Cómo no ser un esclavo del sistema - Alexandre Lacroix - E-Book

Cómo no ser un esclavo del sistema E-Book

Alexandre Lacroix

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Beschreibung

Una filosofía de acción clara y concisa para ayudarnos a encontrar un sentido profundo a nuestra vida en comunidad: hallar un término medio entre la adhesión y la huida del sistema. Cada vez somos más los que soñamos con escapar del sistema. Escapar de esa maximización del beneficio que nos rodea por todas partes, devastando nuestras sociedades y el planeta. Pero romper con la forma de vida convencional requiere sacrificios que pocos de nosotros estamos dispuestos a hacer. Entre la pertenencia plena y la fuga, ¿hay un camino? Sí, responde Alexandre Lacroix, que ahonda en las raíces de nuestro malestar al desvelar la lógica de nuestra modernidad conectada. Ese mundo donde el emprendimiento, el teletrabajo y las verdades alternativas de las redes sociales borran las fronteras entre lo público y lo privado, jornada laboral y tiempo libre, explotador y explotado, verdadero y falso. Desnudar este mecanismo proporciona nuevos puntos de referencia a cada uno de nosotros y nos permite introducir un poco de juego. Al liberarnos del utilitarismo dominante y al adoptar un ideal no negociable que guíe nuestra acción, es posible retomar las riendas de nuestra existencia. La crítica ha dicho... «Lacroix explica con asombrosa maestría su manera de combinar el ideal con el utilitarismo y de reconciliar naturaleza y tecnología». J-R Van der Plaetsen, Le Figaro Magazine «Un relato vivaz y absorbente sobre el cambio de modernidad que se ha producido con la revolución digital y las tensiones que genera». Mathieu Colinet, Le Soir «Un relato fascinante por su descripción de nuestro tiempo, el de la modernidad conectada, las redes, la confusión de lo verdadero y lo falso, de lo privado y lo público». Ali Baddou, France Inter «Si los últimos años de pandemia y crisis mundial despertaron en algunos el deseo de huir del mundo, Lacroix propone en este vivaz ensayo resistirse a la huida, fijando un ideal que guíe nuestros actos y retome las riendas de nuestra existencia». Aziliz Le Corre, Le Figaro Vox

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CÓMO NO SER UN ESCLAVODEL SISTEMA

Alexandre Lacroix

CÓMO NO SER UN ESCLAVODEL SISTEMA

Traducción de Alicia Gómez Méndez

 

 

Título original: Comment ne pas être esclave du système?

© del texto: Allary Éditions, 2021

© de la traducción: Alicia Gómez Méndez, 2023

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Publicado mediante el especial acuerdo con Allary Éditions y las agencias 2 Seas Literary Agency y SalmaiaLit

Primera edición: septiembre de 2023

ISBN: 978-84-19558-35-0

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

SUMARIO

PREFACIO

1.  Los orígenes del sistema

2.  Descodificar nuestra época

3.  Dandis y crédulos

4.  Dominante, dominado

5.  Cuando es hora de actuar

6.  Por un posutilitarismo

PREFACIO

He aquí una escena que ya he vivido en varias ocasiones: un intelectual, filósofo o sociólogo se presenta en una sala de conferencias o un teatro y pronuncia un largo discurso, de sólidos argumentos, en el que critica la economía globalizada y la política contemporánea. Tiene toda la razón, su crítica está bien fundamentada y, además, el público está convencido. ¿Acaso hay aún quien no vea que el productivismo y el consumismo hacen estragos, generan desigualdades inaceptables, provocan un sufrimiento intolerable y destrozan los ecosistemas terrestres?

Pero al final de la conferencia una persona del público levanta la mano y expone su situación: «Estoy de acuerdo con todo lo que acaba usted de decir; de hecho, trabajo en el sector automovilístico. No dirijo nada, soy un simple distribuidor de piezas de recambio, un ejecutante, como quien dice. Pero con eso doy de comer a mi familia. Tengo una hija mayor a la que debo pagar los estudios. Conozco bien mi oficio, creo que soy competente. Si lo dejo todo para irme a vivir al aire libre y a producir queso de cabra, posiblemente ponga en peligro a mis hijos. Habla usted de ralentización, de sobriedad, de frugalidad feliz; yo más bien tengo miedo de que nos muramos de hambre si dejo mi trabajo, no tengo propiedades, no he heredado nada. Entonces, si todo el mundo en Francia se comporta como usted recomienda, ¿qué pasará en China y en la India? Nuestro país no solo se empobrecerá, sino que me temo que nos convertiremos en sus vasallos, ¿no cree?».

Finalmente, el intelectual sonríe, expresa con algunas frases que entiende la situación y busca una respuesta circunstancial, lo suficientemente general para resultar reconfortante. Pero el asistente que ha planteado la pregunta se vuelve a casa desconcertado. En el fondo, no sabe qué hacer. Es partícipe de un mundo con el que no está de acuerdo, pero no ve otra solución para él y su familia. Es parte del engranaje de la gigantesca maquinaria económica y social objeto de virulenta denuncia, pero ignora cómo salir de ahí. Busca la manera de no ser esclavo del sistema.

Este libro quiere ser una respuesta para esa persona del público.

I

LOS ORÍGENES DEL SISTEMA

La modernidad se abre con una experiencia de desconexión radical. René Descartes la experimentó y la relató en su Discurso del método, publicado en 1637. El joven filósofo estaba de viaje por Alemania en aquel entonces:

El comienzo del invierno hizo que me detuviese en un lugar en el que, no encontrando conversación alguna que distrajese mi atención, y no teniendo, por fortuna, ninguna preocupación ni pasión que perturbase mi ánimo, me pasaba el día entero encerrado a solas, junto a una estufa, con todo el tiempo libre necesario para entregarme a mis pensamientos.1

Gracias a esta ausencia momentánea de distracciones, a este pasaje vacío en un país desconocido, Descartes se dedicará al tipo de búsqueda de la verdad característico de los filósofos modernos. Se trata de retirarse del diálogo, de no absorber nueva información, de encerrarse en el fuero interno de uno mismo para examinar la validez de las enseñanzas que uno ha recibido y de las opiniones comúnmente aceptadas. Una desconexión total es lo único que proporciona las circunstancias propicias para el ejercicio de una autonomía de juicio tan perfecta.

El método inventado por Descartes, que tendrá un papel tan decisivo en el desarrollo de las ciencias y técnicas en Occidente, consiste, además, en replicar esta operación de separación en el ámbito del pensamiento, es decir, en procurar desenmarañar y separar unas ideas de otras. De hecho, el primero de los cuatro preceptos que componen el método cartesiano para progresar en el conocimiento es no añadir nada más a los propios juicios que aquello que se presenta de forma clara e inteligible a la mente, aceptar únicamente las ideas «claras y distintas». Una idea es clara cuando no presenta ninguna sombra, ningún rastro de misterio. Para lograr tal claridad, es indispensable que esté aislada de las ideas vecinas o asociadas, que ella misma esté desconectada.

Por supuesto, este criterio elegido por Descartes no ofrece más que frágiles garantías; solo atañe a la manera en la que las ideas se presentan ante el sujeto que está pensando y no nos informa en absoluto sobre la exactitud de las propias ideas. Es como si dijéramos: «Solo me creo las teorías simples, no las complejas». O «no acepto las explicaciones multifactoriales, solo las monocausales». Si la realidad es compleja en sí misma, si no se produce nunca ningún efecto por una sola causa y si me niego a salir de este marco de razonamiento, me estoy condenando a no entender nada nunca. De la misma manera, si la existencia es sombría y confusa, pero solo deseo retener las ideas claras y distintas, no tendré perspectivas adaptadas a mi propia vida. Es como si yo decidiese, por capricho, que una luz pura bañase el paisaje mientras camino en plena neblina.

Sea como fuere, Descartes sentó las bases de un «régimen de separación» destinado a ejercer una profunda influencia en la cultura occidental, y durante varios siglos. Puesto que es difícil abordar en pocas páginas un hecho de civilización que se desgrana en un gran conjunto de disciplinas y actitudes, me limitaré a proceder con rápidas muestras, es decir, a citar algunos fragmentos de obras modernas que han tenido una repercusión de primer orden, habiendo todas ellas preconizado la distinción, el aislamiento, la desconexión.

Las exigencias de Descartes se reflejaron en primer lugar en una determinada concepción del estilo, propia del clasicismo, promovida por un célebre pasaje de El arte poética de Nicolas Boileau en 1674:

Hay pensamientos tan obscurecidos

Que en una espesa nube están metidos,

La más clara razón no los comprehende.

Ántes que escribas á pensar a prende.

Según la idea es clara ó es obscura,

La expresión es más limpia ó menos pura.

Quien bien concibe i dice claramente,

Las palabras le vienen fácilmente.2

Con estos versos, se produce un deslizamiento: la preferencia por lo «claro y distinto» —que se supone que permite el acceso a lo verdadero— pasa del campo del conocimiento al de la estética, y se convierte en un criterio de lo bello. Así pues, el propio lenguaje, que sin embargo tiene propiedades metafóricas, analógicas, alusivas, que permite imbricar ideas en las imágenes, o viceversa, y también hacer chocar significados dispares, se ve sometido por el estilo clásico a un decapado implacable, a un esfuerzo de análisis y de recorte que pone de manifiesto cada articulación de la frase y desliga sus elementos.

En el siglo posterior, es la desconexión de los poderes lo que aparece como condición imprescindible si se pretende escapar de la tiranía. La propuesta de Montesquieu en su El espíritu de las leyes, de 1748, como mínimo inspiró la redacción de la mayoría de las constituciones de los Estados modernos hasta nuestros días:

En cada Estado hay tres géneros de poder: el poder legislativo, el poder ejecutivo de lo que depende del derecho de gentes y el poder ejecutivo de lo que depende del derecho civil.

Cuando en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistrados se hallan reunidos el poder ejecutivo y el poder legislativo, no hay libertad, porque se puede recelar que el mismo monarca o el mismo senado promulguen leyes tiránicas para aplicarlas tiránicamente.

Tampoco hay libertad si el poder judicial no se halla separado del poder legislativo y del poder ejecutivo. Si se encuentra unido al legislativo, sería arbitraria la potestad sobre la vida y la libertad de los ciudadanos, pues el juez sería el legislador. Si se presenta unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un tirano.3

No es coincidencia que la figura del soberano a menudo se compare con la figura paterna. El primer modelo de nuestras instituciones políticas, la célula madre, por así decirlo, es sin duda la familia: al principio, nuestros padres son la autoridad. Ahora bien, este primer poder que conocimos era todo uno, no admitía distinción alguna de sus funciones: los padres dictan las reglas, las aplican y fijan los castigos, lo cual muestra cuánta madurez de pensamiento implica la invención de la «separación de poderes» bajo su aparente obviedad, y cuán lejos está de la experiencia ordinaria.

En Descartes también se distinguía el germen del dualismo, en particular, la oposición entre naturaleza y cultura. En el Discurso del método encontramos la fórmula según la cual debemos dotarnos de una ciencia y una técnica capaces de «convertirnos en dueños y señores de la naturaleza». Si estamos ante el anuncio de un programa —al cual es tentador atribuir la actual crisis ecológica como resultado, por un atajo un tanto simplista—, llama la atención que los filósofos modernos, en lugar de considerar a los humanos seres naturales, no hayan dejado de definirse como animales desconectados de la naturaleza.

Precisamente esta convicción es la que anima a Jean-Jacques Rousseau, que subraya desde su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres de 1754:

Guardémonos, pues, de confundir al hombre salvaje con los que tenemos ante los ojos. […] El caballo, el gato, el toro y aun el asno mismo tienen la mayor parte una talla más alta y todos una constitución más robusta, más vigor, más fuerza y más valor en los bosques que en nuestras casas; pierden la mitad de estas cualidades siendo domésticos, y podría decirse que los cuidados que ponemos en tratarlos bien y alimentarlos no dan otro resultado que el de hacerlos degenerar. Así ocurre con el hombre mismo: al convertirse en sociable y esclavo, vuélvese débil, temeroso, rastrero.4