Comer atentos - Jan Chozen Bays - E-Book

Comer atentos E-Book

Jan Chozen Bays

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Beschreibung

El arte de la atención (mindfulness) puede transformar nuestra cotidiana lucha con las comidas, renovar nuestro sentido del placer, así como nuestra satisfacción con la comida. Comer atentos es un enfoque que implica concentrar totalmente la atención en el proceso de comer, con todos los sabores, olores, pensamientos y sensaciones que surgen durante una comida. Tanto si padeces de sobrepeso o de cualquier otro trastorno alimentario, o simplemente deseas sacarle más jugo a la vida, con este libro aprenderás a: - sintonizar con la propia sabiduría del cuerpo en lo relativo a qué, cuándo y cuánto comer; - comer menos sintiéndote saciado; - identificar tus hábitos y pautas alimentarias; - desarrollar una actitud más compasiva con respecto a tus luchas con la comida; - descubrir qué ansías verdaderamente.

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Jan Chozen Bays

Comer atentos

Guía para redescubrir una relación sana con los alimentos

Prólogo de Jon Kabat-Zinn

Edición revisada y aumentada

Acceso directo de audio a meditaciones guiadas

Título original:MINDFUL EATING by Jan Chozen Bays, M.D.

© 2009 by Jan Chozen Bays.

All rights reserved

© de la presente edición:

2018 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

© de la 1ª traducción del inglés: Miguel Portillo

© de la 2ª traducción del inglés: Fernando Mora

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien van Steen

Primera edición ampliada (papel): Noviembre 2018

Primera edición ampliada (digital): Noviembre 2022

ISBN papel: 978-84-9988-659-6

ISBN epub: 978-84-7245-000-7

ISBN kindle: 978-84-9988-381-6

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

AgradecimientosPrólogo de Jon Kabat-ZinnPrefacio a la segunda ediciónPrefacio a la primera edición1. ¿Qué es comer atentos?2. Las nueve clases de hambre3. Explorar nuestros hábitos y pautas con la comida4. Seis sencillas directrices para comer atentos5. Cultivar la gratitud6. Comer atentos con niños7. Conclusión: qué nos enseña el comer atentosResumen de consejosDedicación del méritoNotasRecursosPistas de audio en españolSobre la autora

Navegación estructural

CubiertaPortadaCréditosSumarioDedicatoriaAgradecimientosPrólogoPrefacioComer atentosApéndicesNotasBibliografía

A mis padres, Bob y Jean Burgess, que me enseñaron a amar todas las clases de alimentos y que me transmitieron su comprensión instintiva de lo que es comer atentos. Mi padre halló una enorme mesa de productos dañados y pan de ayer, en el cielo, y espero que mamá pueda convencerle de que los ángeles solo comen los aguacates más caros y grandes.

A mi marido, que de manera natural está libre de todo deseo por la comida, excepto en lo tocante al café y al queso. Su poco interés por los alimentos ha sido un antídoto maravilloso para mi pasión por ellos.

Agradecimientos

Muchas gracias a todos los estudiantes que me han educado tanto como divertido durante nuestras clases y talleres de comer atentos. Y gracias especialmente a aquellos cuyas historias (he cambiado los nombres para proteger a los «protagonistas») aparecen incluidas en el libro.

A Freiderike Eishin Boissevain y Megrette Fletcher, cuyo entusiasmo acerca del potencial del comer con atención para aliviar el sufrimiento de sus pacientes me proporcionó claridad cuando perdí la perspectiva y me quedé atascada durante semanas frente a la pantalla de mi ordenador.

A Brian Wansink, que ha llevado a cabo los experimentos más retorcidos e ingeniosos con el fin de proporcionar apoyo empírico a las intuiciones que tuvimos durante las clases de comer atentos. Me imagino a Brian, junto con sus colaboradores en su laboratorio en Cornell, palmeándose los muslos y riéndose de lo lindo mientras discutían una nueva idea acerca de otro experimento, y luego cayéndose al suelo muertos de risa y desternillándose al compartir los resultados.

También quiero dar las gracias a Ajahn Amaro, del monasterio de Abhayagiri, que resolvió, con su característica ecuanimidad e irónico humor, mis muchas preguntas por correo electrónico acerca de diversas fuentes en el canon Pali y sobre el modo en que comía el Buda.

A los editores de Shambhala Publications, que han tenido el valor de probar un tipo distinto de libro dhármico, muchas gracias. Que vuestra fe sea recompensada, si no es aquí, con muchos puntos de mérito que puedan ser canjeados en el más allá.

Prólogo

Ver un mundo en un grano de arenay un cielo en una flor silvestre,sostener el infinito en la palma de la manoy la eternidad en una hora.

William Blake

Resulta difícil pensar en otra función biológica más importante para el mantenimiento de nuestra vida que comer, pues, a diferencia de las plantas, nosotros no sintetizamos nuestro sustento a partir de la luz y el aire. Respirar, gracias a Dios, es algo que sucede por sí solo. Lo mismo ocurre con dormir. Pero comer requiere cierta implicación deliberada por nuestra parte, bien para cultivar, cosechar, cazar, comprar, ir al restaurante, o a la hora de adquirir cierta variedad de alimentos que suelen exigir cierta preparación y combinación por nuestra parte con el fin de maximizar sus beneficios. Como mamíferos, contamos con una compleja red de circuitos en el sistema nervioso que hacen que nos sintamos motivados para hallar y consumir alimentos (hambre y sed) y saber cuándo esas necesidades se han satisfecho y el cuerpo ha obtenido lo que necesita, por el momento, para mantenerse durante un cierto tiempo (saciedad). No obstante, en la era postindustrial damos por sentado hasta tal punto el hecho de comer que nos alimentamos con una enorme inconsciencia, cargando esa actividad con todo tipo de complicadas cuestiones psicológicas y emocionales que a veces oscurecen y distorsionan gravemente un aspecto tan sencillo, básico y milagroso de nuestras vidas. Incluso la cuestión de qué es realmente la comida ha adoptado un significado muy distinto en la era de los cultivos intensivos, el procesamiento industrial y la aparición continuada de nuevos «aperitivos» y «alimentos» que nuestros abuelos no reconocerían. Y a causa de la enorme y a veces obsesiva preocupación por la salud y la alimentación que surge en este «mundo feliz», también resulta muy fácil caer en cierto tipo de «nutricionismo»,1 que complica el poder disfrutar sencillamente de la comida y de todas las funciones sociales que giran alrededor de preparar, compartir y celebrar el milagro del sustento y la red de vida de la que formamos parte y de la que dependemos.

De manera análoga y por desgracia, en el mundo también abundan los estados mentales inconscientes de adicción y autoengaño, que funcionan igualmente como destructores ocasionales de la cordura, el bienestar y de las relaciones auténticas a todos los niveles del cuerpo, la mente y el mundo. Cada uno de nosotros los sufre en mayor o menor medida, y no solo en lo relativo a los alimentos y el comer, sino en muchos aspectos distintos de nuestras vidas. Forman parte de la condición humana, que tal vez se haya visto agravada en esta era de presiones y tensiones que inciden en nuestra cultura de permanente conectividad, hiperactividad deficitaria de la atención y obsesionada con las celebridades. El lado positivo es que las presiones internas y externas que sufren nuestras mentes y cuerpos, y los sufrimientos que ocasionan esas influencias a veces malsanas, son reconocibles y pueden trabajarse deliberadamente para beneficio de cualquiera que esté dispuesto a emprender el cultivo –aunque solo sea una pizca– del mindfulness (atención plena) y la cordialidad. Este libro es una amable invitación para emprender esa cura, y un sabio guía para acompañarte en el viaje de toda una vida hacia tu propia integridad.

En ningún sitio pueden verse manifestados de manera tan patética y trágica esos elementos de la condición humana que llamamos inconsciencia, adicción y autoengaño como en los trastornos y patologías de nuestra relación con la comida y la alimentación. Esas patologías de desequilibrio son impulsadas en la propia sociedad por muchos y complejos factores. Por desgracia, se han ido convirtiendo en normas culturales que mantienen ciertos tipos específicos de autoengaño, obsesión y una preocupación infinita acerca de nuestro peso corporal. Se manifiestan como una incomodidad e insatisfacción constantes e intensas, aunque a veces sumergidas y disfrazadas, o bien compensadas en exceso respecto al aspecto de nuestro cuerpo y cómo nos sentimos internamente. Esta insatisfacción permanente anida en las preocupaciones ordinarias acerca de nuestra propia apariencia, que se ve forzada, a causa de nuestros deseos, a encajar en un modelo idealizado acerca de qué aspecto deberíamos tener y la impresión que nuestra apariencia debiera producir en los demás. Todo ello conforma y deforma la autenticidad de la propia experiencia interna. Esta insatisfacción mental conduce a patologías asociadas con la imagen corporal, distorsiones acerca de cómo nos percibimos interna y externamente a nosotros mismos, y a profundas cuestiones relativas a la autoestima. Catalizada en gran medida por una omnipresente exposición en los medios de información, se halla incluso presente en niños y adolescentes, perdurando a lo largo de toda nuestra vida, incluso en la vejez. Es una situación muy triste a la que hay que enfrentarse con una infinita compasión y autocompasión, así como con estrategias eficaces para restaurar el equilibrio y la cordura tanto en nuestro mundo como en nuestra vida individual.

Ahora se sabe muy bien que esas patologías de desequilibrio se manifiestan, como nunca antes, en cierto número de epidemias, tanto en niños como en adultos, hombres y mujeres. Se podría decir que la sociedad entera padece, de una u otra forma, una alimentación desordenada, de la misma manera que, desde la perspectiva de las tradiciones meditativas, sufrimos de un generalizado desorden de hiperactividad y déficit de atención. Y ambos, tal como se pone de manifiesto en este libro, están íntimamente relacionados.

Una muestra de nuestra relación desordenada con la comida y el comer es la epidemia de la obesidad que desde hace más de veinte años se ha asentado en Estados Unidos. Este fenómeno se ve alimentado, nunca mejor dicho, por un sinfín de complejos factores y agravado por el aumento de estilos de vida sedentarios en adultos y niños, junto con la omnipresente disponibilidad de alimentos procesados y por una industria agroalimentaria que, en ciertos aspectos, es la admiración del mundo, pero que, en otros, es un descontrol.2 La amplitud de la epidemia de la obesidad puede cuantificarse a través de los gráficos de las valoraciones estatales en Estados Unidos, que empezaron a aparecer alrededor de 1986.3 Ahora se está extendiendo a otros países, sobre todo de Europa. Esta epidemia se ha visto impulsada en parte por el fenómeno del supersizing (extragrande), como aparece tan gráficamente ilustrado en la película Supersize Me (Superengórdame), que juega con la noción cada vez más extendida de lo que es una porción razonable (e incluso un plato) para una persona, aumentando la inactividad y el acceso a alimentos altos en calorías y bajos en nutrientes. Muchas facultades de medicina llevan a cabo programas de investigación para comprender mejor y saber lidiar con este creciente fenómeno tanto en adultos como en niños, y algunas incluso están logrando imaginativas colaboraciones con elementos vanguardistas de las industrias alimentaria y de restauración.4 Abundan también los programas clínicos infantiles.5

Otra manifestación de nuestra relación desordenada con los alimentos y el comer es la tragedia de la anorexia y la bulimia, sobre todo entre chicas y mujeres jóvenes. Estos trastornos en los comportamientos alimentarios suelen ser alentados por distorsiones de la autoimagen y la imagen corporal, a las que dan forma sensaciones subterráneas y no reconocidas de vergüenza, imperfección e indignidad. En muchos casos surgen a consecuencia de horribles pero a menudo ocultas experiencias e historias traumáticas. En otros, aparecen como reacciones complejas, aunque poco comprendidas, a dinámicas familiares y sociales, agravadas por las industrias de la moda, de la publicidad y la del entretenimiento, así como por la obsesión con las celebridades y la sexualización de la apariencia desde la infancia. En estos casos, cualquier impulso de restringir la ingesta de alimentos representa una amenaza para la supervivencia y hay que afrontarlo con un enorme grado de comprensión profesional hacia las torturadas redes de dolor en las que caen atrapadas las personas, con mucha aceptación y comprensión por su sufrimiento, así como con el reconocimiento y el apoyo incondicional de las virtudes interiores que poseen, pero no saben reconocer, incluyendo su potencial para sanar.

A todos estos elementos problemáticos en nuestra relación con la comida debemos añadir el desajuste tan extendido, señalado anteriormente, de nuestra relación con nuestras propias vidas tal como se desarrollan en el momento presente. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de hasta qué punto nuestras vidas están atrapadas en la preocupación por el pasado y el futuro a expensas del momento presente, el único instante del que disponemos todos para alimentarnos, observar, aprender, desarrollarnos, cambiar, sanar, expresar nuestros sentimientos, amar y, por encima de todo, vivir. Si siempre estamos de camino hacia otro sitio, hacia un ahora mejor, cuando estemos más delgados, o seamos más felices, o más desarrollados, o lo que sea, entonces nunca podrá existir una relación sana con este momento, ni podremos amarnos a nosotros mismos tal como somos. Asimismo es una tragedia muy común el que pasemos por alto la realidad de la vida que nos toca vivir porque estamos tan distraídos, preocupados y lanzados a la consecución en algún otro momento de ideales construidos por la mente y que a menudo –y tristemente– también están modelados por deseos, aversiones e ilusiones que no hemos analizado. Y claro está, todo esto tiene una enorme importancia en términos de alimentación y de cómo es la relación que mantenemos con nuestros cuerpos y con todas las fuerzas que pudieran empujarnos hacia esos torbellinos de adicción, desajuste y sufrimiento. Se trata de una elección práctica en la que tenemos mucho que decir, con independencia de lo que el resto del mundo haga, piense o trate de vendernos. Pero requiere la motivación de liberarse de un profundo y prolongado condicionamiento y de hábitos de inconsciencia y adicción que nos lastran, a menudo tanto literal como metafóricamente.

Podemos hacer algo y responsabilizarnos personalmente acerca de eso que podemos calificar de inconsciencia endémica en nuestra sociedad, como aparece descrito con gran eficacia en este libro con respecto al comer y a la alimentación en todos sus aspectos y manifestaciones. ¿Y quién mejor para mostrarnos este camino, hacia una cordura y un equilibrio mayores, que Jan Chozen Bays, que es una experimentada pediatra especializada en traumas infantiles, una veterana líder de grupos dedicados a comer atentos, y una excepcional profesora de mindfulness, enraizado en una antigua y profunda tradición de sabiduría y compasión?

Mindfulness significa prestar atención, y también la presencia y la libertad que emergen de ese gesto, en el momento presente, de profunda relación y consciencia. Es el antídoto de las preocupaciones adictivas y, de hecho, de las preocupaciones de todo tipo que nos alejan de la actualidad del momento presente. Cuando empezamos a prestar atención de una manera intencionada e imparcial, como hacemos cuando trabajamos el mindfulness, retrotrayéndonos así al momento presente, estamos echando mano de profundos recursos naturales de fortaleza, creatividad, equilibrio y, en efecto, también de sabiduría. Se trata de unos recursos internos en cuya existencia nunca habíamos reparado. No tiene por qué cambiar nada. No tenemos por qué ser diferentes ni «mejores». No hemos de perder peso. No tenemos que arreglar ningún desequilibrio, ni esforzarnos en pos de ningún ideal. Todo lo que hemos de hacer es prestar atención a aspectos de nuestras vidas que pudiéramos haber ignorado en favor de diversas idealizaciones que nos han ido alejando inconscientemente de nuestra integridad intrínseca (el significado profundo de palabras como «salud», «sanación» y «santo») que está ya ahí, disponible en este mismo momento, o en cualquier otro instante. Una integridad que nunca está ausente.

Este libro hace hincapié en que, con la debida práctica, es posible que el mindfulness se convierta en una base segura sobre la que fundamentar y curar toda nuestra vida. Esta perspectiva optimista sugiere que si nos comprometemos a llevar a cabo este programa de aportar mayor atención a todo el proceso de comer, estaremos dando un importante paso en el camino de recuperar nuestra vida, y de paso, liberarnos del encarcelamiento de los hábitos de inconsciencia, obsesión y adicción con respecto a la comida y la imagen corporal, así como la mejora de la relación de la mente y el cuerpo con el mundo. Ese compromiso cuenta con el potencial de restaurar nuestra belleza intrínseca y original, al confraternizar con nosotros mismos tal como somos. Es una invitación a equilibrar cuerpo y mente, y a descubrir una profunda satisfacción que se denomina felicidad o bienestar.

En la Stress Reduction Clinic (Clínica de Reducción del Estrés) de la Universidad de Massachusetts, la primera meditación formal que normalmente practicamos es comer una uva pasa de manera lenta y consciente. Con orientación puede incluso llevar cinco minutos o más. Los participantes, en su mayoría pacientes hospitalarios, no esperan que la meditación o la reducción del estrés se asocien a comer, y ya solo por eso es un útil e innovador mensaje acerca de que la meditación no es lo que solemos pensar. En realidad, todo puede ser una forma de meditación si estamos presentes en nuestra experiencia, lo que quiere decir si somos totalmente conscientes. El impacto de este ejercicio extraño y un tanto artificial se evidencia de inmediato, nada más observar el objeto que estamos a punto de ingerir, su olor, cómo se acerca y entra en la boca, el masticar, el sabor, los cambios que se producen mientras la pasa se deshace, el impulso para tragar, el tragar, el momento tranquilo que sobreviene a continuación, todo ello en el marco de una presencia exquisita que parece suceder sin esfuerzo. La gente exclama: «Creo que nunca antes había saboreado una uva pasa», «Es alucinante», «Me siento ahíto», «Me siento reconfortado», «Me siento completo», «Me siento en paz», «Me siento tranquilo», «Me siento como un manojo de nervios», «Odio las uvas pasas» (muchas son las respuestas, y no hay ni buenas ni malas, solo lo que las personas experimentan).

Pero al igual que el grano de arena de Blake y su flor silvestre, también es posible ver todo el mundo en una pasa, sostener el universo y toda la vida en la palma de nuestra mano y luego, claro está, en nuestra boca, pues no tarda en convertirse en una fuente de nutrición a muchos niveles distintos. La energía, la materia y la propia vida revitalizan y renuevan el cuerpo, el corazón y la mente. También a nivel comunitario, como en este caso, pues en la sala suele haber alrededor de treinta personas, todas desconocedoras del mindfulness, todas recién llegadas a este programa clínico de ocho semanas que denominamos MBSR, o reducción del estrés basado en el mindfulness. Una uva pasa puede enseñarnos muchísimo.

En este libro, el lector encontrará el ejercicio de la pasa y muchos más. Si nos entregamos sinceramente a las prácticas que aparecen aquí descritas, con cierto grado de disciplina y compromiso, pero también sazonándolas con benevolencia y delicadeza, de manera que nos demos el espacio suficiente para no forzar las cosas al intentar ajustarlas a algún ideal, estoy seguro de que el lector se agradecerá a sí mismo y a la doctora Bays el haber recuperado su vida y disfrutado de la bendición de los alimentos de formas liberadoras y deliciosas.

Jon Kabat-Zinn

Profesor emérito de Medicina

Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts

Clínica de Reducción del Estrés

Centro de Mindfulness en Medicina, Asistencia Sanitaria y Sociedad

Septiembre de 2008

Prefacio a la segunda edición

El campo de la alimentación consciente ha crecido rápidamente en los siete años transcurridos desde la primera publicación de este libro. El libro ha sido traducido a diez idiomas, incluyendo español, francés, alemán, finlandés, sueco, coreano, polaco, ruso, holandés y chino. En Bélgica, México, España y Estados Unidos se llevan a cabo formaciones para médicos y profesionales de la salud mental en un plan de estudios llamado Mindful Eating-Conscious Living, y esos profesionales han difundido los beneficios de comer atentos a sus clientes y pacientes.

En la edición original presenté las siete clases de hambre, siete aspectos importantes de lo que agrupamos bajo el epígrafe de «hambre». En la presente edición introducimos dos nuevos aspectos del hambre, el hambre auditiva y el hambre de tacto, sumando con ellas un total de nueve clases. También hemos añadido nuevas e interesantes investigaciones sobre estos dos nuevos tipos de hambre. Sabemos que una mascota vendrá corriendo cuando oiga el ruido del abrelatas, pero también nos ponemos alerta cuando nos damos cuenta de que, de repente, sentimos hambre al escuchar el sonido de las palomitas de maíz o el crujido de alguien comiendo patatas fritas. Asimismo, algunos alimentos –como, por ejemplo, los panecillos calientes, las mazorcas de maíz, los perritos calientes o los tacos– saben mejor cuando los comemos con las manos y no sabrían tan bien si utilizásemos utensilios de metal para comerlos.

También he añadido un capítulo sobre el comer atento dedicado a los niños. Durante nuestros talleres y formaciones para profesionales, constatamos que muchos aspectos de la angustia relativa a la alimentación tienen su origen en la infancia. Estas son historias bastante comunes: comidas familiares cargadas de ansiedad, niños comiendo tan rápido como pueden para salir corriendo antes de que los padres empiecen a pelearse, pequeños sentados solos a la mesa mucho tiempo después de que todos los demás se hayan levantado porque serán castigados si no comen algo que no les gusta, niños que se escabullen en mitad de la noche para atiborrarse de dulces cuando la riña finalmente ha terminado, después de que todos se hayan acostado, o familias en las que sus miembros se servían de la nevera y comían solos en su habitación, mirando su propio ordenador o televisión.

Cuando formulo a los participantes este tipo de preguntas sobre la alimentación durante su infancia: «Cuando eráis pequeños, ¿había algún adulto que os sirviese la comida? ¿Os daban comida que sabían que no os gustaba?», más o menos una cuarta parte de los presentes responde afirmativamente. Los niños tienen un agudo sentido de la injusticia desde muy pequeños, produciéndose una reacción natural a esas experiencias: peligro y, a menudo, rebelión. Rebelión de un tipo u otro y tal vez una decisión reactiva: «Tan pronto como salga de esta casa comeré lo que me apetezca y cuando quiera», «Comeré todo el postre que quiera», «Cuando crezca permitiré a mis hijos comer lo que quieran».

Los padres me dicen que no quieren repetir estos patrones de infelicidad al criar a sus propios hijos. La petición más común que recibo es la de que les proporcione algún consejo sobre la alimentación de los niños, para que su felicidad natural al comer no se vea subvertida y para que no se queden atrapados en los mismos nudos que constriñen a sus padres. En el capítulo sobre comer atento con los niños he incluido algunas investigaciones interesantes, tanto antiguas como recientes, y ejercicios que podemos probar con niños pequeños y con adolescentes.

Durante los últimos seis años, también hemos descubierto que existe un universo de organismos «ajenos» que viven en nuestro interior, y cada mes aparecen nuevas investigaciones que muestran que este «microbioma» desempeña un importante papel en el hecho de que nos mantengamos sanos o lo contrario. En el capítulo 5, encontraremos más información en este sentido.

Por favor, disfruta de esta actualización de Comer atentos, ¡la cual espero siga beneficiando a muchas personas en todo el mundo!

Prefacio a la primera edición

Escribo este libro para abordar una forma de sufrimiento innecesaria y cada vez más extendida. Nuestras luchas con la comida nos provocan una agonía emocional tremenda, además de culpabilidad, vergüenza y depresión. Como médico, también he sido testigo del modo en que nuestros problemas con la comida pueden provocar enfermedades debilitadoras e incluso conducirnos a una muerte prematura.

Según el Ministerio de Sanidad estadounidense, casi dos de cada tres adultos norteamericanos padecen sobrepeso u obesidad. Asimismo, se calcula que millones de estadounidenses sufren de anorexia o bulimia. Y, si bien podríamos denominarlo una epidemia de «trastornos alimentarios», prefiero considerarlo como una relación cada vez más desequilibrada con la comida. Una de las causas principales de este desequilibrio es la falta de un nutriente humano esencial: el mindfulness, es decir, el acto de prestar una atención total e imparcial a nuestra experiencia momento a momento. Este libro explora cómo utilizarlo para liberarnos de hábitos alimentarios malsanos y mejorar nuestra calidad de vida. Lo que más necesitamos ahora es un enfoque fresco de nuestros problemas con la comida porque los métodos convencionales no funcionan. Los estudios demuestran que no importa qué dieta emprendan las personas, ni el tipo de alimentos que dejan de comer o empiezan a consumir, puesto que solo pierden una media de 3,5 a 4 kilogramos, que vuelven a recuperar en más o menos un año. Solo unos pocos tienen éxito y pierden una importante cantidad de peso sin volver a recuperarlo. Como vemos, ponerse a dieta no es la respuesta.

También intentamos solucionar nuestros problemas de peso alterando la comida que consumimos con la esperanza de que algún día podremos continuar comiendo de manera desequilibrada sin efectos perniciosos. Hemos eliminado las calorías, las grasas, el azúcar y la sal. Hemos añadido proteínas, vitaminas, fibra, grasa artificial y edulcorantes químicos. Esta guerra contra la comida ha desembocado en un aumento de los beneficios de las empresas que fabrican alimentos procesados, pero no ha alterado nuestras cinturas, cada vez más anchas, ni nos han devuelto a una forma saludable de alimentarnos.

Otro enfoque ha sido emprender una guerra contra la grasa en nuestros cuerpos sometiéndonos a dietas de desnutrición, ejercicio compulsivo o liposucción. En realidad, las células de grasa intentan ayudarnos de la mejor forma posible. Su tarea consiste en mantenernos calientes y proporcionar combustible de emergencia para los tiempos de vacas flacas. Podemos eliminar las células adiposas mediante cirugía, pero, si continuamos consumiendo calorías de más, aparecerán nuevas células adiposas en un intento de cumplir con su papel de almacenes de energía.

Asimismo hemos intentado atacar al cuerpo de otras maneras. La mayoría de los hospitales importantes han abierto departamentos de medicina bariátrica, con el fin de ofrecer cirugía de pérdida de peso y el seguimiento necesario. Estas operaciones reducen el tamaño del estómago o circunvalan partes del intestino para producir malabsorción. Con un estómago más pequeño, la gente experimenta dolor, náuseas u otros tipos de molestias si consumen más de la mitad de un plato de comida de una vez. A consecuencia de la cirugía de malabsorción, las personas pueden sufrir diarrea crónica y tal vez deban tomar suplementos para evitar acabar desnutridas. No hay duda de que esa cirugía ayuda a perder peso e invertir efectos secundarios como la diabetes. No obstante, parece que, varios años después de someterse a dicha cirugía, muchos pacientes recuperan peso y solo un 10% permanece estable en su peso ideal. Cada año, cientos de miles de personas se someten a esta cirugía, que es cara (al menos 20.000 euros) y arriesgada (al escribir estas líneas, la tasa de fallecimientos es del 1%, mientras que el 10% padece complicaciones graves, que a menudo requieren más intervenciones quirúrgicas). Solo el precio de este tratamiento lo convierte en inalcanzable para la mayoría de la gente.

Tras pasar por la cirugía bariátrica, la gente se ve obligada a cambiar sus hábitos alimentarios. Deben comer conscientemente, si no sufrirán grandes molestias. Sin embargo, muchos pacientes acaban aprendiendo a comer «saltándose» las restricciones impuestas por una anatomía intestinal alterada, y vuelven a ganar peso. Parece que son bastantes los pacientes que a través de la cirugía desarrollan «adicciones de transferencia», sustituyendo la comida por el alcohol, el juego compulsivo, las compras o las relaciones sexuales.

Si ni ponerse a dieta ni someterse a cirugía resultan ser tratamientos prácticos para los adultos, tampoco lo son para el 30% de niños estadounidenses que ahora padecen sobrepeso u obesidad. Hasta hace unos quince años, los pediatras apenas veíamos niños con sobrepeso en nuestras consultas. Ahora es muy común, así como las graves complicaciones que el sobrepeso conlleva, como la diabetes. Algunos investigadores predicen que esta generación vivirá vidas más cortas que sus padres a causa de su relación desordenada con los alimentos y la comida. Pero si no queremos empujar a los niños hacia una neurosis dietética o a una obsesión con el peso, lo que necesitamos es un nuevo enfoque.

Se presentan unos desafíos parecidos a la hora de tratar a aquellas personas cuyo peso se torna peligrosamente bajo debido a la anorexia o la bulimia. Los tratamientos médicos, como la hospitalización, la alimentación intravenosa o entubada, a menudo resultan en que el aumento de peso es solo temporal.

La situación está muy clara. Los países desarrollados se encuentran inmersos en una grave epidemia de trastornos alimentarios. Se necesita urgentemente un tratamiento que funcione tanto para los niños como para sus padres. Existe una necesidad urgente de un tratamiento que no sea caro o que sea gratuito y esté al alcance de todos. Debería carecer de efectos secundarios negativos. Lo ideal es que tuviera efectos secundarios positivos.

El mejor tratamiento sería el que pudiera iniciarse con una orientación y educación inicial por parte de profesionales, pero que fuese fácil y lo suficientemente interesante como para que la gente lo continuase a largo plazo por sí misma. Ese tratamiento debería ser accesible para personas de todas las edades y condiciones sociales, incluidos los niños. Debería surtir un efecto inmunizador, impidiendo que los niños desarrollasen problemas alimentarios. Asimismo, debería proporcionar un fuerte apoyo a quienes se someten a tratamiento médico o cirugía. Lo ideal es que este tratamiento provocase cambios duraderos y resultase en una cura permanente.

El mindfulness es el único tratamiento que conozco que encaja en esta descripción. El mindfulness aborda nuestro trastorno en su origen. El problema no radica en los alimentos.1 La comida es comida. No es ni buena ni mala. El problema no son nuestras células de grasa, las cuales solo tratan de hacer su trabajo almacenando calorías extras como prevención contra los tiempos de hambre, un hambre, por otro lado, que nunca llega. El problema tampoco son nuestro estómago, ni un intestino más pequeño, que simplemente intentan ayudarnos digiriendo los alimentos y absorbiendo sus nutrientes. La solución a largo plazo no es alimentarse con productos a los que se les han eliminado los nutrientes, ni mutilar órganos sanos, ni producir deliberadamente una segunda y grave enfermedad: la malabsorción.

El origen del problema radica en la mente pensante y el corazón sintiente. El mindfulness es la herramienta perfecta para la delicada operación de iniciar el trabajo interior en esos dos órganos tan esenciales. El mindfulness es el catalizador perfecto para poner en marcha, para emprender el rumbo hacia la curación total.

Este libro se inspiró en el entusiasmo generado por un retiro sobre comer con atención que ofrecimos en el monasterio zen en que vivo y enseño. De entre nuestros numerosos talleres y retiros, este parece ser el que genera un mayor nivel de entusiasmo y reconocimiento acerca del poder del mindfulness para verter luz sobre un aspecto de la vida que es de trascendental importancia, incluso para personas con poca experiencia en meditación. Los profesionales que asisten a la formación dicen: «Estamos cansados de repartir hojas de dieta a los pacientes, cuando tanto nosotros como ellos sabemos que no la van a seguir. Es un ejercicio inútil. ¡Comer con atención es la pieza que falta!».

Cuando se ignora el comer atento, se provoca un sufrimiento intenso e innecesario. Pero, cuando se traslada el mindfulness al comer, se abre ante nosotros un mundo de descubrimientos y deleite. Se trata de un mundo que ha permanecido oculto, casi podríamos decir que, literalmente, delante de nuestras narices.

Es mi deseo sincero que este libro te ayude a abrirte a la dicha y al deleite, la riqueza y el esplendor de los sencillos actos de comer y beber, para que así puedas hallar una profunda, verdadera y duradera satisfacción con los alimentos y disfrutes comiendo a lo largo de tu vida.

1.¿Qué es comer atentos?

Este libro está escrito para todos aquellos a los que les gustaría mejorar su relación con la comida. Tanto si tienen una tendencia moderada a comer en exceso, como nos ocurre a muchos, como si están luchando contra la obesidad, la bulimia, la anorexia o cualquier otro problema, este libro es para ellos.

Soy médico (mi especialidad es la pediatría), y también hace tiempo que soy maestra zen. La práctica del mindfulness radica en el corazón del zen y de la tradición budista en general. A lo largo de mis muchos años de práctica médica y de la práctica y enseñanza del mindfulness, he llegado a considerar esta práctica como una de las mejores medicinas que existen.

La mayoría de libros y técnicas destinados a cambiar nuestra manera de comer intentan imponer cambios desde el exterior. Y, aunque a veces encajan con el ser único que somos y funcionan, otras veces no. El mindfulness provoca cambios desde el interior. Se trata de un proceso natural y orgánico que ocurre de la manera y al ritmo que nos conviene. Se trata de lo más avanzado en curación natural.

¿Qué es el mindfulness?

No es necesario hacerse budista para asistir a un retiro en silencio de una semana de duración y así experimentar los beneficios del mindfulness. El mindfulness es una capacidad que todos poseemos y podemos cultivar. Recientemente, el mindfulness se ha convertido en un concepto popular, cada vez más aceptado y estudiado en los ámbitos de la ciencia, la atención sanitaria y la educación. No obstante, cuando el mindfulness se queda únicamente en un concepto, su utilidad en nuestras vidas es escasa. En cambio, cuando se aprende y utiliza, se transforma en una potente herramienta con la que despertar al pleno potencial de nuestra vida.

Mindfulness significa prestar atención de manera deliberada, ser totalmente consciente de lo que sucede tanto en nuestro interior –en el cuerpo, el corazón y la mente– como fuera, en nuestro entorno. El mindfulness es una consciencia carente de juicios de valor o crítica.

El último elemento es capital. En el comer atentos no estamos comparando ni juzgando, sino simplemente observando las numerosas sensaciones, pensamientos y emociones que surgen al tomar alimentos. Se lleva a cabo de manera directa y práctica, pero calentada con benevolencia y especiada con curiosidad.

El mindfulness hunde sus raíces en la comprensión de que cuando ignoramos lo que vemos, tocamos o comemos, es como si no existiese. Si nuestro hijo o nuestra pareja vienen para hablar con nosotros y resulta que estamos distraídos y no escuchamos, todos acabaremos sintiéndonos con hambre de contacto e intimidad. Si comemos mientras vemos la televisión, distraídos y sin realmente saborear los alimentos, los digeriremos sin darnos cuenta. Seguiremos sintiéndonos hambrientos e insatisfechos y nos levantaremos de la mesa buscando algo con lo que alimentarnos.

El comer atentos nos permite estar presentes al comer. Parece muy sencillo: ser conscientes de lo que comemos. Pero, de alguna manera, hemos perdido la noción de cómo hacerlo. Comer atentos es una manera de volver a despertar nuestro placer al comer y beber con sencillez.

El maestro zen Thich Nhat Hanh dijo que el mindfulness es un milagro. Y así parece. Cuando aprendemos cómo utilizar esta sencilla herramienta y descubrimos por nosotros mismos lo que puede lograr, parece realmente milagroso. Puede transformar el aburrimiento en curiosidad, la inquietud angustiosa en alivio, y la negatividad en gratitud. Al utilizar el mindfulness descubriremos que todo, todo, aquello a lo que prestamos toda nuestra atención empezará a abrirse y a revelar mundos cuya existencia nunca hubiéramos sospechado. En toda mi experiencia como doctora y maestra zen nunca he visto nada igual.

Una importante y cada vez mayor corriente de estudios científicos apoya las afirmaciones acerca de las sorprendentes y fiables capacidades curativas del mindfulness. El doctor Jon Kabat-Zinn, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts, desarrolló un programa que se fundamenta en la reducción del estrés basada en el mindfulness (MBSR, por sus siglas en inglés). Empezó a enseñar técnicas MBSR a personas que padecían dolores y enfermedades crónicas, a pacientes cuyos médicos los habían remitido a él como último recurso tras el fracaso de otras terapias médicas. Los resultados fueron tan buenos que amplió sus investigaciones a otras enfermedades. Otros médicos y terapeutas aprendieron las técnicas MBSR y las probaron con éxito en diversos trastornos. Ahora son muchos los artículos que aparecen en publicaciones de medicina y psicología que documentan los beneficios del MBSR en el tratamiento de enfermedades que van desde el asma y la psoriasis hasta las enfermedades cardíacas y la depresión.1

La alegría de comer atentos

Comer atentos es una experiencia que implica a todas las partes de nuestro ser, es decir, cuerpo, corazón y mente, a la hora de elegir, preparar y consumir los alimentos. Comer atentos incluye a todos los sentidos. Nos sumerge en los colores, texturas, aromas, sabores e incluso en los sonidos producidos al beber y comer. Nos permite sentirnos curiosos e incluso juguetones a la hora de investigar nuestras respuestas a los alimentos y nuestras señales internas respecto del hambre y la satisfacción.

Comer atentos no depende de gráficos, tablas, pirámides o mediciones. No es algo que esté dictado por ningún experto, sino que lo dirigen nuestras propias experiencias internas, momento a momento. Nuestra experiencia es única. Y, por ello, los expertos somos nosotros.

Comer atentos no se basa en ninguna preocupación acerca del futuro, sino en las elecciones actuales de lo que tenemos ante nosotros y en nuestras experiencias directas de salud mientras comemos y bebemos.

Comer atentos sustituye la autocrítica con autonutrición. Sustituye la vergüenza con el respeto hacia nuestra propia visión interior.

Tomemos una experiencia típica como ejemplo. Mientras regresa a su casa desde el trabajo, Sally piensa con espanto en la importante conferencia que ha de preparar. Tiene que terminarla en los próximos días para cumplir con el plazo. Pero al llegar a casa y antes de empezar a trabajar en la conferencia, decide relajarse y mirar un poco la televisión. Se sienta con una bolsa de patatas junto a la silla. Al principio solo come unas pocas, pero, al aumentar la tensión del programa, empieza a comer más y con mayor rapidez. Cuando acaba el programa, se da cuenta de que se ha comido toda la bolsa de patatas. Se regaña por perder el tiempo y consumir comida basura: «¡Demasiada sal y grasa! ¡Te quedas sin cenar!». De ese modo, al absorberse en el drama de la pantalla, tratando de ocultar su disgusto por estar perdiendo el tiempo, ignoró lo que sucedía en su mente, corazón, boca y estómago. Comió inconscientemente. Comió para seguir inconsciente. Así que se acuesta desnutrida de cuerpo y corazón, y con la mente todavía preocupada por la charla.

La próxima vez que sucede algo parecido decide comer patatas, pero, en esta ocasión, de manera consciente. En primer lugar, comprueba el estado de su mente y descubre que está preocupada por un artículo que prometió escribir. La mente le dice que debe empezarlo esta noche. Comprueba el estado de su corazón y descubre que se siente un poco sola porque su marido está fuera de la ciudad. Comprueba el estado de su estómago y de su cuerpo, y descubre que se siente hambrienta y cansada. Necesita algo de alimento y cariño. La única en casa que puede ofrecérselo es ella misma.

Decide entonces invitarse a sí misma a un pequeño festín de patatas (recordemos que comer atentos nos da permiso para disfrutar de la comida). Saca veinte patatas de la bolsa y las dispone sobre un plato. Observa su color y forma. Entonces come una, saboreándola. Se detiene y luego come otra. No hay juicio, ni bien ni mal. Simplemente observa las tonalidades de marrón y dorado en cada superficie curva de la patata, degusta el sabor penetrante de la sal, escucha el crujido de cada mordisco, y nota cómo la textura crujiente se torna blanda. Se pone a considerar cómo llegaron esas patatas a su plato, es consciente del sol, la tierra, la lluvia, el labrador, los obreros de la fábrica de patatas, el conductor del camión de reparto y el tendero que colocó la bolsa en la estantería y se la vendió.

Realizando pequeñas pausas entre cada patata, la fiesta se alarga a diez minutos. Cuando termina sus patatas, vuelve a comprobar el estado de su cuerpo para verificar si hay alguna parte que siga sintiéndose hambrienta.

Se da cuenta de que la boca y las células tienen sed, así que se prepara un zumo de naranja. El cuerpo también le dice que necesita algo de proteína y algo verde, por lo que se prepara una tortilla de queso y una ensalada de espinacas. Después de comer vuelve a comprobar su estado mental y corporal, así como el de su corazón. El corazón y el cuerpo se sienten atendidos y alimentados, pero la mente sigue cansada. Decide acostarse y ponerse a trabajar en el artículo nada más levantarse, cuando su cuerpo y su mente hayan descansado. Sigue sintiéndose sola, aunque algo menos al haber sido consciente de todos los seres cuya energía vital hizo posible que se comiese las patatas, los huevos, el queso y las espinacas. Decide entonces telefonear a su esposo para darle las buenas noches. Se acuesta con el cuerpo, la mente y el corazón tranquilos y duerme de maravilla.

Acerca de este libro

Este libro es un manual para aprender mindfulness mientras comemos. El mindfulness es una capacidad que todo el mundo puede desarrollar y que puede aplicarse a todo lo que se manifieste en nuestra vida. No depende de nuestra edad, sexo, cociente de inteligencia, fuerza muscular, capacidades musicales ni de ningún otro talento, ni de nuestra facilidad para hablar idiomas. Como sucede con cualquier otra habilidad, desarrollar el mindfulness requiere práctica, una práctica diligente, a lo largo de un importante periodo de tiempo. A diferencia de otros tipos de aprendizaje, como tocar el violín, el mindfulness aporta resultados inmediatos. Con el mindfulness incluso podemos consumir alimentos que no nos gustan especialmente y descubrir algo útil al hacerlo.

Este libro no trata de dietas ni reglas, sino que tan solo pretende explorar lo que ya tenemos y apreciar todo lo que hacemos. ¿Perderás o ganarás peso si aportas mindfulness a tu cocina y tu alimentación? No lo sé. Lo que sí puedes perder es el peso de la infelicidad mental que sientes a la hora de comer y la insatisfacción respecto a los alimentos. Lo que puedes ganar es una sencilla alegría frente a la comida y un placer simple al comer, que son tuyos por derecho de nacimiento, por ser un ser humano.

Todos hemos de comer. Es una necesidad básica para estar vivos. Por desgracia, hay algunas actividades cotidianas más cargadas de dolor y angustia, de culpabilidad y vergüenza, con un anhelo sin colmar y desesperación que el sencillo acto de introducir energía en nuestros cuerpos. Cuando aprendemos a comer atentos, nuestro comer puede transformarse y pasar de ser fuente de sufrimiento a manantial de renovación, autoconocimiento y deleite.

Gran parte de este libro tiene que ver con abrir la consciencia de nuestro cuerpo y nuestra mente. Cuando apreciamos totalmente las actividades básicas del comer y el beber, descubrimos un antiguo secreto, el de cómo llegar a sentirnos satisfechos y cómodos. Las enseñanzas zen hablan sobre el sabor exquisito del agua. ¿Alguna vez te has sentido muy, pero que muy sediento? Tal vez durante una larga excursión, o estando enfermo, o al trabajar sin parar bajo el sol del verano. Recuerdas lo maravillosa que te supo el agua cuando por fin pudiste beber. En realidad, cada sorbo de líquido y cada bocado de comida pueden ser así de frescos y deliciosos una vez que aprendemos a estar presentes.

Comer atentos es una manera de descubrir una de las cosas más placenteras que hacemos como seres humanos. También es un camino para descubrir muchas y maravillosas actividades que discurren justo delante de nuestras narices y en el interior de nuestros cuerpos. Comer atentos nos aporta asimismo el beneficio añadido e inesperado de ayudarnos a aprovechar la sabiduría natural del cuerpo y la capacidad natural del corazón para abrirse y sentir gratitud.

En la tradición zen practicamos el aportar una atención hábil, así como curiosidad y exploración, a todas nuestras actividades, incluyendo las de saborear y comer. Las enseñanzas zen nos animan a explorar totalmente el momento presente, formulándonos preguntas como:

¿Tengo hambre?¿Dónde siento hambre? ¿Qué parte de mí tiene hambre?¿Qué es lo que realmente ansío?¿Qué estoy saboreando ahora mismo?¿Estoy lleno? ¿Qué parte de mí está llena?¿Cuál es la diferencia entre sentirse lleno y sentirse satisfecho?

Son preguntas muy sencillas, pero que apenas nos planteamos. Este libro te ayudará a encontrar respuestas a algunas de esas preguntas y te ofrecerá herramientas para continuar descubriendo respuestas en el futuro.

El mindfulness es el mejor condimento

Mientras escribo estas líneas estoy comiéndome una tarta de limón que me ofreció un amigo. Este amigo sabe lo mucho que me gustan las tartas de limón y, de vez en cuando, me compra una en una pastelería especial. Tras escribir unas cuantas horas, estoy preparada para recompensarme con un pedazo de tarta. El primer bocado es delicioso. Cremoso, agridulce, tierno. Cuando doy el segundo bocado, empiezo a pensar sobre lo que escribiré a continuación. El sabor en la boca disminuye. Doy otro bocado y me levanto para sacar punta a un lápiz. Mientras camino me doy cuenta de que mastico, pero en este tercer bocado apenas queda ya sabor a limón. Me siento, me pongo a trabajar y espero unos minutos.

Luego tomo un cuarto bocado, totalmente concentrada en los olores, sabores y las sensaciones táctiles en la boca. ¡Vuelve a saber delicioso! Descubro una y otra vez (soy lenta aprendiendo) que la única manera de mantener esa experiencia del «primer bocado», con el fin de honrar el regalo de mi amigo, es comer lentamente, con largas pausas entre bocados. Si hago cualquier otra cosa mientras como, si hablo, camino, escribo o incluso pienso, el sabor disminuye o desaparece. La vida se escurre de mi maravillosa tarta. Podría estar comiendo la caja de cartón en la que estaba metida.

Y aquí está la gracia. He dejado de saborear la tarta de limón porque estoy pensando. ¿Y en qué pienso? ¡En comer atenta! Al darme cuenta, no tengo más remedio que sonreír. Ser humana resulta tan patético como divertido.