Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores - C. F. Keil - E-Book

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores E-Book

C. F. Keil

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Beschreibung

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores de Johann F.C Keily y Franz J. Delitzsch. Esta serie es de referencia oblidaga en los estudios bíblicos y lingüísticos del Antiguo Testamento, y ahora incluye los Profetas Menores. El preeminente comentario de la Biblia en español ahora incluye a los profetas menores. ¡Examinen el hebreo original como nunca antes! Considerado el comentario por excelencia entre todos los comentarios del Antiguo Testamento, citado constantemente por todos los demás comentaristas, lingüistas y estudiosos de la Biblia, el «Biblischer Commentar über das Alte Testament», es un trabajo magistral de investigación filológica realizado por Johann Friedrich Carl Keil y Franz Julius Delitzsch, reconocido universalmente como la obra más completa, seria y erudita que se ha escrito sobre el Antiguo Testamento. Y ahora su trabajo sobre los profetas menores está finalmente disponible. Constituye la mejor forma de aproximación a la complejidad del sentido original de las palabras utilizadas en el texto hebreo. Su virtud prncipal consiste en llevar a cabo un profundo análisis filológico de cada palabra importante en cada texto importante del Antiguo Testamento, dentro de su contexto, y de una manera asequible para quienes no dominan o incluso no tienen conocimiento alguno del hebreo. Para ello, Keil y Delitzsch basan su exégesis en una traducción directa del hebreo de cada pasaje a comentar, buscando luego su apoyo textual en las traducciones antiguas, como la Septuaginta y la Vulgata. Luego, analizan ese texto a la luz del uso y sentido dado a esa palabra hebrea en otros pasajes de la Biblia. Después, incluyen en sus investigación los descubrimientos al respecto en áreas documentales científicas cercanas a la exégesis del Antiguo Testamento, como la historia y la arqueología. Y completan su comentario presentando la interpretación que de ese texto o palabra hicieron los Padres de la Iglesia y los Reformadores.

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PROFETAS MENORES

CARL FRIEDRICH KEIL

Comentario al texto hebreodelAntiguo Testamentopor C. F. Keil y F. J. Delitzsch

Traducción y adaptación de Xabier Pikaza

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

Publicado originalmente en alemán por Carl Friedrich Keil, bajo el título [Biblischer Commentar über das Alte Testament] Biblischer Commentar über die zwölf kleinen Propheten, von Carl Friedrich Keil. Editorial: Dörffling und Franke, Leipzig, 1888.

Traducido y adaptado por: Xabier Pikaza Ibarrondo

“Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)”.

© 2021 Editorial CLIE, para esta edición en español.

COMENTARIO AL TEXTO HEBREO DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Profetas Menores

ISBN: 978-84-18204-10-4

eISBN: 978-84-18204-11-1

Comentarios bíblicos

Antiguo Testamento

Querido lector:

Nos sentimos honrados de proporcionar este destacado comentario en español. Durante más de 150 años, la obra monumental de Keil y Delitzsch ha sido la referencia estándar de oro en el Antiguo Testamento.

El Antiguo Testamento es fundamental para nuestra comprensión de los propósitos de Dios en la tierra. Hay profecías y promesas, muchas de las cuales ya de han cumplido, como el nacimiento y la vida de Jesucristo, tal y como se registra en el Nuevo Testamento. Algunas se están cumpliendo ahora, mientras que otras se realizarán en el futuro.

Los autores, Keil y Delitzsch, escribiendo cuando lo hicieron, solo podían imaginar por la fe lo que sucedería cien años después: el renacimiento de Israel como nación y el reagrupamiento del pueblo judío en la Tierra. Este milagro moderno continúa desarrollándose en nuestros días. Desde nuestra perspectiva actual podemos entender más plenamente la naturaleza eterna del pacto de Dios con su pueblo.

Según nuestro análisis, los escritos de Keil y Delitzsch parecen haber anticipado lo que vemos hoy en Tierra Santa. Donde su interpretación es menos clara, es comprensible dada la improbabilidad, desde el punto de vista natural, de que la nación hebrea renaciera y su pueblo se reuniera.

En resumen, le encomendamos este libro de referencia, solo añadiendo que lo involucramos desde la perspectiva de la realidad de lo que ahora sabemos acerca del Israel moderno. De hecho, el Señor está comenzando a levantar el velo de los ojos del pueblo judío.

Sé bendecido con el magnífico comentario de Keil y Delitzsch, ya que estamos ayudando a que esté disponible.

John y Wendy Beckett

Elyria, Ohio, Estados Unidos

CONTENIDO

CONTENIDO

INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR

INTRODUCCIÓN DEL AUTOR

OSEAS

El profeta

El tiempo de su ministerio

El libro

Comentario

1, 1–3,5. Adulterio de Israel

1, 1–9. Toma para ti una prostituta

2, 1–25. No tendré misericordia de sus hijos

3, 1–5. La adúltera y su nuevo matrimonio

4, 1‒6, 3. Depravación de Israel y su riesgo de castigo

4, 1-19. Pecados de Israel y visitación de Dios

5, 1–6, 3. Juicio de Dios y conversión del pueblo

6, 4‒11, 11. Israel ha madurado para la destrucción

6, 4-7, 16. La corrupción incurable

8, 1-9, 9. El juicio como consecuencia de la idolatría

9, 10-11, 11. Degeneración de Israel y ruina del reino

11, 12‒14, 10. Apostasía de Israel y fidelidad de Dios

11, 12–12, 14 (= 12, 1-15). Yo soy Yahvé, tu Dios, desde la tierra de Egipto

13, 1-15. Pecó Efraín por culpa de Baal

14, 1‒10. No nos librará Asiria, no montaremos a caballo

JOEL

El profeta

El libro

Comentario

1, 1‒2, 27. Juicio de Dios y llamada al arrepentimiento

1, 1-20. Plaga de langostas y sequía. Lamento por la devastación

2, 1-17. Oración penitencial para evitar el juicio

2, 18-27. Destrucción de las langostas. Bendición del pueblo

2, 28‒3, 21. Efusión del Espíritu. Juicio y gloria de Israel

2, 28-32 (=3, 1-5). Efusión del Espíritu de Dios y anuncio del juicio

3,1-21 (=4, 1–21). Juicio sobre los paganos y glorificación de Sión

AMÓS

El profeta

El libro

Comentario

1, 1–2, 16. El juicio que se acerca

1, 3–2, 3. Los pecados de los pueblos

2, 4-16. Los pecados de Judá y de Israel

3, 1-6, 14. Profecías referentes a Israel

3, 1–15. Anuncio del juicio

4, 1-13. Impenitencia de Israel

5, 1-6, 14. Destrucción de Israel. Una elegía, tres “ayes”

7, 1-9, 15. Visiones

7, 1–17. Primeras visiones. Oposición al profeta en Betel

8, 1–14. Israel madura para el juicio

9, 1–15. Destrucción del reino pecador, nuevo Reino de Dios

ABDÍAS

El profeta

El tiempo de la profecía

Comentario

1, 1‒9. Pregón de ruina sobre Edom

1, 10-16. La causa de la ruina de los edomitas

1, 17- 21. El reino de Yahvé establecido sobre Sión

JONÁS

El profeta

El libro

Comentario

1, 1‒16. Misión de Jonás. Huida y castigo

1, 17‒2, 10 (=2, 1‒11).Oración y liberación de Jonás

3, 1‒10. Predicación de Jonás en Nínive

4, 1‒11. Descontento y corrección de Jonás.

MIQUEAS

El profeta

El libro

Comentario

1,1-2, 13. Destierro de Israel y restauración

1, 1–16. Juicio sobre Samaría y Judá

2, 1–13. Culpa y castigo de Israel. Restauración futura.

3, 1-5,14. Degradación de Sión y su más alta exaltación

3, 1–12. Pecado de los líderes, destrucción de Jerusalén

4, 1–14. Glorificación de la casa del Señor y restauración de Sión

5, 1-14. Y tú, Belén de Efrata…

6, 1‒7, 20. El camino de la salvación

6, 1–16. Exhortación al arrepentimiento y amenaza divina.

7, 1–20. Oración penitencial de la Iglesia y promesa divina

NAHÚN

El profeta

El libro

Comentario

1, 1‒14. El juicio sobre Nínive, decretado por Dios

2, 1‒14. Conquista, saqueo y destrucción de Nínive

3, 1‒19. Pecado e inevitable destrucción de Nínive

HABACUC

El profeta

El libro

Comentario

1, 1-2, 20. Juicio sobre los malvados

1, 1–17. Castigo de Judá a través de los caldeos

2, 1–20. Destrucción del poder impío del mundo

3, 1‒19. Oración para obtener compasión en medio del juicio

SOFONÍAS

El profeta

El libro

Comentario

1, 1‒18. Juicio sobre todo el mundo y en particular sobre Judá

2, 1‒3, 8. Exhortación al arrepentimiento ante el juicio

3, 9-20. Conversión de las naciones, glorificación de Israel

AGEO

El profeta

El libro

Comentario

1, 1‒15. La Construcción del templo

2, 1‒23. Gloria del nuevo templo y bendición del pueblo

ZACARÍAS

El profeta

El libro

Comentario

1, 1-6. Introducción

1,7‒6, 15. Visiones nocturnas

1, 7-17. Primera visión: Los jinetes

1, 18-21 (= 2, 1-4). Segunda visión: Cuatro cuernos y cuatro herreros

2, 1–13 (=3, 5–17). Tercera visión: El hombre con el cordel de medir

3, 1–10. Cuarta visión: El sumo sacerdote Josué ante el ángel del Señor

4, 1–14. Quinta visión: El candelabro con los dos olivos

5, 1–11. Sexta visión: El rollo volador y la mujer en la efa

6, 1–8. Séptima visión: Los cuatro carros

6, 9-15. La corona sobre la cabeza de Josué

7,1-8, 23. Respuesta a la pregunta sobre el ayuno

7, 1–14. Días de ayuno de Israel y obediencia a la palabra de Dios.

8, 1–23. Renovación y cumplimiento del pacto de gracia

9, 1-14, 21. Futuro de los poderes del mundo y reino de Dios

9, 1-10, 12. Destrucción del mundo pagano y liberación y glorificación de Sión

11, 1–17. Israel bajo el Buen Pastor y el Pastor Loco

12, 1–13, 6. Victoria de Israel, conversión y santificación

13, 7–14, 21. Purificación de Israel, glorificación de Jerusalén

MALAQUÍAS

El profeta

El libro

Comentario

1, 1‒2, 9. El amor de Dios y el desprecio de su nombre

2, 10-16. Condena de los matrimonios con mujeres paganas y de los divorcios

2, 17‒4, 6. El día del Señor

INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR

El autor ha dicho en este comentario lo esencial sobre los Doce Profetas, que en el canon hebreo forman un único libro, que ha de ser leído por tanto en unidad, aunque las traducciones antiguas (desde los LXX) y las versiones modernas han dividido en doce libros “menores” (por su extensión, no por su importancia). Este libro de los Doce Profetas es quizá más completo y temáticamente variado no solo del Antiguo, sino también del Nuevo Testamento, es decir, de toda la Biblia cristiana, por la riqueza histórico‒religiosa de sus aportaciones y por la variedad de su contenido teológico. Eso se debe a la multiplicidad de sus autores, y al largo espacio de tiempo en que fueron proclamados, elaborados y escritos los libros, desde el siglo VIII a. C., hasta, por lo menos, el siglo IV a. C., cada libro con su propio tema y perspectiva, en un contexto de revelación unitaria y múltiple de Dios a su pueblo.

Este libro de los Doce Profetas, cuyo comentario de C. F. Keil he traducido y adaptado al castellano, ha sido y sigue siendo uno de los más importantes, no solo de la Biblia, sino de la historia judía y cristiana, desde un punto de vista exegético y teológico. Su lectura es obligada para un teólogo y ministro del evangelio (no solo de las iglesias reformadas, sino también de la católica y de la ortodoxa) y para todo aquel que quiera conocer de primera mano la Biblia del Antiguo Testamento, partiendo de su texto original hebreo. Sus claves de composición y lectura siguen siendo las mismas que he puesto de relieve en la introducción a los volúmenes anteriores de los profetas, aunque será bueno recordarlas de nuevo.

1. C. F. Keil ha escrito este comentario como filólogo y teólogo cristiano, interpretando los libros de los Doce Profetas desde el trasfondo de la Revelación de Dios, en la que se incluye el Antiguo y el Nuevo Testamento. Su obra se sitúa, según eso, en la línea de una exégesis canónica, es decir, desde una visión de conjunto de la Biblia entendida como Palabra de Dios, de forma que cada uno de sus textos debe interpretarse desde el conjunto de la revelación divina.

2. C. F. Keil actualiza los libros de los Doce Profetas desde la tradición histórica del antiguo oriente y desde la identidad del pueblo israelita, fijándose de un modo preciso en el texto original hebreo, que él toma como canónico y normativo, no solo para los judíos, sino también para los cristianos. Su interpretación quiere ser y es “total”, pues tiene en cuenta no solo a los rabinos judíos, sino también a los santos Padres de la Iglesia primitiva, con los representantes de la tradición posterior, en especial la de los grandes maestros del origen de la Reforma, desde el siglo XVI al XIX.

3. El autor opta, como he dicho, por el texto del canon hebreo, aunque apela también con frecuencia a las variantes del texto griego de los LXX, pero considerándolo siempre como secundario. En sentido ya más “teológico”, su interpretación de conjunto se abre hacia la plenitud del mensaje de Jesús y del Nuevo Testamento en general, tal como ha sido ratificado por Pablo, realizando, según eso, una exégesis “canónica cristiana” (no judía) de la Biblia israelita, pues, a su juicio, la revelación más honda de los Doce Profetas se cumple y entiende en línea cristiana con Jesucristo.

4. El comentario es siempre fiel a los textos originales, y en ese sentido introduce y guía a través de las exigencias de una de exégesis “literaria” extraordinariamente profunda y precisa, aunque siempre abierta al mensaje religioso para el momento actual. A fin de que la lectura de la obra sea fructífera resultará importante un conocimiento básico del hebreo, aunque no resulta imprescindible, pues el argumento básico se puede leer sin necesidad de dominarlo de un modo directo. Por eso, apelando siempre al texto hebreo, escrito en su grafía original (el alefato) he transcrito con cierta frecuencia sus palabras fundamentales en alfabeto latino, para que de esa manera el lector no especialista en lenguas semíticas pueda comprender mejor el texto y comentario.

5. Este es, ante todo, un comentario exegético‒literario, con fondo teológico, pero implica, al mismo tiempo, un hondo estudio histórico, pues el autor se ha esforzado por situar los temas y los textos dentro de su ambiente social, político y cultural, en el tiempo del surgimiento y primer despliegue de los imperios mundiales, desde la dominación asiria (siglo VIII a. C.) hasta la conquista “helenista” de Alejandro Magno (siglo IV a. C.). Asume, pues, la tradición griega, pero insistiendo siempre en el carácter semita, es decir, hebreo de la revelación del Antiguo Testamento, que forma parte del único Testamento o Revelación de Dios para los cristianos. Ciertamente, en este campo se ha dado un importante avance en el estudio y conocimiento de la historia, pero la presentación del autor sigue siendo básicamente fiable.

6. En su introducción, el autor ha situado el tiempo y contexto de los doce libros de los profetas menores, y lo ha hecho de un modo que sigue siendo básicamente fiable, tanto en línea histórica como exegética. Pero una exégesis bastante extendida de la actualidad (a comienzos del siglo XXI), tanto en línea más tradicional (confesional) como más renovadora en línea histórico‒crítica, tiende a situar algunos de los libros de los Doce Profetas en un contexto cultural y cronológico algo distinto, pues los ciento cincuenta años que han pasado desde la primera edición de este comentario hasta la actualidad han podido ayudarnos a cambiar algunas perspectivas, aunque el trasfondo teológico‒religioso siga siendo el mismo. Por eso, para el lector interesado, quiero añadir en esta introducción un esquema histórico algo distinto que está siendo utilizado entre los exegetas actuales, tanto en línea tradicional como “moderna”.

7. En la introducción general del autor, y después en la introducción de cada profeta, podrán ver los lectores la perspectiva de historia en la que el autor se ha situado. Evidentemente, ella será fundamental para entender el conjunto de estos libros, con sus comentarios más precisos sobre cada tema y sobre cada libro. Será normal que el conjunto de los lectores asuman sin más el fondo histórico y la aportación teológica del autor. Pero podrá haber algunos que desearán comparar la visión de C. F. Keil con la que actualmente utilizan muchos historiadores y biblistas, cristianos o no cristianos. En general, ellos sitúan de esta forma los libros y los temas de los Doce Profetas:

a. C.

Profeta

Obra

Amós

2.ª mitad siglo VIII a. C.

Natural de Tecoa, junto a Belén, es el primero cuyo libro se recuerda. De origen campesino, es testigo de la

justicia de Dios

contra los ricos opresores.

La profecía nace “madura” con Amós, originario del reino del Sur (Judá), pero que proclama la palabra de Dios en los santuarios del Norte (Israel), especialmente en Silo (cf. 7, 12-17). Sus temas básicos son:

a. Justicia social

: Dios no se manifiesta ni actúa por el culto, sino como garante de la justicia social, a favor de los más pobres.

b. Denuncia política:

Anuncia la caída del reino de Israel, que se encuentra en su máximo esplendor, con el rey Jeroboán.

Oseas

2.ª mitad siglo VIII a. C.

Vincula su experiencia personal, quizá simbólica (

acoge y ama a su esposa adúltera

), con la de Dios, que perdona y acoge también a los israelitas adúlteros (que se prostituyen con otros dioses)

Proviene del Norte (Israel) donde actúa como representante de la tradición de la alianza de Dios con el pueblo. Denuncia la injusticia social (como Amós), pero sobre todo la idolatría de aquellos que abandonan la alianza de Yahvé y rinden culto a los baales (dioses cósmicos).

(a) Atribuye a Yahvé unos rasgos vinculados al culto a los baales

: matrimonio con su pueblo, capacidad fecundadora, don del trigo, el vino y el aceite.

(b) Presenta a Dios como padre (esposa) del pueblo

. Su pensamiento ha influido en Jeremías y en la tradición del Deuteronomio.

Miqueas

Finales siglo VIII a. C.

Profeta

campesino

, de Moresti, al sur de Judá. Vincula una fuerte conciencia de justicia social (como Amós), con el descubrimiento de la soberanía de Dios (como Oseas e Isaías).

De clase baja, como Amós, protesta contra la opresión religiosa y social de los sacerdotes y terratenientes de Jerusalén. (a) Como Amós y Oseas,

eleva su amenaza contra los reinos de Israel,

diciendo que pueden caer en manos de los asirios. (b) Parece haber anunciado la llegada

de un gobernante bueno,

capaz de liberar a Israel de los asirios y guiarle en la fidelidad a Dios (5, 1). (c) Su libro incluye también la

profecía del “triunfo final” y de la paz de Sión

(4, 1-4), una esperanza compartida también por Is 2, 2-4.

Nahún

668-654

Profeta rural judío. Representante de una justicia “justiciera”, cercana a la venganza.

Ha evocado de forma impresionante la

caída de Nínive

(capital de Asiria), ciudad opresora, que se elevaba amenazante contra Israel. Es heraldo de una

justicia universal

, representada por el Dios de Israel.

Sofonías

640-609

Apoya la reforma de Josías. Recoge y condensa toda la tradición profética.

Condena la idolatría de Judá/Jerusalén, y apoya la reforma de Josías. Eleva sus

oráculos contra las naciones enemigas

del entorno de Judá y contra Jerusalén, pero promete una restauración del pueblo de Dios.

Habacuc

610-605

En tiempos de crisis. Vincula la fe en Dios con la salvación total, personal y social.

Se opone a la opresión de los injustos, e

invita a los judíos a tener confianza en Dios

(solo la fe salva: 2, 4). Recoge un

impresionante himno antiguo a Yahvé,

Dios del poder y la justicia cósmica (Hab 3).

Ageo

Finales siglo V a. C.

Profeta de la restauración y reconstrucción del templo de Jerusalén.

En torno al 515 a. C. promueve y logra que se culmine la reconstrucción del Templo de Jerusalén, bajo el liderazgo del Gobernador Zorobabel y del Sacerdote Josué. El templo como clave de la religión israelita.

Zacarías

A pesar de C. F. Keil, su libro parece tener dos partes.

‒ Zac 1‒8,

de finales del siglo V, se centra en la reconstrucción del templo, lo mismo que Ageo.‒

Zac 9‒14,

del IV a. C. Colecciones de visiones de tipo apocalíptico.

‒ Colección de visiones de gran fuerza poética, que describen la restauración de Israel tras el exilio. Zacarías insiste como Ageo en la reconstrucción del templo, que será la sede y signo de la presencia y protección de Dios hacia Israel.‒ Colección heterogénea de oráculos proféticos, que retoman y elaboran motivos de profetas anteriores. Zac 14 presenta, a modo de compendio, una visión apocalíptica del fin de la historia, con un combate final contra Judá/Jerusalén y victoria de Dios sobre todos sus enemigos.

Joel

Siglo V a. C. Una liturgia penitencial.

Es el

profeta del día de Yahvé,

es decir, del gran juicio de la historia, simbolizada en una plaga de langosta (Jl 1, 1–2, 11).

Su libro aparece como una liturgia penitencial del pueblo (2, 12-17), al que Dios responde anunciado su salvación (2, 18-28). Ese Dios promete la

venida del

Espíritu sobre todos los israelitas (3,1-5) y la

condena de los enemigos de Israel

(4, 1-17), con la restauración de Judá (4, 18-21). Ofrece ya rasgos apocalípticos.

Abdías

Siglo V a. C. Profecía contra los idumeos.

Profeta postexílico,

difícil de datar. Podría ser de antes del exilio, como defiende C. F. Keil. Su pequeño libro condena a los idumeos, parientes de los israelitas.

Su texto, de dura venganza, responde al hecho de que, según la tradición, los idumeos ayudaron a los babilonios en la destrucción de Jerusalén (587 a. C.). Más tarde, muchos de ellos fueron “convertidos” y circuncidados a la fuerza por los macabeos, entre ellos el padre de Herodes (siglo I a. C.), y ayudaron a los rebeldes de la guerra del 67‒70 d. C., pero la tradición judía les toma como signo de todos los enemigos de Dios, que serán destruidos en el juicio.

Jonás

IV-III a. C.

Parece una

parábola profética,

más que el libro de un profeta histórico, como supone C.F. Keil

Obra de gran hondura

profética

y teológica, en la que, en contra de una línea de exclusivismo judío (dominante en la reforma de Esdras-Nehemías, en torno al 400 a. C.), se presenta la

vocación universal del profetismo israelita

, con el testimonio de la “conversión” de Nínive, ciudad enemiga (signo de maldición).

Malaquías

Siglo IX‒III a. C. Es el culmen de la profecía israelita.

El último de los profetas libros proféticos. C.F. Keil defiende su existencia histórica, pero no ha convencido a todos.

Malaquías significa

ángel o mensajero de Dios

(cf. Ml 3, 1), y puede ser un nombre simbólico. Condena la “impureza” del culto, quizá en los años de la reforma de Nehemías/Esdras, hacia el 400 a. C. Su aportación más conocida es la promesa de la

venida escatológica de Elías

(3, 1-2.22-23), para restaurar al pueblo antes de la llegada definitiva (apocalíptica) de Dios.

Quien siga leyendo los comentarios de C. F. Keil, descubrirá que su visión de la historia de los profetas resulta ligeramente distinta de la que yo acabo de presentar, en sintonía con muchos exegetas reformados (y católicos), que pueden hoy estudiar con más documentación el tiempo y contexto de los profetas. Pero, bien miradas, las divergencias son de tipo menor, de manera el lector puede recibir con gran confianza no solo las aportaciones teológicas del libro de C. F. Keil, sino también su visión histórica, para criticar incluso, cuando lo vea conveniente, eso que he llamado la opinión mayoritaria de un tipo de exégesis y teología bíblica de la actualidad.

En ese contexto, C. F. Keil ha querido insistir en el cumplimiento cristiano de la gran profecía de los Doce Profetas, destacando, de un modo especial, los libros de Zacarías y Malaquías, que han sido y son los que más han influido en la historia de Jesús y en el despliegue de la primera teología cristiana. Ciertamente, desde la publicación de los comentarios de C. F. Keil se han escrito cientos de obras sobre los profetas menores, tanto desde una perspectiva de conjunto como desde el análisis concreto de los temas y los libros, como podrá seguir viendo el lector en la bibliografía que adjunto, de modo orientativo.

Solo me queda decir que he procurado que traducción y presentación del texto resulte accesible a una gran mayoría de lectores, sin perder su profundidad. Por eso me he permitido condensar algunos argumentos más difíciles, elaborados de una forma quizá demasiado técnica por C. F. Keil, difícil de entender en la actualidad.

Observará el lector que no he realizado una traducción y edición crítica (en el sentido puramente académico del término), pues ello exigiría cotejar y actualizar todas las fuentes utilizadas por el autor. Por eso he dejado las citas de los comentaristas de su tiempo (en la segunda mitad del siglo XIX) tal como aparecen en su texto, sin necesidad de actualizarlas críticamente. He realizado según eso una traducción y actualización teológico‒exegética, para aquellos que quieran penetrar con la ayuda de C. F. Keil en la vida y mensaje interior de los Doce Profetas.

Como he dicho, se han escrito después de C. F. Keil cientos de obras sobre el tema. Pero puedo decir, sin miedo a equivocarme, que esta sigue siendo en conjunto la más más honda y fiable en un sentido teológico‒exegético (más que puramente histórico). Esta es una obra no solo para comprender a los Doce Profetas Menores, sino también para dialogar con ellos y para introducirse de un modo orante y comprometido en el mensaje esencial de los profetas.

Sigue, como he dicho, una bibliografía actualizada en la que, como es normal, insisto en los libros que ya existen sobre el tema en lengua española.

Xabier Pikaza

BIBLIOGRAFÍA ACTUALIZADA

Obras generales

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Breton, S., Vocación y misión. Formulario profético, Gregoriana, Roma, 1987.

Brueggemann W., La imaginación profética, Sal Terrae, Santander 1986

Carrillo A., La Espiritualidad de los profetas de Israel, VD, Estella 2009

Collado, V., Las escatologías de los profetas. Estudio literario comparativo.

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González Blanco, R., Los profetas, traductores de Dios, Sígueme, Salamanca 2004.

González Núñez, A., Profetas, sacerdotes y reyes en el Antiguo Israel, Casa de la Biblia, Madrid 1962.

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INTRODUCCIÓN DEL AUTOR

En nuestras ediciones de la Biblia hebrea, el libro de Ezequiel viene seguido por el libro de los doce profetas (tw/n dw,deka profhtw/n, cf. Sir 49, 10), llamado por los rabinos Los Doce (rf'[' ~ynEv.), a los que se les viene llamando desde tiempo inmemorial Los Doce Profetas Menores (qetannîm, minores), porque sus profecías, tal como han sido transmitidas hasta nosotros en forma escrita, son menos voluminosas, en comparación con los libros mayores de los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel1.

Cuando se compiló el canon, estos doce escritos fueron reunidos, formando un único volumen. Esto se hizo a fin de que no se perdiera alguno de ellos, a causa de su menor tamaño, en el caso de que se editaran por separado, como observa Kimchi en su Praef. Comm. in Ps, citando una tradición rabínica. Ellos fueron reconocidos, por tanto, como un libro mono,bibloj, to, dwdeka pro,fhton (cf. mi Lehrbuch der Einleitung in d. A. T. &156 y 216, nota 10 ss.). Sus autores vivieron y trabajaron como profetas en diferentes momentos, desde el siglo IX a. C. hasta el V a. C. De esa forma, estos libros proféticos ofrecen no solo los testimonios proféticos más antiguos, sino también los últimos, en relación con la historia futura de Israel y del Reino de Dios y también con el desarrollo progresivo de ese testimonio.

Según eso, cuando los miramos en conexión con los escritos de los profetas mayores, ellos incluyen todos los elementos esenciales de la palabra profética, por medio de la cual Dios ha equipado a los israelitas para los tiempos futuros que estarán marcados por el conflicto con las naciones del mundo, enriqueciéndoles así con la luz y poder de su Espíritu, de manera que (a diferencia de los pueblos incrédulos) sus siervos fueran capaces de anunciar la destrucción de los imperios pecadores, y la dispersión del pueblo israelita rebelde entre las naciones, anunciando también, para consuelo de los creyentes, la liberación y conservación de una semilla santa, con el triunfo eventual (final) de su reino sobre los poderes hostiles.

En la disposición de los doce libros, el principio cronológico ha determinado el orden en que aparecen los profetas del tiempo preasirio y del tiempo de los asirios, de forma que ellos se sitúan los primeros (desde Oseas a Nahún), siendo los más antiguos. Después siguen los profetas del tiempo de los caldeos (Habacuc y Sofonías); y, finalmente, la serie acaba con los tres profetas que son posteriores a la cautividad (Ageo, Zacarías y Malaquías), que aparecen en el orden en que ellos actuaron2.

De todas formas, dentro del primero de esos grupos no se sigue estrictamente el criterio cronológico, sino que el orden viene también determinado por la naturaleza del contenido de los libros. Jerónimo afirmaba en este punto que los profetas que no pusieron en el título de sus libros el tiempo en que ellos profetizaron debieron actuar en el mismo tiempo que lo hicieron los autores de los libros anteriores, en lo que se ofrece la fecha de su composición, (Praef. In 12 Proph.). Pero esta afirmación no se apoya en base sólida, sino que proviene de una mera conjetura, que además resulta errónea, pues Malaquías no profetizó en el tiempo de Dario Hystaspes, como lo hicieron los autores de los dos libros anteriores.

Por otra parte, hay profetas de los que se puede afirmar que el puesto que ocupan en el conjunto de los doce profetas no es tampoco correcto. Joel y Abdías no comenzaron a profetizar bajo Ozías de Judá y Jeroboán II de Israel, sino que comenzaron su misión antes de ese tiempo. Así Abdías profetizó antes de Joel, como es obvio por el hecho de que Joel 2, 32 introduce en su anuncio de salvación las palabras que utiliza Abdías 17: “Y en el Monte Sión habrá liberación”, y lo hace de un modo que es equivalente a una cita directa, utilizando la expresión “como el Señor ha dicho”.

Ciertamente, Oseas debería situarse cronológicamente después de Amós, y no antes que él si se observara un orden estricto. Ciertamente, según el encabezamiento de los libros, tanto Oseas como Amós profetizaron bajo Ozías y Jeroboán II. Pero Oseas continúo profetizando por un largo tiempo después de Amós, que había comenzado su ministerio antes que él.

El orden adoptado para ordenar los libros de los primeros profetas menores parece haber sido más bien el siguiente: Oseas fue colocado a la cabeza, porque su libro es el más extenso, como sucede en las cartas de san Pablo, en las que se coloca al principio la carta a los Romanos, a causa de su mayor amplitud. Después siguieron las profecías que no tenían una fecha en su encabezamiento, y fueron ordenadas de tal modo que un profeta del reino de Israel se emparejó siempre con uno del reino de Judá, es decir, Oseas con Joel, Amós con Abdías, Jonás con Miqueas y Nahún el galileo con Habacuc el levita.

En casos particulares influyeron también otras consideraciones. Así, Joel se emparejó con Oseas, a causa de su mayor apertura y Abdías con Amós porque su libro era más pequeño (incluso el más pequeño de todos); y Joel fue colocado antes de Amós porque este último comienza su libro con una cita de Joel 3, 16: “Yahvé rugirá desde Sión…”. Hay también otra circunstancia que puede haber llevado al emparejamiento de Abdías con Amós, y es el hecho de que el libro de Abdías puede ser tomado como una expansión de Am 9, 12: “que ellos puedan poseer el resto de Edom”.

A Abdías le sigue Jonás, antes que Miqueas, no solo porque Jonás vivió en el reino de Jeroboán II, que era contemporáneo de Amasías y de Ozías, mientras que Miqueas no apareció hasta el reinado de Jotán, y también, posiblemente, porque Abdías comienza con las palabras “hemos oído noticias de Judá, y un mensajero es enviado entre las naciones”, y ese mensajero fue de hecho Jonás (Delitzsch).

En el caso de los profetas del período segundo (tiempo de exilio) y tercero (del postexilio), los organizadores del libro conocían bien el orden cronológico, de forma que fue ese orden el que determinó la colocación de los libros en el conjunto. Ciertamente, en los libros de Nahún y de Habacuc no se menciona la fecha de la composición; pero, partiendo de la naturaleza de sus profecías, es evidente que Nahún, que profetizó la destrucción de Nínive, capital del Imperio asirio, debió haber vivido (o por lo menos trabajado) antes que Habacuc, que profetizó sobre la invasión caldea.

Y finalmente, cuando pasamos a los profetas posteriores a la cautividad, en el caso de Ageo y de Malaquías, en la fecha de su composición se indica no solo el año, sino también los meses. Y por lo que respecta a Malaquías, el autor de la colección de los doce libros sabía que Malaquías era el último de los profetas, por el hecho de que la colección fue completada, si no en el tiempo de su vida y con su colaboración, sino ciertamente muy poco después de su muerte. Este es el orden cronológico correcto, en la medida en que se puede deducir, con una tolerable certeza a partir del contenido de los distintos libros, y teniendo en cuenta la relación de unos profetas con otros. Este es pues el orden de surgimiento de los libros, y la relación en la que están unos con otros, incluso en el caso de aquellos profetas en cuyos libros no se indica la fecha de la composición:

 1. Abdías, en el reinado de Jorán, rey de Judá, entre

 2. Joel, en el reinado de Josías, rey de Judá, entre

 3. Jonás, en el reinado de Jeroboán II de Israel, entre

 4. Amós, en el reinado de Jeroboán II de Israel y Ozías de Judá, entre

 5. Oseas, en el reinado de Jeroboán II de Israel y de Ozías, rey de Judá, entre

 6. Miqueas, en el reinado de Jotam, Acaz y Ezequías de Judá, entre

 7. Nahún, en la segunda mitad del reinado de Ezequías, entre

 8. Habacuc, en el reinado de Manasés o Josías, entre

 9. Sofonías, en el reinado de Josías, entre

10.  Ageo, en el reinado de Darío Hystaspes

11.  Zacarías, en el reinado de Darío Hystaspes

12.  Malaquías, en el reinado de Artajerjes Longimano, entre

889 y 854 a. C.

875 y 848

824 y 780

810 y 783

790 y 725

758 y 710

710 y 699

650 y 628

628‒623

519

519

433 y 424

De un modo consecuente, la literatura de los escritos proféticos no comienza solo en el momento en que Asiria se elevó como poder imperial y asumió un aspecto amenazador contra Israel, es decir, bajo Jeroboán, hijo de Josías, rey de Israel, y bajo Ozías, rey de Judá, o en torno al año 800 a. C., como se supone de ordinario, sino unos 90 años antes, bajo el rey Jorán de Judá y el rey Jorán de Israel, mientras Eliseo vivía todavía en el reino de las diez tribus. Pero también en ese caso el crecimiento de la literatura profética se encuentra íntimamente conectado con el surgimiento de la teocracia.

El reinado de Jorán, hijo de Josafat, fue de gran importancia para el reino de Judá, que formaba el tronco y corazón del reino de Dios del Antiguo Testamento desde el tiempo en que las diez tribus se separaron de la casa de David, pues los israelitas de Judá fueron los que poseyeron el templo de Jerusalén, que el mismo Señor había santificado como lugar de presencia de su Nombre, y también la casa real de David, a quien Dios había prometido una existencia duradera, para siempre, una promesa que certificaba no solo su propia preservación, sino también el cumplimiento de las promesas divinas que Dios había hecho a Israel.

Jorán había tomado como esposa a Atalía, hija de Ajab y de Jezabel, la adoradora fanática de Baal; y a través de ese matrimonio introdujo en Judá la impiedad y el libertinaje de la dinastía de Ajab. Él caminó en la línea de los reyes de Israel, haciendo lo que era malo a los ojos del Señor, como lo hacía la casa de Ajab.

Mató a sus hermanos con la espada, y condujo a Jerusalén y a Judá a la idolatría (2 Rey 8, 18‒19; 2 Cron 21, 4‒7. 11), Después de su muerte y de la de su hijo Ajacías, su mujer Atalía tomó el mando, y mató a todos los herederos reales, a excepción de Joás, niño de un año, que fue escondido en unas habitaciones privadas, por la hermana de Ajacías, casada con Yoyada, el sumo sacerdote, escapando así de la muerte.

De esa manera, la casa real de David, divinamente escogida, estuvo en gran peligro de extinguirse si el Señor no hubiera preservado para ella un retoño, a causa de la promesa que había hecho a su siervo David (2 Rey 11, 1‒3; 2 Cron 22, 10‒12). A sus pecados siguió inmediatamente el castigo. En el reinado de Jorán no solo se reveló Edom de Judá, y lo hizo con tal fortuna que no pudo ser ya sometido nunca más, y además Yahvé mismo suscitó el espíritu de los filisteos y de los árabes de Petra, de tal manera que ellos lograron entrar en Jerusalén y se llevaron todos los tesoros del palacio, y tomaron cautivas a todas las mujeres e hijos del rey, a excepción de Ajacías, el hijo más joven (2 Rey 8, 20‒22; 2 Cron 21, 8‒10. 16. 17).

Jorán mismo fue afligido pronto con una enfermedad dolorosa y repugnante (2 Cron 21, 18‒19); su hijo Ajacías fue asesinado por Jehú tras menos de un año de reinado, con todos sus hermanos (parientes) e hijos de los gobernantes de Judá; y su mujer Atalía fue destronada y ejecutada tras un reinado de seis años (2 Rey 9, 27‒29; 11, 13 ss.; 2 Cron 22, 8‒9 y 23, 2 ss.).

Con el exterminio de la casa de Ajab en Israel, y de sus parientes en Judá, se suprimió en ambos reinos la adoración pública de Baal; y de esa forma se detuvo el despliegue externo de la corrupción creciente de tipo religioso y moral. Pero el mal no fue radicalmente curado. Incluso Joás, que había sido rescatado por el sumo sacerdote Yoyada, y colocado sobre el trono, se dejó llevar por los impulsos de los gobernantes de Judá, y tras la muerte de su liberador, tutor y mentor no solo restauró la idolatría en Jerusalén, sino que permitió que apedrearan al profeta Zacarías, hijo de Yoyada, que condenaba esta apostasía respecto del Señor (2 Cron 24, 17‒ 22).

Amasías, su hijo y sucesor, tras haber derrotado a los idumeos en el valle de la Sal, trajo los dioses de esa nación a Jerusalén y los puso allí para que fueran adorados (2 Cron 25, 14). Se alzaron conspiraciones contra ambos reyes (Jorán de Israel, y Jorán de Judá), de tal forma que los dos cayeron en manos de bandas de asesinos (2 Rey 12, 21; 14, 19; 2 Cron 24, 25‒26; 25, 27). Los dos reyes siguientes de Judá, es decir Ozías y Jotán, se abstuvieron ciertamente de la idolatría más grosera, y mantuvieron el culto de templo de Yahvé en Jerusalén; además, ellos lograron elevar el reino a un puesto de gran poder terreno, a través de la organización de un ejército poderoso y de la fortificación de Jerusalén y de otras ciudades de Judá.

Pero la apostasía interior del pueblo respecto del Señor y de su ley creció en esos reinados, de forma que bajo Ahaz el torrente de la corrupción rompió todos los diques. La idolatría se extendió por todo el reino, introduciéndose incluso en los patios del templo y la maldad alcanzó una altura antes desconocida (2 Rey 16; 2 Cron 28).

Así por un lado, el reinado impío de Jorán puso las bases para el decaimiento interior del reino de Judá, y sus propios pecados y los de su mujer Atalía fueron signo de la disolución religiosa y moral de la nación que, sin embargo, se detuvo por un tiempo a causa de la gracia y fidelidad del Dios de la alianza, para estallar después en el tiempo de Ahaz con una fuerza terrible, conduciendo al reino a los límites de la destrucción, y alcanzando su mayor altura de maldad bajo el rey Manasés, de manera que el Señor no pudo ya retenerse, de forma que pronunció el juicio de rechazo en contra del pueblo de su posesión (2 Rey 21, 10‒16). Por otro lado, el castigo infligido sobre Judá por los pecados de Jorán, castigo que se expresó en la rebelión de los idumeos y en el saqueo de Jerusalén por los filisteos y los árabes, fue el preludio de la elevación de la impiedad de los imperios de las naciones por encima y el contra del reino de Dios, con el fin, si fuera posible, de destruirlo.

Así podemos ver claramente la gran importancia que tuvo la rebelión de Edom en contra del reino de Judá, por la observación que hizo el historiador sagrado, añadiendo que “Edom se rebeló contra la casa de Judá hasta el día de hoy” (2 Rey 8, 22; 2 Cron 21, 10), es decir, hasta la disolución del reino de Judá, porque las victorias de Amasías y de Ozías en contra de los idumeos no culminaron en su sometimiento; y eso se muestra aún más claramente en la descripción contenida en el profeta Abdías 10‒14, donde se habla de los gestos hostiles de los idumeos en contra de Judá con ocasión de la toma de Jerusalén por los filisteos y los árabes. Ello muestra claramente que los idumeos no quedaron satisfechos con haberse liberado del odioso yugo de Judá, sino que intentaron destruir, con orgullo maligno, al pueblo de Dios.

Por su parte, en el reino de las diez tribus, Jehú había extirpado la adoración de Baal, pero no se había apartado de los pecados de Jeroboán, el hijo de Nabat. Por eso, también en ese reino, el Señor comenzó a “cortar partes de Israel”, y el rey Hazael de Siria le atacó por todos los costados. Por la oración de Joacaz, su hijo y sucesor, Dios tuvo una vez más compasión sobre las diez tribus de su reino, y envió liberadores, que fueron los dos reyes, Joás y Jeroboán II, de manera que se liberaron del yugo de los sirios, y Jeroboán fue capaz de restaurar las fronteras antiguas del reino (2 Rey 10, 28‒33; 13, 3‒5. 23‒25; 14, 25). Sin embargo, dado que este nuevo despliegue de gracia no consiguió los frutos de arrepentimiento y de retorno al Señor, el juicio de Dios estalló de nuevo sobre el reino pecador tras la muerte de Jeroboán y lo llevó a su destrucción.

Así se muestra la gran importancia que tuvo el reinado de Jorán de Judá, que estaba vinculado a la casa de Ahab de Israel y que se mantuvo en sus caminos impíos. A partir de estos hechos podemos descubrir sin duda de un modo más preciso los principios del cambio que vino a darse desde ese tiempo en adelante en el desarrollo de la profecía; es decir, en el hecho de que desde entonces el Señor comenzó a elevar profetas en medio de su pueblo, para que discernieran en el presente los gérmenes del futuro, interpretando desde esa luz los acontecimientos de su propio tiempo, imprimiéndolos en los corazones de sus propios paisanos, tanto por escrito como a través de las palabras de sus bocas.

La diferencia entre los prophetae priores (profetas anteriores), cuyos dichos y hechos están recordados en los libros históricos, y los prophetae posteriores, que compusieron escritos proféticos especiales, consiste por eso no tanto en el hecho de que los primeros eran profetas de “acciones irresistibles” y los últimos eran profetas de “palabras convincentes” (Delitzsch), como en el hecho de que los primeros mantenían el derecho del Señor ante el pueblo y ante sus gobernantes civiles, tanto por la palabra como por los hechos, ejerciendo por tanto una influencia inmediata sobre el desarrollo del reino de Dios en sus propios tiempos; por el contrario, los profetas posteriores se centraron en las circunstancias y relaciones de sus propios tiempos a la luz del plan divino de la salvación en su totalidad. De esa manera, ellos proclamaban el juicio de Dios, tanto el más cercano como más remoto, ocupándose así de la salvación futura y anunciando el progreso interior del reino de Dios, en conflicto con los poderes del mundo, y a través de esas predicciones preparaban el camino de la revelación de la gloria del Señor en su Reino o la venida del Salvador para establecer un reino de justicia y de paz.

Esta distinción ha sido reconocida también por G. F. Oehler, que descubrió que la razón para la composición de los libros proféticos separados fue el hecho de que la profecía adquirió una importancia que se extendía mucho más allá de los tiempos presentes; en esa línea se despertó en las mentes proféticas la conciencia de que los consejos divinos de salvación no podían cumplirse en la generación presente, pues la forma actual de teocracia debía romperse a pedazos, a fin de que, a través de una fuerte transformación judicial, pudiera brotar, a partir de un resto, rescatado y purificado, la futura iglesia de la salvación.

Desde ese fondo se explica el hecho de que las palabras de los profetas se pusieran por escrito a fin de que, cuando se cumplieran, ellas pudieran probar a la generación futura la justicia y fidelidad del Dios de la alianza, de manera que ellas pudieran servir como una lámpara para los justos, capacitándoles para entender los caminos del reino de Dios en medio de la oscuridad de los tiempos del juicio. Todos los libros proféticos están al servicio de esta misma finalidad, por grande que sea su diversidad en la presentación de la palabra profética que contienen, una diversidad que se explica por la individualidad de los autores y por las circunstancias especiales entre las que vivieron y trabajaron.

Para una bibliografía de los escritos exegéticos sobre los Profetas Menores, cf. mi Lehrbuch der Einleitung, p. 273 ss.

1. Así observa Agustín en De Civit. Dei, 18, 29: Se llaman menores porque su volumen es más breve en comparación que los que se llaman mayores, porque escribieron volúmenes de un tamaño más grande. Compárese con esto la noticia de b. Bathra 14b, en Delitzsch, Comentario a Isaías XXI.

2. Cf. Delitzsch, Isaías 25.

OSEAS

El profeta

Oseas, הושׁע significa ayuda, liberación o, si se toma el término abstracto en sentido concreto, el que ayuda, es decir, el Salvador, en griego Ὠσηέ (LXX) o Ὡσηέ (Rom 9, 20), en la Vulgata Oseas. Este Oseas era hijo de Beēri. Conforme al encabezado del libro (Os 1, 1), profetizó en los reinados de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías de Judá, y en el de Jeroboán, hijo de Joás, rey de Israel.

Como prueba claramente la naturaleza de sus oráculos, profetizó no solo sobre temas del reino de las diez tribus, sino que fue un súbdito de ese reino. Eso lo muestra no solo el hecho de que sus discursos proféticos tratan del reino de las diez tribus, sino también el estilo y lenguaje peculiar de sus profecías que muestran con frecuencia un colorido arameo, como en el caso de formas como אמאסאך,i 6, 6; חכּי (infinitivo), 11, 9; קימושׁ por קמּושׁ,i 9, 6; קאם por קם,i 10, 14; תּרגּלתּי,i 11, 3; אוכיל por אאכיל,i 11, 4; תּלוּא, en 11, 7; יפריא por יפרה ,i 13,15; con palabras como רתת,i 13,1; אהי por איּה,i 13,10, 13, 14).

Así lo indica todavía con más fuerza el buen conocimiento que Oseas muestra de las circunstancias y localidades del reino del Norte, tal como aparece en pasajes como Os 5, 1; 6, 8–9; 12, 12; 14, 6, y el hecho de que Os 1, 2 se refiera al reino de Israel como “la tierra” y el hecho de que llame al rey de Israel “nuestro rey” (7, 5). Por otra parte, en contra de lo que suponen Jahn y Maurer, el dato de que mencione en el encabezamiento a los reyes de Judá (1, 1) y de que aluda también a ellos (cf. 1, 7; 2, 2; 4, 15; 5, 5. 10. 12-14; 6, 4. 11; 8, 14; 10, 11; 12, 1. 3) no se puede tomar como prueba de que él era judío.

La circunstancia de que aluda a los reyes de Judá (1, 1), y que lo haga antes de hablar del rey Jeroboán de Israel, no es prueba alguna de que él pertenezca externamente al reino de Judá, sino solo del hecho de que, como todos los restantes profetas verdaderos, mantiene una vinculación interna con el reino de Judá. Dado que la ruptura de las diez tribus respecto de la casa de David fue en el sentido más profundo una apostasía respecto de Yahvé (cf. Comentario a 1 Rey 12), los profetas solo reconocieron a los gobernantes legítimos del reino de Judá como verdaderos reyes del pueblo de Dios a cuyo trono se había prometido una duración perpetua, aunque ellos, externamente, rindieran obediencia a los reyes del reino de Israel, hasta que el mismo Dios destruyera el gobierno autónomo que él mismo había concedido a las diez tribus, en gesto de ira, para castigar a la semilla de David que se había separado de él (13, 11).

Desde esta perspectiva ha datado Oseas la fecha de su ministerio conforme a los reinados de los reyes de Judá, de quienes ofrece una lista completa, colocándolos en el primer lugar. Por el contrario, él menciona solo el nombre de un rey de Israel, es decir, del rey en cuyo reinado comenzó su carrera profética, y no solo para indicar con más precisión el comienzo de su ministerio como suponen Calvino y Hengstenberg, sino también por la importancia que Jeroboán II tuvo en relación con el reino de las diez tribus.

Antes de que podamos lograr una interpretación correcta de las profecías de Oseas, resulta necesario que, como muestran claramente Os 1, 1-11 y Os 2, determinemos con precisión el tiempo en que apareció el profeta, pues él no solo predijo el derrumbamiento de la casa de Jehú, sino también la destrucción del reino de Israel. Para eso no basta la referencia a Ozías, porque durante los 52 años de reinado de este rey de Judá la identidad y circunstancias del reino de las diez tribus sufrieron grandes alteraciones.

Cuando Ozías ascendió al trono, Dios había tenido misericordia de las diez tribus de Israel y les había concedido su ayuda a través de Jeroboán, de manera que tras haber logrado vencer en algunas batallas a los sirios, él fue capaz de romper el dominio que ellos habían alcanzado sobre Israel, restaurando las antiguas fronteras del reino (2 Rey 14, 25-27). Pero esta elevación de Israel no duró mucho tiempo. En el año 37 del reinado de Ozías, el rey Zacarías de Israel, que era hijo y sucesor de Jeroboán, fue asesinado por Salum, tras un reinado de solo seis meses, y con él desapareció la casa de Jehú. A partir de ese momento o, mejor dicho, a partir de la muerte de Jeroboán, el año 27 de Ozías, su reino fue derrumbándose rápidamente, hasta llegar a su completa ruina.

Pues bien, si Oseas se hubiera limitado simplemente a indicar el tiempo de su misión a través de los reinados de los reyes de Judá, dado que el tiempo de su ministerio duró hasta el tiempo del rey Ezequías, podríamos haber asignado su comienzo a los años finales del reinado de Ozías, cuando había comenzado a mostrarse el declive del reino de Israel, de manera que podía haber previsto con facilidad su ruina. Pues bien, a fin de mostrar que el Señor revela a sus siervos unos acontecimientos incluso antes de que ellos sucedan (cf. Is 42, 9), era conveniente que se indicara con gran precisión el tiempo de la aparición de Oseas como profeta, nombrando para ello el reinado de Jeroboán.

Jeroboán reinó al mismo tiempo que Ozías a lo largo de 25 años, y murió el año 27 del reinado de ese Ozías, que le sobrevivió como rey unos 25 años más, de forma que murió el año 2 del reinado de Pekah, rey de reino de las diez tribus (cf. 2 Rey 15, 1. 32). Según eso, es evidente que Oseas comenzó su ministerio profético durante los 25 años en los que Ozías y Jeroboán reinaron al mismo tiempo, es decir, antes del año 27 del primero, y continuó profetizando hasta poco antes de la destrucción del reino de las diez tribus, dado que profetizó hasta el tiempo de Ezequías, en cuyo sexto año de reinado fue conquistada Samaría por Salmanasar, siendo destruido el reino de Israel.

El hecho de que solo se mencione a Jeroboán entre todos los reyes de Israel puede deberse al hecho de que la casa de Jehú, a la que él pertenecía, había sido llamada a reinar por el profeta Eliseo, por mandato de Dios, con el fin de desarraigar el culto de Baal en Israel, y que por esa razón Jehú recibió la promesa de que sus hijos se sentarían sobre el trono por cuatro generaciones (2 Rey 10, 30); en esa línea, Jeroboán, biznieto de Jehú, fue el último rey por medio del cual el Señor envió alguna ayuda a las diez tribus (2 Rey 14, 27).

Durante el reinado de Jeroboán alcanzó su mayor gloria el reino de las diez tribus. Tras su muerte se extendió un tiempo de larga agonía, y su hijo Zacarías solo fue capaz de mantener el trono durante medio año. Los seis reyes que le siguieron murieron todos, uno tras otro, por conspiraciones, de manera que la sucesión ininterrumpida y regular de los reyes cesó con la muerte de Jeroboán. A ninguno de ellos le habló Dios por medio de un profeta, y solo dos pudieron reinar por un tiempo más dilatado: Menajem, por diez años, y Pekah por veinte.

Por otra parte, las circunstancias por la que Oseas se refiere varias veces a Judá en sus profecías no implican en modo alguno que él fuera del reino de Judá. La opinión expresada por Maurer, según la cual un profeta israelita no se hubiera preocupado por Judá o que habría condenado con menos dureza sus pecados está fundada en una suposición poco bíblica, según la cual todos los profetas se hallaban influidos por simpatías y antipatías subjetivas como meros morum magistri (maestros de costumbres); en contra de eso, los profetas proclamaban solo la verdad, como instrumentos en manos del Espíritu de Dios, sin ningún tipo de respeto humano.

Si Oseas hubiera sido enviado desde Judá al reino de Israel (como el profeta de 1 Rey 13 o el profeta Amós), esto hubiera sido ciertamente mencionado sin duda en el encabezamiento, como en el caso de Amós, donde se cita la patria del profeta. Pero casos como estos eran excepciones pues, en aquel tiempo, eran más numerosos los profetas en Israel que en Judá.

En ese tiempo, en el reinado de Jeroboán, estaba viviendo y trabajando en su reino el profeta Jonás (2 Rey 14, 25); por otra parte, Eliseo, que había educado a grupos numerosos de jóvenes profetas para el servicio del Señor, en las escuelas de Gilgal, Betel y Jericó, había muerto hacía poco tiempo. El hecho de que un profeta que había nacido y realizada su ministerio en Israel aludiera en sus profecías al reino de Judá puede explicarse fácilmente por la importancia que ese reino tenía para Israel en su conjunto, tanto por las promesas que había recibido como por su mismo desarrollo histórico.

Las promesas que Dios había concedido a la casa de David, dentro del reino de Judá, constituían una razón firme para la esperanza de los hombres piadosos de todo Israel, dándoles la seguridad de que el Señor no abandonaría para siempre a su pueblo. El anuncio de los castigos que azotarían también a Judá a causa de su apostasía eran un aviso, dirigido a los judíos infieles, para que no se apoyaran falsamente en las promesas gratuitas de Dios, y para que tomaran en serio la severidad y exigencia del juicio de Dios.

Esto explica también el hecho de que mientras, por un lado, vincula la salvación de las diez tribus a su conversión a Yahvé su Dios y a David su rey (Os 1, 7; 2, 2), teniendo que advertir a los judíos que no pequen como hacen los israelitas (4, 15), Oseas amenace por otro lado a Judá, anunciando que sufrirá la misma ruina que Israel, a consecuencia de su pecado (cf. Os 5, 5. 10; 6, 4. 11, etc.).

Teniendo eso en cuenta, no pueden aceptarse las conclusiones que Ewald deduce de estos pasajes, según las cuales, al principio, Oseas solo se ocupó de Judá de un modo superficial, de manera que únicamente después, tras haber realizado su función en la parte norte del reino, vino a interesarse por Judá, completando allí su mensaje y vocación profética. Esta opinión va en contra del hecho de que ya en Os 2, 2 el profeta había anunciado indirectamente la expulsión de Judá de su propia tierra; más aún, esa opinión se funda en el falso prejuicio según el cual el profeta concebía sus percepciones y juicios subjetivos como inspiraciones de Dios.