Compra tu tiempo - Segundo Silva - E-Book

Compra tu tiempo E-Book

Segundo Silva

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Beschreibung

¿Te imaginas ser dueño de tu tiempo y de tu vida? En Compra tu Tiempo, Segundo Silva comparte su inspiradora travesía desde un pequeño pueblo en Perú hasta alcanzar su independencia financiera. A través de errores, miedos y aprendizajes, nos enseña que emprender no requiere de capital, sino de coraje, disciplina y sabiduría práctica. Esta obra, escrita en lenguaje coloquial y sencillo, es una invitación a abandonar las excusas y construir un futuro mejor, basado en valores y decisiones inteligentes.

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EPUB
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Seitenzahl: 419

Veröffentlichungsjahr: 2025

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SEGUNDO SI LVA

Compra tu tiempo

Silva, Segundo Compra tu tiempo / Segundo Silva. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6397-2

1. Ensayo. I. Título. CDD A864

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

Dedicatoria

IntroducciónGuía personal para emprendedor

PRIMERA PARTE

Capítulo 1 - Historia económica: una recopilación desde la niñez

Capítulo 2 - Primeros pasos en el mundode los negociosMi primer emprendimiento

Capítulo 3 - Una nueva historia en la capitalMi primera gran decisión

Capítulo 4 - Creencias de libertad

Capítulo 5 - Una aventura peligrosa y un cambio de vida

Capítulo 6 - Un camino de sacrificio y unión

Capítulo 7 - El camino al éxito: aprender de los errores

Capítulo 8 - Compartiendo el plan de ahorros

Capítulo 9 - La familia: un proyecto maravilloso

Capítulo 10 - Edúcate y disciplínate

Capítulo 11 - Educación económica

Capítulo 12 - Una nueva marca, un nuevo comienzo

SEGUNDA PARTE

Capítulo 1 - El Estado de resultados: tu brújula financiera

Capítulo 2 - La importancia de la planificación

Capítulo 3 - Comportamiento de costos

Capítulo 3 - Tableros de control

Capítulo 4 - Tablas de valores y su aplicación en tu empresa

Capítulo 5 - Cálculo del punto de equilibrio de ventas

Capítulo 6 - Cálculo del punto de equilibrio

Capítulo 7 - Costos fijos y variables

Capítulo 8 - Calcular el punto de equilibrio

Capítulo 9 - Utilidad bruta o margen por unidad

Capítulo 10 - Cálculo de precio y margen de ganancia

Capítulo 11 - Descuentos vs. aumento de precios

Capítulo 12 - Gestión de promociones

Capítulo 13 - Volumen de ventas vs. ganancias

Capítulo 14 - Control de margen de ganancias

Capítulo 15 - Recomendaciones sobre los estados financieros

Capítulo 16 - Cómo tener el control de tu negocio

Capítulo 17 - Cómo aumentar las ganancias: recomendaciones para mejorar tu margen de ganancias

Capítulo 18 - Cómo obtener ganancias

Capítulo 18 - Empleo de indicadores (KPIs)

Capítulo 19 - Visión y estrategia

Capítulo 20 - Razones financieras

Capítulo 21 - KPIs: perspectiva del cliente

Capítulo 22 - KPIs perspectiva de procesos internos

Capítulo 25 - Estados de resultados

Capítulo 26 - Tabla de representación ideales

Capítulo 26 - Los cinco pasos para dominar el dinero

Capítulo 27 - Balance general

Capítulo 28 - Domina tu tiempo y dominarás tu destino

Capítulo 29 - Dominar el tiempo

Capítulo 30 - Organiza con éxito tu tiempo

Capítulo 31 - Cómo le gano al tiempo

Capítulo 32 - Áreas de apalancamiento

Capítulo 33 - Personalidades. Proactivo vs. reactivo

Capítulo 34 - El tiempo: tu activo más valioso

Capítulo 35 - Cómo delegar positivamente

Capítulo 36 - El registro único

Capítulo 37 - Autoconocimiento

Capítulo 38 - Marketing. La clave del éxito empresarial

Capítulo 39 - Procesos de ventas e impactos

Capítulo 40 - Cómo funciona el marketing

Capítulo 41 - Construir relaciones con clientes

Capítulo 42 - Analizar clientes insatisfechos

Capítulo 43 - El poder del marketing

Capítulo 44 - Campaña de marketing direccionada. Una guía completa

Capítulo 45 - Añadir valor y característica únicas de venta (CUV)

Capítulo 46 - Creando un anuncio efectivo

Capítulo 47 - Reglas básicas de marketing

Capítulo 48 - Un marketing más efectivo

Capítulo 49 - Ventas efectivas

Capítulo 50 - Mente de comprador

Capítulo 51 - De qué manera aprenden las personas

Capítulo 52 - Estilo de comportamiento de vendedores y compradores

Capítulo 53 - Cómo vender a estos perfilesde clientes

Capítulo 54 - Modelos de ventas

Capítulo 55 - Poder de las preguntas para asegurar y mejorar las ventas

Capítulo 56 - Venta

Capítulo 57 - Administración del área de ventas

Capítulo 58 - Sistematizando la empresa

Capítulo 59 - Funciones de gerencia y dirección

Capítulo 60 - Procesos de contratación

Capítulo 61 - Capacitar al empleado

Capítulo 62 - Parámetros de desempeño

Capítulo 63 - Procesos de comercialización

Capítulo 64 - Manual de operaciones

Capítulo 65 - Políticas y procedimientos

Capítulo 66 - Bases para tener éxito

Capítulo 67 - Contratos de posición

Capítulo 68 - Actitudes de los empresarios exitosos

Capítulo 69 - El negocio es una autoprofecía

Capítulo 70 - Trabaja para el negocio, no dentro del negocio

Capítulo 71 - El negocio debe funcionar para que el dueño no trabaje duro

Capítulo 72 - En los negocios no hay errores, sino aprendizajes

Capítulo 73 - Los negocios deben ser divertidos

Capítulo 74 - Comunicación

Capítulo 75 - Saber si eres bueno comunicando

Capítulo 76 - Negociación efectiva con las cuatro personalidades DISC

Capítulo 77 - Consejos adicionales para trabajar con cada personalidad

Capítulo 78 - Elección de personas con el perfil ideal para tu empresa

Capítulo 79 - Recomendaciones para líderes según su perfil DISC

Capítulo 81 - Reclutamiento de personal

Capítulo 82 - Ambiente laboral ideal para tu empresa y tus empleados

Capítulo 83 - Desempeño como líder

Capítulo 84 - Problemas profundos de las empresas

Capítulo 85 - Costos por reclutar inadecuadamente al personal

Capítulo 86 - Tres preguntas clavesen una entrevista

Capítulo 87 - Cómo seleccionar al personal

Capítulo 88 - Preguntas para una entrevista telefónica

Capítulo 89 - Preguntas para el video

Capítulo 90 - Las entrevistas grupales. Aquí te doy algunas ideas

Capítulo 91 - Selección de tres candidatos

Capítulo 92 - Decisión final y proceso de incorporación

Capítulo 93 - Inducción

Capítulo 94 - Reclutamiento exitoso

TERCERA PARTE

Capítulo 1 - Costo psicológico de un líder

Capítulo 2 - Agrégale valor a tu vida

Capítulo 3 - Psicología personal

Capítulo 4 - Patrones y errores

Capítulo 5 - Cómo cambiar tu historia

Capítulo 6 - Un viaje empresarial

Capítulo 7 - La pandemia: retos y oportunidades

Capítulo 8 - Conectar con tu propósito

Capítulo 9 - Sabiduría empresarial

Capítulo 10 - La importancia de la decisión

Capítulo 11 - Traiciones: una reflexión sobrela deslealtad

Capítulo 12 - GPS (Mapa) de tu futuro

Dedicatoria

Este libro está dedicado con todo mi amor a mis hijos; Mia, Thiago, Yordi Silva; Maribel Moreno, mis padres, mis hermanos, familia y Dios.

Es un placer disfrutar de cada uno de ellos, porque hacen de mi vida fantástica, cada día es un aprendizaje de cosas hermosas.

A mis hijos: mi mayor orgulloso es tener unos hijos maravillosos, creo y confío en ustedes, estoy seguro de que, lograrán llegar hasta donde decidan; no se limiten en sus deseos.

Maribel Moreno: gracias por compartir tu vida conmigo, creer en mí, confiar en mis proyectos y luchar para hacerlo realidad; Dios me eligió la mejor compañera de vida, una gran socia, madre, amiga, me impulsas cada día a ser mejor (Eres mi amor incondicional).

A mis padres, hermanos y sobrinos: que siempre están pendientes de mí.

A Dios: mi gratitud total por mi existencia, por llenarme de sabiduría, fuerza en los momentos difíciles, salud, amor y abundancia; gracias por permitirme vivir en el paraíso.

IntroducciónGuía personal para emprendedor
Presentación y propósito

Esta agenda personal de un emprendedor detalla paso a paso su vida en los negocios y las estrategias que utiliza para comprar su tiempo y disfrutar de lo que ama. Ahora comparte sus experiencias como una opinión adicional, al servicio de cualquiera que quiera ser dueño de su tiempo.

Lenguaje de un emprendedor

Este no es un libro escrito por un escritor profesional; no pretende ser un modelo de comprensión de lectura, ortografía, narración o cualquier otro aspecto de la literatura. Está escrito con el lenguaje coloquial que usamos los emprendedores a diario para negociar, administrar y llevar nuestra contabilidad. Nuestra forma de administrarnos es diferente a la de un administrador con título universitario. Nuestra contabilidad es distinta a la de un contador profesional.

Los que creamos negocios no contamos números; contamos productos, billetes, costos, ganancias, gastos, inversiones y pérdidas reales. Aunque las operaciones matemáticas nos ayudan a justificar nuestros movimientos ante las entidades estatales, el trabajo de un contador profesional se reduce a declarar nuestros movimientos ante las instituciones de impuestos.

Para un empresario, lo más importante es convertir esos números matemáticos que presenta un contador en números físicos: billetes, cuentas bancarias, dinero en efectivo y monedas virtuales; algo que podamos tocar, contar y repartir en nuestro entorno por un servicio, negocio o donación.

Todos los números, tablas, formas de trabajo, negocios y experiencias de este libro son reales, incluyendo el lenguaje empleado, que se usa y se seguirá usando en los negocios, se ha creado en los mercados.

Público objetivo y áreas de interés

Les recomiendo que no lea este libro si su patrimonio supera el millón de dólares; sería una pérdida de tiempo, ya que muestra cómo crear un negocio desde cero y sin capital, y cómo crear un negocio con muy poco capital. Se consideran temas como:

• Crear un perfil personal de emprendimiento.

• Fortalecernos en los malos momentos.

• Aprovechar los buenos momentos.

• Generar confianza con proveedores, clientes y empleados.

• Usar esa confianza para el bien común.

• Desarrollar una personalidad fuerte y segura.

• Liderar equipos de trabajo y ventas.

• Reclutar trabajadores eficientes.

• identificar los mejores productos y clientes.

• Invertir de manera inteligente.

• Planificar proyectos semanales, mensuales, trimestrales, anuales, a cinco y veinte años.

• Aprovechar el tiempo al máximo.

• Generar ganancias a través de activos y pasivos que generen ingresos, garantizando una vida digna y una jubilación temprana.

• Entender que el tiempo es el activo más importante.

• Tomar decisiones y gestionarlas en el tiempo sin un alto costo psicológico.

• Ayudar a la población trabajadora y pobre a administrar sus ingresos y generar ganancias para salir de la pobreza.

• Lo más importante: ser dueño de tu tiempo y tu vida.

Mi mayor anhelo es contribuir con algunas opiniones para que podamos ser dueños de nuestro tiempo y nuestra vida; porque en mi proceso de “comprar mi tiempo” he pasado por muchas etapas, desde aprender y desaprender sobre el tiempo, la vida, el dinero, los negocios, las relaciones personales, la disciplina, los hábitos, la alimentación, etc. Es necesario amar el proceso para disfrutar de lo que se ama.

PRIMERA PARTE

Primeros pasos en el mundo de los negocios

Construir buenas relaciones, amistades, negocios y conexiones con personas dispuestas a trabajar

Capítulo 1Historia económica: una recopilación desde la niñez

Mi nombre es Segundo Eusebio Silva Chávez. Soy el menor de nueve hermanos y nací el 29 de marzo de 1980, viví mi niñez en un pequeño pueblo llamado Villanueva, de no más cien habitantes, ubicado en el norte del Perú, en el departamento de Cajamarca. Mi familia se dedicaba a proyectos agrícolas y ganadería.

En 1985, Perú sufrió una grave crisis económica y una fuerte devaluación que afectó a mi familia y a todo el país. Como suele ocurrir en estas situaciones, se tomaron decisiones drásticas. Mis padres priorizaron la alimentación, la educación y el trabajo en equipo para superar la crisis. En casa, todos nos levantábamos a las 5:00 a. m. para cumplir con nuestras tareas diarias, según nuestra edad. Crecí rodeado de agricultura, granjas y comercio.

Capítulo 2Primeros pasos en el mundo de los negocioMi primer emprendimiento

A los cinco años comencé a criar conejillos de Indias para comercializar con mis vecinos en fiestas familiares o reuniones. El conejillo de Indias, un alimento tradicional en los países andinos de Sudamérica se ha popularizado a nivel mundial por su alto contenido en proteínas. Para mí, era un producto comercial que me permitía comprar lo que necesitaba. De hecho, aun recomiendo emprender con una granja de conejillos de India; son fáciles de criar y su carne tiene mucha demanda internacional.

Pero en los años 80 y 90, la crianza de conejillos se limitaba a amas de casa y algunos niños como yo.

A mis seis años, tenía más de cincuenta conejillos. Esa cantidad era difícil de manejar para un niño, así que tenía que venderlo.

Mi hermana Filomena, intercambiando los conejillos por un caballo. Fue una noticia maravillosa. ¡Había comprado mi propio caballo! Ese sigue siendo mi mejor recuerdo de la infancia.

Les invito a que se imagine por un momento a un niño de seis años que ha comprado su propio caballo, con un valor estimado de 300 dólares, gracias a su propio esfuerzo. En esa época, un caballo era un medio de transporte que no todas las familias podían tener. Yo, con mi corta edad, lo tenía. Cada vez que alguien integrante de mi familia mencionaba el nombre de mi caballo, sentía que podía volar sin límites.

Mi segundo emprendimiento

Alrededor de los siete años, comencé un nuevo emprendimiento. Si bien estaba muy contento con mi caballo, este no me generaba ingresos. A diferencia de los conejillos de Indias, que podía vender para comprar lo que necesitaba, el caballo no me permitía hacer negocios.

Necesitaba encontrar una nueva oportunidad, pero el problema era que no tenía dinero para invertir. Entonces, vi la posibilidad de vender las crías de nuestros perros, que usábamos para cuidar los animales de la granja familiar. La idea surgió al ver que los vecinos pedían que les vendiéramos los cachorros cada vez que teníamos alguna perra con crías. Mi madre solía regalarlos.

Comprendí la necesidad de los vecinos por tener perros guardianes, así que le pregunté a mi madre: “¿Por qué los regalas si los vecinos quieren comprarlos?”. Mi madre sorprendida me dijo: “Si quieres, puedes venderlos, pero tendrás que encargarte de alimentarlos”. Sin dudarlo, acepté, teníamos comida de sobra en casa; solo tenía que preparar y darles de comer. Cuando una perra estaba a punto de parir, le preparaba un lugar cómodo.

Una vez que nacían los cachorros, comenzaba el proceso de venta. Este negocio no se realizaba con dinero, sino mediante (trueques): intercambiaba cachorros por conejillos de Indias, gallinas, patos, conejos, etc.

Mi padre, al ver que tenía seis cachorros, se molestó un poco al principio. Sin embargo, al observar mi habilidad para negociar, cambió de opinión. Para mí, el negocio era fácil y divertido; era el negocio ideal, y no entendía por qué los adultos no lo hacían.

Conforme crecí, comencé a comprender que vender y negociar no es tan sencillo. Yo tenía todo lo que necesitaba en casa; solo invertía mi tiempo. No comprendía las responsabilidades económicas de criar un cachorro; mi responsabilidad se limitaba a alimentarlos, venderlos y darle el dinero a mi madre para que me comprara lo que necesitaba. Eso me satisfacía, porque podía comprar mi propia ropa y dejar de usar la ropa usada de mis hermanos. Esto era importante debido a la crisis económica que enfrentábamos; priorizábamos la comida y la educación sobre la ropa nueva.

En el pueblo había una familia cuyos hijos mayores se habían mudado a la capital en busca de mejores oportunidades. Su madre contaba que trabajaban en una fábrica de ropa y, cuando podían, enviaban prendas para su familia. Tenían un hijo de mi edad, pero más pequeño, por lo que la ropa que le enviaban le quedaba grande. Mi madre compraba esa ropa para mí. Al escuchar esas historias, empecé a soñar con tener mi propia fábrica de ropa algún día, para poder vestirme como quisiera y ayudar a otros niños del pueblo que tenían más necesidades que yo.

Mi tercer emprendimiento

Alrededor de los 9 o 10 años, un trueque de un cachorro por una pareja de conejos marcó el inicio de una nueva y emocionante aventura. Criar conejos es otro negocio que recomiendo ampliamente, especialmente para quienes disponen de un espacio y muchas ganas de progresar, ya que los conejos se reproducen rápidamente. Comencé con una pareja, y en pocos meses, gracias a la alta tasa de reproducción (6 a 8 crías cada dos meses por coneja), mi criadero creció considerablemente. A los dos años, tenía alrededor de 200 conejos, además de los que ya había vendido.

Este negocio me dio un control económico que antes no tenía. Ya no necesitaba pedir dinero a mis padres; compraba lo que quisiera sin depender de su aprobación. El éxito que había logrado me impulsó a esforzarme aún más en la crianza de los conejos.

Lo más interesante de las ventas era la interacción con adultos. Algunos eran expertos negociadores que buscaban el mejor precio, mientras que otros simplemente pagaban el precio establecido. Negociar con adultos me ayudó a desarrollar confianza, seguridad y madurez emocional. Creo que a la mayoría de los adultos les gusta hacer negocios con niños; en mi caso, como padre, disfruto negociando con mis hijos y confiando en su palabra.

Con el tiempo, me volví más experto en establecer precios, considerando factores como el tamaño, el peso, el sexo del conejo y la posibilidad de que la hembra estuviera preñada.

El negocio de los conejos me permitió acceder a cosas que antes no tenía, como cepillo de dientes, pasta dental, champú y jabón. En los años 90, estos artículos eran muy difícil de acceder, para la mayoría de la población. Yo a los once años, me compré mi primer cepillo y pasta dental, y también mi primer par de zapatillas nuevas.

Criar y vender conejos fue una experiencia maravillosa. Me dio libertad económica.

Cuarto emprendimiento

Este emprendimiento surgió en sociedad con mi amigo Nicolás, quien me llevaba unos veinte años De edad. Él tenía mucha experiencia en el negocio de ganado bovino (leche, cría y carne). Un día, me dijo que admiraba mi forma de negociar; yo le respondí que la admiración era mutua y que me gustaría algún día trabajar en el mismo rubro que él. En ese mismo momento, me propuso formar una sociedad, con un capital inicial de 300 dólares cada uno.

Después de hablar y detallar como sería la sociedad, fui corriendo a contarles a mis padres, ellos pensaron por un momento que podría ser una broma, luego dijeron si no es así cuenta con todo nuestro apoyo.

Esa noche no pude dormir; mi mente estaba llena de la emoción de una nueva aventura. La idea de formar parte de un negocio que manejaba mucho dinero y tenía una forma de relacionarse diferente me entusiasmaba. A mi edad, me fascinaba aprender a calcular los precios por kilo de carne, tanto en pie como faenada. Todos esos detalles me generaban mucha adrenalina. Si bien dejaba que mi socio, con su experiencia, fijara el precio final, yo hacía mis propios cálculos mentalmente, y si no coincidían con los de él, lo llenaba de preguntas hasta encontrar cuál fue mi error, me preocupaba por no estar a la altura del negocio.

Para entrar en este negocio, vendí hasta mi último conejo y arriesgué todo mi capital. Esto me daba un incentivo extra para hacerlo bien, ya que, de lo contrario, podría perder todo lo que había logrado en cuatro años de esfuerzo.

Si el negocio iba bien pero no teníamos suficiente dinero para pagar al proveedor, le pedíamos una extensión de quince días. Entonces me preguntaban por el nombre de mi padre, al mencionar su nombre, nos decían que no había problema, que solo les dijéramos cuándo haríamos el pago. Esa confianza en mí, en mi padre y en mi socio me hacía reflexionar. Al principio, creía que así funcionaban todos los negocios, pero con el tiempo, me di cuenta de que algunos compradores tenían mala reputación por no cumplir con sus promesas. Entonces, comencé a entender el valor de la palabra. Este negocio me enseñó el significado de la confianza, un valor que sigo practicando hasta el día de hoy, lo que me ha permitido construir buenas relaciones, amistades, negocios y conexiones con personas dispuestas a trabajar conmigo.

Capítulo 3Una nueva historia en la capitalMi primera gran decisión

Trabajé en ese negocio durante un año, hasta diciembre de 1994. Ese diciembre, a mis casi quince años, tomé la decisión más importante de mi vida hasta entonces: dejar la comodidad de mi pequeño pueblo, donde todos nos conocíamos, y mi estilo de vida independiente de los últimos tres años. Aunque vivía en una de la casa de mis padres, era totalmente autónomo. Pero sentía que en ese pueblo no había más oportunidades; necesitaba un lugar más grande, que se ajustara a mi forma de pensar y a mis aspiraciones.

Creí que Lima, la capital del Perú, con más de nueve millones de habitantes, era el lugar ideal para vivir, estudiar y hacer negocios. Cada vez que algún amigo regresaba de Lima, le preguntaba sobre la ciudad. Me contaban cosas increíbles: que había luz eléctrica las 24 horas del día, con interruptores para encenderla y apagarla; que había un tráfico inmenso, con semáforos para regular el cruce de calles; que existían cabinas telefónicas para comunicarse con cualquier persona, incluso en otros países; que había edificios de más de treinta metros de altura, con capacidad para albergar, mi pueblo entero; y que casi todas las casas tenían televisor. Me describían la inmensidad del océano Pacífico, como un lago gigante donde la gente disfrutaba del verano, etc.

Mi imaginación volaba; sentía que tenía que formar parte de ese mundo diferente. Además, tres de mis hermanos ya vivían en Lima, aunque solo conocía bien a uno de ellos. Le pedí a mi padre que se comunicara con ellos por carta para coordinar mi viaje, la fecha de llegada y mi educación. Mi hermano Daniel asumió la responsabilidad de mi educación, y le estoy eternamente agradecido. Con mis ilusiones y mi espíritu aventurero, el 24 de diciembre emprendí el viaje hacia una vida desconocida.

Creencias colectivas de la sociedad

En Lima continué estudiando la secundaria en una gran unidad nacional (Pedro A. Lavarte), un gran instituto, si estás dispuesto a aprender. Las ganas de aprender a mí me sobraban; necesitaba mostrarme que era capaz de estar a la altura de los de la gran ciudad.

Mi etapa de los 15 a los 27 años fue una etapa de aprendizaje y decisiones confusas: estudié en un colegio técnico donde me especialicé en mecánica de banco o mecánica de producción. Según la sociedad, los 15 años es la edad en que uno comienza a buscar una maestría, una profesión a la cual dedicarse el resto de su vida. Se creía que ser comerciante (vendedor) no es una profesión, ni un trabajo estable. Casi a ningún padre o familia le gusta decir: “Ahí va mi hijo, el vendedor graduado en las calles”. Mayormente se cree que uno va a vender porque no es bueno para estudiar, trabajar, menos para tener una profesión con un título universitario. Un vendedor que le va bien es visto como un ignorante con dinero, lo cual yo creo que no existe en el mundo un ignorante con dinero; sí hay muchos educados que tienen ignorancia sobre cómo conseguir dinero.

En general, las familias y colegios se les repite a los hijos o niños a diario, como un mantra, esta famosa frase: “Tienes que estudiar para que seas alguien en la vida”. Frase que cala muy hondo en la vida de todo niño, adolescente y joven. Yo quería ser comerciante (empresario), pero esta frase destruyó mi ser, mi creencia; llenó mi mente de dudas y confusiones. Yo era un chico seguro, sabía lo que iba a hacer y lo que quería para el resto de mi vida. Esta frase me hizo creer que no soy nadie si no estudio una carrera en la universidad, y que estoy obligado a ser alguien en la vida, que tengo que ser un buen estudiante para poder tener un futuro. La verdad, poco me interesaba ser el estudiante que se saca las mejores calificaciones; lo que me interesaba es aprender, pero en cierto punto me di cuenta de que en el colegio nos pedían repasar y memorizar lo que algún escritor de años atrás dijo, sin saber por qué o para qué lo dijo. Incluso muchos de los escritores o personajes de esos libros, de cuyas historias se contaba que habían descubierto o inventado algo, sin tener más de tres años de educación, y a nosotros, ya en secundaria o facultad, nos pedían que en nuestro examen escribiéramos tal cual lo que dice en el libro, sin equivocarnos ni un punto ni una coma, para que nuestra respuesta fuera correcta. A mí me hacía sentir muy tonto; no quería ser una fiel copia de nadie, sin importar el lugar que ocupen en la historia o en la vida; yo quería y quiero ser yo.

En cada examen respondía las preguntas según mi interpretación de lo que había entendido del texto, más no contestaba al pie de letra lo que el texto decía. Contestar así mis exámenes me hacía un alumno que no reprobó, pero que pasaba de grado con lo justo. Y los profesores creían que no tenía buena retención y comprensión de lectura; en otras palabras, que tenía muy mala memoria y que si no me esforzaba más a estudiar no iba a tener futuro. Confieso que sí afectó mucho tiempo en mi vida.

Me veía obligado a ser alguien por mis padres y mi familia; necesitaba estudiar una profesión, tener un título universitario. Esa fue una lucha tremenda en mi cabeza; pasé diez años de mi vida buscando a qué dedicarme, para mostrarles a los demás que sí soy alguien: diez años que dejé de ser yo, buscando obtener un título universitario. Conseguí algunos títulos que el único uso que les doy es adornar la pared de mi casa.

Más del 50% de la sociedad también convierten diez años de su vida en un título universitario que adorna la pared de su casa, de los que tienen una casa; si no, su destino será una caja debajo de la cama en el departamento que alquilen. En el peor de los casos, por un título universitario, endeudan a su familia y a veces no les alcanza para terminar la carrera; y cuando terminan la carrera, están obligados a trabajar en el primer empleo que se les presente, dejando de lado la profesión en la que se graduaron. Porque la necesidad de tu familia y la tuya es grande y fue causada para conseguirte un título universitario. Hoy me parece tan ilógico estudiar economía con profesores a quienes no les alcanza su sueldo; o pasarte muchos años de tu vida estudiando a Thomas Alva Edison, que no estudió ni un solo año de primaria. No es que los esté criticando o menospreciando; toda mi admiración a los grandes hombres y mujeres de la historia; lo que sí me parece ridículo es pasar tantos años estudiando y ningún chico ha podido descubrir algo. ¿No será que en vez de pasar años estudiando, mejor nos pongamos a practicar como los grandes hombres que trascendieron lo hicieron?

Pero el punto es que un título no te va a asegurar un futuro ni una fortuna; si para conseguirlo quedaste endeudado, la única salida que tienes es buscarte un empleo para ayudar a pagar y solventar los gastos de tu familia. Eso sentencia su forma de vida; hay muchos que ahí descubren su verdadera profesión y otros en los que ahí terminan sus sueños de futuro y comienzan a sobrevivir tratando de cubrir sus necesidades hasta el día de su muerte.

Te sugiero que antes de decidir estudiar una carrera profesional, investigues el porcentaje de graduados que terminan su carrera y son contratados, qué demanda de empleos hay en esa profesión; pero lo más importante, si esa profesión perdurará en el tiempo, o si vas a ser reemplazado por una computadora o un robot.

Los padres, tutores o adultos a cargo de la educación de los niños, por favor: no elijan la carrera de los niños, no les digan “quiero que seas esto o aquello”, solo ayúdenlos a investigar lo que sus hijos desean ser. Los adultos no tenemos razón ni sabiduría para elegir el futuro o destino de nadie; si supiéramos de verdad, entonces ya tendríamos un futuro exitoso y entenderíamos que cada uno tiene que elegir su propio futuro. Denles el material necesario para que sus hijos puedan elegir su destino y nunca usen esta frase tan ridícula y denigrante: “Si no estudias no vas a ser nadie en la vida”.

De los 15 años en adelante, dejé mi vida de negocios y me dediqué a estudiar y trabajar por un sueldo; necesitaba comprar ropa, zapatos y tener algo de dinero extra. Mi primer empleo en la ciudad fue de medio tiempo en una fábrica de ropa como ayudante, todos los días de 14 a 19 horas. Me llamaban “escolar” porque andaba con mi uniforme de colegio.

Al terminar la secundaria a los 16 años, tomé la decisión de hacerme cargo por completo de mi vida. Siempre me gustó ser independiente desde que tengo memoria; recuerdo que, de alguna manera u otra, tuve pensamiento y decisión propia y traté de hacer prevalecer, sean correctos o no para los demás, aunque haya tenido que pagar consecuencias durísimas. Pero a pesar de todo, también creía que si no tenía un título universitario no sería nada.

Consecuencias de mis decisiones

La decisión de irme a vivir solo me trajo grandes dificultades: a solo dos horas de haber salido de casa de mi hermano, ya no sabía qué hacer. A pesar de las circunstancias, estaba decidido a encontrar mi propio camino.

Llegué a un parque, me senté a pensar y aclarar mis ideas. Dos opciones se cruzaban en mi mente:

• Tomar el autobús y volver a casa de mis padres.

• Ir al barrio donde vivían varios amigos y pedirles ayuda para alquilar una habitación.

A dos cuadras del parque se encontraba la terminal de autobuses. Estaba a punto de comprar el boleto cuando recordé la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:1-13). Aunque yo no había pedido una herencia, sí había insistido en irme. Mi orgullo no me permitía volver derrotado a casa de mis padres, así que descarté esa idea y fui en busca de mis amigos.

Al llegar, no encontré a nadie. Era sábado por la tarde y todos estaban jugando al fútbol o paseando. Tuve que buscar solo. Caminando por las calles del barrio San Martín, vi un letrero de “Habitaciones en alquiler”. Me acerqué a preguntar y la dueña confirmó que había disponibilidad. Pero al pedirme mi documento de identidad, me dijo que, siendo menor de edad, no podía alquilarme a menos que viniera con un adulto. Esa frase se repitió en cada puerta que toqué. Fui a casa de otro amigo. Me dijeron que estaba jugando al fútbol a dos cuadras. Corrí hasta allí para pedirle que me garantizara el alquiler de una habitación. Era mi última opción; de lo contrario, tendría que tragar mi orgullo y volver a casa de mi hermano.

Esa rebeldía adolescente me enseñó una lección muy dura. Hoy, escribiendo estas memorias, me doy cuenta de que mis mejores lecciones y mis mayores miedos los he enfrentado y superado de esta manera. No es que sea un hombre sin miedos; sigo siendo miedoso, pero ahora mis miedos me impulsan a actuar, a enfrentarlos, a demostrarme que soy capaz de todo.

Los 4 miedos más grandes de mi vida

Estas cosas son los que me han causado más miedo en mi vida

• Serpientes

• Oscuridad

• Economía

• Pandemia

Los miedos que he detallado los he superado de la peor manera, aprendiendo las mejores lecciones de valentía y superación. Como la idea del libro es compartir experiencias de economía les comparto el miedo económico y el miedo a la pandemia, y la manera de cómo salí y los convertí en ventajas.

Miedo económico o miedo al fracaso

Este miedo nos invade a partir de los quince años, y crece con el paso del tiempo, paralizando a la mayoría. Es el miedo más peligroso, causante de pobreza, infelicidad, ignorancia, hambre y enfermedad.

Nos obliga a trabajar por un sueldo, haciéndonos creer incapaces. Nos vemos forzados a trabajar toda la vida, incluso en lo que no nos gusta, por temor a no cubrir nuestras necesidades y las de nuestras familias. El miedo económico hace que el 60% de las personas trabajen por necesidad, en empleos que detestan, con horarios extenuantes y salarios de subsistencia, rogando que no los despidan.

El miedo económico hace que tus ahorros que has conseguido con tanto esfuerzo, les des a otros para que lo inviertan y tú no te des el tiempo a investigar en que invertir.

Casi todas las familias tienen alguna anécdota sobre alguien que perdió sus ahorros o garantizó préstamos a un familiar con sueños emprendedores, pero sin conocimiento. Es posible volverse rico, pero el primer paso es perder el miedo; el segundo, el esfuerzo; y el tercero, la educación sobre el negocio o inversión elegida.

Confiar nuestros ahorros a otros indica un temor a perderlos, un temor al fracaso, a que nos digan que no somos capaces. Esta desconfianza nace en la niñez o adolescencia, inculcada por padres, profesores o familiares. Es importante perder ese miedo y no transmitirlo a nuestros hijos, familia o alumnos. Evitemos frases como: “Sin mí no son capaces de nada”, “Nada haces bien”, “Eres un inútil”, “Eres tonto”, “No sabes nada”, etc. Estas palabras generan temor a actuar por uno mismo, llevando a una vida regida por las órdenes de otros, en lugar de la propia elección y empiezas a vivir como los demás te digan que vivas más no vives como tú quieres vivir).

Con mi hijo Yordi, de 19 años, conversé sobre este tema. Para mí esa es la edad ideal para elegir su vida, cometer errores y aprender de ellos. Es la edad perfecta para comprender que solo uno es dueño de su destino, con el poder de mejorarlo o empeorarlo. Lo importante es que sea una elección propia

Un padre debe ser observador, apoyar, animar, consejero, quien felicita, abraza, brinda su hombro y celebra los éxitos, y también quien señala los errores. Es fundamental animar a los hijos a actuar, a aprovechar su juventud, el tener un techo, una cama y comida, para aprender a generar ingresos, es importante. Porque cuando no tienes lo básico, es muy difícil lograr la vida soñada. Mucha gente pasa su vida entera trabajando solo por un techo, una cama y comida. Aprovecha mientras lo tienes, emprender con la panza llena y un lugar seguro para descansar es un lujo.

De los quince a los veinticinco años es fundamental para decidir a qué te dedicarás el resto de tu vida. Atrévete a decidir qué quieres ser; no permitas que otros elijan por ti. Al final, solo importa cómo viviste y cuán feliz fuiste.

Después de terminar la charla con mi hijo le compartí en una hoja con los seis de mis mandamientos de vida:

1. Ama a Dios.

2. Ámate a ti mismo.

3. No te mientas.

4. No te falles.

5. No busques excusas.

6. Jamás te rindas.

El miedo es una batalla difícil de vencer. Siempre está presente, es real y peligroso; hay que vencerlo una y otra vez. Mi lucha diaria es vencer mis miedos, ahora entiendo que vivirán conmigo siempre, pero con el tiempo debo dominarlos, y lograr controlarlos, para que ellos no me controlen a mí.

He convertido el miedo en el impulso para actuar, para sacar a relucir mi lado guerrero. El miedo puede provocarte un infarto, hacerte temblar, cortarte la voz, hacerte tartamudear, provocar chasquidos de dientes, darte frío o calor... Todo depende del valor que les des a tus miedos. Hoy orgullosamente puedo decir que el miedo para mí es el combustible que me impulsan a accionar.

En noviembre de 2004, como todos los años, se celebraba un torneo de artes marciales. Mis cinco compañeros y yo nos preparábamos intensamente para representar a la selección argentina de Pa-Kua, con el objetivo de reafirmar el espíritu ganador del pueblo argentino. Después de ganar mis dos primeros combates, me enfrentaría en el tercero a un oponente de 1,88 m y 80 kg, con un impresionante historial de victorias.

Su nombre y trayectoria eran leyenda en nuestros entrenamientos. Sabíamos que tarde o temprano uno de nosotros lo enfrentaría, pero todos esperábamos que fuera en la final. Nadie quería enfrentarlo al principio o a mitad del torneo. Sin embargo, me tocó a mí en mi tercer combate.

El miedo me invadió. Mi oponente salió al cuadrilátero, haciendo exhibiciones de sus habilidades mientras el público lo ovacionaba. En el vestuario, busqué desesperadamente una excusa para evitar la pelea, pensando en una lesión o un dolor repentino. Pero mi cuerpo, desafiando mi mente aterrorizada, comenzó a caminar hacia el cuadrilátero. Recuerdo esos veinte pasos como una lección de valentía que mi cuerpo le dio a mi mente.

Mido 1,68 m, él 1,88 m. En mi mente sonaba una voz que repetía insistentemente: “¡Písale la cabeza!”. Parecía una locura, una estrategia ilógica para alguien con una desventaja de altura tan significativa. Pero la voz era tan imperiosa que me concentré en esa única estrategia: poner mi pie sobre su cabeza para obtener cinco puntos de ventaja y desestabilizarlo psicológicamente.

No recuerdo con exactitud el desarrollo del combate, solo mi concentración en la cabeza de mi oponente y en evitar que sumara puntos. Hasta que llegó el momento: ejecuté mi golpe de pie favorito (un salto con giro y un golpe circular descendente) y logré colocar la planta de mi pie sobre su cabeza. Había ganado.

Fue una victoria fantástica, una victoria sobre mi miedo, ese oponente constante que a veces me derriba, otras me hacen tirar la toalla. Pero cada victoria me fortalece. Como me dijo un comandante cubano: “Un hombre tiene dos fieras salvajes: el miedo y la valentía. A la que alimentes, definirá tu fracaso o tu éxito”.

Cada victoria, por pequeña que sea, alimenta la valentía. Si el miedo te domina, lo alimentas a él, y puede convertirse en pánico, fobia o terror. Aunque no soy médico, identifico muchos tipos de miedo, y el más común es el miedo económico: el miedo a la falta de dinero, a emprender, a asumir la responsabilidad del futuro económico. Muchos han desarrollado frases y refranes para justificar ese miedo, como por ejemplo: (cuando mueras nada te llevas, o es más fácil pasar un camello por el hueco de una aguja a qué un rico entre en el Reino de los cielos, etc.) y evitar enfrentarlo. Estoy muy seguro de que todos somos capaces de enfrentar y superar nuestros miedos.

Miedo a la pandemia (COVID-19)

Este miedo me paralizó durante tres días, pero esta vez no solo a mí, sino al mundo entero. En 2020, mi socia y yo teníamos un proyecto fantástico en marcha: lograr que nuestra empresa tuviera capital propio dividido en tres sectores (mercadería en el local, stock de mercadería y stock de tela). Habíamos pagado todas nuestras deudas excepto la de AFIP. Con 1000 dólares, decidimos tomarnos unas vacaciones. Mis hijos querían conocer el mar, y nosotros necesitábamos descansar.

En el hotel, vi noticias sobre una pandemia en China que ya había llegado a Italia y se expandía rápidamente por Europa. A la semana siguiente, Europa estaba en crisis, y comenzaban los primeros contagios en América. El mundo entero temía morir.

Los gobiernos tomaron medidas drásticas, dominados por el miedo. En Argentina, el 20 de marzo, el presidente anunció un aislamiento obligatorio de quince días. La gente salió desesperada a los supermercados, causando un desabastecimiento generalizado y una subida de precios grande. El alcohol se convirtió en un producto de contrabando, con precios multiplicados por cinco.

Todos los medios de comunicación difundían la enfermedad como letal; el Ministerio de Salud hacía lo mismo, pero nadie ofrecía información concreta. Solo pedían desinfectar los alimentos y las manos con abundante alcohol y mantenerse aislados.

Como la medida de aislamiento se dictó por la noche, al día siguiente no podíamos salir. Nuestra empresa, como tantas otras, tenía poco efectivo y muchas cuentas por pagar a fin de mes. Nuestra decisión fue reunir el dinero disponible y dividirlo en partes iguales entre todos los empleados. A cada uno nos correspondieron 15 000 pesos, aproximadamente 300 dólares. Con eso podríamos sobrevivir un mes si controlábamos los gastos.

Después de los primeros quince días de aislamiento, el gobierno extendió la medida otros quince días. Seguíamos sin información real, solo noticias terroríficas sobre contagios y muertes. Comprendí la magnitud del problema, una crisis económica mundial inminente. Confieso que pasé tres noches sin dormir, acosada por el miedo. El mundo entero estaba de rodillas, sumido en el terror.

Este miedo era diferente a los que había sentido antes. Ahora tenía hijos pequeños y una empresa con empleados excelentes, a quienes respeto, admiro y quiero. Sus familias dependían de las decisiones que mi socia y yo tomáramos. Esas noches de insomnio las pasé meditando, tratando de aclarar mis pensamientos, de calmar mis miedos. Tenía que hacer algo, algo bueno. No podía tomar decisiones impulsivas, basadas en el miedo y la desesperación, que pudieran arruinar mi empresa, mi familia y las vidas de las personas que quiero.

En una conversación con mi socia, vimos dos posibilidades: o la epidemia nos destruía o perdíamos la empresa si no actuábamos.

Recordé una frase de mi libro favorito, “¿Quién se robó mi queso?”, que utilizo cuando las excusas me paralizan: “¿Qué haría si no tuviera miedo?”. Esa pregunta nos impulsó a investigar y recopilar la poca información disponible sobre la pandemia. Ningún experto en salud ofrecía un panorama alentador.

Comenzamos a buscar testimonios de personas que se habían contagiado y recuperado. Era una misión casi imposible encontrar información fiable. Un periodista argentino que vivía en Estados Unidos tenía un canal de YouTube donde había subido videos desde el primer día de su contagio, mostrando cómo se contagió toda su familia y cómo se recuperaron sin asistencia médica. Encontramos testimonios similares de familias en Italia y España que se recuperaron con infusiones de té y baños de vapor. Esa información me dio algo de confianza para actuar.

El 29 de marzo, en plena pandemia, cumplí cuarenta años. Estaba en mi mejor momento, con gran fortaleza física, mental y espiritual, me sobran las ganas de vivir.

El objetivo principal era mantener a flote mi empresa, paralizada por la pandemia. Los gastos fijos superaban los 6000 dólares mensuales (alquiler, servicios, impuestos, personal y contratos con terceros), una bomba de tiempo a punto de explotar en tres meses. Desde el 1° de abril, las facturas y los cobros se acumularon: AFIP, luz, agua, gas, impuestos municipales... todo sumaba intereses por mora. Me enfrentaba a un terrible dilema: arriesgar la salud de mi familia trabajando o perderlo todo.

Era el 5 de abril y el gobierno evaluaba permisos para empresas esenciales. Al día siguiente, publicaron los requisitos: CUIT, registro de marca, certificado de sanidad, tienda online, movilidad propia y, lo más importante, demostrar la esencialidad de la empresa. Tenía toda la documentación, pero mi negocio no era esencial... o eso parecía. Nos dimos cuenta de que usábamos material para tapabocas, y teníamos el certificado de sanidad. Los tapabocas eran esenciales y escaseaban. Solicitamos permiso para fabricarlos y, en dos días, lo obtuvimos. La demanda era enorme, la ganancia mínima, pero suficiente para mantener la fábrica en marcha y suplir una necesidad nacional.

Seguía de cerca la situación en Europa, anticipando lo que vendría a Sudamérica. Italia anunció una cuarentena hasta agosto, seguida por otros países. No hacía falta ser adivina para prever lo que ocurriría. La fabricación de barbijos solo cubría los gastos fijos. Necesitaba más para evitar un desastre económico inminente. Revisé mi permiso: no prohibía la venta online de otros artículos junto con los barbijos, siempre que la entrega se hiciera por delivery. Aproveché eso para ofrecer mi ropa de invierno junto con los barbijos; era plena temporada, la gente necesitaba abrigo, y mi local estaba repleto de productos invernales, con tela suficiente para fabricar más. Si no vendía al menos la mitad del stock de invierno, sería imposible comenzar la temporada de verano sin capital, esperando un año entero para la siguiente campaña invernal. Nuestra empresa invierte el 85% de su capital en material para cada temporada, por lo que era crucial monetizar esa inversión. Investigué exhaustivamente para asegurarme de no ir contra ninguna ley, ya que el permiso no especificaba si estaba o no permitido. La ley sí prohibía la apertura de locales y la venta presencial de indumentaria.

Algunas provincias, sin contagios, no estaban en cuarentena y necesitaban mercadería. Ocho meses antes, habíamos lanzado una campaña en redes sociales a nivel nacional. En plena cuarentena, explotaron las consultas para comprar. Con todos los permisos, incluyendo el de libre circulación, decidimos vender y distribuir a esas provincias. El 15 de abril, realicé mi primer envío de indumentaria y barbijos. Tras superar los controles en ruta, llegamos a destino. Desde entonces, procesamos entre 10 y 20 envíos diarios de indumentaria, siendo una de las pocas empresas con los permisos necesarios.

Con los primeros ingresos page los impuestos para no tener problemas legales, más todas las deudas pendientes que teníamos, luego evaluamos contratar a una fábrica más para poder cubrir con toda la demanda de barbijos, para mi empresa no era rentable hacer barbijos porque no contábamos con la maquinaria necesaria ni el personal especializado.

Al finalizar la temporada, todo el equipo de SAMAS (nombre de la empresa) sentía una profunda gratitud por haber superado los obstáculos que la pandemia nos presentó. Sentí mucho miedo, sí, pero no permití que el miedo me paralizara.

Luego de haber detallado mis más grandes miedos y la manera de cómo les he superado, sigo contando mi historia económica.

Capítulo 4Creencias de libertad
Camino hacia la independencia

La decisión de independizarme fue tan importante que aún recuerdo la fecha y la hora exactas, junto con los miles de cosas que pasaron por mi mente. Fue la segunda decisión más importante de mi vida, y creía firmemente en mi libertad para hacer lo que quisiera. Pero esa libertad implicaba responsabilidades: alimentarme, cuidarme, encontrar un lugar para vivir... Hasta ese momento, solo sabía qué necesitaba para vivir, pero no cómo conseguirlo ni el esfuerzo que eso requeriría. Ese sábado por la tarde mientras viajaba pensaba cómo hacer para conseguir una habitación, cómo puedo hacer para comprar desde un fósforo hasta una cama donde dormir. Esa noche, tendida en el piso sobre mi colchón, sentí una mezcla de alegría, tristeza y desesperación. Necesitaba un trabajo urgente para que mi independencia no se viera amenazada. Dormí poco y, el domingo a las 9 de la mañana, empecé a llamar a conocidos buscando trabajo. A la tercera llamada, lo conseguí.

El lunes a las 8 de la mañana comencé a trabajar. Por la tarde, me ofrecieron treinta dólares semanales por un horario de lunes a viernes de 8 a. m. a 6 p. m. y los sábados de 8 a. m. a 1 p. m. Acepté feliz; necesitaba ese trabajo. Luego un plan para distribuir mi sueldo diario entre comida, transporte y alquiler (treinta dólares mensuales). Aparté cuatro dólares para comprar un hervidor eléctrico, una taza, un plato y una cuchara, todo de plástico. Así, evitaba comprar desayuno, ahorrando dos dólares por semana. Con mi próximo sueldo, más los cinco dólares de la semana anterior, tenía trece dólares, suficientes para comprar una cocina de mesa, una olla y un sartén. Un vecino me prestó una garrafa, así podía cocinar y llevar mi almuerzo, ahorrando otros dos dólares. Según mis cálculos, en dos semanas podría pagar el alquiler sin problemas. Ese mes, todo funcionó según lo planeado.

Me di cuenta de que el pasaje me costaba diecinueve dólares al mes. Decidí cambiar eso. Un sábado, al salir a la una de la tarde, regresé caminando a casa para calcular el tiempo del recorrido. Me tomó una hora y media. Calculé que trotando me tomaría entre cuarenta y cincuenta minutos. El lunes siguiente, me levanté una hora antes para trotar y ahorrarme el pasaje. Ahorré ese dinero y, a fin de mes, me dieron un aumento de cinco dólares. Con mis pequeños ahorros, era hora de comprar una garrafa, una cama y algo de ropa. Entré a una tienda de electrodomésticos buscando una garrafa, cuando vi un televisor a color de catorce pulgadas con control remoto que costaba ciento diez dólares. Tenía sesenta; me faltaban cincuenta. Estaba tan ilusionado que le pedí prestado a mi amiga y lo compré. En 1997, tener un televisor a color con control remoto era una locura. Yo había visto poca televisión en blanco y negro, nunca una a color, y mucho menos con control remoto. En mi emoción, no me di cuenta de que no tenía mesa para apoyarlo, así que lo puse en el piso. Hoy, al recordar estas anécdotas, me divierte mucho pensar en las decisiones que tomé. Tenía que seguir con mi plan de ahorro para comprar lo que realmente necesitaba para vivir.

Mi plan de ahorro era perfecto, pero no había considerado una buena alimentación; creo que fue lo que menos me importó. Tampoco sabía qué tipo de alimentación debería consumir; creía que se comía solo por hambre. Estaba feliz con mis resultados económicos; podía mantenerme completamente solo. No era lo que esperaba, pero sentía mucho orgullo. Cuando uno vive en casa de sus padres o familia, cree estar sometido a reglas injustas. Los niños, adolescentes y jóvenes, cuando vivimos con nuestros padres, a menudo tenemos pensamientos socialistas y comunistas; conocemos nuestros derechos, pero poco nuestros deberes. Aunque creo que hasta los veinte años está bien tener esos pensamientos y creencias, porque nos impulsan a independizarnos, a veces de manera abrupta, buscando nuestra libertad en un mundo del que somos parte, pero que en realidad no conocemos.