte abordan las características que pudieran llamarse propias de la adolescencia sana y normal, así como las que corresponden a la juventud temprana. En ésta y otras secciones del libro se pone énfasis en un tema que se destaca ya desde el título, en el que se señala que el paso entre la adolescencia y la juventud plena no es inmediato, que existe otra etapa intermedia, aquí llamada juventud temprana, en la que si bien se ha alcanzado un cierto grado de madurez con respecto a la adolescencia, de ninguna manera el cerebro de los jóvenes de entre 18 y 24 o 25 años ha alcanzado su completo desarrollo. Algunas áreas, entre ellas las que permiten una elaboración más completa del pensamiento, una reflexión más racional sobre las decisiones de vida, no han completado su maduración. La compleja maquinaria neuronal en aquellas áreas que ejercen el control sobre los impulsos, las explosiones emocionales y las decisiones no ha terminado de ajustarse. Enviar este mensaje, transmitirlo a los padres, los maestros y sobre todo a los propios jóvenes,es una de las intenciones importantes de este libro: señalarles que el cerebro irá afinando sus circuitos al tiempo que consolide un “cableado” más complejo y cada vez más eficiente para afrontar la juventud plena y la edad adulta.

En la segunda sección se abordan los trastornos del estado de ánimo y de la conducta que más frecuentemente afectan a los adolescentes y a los jóvenes hasta los 25 años. En primer lugar se abordan la depresión y la ansiedad —experimentadas por un número grande y creciente de este segmento de la población— y su relación con situaciones de estrés excesivo. Este tipo de conductas pueden en ocasiones confundirse con estados de tristeza, desánimo o agitación, que se atribuyen a “esa edad” y que se piensa que pasarán con el tiempo. Pero eso no siempre sucede. Muchas veces la línea que separa la fisiología de la patología puede ser muy tenue y requiere la atención continua y cuidadosa de padres y maestros, así como la información proporcionada por las instituciones encargadas de la salud mental de la población, para distinguir entre un episodio pasajero y un verdadero trastorno que demanda atención profesional. El descuido y la desinformación pueden llevar a situaciones en extremo dolorosas como el suicidio, que resulta difícil de aceptar, particularmente cuando quienes lo cometen son jóvenes y adolescentes.

En el tercer apartado se abordan los trastornos más claramente identificados con algunas condiciones patológicas, como el trastorno bipolar, el de déficit de atención e hiperactividad, los de la conducta alimentaria y los trastornos psicóticos. En este tipo de patologías las alteraciones son muy evidentes y queda claro que requieren atención médica.

Finalmente, se incluye una sección dedicada a las adicciones, tanto a sustancias como el alcohol, el tabaco o los inhalables y las drogas ilegales, como a los aparatos y redes derivados de la tecnología y ampliamente accesibles a los adolescentes y los jóvenes. En ese punto, se pone énfasis en que las adicciones son patologías complejas, en las que participan procesos cerebrales de diversa índole como la motivación, la recompensa y la memoria. Se da cuenta de la dificultad para enfrentarlas, ya que son consecuencia de una de las propiedades más importantes del cerebro: la neuroplasticidad, y se señala la complejidad de abordarlas en tanto que son resultado de cambios en la conectividad neuronal, en la que mientras ciertos circuitos se refuerzan otros se debilitan. También se hace mención de la vulnerabilidad —cuya razón no está por completo aclarada— de algunos individuos a ciertas sustancias, pero para la que se consideran factores genéticos, ambientales y culturales. Y se insiste en que, por su propia naturaleza, las adicciones deben ser consideradas una enfermedad y no una cuestión de falta de voluntad o debilidad moral.

Desde su planteamiento, el libro tuvo un enfoque multidisciplinario, en el que un grupo de psiquiatras, psicólogos y científicos, todos profesionales con experiencia directa en esas áreas, ofrecieron su visión en los temas de sus distintas competencias. Si bien esta dinámica pudo haber afectado en algo la continuidad y la coherencia en el libro, la experiencia profesional de primera mano que aportan los autores sin duda enriqueció el resultado final.

LOS CLAROS

Adolescente fui en días idénticos a nubes

Luis Cernuda

Índice

Prólogo

LOS CLAROS

La adolescencia: impulsiva, desafiante, conflictiva y asombrosa

El cuerpo adolescente y sus cambios

Los cambios psicológicos: los pensamientos, las emociones y la conducta

El pensamiento en la adolescencia

Las emociones en la adolescencia

La conducta en la adolescencia

La sexualidad en la adolescencia

Identidad y pertenencia

El contexto digital, las redes sociales, la inmediatez y la adolescencia

Bibliografía

La juventud: en el camino hacia las definiciones

Salud emocional

Vida académica y laboral

Relaciones familiares

Amistad

Relaciones de pareja

Estilos de vida

Conclusiones

Bibliografía

El cerebro en la adolescencia y la juventud temprana: refinando los circuitos

Orientación sexual

Bibliografía

LOS OSCUROS

Estrés y ansiedad

Estrés

Escala de Estrés Percibido

Ansiedad

Bibliografía

Depresión

Bibliografía

Suicidio y conductas autolesivas

Suicidio

Conductas autolesivas

Bibliografía

Trastorno por déficit de atención e hiperactividad, trastornos de la conducta alimentaria y trastorno límite de la personalidad

Trastorno por déficit de atención e hiperactividad

Bibliografía

Trastornos de la conducta alimentaria

Anorexia nerviosa

Bulimia

Trastorno por atracón

Bibliografía

Trastorno límite de personalidad

Trastornos de personalidad

Trastorno límite de personalidad

Bibliografía

Trastorno Bipolar

Bibliografía

Psicosis

Bibliografía

Las bases neuronales y moleculares de los trastornos de la conducta

Estrés, ansiedad, depresión

Estrés

Ansiedad

Depresión

Trastorno de hiperactividad y déficit de atención, trastornos de la conducta alimentaria y trastorno límite de personalidad

Trastorno de hiperactividad y déficit de atención

Trastornos de la conducta alimentaria

Trastorno límite de personalidad

Comentario

Trastorno bipolar

Trastornos psicóticos y esquizofrenia

Bibliografía

Psicoterapia y farmacoterapia: enfoques incluyentes y complementarios

Terapia con fármacos. Cómo actúan

Psicoterapias

Bibliografía

Estrategias digitales para el control de los trastornos de conducta

Metaverso

Aplicaciones digitales en salud mental para adolescentes

Realidad virtual y videojuegos serios

Smartphones y chatbots

Conclusiones

Bibliografía

ADICCIONES

Circuitos y moléculas en la adicción

Bibliografía

Adicción a drogas y fármacos

El consumo de drogas en los adolescentes

Las drogas de mayor consumo

Consumo de marihuana en la adolescencia y la juventud temprana. Adicción

Factores de riesgo en la adicción a las drogas

Características de la adicción a las drogas. Las etapas de la adicción

Abuso y adicción a medicamentos recetados

Bibliografía

Adicciones a alcohol, tabaco e inhalables

Alcohol

Tabaco

Inhalables

Bibliografía

Adicciones del comportamientoAdicción a los juegos de azar, al internet y a los videojuegos

Adicción a los juegos de azar

Adicción a internet

Adicción a los videojuegos

Bibliografía

Prevención y tratamiento de las adicciones

Atención y tratamiento de las adicciones

Tratamientos para la adicción basados en evidencia

Psicoterapias

Terapia farmacológica

Las afectaciones que pueden presentarse durante los tratamientos son:

Prevención

Bibliografía

Centros de atención para la salud mental y las adicciones en México

Servicios de salud mental y tratamiento de adicciones que se ofrecen en algunas instituciones de la Ciudad de México

Bibliografía

EPÍLOGO

CUADROS

Cuadro I

La anatomía del cerebro

Cuadro II

Las neuronas y la comunicación interneuronal

Semblanzas

Notas al pie

Aviso legal

La adolescencia: impulsiva, desafiante, conflictiva y asombrosa

Andrómeda I. Valencia Ortíz

Biológica y cronológicamente, la adolescencia representa la transición entre la infancia y la juventud, es el periodo que prepara a la persona de forma importante para la vida adulta. Aunque muchos estudios sobre el desarrollo enfatizan la edad como parámetro para identificar una y otra etapa, lo cierto es que delimitar el inicio y el término de cada una es más complejo que el simple conocimiento de la edad cronológica de los individuos, ya que se debe considerar también su edad mental o psicológica, entre otros factores. Así, la visión más integradora para comprender lo que sucede en esta maravillosa etapa es la propuesta biopsicosocial, en la que se identifica que lo biológico, lo psicológico (pensamiento, emociones y conducta) y la interacción social deben desarrollarse de manera paralela para lograr un proceso de maduración que resulte en el bienestar del adolescente.

El cuerpo adolescente y sus cambios

Para obtener una mejor ubicación de las características de cada etapa se pueden usar los parámetros que algunos estudiosos han marcado en relación con los cambios físicos que se observan típicamente en cada edad. De acuerdo con éstos, la pubertad se presenta entre los nueve y los 11 años, dando paso al inicio de la adolescencia temprana entre los 11 y los 13, la adolescencia media y tardía va hasta los 17-18 a 20 años, mientras que la juventud temprana puede prolongarse hasta los 24 o 25 años.

Es indudable el papel que los cambios físicos tienen en esta etapa, en la que la maduración sexual del cuerpo da paso a una serie de cambios también conocidos como transformaciones puberales que se presentan especialmente en la adolescencia y que concluyen en la juventud. Tales cambios se pueden dividir en antropométricos, fisiológicos y endocrinos, cada uno acompañado, a su vez, de cambios en el pensamiento, las emociones y el comportamiento, es decir, de cambios psicológicos.

Tabla 1. Tipos de cambios que se dan de la pubertad a la juventud temprana.

Los cambios en el cerebro del adolescente son tan relevantes que más adelante se dedicará un capítulo completo para explorar más sus características.

Los cambios psicológicos: los pensamientos, las emociones y la conducta

El pensamiento en la adolescencia

Los aspectos cognitivos, es decir, la forma de pensar y procesar la información que recibe el adolescente, también se encuentran en una etapa de ajuste. Los procesos de maduración le permiten enfocar su atención por más tiempo, y su percepción le ayuda a tener mejores habilidades para la solución de problemas. De igual forma, su memoria es capaz de recordar más información verbal y abstracta, por lo que puede hacer uso de recursos mnemotécnicos (asociar palabras, clasificar conceptos o jerarquizar información para recordarla mejor).

El adolescente es capaz de realizar operaciones cognitivas utilizando conceptos científicos abstractos, sin necesidad de tener objetos concretos como sucedía cuando era pequeño. Es también más reflexivo y a la vez deductivo en sus pensamientos, ya que es capaz de moverse de lo general a lo particular. Estos procesos se denominan hipotético-deductivo, reflexivo-abstracto y científico-inductivo, y se observan claramente a partir de los 12 años, cuando ya es capaz de integrar, comparar y diferenciar. Todos estos cambios se ven reflejados en su desempeño académico, le dan oportunidad de interesarse en más temas, plantear aplicaciones prácticas del conocimiento que adquiere, y descubrir de manera fascinante la ciencia y sus aplicaciones (desde la programación que está detrás de un videojuego hasta la reacción química de sus productos de belleza), se abre la comprensión a la literatura, la poesía, la música y otras artes, como medios para la expresión de emociones complejas, lo que amplía su mundo intelectual al incrementar su vocabulario y experiencias personales. Sin embargo, para que esto suceda, el contexto familiar y el escolar deben favorecer que el adolescente tenga acceso a tales conocimientos.

Por otra parte, el ambiente de enseñanza, tanto familiar como escolar, debe permitirle hacer uso de estas capacidades cognitivas para que pueda ir del pensamiento concreto al abstracto. Si el sistema escolar no le permite desarrollar un pensamiento creativo y abstracto, podrá caer en el uso excesivo de la memoria sin comprender los contenidos, lo que le dificultará la posibilidad de asimilarlos y utilizar dicha información en su vida práctica, o simplemente le hará imposible expresarse con ideas propias. Además, la motivación y el interés serán otras piezas relevantes para entender por qué puede saber tanto sobre algunos temas y tener dificultades para la comprensión en ciertas asignaturas. En algunos casos puede sentir más afinidad por el docente o su forma de impartir la clase (hacerla más divertida) que por los contenidos o la calidad de la enseñanza. También se sentirá menos motivado cuando se perciba poco capaz, o cuando no exista una buena relación con sus docentes. Por todo esto, los padres y maestros pueden observar una diversidad de actitudes que van desde el desinterés por la vida escolar hasta conductas de responsabilidad y orientación al logro académico. Así, factores externos como las relaciones sociales con los amigos o compañeros en la escuela pueden funcionar como elementos de distracción o apoyo para el éxito escolar.

Debido a la presencia de pensamientos más reflexivos algunos adolescentes se hacen cuestionamientos sobre aspectos políticos, filosóficos e incluso pueden aparecer crisis religiosas, al analizar la información que les ha brindado su entorno respecto de nuevos conocimientos que tratan de integrar para poder comprender mejor el mundo que les rodea. En muchas ocasiones los adultos pueden confundir este cambio de pensamiento con actitudes rebeldes, sin embargo, si somos observadores podemos ver el maravilloso proceso de transformación de su propio pensamiento.

Las emociones en la adolescencia

Otro aspecto fundamental en el crecimiento del individuo es la capacidad de identificar, entender, utilizar y regular las emociones. Las emociones se presentan como un conjunto de cambios fisiológicos que experimenta el cuerpo ante distintos estímulos. Tienen una función adaptativa, permitiendo al adolescente reaccionar a las situaciones de su contexto. Los adolescentes capaces de entender las emociones en sí mismos y en los otros tienden a tener una mejor interacción social y se perciben más confiados en sus relaciones personales. El primer paso es reconocer la emoción y después lograr graduar su expresión. De esta manera puede utilizarse la experiencia emocional como una respuesta adaptativa, lo que permite que cada emoción cumpla con su objetivo.

En esta etapa las emociones se viven de manera muy vívida y generan reacciones intensas que inician en el cerebro con cambios bioquímicos y se acompañan de pensamientos que tienden a ser extremos, generalizados y en ocasiones absolutos. Es decir, si la percepción física de estar molesto se acompaña con pensamientos como “siempre me siento mal”, “no es justo”, “nadie me entiende”, la respuesta emocional se intensificará y costará mucho trabajo regular la conducta que acompaña a esta reacción. Así, lo que finalmente, veremos es que el rostro, el tono de voz y el lenguaje corporal (como la postura y los gestos) serán no sólo de molestia sino de fastidio, hartazgo o ira, lo que claramente no ayudará a resolver la dificultad y, por el contrario, tenderá a empeorar la situación.

En muchas ocasiones, a los adolescentes les puede resultar difícil comprender qué es lo que está provocando esta respuesta emocional y, por lo tanto, también se les dificultará regular o ajustar su intensidad; sin embargo, conforme van creciendo se hace más fácil reconocer los temas o situaciones que provocan reacciones negativas y positivas y, por lo tanto, pueden ajustar mejor las emociones y conductas que las acompañan.

La desventaja de aquellas reacciones se compensa por la rapidez con la que un adolescente es capaz de pasar de una emoción a otra, quizá con la misma fuerza pero en sentido opuesto: así, al darse cuenta de que no tiene conexión wifi puede pasar de una molestia a sentirse frustrado e incluso iracundo; y de repente, al recuperar la señal y seguir en sus actividades en línea, rápidamente regresa a reír o experimentar alegría.

Desafortunadamente, la volatilidad de las emociones en esta etapa de la vida resulta un reto para los adultos que se sienten enganchados por la primera emoción que les expresa el adolescente y tienen dificultad para soltar esa respuesta y cambiarla por otra. De igual forma, los estímulos que generan los cambios emocionales pueden pasar inadvertidos o ser poco valorados por los adultos, mientras que a los ojos del adolescente constituyen asuntos de vida o muerte. La canción que escuchan, la respuesta a un mensaje, que “alguien” especial dé un like o un corazón a una de sus publicaciones en redes sociales, su satisfacción (o insatisfacción) con su propia imagen o la simple posibilidad de ser criticados o juzgados, pueden generar una avalancha de emociones.

Otro aspecto relevante es que, al ser las emociones una respuesta compleja que inicia con un cambio en nuestra respuesta física, cualquier cosa que altere el equilibrio en el cuerpo de la o el adolescente puede hacerlos más vulnerables a intensificar o disminuir las emociones que experimentan. Así encontraremos que los hábitos alimentarios, la higiene del sueño, el tipo y cantidad de actividad física y los cambios hormonales son sólo algunos de los elementos que más influencia tienen sobre las respuestas emocionales.

Así como la intensidad de emociones negativas como la preocupación, el miedo, la ansiedad o la vergüenza empieza a generar problemas en este periodo, también es importante reconocer que la posibilidad de experimentar otras positivas con semejante fuerza hace que su presencia marque esta etapa como una de las mejores de la vida. En ella, emociones como el amor y la alegría serán cruciales para establecer relaciones que pueden llegar a ser duraderas. La adolescencia se caracteriza también por la capacidad de las personas para experimentar de manera recíproca emociones agradables, que fácilmente se transforman en miradas de complicidad, carcajadas, el intercambio de experiencias, bromas, intereses diversos y la posibilidad de sentir confianza para expresar sus propias emociones.

Todo lo anterior prepara el terreno—emocionalmente hablando— para la llegada de los primeros amores o intereses románticos, con la idealización de muchas de estas relaciones. Cuando se inician estos primeros encuentros, se genera una intensa percepción de complementariedad, lo que hace que se identifiquen muchas características positivas en la otra persona, y se busquen espacios para pasar tiempo juntos, de manera presencial o a través dispositivos tecnológicos. Es así como el adolescente descubre que esas relaciones, que en un principio parecen fuertes e intensas, pueden ser en realidad muy frágiles, pues en muchas ocasiones, ante malos entendidos o problemas de comunicación, tienden a fracturarse. Es importante reconocer que en esta etapa las relaciones de pareja son principalmente de carácter exploratorio y se suman a la autovaloración y a la comprensión de la identidad sexual y de género con que se identifica cada persona.

La conducta en la adolescencia

Los cambios en los procesos de pensamiento y en la capacidad para experimentar las emociones durante la adolescencia se reflejan en comportamientos de riesgo, mediante los que se busca explorar nuevos límites y generar sensaciones placenteras.

A veces, los adolescentes creen saberlo y conocerlo todo y ser ellos los únicos dueños de la verdad, mientras que sus padres o los adultos que los acompañan parecieran estar fuera de su contexto. Adoptan nuevas formas de hablar, usan de manera más frecuente palabras altisonantes o palabras “clave” como una especie de mensajes encriptados, ya sea en la comunicación verbal o en la escrita (sobre todo al usar mensajería instantánea), así como conductas enfocadas a mostrarse con ropa a la moda o más agresivos en sus reacciones. Sin embargo, también podemos observar el extremo opuesto, mediante conductas de aislamiento, timidez e inseguridad al hablar o entrar en contacto con personas nuevas, lo que incluso les plantea dificultades para abrir la cámara al tener reuniones escolares o sociales en línea.

Tienden a relacionarse con los adultos en función de argumentos y contraargumentos, así como mediante la valoración de las cualidades morales de las personas que les rodean. Por lo tanto, muchos de sus cambios conductuales se matizan o se incrementan dependiendo de la reacción y respuesta de los adultos y de la confianza que estos les brinden cuando establecen comunicación basada en el diálogo y respeto mutuo.

Una de las constantes banderas rojas o de alerta en la relación entre los padres y los adolescentes es la dificultad en la comunicación, pues estos últimos se encuentran en una etapa de individualidad e independencia que les da la oportunidad de poner en la balanza su propio sistema de creencias y valores, distinto al de aquéllos. Sin embargo, por su dependencia emocional y económica, en algunos casos estas diferencias pueden generar conflictos constantes. Una forma de mejorar esto es observando la comunicación entre ambos. Si existe la posibilidad de establecer una forma flexible de comunicarse, que permita la opinión de las dos partes y su relación—lo que se conoce como estilo de crianza democrático—, puede favorecer que entre ellos exista menos tensión y sea posible un ambiente mucho más sano de respeto y comunicación abierta al interior de la familia.

Ahora bien, un aspecto clave en este proceso es que los padres estén orientados a estimular la iniciativa, la independencia y el sentido de responsabilidad en los adolescentes, permitiéndoles que en casa participen de forma activa en la toma de decisiones, que muestren su sentido de responsabilidad, lo mismo en pequeñas acciones cotidianas que en temas mucho más relevantes para la familia; de esta manera, los adolescentes incrementarán su sentido de confianza en sí mismos y podrán estar preparados para el momento en el que alcancen su independencia, lo que, además de esa confianza, incrementará su autoestima, con la seguridad de que sus padres y familiares creen en y apoyan sus decisiones.

Para lograr una participación activa de los adolescentes es importante que los adultos a su alrededor, ya sean sus padres o sus maestros, se tomen el tiempo de explicarles el motivo de sus peticiones o exigencias y los beneficios mutuos que puede traerles llevar a cabo ciertas actividades como mantener una habitación limpia y ordenada, asumir la responsabilidad de manejar el automóvil familiar o del dinero que se les asigna semanalmente u otros aspectos que son vitales para su formación. Inclusive, es muy conveniente hablar sobre temas como la sexualidad, el comportamiento con las amigas y los amigos, el uso de drogas, el consumo de bebidas alcohólicas, etcétera, sin generar una idea de prohibición o imposición de parte de los padres, sino buscando formar y activar en ellos la capacidad autorreflexiva, que empieza a presentarse justo en esa etapa de la vida.

La conducta de los adolescentes tiende a ser errática, complicada y a veces también puede llevarlos a situaciones de crisis, cuando no logran un balance entre los cambios biológicos, relacionados con las transformaciones corporales, y los aspectos emocionales, que generan una fuerte necesidad de independencia, autoafirmación e identidad en la definición de sus gustos e intereses. Otro elemento que puede contribuir a este desequilibrio es la presión social, puesto que, dentro de sus comunidades, los adolescentes ya no son considerados niños, pero tampoco son tratados como adultos, a lo que se suma la influencia de sus pares. Cuando estos elementos no están en equilibrio, se genera una situación de confusión y malestar físico y emocional que lleva a los adolescentes a buscar vías alternas para regular la presión que viven en este proceso de ajuste y de cambio.

En esta etapa existe una gran necesidad de ser reconocidos y apreciados por los amigos, compañeros de escuela o personas de la misma edad. Esta necesidad de ocupar un lugar especial dentro de un grupo genera en los adolescentes un interés, a veces desmedido, por la atención y la opinión de los demás, y en algunas ocasiones hasta por complacerlos. De igual forma, pueden aparecer actitudes negativas o de oposición constante a los puntos de vista de otras personas, aun cuando se carezca de o no se tenga suficientes fundamentos. Tales actitudes reflejan justamente esta etapa del desarrollo, en la que la persona estructura y define su identidad, por lo que es importante reconocer que en este proceso la falta de reconocimiento y de aceptación de los grupos de amigos y compañeros a veces puede generar actitudes negativas, agresivas, comportamientos disruptivos, o bien, situaciones de riesgo.

Debido a los cambios en el pensamiento y el comportamiento, en esta etapa los adolescentes tienden a imitar a figuras y personajes públicos como actores y actrices, cantantes, youtubers, tuiteros o personas a quienes admiran, aunque en la práctica sea difícil replicar los comportamientos de sus personajes favoritos.

La sexualidad en la adolescencia

El proceso de maduración biológica de los adolescentes los lleva a la búsqueda de nuevas experiencias. Los cambios corporales les producen inquietud, pues deben dar tiempo a que sus cerebros integren información actualizada sobre la forma y tamaño de sus cuerpos, para ajustar así su imagen física. Asimismo, experimentan un aumento del deseo sexual, encuentran atractivas a otras personas y se incrementa en ellos la necesidad de la autoexploración, lo que los lleva a experimentar nuevas sensaciones que son importantes para el propio descubrimiento. Otras conductas resultan de la activación de respuestas automáticas del cuerpo, como los llamados sueños húmedos de los varones, algo que puede generarles confusión y, en algunas ocasiones, vergüenza; sin embargo, se trata de una respuesta natural que forma parte del proceso de maduración y cuya frecuencia va disminuyendo con la edad. Las mujeres también pueden experimentar cambios mientras duermen: es posible que se incremente el flujo sanguíneo en la zona cercana al clítoris, lo que les provocará sensaciones placenteras e incrementará los fluidos vaginales.

Pero durante la adolescencia no sólo se experimentan cambios corporales, sino que también se presentan importantes procesos a nivel emocional y psicológico, mediante los cuales se irán consolidando la identidad de género y la exploración de sentimientos de afecto y atracción sexual por otras personas, lo que da lugar a la orientación sexual. De esta manera, sus afectos y conductas pasarán por un proceso de exploración y autoconocimiento, sumándose al proceso de consolidación de su identidad.

De la autoexploración y el autoconocimiento, los adolescentes pasan a las primeras interacciones que marcan el inicio de su vida sexual. Una de las grandes limitaciones que viven en esta etapa es que no cuentan con espacios propios o con los recursos que les permitan vivir esas experiencias de forma segura, por lo que en muchas ocasiones los primeros encuentros sexuales tienden a ser casuales, sin preservativos y en lugares con poca privacidad o inseguros (fiestas, casas de amigos, estacionamientos, etcétera). Estos encuentros, llenos de emoción y adrenalina ante el temor a ser descubiertos, la falta de planeación, el riesgo propio de los lugares donde se encuentran, pueden resultar en experiencias poco agradables. Estas condiciones tienden a mejorar en la medida en que se incrementa su independencia y los encuentros sexuales dejan de ser casuales para formar parte de relaciones más estables, en las que aumentan el autocuidado y la atención a la pareja y se adoptan mejores métodos anticonceptivos y de prevención de enfermedades de transmisión sexual.

Desafortunadamente, la combinación de contexto, falta de información, impulsividad y la necesidad de exploración, entre otros factores, dan como resultado un aumento en el riesgo de embarazos adolescentes, lo que genera procesos de gestación para los que la madre o el padre ni están preparados, pues, emocional y económicamente, todavía dependen de sus padres y sus cuerpos aún está en proceso de maduración.

Un embarazo en esta etapa representa uno de los mayores retos para las y los adolescentes; en el caso de las mujeres, incrementa el riesgo de no concluir sus estudios y limita sus posibilidades de ser económicamente independientes, además de someter sus cuerpos y los de sus bebés a riesgos elevados. Para los varones, esta situación es una gran fuente de estrés, ya que deben asumir responsabilidades para las que aún no están preparados, en una relación de pareja que aún no se ha consolidado y que a menudo no resistirá la presión de la crianza y las responsabilidades emocionales y financieras que ello implica. En muchos casos, al ser estos los proveedores económicos, son los padres de los adolescentes quienes terminan tomando las decisiones más importantes en torno a la crianza y educación de sus nietos, lo que genera confusión sobre las responsabilidades de los adolescentes, quienes no ejercen en su totalidad el rol de padres o madres, pero tampoco pueden regresar a sus vidas anteriores a la paternidad.

Identidad y pertenencia

Los procesos de adaptación a los cambios biológicos de esta etapa constituyen uno de los principales retos por los que toda persona debe pasar. Algunos de los factores externos que ejercen más presión sobre la autovaloración son los estereotipos de belleza, mismos que los adolescentes adoptan a partir de lo que ven en los medios de comunicación y las redes sociales, donde actores o actrices de moda, cantantes, influencers y demás personajes públicos marcan tendencias que se siguen para lograr aceptación, admiración y sentido de pertenencia.