Cómo pintar una utopía - María del Carmen Saravia - E-Book

Cómo pintar una utopía E-Book

María del Carmen Saravia

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Beschreibung

En Cómo pintar una utopía la autora nos sumerge en un viaje íntimo a través de las páginas de su historia familiar. A partir de un sueño y algunas fotografías reconstruye los hilos que tejen su pasado, en busca de respuestas y revelaciones sobre quiénes fueron sus padres y cómo su legado ha influido en su vida. La narradora explora la historia de su padre: su origen humilde, su afiliación política peronista y su pasado como militante, y especula sobre su identidad, trata de descifrarlo. Reflexiona también acerca de las enseñanzas de su madre y su experiencia en el austero barrio de Devoto, donde afrontaron dificultades económicas. Es así como este libro se convierte en una metáfora de la vida misma, en que se busca dar forma y color a los sueños y anhelos en medio de un mundo muchas veces adverso, y nos invita a reflexionar acerca de la importancia de nuestras raíces, el legado que recibimos y cómo podemos transformar nuestra vida en un lienzo en blanco en el que pintar nuestras propias utopías.

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María del Carmen Saravia

Cómo pintar una utopía

EN PRIMERA PERSONA

Saravia, María del Carmen

Cómo pintar una utopía / María del Carmen Saravia. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6505-82-8

1. Narrativa Argentina. 2. Memoria Autobiográfica. I. Título.

CDD 808.883

© 2024, María del Carmen Saravia

Primera edición, mayo 2024

Dirección comercial Sol Echegoyen

Dirección editorial Julieta Mortati

Asistencia editorialEleonora Centelles

Coordinadora de ediciones Jacqueline Golbert

Jefa de corrección María Nochteff Avendaño

Corrección Karina Garófalo y Guadalupe Alfaro

Diseño y diagramaciónLara Melamet

Ilustración de tapaEl espejo, Néstor Arturo Saravia

Conversión a formato digital Estudio eBook

Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.pampublicaciones.com.ar

In memoriam de

Pepita y Néstor

“Somos lo que hacemos con lo que hicieron con nosotros”.

JEAN PAUL SARTRE

Cae una llovizna débil esta tarde, es temprano. ¿Por qué nunca sé qué hacer cuando la tarde se va poniendo gris y húmeda? Me recosté para dormir una siesta toda arropada por el frío húmedo que se hace sentir. Ya sé que difícilmente lo logre, pero hoy cerré todas las persianas de mi cuarto y, en posición fetal, me dormí. Me levanté haciendo esfuerzos para concentrarme en las imágenes de lo que soñé. No se trataba de una pesadilla, por suerte. Pero fui recuperando partes de las imágenes fundamentales del sueño. Lo más importante era que los personajes éramos mi padre y yo.

A solas, deambulando por mi dormitorio y hablando conmigo misma, pensé: “Hace muchísimos años que no sueño con mi padre. Si es que alguna vez lo hice. Es que hace un tiempo que tengo recuerdos de él, sueltos. Sin conexiones aparentes con las situaciones cotidianas”.

Lo recuerdo sentado en su reposera de madera y lona en el patio de mi casa. Un patio pequeño, en una casa muy pequeña. Allí sentado, los domingos leía el diario La Nación. La casa, que no era nuestra, sino alquilada, estaba en la calle Mercedes al 3000, en el barrio de Villa Devoto. O eso pensábamos. Más tarde nos enteramos de que en realidad estaba en una zona intermedia de un barrio del que no recuerdo su nombre. En una especie de ecotono. Nunca tuvimos casa propia, eso era más que nada por convicciones ideológicas de mi padre. No había que tener propiedades por una cuestión de principios. Pero también éramos pobres. Materialmente, no en vida espiritual.

Tengo imágenes que se cuelan en mi cabeza, no entiendo cómo, y me veo saliendo de casa muy temprano yendo a la estación Devoto del ferrocarril San Martín. Vestida con un tapadito blanco confeccionado por mi abuela paterna, acompañaba a mi padre a su trabajo, tomada de su mano. Yo tenía entonces unos tres años. Nací en 1940. ¿Puede ser que me recuerde a esa edad? Caminaba sobre una vereda de baldosas claras, amarillentas, de esas con ranuras parecidas a vainillas, como si fueran nuevas. Eso sí, me sentía cerca del suelo. No recuerdo haber vivido en otro lugar. Eso hasta que me casé. Después de muchos años, hace relativamente poco, una amiga me confesó:

—Yo me casé para salir de mi casa.

Yo, ni lenta ni perezosa, le contesté:

—Yo también. —Pero en aquellos tiempos no lo sentí así, para nada. Al contrario, hay veces que dejar la casa paterna es muy difícil. Ya sea para bien o para mal.

Pero los recuerdos siempre parecen distantes de lo que fue la realidad. No se sabe tampoco cuál es la realidad. ¿Cómo retener los recuerdos? ¿Cómo retenerlos sin que sufran modificaciones? En cambio, las fotografías me dan la posibilidad de acercarme a una realidad más palpable, aunque sean de tiempos lejanos. Los registros fotográficos logran de un modo ilusorio hacer que el pasado esté en el presente y, por lo tanto, en el futuro, si es que no se destruyen antes. Claro, lo que igual cambia es nuestra mirada. De todos modos trato de buscar en fotografías viejas, acumuladas en bolsas de plástico polvorientas, vestigios de momentos en los que estamos mi padre y yo. Y las que más me emocionan son esas en las que estamos en la playa, parados de frente, con el mar de fondo, él pasa un brazo por sobre mi hombro. En ese entonces, él era joven y algo corpulento y yo tenía unos siete u ocho años. Era muy parecida a él, de rulos rubios, la frente ancha, quizás demasiado ancha. Él me llamaba “mi rubia estrafalaria”, vaya manera de describirme. Finalmente empecé a percibirme así. Estrafalaria. También encontré fotos de mi padre conmigo en el mar; agarrados de la mano sorteando las olas. Las fotos fueron tomadas probablemente por mi madre, en las playas de Chapadmalal, en la costa atlántica bonaerense. Nos alojábamos en los hoteles que se hicieron con el primer Plan Quinquenal del primer gobierno de Perón. Como papá trabajó con Pistarini, ministro de Obras Públicas, prácticamente inauguramos esos hoteles. Los primeros viajes estuvieron dirigidos a los empleados del ministerio. Ese plan se propuso posibilitar el acceso de los trabajadores al mar y a la sierra, que hasta ese momento estuvieron destinados a grupos selectos de la sociedad argentina. Los dos destinos más importantes para la población adinerada de la capital. Después pasaron a ser administrados por la Fundación Eva Perón. De ese modo, las posibilidades de acceder a esos destinos alcanzaron a todos los trabajadores.

También recuperé una foto en la que estábamos desayunando en un hotel del mismo tipo en Embalse Río Tercero, en la provincia de Córdoba. Del mismo plan. Estamos con mi abuela paterna, mi hermano y mis padres. En ese hotel que fue el primero que se construyó, las mesas del desayuno y de las comidas eran comunitarias, largas, de madera, como para que entren varias familias. No tengo muchas fotos de nosotros dos más que esas. Todas fotos en blanco y negro. Me refiero a esa época de mi vida.

Más tarde encontré una en la que estoy bailando con papá, me toma por la cintura y yo le estoy pasando el brazo por el cuello. Por las caras, él ya no era muy joven. Está serio, pero no del todo, como pensativo, de traje oscuro. Yo, como de dieciséis o diecisiete años, ni idea de dónde salió el vestido que tengo puesto. Muy juvenil, entallado y ajustado, a un costado de la cintura tiene un ramillete de rosas, unas mangas cortas pero abullonadas y el cuello subido. Mi rostro se ve en paz y feliz, sereno. Claro, estaba bailando con mi padre. No recuerdo nada de esa fiesta, porque seguro era una fiesta. Nada de nada. Pero no era en casa. La foto fue rescatada seguro por mamá. Está semidestruida, parece ser por agua, en sus bordes, y en mi afán de investigación me fijé en el reverso que fue sacada por un fotógrafo profesional, ya que detrás figura su nombre y teléfono (Víctor Rivadavia 2946 – 1° A 485377).

Un día, mi madre me dijo:

—Cuando naciste, como no había llegado el moisés, tu padre preparó tu camita en una valija, donde pasaste tu primera noche.

Yo no sé si esa había sido la excusa, mi padre era un surrealista y eso de acostarme en un clásico moisés en mis primeras horas de vida no le importaba nada, al contrario, le venía bien. Reforzaba su imaginario estético. También puede haber sido falta de dinero. Eso fue a través del relato de mi madre, nunca supe cómo siguió esa historia. Pero evidentemente se convierte en una de sus primeras enseñanzas. Era coherente con su visión de lo que debía ser la vida, tal como se fue manifestando a lo largo de su relación conmigo.

Yo me lo tomé muy en serio, lo de las valijas. Hice mi primer viaje sola, a los quince años, a bordo de un hidroavión hasta Montevideo, cuando se abrieron las fronteras con Uruguay en 1955, con la llamada Revolución Libertadora. Eran épocas en que las niñas no viajaban solas como ahora. Allí en el muelle del puerto me esperaban mis tíos Cora y Paco. Casi no los conocía. Mi tía Cora era medio hermana de mi padre. Se fue de nuestro país porque dijo que Perón la había echado. Yo, honestamente, no lo creo. Más bien pienso que se estaba escapando de su marido. Por eso emigró de nuestro país. Aquí durante mucho tiempo no tuvimos ley de divorcio, en cambio, en Uruguay ya existía. Fue allí donde conoció a mi tío Paco. Nunca supe si se casaron.

Ella era socialista, militaba con Alfredo Palacios. Paco era valenciano, se había exiliado en Uruguay escapando del régimen de Franco. Eso después de haber luchado en la guerra civil hasta que cayó la República española. También socialista. Cuando llegué a Montevideo, ellos vivían en la Casa del Pueblo del Partido Socialista, en la calle Soriano 1220. Sigue allí.

En un apartamento, como lo llaman los uruguayos, una especie de terraza acondicionada, en ese lugar me alojé por primera vez en el Uruguay. Tuve la oportunidad de conocer a miembros de la juventud socialista, algunos de los que más tarde se hicieron famosos, como Cendic y otros que encabezaron el grupo de los Tupas (tupamaros). Me los presentó Hugo, mi amigovio de verano, sin saber que años más tarde muchos pasarían a la clandestinidad.

Mi tía Cora regresó al país a bordo de la Fragata Libertad, con otros exilados, cuando cayó Perón y se reabrieron las fronteras con Uruguay. Siempre me resultó raro eso de que una socialista ortodoxa volviera con la marina. Para ella era una posibilidad de volver a su patria. Otros grupos del socialismo apoyaron a Perón. Cora se vino a mi casa de Devoto y, a pesar del poco espacio que teníamos para recibir huéspedes, la alojamos. Mi tía y mi papá tenían en común a mi abuelo paterno. Él se la llevó de recién nacida a mi abuela Juanita para que la criara. Eso hizo siempre con los hijos que tuvo por ahí.

En ocasión de su enfermedad terminal, me llevaron a verlo al sanatorio donde estaba internado. Una de las cosas que dijo cuando me vio fue:

—A esta chica me la están haciendo comunista.

Yo tendría quince o dieciséis años. Nada que ver. Lo que pasó era que yo leía de todo. Tenía permiso. En su memoria escribí mi primer poema. Ese día mi padre se enteró de que era el mayor de un montón de medio hermanos, cuatro por lo menos. Con el tiempo se fueron incorporando a nuestra vida y nos veíamos especialmente en las fiestas de fin de año en mi casa de Devoto.

Cuando Cora llegó ese septiembre de 1955, mi abuela paterna había muerto; ella quedó desconsolada porque la consideraba su verdadera madre. La madre biológica era de una familia importante de Salta y la abandonó a su suerte. En esas épocas se las consideraba hijas o hijos naturales, aunque fueran reconocidos por sus padres. Ella usaba el apellido de su padre, no llegué a verificar si había sido reconocida, pero eso ya no importa. Papá y ella se criaron como hermanos. Años después de su vuelta al país, sus diferencias políticas se fueron superando. Cora trató de entender el peronismo con las explicaciones de papá. Realmente no sé si mi tía las entendió, ni siquiera si se adhirió, lo que quiso era seguir vinculada a nosotros. Mi tío Paco la impulsó:

—Cora, tienes que reconciliarte con tu familia.

Su familia estaba todavía presa en España. Paco era Francisco Ferrándiz Alborz. Él fue sacando de a poco de España a algunos de sus hermanos. Cuando murió, heredé su máquina de escribir. Todavía está en el altillo de mi casa. Es una portátil de hierro muy pesada con tapa y manija. Tiene las teclas muy gastadas y una está suelta. Quizás fue una de las primeras señales que se manifestaron de lo que sería mi vida futura. Paco era egresado de filosofía y letras en España. Con ella recorrió el mundo escribiendo. Para huir del régimen de Franco cruzó los Pirineos en bicicleta. En Uruguay publicó varios libros. También lideró el Congreso por la Libertad de la Cultura en el área de Iberoamérica. Paco fue también uno de los maestros de mi vida.